Capítulo 10

Nikki lo guió en silencio hasta su dormitorio y dejó la vela sobre el tocador, delante del espejo de tres cuerpos, que multiplicó su luz. Se dio la vuelta para encontrar a Rook allí, cerca de ella, magnético. Le rodeó el cuello con los brazos y atrajo su boca hacia la suya; él envolvió su cintura con sus largos brazos y la atrajo hacia él. Sus besos eran profundos y urgentes y a la vez familiares, y la lengua de ella buscaba la profundidad y la dulzura de su boca entreabierta mientras él exploraba la suya. Una de sus manos empezó a buscar su blusa, pero vaciló. Ella se la agarró y se la puso sobre su pecho. En la habitación hacía un calor tropical y, mientras él la tocaba, Nikki sentía cómo sus dedos se movían por encima de la mancha de sudor sobre la humedad de su sujetador. Ella bajó una mano buscándolo, y él gimió ligeramente. Nikki empezó a balancearse, luego él también, ambos interpretando una lenta danza en una especie de vértigo delicioso.

Rook la hizo retroceder hacia la cama. Cuando sus pantorrillas se encontraron con el extremo de la misma, ella se dejó caer lentamente hacia atrás, arrastrándolo con ella. Mientras caían suavemente, Heat lo atrajo más hacia sí y giró, sorprendiendo a Rook al aterrizar sobre él. Levantó la vista hacia ella desde el colchón.

– Eres buena -dijo.

– No sabes hasta qué punto -replicó ella. Se sumergieron de nuevo el uno en el otro y la lengua de ella notó el leve deje ácido de la lima y de la sal. Su boca abandonó la de él para besarlo en la cara, y luego en la oreja. Notó cómo los músculos de su abdomen se contraían contra ella mientras él inclinaba la cabeza hacia arriba para mordisquear la suave piel de la zona donde el cuello se juntaba con su clavícula. Nikki se irguió y empezó a desabrocharle la camisa. Rook se estaba eternizando con los botones de su blusa, así que ella se levantó, se puso a horcajadas sobre él y se abrió la blusa de un tirón. Oyó rebotar un botón sobre el suelo de madera cerca del rodapié. Con una mano, Rook desabrochó el cierre delantero de su sujetador. Nikki agitó los brazos para acabar de quitárselo, y se sumergió frenéticamente en él. Sus pieles húmedas hicieron ruido cuando el pecho de ella aterrizó sobre el de él. Ella bajó una mano y le desabrochó el cinturón. A continuación le bajó la cremallera. Nikki lo besó de nuevo, y susurró:

– Tengo protección en la mesilla de noche.

– No vas a necesitar pistola -dijo él-. Me comportaré como un perfecto caballero.

– Espero que no. -Y saltó sobre él con el corazón latiendo rápidamente en el pecho por la excitación y la tensión. Una ola cayó sobre Nikki y alejó todos los sentimientos conflictivos y los recelos contra los que había estado luchando y, simplemente, extremadamente, poderosamente, se dejó llevar. En ese instante, Nikki se sintió liberada. Liberada de responsabilidades. Liberada de cualquier límite. Liberada de sí misma. Se aferró a Rook retorciéndose, con la necesidad de sentir cada parte de él que pudiera tocar. Continuaron con furia, su pasión correspondía a la de ella mientras se exploraban mutuamente, moviéndose, mordisqueándose, hambrientos, intentando una y otra vez satisfacer aquello por lo que habían sufrido.


Nikki no podía creer que ya fuera de día. ¿Cómo podía el sol brillar tanto si la alarma de su despertador todavía no había sonado? ¿O se habría quedado dormida? Entreabrió los ojos lo suficiente para darse cuenta de que lo que estaba viendo era el foco de un helicóptero de la policía contra las cortinas de la ventana. Aguzó el oído. Nada de sirenas, megáfonos ni pesados pasos rusos en la escalera de incendios. Pronto la luz se extinguió y el zumbido del helicóptero se fue silenciando mientras se alejaba. Sonrió. Puede que el capitán Montrose hubiera cumplido su palabra y hubiera hecho que se fuera el coche patrulla, pero no había dicho nada sobre la vigilancia aérea.

Volvió la cabeza hacia el despertador, pero marcaba la una y tres minutos y no podía ser correcto. Su reloj marcaba las cinco veintiuno, así que Nikki supuso que la diferencia equivalía a la duración del apagón.

Rook inspiró larga y lentamente y Nikki sintió expandirse su pecho contra su espalda, seguido de las cosquillas de su exhalación contra la humedad de su cuello. «Caray -pensó-, me está abrazando». Con las ventanas cerradas la habitación era sofocante, y una capa de sudor fusionaba sus cuerpos desnudos. Pensó en moverse para que corriera un poco el aire entre los dos. En lugar de eso, Nikki se acurrucó contra su pecho y sus muslos y le gustó sentirse encajada.

Jameson Rook.

¿Cómo había sucedido?

Desde el primer día que se lo encasquetaron para acompañarla en sus tareas de investigación había sido un incordio diario para ella. Y ahora allí estaba, en la cama con él después de una noche de sexo. Y de sexo increíble, por cierto.

Si se tuviera que interrogar a sí misma, la detective Heat terminaría firmando una declaración jurada asegurando que la chispa había saltado en el momento en que se vieron por primera vez. Él, por supuesto, no tenía ningún reparo en decirlo cada vez que tenía la oportunidad, algo que podía haber tenido que ver con su gran capacidad para incordiar. ¿Sería así? Pero la certeza de él no era rival para una fuerza mayor: la negación de ella. Sí, siempre había habido algo, y ahora, mirando hacia atrás, se dio cuenta de que cuanto más lo notaba él, más lo negaba ella.

Nikki se preguntó qué otras cosas se negaba a reconocer.

Ninguna. Absolutamente ninguna.

Tonterías.

¿Por qué entonces se había sentido tan incómoda cuando la amante de Matthew Starr le había tocado la fibra sensible al decir que seguir con una relación que no llevaba a ninguna parte era una forma de evitar las relaciones, y preguntándole -a ella- si sabía a qué se refería?

Nikki sabía, desde la terapia a la que se había sometido tras el asesinato, que tenía una dura coraza. Como si necesitara a un psiquiatra para saberlo. O para alertarla sobre el riesgo emocional de postergar constantemente sus necesidades y sí, sus deseos, guardándolos demasiado a buen recaudo en su zona prohibida. Esas sesiones con el psiquiatra se habían acabado hacía mucho tiempo, pero cuán a menudo Nikki se había preguntado después, o más bien se había preocupado, cuando levantaba sus barreras y se ponía en Modo Centrado en la Tarea, si existía un punto de inflexión en el que perdías algo de ti misma que habías estado protegiendo y nunca lo volvías a recuperar. Por ejemplo, ¿qué sucedía cuando ese grueso abrigo que habías creado para proteger tu parte más vulnerable se hacía tan impenetrable que acababa habiendo una parte de ti misma a la que ni siquiera tú eras capaz de acceder?

El grabado de Sargent que Rook le había regalado le vino a la mente. Pensó en esas niñas despreocupadas que encendían farolillos de papel y se preguntó qué sería de ellas. ¿Habrían mantenido su inocencia incluso después de haber dejado de llevar vestidos para jugar, de haber perdido sus suaves cuellos y sus caras sin arrugas? ¿Habrían perdido la alegría de jugar, de caminar descalzas por la hierba húmeda simplemente porque era agradable? ¿Se habrían aferrado a su inocencia, o los acontecimientos habrían invadido sus vidas para convertirlas en personas cautelosas y vigilantes? ¿Habrían construido, cien años antes de que Sting lo escribiera, un fuerte alrededor de su corazón?

¿Practicaban sexo atlético con ex marines sólo para que se les acelerase el corazón?

¿O con periodistas famosos que alternaban con Mick y Bono?

No era por comparar -¿por qué no?-, pero la diferencia con Rook era que él había conseguido que se le acelerara el corazón antes, y eso era lo que le había gustado. Desde aquel rubor inicial, su pulso no había hecho más que acelerarse.

¿Qué era lo que hacía que el sexo con Jameson Rook fuera tan increíble?

Bueno, era apasionado, eso seguro. Y también excitante y sorprendente. Y dulce en los momentos apropiados, pero ni demasiado pronto, ni en exceso, gracias a Dios. Pero lo que hacía a Rook realmente diferente era su carácter juguetón.

Y que la hacía sentirse juguetona.

Rook le había dado permiso para reírse. Estar con él era divertido. Acostarse con él era todo menos solemne y serio. Su carácter juguetón había llevado la alegría a su cama. «Todavía tengo mi armadura -pensó-, pero aun así, esta noche Rook me la quitó. Y me llevó con él».

Nikki Heat había descubierto que ella también podía ser juguetona. De hecho, se volvió hacia él y se deslizó hacia los pies de la cama para demostrarlo.


El móvil de Nikki los sobresaltó e hizo que se despertaran. Ella se sentó, intentando orientarse en la cegadora luz del día.

Rook levantó la cabeza de la almohada.

– ¿Qué es eso, una llamada para despertarte?

– Tú ya has tenido la tuya, caballero. -Se volvió a dejar caer sobre la almohada con los ojos cerrados, sonriendo al recordarlo-. Y yo respondí.

Presionó el teléfono contra la oreja.

– Heat.

– Hola, Nikki. ¿Te he despertado?

Era Lauren.

– No, estoy levantada. -Buscó a tientas su reloj en la mesilla de noche. Las siete y tres minutos. Nikki intentó aclararse la mente. Cuando tu amiga de la oficina forense llama a esas horas, no suele ser para socializar.

– He esperado a que fueran más de las siete.

– Lauren, en serio, no te preocupes. Ya estoy vestida y ya he ido a hacer ejercicio -mintió Nikki, mirando el reflejo de su cuerpo desnudo en el espejo. Rook se incorporó y su cara sonriente apareció en el espejo a su lado.

– Bueno, eso no es del todo mentira -dijo en voz muy baja.

– Parece que tienes compañía. Nikki Heat, ¿tienes compañía?

– No, es la tele. Los anuncios tienen un volumen altísimo. -Se volvió hacia Rook y puso un dedo sobre los labios.

– Estás con un hombre.

Nikki la presionó para cambiar de tema.

– ¿Qué sucede, Lauren?

– Estoy investigando el escenario de un crimen. Apunta la dirección.

– Espera, voy a buscar algo para escribir. -Nikki cruzó hasta el tocador y cogió un boli. No encontró ningún bloc de notas, así que usó su ejemplar de First Press en el que salían Rook y Bono en la portada, y escribió sobre el anuncio de vodka de la contraportada-. Ya.

– Estoy en el depósito municipal de vehículos de Javits.

– Conozco ese depósito. Está en el oeste, ¿era en la 38?

– Sí, en la 12 -dijo Lauren-. El conductor de una grúa encontró un cadáver en un coche que iba a recoger. La jurisdicción es de la comisaría 1, pero pensé que debía llamarte porque está claro que vas a querer pasarte por aquí. He encontrado algo que podría estar relacionado con tu caso de Matthew Starr.

– ¿Qué es? Dímelo.

Nikki oía voces de fondo. Se oyó un frufrú en el micrófono del teléfono cuando Lauren lo tapó para hablar con alguien. Luego volvió.

– Los detectives de la 1 acaban de llegar todos cachondos, tengo que colgar. Te veo aquí.

Nikki colgó y se dio la vuelta. Vio a Rook sentado en el borde de la cama.

– ¿Te avergüenzas de mí, detective Heat? -preguntó con aire teatral. Nikki reconoció una pose de la Gran Daña en su acento pijo-. Me llevas a la cama, pero me ocultas ante tus amigos de clase alta. Me siento tan… barato.

– Viene en el lote.

Rook se quedó un momento pensativo.

– Podías haberle dicho que estaba aquí para cubrirte las espaldas -dijo.

– ¿Tú?

– Bueno… Cubrir sí te he cubierto. -La cogió de la mano y la acercó a él, de modo que se quedara de pie entre sus rodillas.

– Tengo una cita con un cadáver.

Él enroscó sus piernas alrededor de las de ella y le puso las manos en las caderas.

– Lo de anoche fue maravilloso, ¿no crees?

– Lo fue. ¿Y sabes qué más fue lo de anoche? Anoche. -Y se dirigió hacia el armario a grandes zancadas para coger ropa para ir a trabajar.


Rook intentó pescar un taxi en Park Avenue South y enganchó un buen ejemplar, un taxi furgoneta. Le abrió la puerta a Nikki, que entró echando un último vistazo por encima del hombro, preocupada por si el capitán Montrose había dejado un coche de policía para protegerla y la habían visto aquella mañana con Jameson Rook.

– ¿Buscas a Pochenko? -preguntó Rook.

– No, no es eso. Una vieja costumbre.

Le dio al taxista la dirección de Rook, en Tribeca.

– ¿Qué pasa? -dijo él-. ¿No íbamos al depósito municipal de vehículos?

– Uno de nosotros va a ir al depósito municipal de vehículos. El otro se va a ir a su casa a cambiarse de ropa.

– Gracias, pero si a ti no te molesta, hoy también llevaré esto puesto. Prefiero ir contigo. Aunque inspeccionar un cadáver no es exactamente la mejor guinda para el pastel. Tras una noche como ésta, lo que haría un neoyorquino sería llevarte a tomar un brunch. Y fingir que apunta tu número de teléfono.

– No, vas a ir a cambiarte. No se me ocurre una idea peor que aparecer en el mismo taxi a primera hora de la mañana en el escenario del crimen de mi amiga con el pelo revuelto y uno de nosotros con la ropa de ayer.

– Podríamos aparecer cada uno con la ropa del otro puesta, eso sería mucho peor. -Se rió y la cogió de la mano. Ella se soltó.

– ¿Te has dado cuenta de que no suelo hacer manitas en el trabajo? Ralentiza mi gran habilidad para desenfundar.

Continuaron en silencio durante un rato. Cuando el taxi iba por la calle Houston, él dijo:

– No tengo muy claro si me mordí la lengua cuando me diste una patada en la cara o si me la mordiste tú. -El comentario hizo que el conductor echara un rápido vistazo al espejo retrovisor.

– Tengo que meterles prisa a los forenses para que me den de una vez el informe sobre los vaqueros de Pochenko -dijo Heat.

– No recuerdo que sucediera ninguna de las dos cosas -dijo Rook.

– Probablemente el apagón ha provocado retrasos en el laboratorio, pero ya ha pasado suficiente tiempo.

– Las cosas sucedieron muy rápido, y me atrevería a decir que con furia.

– Apuesto a que los tejidos coinciden -replicó ella.

– Pese a todo, lo normal sería recordar un mordisco.

– Que le den al vídeo de la cámara de vigilancia. No sé cómo entró allí, pero lo hizo. Sé que le gustan las escaleras de incendios.

– ¿Estoy hablando demasiado?

– Sí.

Pasados dos benditos minutos en silencio, Rook estaba fuera del taxi delante de su edificio.

– Cuando hayas acabado, ve a la comisaría y espérame. Te veré allí cuando termine en el depósito.

Él se enfurruñó como un cachorro abandonado y empezó a cerrar la puerta. Ella la mantuvo abierta.

– Por cierto, sí. Te mordí la lengua -dijo, y dejó que se cerrara la puerta. Nikki lo vio sonriendo con cara de tonto en la acera por la ventanilla trasera mientras el taxi continuaba su camino.


La detective Heat se puso la placa mientras cruzaba la puerta del depósito municipal de coches. Le hizo un gesto al vigilante y éste salió de su diminuta oficina al sol abrasador para señalar la furgoneta de la forense al final del depósito. Nikki se volvió para darle las gracias, pero él ya estaba dentro llenando las mangas de su camisa de aire procedente del aparato de aire acondicionado instalado en la ventana.

El sol estaba aún bajo en el cielo, justo iluminando la cima del Centro de Convenciones Javits, y Heat sintió aquella punzada en la espalda cuando se detuvo para hacer su respiración larga y profunda, su respiración ritual para recordar. Cuando estuvo lista para ver a la víctima, caminó al lado de la larga fila de polvorientos coches aparcados con los parabrisas manchados de grasa hasta el lugar de la investigación. La furgoneta de la forense y otra del Departamento Forense estaban aparcadas cerca de una grúa aún enganchada a un Volvo familiar bastante nuevo, de color verde metalizado. Los técnicos, con monos de color blanco, empolvaban el exterior del Volvo. A medida que Nikki se iba acercando, pudo ver el cadáver de una mujer desplomado sobre el asiento del conductor con la parte superior de la cabeza apuntando hacia la puerta abierta del vehículo.

– Siento haber interrumpido su entrenamiento matinal, detective. -Lauren Parry apareció por la parte de atrás de la furgoneta del Departamento Forense.

– No se te escapa una, ¿verdad?

– Te dije que Jameson Rook no estaba mal. -Nikki sonrió y negó con la cabeza. La habían pillado-. Y bien, ¿lo estuvo?

– Desde luego.

– Bien. Me alegra ver que disfrutas de la vida. Los detectives me acaban de contar que la otra noche estuviste cerca.

– Sí, después de lo del SoHo House fue todo de mal en peor.

Lauren dio un paso hacia ella.

– ¿Estás bien?

– Mejor que el malo.

– Mi niña. -Lauren frunció el ceño y separó el cuello de la camisa de su amiga para ver el cardenal que tenía en el cuello-. Yo diría que anduviste muy cerca. Vamos a tomárnoslo con calma, ¿vale? Ya tengo suficientes clientes, no necesito tenerte a ti también.

– Veré qué puedo hacer -dijo Nikki-. Me has sacado de la cama para esto, será mejor que valga la pena. ¿En qué estás trabajando?

– Doña Desconocida. Como te dije, la encontró en su coche el conductor de la grúa cuando vino a recogerlo esta mañana. Creyó que se había asfixiado con el calor.

– ¿Una desconocida? ¿En un coche?

– Ya, pero es que no lleva carné de conducir. Ni cartera, ni matrícula, ni papeles.

– Dijiste que habías encontrado algo relacionado con mi caso de Matthew Starr.

– Dale a una chica un poco de sexo, y se convertirá en una impaciente.

Nikki enarcó una ceja.

– ¿Un poco?

– Y en una fanfarrona. -La forense le pasó a Nikki un par de guantes. Mientras se los ponía, Lauren fue a la parte de atrás de su furgoneta y sacó una bolsa de plástico transparente. La cogió por una esquina y la levantó para ponérsela a Nikki delante de los ojos.

Dentro había un anillo.

Un anillo en forma de hexágono.

Un anillo que seguramente coincidiría con los cardenales del torso de Matthew Starr.

El anillo que podía haber hecho aquel corte en el dedo de Vitya Pochenko.

– ¿Ha merecido la pena venir hasta aquí? -preguntó Lauren.

– ¿Dónde lo has encontrado?

– Te lo enseñaré. -Lauren devolvió el anillo a su armario de pruebas y llevó a Heat hasta la puerta abierta del Volvo.

– Estaba aquí. En el suelo bajo el asiento delantero.

Nikki observó el cuerpo de la mujer.

– Es un anillo de hombre, ¿no?

La forense le dirigió una mirada larga y seria.

– Quiero que veas una cosa. -Ambas se inclinaron a través de la puerta abierta del coche. Dentro estaba lleno de moscas azules-. Bien, tenemos a una mujer de entre cincuenta y cincuenta y cinco. Es difícil establecer un intervalo de tiempo exacto post mórtem sin hacer las pruebas del laboratorio porque lleva mucho tiempo en el coche con este calor. Yo creo que…

– Y serás condenadamente exacta, como siempre.

– Gracias; basado en el estado de putrefacción, son cuatro o cuatro días y medio.

– ¿Y la causa?

– Incluso con la decoloración que ha tenido lugar en los últimos días, está bastante claro lo que pasó aquí. -La mujer tenía una gruesa cortina de pelo sobre la cara. Lauren utilizó su pequeña regla metálica para separarlo y dejar su cuello a la vista.

Cuando ella vio el cardenal, a Nikki se le secó la garganta y revivió su propio estrangulamiento.

– Estrangulamiento -fue todo lo que dijo.

– Parece que fue alguien desde el asiento de atrás. ¿Ves donde los dedos se entrelazaron?

– Parece como si se hubiera resistido mucho -observó la detective. A la víctima se le había caído uno de los zapatos y tenía los tobillos y las espinillas llenos de arañazos y moratones que se había hecho al golpearse con la parte inferior del salpicadero.

– Y mira -dijo Lauren-, marcas de tacones allí, por la parte de dentro del parabrisas. -El zapato que faltaba estaba roto y descansaba sobre el salpicadero en la parte superior de la guantera.

– Creo que ese anillo pertenece al que la ha estrangulado. Probablemente se le cayó en pleno forcejeo.

Nikki pensó en los últimos momentos de desesperación de la mujer y en su valiente oposición. Ya fuera una víctima inocente, una delincuente a la que le habían ajustado las cuentas, o alguna otra cosa parecida, ante todo era una persona. Y había luchado hasta el final por sobrevivir. Nikki se obligó a mirar la cara a la mujer, simplemente para hacer honor a dicha resistencia.

Y cuando Nikki la miró, vio algo. Algo que la muerte y el paso del tiempo no habían podido ocultar. Las imágenes se arremolinaron en la mente de la detective. Cajeras de supermercado, ejecutivos de crédito bancario, fotos de mujeres de las páginas de sociedad, un antiguo profesor de la universidad, un camarero de Boston. No se le ocurrió nada.

– ¿Podrías…? -Nikki señaló el cabello de la mujer y movió el dedo índice. Lauren utilizó su regla para separarle suavemente todo el pelo de la cara-. Creo que la he visto antes -dijo la detective.

Heat cambió el peso para los talones, se alejó de la mujer unos treinta centímetros e inclinó la cabeza para ponerla en el mismo ángulo que la suya. Y deliberó. Y entonces se dio cuenta. La foto con grano, un ángulo tres cuartos con los muebles caros de fondo y la litografía enmarcada de una piña en la pared. Tendría que comprobarlo para asegurarse, pero maldita sea, la conocía. Miró a Lauren.

– Creo que he visto a esta mujer en el vídeo de la cámara de seguridad del Guilford. En el de la mañana que asesinaron a Matthew Starr.

Su móvil sonó y la sobresaltó.

– Heat -dijo.

– Adivina dónde estoy.

– Rook, no estoy para jueguecitos.

– Te daré una pista. Los Roach recibieron una llamada sobre un robo anoche. Adivina dónde.

Una nube de terror se formó alrededor de ella.

– En el piso de Starr.

– Estoy en el salón. Adivina qué más. Han desaparecido todos los cuadros.

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