Agradecimiento

Cuando era un joven e impresionable muchacho, hijo de padres trabajadores, tuve la buena fortuna de tropezarme con un especial de National Geographic sobre los logros de sir Edmund Hillary, el legendario escalador neozelandés que fue el primero en escalar las nevadas y misteriosas cumbres del monte Everest. Decir que el artículo me impresionó sería quedarse corto. Durante dos gloriosas semanas de mi décimo verano, estuve completamente decidido a convertirme en el mayor escalador de montañas del mundo (no importaba que por aquel entonces yo no hubiera visto jamás una montaña en vivo y en directo, a no ser los cañones urbanos de la ciudad de Nueva York).

En mi camino para superar a sir Edmund, recluté a mi buen amigo Rob Bowman, cuyo hermano mayor jugaba al fútbol americano en la Pop Warner. Le cogí las zapatillas de clavos al hermano de Rob y le afané un martillo al jefe de mantenimiento del edificio, creyendo que podría utilizar su extremo curvado como piolet. Estaba en mitad de la escalada de la pared de yeso cuando mi madre llegó a casa. Las traicioneras y duras laderas del Everest no pudieron con mi madre y mi distinguida carrera escaladora acabó mucho antes de llegar a la cima… o más bien al techo.

No fue hasta mucho tiempo después cuando conocí la existencia de Tenzing Norgay. Y es que aunque Edmund Hillary es comúnmente conocido como el primer hombre que conquistó el Everest, nunca habría sido capaz de llegar a la cima sin el señor Norgay. Para aquellos que no están familiarizados con esta primera escalada histórica, Tenzing Norgay era el sherpa de sir Edmund Hillary.

Siempre que llego a la sección de agradecimientos de un libro, pienso a menudo en Tenzing Norgay, el héroe no reconocido de la escalada de Hillary.

Al igual que sir Edmund, yo, como autor de este libro, seré el que reciba prácticamente todo el reconocimiento por cualquiera que sea el logro intrínseco de estas páginas. Sin embargo, por el camino he tenido un montón de Tenzing Norgay personales para aconsejarme, guiarme, levantarme el ánimo y cargar con mi equipaje (tanto físico como emocional). Han estado ahí para ayudarme a continuar, para inspirarme y para recordarme que no debía mirar a la imponente cumbre, sino a mis propios pies. A medida que yo iba dando un paso tras otro, ellos han ido abriéndome el camino.

La cuestión es que tengo que darle las gracias a un buen número de personas.

En el primer puesto de esa lista se encuentran mi hija Alexis, por mantenerme siempre alerta, y mi madre, Martha Rodgers, por mantenerme siempre con los pies en el suelo. Dentro de la amplia familia Castle, me gustaría dar las gracias especialmente a la adorable Jennifer Alien, siempre mi primera lectora, y a Terri E. Miller, mi cómplice de delito. Ojalá que usted, querido lector, tenga la suerte de conocer a mujeres como ellas.

Debo agradecer, a regañadientes, a Gina Cowel y al grupo de la editorial Black Pawn, cuyas amenazas de emprender acciones legales me inspiraron en principio para coger lápiz y papel. Y también a la maravillosa gente de Hyperion Books, especialmente a Will Balliett, Gretchen Youn y Elizabeth Sabo.

Me gustaría mostrar mi agradecimiento a mi agente, Sloan Harris de ICM, y recordarle que este libro es un exitazo que espero que haga que él mejore considerablemente mi contrato.

Estoy en deuda con Melissa Harling-Walendy y Liz Dickler en el desarrollo de este proyecto, además de con mis queridos amigos Nathan, Stanna, Jon, Seamus, Susan, Molly, Rubén y Tamala. Ojalá que nuestros días, duren lo que duren, continúen llenos de risas y gracia.

Y, finalmente, a mis dos más leales y devotos sherpas, Tom y Andrew, gracias por el viaje. Ahora que hemos llegado a la cima, en vuestra compañía me siento capaz de tocar las estrellas.


RC

Julio 2009

Загрузка...