33

«Coman Bananas Vandenberg. Son inmejorables.» El letrero estaba pintado en amarillo sobre fondo púrpura. Las letras estaban formadas por agrupaciones de pequeñas bananas. Allison dijo que era la cosa más estúpida que había visto en su vida. Debajo, y en letras más pequeñas se podía leer: «Granjas Andrews. Santa María.»

Los letreros colgaban de los lados de sus carros. Una cubierta ligera de plástico protegía la carga verde. En cada parada, Allison y Paul rellenaban cuidadosamente los refrigeradores por evaporación que colgaban entre la cubierta y las bananas. Los dos carros bananeros eran, entre los vehículos de tiro animal, los más largos de toda la carretera.

Mike y los Quincalleros de Santa María habían construido una cámara escondida en el centro de cada carro. En el carro delantero llevaban el generador y las baterías eléctricas; en el otro carro iban Wili y Mike con la mayor parte de los elementos electrónicos.

Wili iba sentado en la parte delantera de la atiborrada cámara e intentaba mirar por entre los huecos de la carga. Cuando estaban parados no había circulación de aire desde los refrigeradores. Sin esto, el calor de las bananas en maduración, sumado al propio del verano, podía llegar a ser mortal. Detrás de él notó que Mike se agitaba sin cesar. Ambos se pasaban la parte más calurosa de la tarde tratando de dormitar. No tenían demasiado éxito, porque hacía demasiado calor. Wili sospechaba que debían oler tan mal, que los de la Paz podrían descubrirles por el olfato.

La figura inmóvil de Paul pasó por delante del estrecho campo de vista de Wili. Su disfraz era muy bueno. No se parecía en nada a las fotografías borrosas que los de la Paz estaban haciendo circular. Un segundo después vio pasar a Allison que llevaba un vestido de hija de granjero. Hubo un ligero desplazamiento de la carga y se reanudó el monótono traqueteo de los carros. Acababan de salir de la zona de descanso, situada junto a una estación de pesaje, cuya báscula se iba enmoheciendo en espera de su destrucción total.

Wili apretó su cara contra el agujero, tanto para respirar como para mirar. Estaban a cientos de kilómetros de Los Ángeles; había esperado que todo fuera más excitante. Después de todo, el área alrededor de Vandenberg era casi una jungla. Pero no. Exceptuando una etapa en que había mucha niebla, un poco antes de Salinas, todo estaba seco y caliente. Por el agujero a través de las bananas podía ver que el terreno iba ascendiendo suavemente delante de ellos, unas veces cubierto de hierba dorada y otras de chaparral. Era como la Cuenca, excepto que las ruinas estaban dispersas y no siempre las había. Mike dijo que, además, había otras diferencias; él tenía mejor ojo para conocer las plantas.

Precisamente entonces, un carguero de la Autoridad pasó zumbando por el paso rápido de la carretera. Su paso fue subrayado por un arrogante toque de bocina. El carro de las bananas se balanceó por efecto de la corriente de aire y Wili quedó con su cara cubierta de polvo. Suspiró y se echó hacia atrás. Se cumplían cinco días de carretera. Lo peor de todo era que, dentro del carro, había perdido el contacto. No habían podido disimular las antenas lo bastante bien para mantener un enlace con la red de satélites. Y, además, no disponían de suficiente energía para que Jill pudiera funcionar sin interrupción. Los únicos procesadores que podían utilizar eran muy primitivos.

Todas las tardes eran como aquélla. Cada vez hacía más calor, hasta el punto de no poder dormir, lo que ponía a ambos de mal humor. Hubieran casi preferido que se les presentasen algunos problemas.

Aquella tarde tal vez se les ofreciera alguno. Iban a llegar al paso de la Misión y al valle de Langleu.

Por las noches era muy distinto. Al anochecer, Paul y Allison sacaban los carros dé la carretera Old 101 y los conducían unos cinco kilómetros, por lo menos, hacia las colinas. Wili y Mike salían de su agujero, y Wili establecía comunicación con la red de satélites. Cuando se podía volver a poner en comunicación con Jill y la red era como si despertara de verdad. Nunca les había resultado difícil encontrar el escondite de los Quincalleros locales. Siempre había, escondidos cerca de un pozo o manantial, comida, forraje y baterías eléctricas recién cargadas. Él y Paul utilizaban las baterías para vigilar la Tierra a través de los ojos de los satélites, para coordinar con los Quincalleros que había en el Área de la Bahía y en China. Todos debían estar preparados para actuar al mismo tiempo.

La noche anterior, los cuatro habían tenido su último consejo de guerra.

Algunas de las cosas que más habían preocupado a Allison y a Mike resultaron luego que no presentaban problema alguno. Por ejemplo, los de la Paz podrían haber establecido puestos de control a lo largo de centenares de kilómetros de las carreteras de acceso a Livermore; pero no lo habían hecho. Indudablemente, la Autoridad sospechaba que podían atacar a su base principal, pero concentraba su potencia de fuego en sitios mucho más cercanos. Y sus fuerzas de reserva estaban dando caza a los fantasmas de Wili en el Gran Valle. Ahora que la Autoridad había eliminado a todos los Quincalleros conocidos, no tenían nada que fuera imprescindible buscar. No podían desmantelar todos los carros de mercancías y productos ni los transportes de mano de obra que viajaran por la costa.

Pero existía otra clase de problemas. La noche anterior había sido su última oportunidad para estudiarlos desde lejos.

—Suceda lo que suceda después de esta noche, tendremos que tocar de oído —había dicho Mike, y se desperezó con satisfacción aprovechando la amplia libertad nocturna.

Paul no estaba de acuerdo. El anciano permanecía de cara a ellos y de espaldas al valle. Su ancho sombrero de campesino tenía las alas caídas a los lados.

—Para ti, es muy fácil decir esto, Mike. Tú eres un tipo de acción. Yo nunca he podido ser capaz de ir a lo que salga. Debo tener todas las cosas estudiadas de antemano. Si sale algo verdaderamente inesperado, no poseo una gran flexibilidad de acción en un momento dado.

Al oír esto, Wili tuvo que sentarse. Paul volvía a mostrarse indeciso. Cada noche parecía estar más cansado.

Allison Parker, después de cuidar de los caballos, regresó y se sentó en la cuarta esquina de la mesa. Se sacó el gorro. Su cabellera clara brillaba a la luz del pequeño fuego de acampada.

—Veamos pues, ¿cuáles son los problemas que tendremos que solventar? Tenéis a los Quincalleros del Área de la Bahía, o al menos a lo que queda de ellos, que están preparados para hacer una operación de distracción. Sabéis exactamente dónde está escondido el generador de burbujas. Tenéis control de la red enemiga de inteligencia y de comunicaciones. Sólo esto último, es la ventaja mayor que muchos generales hubieran querido tener.

Wili pensó que su voz era firme y concreta. Era de mucha ayuda, porque iba a lo efectivo, sin intentar buscar paliativos.

Se hizo un largo silencio. Podían oír, a pocos metros de distancia, el ruido que hacían los caballos al comer. Algo revoloteó por encima de sus cabezas, en la oscuridad. Allison dijo por fin:

—¿O es que hay alguna duda en que controláis sus comunicaciones? ¿Se fían realmente de su sistema de satélites?

—¡Oh! Sí, se fían por completo. La Autoridad no tiene demasiada gente que valga. La única innovación que se han atrevido a hacer alguna vez, es acondicionar las antiguas instalaciones chinas de lanzamiento de Shuangcheng. Disponen de reconocimientos próximos y a gran distancia mediante sus satélites, y también tienen comunicaciones tanto orales como por ordenador.

Wili gesticuló en señal de que estaba de acuerdo. Seguía la conversación con una parte de su mente. El resto de ella se ocupaba en preparar y hacer los últimos retoques a los centenares de trucos que debían acoplarse para mantener su gran engaño. En particular, debía efectuar los movimientos trucados de los Quincalleros en el Gran Valle, pero era preciso realizarlo de un modo cuidadoso, para que el enemigo no se enterase de que allí se estaban concentrando miles de hombres sin ninguna razón aparente.

—Además, Wili dice que no parece que se fíen de nada que les llegue por los circuitos terrestres —continuó Paul—.

Se supone que tienen la idea de que los dispositivos que están en el espacio a miles de kilómetros no se pueden manipular —rió brevemente—. A su manera, estos bastardos son tan inflexibles como yo. ¡Oh! Pero se dejarán tirar del anillo de su nariz hasta que se amontonen demasiadas contradicciones. Pero, para entonces, ya habremos ganado.

»Pero hay tantas y tantas cosas que debemos calcular antes de que esto suceda —el tono de indefensión volvía a estar en su voz.

Mike se sentó.

—Pues bien, empecemos por lo más difícil. ¿Cómo podremos llegar desde su puerta principal hasta su generador?

—¿Su puerta principal? ¡Oh! Te refieres a la guarnición del paso de la Misión. Este es el problema más difícil. Han reforzado enormemente esta guarnición durante la última semana.

—Pues, si son como muchas organizaciones, esto no va a hacer más que aumentar su confusión, por lo menos durante un cierto tiempo. Mire, Paul. Cuando lleguemos allí, los Quincalleros del Área de la Bahía ya estarán atacándoles. Usted me ha dicho que algunos de ellos están al norte y al este de Livermore. Tienen generadores de burbujas. En la confusión que allí se va a formar podremos encontrar muchas maneras de acercar nuestro generador para trabajos pesados.

Wili sonreía, en la oscuridad. Sólo unos días atrás, era Rosas el que desconfiaba del plan. Pero ahora que ya estaban más cerca…

—Pues explícame, por favor, alguna de estas maneras.

—¡Caray! Podemos entrar, tal como vamos ahora, de vendedores de bananas. Sabemos que las importan.

—Sí, pero no en medio de una guerra —repuso Paul.

—Tal vez. Pero nosotros podemos decidir cuándo ha de empezar la lucha de verdad. Si llegamos allí tal como vamos ahora correremos un gran riesgo, lo admito. Pero si no queremos tener que improvisarlo todo, deberíamos pensar antes en las cosas que podrían suceder. Por ejemplo, podríamos encerrar El Paso en una burbuja y hacer que los nuestros, con todas las fuerzas disponibles, entraran en el valle de Livermore, mientras Wili les da protección. Ya sé que ha pensado en algo así, porque todo el día he tenido que estar sentado sobre los cables de adaptación que ha traído. Paul —prosiguió, ahora en voz más baja—, usted ha sido la inspiración de algunos miles de personas, durante las dos últimas semanas. Estas gentes se están jugando la cabeza. Estamos decididos a arriesgarlo todo. Pero le necesitamos a usted, ahora más que nunca.

—O, dicho con menos diplomacia, yo les he metido en este jaleo, por lo que ahora no puedo abandonar.

—Algo así.

—Está bien —Paul se calló durante unos momentos—. Tal vez podamos arreglarlo para que… —se calló de nuevo y Wili advirtió que el viejo Paul había recuperado la confianza en sí mismo, o que lo estaba intentando, por lo menos—. Mike, ¿tienes alguna idea de dónde puede estar esa Lu, ahora?

—No —la voz del ayudante de sheriff se había vuelto tensa de repente—. Pero ella es muy importante para la Paz, Paul. Lo sé bien. No me extrañaría que estuviese en Livermore.

—Podrías hablar con ella. Ya sabes, haciendo ver que quieres traicionar a las fuerzas de los Quincalleros que tenemos reunidas aquí.

—¡No! Lo que yo hice no tiene nada que ver con causar daño a… —su voz fue bajando de tono, y continuó ya normalmente—. Quiero decir que no veo de qué serviría. Es demasiado lista para creerse algo así.

Wili miró hacia arriba, a través de las ramas del roble seco que cubrían el lugar de su campamento. Las estrellas deberían haberle parecido hermosas a través de aquellas ramas. Pero, no sabía por qué, se parecían más a pequeños resplandores, en los negros agujeros de las órbitas de una calavera. Aunque nadie le acusara, ¿podría el pobre Mike silenciar alguna vez a su acusador interior?

—Pero, no obstante, tal como usted dijo al referirse a la estrategia, es algo en lo que debemos pensar —Paul movió violentamente la cabeza y se frotó las sienes—. Estoy muy cansado. Veamos, tengo que hablar con Jill de todo esto. Y voy a pensar en ello. Lo prometo. Pero continuaremos mañana por la mañana. ¿De acuerdo?

Allison alargó su brazo como si pensara tocar a Paul en los hombros, pero éste ya estaba levantándose. Se alejó del fuego, andando lentamente. Allison empezó a levantarse pero, al final, se sentó y miró a los otros dos.

—Hay algo que no está bien. No está bien que Paul trate a una cosa como si fuera una persona —dijo en voz baja.

Wili no supo qué contestar y, unos instantes más tarde, los tres extendieron sus sacos de dormir y se metieron dentro de ellos.

Wili yacía entre el escondite de las baterías eléctricas y el carro que llevaba los procesadores. Todavía debían tener suficiente energía para unas cuantas horas de funcionamiento. Se ajustó la conexión de cuero cabelludo y buscó una posición cómoda. Miró hacia arriba, a los casi siniestros arcos de los robles y dejó que su mente se engranara con el sistema. Ahora iba a estar en conexión profunda, una cosa que evitaba hacer cuando estaba con los demás, porque hacía que su propia personalidad se confundiera y se descoordinara.

Wili percibió que Paul estaba hablando con Jill, pero no intentó intervenir.

Su intención se dirigió a las pequeñas cámaras que había distribuido por los alrededores del campamento, y luego se desplazó a una imagen de alta resolución, captada desde lo alto. Desde allí, sus robles no eran sino unas manchas de oscuridad, entre otras muchas, sobre un pálido mapa que se deslizaba sobre una pradera de hierba más pálida. La única luz que se veía en kilómetros a la redonda era la de las brasas que todavía ardían en el centro de su campamento. Wili sonrió mentalmente: ésta era la visión verdadera. El débil fuego se apagó y entonces se centró en la imagen que era transmitida a la Autoridad de la Paz. Allí no había más que coyotes.

Ésta era la parte más fácil de la «guardia de noche». Si se ocupaba de ella era por diversión, porque Jill y los procesadores del satélite podían actuar perfectamente sin necesidad de su atención consciente.

Wili dejó de ocuparse de los puntos de vista individuales, y extendió su atención a toda la Costa Oeste y aún más lejos, a los Quincalleros que estaban cerca de Beijing. Había que hacer muchas cosas, muchas más de lo que Mike y Allison, y hasta el mismo Paul, podían sospechar. Habló con docenas de conspiradores. Estos hombres habían venido para esperar la voz de Paul que les llegaba desde los satélites de la Paz en medio de la noche de la Costa Oeste. Wili debía protegerles, como protegía a los carros de bananas. Aquél era un punto débil. Si alguno de ellos llegaba a ser capturado, o se convertía en traidor, el enemigo se enteraría inmediatamente del fraude electrónico de Wili. A partir de ellos, las instrucciones y recomendaciones de «Paul» se transmitían a otros centenares de Quincalleros.

En aquel estado, a Wili le resultaba muy difícil imaginar que podían fracasar. Tenía todos los detalles ante sí. Mientras pudiera observar y supervisar, nada podía cogerles de sorpresa. Tal vez era un falso optimismo. Sabía que Paul no experimentaba lo mismo cuando se conectaba para ayudar a aquella gente. Porque Wili había llegado a enterarse gradualmente de que Paul usaba el sistema sin llegar a ser parte integral de él. Para Paul era igual que otro dispositivo de programación y no una parte de su propia mente. Era una pena que Paul, tan inteligente, se perdiera esto.

Este sueño real de poder continuó durante algunas horas. A medida que las baterías se iban agotando, las operaciones tenían necesariamente que ser abreviadas. El lento alejamiento de la omnisciencia iba aparejado con el creciente aumento de su somnolencia. Antes de quedarse dormido y sin baterías, la última cosa de que se enteró por medio de los archivos de la Autoridad fue del secreto de la familia de Della Lu. Ahora que se había descubierto su falsa identidad, se habían ido a vivir al Enclave de Livermore, pero Wili descubrió otras dos familias espías entre los «restauradores» y advirtió a los conspiradores para que las evitaran.


En su cara notaba el calor, el sudor y el polvo. A lo lejos oía algo que daba golpes y chirridos. Wili volvió al mundo real poco a poco, desde el estado de ensoñación en que había estado recordando lo de la noche anterior. A su lado, Rosas se inclinaba para ver mejor por la mirilla. Un rayo de luz bailaba por su cara cando intentaba captar lo que pasaba fuera de aquel carro de bananas que se balanceaba continuamente.

—¡Dios! Mira a todos esos tíos de la Paz —dijo con voz queda—. Debemos estar ya en El Paso, Wili.

—Déjame ver —dijo el muchacho, todavía atontado.

Wili consiguió reprimir su expresión de sorpresa. Los carros continuaban por la suave pendiente, por la que iban ascendiendo desde hacía una hora. Podía ver el carro que contenía a Jill y que marchaba delante. Lo que era nuevo era el origen del ruido de los golpes. Se trataba de vehículos blindados de la Paz. Estaban todavía en el horizonte y procedían de una estación de mercancías situada más adelante. Se dirigían al norte, hacia la fortaleza del paso de la Misión.

—Deben ser los refuerzos que envían desde Medford.

Wili jamás había podido ver con sus propios ojos tantos vehículos. La fila llegaba desde la estación hasta donde les alcanzaba la vista. Estaban pintados de color verde oscuro, lo que no era camuflaje demasiado bueno para ir por aquella zona. Muchos se parecían a los tanques que había visto en las películas de cine antiguas. Otros parecían más bien bloques metálicos provistos de orugas.

A medida que se iban acercando a la estación de mercancías, el ruido fue en aumento al mezclarse con él los tonos altos de turbinas. Pronto los carros de bananas llegaron al mismo nivel que los militares. El tránsito civil quedó restringido al carril más exterior de la carretera. Los cargueros de gran potencia y los carros de caballos quedaron obligados a ir al mismo paso lento.

Estaba a punto de oscurecer. Detrás de ellos iba algo grande y pesado que proyectaba una gran sombra sobre los dos carros de bananas y, con ello, les proporcionaba un cierto frescor. Pero los tanques que pasaban por su lado levantaban una tempestad de polvo que anulaba los efectos benéficos de la disminución de la temperatura.

Marcharon así durante más de una hora. ¿Dónde estaban los puntos de control? El camino que tenían por delante seguía ascendiendo. Pasaron por delante de docenas de tanques aparcados, cuyo personal se dedicaba a misteriosos trabajos. Algunos repostaban combustible. El olor del gasoil les llegaba hasta su reducido escondrijo, junto con el polvo y el ruido.

Ya había quedado todo en sombras. Pero al fin, Wili creyó que podía ver parte de la fortaleza. Por lo menos había un edificio en la cima de la cresta a la que se estaban acercando. Recordó cómo se veían las cosas desde arriba. La mayor parte de los edificios de la fortaleza quedaban al otro lado de la cresta. En aquel lado había tan sólo unos pocos emplazamientos para observación y tiro directo. Wili se preguntaba qué clase de defensas tendrían allí detrás, considerando lo que había visto en aquel lado.

Wili y Mike se alternaban en su observatorio mientras que aquel punto del horizonte se iba haciendo mayor. La línea más avanzada aparecía como un gran peñasco que estuviera enterrado en gran parte. En la fortaleza se habían abierto agujeros en cuyo interior se podían ver cañones y láseres. A Wili le recordaban algunas fantasías del siglo veinte que a Bill Morales le gustaba ver. Estos últimos días, y confiaba que también en los sucesivos, recordaba a El señor de los Anillos. La noche anterior, hasta Mike había llamado al paso de la Misión «la puerta delantera». Detrás de aquellas montañas, en realidad eran colinas bajas, estaba el último reducto del «Gran Enemigo». Las montañas ocultaban enemigos que espiaban a los hobbits o elfos (o Quincalleros) que se pudieran escabullir hacia los valles que había detrás, con la intención de encaminarse directamente hacia el centro del mal y efectuar algún acto sencillo que pudiera proporcionarles la victoria.

El símil llegaba hasta más lejos. Este enemigo tenía un arma suprema (el gran generador oculto en el valle), pero en vez de utilizarla se valía de sus sirvientes terrenales (los tanques y las tropas) para realizar los trabajos sucios. Los de la Paz no habían utilizado el generador durante los últimos tres días. Aquello representaba un misterio, pero Wili y Paul sospechaban que la Autoridad estaba acumulando sus reservas de potencia para la batalla que suponía se avecinaba.

Delante de ellos había un punto de control donde se detenía el tráfico civil. Wili no podía ver qué era exactamente lo que sucedía, pero uno a uno, algunos muy lentamente y otros más rápidos, los carros y cargueros iban pasando. Al fin les llegó su turno. Oyó que Paul se bajaba del pescante. Se acercó una pareja de hombres de la Paz. Ambos iban armados, pero no parecían estar tensos. Había oscurecido mucho y le resultaba difícil ver el color de sus uniformes. Uno llevaba una larga barra metálica. ¿Sería alguna clase de arma?

Paul se dio prisa en acercarse a ellos desde el carro posterior. Durante un momento los tres entraron en el campo de visión. Los soldados miraron a Paul y luego a Allison que se había quedado sentada. Era evidente que los dos carros iban juntos.

—¿Qué lleva usted aquí, amigo? —preguntó el mayor de los dos.

—Bananas —contestó Paul innecesariamente—. ¿Quieren algunas? Mi nieta y yo tenemos que llegar con ellas a Livermore antes de que se echen a perder.

—Pues tengo malas noticias para usted. No podemos dejar pasar nada por aquí durante cierto tiempo.

Los tres iban andando y salieron de su radio de visión, se fueron hacia la parte trasera del carro.

—¿Qué? —la cascada voz de Paul se elevó. Era mucho mejor actor de lo que Wili hubiera podido suponer—. Pero, ¿qué es lo que pasa? Voy a arruinarme.

El soldado más joven parecía querer disculparse.

—No depende de nosotros, señor. Si hubiera usted oído las noticias, sabría que los enemigos de la Paz han vuelto a agitarse. Estamos esperando un ataque de un momento a otro. Estos malditos Quincalleros nos van a traer de nuevo aquellos malos viejos tiempos.

—¡Oh, no! —la angustia que se advertía en la voz del anciano parecía debida a una mezcla de sus problemas personales y de aquella nueva amenaza de apocalipsis.

Oyeron el ruido de los toldos laterales al ser apartados.

—Oiga, sargento. Ni siquiera están maduros.

—Es verdad —dijo Naismith—. He de calcular el tiempo para que cuando lleguen estén a punto para ser vendidos. Tenga un par de ellos, oficial.

—Gracias —Wili se estaba figurando al de la Paz con unos plátanos en la mano y pensando qué podía hacer con ellos.

—Bien, Hanson. Haz tu trabajo.

Se oyeron diversos ruidos metálicos. ¡O sea que para esto servía la barra de metal! Tanto Wili como Rosas contuvieron la respiración. El espacio de su escondite era muy pequeño y estaba cubierto por una red acolchada. Probablemente engañaría a una sonda sónica, pero ¿qué pasaría con aquel registro tan primitivo?

—No hay nada.

—Muy bien, vamos a ver el otro carro.

Se dirigieron al otro carro, que llevaba el generador y casi todas las baterías eléctricas. La conversación se perdió entre los ruidos generales del punto de control. Allison bajó de su pescante y se quedó parada donde Wili podía verla.

Transcurrieron unos minutos. Las zonas de sombras se fueron haciendo cada vez más extensas, y la noche siguió al crepúsculo.

Se encendieron luces eléctricas. Wili jadeó. En los últimos meses había visto sistemas electrónicos milagrosos, pero la repentina potencia de aquellos chorros de luz le resultaba tanto o más impresionante que éstos. En un segundo debían gastar más electricidad que durante una semana en casa de Naismith.

Volvió a oír la voz de Paul. El anciano tenía ahora una voz lastimera, y la del soldado era algo más brusca que antes.

—Mire, señor. Yo no he decidido traer la guerra hasta aquí. Puede darse usted por satisfecho de que tenga aquí a alguien que le defienda contra esos monstruos. Tal vez antes de que esto empiece le dé tiempo a salvar su cargamento. Por ahora debe quedarse aquí. Hay una zona de aparcamiento más adelante, cerca de la cresta. Hay algunas letrinas preparadas. Usted y su nieta pueden pasar la noche allí, y luego deciden si quieren quedarse o dar la vuelta. Tal vez podrían vender parte del cargamento en Fremont.


Paul parecía estar vencido, casi aturdido.

—Sí, señor. Muchas gracias por su ayuda. Haz lo que él dice, querida Allison.

Los carros avanzaron entre crujidos, en medio de la luz azulada, que se desparramaba sobre ellos como una lluvia mágica. Desde su escondite, Wili oyó una débil risita sofocada.

—Paul es realmente bueno. Ahora pienso si todo el lloriqueo de esta noche no ha sido una especie de revulsivo para elevarnos la moral.

Los carros tirados por caballos y los cargueros de la Autoridad, indistintamente, estaban aparcados en un amplio solar cerca de la cresta del paso. Había algunas luces eléctricas pero, en comparación con la del punto de control, parecía que estaban a oscuras. Mucha gente se había congregado allí para pasar la noche. La mayoría estaba reunida para cocinar en fuegos que se habían encendido en el centro del solar. El extremo más alejado estaba dominado por la cúpula baja que habían visto mucho antes desde la carretera. Algunos vehículos armados estaban estacionados delante de ella, de cara hacia los civiles.

El tránsito de vehículos armados había cesado virtualmente. Por primera vez, después de muchas horas, no se oían turbinas, ni los metálicos ruidos de sus orugas.

Paul regresó al lado del carro. Entre él y Allison colocaron las cortinas laterales. Paul se quejaba en voz alta a Allison del desastre que se les había venido encima, y ella permanecía modosamente callada. Un trío de conductores de cargueros pasó por allí. Cuando estuvieron ya lejos y no podían oírle, Paul dijo en voz baja:

—Wili, tenemos que arriesgarnos a una conexión. Te he conectado al equipo que va en el otro carro. Allison ha extendido la antena de cono pequeño fuera de las bananas. Quiero ponerme en contacto con nuestros amigos. Vamos a necesitar ayuda para poder acercarnos más.

Wili sonrió en medio de la oscuridad. Era un riesgo, pero era algo que tenía muchas ganas de hacer. Cuando estaba sentado en su agujero, sin procesadores, era como estar mudo, ciego y sordo. Se colocó el conector de cuero cabelludo y lo puso en marcha.

Hubo un momento de desorientación hasta que Jill y él estuvieron incorporados a la red de satélites, pero después dispuso de una docena de ojos supletorios y pudo escuchar centenares de canales de comunicación de la Paz. Tardarían un poco más en poder conectar con los Quincalleros. Al fin y al cabo, eran humanos.

Todavía conservaba algo de su percepción personal en aquel agujero oscuro. Con sus oídos verdaderos, Wili oyó que un coche se salía de la carretera y aparcaba frente al edificio de la Paz. Los vehículos armados volvieron a ponerse en movimiento. Debía ocurrir algo importante. Wili encontró una cámara colocada en un vehículo armado que podía transmitir a la red de satélites. Miró por ella. El conductor había bajado del vehículo y estaba en posición de firmes. A lo lejos, en el solar, podía ver a gente civil y, desde luego, en alguna parte entre ellos, estaban Paul y Allison, que se volvían para mirar. Se dio cuenta de que Mike se arrastraba a su lado para ver por la mirilla. Wili iba cambiando sus puntos de observación, al mismo tiempo que se ponía en contacto con los Quincalleros e intentaba hallar en la RAM de la Autoridad la causa de la conmoción que se estaba produciendo allí.

Una puerta se abrió en la parte baja de la estación de la Paz. Una intensa luz blanca apareció en ella e iluminó el asfalto. Un hombre de la Paz se destacó en el hueco de la puerta. Y después otro, y entre ellos, ¿un niño? Desde luego era alguien pequeño y delgado. Su figura salió de las sombras y miró hacia el estacionamiento de vehículos. La luz arrancó destellos de su negro casco negro y de su corto pelo. Oyó que Mike contenía la respiración.

Era Della Lu.

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