19

Sirvieron más platos: carpa al vapor, huevos revueltos con erizos de mar, entraña de buey estofada, pato de Pekín, sopa de nidos de golondrina y arroz. Y después más té, más brindis con mao tai y, de postre, tarteletas rellenas de frutas. Sun, como funcionario de más alto rango, indicó el final de la velada separando la silla de la mes a las ocho en punto. Los demás comensales chinos se pusieron en pie de inmediato. Todos volvieron al salón, donde se había instalado en el centro una mesa rectangular con dos sillas a cada lado. Enfrente de cada asiento reposaban estilográficas lacadas. Una pancarta roja entre dos columnas anunciaba KNIGHT SE CONVIERTE EN TARTAN. Había un fotógrafo para inmortalizar, además de la firma del acuerdo, los rostros de funcionarios de los ministerios antes de la rúbrica oficial.

Los cuatro representantes ocuparon sus asientos. Miles y Randall se sentaron a un lado y Henry y Doug enfrente. David y la señorita Quo, que tomaría notas, se acomodaron detrás de Miles y Randall. El gobernador Sun y Amy Gao tomaron asiento detrás de Henry y Doug. El resto se agolpó alrededor mientras el fotógrafo seguía disparando la cámara.

– Bien, Henry -dijo Randall-. En primer lugar quiero darle las gracias por su hospitalidad aquí en China. Nos ha hecho sentir como en casa. Y ahora llegamos a la culminación de meses de conversaciones y trabajo duro.

Miles extrajo los documentos del maletín ceremoniosamente. Las señorita Quo se levantó y distribuyó copias a las personas sentadas a la mesa.

– Henry, creo que lo encontrarás todo correcto -dijo Randall.

Pero Henry, que había permanecido callado durante la cena, se limitó a hojear el contrato y se puso lívido.

– ¿Henry? -exclamó Randall.

– Papá, ¿qué ocurre?

Sin mover la cabeza Henry miró a su hijo y le ordenó_

– Doug, necesito hablar contigo, fuera.

– Henry, ¿no puede esperar? -preguntó Randall contrariado, mientras los dos hombres se levantaban.

Henry rodeó la mesa, tocó a David en el hombro y con un gesto le indicó la puerta.

Mientras David se levantaba, Miles adoptó el tono de jefe que lo tiene todo controlado:

– David, sea cual sea el problema, confío en que lo resuelvas ahora mismo.

David asintió y siguió a Henry al comedor, donde los camareros retiraban los restos del banquete.

– David, he hablado con él, pero no se da cuenta de la gravedad de la situación -dijo Henry-. Tal vez a usted le haga caso.

Antes de que David pudiera contestar, Doug se le adelantó.

– No, no fue así. Te escuché y te dije que no era tan grave como él lo presentaba.

– Todavía no me has dicho hasta qué punto es grave -presionó Henry.

Doug se encogió de hombros.

– Hemos tenido algunos accidentes. Algunas mujeres se han marchado.

Henry sujetó a su hijo por el brazo.

– ¿Grave hasta qué punto? -preguntó.

– Bastante grave -admitió Doug. Era la viva imagen del hijo pillado en falta. Pero esta vez el chico tenía más de cuarenta años y había sido sorprendido con algo más que unos Playboys debajo del colchón.

El rostro de Henry se descompuso por la ira y el horror.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes?

– Ya lo hemos discutido mil veces, papá. Estaba avergonzado.

Se abrió la puerta del comedor y entró Miles.

– ¿Puedo ayudar en algo?

– Acabo de hacerle una pregunta a mi hijo y espero la respuesta.

Doug se apresuró a complacerle.

– Tú estabas tranquilo en casa, yo me hice cargo de todo y no quería que te preocuparas.

“Sabía que deseabas la venta y tenías derecho a disfrutar de tu jubilación, así que decidí ocultártelo. Si tú no lo sabías, también sería un secreto para Tartan, al menos durante unos meses.

– Volvamos al salón -sugirió Miles.

Henry tenía la mirada clavada en Doug.

– ¿tienes idea de lo que pasaría si esta noche se realiza la venta y mañana Tartan descubre lo que estaba ocurriendo? ¿Y nuestros accionistas?

David daba por supuesto que Randall Craig ya sabía algo de lo que ocurría en la fábrica y no le importaba. Y en cuanto a los accionistas…

– Contábamos con la operación. Con la entrada de capital podremos solucionar todos nuestros problemas -respondió Doug.

– Es cierto -dijo Miles-. No se preocupe, Henry. Con la firma de un contrato como éste todos tenemos los nervios a flor de piel. Y todos sabemos que Knight International es la niña de sus ojos. No son más que nervios.

Tiene razón, papá, hay que vender. ¡Todos hemos trabajado mucho en ello!

Henry miró inquisitivo a David, pero Knight no era su cliente.

Miles, al observar la indecisión de Henry, apoyó una mano en el hombro del anciano.

– Vamos, Henry, volvamos a la mesa. Cuando hayamos terminado con esto se sentirá mucho mejor.

Miles acompañó a Henry al salón, donde los burócratas chinos parecían despreocupados. Detalles de última hora y retrasos eran la norma. Miles, Doug y su padre ocuparon de nuevo sus asientos. David se quedó de pie para ver toda la mesa.

– ¿Todo bien? -pregunto Randall.

Henry asintió.

– Bien -continuó Randall-. Miles, todos conocemos las condiciones de venta, pero tal vez deberíamos repasarlas una vez más.

David vio que Miles sopesaba las posibilidades. Si había convencido a Henry tan fácilmente para que volviera a la mesa, tal vez firmaría enseguida. Pero le echó un vistazo y no le pareció tan seguro. Henry estaba hundido en un sillón, con la vista perdida en los papeles que tenía delante. David observó un asentimiento apenas perceptible cuando Miles se decidió.

– Las primeras tres páginas son formalidades generales, así que podemos pasar directamente a la página cuatro.

Henry alargó la mano, cogió los papeles y pasó a la página que Miles había dicho. Empezó la lectura. Algunos funcionarios consultaron la hora en los relojes. Esto no formaba parte de la tradición y era una grosería hacer pasar por eso a los invitados.

Al cabo de media hora llegaron a la página de la firma. Randall cogió la pluma y firmó el original. La señorita Quo lo recogió y lo dejó delante de Henry. Éste apoyó la pluma sobre el papel, pero la levantó al instante.

– Lo lamento, pero no puedo firmar.

– Vamos, Henry -dijo Randall con calma-. Fírmelo y todo habrá terminado.

Henry apartó el contrato.

– No.

Se oyeron murmullos mientras los chinos que entendían inglés traducían a los demás.

– Si se trata de una excusa de última hora para conseguir más dinero, se ha equivocado -dijo Randall.

Henry permaneció callado.

– Oiga, Henry -dijo Randall-. Todos sabemos que ama China y cree que sus costumbres son geniales, pero utilizar tácticas de dilación autóctonas es ir demasiado lejos.

Al oírlo, un par de representantes de ministerios chinos abandonaron la sala ofendidos. Sun y Amy Gao intercambiaron miradas.

– No se trata de eso, pero no estoy preparado para firmar ahora.

– ¡Papá!

– No puede echarse atrás, Henry -dijo Randall.

– Acabo de hacerlo.

– Doug, intenta hacer entrar en razón a tu padre -pidió Randall.

– Papá, firma y ya estará hecho.

Henry negó con la cabeza.

– Setecientos millones es mucho dinero -señaló Randall-. Puedo garantizar que mañana estarán aquí.

– Entonces veremos qué ocurre mañana -contestó Henry. Con cada palabra su decisión parecía más firme.

Randall se dirigió a su abogado principal.

– ¿Miles?


Miles suspiró y esbozó una mueca de desagrado. Levantó un dedo. Con lo que debía de ser una señal previamente pactada, los dos subalternos de Tartan se levantaron y empezaron a dar vueltas por el salón, murmurando entre los invitados que Tartan y Knight estaban encantados de su presencia y esperaban verlos de nuevo. El resto de los funcionarios entendieron la indirecta y se marcharon. Amy Gao taconeaba con energía detrás de Sun. Nixon Chen se detuvo un instante, admirando la mesa central como memorizando el espectáculo para futuras narraciones. Después hizo una reverencia formal, giró sobre los talones y salió de la habitación.

Uno de los hombres de Tartan se acercó a Hu-lan.

– Señorita Liu, usted también tiene que marcharse.

Hu-lan miró a David, que asintió.

– Me reuniré contigo abajo.

Tan pronto la puerta se cerró tras Hu-lan, Miles dijo:

– Lamento decir que preveía esta situación, así que tenemos preparadas algunas alternativas. Lo más fácil es seguir la sugerencia de mi socio. David piensa que todo puede solucionarse si firma una carta de indemnización.

Si Henry hubiera leído entre líneas la petición, habría entendido que Miles y Randall estaban al corriente de los problemas de la fábrica. Pero Henry no era abogado ni tenía uno que actuara en su nombre.

Sin embargo, en el caso de que Henry cayera en la cuenta, Miles prosiguió:

– Comprendemos que es un negocio familiar y que usted le tiene mucho apego. Una segunda alternativa sería comprarle sólo su parte de la empresa. Podría conservar el nombre de Knight International y nos quedaríamos con la fábrica y la línea de juguetes.

David lo entendió, pero de nuevo no había nadie que le dijera a Henry que al comprar sólo su parte Tartan sería absuelta de cualquier malversación anterior.

– Existe una tercera alternativa. Hacer una OPA hostil.

– No puede hacer eso. El cincuenta por ciento de las acciones de Knight son propiedad de mi hijo y mías.

Miles negó con la cabeza.

– Tan pronto se abra el mercado el lunes por la mañana a la hora de Nueva York, estamos dispuestos a ofrecer cuarenta dólares por acción que se haya vendido al precio ya inflado de veinte. Esto, junto al veintidós por ciento que su hijo ha aceptado vendernos, nos sitúa en posición de mayoría en cuarenta y ocho horas.

– ¿Doug?

– Firma, papá. Tal y como ha dicho, setecientos millones es mucho dinero.

Henry endureció la mirada y la dirigió a Randall.

– ¿’Cuándo lo hicieron?

– Ayer, durante el vuelo de Taiyuan a Pekín -contestó Miles por cuenta de su cliente- y esta tarde lo hemos ratificado.

– Hijos de puta -masculló Henry.

– No lo tome como algo personal. Son sólo negocios -dijo Randall con cordialidad para contrarrestar el tono brusco de Miles.

– Knight International ha sido mi vida. La vida de mi familia.

Randall se encogió de hombros.

– Tendría que haberlo pensado antes. Nuestra oferta sigue en pie. Estamos dispuestos a comprar, pero si no vende tendremos que ir por otro camino. usted decide.

Toda la atención se centró en Henry.

– Tengo que pensarlo -dijo éste-. Deme tiempo hasta que abra la bolsa.

– De acuerdo. Mañana salgo para Singapur. Mi les y Doug volverán a la fábrica y esperarán su decisión allí, pero no me interprete mal. No necesito su aprobación. Seguiremos adelante con o sin su conformidad. Puede llamarlo fusión, venta u OPA hostil, pero en cuarenta y ocho horas Tartan será propietaria de Knight.

Henry volvió a asentir y se puso en pie. Miró las caras de los presentes como si las viera por primera vez y a continuación miró a su hijo.

Doug, vámonos.

Su hijo no se movió y el anciano, aún más apesadumbrado, se dirigió hacia la puerta.

– Henry, lo mire por donde lo mire, usted se queda fuera -dijo Randall.

Estas palabras pararon en seco a Henry, que al punto enderezó la espalda y salió de la sala.

– Creo que ha funcionado -dijo Miles-. Seguro que mañana ha cambiado de idea.

– Doug, deberías ir con él y convencerle -añadió Randall-. Lo ocurrido en la fábrica no es asunto nuestro. Estamos dispuestos a solucionar los problemas. Si lo consigues, te prometo que nunca lo olvidaré.


Doug no contestó y se limitó a salir de la habitación para cumplir las órdenes.

– Doug es un buen soldado -comentó Randall-, lo bastante estúpido como para obedecer sin rechistar. Bueno, salgamos de aquí, estoy agotado.

Dejando a David de lado a propósito, Randall, Miles y el séquito de Tartan salieron juntos.

David se quedó sentado, sumido en sus pensamientos. Miles, Stout y Randall Craig lo habían preparado todo tal como había salido. Habían ido por lo menos un paso delante de él desde el principio. Y aún más importante, sólo confirmaba que los problemas de la fábrica no les importaban. Estaban al corriente -como Randall había dicho- y seguirían adelante como fuera. Para David la cuestión era qué ocurriría después. Por una parte la OPA hostil solucionaba algunos problemas, ya que no tendría que preocuparse por los documentos de la Comisión de Valores y Cambios y la Comisión Federal de Comercio. En cuanto a lo ocurrido en la fábrica, Henry Knight saldría del apuro y David quedaba fuera del conflicto con la conciencia limpia, aunque ligeramente empañada. Aún quedaban el soborno y las muertes de Miao-shan, Keith Baxter y Xiao Yan. Pero no era trabajo suyo probar la culpabilidad de Sun y no existía la menor prueba de asesinato, sólo la sospecha teórica. Si, efectivamente, habían sido asesinatos, quienquiera que los hubiera cometido podía salir airoso sin que él pudiera impedirlo.

Bajó y encontró a Hu-lan apoyada contra una columna de cara al bar. Ella le tomó la mano e hizo que se situara a sus espaldas. Con una inclinación de cabeza le indicó la penumbra del bar.

El alivio que había sentido minutos antes se evaporó al ver, sentados en una mesa arrimada a la pared, a Pearl Jenner y Guy In, que parecía tan desdichado como siempre, con un traje ancho que le colgaba de los escuálidos hombros. Charlaban con otro hombre.

– Mientras te esperaba he dado una vuelta -dijo Hu-lan-. Pensé en echar un vistazo a las bodas. Sólo por curiosidad, pero…

– Nos han seguido hasta Pekín -dijo David, manifestando lo que era obvio.

– Peor que eso. Están hablando con un periodista del Diario del Pueblo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Bi Peng ha escrito los peores artículos sobre mí y mi familia. Cuando él escribe, los demás lo siguen.

David gruñó.

– ¿Sabes de qué están hablando? -preguntó.

– No he entrado, si te refieres a eso.

– ¿Te han visto?

Hu-lan le dedicó una mirada que significaba “¿has olvidado cuál es mi trabajo, tonto?”.

Dentro del bar los tres se levantaron. Bi Peng dejó dinero sobre la mesa. Cuando se dio la vuelta, David y Hu-lan vieron su amplia sonrisa. Mientras el trío avanzaba, David y Hu-lan se ocultaron detrás de la columna. Cuando Pearl pasó por delante dijo:

– Nos alojamos en el Holiday Inn de Beilishi Lu. Si necesitas más información, llámame, estaré encantada de contestar a cualquier pregunta.


David y Hu-lan hablaron poco durante el camino de regreso al Hutong. Hu-lan estaba pálida por el agotamiento y David exhausto por el viaje, los acertijos desconcertantes y el nerviosismo de no saber lo que ocurriría con su vida. Al llegar a casa de Hu-lan lo repasaron todo. No había nada que añadir ni que cambiar. Entraron en el dormitorio, se desnudaron y se deslizaron bajo las sábanas.

Hu-lan abrazó a David mientras él le explicaba lo ocurrido después de que ella y los demás se marcharan. Sabía que algunas partes de la historia, por la forma en que ella había denunciado los actos delictivos de su padre, le serían especialmente dolorosas, pero no tenía sentido protegerla. Estaban juntos en el asunto y tal vez la experiencia de Hu-lan arrojaría un poco de luz a lo sucedido. Al llegar el momento en que Doug vendía a su padre, David notó que Hu-lan lo abrazaba con más fuerza y él, en respuesta, la rodeó con los brazos.

– ¿Por qué lo hizo? -preguntó ella-. ¿Qué conseguía?

– Dinero, supongo.

– ¿Pero hacerle eso a un padre? Es demasiado cruel. Tiene que haber algo más entre ellos que no sabemos, algo del pasado que hizo que Doug quisiera hundir a su padre.

– No lo creo. Son simples norteamericanos de Nueva Jersey. No hay nada siniestro en eso y Henry no me parece uno de esos padres que maltratan a sus hijos.

– ¿Qué crees que hará?

– ¿Respecto a la venta?

– Y con su hijo. Si éste quiere vender a toda costa, ¿lo dejará hacerlo?

– No lo sé.

– Vas a ser padre -dijo ella y David notaba su cuerpo pegado al suyo-. ¿Qué harías si tu hijo intentara arruinarte?

– Eso no pasará -dijo él aparentando seguridad.

– Pero si pasara, ¿qué harías?

La apartó para contemplar su rostro. En la penumbra de la habitación percibía que estaba tensa y angustiada. La acarició y besó.

– Nuestro hijo nunca hará nada que pueda perjudicarnos. Nos dará preocupaciones y nos volverá locos cuando sea adolescente, pero tendrá unos padres que lo quieren y eso nunca cambiará.

– Pero si está en al sangre…

– Incluso si por alguna extraña razón se convierte en un violador y asesino,, seguiré queriéndolos a él y a su madre.

Hu-lan apoyó la cabeza en su pecho y añadió.

– ¿Y quién dice que será niño?


El timbre de la entrada los despertó varias horas más tarde. Hu-lan se levantó y se puso la bata. David se enfundó los vaqueros y unas zapatillas de deporte. Juntos atravesaron los diversos patios, iluminados sólo por la linterna de Hu-lan, que levantó el pestillo de la puerta, abrió una rendija y vio al gobernador Sun de pie en el escalón. Hu-lan miró a ambos lados. El callejón estaba desierto, pero dentro de una hora sus vecinos empezarían a despertar con la luz del alba.

– Pase.

Sun cruzó el antiguo umbral imperial, vio a David con el pecho desnudo y dijo:

Lamento venir a estas horas, espero que me disculpen.

David estrechó la mano del gobernador y ambos siguieron a Hu-lan por los patios hasta el salón principal. Ella le indicó a Sun que tomara asiento y puso agua para el té. Sun observó a Hu-lan y después se inclinó hacia David y murmuró:

– Sería mejor que habláramos a solas. No estoy aquí como invitado, sino como cliente.


Ambos salieron a sentarse en dos taburetes de porcelana, lo bastante cerca de la casa para que les llegara luz por la ventana.

– ¿Ha leído lo que le envié? -preguntó Sun.

– Si -contestó David cauto, preparado para la confesión que no quería escuchar.

– Aparecen depósitos en las cuentas bancarias de varias empresas.

– Lo sé.

– Los documentos fueron enviados a mi despacho de Pekín con una nota recomendando que comprobara mis cuentas personales. Los números coinciden con mis cuentas personales. Creo que alguien intenta hacer creer que acepté dinero de Knight.

– ¿Me está diciendo que no lo hizo?

Sun suspiró.

– No son mis cuentas ni mis documentos. Y desde luego no es mi dinero.

– Es un poco tarde para una negativa tan tajante…

– ¡Tiene que creerme!

David lo miró. Cualquier pretexto por parecer un político honesto había desaparecido, pero podría haber sido una buena actuación.

– Si no son suyas, ¿de quién son?

– Lo que quiero decir es que los números coinciden, pero los extractos no son míos. Ése es el problema. Fui a mi banco local y me puse en contacto con mis bancos americanos. Mis cuentas muestras las cantidades correctas -desplegó varios papeles-. ¿Lo ve? Éstas son mis cuentas y los balances actualizados. Puede utilizarlos para demostrar mi inocencia.

Pero en vez de revisar los papeles, David consultó el reloj. Eran las tres y diez de la madrugada.

– Creí que teníamos una reunión a las diez. ¿No podría haber aplazado esta farsa hasta entonces?

– ¿Farsa? ¿A qué se refiere?

– ¿No me envió los informes para que cuando descubriera que había aceptado sobornos, y no sólo un poco de dinero, sino cientos de miles de dólares, no podría utilizarlo en su contra porque era cliente mío?

– ¿Eso cree?

– ¿No es la verdad?

– No. Eche un vistazo a esto. -Sun le tendió los papeles.

David los cogió de mala gana. A la luz de la ventana vio que los saldos de Sun eran modestos.

– Esto no me demuestra nada. Ha podido trasladar el dinero a…

– Soy un hombre honrado.

– ¿Nunca aceptó dinero de Knight International?

– Nunca.

– ¿Y cómo explica los documentos con membrete de Knight y una lista de empresas con sus números de cuenta? ¿Y cómo explica la existencia de otro juego de documentos con otros depósitos y su nombre codificado?

– Si fuera culpable, ¿acudiría a usted?

David no respondió.

– Cuando llegué aquí y abrí mi bufete -dijo-, me sorprendió al cantidad de impuestos que tuve que pagar como extranjero. ¿Me está diciendo que usted nunca recibió dinero de Henry desde que abrió la fábrica?

Sun le observó atónito.

– Nunca acepté dinero de Henry, excepto… -Una mirada angustiada cruzó su rostro y gimió angustiado-. Pero no era un soborno. Acepté dinero, sí, pero era una cantidad pagada directamente al contratista a través mío. Yo quería que Henry tuviera lo mejor, sin retrasos, y nada de material defectuoso. ¿Cómo iba Henry a encontrar una buena compañía constructora? Así que me entrevisté con gente y conseguí recomendaciones. Visité diversas obras, algunas en construcción, otras ya acabadas. Cuando encontré la adecuada, negocié el contrato y el dinero de Henry fue para el primer pago. Lo hice como amigo. No recibí nada, ni un solo de sus peniques americanos.

– ¿Puede demostrarlo?

– Construcciones Brillante está en Taiyuan, puede llamarlos cuando abran. Tienen los comprobantes. -Al ver el escepticismo de David, añadió-: Le estoy diciendo la verdad. ¿Por qué iba a mentirle?

– Para ocultar los otros pagos.

– ¡No es dinero mío!

Oyeron unos golpecitos en la ventana. Era Hu-lan con una bandeja y tazas, que salió, dispuso el servicio y se marchó.

– Quieren tenderme una trampa -dijo Sun.

– ¿Quién?

– Henry. Pero ¿por qué?

La conversación se había convertido en un círculo vicioso.

– Aceptemos por un momento que usted dice la verdad -sugirió David, cambiando de táctica-. ¿Qué sacarían de ello?

– No lo sé, pero Henry…

– Olvídese de Henry. Apunte más alto y más lejos. ¿Quién le haría esto y para qué?

– Para destruirme.

David meneó la cabeza.

– Eso no significa nada. Demasiado impreciso. ¿Para qué?

– No o sé.

Cuanto más negaba Sun las acusaciones, más convencido estaba David de su culpabilidad.

– Quiero que entienda que puede buscar otro abogado y…

– Quiero que sea usted.

No domino la legislación china. Esto es un problema interno y usted está en apuros serios.

– Soy consciente de ello. -Por primera vez una débil sonrisa asomó a sus labios-. Señor Stark, no me ha preguntado por qué he venido en medio de la noche. Estoy aquí para evitar que me detengan.

David lo miró perplejo.

– Alguien ha hablado con la prensa y mañana se publicará un artículo acerca de mí. Y de usted y Liu Hu-lan. No conozco los detalles, pero mis amigos dicen que es muy malicioso. -David se disponía a hablar, pero Sun lo cortó-. No quiero que me detengan en Pekín, ni en ninguna parte de China. Como debe de saber, aquí la justicia se mueve con rapidez.

David lo sabía. Un juicio con pocos testigos de la defensa, sentencia y castigo en una semana. Si Sun era declarado culpable de corrupción, sería ejecutado y su familia caería en desgracia.

– Si tienen que detenerme, preferiría…

– ¡No me lo diga! si me lo dice estaré obligado a comunicarlo a las autoridades, ya que ignoro si mis privilegios como ciudadano estadounidense serían respetados aquí.

– ¿Qué me dice de Liu Hu-lan? -preguntó Sun-. Ella trabaja para el Ministerio de Seguridad Pública.

– Usted es mi cliente. Lo que hemos hablado queda entre nosotros.

Sun contempló la oscuridad.

– Siempre he trabajado para prosperar y mejorar la vida de los ciudadanos chinos. Ahora me siento perdido. Tengo amigos en el gobierno que me protegen, pero a veces ni siquiera ellos tienen poder ante fuerzas exteriores. Les estoy muy agradecido.

“Pero hay otra clase de amigo, alguien muy querido, que te comprende, y por quien darías la vida. Creía que Henry era esa clase de amigo. Sé que usted es una persona hornada, conozco su reputación y lo que hizo por China. Lo que aparece en esos documentos son falsedades. No sé cómo puedo probarlo, pero confío en que acepte mi palabra. -Sun tomó un último sorbo de té y se levantó-. Tengo que marcharme antes de que amanezca.

David lo acompañó hasta la entrada, donde el gobernador montó en una bicicleta y empezó a pedalear. Cuando desapareció por la esquina del callejón, David cerró la puerta y volvió al último patio. Hu-lan estaba sentada en la mesilla redonda. La mano vendada reposaba con la palma hacia arriba. Nunca la había visto tan cansada. Por lo que sabía, las embarazadas necesitaban dormir mucho.

– Es inocente, ¿verdad? -preguntó ella.

– Mi lógica me dice que no, pero cuando habla quiero creerle.

– Es un político. Se supone que hay que creerle.

– También me ha dado esto.

David le tendió los documentos bancarios. No demostraban nada, pero tenía la obligación de entregar a las autoridades las pruebas que pudieran ayudar a su cliente.

Hu-lan vio que los nombres de los bancos coincidían con los del dangan y que eran documentos oficiales fechados el día anterior, pero no dijo nada. Cogió la tarjeta con el nombre de Sun correspondiente a la columna SOBORNOS ACEPTADOS Y CHINA, la rompió y tiró los trozos a la papelera.

– Necesito dormir -dijo.

Salió de la habitación y dejó a David preguntándose si ella creía de verdad que Sun era inocente.

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