4

Bien. Estoy sentada en un coche con un tipo que piensa que es parte de una super sociedad. Y lo extraño es… que medio le creo. La verdad es que tengo la pequeña idea de que hay algunos super héroes ahí afuera, tratando de salvarnos de nosotros mismos. No estoy segura de cómo me siento sobre Diesel siendo uno de ellos.

– Aclaremos esto, -dije a Diesel-. Vas detrás de Ring, ¿cierto? Quieres llevarlo de regreso a Lakewood. Y mientras tanto, estás preocupado por que Sandor esté en peligro.

Diesel se apartó del bordillo, circuló calle abajo, y giró en la esquina.

– Cuando Ring estaba en su apogeo trabajaba con electricidad.

– ¿Qué, como con [9]PSE amp;G?

Diesel se partió de la risa.

– No. Como el Hombre Eléctrico. Podía hacer relámpagos. No sé como lo hacía. Siempre pensé que era un poco presumido, pero diablos, podía hacer mucho daño. No sé que tan peligroso es ahora. Tengo el presentimiento de que trató de destruir la juguetería, pero sólo pudo provocar suficiente electricidad para golpear las cajas de los anaqueles. Y luego adivino que se enfureció y destrozó el letrero del frente de la tienda. Algunas de las cajas en la tienda fueron chamuscadas, así que parece que fue capaz de lanzar un poco de electricidad, pero tal vez no precisas y probablemente de corta duración. Nada para perder el sueño. Los cortes de electricidad son diferentes. Si él es responsable de los cortes eso significa que gana poder de alguna forma. Y no me gusta la manera en que el aire se siente alrededor de la casa de los Sander.

– ¿Crees que Sandor se pondrá en contacto contigo? -Pregunté a Deisel.

– No. Él siempre trabajaba solo. No puedo verlo pidiendo ayuda ahora.

Mi teléfono zumbó en mi bolso.

– Tenías razón sobre el caballo, -dijo Valerie-. No sé en que estaba pensando. Es imposible comprar un caballo tan a última hora. No es como sí los vendieran en [10]Sears. Así es que le conseguí a Mary Alice un libro sobre caballos, y un saco de dormir con dibujos de caballos. Tengo que comprar algo para Mamá ahora. ¿Tienes alguna idea?

– Pensé que le tenías una bata.

– Sí, pero eso no parece mucho. Es sólo una caja que abrir. ¿Qué piensas de un perfume? ¿O una blusa? Y puedo conseguir un camisón de noche para que haga juego con la bata. Y luego algunas zapatillas.

– Tal vez has comprado demasiado por un día, Val. Quizás estás algo… excitada por las compras.

– No puedo detenerme ahora. ¡Apenas tengo algo! Y sólo quedan tres días para hacer compras.

– ¿Cuánto café has bebido hoy, Val? Deberías pensar en reducirlo.

– Tengo que irme, -dijo Valerie. Y cortó.

– Entonces, ¿dónde estabamos? -Pregunté a Diesel.

– Salvábamos el mundo.

– Ah sí. -Personalmente, estaría feliz sólo recogiendo los honorarios por encontrar a Sandy Claws, así podría hacer el pago mínimo en mi tarjeta de crédito.

– ¿Piensas que Connie tenga ya la información del agua y la eléctricidad de Claws?

Llamé a Connie, pero la información no fue de ayuda. Ninguna cuenta adicional para Sandy Claws. Probó con Sandor Clausen. Un gran cero allí también.

Diesel frenó en un semáforo, y vi que sus ojos iban al retrovisor y su boca se apretaba en una línea.

– Tengo un auténtico mal presentimiento.

Diesel hizo un viraje en U y repentinamente hubo un destello de luz en el cielo delante de nosotros. La luz fue seguida de un estruendo bajo, y entonces hubo otro destello y el humo flotó sobre los tejados.

Diesel contempló el humo.

– Ring.

Nos tomó menos de un minuto regresar a la casa de Claws. Diesel estacionó el Jag, y nos unimos al pequeño grupo de personas que se habían reunido en la calle, con los ojos dilatados, y las bocas abiertas por el asombro. No a menudo uno veía relámpagos en esta época del año. No a menudo uno ve el tipo de masacre resultante de un rayo.

La casa de Claws estaba totalmente intacta, pero el Santa de plástico de tamaño natural que había sido atado a la chimenea del vecino de al lado había sido despegado del techo y convertido en una masa amorfa humeante, derretida y roja en la acera. Y el garaje del vecino estaba ardiendo.

– Derritió a Santa, -dije a Diesel-. Es un asunto serio.

Diesel cabeceó incrédulamente.

– Golpeó la casa equivocada. Todos aquellos años de incitar terror y todo lo que baja apenas fríe y funde un poco de plástico. Y ni siquiera lo fundió bien.

– Vi todo lo que sucedió, -dijo una mujer-. Yo estaba en el pórtico, comprobando mis luces, y una bola de fuego bajó en picado del cielo y golpeó el garaje de los Patersons. Y luego una segunda bola entró y golpeó al Santa Claus de la azotea. Nunca he visto nada como eso. ¡Santa sólo salió volando del techo!

– ¿Vio alguien más las bolas de fuego? -preguntó Diesel.

– Había un hombre en la acera, enfrente de la calle de la casa de Elaine y Sandy, pero ya se ha ido. Era un señor mayor, y parecía bastante alterado.

Un coche patrulla llegó, centelleando las luces. Un camión de bomberos lo seguía de cerca y dirigieron las mangueras al garaje.

Elaine estaba en su pórtico. Tenía un abrigo de lana gruesa tirado alrededor de su cuerpo corto, y un rictus beligerante en su boca.

Diesel pasó un brazo a través de mis hombros.

– Bien, compañera, vamos a hablar con Elaine.

Elaine se ciñó más la chaqueta cuándo nos acercamos.

– Viejo tonto loco, -dijo ella-. No sabe cuando detenerse.

– ¿Lo vio usted? -preguntó Diesel.

– No. Oí el chasquido de la electricidad, y supe que estaba aquí. Cuando llegué al pórtico, se había ido. Es propio de él atacar en Navidad, por lo demás. El hombre es el mal puro.

– No es una buena idea que usted se quede aquí, -dijo Diesel-. ¿Tiene algún otro lugar adónde ir? ¿Quiere que le encuentre una casa segura?

Elaine levantó su barbilla una fracción de pulgada.

– No dejaré mi casa. Tengo galletas que hacer. Y alguien tiene que mantener los comederos para pájaros llenos en el patio trasero. Las aves cuentan con ello. He estado cuidando de Sandor desde que mi marido murió, hace quince años, y nunca he tenido que recurrir ni una sola vez a una casa segura.

– Sandor siempre fue capaz de protegerla. Ahora que su poder le falla usted tiene que ser más cuidadosa, -dijo Diesel.

Elaine se mordió el labio inferior.

– Tendrá que perdonarme. Tengo que regresar a mi cocción.

Elaine se retiró a su casa, y Diesel y yo abandonamos el pórtico. El fuego del garaje casi se había extinguido, y alguien, que sospeché era la Sra. Paterson, intentaba despegar a Santa de la acera con una espátula de barbacoa.

Mi teléfono sonó en mi bolso.

– Si es tu hermana otra vez, lanzo tu teléfono al río, -dijo Diesel.

Saqué el teléfono de mi bolso y apreté el botón de apagado. Supe que era mi hermana. Y había una remota posibilidad de que Diesel hablase en serio sobre lanzar mi teléfono al río.

– ¿Ahora qué? -Pregunté a Diesel.

– Lester sabe donde está la fábrica.

– Olvídalo. No vuelvo a la oficina de empleo.

Diesel me sonrió.

– ¿Qué pasa? ¿Al grande y malo cazador de recompensas le da miedo la gente pequeña?

– Esos elfos falsos estaban locos. ¡Y fueron perversos!

Diesel me agitó el pelo.

– No te preocupes. No les dejaré ser malos contigo.

Fantástico.


* * * * *

Diesel se estacionó a media cuadra de la oficina de empleo y nos quedamos mudos contemplando a los vehículos de emergencia delante de nosotros. Un camión de bomberos, una ambulancia, y cuatro coches patrullas. Las ventanas y la puerta principal de la oficina estaban destrozadas, y una silla carbonizada había sido sacada a la acera.

Abandonamos el coche y caminamos hacia una pareja de polis a los que reconocí. Carl Costanza y Big Dog. Se balanceaban en sus talones, con las manos descansando en sus cinturones de servicio, contemplando el daño con la clase de entusiasmo por lo general reservado para mirar la hierba crecer.

– ¿Qué pasó? -Pregunté.

– Fuego. Disturbio. Lo habitual. Está bastante feo allí dentro, -dijo Carl.

– ¿Cuerpos?

– Galletas. Galletas hechas pedazos por todas partes.

Big Dog tenía una oreja de elfo en su mano. La levantó y miró.

– Y estas cosas.

– Es una oreja de elfo, -dije.

– Sí. Estas orejas son todo lo que quedan de esos pequeños infelices.

– ¿Se quemaron? -Pregunté.

– No. Corrieron, -dijo Carl-. ¿Quién habría pensado que esos tipos pequeños podían correr tan rápido? No pude agarrar ni a uno solo. Llegamos a la escena, y ellos salieron como cucarachas cuando enciendes la luz.

– ¿Cómo comenzó el fuego?

Carl se encogió de hombros y alzó la vista hacia Diesel.

– ¿Quién es?

– Diesel.

– ¿Joe sabe de él?

– Diesel no es de la ciudad. -Evasiva-. Trabajamos juntos.

No había nada más que saber sobre la oficina de empleo, así que dejamos a Carl y Big Dog y volvimos al coche. El sol brillaba en algún lugar aparte de Trenton. Las farolas estaban encendidas. Y la temperatura había caído en diez grados. Mis pies estaban mojados por calarse en dos incendios y mi nariz estaba entumecida, congelada como una paleta de helado.

– Llévame a casa, -dije a Diesel-. Estoy acabada.

– ¿Qué? ¿Ninguna compra? ¿Ninguna feliz Navidad? ¿Vas a dejar que tu hermana te deje fuera en la carrera por los regalos?

– Iré de compras mañana. Juro que lo haré.


* * * * *

Diesel detuvo el Jag en mi estacionamiento del edificio y salió del coche.

– No es necesario que me acompañes hasta la puerta, -dije-. Imagino que quieres regresar a la búsqueda de Ring.

– ¡No! He acabado por el día. Pensé que comeríamos algo y luego nos relajaríamos delante de la TV.

Me quedé momentáneamente muda. No era la tarde que yo había planeado en mi mente. Iba a pararme bajo una ducha caliente hasta que estuviera toda arrugada. Luego iba a hacerme un emparedado de mantequilla de maní y de malvavisco. Me gustan la mantequilla de maní y el malvavisco porque eso combina el plato principal con el postre y no implica potes. Tal vez miraría un poco de televisión después de la comida. Y si tenía suerte la vería con Morelli.

– Parece grandioso, -dije-, pero tengo planes para esta noche. Tal vez otro día.

– ¿Cuáles son tus planes?

– Veré a Morelli.

– ¿Estás segura?

– Sí, -no. No estaba segura. Calculé que la posibilidad era aproximadamente del cincuenta por ciento-. Y quiero darme una ducha.

– Oye, puedes ducharte mientras hago la cena.

– ¿Sabes cocinar?

– No, -dijo-. Puedo marcar.

– De acuerdo, esto es lo que pasa, no me encuentro enteramente a gusto contigo en mi apartamento.

– Pensé que te estabas acostumbrando a lo de Super Diesel.

El viejo Sr. Feinstein pasó arrastrando los pies por delante de nosotros camino a su coche.

– Oye, [11]chicky, -me dijo-. ¿Cómo va eso? ¿Necesitas ayuda? Este tipo parece sospechoso.

– Estoy bien, -dije al Sr. Feinstein-. Gracias por la oferta, en todo caso.

– Mira eso, -dije a Diesel-. Pareces sospechoso.

– Soy un minino, -dijo Diesel-. Aún no te he hecho insinuaciones amorosas. Bien, tal vez un poco en broma, pero nada serio. No te he agarrado… así. -Oprimió sus dedos alrededor de las solapas de mi chaqueta y me tiró hacia él-. Y no te he besado… así. -Y me besó.

Mis dedos se rizaron en mis zapatos. Y el calor partió por mi estómago y encabezó hacia el sur.

Maldita sea.

Él rompió el beso y me sonrió.

– ¿No es como si hubiera hecho algo así, verdad?

Lo empujé con las dos manos por el pecho, pero él no se movió, así que di un paso hacia atrás.

– No habrá besos, ni perderemos el tiempo, ni nada.

Seguro.

Hice un gesto de resignación, giré, y entré en el edificio. Diesel me siguió, y esperamos en silencio el ascensor. Las puertas se abrieron, y la Sra. Bestler me sonrió. La Sra. Bestler es por poco la persona más vieja que he visto alguna vez. Vive sola en el tercer piso, y le gusta jugar al ascensorista cuando está aburrida.

– Subiendo, -señaló.

– Primer piso, -dije.

Las puertas del ascensor se cerraron, y Sra. Bestler recitó, “bolsos de Señoras, taller de Santa, los mejores vestidos”. Ella me miró y sacudió su dedo.

– Sólo quedan tres días para hacer compras.

– Lo sé. ¡Lo sé! -Dije-. Iré de compras mañana. Juro, que iré.

Diesel y yo salimos del ascensor, y la Sra. Bestler empezó a cantar, “comienza a parecerse mucho a la Navidad” cuando bajamos por el pasillo.

– Apuesto que tal vez tiene en verdad ochenta, -dijo Diesel, abriendo mi puerta.

Mi apartamento estaba oscuro, iluminado sólo por el reloj digital azul de mi microondas y el único diodo rojo, parpadeante de mi contestador automático.

Rex corría en su rueda en la cocina. El zumbido suave de su rueda me tranquilizó porque Rex estaba seguro y quizá no había ningún troll oculto en mi armario esta noche. Encendí la luz, y Rex inmediatamente dejó de correr y me miró parpadeando. Dejé caer un par de [12]Fruit Loops en su jaula en la mesa, y Rex fue un campista feliz.

Golpeé el botón de encendido en el contestador automático y me desabotoné la chaqueta.

Primer mensaje.

– Es Joe. Llámame.

Siguiente mensaje.

– ¿Stephanie? Es tu madre. No tienes tu teléfono celular encendido. ¿Pasó algo? ¿Dónde estás?

Tercer mensaje.

– Es Joe otra vez. Soy tapado con este trabajo, y no lo terminaré esta noche. Y no me llames. No siempre puedo hablar.Volveré a llamarte cuando pueda.

Cuarto mensaje.

– Cristo, -dijo Morelli.

– Adivino que somos sólo tú y yo, -dijo Diesel, sonriendo abiertamente-. Lo bueno es que estoy aquí. Así no estarás sola.

Y la parte terrible era que él tenía razón. Tenía un pie en la cuesta escabrosa de la depresión Navidadeña. La Navidad se me escurría. Cinco días, cuatro días, tres días… y delante de mis propios ojos, la Navidad vendría y pasaría sin mí. Y tendría que esperar todo un año para poder comprar cintas, y borlas, bastones del caramelo, y ponche de Navidad.

– La Navidad no es cintas, borlas y regalos, -dije a Diesel-. La Navidad es sobre la buena voluntad, ¿no?

– Falso. La Navidad es sobre regalos. Y Árboles de Navidad. Y fiestas de oficina. Caray, no sabes mucho, ¿cierto?

– ¿En serio crees eso?

– Aparte de todo el blah, blah, blah religioso, en lo cual no entraremos… Pienso que la Navidad es lo que sea que te hace feliz. Eso es en lo que en realidad creo. Cada uno decide lo que quiere de la Navidad. Luego todo el mundo se absorbe en hacer que eso suceda.

– ¿Suponte que cada año fallas por completo? ¿Suponte que cada año fastidias la Navidad?

Él dobló su brazo alrededor de mi cuello.

– ¿Fastidias la Navidad, niña?

– Parece que no puedo ponerme a ello.

Diesel miró alrededor.

– Lo noté. Ninguna guirnalda de un verde mierda. Ni ángeles, ni [13]Rudolphs, ni [14]kerplunkers o tartoofers.

– Solía tener algunos adornos, pero mi apartamento explotó y todos se hicieron humo.

Diesel sacudió la cabeza.

– ¿No odias cuándo pasa eso?


* * * * *

Me desperté sudando. Tenía una pesadilla. Faltaban sólo dos días para Nochebuena, y yo todavía no compraba ni un solo regalo. Me di un golpe mental. Esto no era una pesadilla. Era verdad. Dos días para Navidad.

Salté de la cama y corrí a toda prisa al cuarto de baño. Me di una ducha rápida y me dejé el pelo húmedo. ¡Mierda! Lo domé con algo de gel, me vestí con mis vaqueros habituales, botas, y camiseta, y fui a la cocina.

Diesel estaba recostado contra el fregadero, con una taza de café en la mano. Había una bolsa blanca de la panadería en el mostrador, y Rex estaba despierto en su jaula, abriéndose camino sin prisa al centro de una rosquilla de jalea.

– Buenos días, bonita, -dijo Diesel.

– Faltan sólo dos días para Navidad, -dije-. ¡Dos días! Y quiero que ceses de dejarte caer en mi apartamento.

– Sí, seguro, eso va a pasar. ¿Le has dado tu lista a Santa? ¿Has sido traviesa?

Era demasiado temprano para poner los ojos en blanco, pero hice uno de todos modos. Me serví café y tomé una rosquilla.

– Fue lindo que trajeras rosquillas, -dije-. Pero Rex conseguirá una cavidad en su colmillo si se la come entera.

– Progresamos, -dijo Diesel-. No gritaste cuando me viste. Y no comprobaste el café y las rosquillas en busca de algún veneno extraterrestre.

Yo miré hacia abajo el café y me atacó el pánico.

– No pensaba, -dije.

Media hora más tarde estábamos en una calle lateral con una buena vista del edificio de apartamentos de Briggs. Briggs iba a trabajar hoy. E íbamos a seguirlo. Él nos conduciría a la fábrica de juguetes, localizaría a Sandy Claws, le pondría las esposas, y luego lograría celebrar la Navidad.

Exactamente a las ocho quince, Randy Briggs se pavoneó fuera de su edificio y entró en un coche especialmente acondicionado. Encendió el motor y salió del estacionamiento, dirigiéndose hacia la Ruta 1. Lo seguimos un par de coches atrás, manteniendo a Briggs a la vista.

– Bueno, -dije a Diesel-. Suspendiste levitación y obviamente no puedes hacer la cosa del relámpago. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Qué instrumentos tienes en tu cinturón de uso general?

– Te lo dije, soy bueno en localizar a las personas. He desarrollado la percepción sensorial. -Me perforó con la mirada-. Apuesto que no pensaste que sabía palabras superiores como esas.

– ¿Algo más? ¿Puedes volar?

Diesel apagó un suspiro.

– No. No puedo volar.

Briggs permaneció en la Ruta 1 por poco más de una milla y luego salió. Giró a la izquierda en la esquina y entró en un pequeño complejo industrial. Pasó tres negocios antes de entrar en un estacionamiento contiguo a un edificio de un piso de ladrillo rojo de tal vez 1500 m. cuadrados. No había ningún letrero anunciando el nombre o la naturaleza del negocio. Un soldado de juguete en la puerta era la única decoración.

Dimos a Briggs media hora para entrar en el edificio e instalarse. Luego cruzamos el estacionamiento y nos abrimos paso entre las puertas de cristales dobles de la pequeña recepción. Las paredes estaban alegremente pintadas en amarillo y azul. Había varias sillas alineadas contra una pared. La mitad eran grandes y la mitad pequeñas. El límite del área de recepción estaba delimitado por un escritorio. Detrás del escritorio había un par de cubículos. Briggs estaba sentado en uno de ellos.

La mujer detrás del escritorio nos miró a Diesel y a mí y sonrió.

– ¿Puedo ayudarles?

– Buscamos a Sandy Claws, -dijo Diesel.

– El Sr. Claws no está esta mañana, -dijo la mujer-. Quizás pueda ayudarle yo.

Briggs levantó la cabeza súbitamente ante el sonido de la voz de Diesel. Nos miró y líneas de preocupación fruncieron su frente.

– ¿Lo espera más tarde hoy? -Pregunté.

– Es difícil de decir. Él mantiene su propio horario.

Dejamos el edificio, y llamé y pregunté por Briggs.

– No me llames aquí, -dijo Briggs-. Este es un trabajo estupendo. No quiero que me lo fastidies. Y no voy a ser tu informante, tampoco. -Y colgó.

– Supongo que podríamos mantener bajo vigilancia el edificio, -dije a Diesel. Quise hacer eso tanto como sacarme un ojo con un palo ardiendo.

Diesel empujó su asiento hacia atrás y estiró las piernas.

– Estoy muy cansado, -dijo-. Trabajé el turno de noche. Podrías tomar el primero.

– ¿El turno de noche?

– Sandor y Ring tienen una larga historia en Trenton. Recorrí algunos viejos lugares predilectos de Ring después de que te dejé anoche, pero no encontré nada.

Él cruzó sus brazos sobre el pecho y casi al instante pareció dormirse. A las diez treinta mi teléfono celular sonó.

– Oye, amiga, -dijo Lula-. ¿Qué estás haciendo?

Lula se encarga de los archivos en la oficina de fianzas. Fue una prostituta en una vida anterior, pero desde entonces ha enmendado su estado. Su guardarropa se ha quedado más o menos igual. Lula es una mujer grande que le gusta el reto de comprar ropas que son dos tallas demasiado pequeñas.

– No mucho, -dije-. ¿Qué haces tú?

– Voy de compras. Dos días para Navidad y no tengo nada. Voy al centro comercial Quakerbridge. ¿Quieres que te lleve?

– ¡SÍ!

Lula comprobó su espejo retrovisor para echarle una última mirada a Diesel antes de dejar el estacionamiento de la fábrica de juguetes.

– Ese hombre está perfecto. No sé donde encuentras a esos tipos, pero no es justo. Acaparaste el mercado de lo caliente.

– Él es de hecho un super héroe, o algo así.

– No sé nada de eso. Apuesto que tiene niños super héroes, también.

Lula sonaba mucho como la Abuela. No quise pensar en los niños de Diesel, así que puse la radio.

– Tengo que relevarlo a las tres, -dije.

– Diablos, -dijo Lula, entrando en Quakerbridge-. Mira este estacionamiento. Está lleno. Esta terriblemente lleno. ¿Dónde se supone que me voy a estacionar? Sólo tengo dos días para hacer compras. No puedo tratar con esta cosa del estacionamiento. ¿Y por qué todos los mejores lugares son para los minusválidos? ¿Ves algún coche de minusválido en todas esas zonas de minusválidos? ¿Cuánta gente minusválida piensan que tenemos en Jersey?

Lula dio vueltas en el coche alrededor del lugar por veinte minutos, pero no encontró un estacionamiento.

– Mira ese pequeño morro del Sentra, está a punto de chocar a ese Pinto, -dijo Lula, girando, así tuvo el parachoques delantero de su Firebird a unas pulgadas del parachoques trasero del Sentra-. Uh-oh, -dijo, avanzando despacio-, mira como ese Sentra avanza por sí mismo. Antes de que lo sepas, va a haber un sitio disponible porque ese Pinto estará rodando por el carril de conducir.

– ¡No puedes llegar y empujar un coche de su sitio! -Dije.

– Seguro que puedo, -dijo Lula-. ¿Ves? Ya lo hice. -Lula tenía su bolso sobre su hombro, y estaba fuera del Firebird, contemplando la entrada del centro comercial-. Tengo mucho que hacer, -dijo Lula-. Te encontraré de regreso en el coche a las dos treinta.


* * * * *

Eché un vistazo a mi reloj. Eran las dos treinta. Y sólo tenía un regalo. Había comprado un par de guantes para mi papá. Era una cosa fácil. Le compraba guantes todos los años. Él contaba con eso. Yo estaba muy liada con los otros. Había dado a Valerie todas mis buenas ideas sobre los regalos. Y el centro comercial era un caos. Demasiados compradores. No hay suficientes dependientes en las cajas registradoras. Escoger artículos. ¿Por qué lo dejé para el último minuto? ¿Por qué atravieso por esto cada año? El próximo año compro mis regalos de Navidad en julio. Lo juro.

Lula y yo alcanzamos el coche simultáneamente. Yo tenía mi pequeña bolsa con los guantes, y Lula tenía cuatro enormes bolsas de compras llenas hasta los topes.

– ¡Vaya!, -dije-, eres buena. Yo sólo compré guantes.

– Infiernos, ni siquiera sé lo que hay en estas bolsas, -dijo Lula-. Sólo comencé a agarrar las cosas que estaban cerca de una caja. Creo que lo determinaré más tarde. Total todo el mundo siempre regresa las porquerías en cualquier caso, así que en realidad no importa lo que compraste la primera vez.

Lula fue hacia la salida y sus ojos se encendieron cuando llegó a la esquina del lugar.

– ¿Puedes creerlo? -dijo-. Tienen un lote de Árboles de Navidad. Necesito un Árbol. Voy a detenerme. Sólo será un minuto. Voy a comprarme uno.

Quince minutos más tarde teníamos dos Árboles de Navidad de 1,80 embutidos en el maletero de 1, 20 de Lula. Un árbol para Lula. Y uno para mí. Aseguramos la tapa del maletero con una cuerda, y nos pusimos en camino.

– Que bueno que vimos el lote de árboles, así además pudiste comprar un árbol, -dijo Lula-. No puedes tener una Navidad sin un Árbol de Navidad. Chica, amo la Navidad.

Lula estaba vestida con unas botas blancas de piel de imitación hasta las rodillas que la hacía ver como un [15]Sasquatch. Embutía su mitad inferior en unos pantalones rojos spandex muy ceñidos que mágicamente hacían brillar intensamente sus incrustaciones doradas. Llevaba puesto un suéter rojo con una aplicación verde en forma de Árbol de Navidad. Y lo complementaba con una chaqueta de piel de conejo amarilla teñida. Cada vez que Lula se movía, los pelos de conejo amarillos volaban de la chaqueta y flotaban en el aire como los pelillos del diente de león. Detrás de nosotros, el lote de árboles se perdió en una neblina amarilla.

– Bien, -dijo Lula, deteniéndose en un semáforo-. Sacudimos la Navidad. Estamos en camino a la Navidad. -La luz cambió y el tipo delante de nosotros vaciló. Lula se echó en la bocina y le dio con el dedo-. Muévelo, -gritó-. ¿Crees que tenemos todo el día? Es Navidad, por amor de Dios. Tenemos cosas de hacer. -Ella alcanzó la carretera y salió, atacando vehementemente “Jingle bells” a todo pulmón-. Jingle bells, jingle bells, jingle all the wa-a-a-ay, -cantó.

Puse mi dedo en mi ojo.

– Oye, ¿tienes otra vez esa contracción nerviosa en el ojo? -preguntó-. Necesitas hacer algo con esa sacudida. Deberías ver a un doctor.

Lula estaba en el tercer coro de “Silent Night” cuando se estacionó al lado del Jag negro. Salí del Firebird y me incliné para hablar con Diesel.

– Lula y yo podemos hacer el siguiente turno, -le dije-. Si algo pasa, te llamo.

– Suena bien, -dijo Diesel-. Podría aprovechar un descanso. Ha estado tranquilo todo el día, y así es como me gusta. Si no hay más disturbios, Sandor volverá finalmente a su taller.

– No te preocupes, querido Diesel, -dijo Lula por detrás de mí-. No perderemos de vista este lugar. Paz y tranquilidad es mi segundo nombre.

Diesel estudió a Lula y sonrió.

– Entonces, ¿de qué se trata? -Quiso saber Lula cuando Diesel se marchó.

– Estoy detrás de que un NCT llamado Sandy Claws. Él tiene esta fábrica de juguetes.

– ¿Y qué hay con el coche al lado de nosotros? Tiene un asiento elevado detrás del volante. ¿Y qué son esas palancas en la columna de dirección?

– La mayor parte de los empleados de aquí son personas pequeñas.

A veces cuando Lula estaba excitada sus ojos se abren de par en par y se salen como grandes huevos de pato blancos. Este era uno de esos momentos de ojos de huevo de pato.

– ¿Me estás jodiendo? ¿Enanos? ¿Un edificio entero lleno de enanos? Adoro a los enanos. He sentido eso por los enanos desde que vi el Mago de Oz. Excepto aquel tipo, Randy Briggs. Era un pequeño infeliz desagradable.

– Briggs está aquí, también, -dije-. Trabaja en la oficina.

– Hunh. Yo no me opondría a patearle el culo.

– ¡Nada de patear culos!

Lula sacó su labio inferior y tiró los ojos nuevamente dentro de sus cuencas.

– Lo sé. ¿Crees que no lo sé? Tengo sentido del decoro. Infiernos, mi segundo nombre es Decoro.

– De todos modos, no lo verás, -dije-, porque sólo vamos a sentarnos aquí.

– No quiero sentarme aquí, -dijo Lula-. Quiero ver a los enanos.

– Son personas pequeñas ahora. Enano es políticamente incorrecto.

– Lo siento, no puedo mantenerme al ritmo en esa mierda de política correcta. Ni siquiera sé como llamarme yo. En un minuto soy negra. Luego afro americana. Luego una persona de color. ¿Quién demonios hace estas reglas, de todos modos?

– Bien, quienquiera que sean, personas pequeñas, elfos, o lo que sea, los verás cuando hagan el cambio de turno, y se vayan a casa.

– ¿Cómo sabes que ese tipo Claws no entró por una puerta trasera? Apuesto que esta fábrica tiene una vieja y grande puerta trasera. De seguro hasta tiene una zona de carga. Creo que deberíamos ir a preguntar si Claws no ha entrado aún.

Lula tenía un punto. Tal vez había una puerta trasera.

– Bien, -dije-, supongo que no hará daño probar con la mujer del escritorio una vez más.

Briggs se puso pálido cuando entramos en el área de recepción. Y la mujer en el escritorio pareció compungida.

– Me temo que él todavía no ha llegado, -me dijo.

– ¿Dónde se fabrican los juguetes? -preguntó Lula, andando hacia la puerta de la fábrica-. Apuesto que los hacen aquí dentro. Muchacho, realmente me gustaría ver como se hacen los juguetes.

La mujer detrás del escritorio se levantó.

– El Sr. Claws prefiere no tener visitantes en el taller.

– Sólo daré una rápida mirada, -dijo Lula. Y abrió la puerta-. Gatos santos, -dijo, entrando en el almacén-. ¡Ven a mirar esto! Hay un montón de elfos frenéticos.

Briggs salió del área de recepción, y ambos corrimos detrás de Lula.

– No son elfos de verdad, -dijo Briggs, patinando hasta detenerse delante de ella.

Lula estaba con las manos en las caderas.

– ¡Infiernos sí no lo son! Creo que reconozco a un elfo cuando veo uno. Mira esas orejas. Todos tienen orejas de elfo.

– Son orejas falsas, estúpida, -dijo Briggs a Lula-. Es una táctica de marketing.

– No me llames estúpida, -dijo Lula a Briggs.

– Estúpida, estúpida, estúpida, -dijo Briggs.

– Escucha, imbécil, -dijo Lula-. Podría aplastarte como a un bicho si quisiera. Tienes que tener más cuidado sobre a quien le faltas el respeto.

– Es ella, -gritó uno de los elfos, señalándome con el dedo-. Ella es la que comenzó el incendio en la oficina de empleo.

– ¿Incendio? -preguntó Lula-. ¿De qué habla?

– Ella comenzó el disturbio, -gritó alguien más-. ¡Agárrenla!

Todos los elfos saltaron de sus estaciones de trabajo y se lanzaron hacia mí en sus pequeñas piernas de elfo.

– Agárrenla. ¡Agárrenla! -gritaban todos-. Atrapen a la estúpida y grande buscapleitos.

– ¡Oye! -dijo Lula-. Espera. Que…

Agarré a Lula por la parte de atrás de su chaqueta y la tiré hacia la puerta.

– ¡Corre! Y no mires hacia atrás.

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