Capítulo 20

– Deje de retorcerse -dijo Noah Paxton. Rook empezó a volver la cabeza para decirle algo a su agresor, pero Paxton apretó con fuerza el cañón de la pistola contra su cráneo.

– ¡Ay! ¡Eh!

– He dicho que se esté quieto, maldita sea.

– Haz lo que te dice, Rook. -Nikki aún tenía levantada su Sig Sauer, apuntando al pequeño trozo de Noah Paxton que se veía detrás de su escudo humano. No necesitaba volverse para saber que Raley y Ochoa estaban haciendo lo mismo con sus armas detrás de ella.

Rook levantó las cejas con remordimiento y la miró como un niño que hubiera roto la lámpara del salón con una pelota de béisbol.

– Lo siento muchísimo.

– Rook, cállate -le ordenó Nikki.

– A partir de ahora haré lo que me digan.

– Empieza ya y cállate la boca.

– Vale -dijo, y se dio cuenta de que no se estaba callando-. Huy, perdón.

– Quiero que tiren las armas -dijo Paxton-. Todos.

Heat no dijo que no porque un enfrentamiento verbal directo podría hacer más tensa la situación. En lugar de ello, mantuvo su posición isósceles y dejó que ésa fuera la respuesta. Habló con tranquilidad.

– Es lo suficientemente listo para saber que no va a conseguir salir de aquí, Noah, así que ¿por qué no lo deja ir y resolvemos esto de forma pacífica?

– ¿Sabe? Lo que dice tiene sentido -intervino Rook. Heat y Paxton lo mandaron callar al unísono.

Paxton agarraba con la mano izquierda un trozo de la camiseta de Rook para mantenerlo cerca. Tiró de ella.

– Atrás -le dijo. Él no se movió, así que tiró bruscamente de él-. He dicho que se mueva. Eso es, venga conmigo, despacio, despacio. -Guió a Rook hacia atrás, dando pasitos hacia el ascensor. Cuando vio que los tres detectives se movían hacia delante, siguiendo sus pasos, se detuvo-. Eh, atrás.

Heat y los Roach pararon, pero no retrocedieron.

– No me da miedo usar esto -les advirtió Paxton.

– Nadie ha dicho que se lo dé -dijo ella con voz tranquila pero autoritaria-, aunque no quiere hacerlo.

Paxton separó ligeramente el arma para sujetarla mejor, y Rook se deslizó hacia atrás sólo para conseguir que le dieran un nuevo empujón.

– No sea estúpido. -Noah volvió a apretar fuertemente el cañón contra el hueso blando situado tras la oreja del periodista-. Sólo hace falta uno. ¿Tiene idea de lo que esto puede hacerle?

Rook asintió tanto como se atrevió.

– Huevos revueltos.

– ¿Qué?

– Como un martillo golpeando un plato de… no importa, prefiero no hablar de ello.

Paxton tiró de nuevo de su camiseta y continuaron retrocediendo hacia el ascensor. Y de nuevo los detectives avanzaron con ellos. A medida que se aproximaban al ascensor, Nikki miró el panel situado sobre la puerta. Indicaba que el ascensor estaba esperando allí, en el sexto.

Heat habló con una voz apenas perceptible:

– Raley.

Moi.

– Haz que pierdan el ascensor.

Detrás de ella, Raley conectó su micro y dijo en voz baja:

– Vestíbulo, llamad inmediatamente al ascensor que está en el sexto.

Paxton oyó cómo el ascensor se ponía suavemente en marcha justo detrás de él.

– ¿Qué demonios creen que están haciendo? -Se volvió rápidamente sobre el hombro, justo a tiempo para ver cómo el número del seis se oscurecía y se iluminaba el número cinco. No se movió lo suficiente para que Nikki tuviera un blanco perfecto, pero ella aprovechó su distracción para acercarse dos pasos más.

Él se volvió y la vio.

– Quieta ahí.

Heat se detuvo. Había reducido la distancia entre ellos y estaba sólo a tres metros de él. Aún no lo suficientemente cerca, pero sí más cerca. No podía ver la cara de Paxton, sólo su ojo de aspecto salvaje que miraba a hurtadillas por el hueco que había entre el cañón de la pistola y la cabeza de Rook. Su voz era cada vez más colérica.

– Me han acorralado.

– No se va a ir. Ya se lo dije -afirmó ella, intentando mantener la calma de su voz para contrarrestar su furia.

– Voy a disparar.

– Es el momento de bajar la pistola, Noah.

– Su sangre la salpicará.

Rook la miró a los ojos y articuló para que le leyera los labios: «Dispara». «A él».

No tenía ángulo de tiro y se lo hizo ver con un mínimo movimiento de cabeza.

– Usted lo ha jodido todo, detective, ¿sabe? Ojalá Pochenko hubiera acabado con usted.

Nikki abrió los ojos de par en par y se le puso un nudo en la garganta.

– ¿Fue usted? -preguntó Rook.

– Déjalo, Rook -lo interrumpió Nikki, luchando para dejarlo pasar ella también. Detrás de ella oyó jurar a Raley y a Ochoa.

– ¿Usted envió a ese animal a su apartamento? -Al periodista se le hincharon las aletas de la nariz-. ¿Lo envió a su casa? -Su pecho se expandía con cada respiración como si su indignación fuera acalorándolo-. Hijo de… puta. -Se dio la vuelta y separó su cuerpo de la pistola mientras se lanzaba. Un fuerte disparo resonó en el vestíbulo mientras Rook caía al suelo cuan largo era.

Paxton se vino abajo sobre una rodilla a su lado, gimiendo, con la sangre que le brotaba de un hombro cayendo sobre el periodista. El arma estaba a su lado, sobre la alfombra, y Noah intentó cogerla.

Nikki arremetió contra él y le hizo un placaje. Puso violentamente a Paxton boca arriba y lo inmovilizó poniéndole las rodillas sobre el pecho. Él tenía la pistola en la mano, pero no tuvo tiempo para apuntarle. La detective colocó su Sig Sauer a unos centímetros de su cara. Los ojos de él revolotearon hacia la mano de la pistola, calculando.

– Adelante -lo animó la detective Heat-. De todos modos, necesito una blusa nueva.


La multitud que salía del trabajo se estaba amontonando en La Chaleur, la cafetería que estaba en la acera delante del Guilford, para observar la actividad policial. El sol se acababa de poner y, en la oscuridad que todo lo silenciaba, las luces intermitentes de los coches patrulla y de las ambulancias se reflejaban en sus Cosmopolitan y en las copas de dieciocho dólares de Sancerre.

Entre la cafetería y la escalera principal del edificio de apartamentos, las luces iluminaban la espalda de dos policías de paisano que estaban hablando con la detective Heat. Uno de ellos sacó su bloc de notas. Ambos le estrecharon la mano. Nikki se apoyó contra la cálida fachada de piedra del Guilford y vio al equipo de balística dirigiéndose hacia su Crown Victoria negro.

Rook se acercó y se unió a ella.

– «¿Adelante, de todos modos necesito una blusa nueva?».

– Creo que estuvo muy bien para el poco tiempo que tuve -dijo, intentando averiguar qué pensaba él-. ¿Qué? ¿Demasiado cursi?

– Captó la atención de Noah. -Siguió la mirada de ella hasta la pareja que investigaba el incidente mientras se iban en coche hacia el centro de la ciudad-. Nadie te dijo que sacaras la placa y la pistola, espero.

– No, esperan que esto se resuelva bien. En realidad, les sorprendió que no lo hubiera matado.

– ¿No tenías ganas de hacerlo?

Ella se lo pensó un momento.

– Está vivo -dijo. La detective dejó que ese simple hecho facilitara todos los detalles-. Si necesito patadas de venganza, pido una de Charles Bronson por Netflix. O de Jodie Foster. -Ella se volvió hacia él-. Además, yo te estaba apuntando a ti. Era a ti a quien quería matar.

– Y todavía voy y te hago una señal para eximirte de responsabilidades.

– He perdido mi oportunidad, Rook. Me arrepentiré toda la vida.

Los Roach salieron del edificio y se acercaron.

– La ambulancia se lo va a llevar ahora mismo -dijo Ochoa.

Nikki esperó hasta que bajaron la camilla de Paxton por las escaleras y se la llevaron rodando hasta el bordillo de la acera antes de irse seguida de Raley, Ochoa y Rook. Bajo la estridente luz de emergencia que descendía desde la parte de arriba de la puerta de la ambulancia, la cara de Noah tenía un color grisáceo. Ella consultó al enfermero que iba a su lado.

– ¿Está bien para una pequeña charla?

– Pueden hablar uno o dos minutos, nada más -dijo el sanitario.

Heat se quedó allí de pie, amenazante.

– Sólo quería que supiera que hemos sacado algo en limpio de ese pequeño drama con rehén incluido de allá arriba. Su pistola. Es del veinticinco. El mismo calibre que mató a Pochenko. Los de balística van a investigar. Y le van a aplicar un test de parafina para buscar residuos de pólvora. ¿Qué cree que encontraremos?

– No tengo nada que decir.

– ¿Cómo? ¿Nada de adelantos? Está bien, puedo esperar a los resultados. ¿Quiere que lo llame para contárselos o prefiere esperar a oírlos en su comparecencia? -Paxton torció la cara-. Dígame, cuando vino corriendo hasta aquí para echarles el guante a esos cuadros, ¿iba a usarla también contra Kimberly Starr? ¿Por eso llevaba la pistola con usted? -Ante la ausencia de respuesta, ella se dirigió a su equipo-: Kimberly me debe una.

– Hoy es un gran día -dijo Raley.

– Probablemente le hayas salvado la vida al arrestarla -añadió Ochoa.

Noah giró la cara hacia ella.

– ¿Ya la ha arrestado?

Heat asintió.

– Esta tarde, justo después de haber encontrado los cuadros en el sótano.

– Pero ¿y su llamada? La que ustedes escucharon…

– Ya estaba bajo custodia. Kimberly hizo esa llamada para mí.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué iba a ser? Para que usted acudiera a mi exposición -respondió Nikki. Hizo una señal al personal de la ambulancia y se fue, de manera que la última imagen que la detective vio fue la mirada de Noah Paxton.


La ola de calor llegó a su fin esa noche, casi de madrugada, y no lo hizo discretamente. Un frente procedente de Canadá que descendía amenazante por el Hudson colisionó con el aire caliente y estancado de Nueva York y dio lugar a un espectáculo aéreo de luces, vientos huracanados y lluvia lateral. Los meteorólogos de la televisión se daban palmaditas en la espalda y señalaban manchas rojas y naranjas en las imágenes del radar Doppler mientras los cielos se abrían y los truenos retumbaban como cañonazos en los cañones de piedra y vidrio de Manhattan.

En el Hudson, a la altura de Tribeca, Nikki Heat redujo la velocidad para no empapar a los clientes apiñados bajo las sombrillas de fuera del Nobu que rezaban en vano para conseguir algún taxi libre que los llevara a los barrios residenciales en medio de aquel aguacero. Giró en la calle de Rook y aparcó el coche de policía en un espacio libre en una zona de carga en la manzana de su edificio.

– ¿Sigues enfadada conmigo? -preguntó.

– No más de lo normal -admitió, y puso la palanca de cambios en punto muerto-. Me quedo callada siempre que resuelvo un caso. Es como si me hubieran vuelto del revés.

Rook tenía algo en la cabeza, y vaciló.

– De todos modos, gracias por dejarme acompañarte en todo esto.

– De nada.

La luz tipo Frankenstein estaba tan cerca que su resplandor les iluminó la cara al mismo tiempo que estalló el trueno. Diminutas piedras de granizo empezaron a repiquetear sobre el techo.

– Si ves a los cuatro jinetes del Apocalipsis -dijo Rook-, agáchate.

Ella esbozó una débil sonrisa que se convirtió en un bostezo.

– Lo siento.

– ¿Tienes sueño?

– No, estoy cansada. Estoy demasiado agotada para dormir.

Se quedaron allí sentados escuchando la ira de la tormenta. Un coche pasó lentamente a su lado con el agua por los tapacubos.

Finalmente, él rompió el silencio.

– Oye, he estado pensando mucho, pero aún no sé cómo jugar a esto. Trabajamos juntos. Bueno, algo así. Nos hemos acostado, de eso no cabe duda. Hemos practicado sexo apasionadamente una vez, pero luego ni siquiera nos hemos cogido de la mano, ni en la relativa privacidad de un taxi. Estoy intentando imaginarme las reglas. Esto no está equilibrado, es más un tira y afloja. Durante los últimos días he llegado a la conclusión de que no te gusta mezclar el sexo ardiente y el romance con la concentración que requiere el trabajo policial. Así que me pregunto si la solución para mí es romper nuestra relación laboral. Dejar a un lado mi investigación para la revista para que podamos…

Nikki lo agarró y lo besó intensamente. Luego se apartó de él y dijo:

– ¿Quieres callarte?

Antes de que él pudiera decir que sí, ella lo agarró de nuevo y volvió a pegar su boca a la de él. Él la rodeó con los brazos. Ella se desabrochó el cinturón de seguridad y se acercó a él. Sus rostros y su ropa estaban empapados en sudor. Otro flash de luz iluminó el coche a través de las ventanillas empañadas por el sudor de sus cuerpos.

Nikki lo besó en el cuello y luego en una oreja.

– ¿De verdad quieres saber lo que pienso? -le susurró entonces.

Él no dijo nada, se limitó a asentir.

El grave estruendo del trueno finalmente los alcanzó. Cuando fue disminuyendo, Nikki se sentó, cogió las llaves y apagó el motor.

– Esto es lo que pienso. Pienso que después de todo esto, tengo energía que quemar. ¿Tienes algunas limas, sal y algo divertido y embotellado?

– Sí.

– Entonces creo que deberías invitarme a subir y ya veremos qué nos depara la noche.

– Cuidado con lo que dices.

– Espera y verás.

Salieron del coche y echaron una carrera hasta su edificio. A medio camino, Nikki lo cogió de la mano y se puso a su lado riéndose mientras corrían juntos por la acera. Se detuvieron en las escaleras de la entrada, sin aliento, y se besaron como dos amantes nocturnos empapándose bajo la refrescante lluvia.

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