Cuando Hu-lan volvió a casa, encontró a David sentado en la mesa de la cocina con varias tarjetas grandes colocadas en dos hileras. Mientras ella se acercaba, deslizó una de las tarjetas hasta la primera posición de la otra hilera. A continuación cambió otra desde la primera a la última posición. No levantó la vista, ni siquiera cuando ella empezó a masajearle el cuello.
He aprendido mucho de Miles -dijo él-. Pero nada bueno-
Hu-lan se sentó a su lado.
– Cuéntame.
Conforme avanzaba con la información le señalaba una tarjeta.
– Estoy así desde que he llegado, intentando aclarar la situación. Randall Craig dijo que conocía las condiciones en la fábrica; Henry Knight asegura que son pura invención; tú me dices que posiblemente ni siquiera sean punibles en China. Miles ha admitido implícitamente que sabía que las declaraciones de Knight eran falsas; Henry afirma que son ciertas. Cuando Miao-shan murió, tenía documentos que indicaban que Sun había aceptado sobornos; él me entregó algo que podría estar relacionado. Y no nos olvidemos de Pearl Jenner. También ella es una contradicción ambulante. Sabe algunas cosas pero no tiene ni idea de otras. Las piezas tienen que encajar, pero todavía no sé cómo.
– Tal vez deberías intentar un enfoque distinto.
Hu-lan recogió las tarjetas, escribió otras y las añadió. A continuación las distribuyó en dos columnas, dejando una zona central en blanco. Al a izquierda estaban los delitos, a la derecha los nombres de los sospechosos. Siguió escribiendo y después miró las dos columnas y colocó las nuevas tarjetas.
– Busco un emparejamiento, pero no creo que podamos separar delitos y delincuentes por jurisdicciones, creo que están relacionados.
Con las columnas completadas, Hu-lan estudió su trabajo:
Miao-shan (asesinato) China.
Keith Baxter (asesinato) EE.UU.
Xiao Yan (asesinato) China Aarón Rodgers.
Pago de sobornos China/EEUU Knight International.
Cobro de sobornos China Sun Gao.
Condiciones de trabajo ilegales en Knight-Knight.
Documentos falsificados para la Comisión de Comercio y la Comisión de Valores Tartan/Knight (Phillips, MacKenzie amp; Stout)
Hu-lan se dio cuenta de lo desesperado que estaba David por no haber tachado automáticamente el nombre de Sun Gao y por bajar la guardia lo suficiente para revelar que los documentos de Miao-shan y Sun eran parecidos.
– ¿Por qué estás tan segura de que fue Aarón Rodgers? Estaba muy afectado por la muerte de Xiao Yan.
– Es la última persona que la vio con vida y todas las demás estaban en la reunión contigo. También le anotaría el asesinato de Miao-shan. Mantenía relaciones con ella y tal vez la chica se volvió demasiado exigente. El hecho de que tuviera los documentos no significaba nada para él, lo cual explica que no se los llevara. -Señaló con el dedo la última tarjeta y preguntó-: ¿A qué crees que se refería Miles cuando mencionó a Keith? ¿Piensas que Keith descubrió lo que sabemos y se lo dijo a Miles?
– Miles quiso dar esa impresión, pero no estoy seguro.
– repíteme lo que dijo sobre ti y Keith.
– ¿Qué parte?
– Sobre la muerte de Keith.
– Miles dijo que salí a cenar y asesinaron a un tío delante de mis narices. Que murió en mis brazos en público.
– Y que la gente aceptaría que padeces estrés postraumático y te has inventado todo este lío.
– Quiso dar la impresión de que el bufete me había hecho un gran favor, readmitiendo a alguien con un desequilibrio mental por mera compasión.
– Pero en realidad te quería dentro, donde pudiera controlarte si decidías seguir con el asesinato de Keith en la oficina del fiscal.
– Eso creo.
– ¿Piensas que los demás saben lo que pretende Miles?
– Me parece inconcebible. Son buenas personas.
– Lo diré de otra forma: ¿cuánto dinero ganaría el bufete con el negocio?
– Alrededor de un millón, pero una gran parte va a gastos generales…
– Ya sé que no es mucho para un bufete. Lo que quiero saber es si Miles es el único implicado en el asesinato de Keith o si también lo están los demás.
David volvió a mirar la lista.
– No me parece una alternativa muy posible -respondió en voz baja-. ¿Lo dices en serio? -preguntó mirando a Hu-lan-. Trabajé en el bufete durante años -continuó al ver que ella no respondía-. Por el amor de Dios, tú y yo nos conocimos allí ¿Había algo que te hiciera pensar que estuvieran metidos en alguna actividad delictiva?
– Los tiempos cambian. Tal vez les cegó el dinero.
¡Estás hablando de asesinato! ¡No me imagino a Phil, a Ralph o a Marjorie matando a uno de sus socios!
– ¿Y a Miles?
– Es un imbécil, pero ¿un asesino? Vive en Brentwood, tiene dos hijos, es una persona respetable. -Al ver la mueca burlona de Hu-lan, tuvo que sonreír-. De acuerdo, encaja con la descripción de cualquier otro residente en Brentwood. En serio, Miles es una especie de oficinista, no le veo manchándose las manos de sangre.
– ¿Y todos los demás? -preguntó Hu-lan, señalando la tarjeta que correspondía a los documentos para la Comisión Federal de Comercio-. ¿Podrían estar implicados en el fraude?
Como David negó con la cabeza, ella cogió la tarjeta y tachó Phillips, MacKenzie amp; Sotut, y lo sustituyó por David, Miles y Keith.
– ¡Eso me hace sentir mejor! -exclamó él, y le colocó detrás de la oreja un mechón de pelo que le rozaba la mejilla-. No me h as dicho lo que has descubierto.
Hu-lan le resumió rápidamente sus actividades de la mañana y le mostró los registros de viajes.
– Como tú, estoy buscando contradicciones. Sun mantuvo contacto con estadounidenses y no se le castigó por ello durante la Revolución Cultural. Mejor dicho, recibió un castigo irrelevante: arrodillarse sobre cristales y un par de críticas públicas… Nada. Yo me esperaba diez años de trabajos forzados.
– Quizá tuvo suerte.
– En el expediente se afirma que no acepta sobornos, pero tenemos pruebas circunstanciales de lo contrario, por eso aparece su nombre en la lista -dijo señalando la tarjeta-. ¿Cambia acaso la personalidad básica de alguien?
– Todo el mundo afirma que Sun es un buen hombre. Su poder se basa en su honestidad.
– Poder es la palabra clave. El poder corrompe, y mi gobierno es intrínsecamente corrupto -admitió Hu-lan.
Lo has dicho tú, no yo. Pero sí, China tiene de vez en cuando pequeños problemas de corrupción.
– ¿Es lo que le ocurrió a Miles?
– Para él, poder y dinero son sinónimos.
– ¿Y Henry Knight y Randall Craig?
– Mi país fue construido por bandidos corporativos e industriales. Admiramos a quienes se han hecho a sí mismos.
Hu-lan guardó silencio.
– ¿Qué vas a hacer ahora? -preguntó al cabo.
– Ir a correr un rato, ducharme, ponerme un traje y asistir al banquete.
– ¿Y qué hay de Miles?
– ¿De Miles? Me dijo que podía irme, pero no o haré. -David vaciló y se repitió a sí mismo, con mayor convicción-: Iremos al banquete, sonreiremos, nos comportaremos con elegancia y confiaremos en que uno de los jugadores se delante. Cuando suceda, quiero verlo.
– Pues será mejor que repase mi vestuario. -Hu-lan se puso en pie y sonrió. Desde que habían revisado juntos los papeles de Miao-shan no se sentía tan cerca de él, ya que por fin se dirigía a ella como mujer amada y no como inspectora. Se pasó la mano por el vientre y dijo-: Espero encontrar algo que me entre.
Era un comentario privado, y cuando David le tomó la mano, la atrajo hacia él y la miró a los ojos, pensó que le contestaría de la misma forma. Pero él tenía otras cosas en la cabeza.
– ¿Me lo has dicho todo?
El muro profesional volvía a interponerse entre ellos.
– ¿Lo has hecho tú? -replicó con una mirada desafiante.
– Sí.
David omitió que Miles había dado a entender, más claramente de lo que Hu-lan suponía, que tenía algo que ver con la muerte de Keith. Pero él mismo se negaba a creerlo. Conocía a Miles, jugaban al tenis, eran socios. Que fuera un asesino le resultaba inconcebible. Pero si era así, tendría que llevarlo a su manera. No podía permitir que Miles se convirtiera en una víctima del sistema legal chino.
– Yo también te lo he contado todo.
Hu-lan se había guardado los nombres de los bancos de Sun en china y en el extranjero. La información no le servía de nada a David. En Estados Unidos era necesaria una orden judicial para tener acceso a ellas. Pero estaban en China y, además, David nunca utilizaría una orden judicial contra su propio cliente. Para Hu-lan, Sun no era más que un sospechoso. Si tenía que hacerlo, utilizaría cualquier medio para llevarlo ante la justicia, aunque supusiera traicionar la confianza de David, porque… porque era parte de su personalidad anteponer el deber a los asuntos del corazón, ya fuera en la granja Tierra Roja o en Pekín. No podía permitirse volver a olvidarlo.
El silencio volvió a caer sobre ellos hasta que David lo interrumpió.
– Estupendo, nada de secretos entre nosotros.
– Será mejor que vaya a cambiarme de ropa -dijo Hu-lan soltándose.
El hotel Beijing era el más antiguo de los grandes hoteles de la ciudad. Estaba situado al final de la calle Wangfujing en el cruce con Chang An, el paseo imperial de la Paz Eterna. El Beijing era como una venerable matrona que lo había visto todo. En la actualidad estaba formado por tres alas, cada una de ellas reflejo de una época. La más antigua se remontaba a los tiempos en que era el Hotel de Pekín, un establecimiento de propiedad francesa destinado a una clientela cosmopolita y decadente. El ala oeste se construyó durante los años cincuenta para las necesidades más austeras de los visitantes soviéticos. El ala más reciente, el Edificio de Invitados Distinguidos, intentaba cumplir los requisitos de los turistas más exigentes, tanto nacionales como extranjeros. Aunque no era tan solicitado por los estadounidenses como algunos de los hoteles modernos, su ubicación a poca distancia de la plaza de Tiananmen, de los grandiosos edificios gubernamentales y de la Ciudad Prohibida, lo convertían en el lugar ideal para reuniones de negocios y banquetes de funcionarios y dignatarios.
La cena estaba prevista para las seis. Aunque Tartan y Knight eran empresas norteamericanas prevalecía la costumbre china, ya que asistirían el gobernador Sun y otros cargos menores del ministerio. Eso suponía que empezaría a las seis y acabaría a las ocho en punto. Sin embargo, no era el único acontecimiento que tendría lugar esa tarden el Beijing, tal como descubrieron Hu-lan y David cuando el inspector Lo intentaba dejarlos en la puerta. Varias limusinas y coches de alquiler bloqueaban la entrada, de ellos descendían grupos de jóvenes, hombres trajeados y familias al completo. Mientras Lo avanzaba despacio en la fila, comentó que debían de ser invitados a banquetes de bodas. Su suposición se verificó cuando al llegar a la entrada vieron a un par de hombres con cámaras de vídeo grabando la llegada de los novios.
David y Hu-lan se abrieron paso entre los equipos que rodaban a cualquiera que entrara en el edificio. Ya en el interior, circularon por el animado vestíbulo hasta encontrar a la señorita Quo, que había sido invitada como parte del equipo permanente de la oficina en Pekín de Phillips, MacKenzie amp; Stout.
Quo había cambiado su estilo convencional, típico de empleada de un despacho, por un elegante vestido de noche negro comprado de contrabando. Pero fue ella quien alabó el atuendo de Hu-lan: un vestido veraniego de seda color ciruela. Encima llevaba una chaqueta de manga corta, hecha a mano con sutil hilo de arroz. Estas ropas, como tantas del vestuario de Hu-lan, habían salido del baúl de su madre y se remontaban a varias décadas atrás, a unos tiempos en que la riqueza en China significaba tiempo y lujo, refinamiento y elegancia, al margen de la temperatura.
David y las dos mujeres subieron la escalera que conducía a los salones del banquetes del primer piso. Knight había seguido la tradición china de reservar dos salones contiguos, uno para esperar y el otro para comer. Junto a la puerta, Henry discutía acaloradamente con su hijo. Cuando David y Hu-lan se acercaron, oyeron la respuesta de Doug.
– Papá, te lo he repetido cien veces -dijo con impaciencia-. Si quieres anular la venta, adelante. Haremos lo que haga falta y… -Al advertir su presencia cambió de tema-. David, me alegro de verlo. ¿Ha tenido buen viaje?
Henri observaba a su hijo y a David alternativamente. En el momento en que se disponía a hablar, Miles asomó la cabeza por la puerta.
– No sabía dónde os habíais metido -dijo-. Vaya, aquí tenemos a David y a Hu-lan. -Abrazó y besó a Hu-lan-. Hace mucho tiempo que no te veía y estás más hermosa que nunca. No me extraña que David pusiera el mundo del revés para reunirse contigo.
Entretanto, David vio que Doug tomaba a su padre por el brazo y le hacía entrar en el salón. Henry miró por encima del hombro a David con una extraña expresión. David volvió a dedicar su atención a Miles, que le estrechaba la mano, le sonreía afectuosamente y le decía en voz baja:
– Sabía que vendrías.
Entraron en la antesala, donde había treinta sillones tapizados en gruesa lana gris con fundas de encaje que rezumaban un suave olor a naftalina. De las paredes colgaban pinturas de paisajes, cada una mostrando una estación del año.
Si en Estado Unidos una celebración de este tipo estaba pensada para pasearse libremente, en China tenía normas estrictas. Los peces gordos se situaban en las paredes norte y sur, e intercambiaban fórmulas de cortesía establecidas de un extremo a otro de la sala. El resto de la gente estaba sentada por orden de rango e importancia.
Como si no hubiera pasado nada, Randall Craig se levantó de su asiento, saludó a David cordialmente, estrechó las manos de Hu-lan y Quo y empezó a presentarlos a las personas sentadas. El gobernador Sun, como funcionario de mayor rango, estaba en el sillón central contra la pared norte. A su izquierda estaba Henry Knight y a su derecha Amy Gao, su secretaria personal. A ambos lados se alineaban funcionarios de diversos organismos gubernamentales. Cuando terminaron las presentaciones, la señorita Gao ocupó un sillón alejado del centro y en una pared lateral, demostrando así su rango inferior.
En el centro de la pared oeste, Randall Craig se disponía a hacer las presentaciones entre David y Hu-lan y Nixon Chen, representante de una de las agencias estatales.
– Señor Craig, las presentaciones sobran -exclamó Nixon mientras se levantaba ágilmente y estrechaba la mano de David-. Somos viejos amigos. Conozco a Liu Hu-lan desde siempre y a David desde mi época norteamericana. -Se adelantó a la pregunta implícita de Randall y dijo-: Estudié en Estados Unidos, igual que Liu Hu-lan. Ella se quedó allí más tiempo que yo, pero coincidimos algunos años.
– Phillips, MacKenzie amp; Stout tenían un programa innovador -le explicó David a Randall-. Cuando Nixon, me refiero al presidente Nixon, abrió las puertas a China, el bufete empezó a contratar uno o dos estudiantes de derecho chinos en verano, como empleados o incluso como asociados. Como ves, el programa consiguió buenos resultados a largo plazo. Personas como este otro Nixon volvieron a China y han alcanzado posiciones importantes.
– Ya no -dijo Nixon con fingida indignación-. Ahora que has llegado tú, dejarás a los picapleitos chinos sin trabajo.
– Lo dudo.
– ¿De verdad? Mira lo que ha ocurrido con mi trabajo con Tartan. Usted no lo sabe, Craig, pero he trabajado mucho para su empresa. Hasta ahora Miles siempre me enviaba sus asuntos en China, pero se ha terminado. Ahora tiene una primera figura como Stark.
– No creas todo lo que dice -advirtió David a Randall-. Chen es uno de los abogados más cotizados de China. Tengo entendido que sus minutos igualan a las de los abogados neoyorquinos.
Nixon se palmeó su abultado vientre.
– Pekín es la tercera ciudad más cara del mundo. Tengo que ocuparme de mí y de cien empleados. ¡Queremos vivir a lo grande! Teniendo en cuenta eso, debería cobrar incluso más.
Randall Craig perdió interés en la charla y volvió a su sillón, directamente enfrente de Sun. La pared sur era el dominio del personal de Tarta,. Como Doug Knight se quedaría con Tartan después de la venta, también estaba en esa pared, sentado a la izquierda de Randall, que tenía a su derecha a Miles Stout. David captó su mirada. El socio indicó los dos sillones contiguos. Hu-lan y David atravesaron la sala y se sentaron. Se les había situado en una pared de la misma importancia que Sun y en el campo de Tartan.
Iba a ser una velada muy larga.
A las seis y media la fiesta se trasladó al otro salón. El gobernador Sun se acercó a David aminorando el paso para que se les adelantaran lo demás.
– ¿Ha tenido ocasión de ver los documentos que le envié? -le preguntó en voz baja.
– Sí -contestó David. Por mucho que intentara creer en la inocencia de su cliente, cada vez estaba más convencido de que era culpable.
– Tenemos que hablar.
– Ayer intenté verlo. Me dijeron que estaba ocupado.
Sun frunció el ceño, pero al instante se suavizó.
– Lamento la molestia. Mañana iré a su despacho a las diez. ¿Le parece bien? -Sun no esperaba contestación, así que levantó la voz y dijo-: David, esta noche disfrutará. La comida del restaurante del hotel es exquisita. -Y le cedió el paso mientras entraban en el comedor.
En el salón se habían dispuesto tres mesas, cada una con diez cubiertos. Las tarjetas indicaban el sitio de cada invitado con el fin de mantener el protocolo. David y Hu-lan fueron situados en la mesa de presidencia, junto al gobernador Sun, Randall Craig, Miles Stout, Doug y Henry Knight, uno de los subordinados de Randall y un viceministro de la COSCO, la principal empresa de transportes china. Nixon Chen también había conseguido sentarse allí.
Al contrario que en los restaurantes chinos de otras partes del mundo, donde la comida se dejaba en el centro de la mesa, los banquetes en China se servían bandeja tras bandeja en platos individuales. El primer plato ofrecía tres variedades frías: medusa troceada, pollo asado y lomo de cerdo agridulce. Como bebida se servía mao tai, un licor fuerte que muy pronto despertó la locuacidad en el salón.
Al cabo de pocos minutos David comprendió el motivo por el que habían sentado a Nixon Chen en la mesa. Era jovial e irreverente. Hacía los brindis. Bromeaba sobre su bufete (el mejor y más rentable de China), sobre el regreso de David (“¡Crees que bromeo cuando digo que me arruinarás el negocio! Todo el mundo quiere al nuevo abogado americano”, sobre el amor entre David y Hu-lan (“¡Un amor que ha superado dos continentes, dos décadas y un océano!”). entretenía a los comensales con sus recientes hazañas gastronómicas. Seguía frecuentando el Tierra Negra, donde otros antiguos asociados de Phillips, MacKenzie amp; Stout se reunían una vez a la semana para comer y hacer contactos comerciales, pero había encontrado un nuevo local que le gustaba mucho.
– Igual que el Tierra negra, el restaurante de comida occidental Jade Otoñal es de ambiente nostálgico. No estoy hablando de esos antros de Shanghai, con gángsters y hermosas fulanas. Éste es digno de la generación de mis padres, un homenaje a los años cincuenta y a las relaciones con los soviéticos. Nunca había probado platos como los que sirven allí. Si quieres algo sencillo, es ideal. Me entiendes, ¿no?
El mayor interés de Nixon era el gobernador Sun. Resultó que ya se conocían y bromearon sobre amigos mutuos y conocidos del mundo de los negocios. Pero el tema preferido de Nixon era él mismo.
– Todos los días, cuando voy al despacho, pienso en cómo puedo haber llegado tan alto. Recuerdo a diario la Revolución Cultural y mis años en la granja Tierra Roja con Liu Hu-lan. ¿Conoce el lugar, gobernador Sun? Está en su provincia natal, en Shanxi, no muy lejos de Taiyuan.
– Abogado Chen, muchas personas recuerdan la granja. Era un lugar modélico y llevé allí a muchos visitantes.
Nixon hizo una mueca y dijo:
– Nunca lo vimos, ¿verdad Hu-lan?
– Yo tampoco recuerdo haberlos visto, abogado Chen -contestó Sun.
– Es lógico. Usted era uno y nosotros mil. Además, estábamos demasiado ocupados trabajando la tierra bajo ese sol del demonio.
– Ese sol del demonio, como usted dice, es el mismo para todos -respondió Sun con amabilidad-. Y, por mucho que me guste Pekín, hace el mismo calor aquí que en el campo. Aunque aquí no se ve el azul del cielo, sólo humo, polvo de carbón y polvo de Mongolia. -Desvió la atención hacia Hu-lan y dijo-: ahora comprendo quién es usted, señorita Liu, ¿o debo llamarla inspectora Liu? Señores, nuestra bella compañera de mesa es la hija de un famoso ciudadano chino y ella misma una persona notable.
Doug hizo la pregunta que intrigaba a los estadounidenses.
– ¿qué es usted exactamente? ¿Agente de policía?
Nixon Chen estalló en una carcajada.
– ¿Agente de policía? Pertenece al Ministerio de Seguridad Pública. ¿Sabe lo qué es? -Doug no respondió a la pregunta y Nixon continuó-: ¡Mejor que lo sepa! Es como el FBI o el KGB. Liu Hu-lan es una de las mejores inspectoras. Pez pequeño o pez gordo, a ella le da lo mismo. Los pesca, los abre en canal y los pone en la olla. ¿Con Liu Hu-lan estás cocido!
Mientras Nixon hablaba, David observó las reacciones de los demás. Sun parecía indiferente, igual que Randall Craig. Henry miró a su hijo, que esquivaba su mirada. Le dio la impresión de que Doug intentaba llamar la atención de alguien de la mesa contigua, pero no pudo ver quién era. Miles estaba rojo, como siempre, pero su expresión era la misma que utilizaba en los tribunales: tranquila y despreocupada. Hu-lan parecía divertida.
– Les diré dónde lo aprendió -comentó Nixon, mientras servían un segundo plato de calamares salteados-. En la granja Tierra Roja. Allí había que ser implacable.
– Fue una época negra para todos -comentó Sun.
Hu-lan, que había leído el dangan de Sun, sabía que para él no había sido así.
– Usted sólo era un visitante, nosotros teníamos que vivir y trabajar allí y en lugares parecidos -dijo.
– O incluso peores, como los campos de trabajos forzados -añadió Sun.
– Cualquiera que lea un periódico o vea la televisión sabe que mi padre pasó una temporada en el campo de Reeducación Pitao, en la provincia de Sicuani. Para algunas personas, como mi padre y yo, las historias de buenas y malas acciones, de sacrificios y castigos, son del dominio público. Para otros… -Hu-lan dejó la frase en el aire, esperando que Sun aceptara el reto.
Sin embargo, Sun era un político. En su carrera, el éxito iba unido a la habilidad para esquivar cuestiones espinosas.
– Los medios de comunicación son un juego ineludible, inspectora. Creo que muchos de sus problemas se deben a la inexperiencia. Los deja que digan lo que quieran. Nunca se defiende. No responde con una sonrisa. No trabaja entre bastidores para ganarse amigos. Y en lugar de controlar lo que dicen, reacciona contra ellos.
– Ése es el enfoque occidental. ¡Usted ha visto muchas películas americanas! -contestó Hu-lan.
– Tiene razón. ¿Sabe cuándo vi esas películas? Al final del a guerra con Japón. Las tenían para los soldados americanos que nos ayudaron. ¿Lo recuerda, Henry?
Henry se limitó a asentir con la cabeza.
– Después vi otras, y recuerdo la forma en que los personajes se mantenían firmes en sus convicciones. Un rasgo muy americano, ¿no le parece? No tener miedo a decir lo que uno piensa, creen en el derecho a madurar, a cambiar y a ser libre.
– Son palabras como ésas las que le hicieron popular en China -dijo Nixon.
– Son palabras que todos quisiéramos seguir -aclaró Sun.
– Por eso usted está en el centro del poder.
Sun inclinó la cabeza, aceptando modestamente el cumplido.
– Peor esto no es Estados Unidos. Hoy puedo decir muchas cosas, pero mañana quién sabe -señaló.
– Tal vez el mañana nos traiga mayor libertad. No se puede parar el reloj de la historia -dijo Nixon.
– Yo sólo quiero que mi provincia prospere y mejorar la calidad de vida de mi gente.
Era pura demagogia y Randall Craig, igual que otros comensales, se apuntó.
– Personas como usted convertirán a China en una gran potencia.
– Señor Craig, son las personas como usted quienes lo harán posible.
Hu-lan miró a David. ¿Era el primer paso de una nueva relación basada en dinero ilegal que cambiaba de manos? David miró a Miles, pero su socio sonreía y encarnaba el papel del gran mecenas. Entonces miró a Henry. Ese hombre, que solía ser tan alegre, parecía cada vez más deprimido.