Nos lanzamos por la puerta del taller al área de recepción, nos abrimos paso por la puerta principal, cruzamos rápidamente el estacionamiento y brincamos en el coche. Lula le puso seguro a las puertas, y los elfos enjambraron alrededor de nosotras.
– Éstos no son duendes, -dijo Lula-. Conozco a los duendes. Los duendes son lindos. Éstos son duendecillos malos. Mira sus dientes puntudos. Mira sus ojos rojos y resplandecientes.
– No sé nada acerca de los duendecillos, -dije-. Creo que el tipo con los ojos rojos es sólo una persona pequeña con dientes malos y una resaca.
– Oye, ¿qué es ese ruido? ¿Qué le están haciendo a la parte trasera de mi Firebird?
Dimos la vuelta, nos asomamos a la ventana de atrás y quedamos horrorizadas al encontrarnos con que los elfos habían sacado los árboles del maletero.
– ¡Ese es mi Árbol de Navidad! -gritó Lula-. Aléjate. Deja ese árbol en paz.
Nadie escuchaba a Lula. Los elfos estaban en un frenesí, desgarrando los árboles rama a rama, y saltando sobre ellas.
De repente hubo un elfo en el capó. Y luego un segundo elfo trepó detrás del primero.
– Mierda santa, -dijo Lula-. Esto parece una película de terror. -Metió la llave en el encendido, pisó a fondo, y salió disparada a través del estacionamiento. Un elfo salió volando al instante. El segundo elfo envolvió sus manos alrededor de los limpiaparabrisas, con su cara gruñona aplastada al cristal. Lula giró rápidamente a la derecha, uno de los limpiaparabrisas se rompió, y el elfo voló lejos como un Disco volador, con el limpiaparabrisas todavía agarrado en su pequeña mano de elfo.
– Jodeteeeee, -el elfo cantó mientras volaba.
Llevabamos una milla sobre la Ruta 1 antes de que cualquiera de nosotras dijera una palabra.
– No sé que eran esas pequeñas cosas estúpidas y desdichadas, -dijo Lula finalmente-. Pero tienen que aprender algunas habilidades personales.
– Fue algo embarazoso, -dije.
– Jodido algo.
Y yo aún no tenía Árbol de Navidad.
Era poco después de las cinco cuando agité un adiós a Lula y caminé penosamente hacia mi edificio. Mi apartamento estaba tranquilo. Ningún Diesel. Dije un silencioso agradecimiento, pero la verdad es que estaba desilusionada. Colgué mi chaqueta en un gancho en el pasillo y escuché mis mensajes.
– ¿Stephanie? Es tu madre. La Sra. Krienski me dijo que no recibió ninguna tarjeta de Navidad tuya. ¿La enviaste, no? Y, haré un rico asado para la cena esta noche si quieres venir. Y tu padre te consiguió un árbol en la gasolinera. Tenían una liquidación. Él dijo que logró un buen trato.
Oh mi Dios. Un árbol en liquidación de la gasolinera. ¿Se podría poner peor?
Mary Alice y Angie estaban delante de la televisión cuando llegué a la casa de mis padres. Mi padre dormía en su silla. Mi hermana estaba arriba, vomitando. Y mi mamá y abuela estaban en la cocina.
– No los extravié, -dijo la Abuela a mi madre-. Alguien los tomó.
– ¿Quién los tomaría? -preguntó mi madre-. Esto es ridículo.
Yo sabía que iba a lamentar preguntar, pero no podía evitarlo.
– ¿Qué se perdió?
– Mis dientes, -dijo la Abuela-. Alguien tomó mis dientes. Los tenía metidos en un vaso con una de esas pastillas blanqueadoras y más tarde ya no estaban.
– ¿Cómo fue tu día? -me preguntó mi madre.
– Regular. Fui atacada por segunda vez por una horda de elfos enfurecidos, pero aparte de eso fue bien.
– Qué interesante, -dijo mi madre-. ¿Podrías revolver la salsa?
Valerie entró y se llevó una mano a la boca al ver el asado colocado en una fuente.
– ¿Qué hay de nuevo? -Pregunté a Valerie.
– He decidido que voy a tener al bebé. Y no me caso de inmediato.
Mi madre hizo la señal de la cruz, y sus ojos fueron tristemente al armario donde guardaba su Four Rose. El momento pasó, y llevó la carne asada al comedor.
– Vamos a comer, -dijo.
– ¿Cómo se supone que voy a comerme el asado sin dientes? -dijo la Abuela-. Si esos dientes no son devueltos para mañana por la mañana, llamo a la policía. Conseguí una cita para Nochebuena. Invité a mi nuevo novio a cenar.
Nos congelamos. El studmuffin venía a la cena de Nochebuena.
– Cristo, -dijo mi padre.
Después de la cena mi madre me dio una bolsa llena de comida.
– Sé que no tienes tiempo para cocinar, -dijo. Esto era parte del ritual. Y un día, si yo tenía suerte, llevaría la tradición a una nueva generación. Excepto que la bolsa para mi hija probablemente estaría llena de comida para llevar.
Mi padre estaba fuera, atando el árbol a mi CRV. Lo ataba a la rejilla del techo, y cada vez que apretaba la cuerda caía una lluvia de agujas de pino.
– Quizás está un poco seco, -dijo-. Tal vez deberías echarle agua cuando llegues a casa.
A mitad de camino a casa vi las luces atrás mío. Luces bajas de coche deportivo. Comprobé el retrovisor. Difícil ver por la noche, pero estaba bastante segura que era un Jag negro. Me detuve, y Diesel se estacionó a mi lado. Ambos salimos y miramos el árbol. No había luz de luna, gracias a Dios.
– Apenas puedo verlo en la oscuridad, -dijo Diesel.
– Así es mejor.
– ¿Cómo fue la vigilancia?
– Como dijiste… tranquila.
Diesel sonrió cuando le dije que la vigilancia había sido tranquila.
– Sospecho que sabes sobre la vigilancia, -dije con un suspiro.
– Sí.
– ¿Cómo?
– Lo sé todo.
– No.
– Sí.
– ¡No!
Hubo una acometida de viento, el aire chisporroteó, y Diesel me agarró y me lanzó al suelo, cubriéndome con su cuerpo. La luz destelló y el calor se rizó arriba mío por un momento. Oí que que Diesel juraba y rodaba alejándose. Cuando miré hacia lo alto me percaté que el árbol se estaba incendiando. Las chispas saltaban contra el negro cielo y el fuego se extendía al coche.
Diesel me levantó, y retrocedimos de las llamas. Estaba deprimida por el coche, pero no tan triste por librarme del árbol.
– Entonces, ¿qué crees? -Pregunté a Diesel-. ¿Un meteorito?
– Lo siento, bonita. Se suponía que era para mí.
Yo estaba parada frente a mi coche, y detrás mío podía oír las ventanas abriéndose en mi edificio de apartamentos. Estaba Lorraine en su camisón de dormir y Mo con su gorra. Ellos acababan de plantar sus cerebros para una larga siesta de invierno delante de la televisión. Cuando fuera en el estacionamiento surgió tal estrépito, saltaron de sus sillones reclinables para ver lo que sucedía. Fueron como un rayo hacia la ventana, abrieron las cortinas y se inclinaron sobre el marco. Y qué apareció antes sus ojos confusos, sino Stephanie Plum y otro de sus coches quemándose en la parte posterior.
– Oye, -gritó Mo Kleinschmidt-. ¿Estás bien?
Agité una mano hacia él.
– Bonito toque con el árbol, -gritó él-. Nunca antes incendiaste uno.
Lancé un vistazo de lado a Diesel.
– Esta no es la primera vez que uno de mis coches ha estallado, ha sido quemado, o bombardeado.
– Caramba, que gran sorpresa, -dijo Diesel.
Los camiones de bomberos aullaron en la distancia. Dos coches patrullas rodaron en el estacionamiento, manteniendo una distancia segura del humo y las llamas. Morelli llegó detrás del segundo coche. Salió de su camioneta y se acercó tranquilamente. Me miró, y luego miró el CRV achicharrado. Sacudió su cabeza y se le escapó un suspiro. Resignado. Su novia era un caso.
– Oí la llamada transmitiéndose en la frecuencia policial, y supe que tenías que ser tú, -dijo Morelli-. ¿Estás bien?
– Sí. Estoy bien. Me figuré que esta era la única forma en que conseguiría verte.
– Qué chistoso, -dijo Morelli. Examinó a Diesel-. ¿Tengo que preocuparme por él?
– No.
Morelli me dio un beso en la coronilla.
– Tengo que regresar al trabajo.
Diesel y yo lo miramos irse.
– Me gusta, -dijo Diesel-. Me gusta el modo en que te besa la coronilla.
– Tal vez quieras quitarte tu chaqueta, -dije a Diesel-. Humea.
A la mañana siguiente, Diesel estaba en el sofá, mirando la televisión, cuando salí de la ducha. Su presencia era inesperada, y tuve un breve momento de terror hasta que mi cerebro conectó los puntos entre hombre grande, no invitado en el sofá y Diesel.
– ¡Santo Dios!, -dije-. ¿Por qué no intentas usar el timbre? No esperaba encontrarme con un hombre en mi sofá.
– Suena a un problema personal, -dijo Diesel-. ¿Cuál es el plan para el día?
– No tengo plan. Pensé que tú tendrías uno.
– Mi plan es en su mayor parte seguirte de cerca. Deduzco que hubo una razón por la que caí aquí. Así es que estoy esperando a que todo se mueva.
Diablos.
– Hay algunas cosas para ti en la cocina, -dijo Diesel-. Los kerplunkers fueron rebuscados, pero te conseguí una flor de Pascua y un Árbol de Navidad. Me pareció que te debía uno.
Entré en la cocina para investigar y encontré una bonita y grande poinsetia roja en mi mostrador. Y un árbol de Navidad de metro y medio, totalmente decorado en medio del piso de la cocina. Era un alegre árbol adornado en dorado y blanco, con su base plantada en un macetero plástico envuelto en papel dorado, la parte superior perfectamente formada del árbol estaba rematada con una estrella. Era magnífico, pero vagamente familiar. Y luego recordé donde había visto el árbol. En el centro comercial Quakerbridge. Los árboles estaban alineados a lo largo de toda la planta baja del centro comercial.
– Me da miedo preguntar donde consiguiste este árbol, -dije.
Diesel apagó la televisión y entró tranquilamente en la cocina.
– Sí, algunas cosas es mejor ignorarlas.
– Es un árbol precioso. Y está todo decorado.
– Oye, lo entregué yo.
Estaba de pie allí admirando el árbol, preguntándome si podría lograr un tiempo de cárcel por ser cómplice del robo de un magnífico abeto falso, cuando Randy Briggs llamó.
– Acabo de entrar a trabajar, y algo extraño está sucediendo aquí. Tu amigo Sandy Claws apareció y envió a todos a casa. Cerró la cadena de producción entera.
– Es día de Navidad. Tal vez sólo está siendo agradable.
– No lo entiendes. Cerró de forma permanente.
– Pensé que no ibas a espiar para mí.
– Acabo de perder mi trabajo. Tú eres la única cosa entre yo y mi bienestar.
– ¿Estás todavía allí?
– Estoy en el estacionamiento. Sólo están Claws y Lester adentro.
– Voy en camino. Pégate Claws y Lester.
Colgué, agarré mi chaqueta, y bolso, y Diesel y yo corrimos a la escalera. Me detuve un momento cuando me abrí camino entre las puertas del vestíbulo y vi el lugar carbonizado en el pavimento. No más CRV. Sólo algo de asfalto chamuscado por el calor y un par de parches de hielo donde el agua se había congelado.
Diesel me agarró por la manga y me tiró hacia adelante.
– Era un coche, -dijo-. Puede sustituirse.
Me até el cinturón en el Jag.
– No es tan simple. Eso lleva tiempo y dinero. Y luego está el seguro. -No quise ni siquiera pensar en el seguro. Yo era un chasco para los seguros.
Diesel salió volando, dirigiéndose hacia la Ruta 1.
– No hay problema. ¿Qué tipo de coche quieres? ¿Otro CRV? ¿Una camioneta? ¿O un [16]Z3? Yo podría verte en un Z3.
– ¡No! Adquiriré mi propio coche.
Diesel pasó fácilmente por una luz roja y golpeó la rampa de acceso a la Ruta 1 sur.
– Apuesto que pensaste que iba a robar un coche para ti. De hecho, te apuesto que pensaste que robé tu Árbol de Navidad.
– ¿Bien?
– Es complicado, -dijo Diesel, colándose en el carril izquierdo, pisando a fondo, viéndose demasiado tranquilo para un tipo que iba a noventa.
Cerré los ojos y traté de relajarme en mi asiento. Si yo fuera a morir carbonizada en un choque no quería verlo venir.
– Esos superpoderes que se supone que tienes… ¿incluyen manejar, verdad?
Diesel sonrió y me echó una mirada de soslayo.
– Seguro.
Maldita sea. No era una respuesta que me diera confianza.
Él tomó una esquina con los neumáticos chirriando, abrí mis ojos y estábamos en el estacionamiento de la fábrica de juguetes. Briggs todavía estaba allí. Y otros dos coches estaban estacionados cerca de la entrada del edificio.
Diesel apagó el motor y salió del coche.
– Espera aquí.
– ¡De ningún modo! -Pero mi puerta estaba asegurada. Todas las puertas del coche estaban aseguradas. Así es que me afirmé en la bocina.
Diesel giró a mitad de camino de la entrada de la fábrica y me envió un centelleo de advertencia, con los puños en las caderas. Mantuve mi mano en la bocina, y él sacudió la cabeza con incredulidad. Regresó al coche, abrió mi puerta, y me sacó.
– Sabes, eres un verdadero dolor en el culo.
– Oye, sin mí, estarías a oscuras en este caso.
Él suspiró y pasó un brazo por mis hombros.
– Cariño, estoy a oscuras contigo.
Otra puerta de coche se abrió y se cerró, y Briggs se unió a nosotros.
– Voy por si necesitas más músculo, -dijo Briggs.
– Si consigo más ayuda necesitaré un permiso para un desfile, -dijo Diesel.
El área de recepción y la oficina de cubículos delanteros estaban desiertas. Encontramos a Sandy Claws y Lester, solos, en el cuarto trasero donde se hacían los juguetes. Estaban sentados juntos en una de las estaciones de trabajo. Nos miraron cuando entramos en el cuarto, pero no se levantaron. Había un pequeño bloque de madera delante de Claws, algunas virutas, y un par de herramientas para tallar mádera. Los bordes del bloque de madera habían sido recortadas.
Nos acercamos a los dos hombres, y Diesel miró hacia abajo la madera.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó.
Claws sonrió y pasó su mano por la madera.
– Un juguete especial.
Diesel cabeceó como si supiera lo que había querido decir.
– ¿Has venido para llevarme? -Preguntó Claws.
Diesel sacudió la cabeza.
– No. Eres libre de hacer lo que quieras. Estoy detrás de Ring. Desafortunadamente, Ring está detrás de ti.
– Ring, -dijo Claws con un suspiro-. ¿Quién habría pensado que a él le quedaba poder?
– Me parece que su puntería es nula, -dijo Diesel.
– Cataratas. El viejo tonto no puede ver.
Diesel examinó el cuarto. Los juguetes estaban dispersos alrededor, en varias etapas de terminación.
– Cerraste la fábrica.
– Él está ahí, -dijo Claws-. Puedo sentir la electricidad en el aire. No podía arriesgarme a poner en peligro a los trabajadores, por eso los despedí.
– Nos libramos de una buena, -dijo Lester-. Pequeños vagos desagradables. Daban más problemas de lo que valían.
– ¿Los elfos? -Pregunté.
Claws hizo un sonido burlón.
– Nosotros los transportamos en furgón de Newark. Alquilé este espacio a ojos cerrados y luego averigüé que solía ser una guardería. Todo está dimensionado para niños. Pensé que sería más barato emplear a personas pequeñas que cambiar todos los servicios y fregaderos. El problema fue que conseguimos un manojo de lunáticos. La mitad de ellos realmente pretendían ser elfos. Y ya saben cuán inmanejables pueden ser.
Afirmamos con la cabeza.
– Sí, -dijimos al unisono sin entusiasmo-, los elfos son superficiales. No puedes contar con un elfo.
– ¿Qué harás ahora? -preguntó Diesel.
Claws se encogió de hombros.
– Haré el juguete especial para la ocasión. Es el qué más disfruto de cualquier forma.
– Me gustaría ponerte a ti y a Elaine en un lugar más seguro hasta que tenga a Ring bajo control, -dijo Diesel.
– Mientras Ring esté en libertad, ningún lugar es seguro, -dijo Claws.
Me aclaré la garganta y sacudí mis nudillos.
– Odio mencionar esto ahora mismo, pero se supone que tengo que detenerlo. -Metí la mano en mi bolso y saqué un par de esposas.
– ¡Santo Dios!, -dijo Briggs.
– Ese es mi trabajo, ¿recuerdas?
– Sí, pero es víspera de Navidad. Dale al tipo un respiro.
– No te pago hasta que me paguen, -dije a Briggs.
– Buen punto, -dijo Briggs-. Espósalo.
Miré a Diesel.
– Es tu trabajo, -dijo Diesel.
Miré las esposas colgando de mi mano. Este era mi último intento para el dinero de los regalos de Navidad. Y entregar a Claws era lo correcto. Él había violado la ley y no había comparecido a su audiencia en el tribunal. El problema era, que era Nochebuena, y no había ninguna garantía de que sería capaz de tramitar la fianza a Claws nuevamente y liberarlo antes de que todo estuviera cerrado por las fiestas. Pensé en su casa, reventando con galletas y espíritu Navidadeño, decorada con luces brillantes, y parpadeando felicidad al mundo.
– No puedo hacerlo, -dije-. Es Nochebuena. Elaine estaría sola con todas esas galletas.
Claws y Lester soltaron un suspiro de alivio. Briggs se vio complicado. Y Diesel me sonrió abiertamente.
– ¿Ahora qué? -Pregunté.
– Ahora le seguimos la pista a Ring, -dijo Diesel.
No tuve que mirar mi reloj para saber que era media mañana. El tiempo se me escurría. Tenía medio día para encontrar algo para Navidad. Y una cierta cantidad o todo ese tiempo sería usado cazando a Ring. Podía sentir el pánico engrosándose en mi garganta. Ni siquiera tenía los guantes que había comprado para mi papá. Se habían hecho humo con el CRV.
– Podrías gestionar la fianza, -me dijo Diesel, leyendo mis pensamientos-. Lo entenderíamos.
Antes de que yo pudiera tomar una decisión hubo un trueno, el edificio tembló, y una grieta se abrió a través del techo. Avanzamos hacia la puerta, pero fuimos interrumpidos a mitad de camino por otro estruendo. El yeso llovió desde arriba, y nos zambullimos bajo una larga y sólida mesa en una estación de trabajo. Un par de trozos grandes de techo se soltaron y se estrellaron en el suelo. Más techo siguió. La luz parpadeó, y el polvo del derrumbe formó remolinos alrededor de nosotros. La mesa había salvado nuestras vidas, pero estábamos sepultados bajo los escombros del techo.
Hicimos un recuento y concluimos que estábamos todos bien.
– Podría abrirme camino por este lío, -dijo Diesel-, pero me temo que es inestable. Tiene que ser limpiado desde lo alto.
Intentamos con nuestros teléfonos celulares, pero no teníamos cobertura.
– No lo comprendo, -dijo Briggs-. ¿Qué fue eso? Se sintió como un terremoto, pero no tenemos terremotos en Jersey.
– Creo que fue un… fenómeno, -dije.
Nos sentamos allí por media hora, esperando el sonido de los camiones de bomberos y el equipo de emergencia.
– Nadie sabe que estamos atrapados aquí, -dijo Claws finalmente-. Estamos separados de otros negocios, por estacionamientos y carreteras. Y la mayor parte de los negocios aquí son instalaciones de almacenaje con tráfico mínimo.
– Y es posible que el techo colapsara, pero las paredes todavía están en pie, -dijo Lester-. Si alguien no mira de cerca quizás no vea el daño.
Avancé poco a poco acercándome más a Diesel. Él se sentía grande, seguro y sólido.
Él en broma me tiró un mechón de pelo.
– No estás asustada, ¿cierto? -me preguntó, sus labios pasaron rozando mi oreja
– Yo no. ¡No! Estoy fenomenal.
Mentira, mentira, jadeaba frenéticamente. Estaba asustada más allá de toda razón. Estaba atrapada bajo una tonelada de escombros con cuatro hombres y ningún cuarto de baño. Mi corazón palpitaba con un horrible ruido sordo en mi pecho, y estaba fría hasta los huesos de miedo y claustrofobia. Si salía viva posiblemente tendría unos momentos incómodos recordando el modo en que había sentido la boca de Diesel en mi oreja. Ahora mismo, trataba de impedir que mis dientes castañearan de pánico.
– Alguien tiene que ir por ayuda, -dijo Claws.
– Supongo que ese sería yo, -dijo Diesel-. No cualquier anormal.
Hubo un sonido como el de una burbuja de jabón estallando. Plink. Y ya no sentí a Diesel a mi lado.
– Mierda santa, -dijo Briggs-, ¿qué fue eso?
– Uh, no sé, -dije.
– ¿Estamos todos todavía aquí, cierto? -preguntó Briggs.
– Estoy aquí, -dije.
– No oí nada, -dijo Lester.
– Ya, yo tampoco, -dijo Briggs-. No oí nada.
Nos sentamos y esperamos en extraña quietud.
– Hola, -gritó Briggs después un rato, pero nadie contestó, y nos callamos otra vez.
No había forma de medir el tiempo en la cueva oscura como boca de lobo. Los minutos pasaban, y luego súbitamente hubo un sonido lejano. Removiendo y golpeando. Y voces amortiguadas llegaban hasta nosotros. Oímos sirenas, pero eran débiles, el sonido amortiguado por los escombros.
Dos horas más tarde, después de haber hecho muchos tratos con Dios, un pedazo grande del techo fue arrastrado fuera de nuestra mesa, vimos la luz del día y caras que nos miraban detenidamente. Otro trozo fue sacado, y Diesel cayó a través de la abertura.
– Creo que sólo imaginé que estabas atrapado bajo el techo con nosotros, -dijo Briggs-. En realidad estuviste fuera todo el tiempo, ¿verdad?
– Seguro, -dijo Diesel, llegando hasta mi.
Él me alzó, una pareja de bomberos me tiraron a través del agujero, y subí reanimada. Briggs vino después, en seguida Lester, luego Claws, y finalmente surgió Diesel.
Más o menos todo el techo había colapsado, pero como Lester había indicado, las paredes todavía estaban en pie. El estacionamiento estaba lleno de vehículos de emergencia y de curiosos. Me detuve en el estacionamiento, sacudí mi cabeza y el polvo de yeso salió volando. Mi ropa estaba apelmazada con él, y todavía podía probar el polvo al fondo de mi garganta.
Miré a Claws y me di cuenta por primera vez que había llevado con él su juguete inconcluso cuando el edificio había comenzado a desplomarse. Él lo tenía acunado en su brazo, sostenido cerca del pecho. Era un bloque pequeño de madera, medio esculpido, cubierto de polvo, igual que el resto de nosotros. Era demasiado pronto para poder distinguir que tipo de juguete estaba haciendo. Lo miré deslizarse más allá de la primera línea de trabajadores de rescate y silenciosamente entrar en su coche y marcharse. Un movimiento inteligente, ya que era buscado por no comparecer en el tribunal.
Miré alrededor del estacionamiento. Y luego examiné el cielo.
– Él no está aquí, -me dijo Diesel-. No se queda por ahí después de que golpea.
– ¿A qué se parece? -En mi mente visualizaba al [17]Trasgo Verde.
– Sencillamente un tipo normal, pequeño y viejo con cataratas.
– ¿Ningún cinturón de utilidad? ¿Ningún rayo bordado en su camisa?
– Lo siento.
Un paramédico me puso una manta alrededor de mis hombros y trató de encaminarme hacia un vehículo. Miré mi reloj y enterré mis talones.
– No pueden examinarme ahora mismo, -dije-. Tengo que ir de compras.
– Usted no se ve muy fuerte, -dijo el tipo-. Se ve bastante pálida.
– Por supuesto que estoy pálida. Me quedan sólo cuatro horas para hacer compras antes de tener que ir a la casa de mis padres para la cena de Nochebuena. Usted también estaría pálido si estuviera en mis zapatos. -Recurrí a Diesel-.Tuve algo de tiempo para pensar seriamente mientras estaba atrapada bajo la mesa, y las cosas se volvieron muy claras para mí. Mi madre es más una amenaza para mí ahora mismo que Ring. ¡Llévame a Macy!
Era media tarde y las calles estaban relativamente vacías. Los negocios habían cerrado temprano. Los niños estaban de vacaciones. Los compradores jubilaban sus tarjetas de crédito. Jersey estaba en casa, disponiendo la mejor cena para el día de Navidad, preparándose para una tarde reuniendo juguetes y envolviendo paquetes. En ocho horas, cuando las tiendas estén todas cerradas, toda la población del estado estará en una búsqueda desesperada de baterías, papel de envolver, y cinta.
En ocho horas, los niños de todo el estado escucharán cascos de renos en el techo. Excepto Mary Alice, que ya no creía en la Navidad.
La anticipación colgaba en el aire sobre el centro comercial, la carretera, el Burg, y cada casa en cada ciudad al mismo tiempo fascinada hasta formar la megalópolis. La Navidad estaba casi aquí. Quieralo, o no.
Diesel dobló en el estacionamiento y consiguió un espacio cerca de la entrada del centro comercial. Ya no había problemas con el estacionamiento. Dentro del centro comercial, el silencio era opresivo. Unos agotados dependientes estaban parados inmóviles, esperando el timbre de cierre. Algunos clientes se tambaleaban de percha en percha. Hombres, en su mayor parte. Viéndose perdidos.
– ¡Vaya!, -dijo Diesel-. Esto es aterrador. Es como estar con unos muertos vivientes.
– ¿Y tú? -Pregunté-. ¿Hiciste todas tus compras Navidadeñas?
– No hago muchas compras de Navidad.
– ¿Esposa, novia, madre?
– Estoy actualmente sin.
– Lo siento.
Él pellizcó mi nariz y sonrió.
– Está bien. Te tengo a ti.
– ¿Me compraste un regalo?
Nuestros ojos se trabaron, y su expresión se calentó un par de grados. Él levantó sus cejas ligeramente en pregunta, y sentí como me subía la temperatura.
– ¿Quieres un regalo? -preguntó. Ambos entendimos lo que él ofrecía.
– No. ¡No! -Aspiré algo de aire y me esforcé en limpiar el polvo de mi chaqueta-. En todo caso gracias.
– Avíseme si cambias de opinión, -dijo él, con su voz juguetona de regreso.
Generalmente, dos personas caminando por el Quaker cubiertos de polvo de la construcción llamarían algo la atención. A las cuatro en la víspera de Navidad, nadie habría notado si hubiesemos estado desnudos. No desaproveché el tiempo en los detalles como el color o el tamaño correcto. Estaba de acuerdo con el método de Lula. Llenar tu bolsa con cosas cercanas a la caja registradora. Terminé a las cinco treinta, y envolví los regalos camino a la casa de mis padres.
Diesel se detuvo de golpe en el bordillo, y salimos del coche con nuestros brazos atestados de cajas y bolsas.
La Abuela estaba en la puerta.
– Está aquí, -gritó al resto de la familia-. Y trae con ella a ese chico marica y musculoso otra vez.
– ¿Chico marica? -preguntó Diesel.
– Es complicado, -dije.
– Oh Dios mío, -dijo mi madre cuando nos vio-. ¿Qué sucedió? Estás inmunda.
– No es nada, -dije-. Un edificio se nos cayó encima, y no tuvimos tiempo de cambiarnos.
– Hace un par de años habría pensado que era insólito, -dijo mi madre.
– Tienen que ayudarme, -dijo la Abuela-. Mi semental viene a cenar, y todavía no tengo mis dientes.
– Hemos mirado por todas partes, -dijo mi madre-. Hasta miramos en la basura.
– Alguien los robó, -dijo la Abuela-. Apuesto que una dentadura buena valdría un dineral en el mercado negro.
Hubo un golpe en la puerta, y Morelli entró por sí mismo.
– Justo la persona que quería ver, -dijo la Abuela-. Quiero informar un delito. Alguien se robó mis dientes.
Morelli me miró. La primera mirada dijo, socorro.
Y la segunda mirada dijo ¿qué demonios te pasó?
– Un techo se nos cayó encima, -dije a Morelli-. Pero estamos bien.
Un músculo saltó en la mandíbula de Morelli. Estaba tratando de permanecer calmado.
– ¿Dónde estaban tus dientes cuando los viste por última vez? -Pregunté a la Abuela.
– En un vaso, limpiándose.
– ¿Perdiste sólo los dientes? ¿O el vaso, también?
– El malvado y piojoso ladrón se llevó todo, el vaso y lo demás.
Mary Alice y Angie estaban delante de la televisión.
– Oye, -les dije-. ¿Alguna de ustedes vio los dientes de la Abuela? Estaban en un vaso en la cocina y ahora ya no están.
– Pensé que Abuelita los botaba, así que los tomé para Charlotte, -dijo Mary Alice.
Charlotte es un dinosaurio grande de color lavanda que vive en el dormitorio de la Abuela. La Abuela ganó a Charlotte en un paseo a Point Pleasant hace dos años. Ella dejó cuatro cuartos de dólares en el número treinta y uno, rojo. El tipo hizo girar la briosa rueda. Y la Abuela ganó a Charlotte. Charlotte había sido al principio pensada para Mary Alice, pero la Abuela se encariñó con Charlotte y la guardó.
Parte del relleno ha cambiado en el cuerpo grande de dino de Charlotte, por lo que tiene lugares llenos de bultos ahora… como los de la Abuela.
Mary Alice corrió arriba y recuperó a Charlotte. Y bastante seguro, los dientes estaban simpáticamente puestos en la boca abierta de Charlotte.
– Los dientes de Charlotte habían perdido su relleno, -dijo Mary Alice-. Y tenía problemas para comer, por eso le di los dientes de la Abuela.
– Eso no es raro, -dijo la Abuela-. Nunca lo noté.
Todos miramos más de cerca los dientes. Estaban decorados con flores, arco iris diminutos y estrellas vistosas.
– Hice los dientes más bonitos con mis marcadores, -dijo Mary Alice-. Usé los indelebles así no se borrarían.
– Eso es muy bonito, cariño, -dijo la Abuela-, pero necesito mis dientes porque tengo una cita caliente esta noche. Le conseguiré a Charlotte algunos dientes propios.
La Abuela tomó los dientes de Charlotte y se los metió en la boca. La Abuela sonrió, y tratamos de dominarnos. Excepto mi padre.
– Mierda santa, -dijo mi padre, mirando hipnotizado los dientes decorados de la Abuela.
El teléfono sonó y la Abuela corrió a contestarlo.
– Era mi studmuffin, -dijo la Abuela cuando colgó-. Me dijo que tuvo un día difícil, y que tiene que tomar una siesta y recargar su batería. Así que vamos a encontrarnos en Stiva después de la cena. Habrá un velatorio especial de Nochebuena para Betty Schlimmer.
Nosotros siempre habíamos horneado jamón para las Navidades. El jamón se servía caliente en la víspera de Navidad, y durante el día de Navidad mi mamá principiaría con un enorme bufet de rodajas de jamón frío y macarrones y aproximadamente otros mil millones de platos.
Kloughn llegó cuando nos sentábamos a la mesa.
– ¿Llego tarde? -preguntó-. Espero no haberme retrasado. Traté de no hacerlo, pero hubo un accidente en Hamilton Avenue. Uno realmente bueno. Lesiones legítimas de cuello y todo. Creo que podrían contratarme. -Besó a Valerie en la mejilla y se sonrojó profundamente-. ¿Estás bien? -preguntó-. ¿Vomitaste mucho hoy? ¿Te sientes un poco mejor? Caray, de verdad deseo que te sientas mejor.
La Abuela le pasó a Kloughn el puré de papas.
– He oído que esas heridas de cuello pueden valer mucho dinero, -dijo la Abuela.
Kloughn miró los dientes de la Abuela, y la cuchara de papas dejó su mano y golpeteó en su plato.
– Ulk, -dijo Kloughn.
– Sin duda te preguntarás por mis dientes, -dijo la Abuela a Kloughn-. Mary Alice me los decoró.
– Nunca antes había visto dientes decorados. He visto uñas decoradas. Y la gente se hace tatuajes por todas partes, ¿no? Así que supongo que los dientes decorados podrían ser la siguiente cosa popular, -dijo Kloughn-. Tal vez debería decorarme los dientes. Me pregunto si podría pintarles un pez. ¿Qué piensa de los peces?
– Una trucha arco iris estaría bien, -dijo la Abuela-. De esa forma podrías tener muchos colores.
Mary Alice se agitaba en su silla. Estaba hablando para sí en voz baja, enroscando su pelo en círculos en su dedo índice, retorciéndose en su asiento.
– ¿Qué pasa? -preguntó la Abuela-. ¿Necesitas galopar?
Mary Alice contempló a mi madre.
– Hazlo, -dijo mi madre-. Ha estado demasiado tranquilo por aquí. Pienso que necesitamos que un caballo anime las cosas.
– Sé que no existe Santa Claus, -dijo Mary Alice-, pero si hubiera, ¿piensas que le daría regalos a un caballo?
Todos nos enderezamos de un salto.
– Absolutamente.
– Por supuesto.
– Apuéstalo.
– Diablos, él le daría regalos a un caballo.
Mary Alice dejó de agitarse y pareció pensativa.
– Yo sólo me preguntaba, -dijo.
Angie miró a Mary Alice.
– Podría haber un Santa, -dijo Angie, muy seriamente.
Mary Alice contempló su plato. Tenía importantes decisiones que tomar.
Mary Alice no era la única atrapada entre la espada y la pared. Yo tenía a Diesel a un lado y a Morelli en el otro, y podía sentir el tirón de sus personalidades. No rivalizaban. Diesel estaba en un lugar completamente diferente de Morelli. Era más que sus campos de energía se cruzaban sobre mi espacio aéreo.
La Abuela saltó a mitad del postre.
– Miren la hora -dijo ella-. Tengo que irme. Bitsy Greenfield vendrá a recogerme, y ese esqueleto se irá sin mí si no estoy lista. Tenemos que llegar tempranos para éste. Es una ceremonia especial. Será sólo con entrada.
– Quizás no deberías conversar demasiado, -dije a la Abuela-. Las personas podrían no entender lo del trabajo artístico en tus dientes.
– No hay problema, -dijo ella-. Nadie en aquel gentío puede ver bastante bien para notar algo diferente. Porque todo el mundo está sufriendo [18]degeneración macular y cataratas, no tengo que ponerme ni siquiera maquillaje. Ser viejo tiene un montón de ventajas. Todo el mundo se ve bien cuando tienes cataratas
– De acuerdo, dime otra vez por qué ese tipo es tu nuevo mejor amigo, -dijo Morelli. Estábamos fuera en el pequeño pórtico trasero, agitando nuestros brazos para mantenernos calientes. Era el único lugar donde podíamos tener una conversación privada.
– Él busca a un tipo llamado Ring. Y piensa que Ring está de alguna manera conectado conmigo. Pero no lo sabemos. Por eso se queda cerca de mí hasta que lo solucionemos.
– ¿Cómo de cerca?
– No tan cerca.
Dentro de la casa mis padres y mi hermana sacaban regalos de escondites y los arreglaban bajo el árbol. Angie y Mary Alice estaban profundamente dormidas. La Abuela estaba lejos en algún sitio, probablemente con su studmuffin. Y Diesel había sido enviado en busca de baterías.
– Te tengo un regalo, -dijo Morelli, apretando con sus dedos el cuello de mi abrigo, y tirándome hacia él.
– ¿Es un regalo grande?
– No. Es uno pequeño.
De modo que eliminé el primer artículo en mi lista de deseos de Navidad. Morelli me dio una caja pequeña, envuelta en fino papel metálico rojo. Abrí la caja y encontré un anillo. Estaba hecho de bandas entrelazadas delgadas de oro y platino. Unido a las bandas habían tres zafiros azules, profundos y pequeños.
– Es un anillo de amistad, -dijo Morelli-. Intentamos la cosa del compromiso, y no funcionó.
– No todavía, de todas formas, -le dije.
– Sí, todavía no, -dijo él, deslizando el anillo en mi dedo.
Un sonido cristalino nos llegó en el aire frío. Oí detenerse un coche en el bordillo. Una puerta se abrió y se cerró. Y luego una segunda.
– No eres el único, -dijo la Abuela.
La voz masculina más profunda no nos llegó tan claramente.
– ¡Es la Abuela y el studmuffin! -Susurré a Morelli.
– Escucha, -dijo Morelli-, de verdad me gustaría quedarme pero tengo trabajo…
Abrí la puerta de la cocina.
– Olvídalo. Te quedas. No enfrentaré sola al studmuffin.
– Miren a quién tengo aquí, -anunció la Abuela a todos-. Este es mi amigo John.
Él medía sobre 1,80 cm., con pelo cano, un cutis rubicundo, y una constitución delgada. Llevaba lentes con cristales gruesos y estaba vestido para la ocasión con pantalones grises sueltos, zapatos informales de suela de goma, y una americana sport roja. La verdad es que la Abuela había arrastrado a casa a hombres bastante peores. Si John tenía partes artificiales, se las guardaba para él mismo. Por mí perfecto.
La Abuela no se veía tan acicalada. Su lápiz labial estaba corrido, y su pelo estaba parado en punta.
– ¡Vaya!, -me susurró Morelli.
Extendí mi mano al studmuffin.
– Soy Stephanie, -dije.
Él sacudió mi mano y mi cuero cabelludo hormigueó y una chispa diminuta pasó entre nosotros.
– Soy John Ring, -dijo.
Diablos. Así que esta era la conexión. Esta era la razón por la que Diesel cayó en mi cocina.
– Justo esta noche está lleno de electricidad estática, -dijo la Abuela-. Vamos a tener que frotarlo con uno de esos paños con suavizante.
– Siento no haber podido venir a cenar, -dijo Ring-. Tuve un día agotador. -Se acercó más, ajustó sus gafas, y me escudriñó-. ¿La conozco? Me parece familiar, en cierta forma.
– Es una cazarrecompensas, -dijo la Abuela-. Captura a los tipos malos.
Zzzzzt. Una serie de chispas chisporrotearon de la cabeza de Ring.
– ¿No es rara la forma en que puede hacer eso? -dijo la Abuela-. Ha estado haciéndolo toda la noche.
Mi madre con astucia se santiguó y retrocedió. Morelli me acercó, presionándose contra mi espalda, con su mano en mi nuca.
– Mira el vello de mi brazo, -dijo Kloughn-. Está todo erizado. ¿Por qué creen que sucede? Caray, me da escalofríos. ¿Creen que significa algo? ¿Qué se supone que significa?
– El aire está totalmente seco, -dije-. A veces el vello no se queda abajo cuando el aire está muy seco.
Aquí estaba yo, cara a cara con Ring, Diesel andaba en busca de baterías, y yo no tenía ni una pista acerca de qué hacer. Mi corazón se saltaba latidos, y vibraba de pies a cabeza. Podía sentir las sacudidas atravesando las suelas de mis zapatos.
– Necesito un [19]Slurpee, -dije a la Abuela y a Ring-. ¿Vamos al [20]7-Eleven y compramos uno?
– ¿Ahora? -dijo la Abuela-. Acabamos de llegar.
– Sí. Ahora. En verdad necesito un Slurpee.
Lo que necesitaba era sacar a Ring de la casa de mis padres. No lo quería cerca de Angie y Mary Alice. No lo quería cerca de mi mamá y papá.
– Tal vez podrías quedarte aquí y ayudar a envolver los regalos, -dije a la Abuela-. Y el Sr. Ring podría darme un aventón al 7-Eleven. Eso nos dará una oportunidad para conocernos.
Zzzzt. Zzzzzt. Al Sr. Ring no pareció gustarle la idea.
– Es sólo una sugerencia, -dije.
La mano de Morelli estaba firme en mi cuello, y Ring tomó un par de alientos profundos.
– ¿Estás bien? -La Abuela preguntó a Ring-. No te ves demasiado bien.
– Estoy… emocionado, -dijo-. P-p-por conocer a tu familia. -Zzzt.
Se veía que Ring tenía un problema de control. Se le escapaba la electricidad. Y él parecía tan incómodo con su situación como lo estaba yo.
– Bien, -dijo, forzando una sonrisa-, esta es una familia divirtiéndose típicamente en Navidad, ¿verdad? -Zzzzt. Se limpió una gota de sudor de su frente. Zzzt. Zzzt-. Y es un Árbol de Navidad precioso.
– Pagué quince dólares por él, -dijo mi padre.
Zzzt.
Al árbol le quedaban aproximadamente doce agujas y era yesca seca. Mi padre diligentemente lo regaba todos los días, pero este árbol murió en julio.
Ring extendó la mano, tocó fugazmente el árbol, y ardió en llamas.
– Mierda santa, -chilló Kloughn-. Fuego. ¡Fuego! Saquen a los niños de la casa. Saquen al perro. Saquen el jamón.
El fuego se extendió por el algodón envuelto alrededor de la base del árbol y luego a los regalos. Una veta de fuego subió a toda velocidad por una cortina cercana.
– Llamen al 911, -dijo mi madre-. Llamen a la compañía de bomberos. ¡Frank, trae el extintor de la cocina!
Mi papá se volvió hacia la cocina, pero Morelli ya tenía el extinguidor en la mano. Momentos después, estabamos parados aturdidos, boquiabiertos, contemplando el lío. El árbol había desaparecido. Los regalos se habían esfumado. La cortina estaba hecha jirones.
John Ring se había ido.
Y Diesel no había vuelto.
Hubo una serie de fuertes explosiones afuera y por la ventana vimos el cielo iluminarse, brillante como el día. Y luego todo quedó oscuro y tranquilo.
– ¡Vaya!, -dijo mi papá.
La Abuela miró alrededor.
– ¿Dónde está John? ¿Dónde está mi studmuffin?
– Querrá decir [21]Sparky, -dijo Kloughn-. ¿Entiende? ¿Sparky?
– Parece que se marchó, -dije.
– Hunh, como todo hombre, -dijo la Abuela-. Incendia tu Árbol de Navidad y luego se para y se va.
Morelli puso el extintor a un lado y torció su brazo alrededor de mi cuello.
– ¿Hay algo que quieras decirme?
– No lo creo.
– No vi nada de esto, -dijo Morelli-. No vi las chispas desprendiéndose de su cabeza. Y no le vi incendiar el árbol
– Yo tampoco, -le dije-. No vi nada, en absoluto.
Todos nos quedamos parados allí algunos momentos más sin decir nada. No hubo palabras. Sólo conmoción. Y tal vez algo de negación.
Una voz baja, y soñolienta rompió el silencio.
– ¿Qué pasó? -preguntó Mary Alice.
Estaba en la escalera en pijama. Angie estaba detrás de ella.
– Tuvimos un incendio, -dijo mi mamá.
Mary Alice y Angie se acercaron al árbol. Mary Alice estudió las cajas carbonizadas. Alzó la vista hacia mi mamá.
– ¿Eran los regalos de la familia?
– Sí.
Mary Alice estaba seria. Pensaba. Miró a Angie. Y ella miró a la Abuela.
– Está bien, -dijo finalmente-, porque lamentaría que los regalos de Santa se hubiesen quemado. -Mary Alice se subió al sofá y se sentó con las manos dobladas en su regazo-. Voy a esperar a Santa, -dijo.
– Pensé que no creías en Santa, -dijo la Abuela.
– Diesel dijo que es importante creer en las cosas que te hacen feliz. Él estuvo en mi cuarto justo ahora, y me dijo que se marchaba, pero que Santa Claus vendría a visitarnos esta noche.
– ¿Tenía un caballo con él? -preguntó la Abuela-. ¿O un reno?
Mary Alice sacudió su cabeza.
– Solamente Diesel.
Angie se subió al lado de Mary Alice.
– Esperaré, también.
– Deberíamos limpiar este lío, -dijo la Abuela.
– Mañana, -le dijo mi madre, llevando una silla del comedor a la sala de estar, sentándose frente a Mary Alice y Angie-. Voy a esperar a Santa.
Así que nos sentamos y esperamos a Santa. Pusimos la televisión pero realmente no la miramos. Esperábamos escuchar pasos en el techo. Esperábamos entrever a un reno volando por delante de la ventana. Esperando que ocurriera algo mágico.
El reloj tocó las doce y oí que llegaban coches y se abrían y cerraban puertas. Y oí voces, acallando un animado balbuceo. Hubo un golpe en la puerta principal y nos levantamos de un salto. Abrí la puerta y no me sorprendió demasiado ver a Sandy Claws. Él estaba vestido con un elegante traje rojo con una corbata roja de Navidad. Sostenía una caja, toda envuelta en papel brillante y atada con una cinta dorada. Detrás de él se retorcía una legión de elfos. ¿(Quién era yo para decir si eran falsos o verdaderos?) Todos portando regalos. Randy Briggs estaba entre ellos.
– Diesel me dijo que necesitabas un poco de ayuda con la Navidad, -me dijo Claws.
– ¿Está bien?
– Está perfecto. Diesel siempre está bien. Devolvió a Ring a Casa.
– ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo sortear la energía?
– Diesel tiene formas.
– Apuesto que los acosan, ¿cierto? -dijo Kloughn a un par de elfos-. Apuesto que podrían aprovechar a un buen abogado. Permítanme darles mi tarjeta.
Mi madre se lanzó a la cocina y volvió con bandejas de galletas y pastel de frutas. Mi padre sacó algunas cervezas. La Abuela observó a Claws.
– Él es una monada, -me dijo-. ¿Sabes si está ocupado?
La fiesta duró hasta que todos los regalos fueron abiertos, la última galleta comida, y la última cerveza bebida. Los elfos se despidieron y volvieron a sus coches. Sandy Claws y Briggs se quedaron con una última caja. Era la caja con la cinta dorada, y Claws se la dio a Mary Alice.
– Lo hice yo mismo, -dijo-. Sólo para ti. Guárdalo siempre. Es un regalo especial para una persona muy especial.
Mary Alice abrió la caja y miró dentro.
– Es hermoso, -dijo.
Era un caballo. Tallado en madera de cereza.
Mary Alice lo sostuvo en su mano.
– Está tibio, -dijo.
Toqué al caballo. Se sentía frío a mi contacto. Levanté las cejas en pregunta a Sandor.
– Un presente especial para una persona especial, -me dijo él.
– ¿Una persona especial con habilidades especiales?
Él sonrió.
– Hay signos.
Le devolví la sonrisa.
– La veré en el tribunal, -dijo él.
Desperté al amanecer y suavemente me aparté de Morelli. Crucé mi apartamento a oscuras hasta la cocina. El árbol del centro comercial estaba encendido con brillantes luces diminutas, y Diesel estaba apoyado contra el mostrador.
– ¿Es un adiós? -Le pregunté.
– Hasta la próxima vez. -Tomó mi mano y besó mi palma-. Fue una buena Navidad, -dijo-. Te veré por ahí, bonita.
– Te veré por ahí, -dije, pero él ya se había ido.
Y él estaba totalmente en lo cierto, pensé. Fue una Navidad muy buena.