20

El lunes amaneció pesado y caluroso. Hu-lan se vistió con un amplio y ligero traje verde pálido. Como se disponía a ir al ministerio, se llevó el arma debajo de la chaqueta. Aún se encontraba cansada y realizó las actividades matinales con calma. A las siete y media salió de casa, subió al Mercedes negro que conducía Lo y durmió durante el trayecto hasta el cuartel general. Mientras caminaba por el vestíbulo y subía hasta el despacho, la temperatura era insoportable. Las paredes sucias y la falta de luz hacían el calor aún más sofocante.

Fue directamente al despacho de Zai. El viceministro ya estaba en su mesa y Hu-lan pensó que tal vez había pasado allí todo el fin de semana. Las chicas con el té aún no habían entrado, así que Zai se lo sirvió él mismo de un termo. Hu-lan tomó un sobro, el calor recorrió su cuerpo y le provocó un tenue sudor en el rostro. Era una de las propiedades del té. El sudor era la forma natural de refrescar el cuerpo. Pero hoy, en vez de aliviar, el té añadía malestar.

– Tío ¿recuerda el expediente del que hablamos ayer? -dijo Hu-lan.

Zai asintió.

– Quisiera verlo de nuevo.

Estaban donde cualquiera podía oírlos. Aunque sus palabras eran ambiguas sobre el expediente al que se refería, había roto el protocolo con el que ella y su mentor solían comunicarse. Zai no cuestionó sus motivos ni sugirió salir. Sin o le importaba el lapsus, significaba que necesitaba con urgencia el dangan de Sun. El hombre salió y volvió al cabo de unos minutos. Igual que el día anterior, dejó el expediente delante de ella, pero en vez de apartarse observó cómo Hu-lan lo abría y leía.


De vez en cuando cogía un trozo de papel y lo estudiaba a la luz brumosa de la ventana, o comparaba dos documentos. No hizo ningún comentario y Zai no preguntó nada. Al cabo de un rato Zai volvió a su trabajo y ambos se dedicaron a lo suyo en silencio.

A las nueve en punto llegó el equipo de apoyo de Zai. Entró una muchacha bonita con té recién hecho y después de una reverencia volvió a salir. Al cabo de pocos minutos otra chica le llevó el periódico. Zai notó el cambio de actitud de la joven en cuanto vio a Hu-lan. Era verdad que Hu-lan nunca había sido considerada una empleada más. Era distinta por educación, posición económica y política, y el hecho de que la tuvieran por una intrusa, pensó Zai, la hacía ser tan buena en su trabajo. Pero esa mañana el comportamiento de la muchacha era distinto. Cuando la chica salió y Zai cogió el Diario del Pueblo, lo entendió todo.

– Inspectora Liu -dijo con formalidad, sabiendo que dadas las circunstancias alguien estaría escuchando-. ¿Ha visto el periódico?

– No. Intento no leer nuestros períodos. Sé por propia experiencia que no siempre dicen la verdad.

Zai contempló a su protegida. Hablaba con él, pero sus palabras iban dirigidas a los demás… por si estaban escuchando. Se dio cuenta de que había ido allí por dos motivos. Primero, porque tenía una razón legítima para consultar el expediente de Sun. Segundo, porque sospechaba que algo iba a ocurrir y quería dejar su posición clara para quienes escucharan su conversación.

Él le tendió el periódico y la observó mientras ella miraba las cuatro fotografías que ocupaban la primera página. La primera había sido tomada la noche anterior y mostraba al gobernador Sun, a Henry Knight y Randall Craig. La segunda era de la fábrica Knight. En la tercera aparecía una mujer de rasgos chinos, aunque por su atuendo, peinado y aspecto sofisticado parecía forastera. Zai había leído en el artículo que Pearl Jenner trabajaba para un periódico norteamericano y era considerada una verdadera amiga de China, que había vuelto a la madre patria para ayudar a sus compatriotas a liberarse de la corrupción. La última era la misma foto de Hu-lan y David bailando en la discoteca Rumours que todos los periódicos del país habían publicado, cuando la oleada propagandística se había vuelto contra ella. Rumours estaba en el hotel Palace y tenía fama de ser propiedad de generales del Ejército Popular.

Pocas personas sabían que el último gran caso de Hu-lan consistía en descubrir una trama de contrabando de componentes nucleares. Los contrabandistas eran algunos de los generales propietarios de Rumours, hombres que, con excepción de un par de cabezas de turco, se habían librado de ser procesados. Pero habían perdido mucho dinero y no olvidaban fácilmente.

Hu-lan cogió el periódico. Al contrario de quienes sólo escuchaban, Zai también veía la reacción de Hu-lan mientras leía el artículo. La vio fruncir el ceño al leer las acusaciones; Knight International perjudicaba los intereses de los ciudadanos chinos. Otra firma norteamericana, Tartan, estaba dispuesta a comprar Knight para continuar sus actividades. La operación estaba encabezada por el gobernador Sun Gao, de quien se sabía que había aceptado sobornos. ¿Las pruebas? El periódico publicaba una copia de una de las páginas de cifras que Guy In había intentado mostrarles en el bar del Shanxi Grand Hotel. Era una página de los documentos que Miao-shan y el periodista, Bi Peng, había descifrado el código: SUN GAO. Se daba por hecho que pronto sería detenido. El representante de Sun era el abogado norteamericano David Stark, lo cual indicaba la corrupción del gobernador.

Hu-lan hizo una mueca de dolor, y Zai supo que había llegado al apartado donde Pearl Jenner decía que “la inspectora Liu Hu-lan y cierta Quo Xue-sheng son quienes presentaron el señor Stark al gobernador Sun. Es evidente que las dos damas, ambas Princesas Rojas, habrán sacado algún provecho de su asociación con Sun y Stark. Tampoco es de extrañar que la inspectora Liu intentara ocultar las pruebas de las fechorías de Sun y del encubrimiento de Stark”.

Hu-lan dejo el periódico sobre la mesa. El gobierno controlaba el periódico y se artículo jamás se habría publicado si ella no tuviera enemigos poderosos, pero también era verdad que Bi Peng iba por ella. Esta vez el periodista se había superado a sí mismo. Por la noche, la noticia aparecería en televisión. Y mañana lo sabría todo el país. Tardaría dos o tres días en llegar al interior, pero esas mentiras poco a poco serían de dominio público.

Por otra parte, tenía también amigos poderosos. Y fue a esas personas ocultas a quienes se dirigió en ese momento.

– El señor Stark es inocente de estas acusaciones y yo también. La señorita Quo es miembro de una de las Cien Familias. Insinuar que haría algo así por dinero es absurdo, cuando ella sola podría comprar Knight International. -Zai no dijo nada-.

En cierta forma me preocupan más las mentiras sobre el gobernador Sun. Como usted sabe, viceministro, he sido muy minuciosa con él. Investigo los hechos y mi misión es descubrir actividades delictivas. Creo haber hecho un buen trabajo todos estos años. Al ver su expediente y después de hablar con él, no he encontrado nada que indique que recibiera sobornos. Tengo la impresión de que nos están manipulando para que le creamos culpable.

– Aún así, si ha huido tenemos que detenerle.

– Por supuesto. ¿Ya ha firmado la autorización, tal como dice el periódico?

– Lo haré ahora mismo.

– Bien. Cuando lo encontremos, estoy segura de que podrá aclararlo todo.

Por primera vez desde que había entrado en el despacho, Zai percibió debilidad en su voz. Pero ¿lo notarían los demás que no la conocían tan bien como él?

Hu-lan se puso en pie.

– Gracias por haberme dedicado su tiempo. Le mantendré informado de mis actividades.

Zai la acompañó, pasaron por delante de corrillos de funcionarios, bajaron la escalera y llegaron al aparcamiento. Se quedaron en el centro del patio, con la esperanza de que nadie pudiera oírlos.

– ¿Estás segura de lo que has dicho, Hu-lan?

– Estoy segura de que David, Quo y yo somos inocentes. Creo que al gobernador Sun le han tendido una trampa. Quién y por qué, lo ignoro.

– Tal vez sea un asunto político. Quizá quieren degradarlo porque es demasiado popular, como han hecho contigo.

– Quizá.

– ¿Qué sucede?

– Alguien ha falsificado su dangan.

– ¡No puede ser!

– En algunos trozos el papel no coincide. En otros aparece la misma persona haciendo el informe y la caligrafía es ligeramente distinta. Sólo puedo fiarme de mis ojos, pero un laboratorio podría verificar mi impresión.

– ¿Han incluido información perjudicial?

– Al contrario, parece un expediente para Mao o para Chu. Es perfecto. Donde uno esperaría encontrar críticas sólo hay alabanzas. N o tuvo problemas durante la Revolución cultural, sin embargo sé que las personas de Taiyuan fueron muy violentas y crueles.

– ¿Qué sentido tendría modificar su expediente si piensan acusarlo de corrupción?

– ésa es exactamente la pregunta que me hago.

Zai la observó. Admiraba su valentía, pero le preocupaba que le causara problemas.

– ¿Todavía piensas que esto tiene que ver con la muerte de la hija de tu amiga?

– Sí, y o que Bi Peng escribió sobre la fábrica es cierto. Todo está relacionado.

Zai gruñó. No era lo que quería oír.

– Deberías marcharte de la ciudad -dijo al fin.

– Volveré a Da Shui, creo que allí está la respuesta.

– ¡no! Estaba pensando en que fuera a Beidaihe y te quedaras con tu madre. Eso podría recordarle a la gente quién eres. -Reflexionó unos instantes y luego dijo-: Mejor aún, márchate a Los Ángeles. Si te quedas aquí, no sé qué podría ocurrirte. Nuestra policía anticorrupción es ahora muy poderosa. Si piden tu detención no podré hacer nada. Lo mejor es que te bajas. ¿Tienes el visado en regla?

– Claro, siempre.

Su condición de Princesa Roja le permitía estar en situación de viajar en cualquier momento. Tampoco hacía falta decir que disponía de mucho dinero en efectivo, tanto chino como estadounidense, escondido en su casa.

– Vuelve con David a Estados Unidos y llévate a Lo. Él sabrá siempre cómo ponerse en contacto conmigo. Yo me ocuparé de tu madre y haré que se reúna contigo lo antes posible. -Le puso una mano en el hombro-. No deberías haber venido. Ni en 1985 ni ahora. Ha llegado la hora de que te des cuenta de que tu vida está en otra parte. -La soltó, miró alrededor e hizo una señal a Lo para que acercara el coche.

Contempló al Mercedes salir del recinto y luego volvió a su despacho donde, tan pronto hiciera las llamadas precisas para pedir la busca y captura de Sun y Quo, tendría que decidir cuánto tiempo podía esperar hasta ordenar la detención de Hu-lan y David.


Cuando Hu-lan, acalorada y exhausta, entró en la recepción de la oficina de David, encontró a Quo llorando.

Hu-lan abrazó a la joven, la consoló y la hizo pasar al despacho. David estaba sentado en el borde de la mesa mirando la televisión. Pearl Jenner, con un traje azul pastel, aparecía en pantalla con una expresión que combinaba indignación y complacencia. Disfrutaba de su recién ganada celebridad. Hablaba en inglés mientras una mujer traducía al chino.

– Pearl ha estado muy ocupada esta mañana -comentó David-. ¿Cuánto tardarán en venirnos a buscar para interrogarnos?

Había utilizado palabras suaves para lo que en Pekín podía ser un infierno, pero Hu-lan comprendió por su mirada que no se tomaba el asunto a la ligera. Antes de contestar tenía que saber en qué punto estaban. Quo seguía sollozando mientras David le explicaba los hechos. Había llegado al despacho y encontró a Quo llorando y leyendo el Diario del Pueblo. Al encender el televisor obtuvo más información. Los periodistas y la policía local había ido a la casa del gobernador Sun en Taiyuan y al apartamento de Pekín, pero no estaba en ninguno de los dos sitios. En el lapso de tiempo entre la salida de Hu-lan del ministerio y su llegada al despacho de David, el viceministro Zai había enviado a un portavoz para que anunciara que el gobernador Sun estaba en búsqueda y captura. Intentaría huir del país o tal vez ocultarse en el interior. Los ciudadanos estaban obligados a informar de la presencia de cualquier forastero a su Comité de Vecinos o a la policía local.

A continuación emitieron reportajes que mostraban a Sun en banquetes, cortando cintas en ferias comerciales y visitando campos cultivados seguido de campesinos. La voz del locutor informaba de sobornos y corrupción.

– Todo parecía de lo más inofensivo -dijo David-, pero entonces cambiaron las imágenes. De repente apareció Sun brindando con un hombre de aspecto occidental, posando junto a Henry delante de la fábrica Knight, y avanzando entre la multitud, estrechando manos como si fuera un candidato abriéndose paso hacia la Casa Blanca.

Al contrario que en Occidente, donde los periodistas tenían que utilizar la palabra “presunto” en relación con los delitos no probados, los reporteros chinos presentaban a Sun como enemigo del pueblo, un hombre que quería vender el país al postor más ruin y corrupto del planeta: Estados Unidos. Randall Craig de Tartan Enterprises y sus colaboradores habían salido del país (no se mencionó que habían ido a Singapur, un viaje que tenían previsto con antelación).

El gobierno prometía una inspección en las fábricas del coloso de Shenzhen.

David hizo una pausa cuando apareció en la pantalla una fotografía del visado de Henry Knight. Mientras el presentador hablaba, Hu-lan traducía:

– Acogimos a este hombre con los brazos abiertos, pero en cuanto llegó al país sobornó al gobernador Sun Gao y a otras personas. El gobierno sugiere que sea expulsado de inmediato. La embajada norteamericana no ha realizado ninguna declaración oficial referente a Knight y Tartan. Estados Unidos es una nación poderosa, pero la nuestra también lo es y no permitirá elementos indeseables en su territorio.

Pero la historia no terminaba allí. Quo Xue-sheng, ayudante, traductora y secretaria de David, aparecía con un vestido de noche ceñido bajando de una limusina.

– ¿La señorita Quo, hija de Quo Jing-sheng, es una víctima de las influencias extranjeras o una de las conspiradoras? No hemos podido obtener declaraciones de su padre, un destacado miembro del gobierno, ya que se encuentra de viaje por Estados Unidos.

En pocas palabras, los medios se reservaban su opinión sobre la señorita Quo. Tendrían que esperar un día, un mes, incluso un año antes de que el gobierno tomara una decisión sobre ella y su padre. Pero no era un consuelo para ella, que seguía llorando.

Tampoco faltaron las fotos tomadas varios meses atrás de David y Hu-lan bailando en el hotel Palace. Resultó más sorprendente una imagen de la noche anterior de Hu-lan y David bajando del Mercedes, delante del hotel Beijing. Uno de los cámaras que estaba allí grabando la llegada de los invitados a algún banquete de bodas, seguramente había abierto el periódico matutino y recordado a la pareja de distinta raza de la noche anterior. Lo más probable es que se apresurara a encontrarlos en la cinta y acudir a los estudios de la televisión esperando alguna retribución. Sin embargo, el locutor dio al vídeo una interpretación más siniestra e informó que sus cámaras habían descubierto a Hu-lan y David mientras acudían a una reunión clandestina con Henry Knight y el gobernador Sun.

Hu-lan supuso que el puñado de personas que habían asistido al banquete confiaban en que las cámaras no hubieran registrado su presencia, que el resto de las imágenes no salieran a la luz y que sus nombres no se vieran mezclados en aquel embrollo.


De nuevo salió a la superficie lo bueno y lo malo de la familia de Hu-lan. Los reporteros insinuaban que ella había sido tentada por Occidente, por David y por el gobernador Sun, que era de la misma generación que su padre. La conclusión lógica era que si Sun y el padre de Hu-lan eran amigos, ambos debían ser igualmente malvados. Si eran corruptos, Hu-lan también tenía que serlo. No se trataba de qué era lo falso, sino de qué parte si es que había alguna, era verdad.

– ¿De dónde habrán sacado eso? -dijo David cuando Hu-lan acabó de traducir.

– No podrían emitirlo sin autorización de las altas esferas.

– Pero no entiendo por qué tanto antiamericanismo.

Hu-lan miró a David sorprendida. ¿Qué pensaba que era aquel país?

David intentó aclarar a qué se refería.

– Tenía entendido que se aceptaba cualquier cosa por el bien del país, que había que mantener las relaciones comerciales con países extranjeros a cualquier precio.

A Hu-lan el cansancio le estaba agotando la paciencia.

– Con China y Estados unidos siempre es la misma historia. Tan pronto son amigos como enemigos. Tiene poco que ver con nosotros o incluso con la realidad.

David recordó la alharaca anual de su país sobre si conceder o no a China el status de país favorecido y los continuos conflictos sobre los derechos humanos, al mismo tiempo que invertían miles de millones de dólares. Estos pensamientos le recordaron la conversación con Pesar Jenner en el bar de Shanxi Grand Hotel. El trabajo del que ella había hablado -la fabricación de juguetes, de chips de ordenadores, de ropa-, todo seguía igual, aunque los políticos americanos se rasgaran las vestiduras por las tácticas comerciales chinas, la venta de tecnología nuclear a países no alineados y los intentos por influir en las elecciones estadounidenses. Formaba parte de la mentalidad norteamericana no ver los grises en el gran cuadro.

– Somos tan cerrados -dijo Hu-lan, como si le leyera el pensamiento, aunque ella hablaba de su propio pueblo-. Los chinos fueron los primeros exploradores. Dicen que fuimos los primeros en llegar a América. Teníamos flotas que cruzaban el Pacífico, explorábamos, comerciábamos, pero luego que observábamos, volvíamos a casa, cerrábamos la puerta y construíamos una muralla aún más alta. Cuando escucho a los locutores de las noticias… -Sacudió la cabeza disgustada-.

“Hablan con rostro sonriente y nos explican una historia como si fuera verdad, pero mañana pueden vender otra versión totalmente distinta. Un día se nos prohíbe utilizar Internet y al siguiente se nos recomienda que lo hagamos. ¿Y después? ¿Quién sabe? Tal vez vuelvan a prohibirlo. Ayer se firmaba una cuerdo comercial con una empresa norteamericana y esos mismos periodistas lo tratan como si fuera un gran regalo para China. Hoy, los mismos negocios son sucios. Mañana es posible que veamos que el acuerdo de Tartan y Knight sigue adelante. Si es así, esas personas nos explicarán que la fábrica traerá prosperidad a las zonas rurales. Hace tres meses eras nuestro nuevo aliado, nuestro héroe; hoy vuelves a ser un extranjero bajo sospecha.

– ¿Cómo lo soportas?

– ¿Y tú? No es muy distinto en Estados Unidos. Aquí nuestra “verdad” suele ser propaganda política, allí la propaganda se disfraza de “verdad”.

En la pantalla reapareció Pearl Jenner.

– Soy norteamericana de nacimiento, pero creí que era mi deber como persona de sangre china dar un paso adelante. En Estados Unidos la libertad de prensa es un derecho constitucional. Tenemos el deber de denunciar los delitos. Haber podido ayudar a la tierra natal de mis antepasados…

Hu-lan se estremeció. ¿Qué hacían allí sentados, viendo al televisión y charlando sobre las relaciones entre chinas y estadounidenses? Iban a detenerla de un momento de otro. David podría llevarla a la embajada norteamericana. Rob Butler tal vez pudiera conseguirle asilo político, pero parecía un sueño imposible. Si venían por ella, también detendrían a David. Entretanto, Sun sería juzgado y ejecutado. Quo, inocente de todos los cargos, también sería procesada. Henry Knight y Tartan solucionarían sus problemas y al día siguiente los periódicos chinos y americanos hablarían de la compra, del dinero que había cambiado de manos y de la ventajosa operación. A pesar de todo, ni ella ni David deberían seguir perdiendo el tiempo, tenían que moverse. Pero no era fácil salir de Pekín si el gobierno los estaba buscando. Más de medio millón de ciudadanos se ocupaban de vigilar. Los cruces con semáforos disponían de cámaras para rastrear los coches en la ciudad. Siempre había formas de esquivar los dispositivos, y ella y David ya habían salido una vez de Pekín a escondidas. Pero ahora sería más complicado.

Mientras Hu-lan pensaba en todo eso, Quo seguía sollozando.


Hu-lan se acercó y le acarició la mano. David también había estado reflexionando y de repente se incorporó del borde de la mesa.

– Tengo que hablar con Miles. Este asunto se nos ha ido de las manos.

Hu-lan vio que marcaba el número y pedía comunicación con Miles Stout. Quo se había calmado un poco y le dijo a Hu-lan.

– Esta mañana he llamado a mi padre a California para decirle que no volviera. Allí tiene dinero y estará bien. Pero ¿y mi madre y yo? He traído la desgracia a mi familia. Mi padre se quedará abandonado en tierra extraña. Yo iré a la cárcel. Mamá morirá sola. -De pronto se le ocurrió una idea y se puso de pie-. Tengo que huir, tal vez pueda salir del país. Los disidentes lo hacen, tal vez yo también pueda. Dispongo de dinero, y si pago un poco aquí y otro poco allí… mañana podría estar en Vancouver. ¡No quiero morir! -exclamó presa del pánico.

Hu-lan la compadeció. Se había criado en un hogar privilegiado y no sabía lo que eran el hambre ni las penurias. Era demasiado joven para haber vivido la Revolución Cultural. Estaba acostumbrada a las fiestas, al champán, a los locales de karaoke y a las discotecas, a vestir ropa de marca y a viajar por el mundo. Pero en una hora su vida se había derrumbado de una forma que no habría imaginado ni en su peor pesadilla.

– ¿Hiciste algo malo? -le preguntó Hu-lan.

– Ellos dicen que sí.

– ¿Crees que hiciste algo malo?

Quo negó con la cabeza.

– Entonces no debes tener miedo.

Hu-lan oyó a David elevar el tono de voz:

– Miles, no puedes hacerlo, necesitas el voto de todos los socios.

Quo llamó su atención:

– Le estoy preguntando por qué dice eso. ¿No sabe lo que le harán a usted?

– Sí, pero yo tampoco hice nada malo.

– No pensará quedarse aquí, ¿verdad? -dijo Quo atónita.

Hu-lan miró de nuevo a David, que sostenía el auricular con tal fuera que tenía los nudillos blancos.

– ¿Circunstancias especiales? ¿De qué estás hablando? Cuando le explique a los socios lo que ha estado sucediendo…

David hablaba como si fuera a marcharse de China, pero no podían ir a ninguna parte que no fuera la cárcel.


cuanto más escuchaba la conversación de David y más hablaba con Quo, más quería largarse a casa y esperar. Estaba cansada de huir, le dolía el brazo, le ardía el cuerpo y lo único que deseaba era tenderse en una cama fresca y dormir. Notó la mirada angustiada de David y pensó que comprendía lo que ella pensaba, pero lo que dijo indicaba lo contrario: colgó el auricular y sin ninguna explicación empezó a dar órdenes.

– ¡en marcha! ¡Nos vamos a la embajada de Estados Unidos! -al ver que ni Hu-lan ni Quo se movían grito-: ¡ahora mismo!

Quo se levantó de un salto y Hu-lan se incorporó poco a poco, mientras David metía un par de cosas en el maletín. Quo corrió a coger su bolso y… -¿qué diablos buscaba? ¿La sombrilla? Alguien llamó a la puerta y se quedaron inmóviles, como imágenes congeladas. Hu-lan pensó que era una de las cosas más divertidas que había visto, pero la mirada de terror de Quo le ahogó la risa en la garganta.

– ¿Por qué no me habló de Sun y el soborno? -preguntó Henry Knight cuando abrió la puerta de golpe… ¿Sabía desde el principio lo que se estaba tramando? ¿Sabía que iban a detenerlo?

David, con el maletín en la mano y dispuesto a salir, preguntó:

– ¿Ya lo han detenido?

– ¿Cómo voy a saberlo? -contestó Henry y se dejó caer en una silla.

David se limitó a mirarle.

Henry contempló la escena: Quo con su vestido Chanel rosa, los ojos enrojecidos, con el bolso al hombro y una sombrilla en la mano. David despeinado, nervioso y con el maletín en una mano y el ordenador portátil en al otra. Hu-lan con aspecto exhausto aunque fueran las diez y media de la mañana.

– ¿Qué está pasando? -preguntó Henry.

– Por si no lo sabe, Sun no es el único que tiene problemas. Me han mencionado. Y también a Quo y a Liu.

– ¡Eso ya lo sé! Pero no pensarán huir como conejos, ¿verdad?

– Es exactamente lo que vamos a hacer.

– Se debe usted a su cliente.

David no disponía de tiempo para discutirlo. Miró a las dos mujeres.

– Vamos.

Se dirigieron hacia la puerta, pero Henry se interpuso.

– Si está detenido, será ejecutado y su muerte pesará en su conciencia.

– Si está detenido y voy a la celda a ayudarlo, lo más probable es que me quede allí. Si tengo suerte, se limitarán a expulsarme. Si no…

Henry sujetó a David por la camisa. Era un hombre pequeño pero enjuto y fuerte.

– Tiene usted un deber, muchacho, ese hombre es inocente.

– ¿Igual que es usted inocente de las prácticas ilegales de su fábrica? ¿Inocente de sobornar a Sun?

Henry lo soltó.

– ¿Se da cuenta de que en estos momentos mi hijo está vendiendo mi empresa a traición? Ese buitre de Randall Craig y su socio Miles Stout intentan arrancarme la vida, pero no pienso permitirlo. Emplearé hasta el último céntimo para evitar que se queden con Knight. Lo que ocurrió allí, si es cierto, es terrible. Pero yo también tengo dinero y gente en Nueva York dispuesta a comprar las acciones. Si Tartan quiere guerra, la tendrá. Le aseguro que lo que pasa en la fábrica ha terminado. Lo pasado, pasado está y ya no importa…

– Claro que importa, Henry. Es la clave de todo. Tartan quiere su empresa por los abusos que usted dijo que no existían. Y su colega Sun ha movido los hilos. Bueno, nos vamos.

– ¿Y si le dijera que sé dónde está Sun?

David señaló las paredes que les rodeaban.

– Le aconsejaría que tuviera cuidado dónde lo dice. No creo que a los chinos les gustara saber que tiene oculto a un delincuente.

– No lo estoy escondiendo, pero sé dónde está y… -De nuevo sujetó a David por la camisa, se acercó y susurró-: Tengo un plan.

Sonó el teléfono y Quo se lo quedó mirando. Al sonar por tercera vez, atendió.

– Phillips, MacKenzie amp; Stout -dijo adoptando un tono alegre. La voz al otro lado habló durante unos segundos mientras ella asentía con la cabeza-. Un momento, veré si está. David, es para usted.

– No tengo por qué ponerme, ya no trabajo para la empresa.

– La señora llama desde Estados Unidos.

– Maldición, Pearl Jenner ha debido de enviar las noticias. Es probable que salgamos también en todos los periódicos americanos. Dígale que no haré comentarios.

Quo negó con la cabeza.

– Es una mujer de Kansas. Dice que hace tiempo que intenta ponerse en contacto con usted.

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