Capítulo 9

– REALMENTE no creo que eso sea asunto tuyo -se encaró ella, negándole el derecho a meterse en su vida.

– ¿Se trata de Aston? ¿Ese tipo llorón que se suponía que llevaba tus asuntos? Es un poco blandengue, ¿verdad? Estuve a punto de firmar el contrato sólo para deshacerme de él.

– David es su joven muy agradable.

– ¿Agradable? -Alex retorció los labios con desdén-. Él nunca sabría llevarte, Shea.

Shea sintió que el color le subía a las mejillas.

– No sé lo que quieres decir.

– Por supuesto que lo sabes.

Sus ojos se mantuvieron clavados en los del otro, tormentosos, conmovidos por los recuerdos de lo que habían compartido, recuerdos que mantenían el ambiente denso a su alrededor.

– Y los dos sabemos que yo sí. Y lo he hecho.

¿Cómo se atrevía él a sugerir que ella podría caer con tanta facilidad bajo su atracción?

– Vaya, el arrogante…

– Pero sincero -interrumpió él.

Shea se levantó, agradecida de que su furia fuera en aumento.

Entonces la pequeña sonrisa de suficiencia en la cara de él le devolvió todo el dolor, la pena, la perfidia de él. Ahora, absolutamente revitalizada, su furia no necesitaba alimentarse. Se desató como una serpiente enroscada y deseó lanzarse contra él, infligirle el mismo dolor que él le había causado a ella.

– Quizá deba poner mis cartas sobre la mesa, Alex.

– Desde luego -contestó él con tranquilidad.

– He intentado ser educada, pero evidentemente tú no entiendes eso. Admito que hace once años yo era joven y quizá más tonta que la mayoría. Pensaba que estaba enamorada de ti y mi mayor error fue creer que tú también lo estabas de mí. ¡Qué ingenua!, ¿verdad, Alex? -arqueó los labios en una sonrisa exenta de humor-. Bueno, todos cometemos errores. Y si fuéramos sensatos, aprenderíamos de ellos. Nos volvemos a poner en pie, reparamos el daño y, de nuevo, si fuéramos sensatos no repetiríamos el mismo error -Shea se detuvo y alzó el mentón-. Me considero una persona bastante sensata en la actualidad, Alex.

Él la miró en silencioso escrutinio y con un fruncimiento de ceño.

– ¿Hay algo que no sepa? -preguntó entonces él-. ¿Soy yo la parte culpable?

– No creo…

Pero él la interrumpió como si no hubiera hablado.

– Tal y como yo lo veo, eres tú la que se casó antes de que el sonido de mi avión se hubiera perdido en la distancia.

Él se había inclinado hacia adelante en su silla ahora y sus ojos oscuros estaban clavados en ella.

Shea ordenó la pila de pedidos delante de ella.

– La verdad es que estoy demasiado ocupada como para seguir discutiendo esto.

– Bueno, pues yo no -soltó Alex para ponerse en pie de forma abrupta-. Ha estado flotando en el aire desde que llegué a casa.

– Esto es ridículo, Alex. Y no veo ninguna utilidad en seguir escarbando en ello.

– Estoy seguro de que no lo ves -replicó él con sarcasmo-. Entonces, ¿no te casaste con el primer hombre que pudiste en cuanto yo me fui?

La silla de Shea golpeó la pared cuando ella se levantó de golpe para enfrentarse a él.

– Exactamente esa es la palabra clave. Te fuiste, Alex.

– Y apenas un mes más tarde te casaste con Jamie. Mi propio primo -dijo pronunciando la palabra con gran desprecio.

– Jamie me amaba y…

– ¿Y crees que yo no lo sabía? Créeme, lo sabía. Siempre supe lo que sentía por ti -cruzó la habitación hasta la ventana que daba al callejón trasero y después se dio la vuelta-. Solía pasarme la mayoría del tiempo debatiéndome entre el júbilo de que me amaras a mí más que Jamie y la culpabilidad de que fuera así.

– Bueno, eso ya pertenece al pasado. Dejémoslo así. Jamie y yo tuvimos un buen matrimonio y…

Alex estuvo detrás de la mesa en un par de largas zancadas, la asió por el brazo y clavó los dedos en su carne.

– Y supongo que nunca te importó que yo lo supiera, ¿verdad?

– Suéltame, Alex. Me estás haciendo daño -Shea intentó zafarse de él-. No sé de qué estás hablando.

– Jamie me dijo lo felices que erais -Alex soltó una carcajada amarga-. Y me quise morir miles de veces durante esos años sólo de imaginarte con él. Y después me odiaba a mí mismo porque le envidiaba tanto que me abrasaba como un fuego infernal que me impulsaba a volver a casa y estrangularle con mis propias manos. Y eso que era como un hermano para mí.

Sacudió la cabeza y sus dedos aflojaron la presión sobre su brazo. Sus ojos eran del color del chocolate oscuro, velados por la rabia, y su mirada atrapó la de ella y la mantuvo paralizada.

– Solía torturarme imaginándoos juntos, a ti besando a Jamie de la forma en que me besabas a mí, haciendo el amor con él -posó los ojos en sus labios y un dolor salvaje le sacudió-. ¿Lo hacías, Shea?

– ¿Hacer qué?

Alex la frotó con suavidad la cara interna del brazo demasiado cerca de su seno.

– Cuando hacías el amor con Jamie, ¿pensabas alguna vez que era yo?

A Shea se le secó la boca. Todo su cuerpo quería moverse hacia él, pero con un control férreo se apartó con rigidez.

– ¿Cómo te atreves a preguntarme eso? No tienes ningún derecho.

– Bueno, ¿lo hacías? -le sacudió el brazo-. ¿Pensaste alguna vez en nosotros? ¿Y en lo bien que estábamos juntos? ¿Pensaste alguna vez en mí?

Shea tragó saliva con el corazón desbocado. Para ser sincera, nunca había estado muy lejos de sus pensamientos. Pero no tenía intención de decírselo. Ni ahora ni nunca.

– No, Alex. Raramente pensé en ti. Puse todos mis recuerdos de ti en una cajita y la almacené en la parte más lejana de memoria. Así que no, Alex. Siento que hiera tu orgullo masculino, pero no pensé en ti.

– ¿Así que me borraste de tu mente? -sus ojos entrecerrados seguían clavados en los de ella y esbozó una leve sonrisa-. No lo creo, Shea. Me temo que no te creo. Es por eso por lo que no me permitirás ahora acercarme demasiado a ti, ¿verdad? Estás aterrorizada porque sabes que yo tengo la llave de esa cajita tuya. Soy yo el que puedo abrirla, levantar la tapa de esa fría actitud que adoptas ahora. ¿No es esa la verdad, Shea? Yo puedo devolvértela. La vida con mayúsculas. Hacerte sentir el mismo deseo ardiente que siempre te hice sentir.

– No.

– Sí -susurró él con suavidad-. Yo sé que sí.

El timbre de su voz junto con su masculino aroma almizcleño le inundaron los sentidos y supo que estaba perdiendo terreno con toda rapidez.

– Entonces, ¿por qué te fuiste? -explotó antes de poder contenerse.

Alex cerró los ojos por un momento.

– Te expliqué por qué me iba. Quería conseguir la mejor educación, hacer algo de mí mismo.

– Oh, sí. Todo yo, mío y yo mismo. Alex tenía que convertirse en lo que Alex quería, ¿verdad?

– Admito que te quería a ti -dijo Alex.

Shea soltó una carcajada amarga.

– Como ya te he dicho, Alex tenía que conseguir lo que Alex quería. Bueno, me tuviste a mí, Alex. Aunque no soy tan pretenciosa como para creer que te acuerdes de tanto ahora. Entonces, cuando te convino, lo olvidaste.

– ¿Olvidar el qué?

Shea soltó una maldición muy poco femenina.

– ¿Olvidar que hicimos el amor?

La voz de Alex había bajado a aquel timbre tan grave que siempre le producía cosquilleos.

Y los recuerdos provocativos la hicieron sentir una frenética escalada de deseo. Su cuerpo conservaba la pasión que sabía que él podía despertar, que sólo él podría satisfacer.

– ¿Olvidar que fui tu primer amante? -continuó Alex con sensualidad-. ¿Que fue la experiencia más increíble de mi vida? Porque lo fue, ¿verdad, Shea? Hicimos el amor porque era inevitable que lo hiciéramos. Éramos dos valvas de la misma concha. Y todas las piezas encajaron a la perfección.

– Estás siendo obsceno.

– ¿Obsceno? ¿Y cómo así? ¿Porque simplemente te he probado que no me había olvidado? Porque, créeme, no lo he olvidado. Ni un sólo segundo del tiempo que pasamos juntos -su voz se hizo aún más baja-. Hasta te puedo enseñar el lugar exacto en que nos acostamos. Y decirte exactamente lo que sentí al tenerte en mis brazos. La suavidad de tu piel bajo la luz de la luna. Y cada gemido que emitías cuando te tocaba ahí.

– ¡Alex! ¡Párate! Por favor.

– Quizá seas tú la que lo haya olvidado, Shea.

Ella alzó la cabeza con las mejillas todavía sonrojadas. ¿Olvidado? Había intentado con tanta desesperación borrar todo recuerdo de aquella época de su mente. Pero por las noches, los sueños volvían para recordárselo.

Sus ojos se clavaron en los de él, mantuvieron su mirada y Alex no pudo evitar ver la verdad en la profundidad de sus ojos verdes.

Las comisuras de los labios de Alex se alzaron levemente en un esbozo de sonrisa.

– No -su tono contenía una evidente nota de triunfo-. No has olvidado más que yo. Lo supe anoche en la terraza -dijo con suavidad estirando las manos hacia ella.

– ¿Y cuando estabas con Patti pensabas en mí? -preguntó con todos los músculos de su cuerpo tensos.

Una omnipresente rigidez se expandió entre ellos y sus palabras parecieron resonar con fuerza ensordecedora. La electricidad cargó el aire y, entonces, cuando Shea creía que no podría soportar el silencio ni un minuto más, él le soltó el brazo y se dio la vuelta para pasarse la mano por el pelo distraído.

– ¿Que si pensaba en ti cuando estaba con Patti? Constantemente -dijo con voz ronca-. Que Dios me ayude. Siempre te tuve en mi mente.

– No quiero escuchar esto, Alex.

– ¿No? -se dio la vuelta para mirarla-. ¿Por qué no? Eres tú la que hizo la pregunta de un millón y ahora quieres escabullirte. Pues sí, cuando hacía el amor con mi esposa, pensaba en ti.

Shea sacudió la cabeza, pero él dio un paso adelante hasta que sólo estuvo a unos centímetros de ella.

– ¿Te parece eso deleznable, Shea? Pues a mí sí. Saber que cuando tocaba a otra mujer siempre soñaba con que te estaba tocando a ti, siempre deseando que fueras tú. ¿Responde eso a tu pregunta? Así que si quieres saber si sufría por haberte dejado, la respuesta es sí. Un millón de veces, sí.

Shea sólo pudo mirarlo con un torbellino en la cabeza.

– Y lo más cruel de todo era que nunca amé a Patti. Y ella lo sabía.

– Entonces, ¿por qué te casaste con ella?

– Porque te había perdido a ti -sacudió la cabeza ligeramente-. No, porque sentí que me habías traicionado.

– ¿Traicionarte? -repitió Shea con incredulidad-. Tienes muy mala memoria, Alex.

– Pues parece que mejor que la tuya, pero ese no es el asunto. Como tú misma has dicho muy bien, todo pertenece al pasado. Es del presente de lo que deberíamos preocuparnos -se detuvo un instante-. Creo que tenemos un futuro, Shea.

– ¿Un futuro? -Shea sacudió la cabeza-. Oh no, Alex. En eso te equivocas. No pienso intentar reavivar las brasas.

– Yo diría que las llamas nunca murieron. Todavía siguen ardiendo. No hará falta reavivarlas.

Deslizó el dedo a lo largo de su barbilla y Shea retrocedió como si la hubiera abrasado.

– No me toques, Alex, o…

– ¿Por qué luchar contra ello, Shea? Tú sabes que cuando estamos juntos las chispas saltan. Siempre ha sido así.

– ¡No!

– ¿No? -arqueó una fina ceja-. Entonces demuéstrame lo contrario.

Sus labios descendieron y tomaron los de ella durante un excitante e interminable momento antes de alzar la cabeza.

Sus ojos parecían decir: «ya te lo había dicho».

Shea se apartó de él.

– De acuerdo, Alex. Seré la primera en admitir que tienes madera de ganador. Pero antes de que proclames tu victoria, déjame decirte que es una victoria vacía. He estado sola durante cuatro años, así que supongo que sería considerada una presa fácil. ¿Qué clase de conquista es ésta?

– ¿Desde cuándo ha habido una guerra entre nosotros? -preguntó Alex con ironía.

– Pero eso es absurdo. No pienso ser el premio para nadie -Shea se encogió de hombros de forma casi imperceptible-. Estuve demasiado cerca de ti, Alex. Construí mi vida basada en ti y quedé bastante devastada cuando te fuiste. Francamente, no quiero sentir eso por ningún hombre.

Alex iba a comentar algo, pero Shea levantó la mano.

– Pero, lo más importante de todo es que no quiero una relación contigo ni con ningún otro hombre en este momento de mi vida. Tengo un hijo al que criar y mi negocio está creciendo lo bastante como para dejarme apenas tiempo libre. Así que, Alex, no necesito lo que me estás ofreciendo.

– ¿Y qué es exactamente lo que crees que te estoy ofreciendo?

– Por las pruebas presentes y, a riesgo de sonar muy pasada de moda, yo diría que una aventura puramente física. Divertido, al menos para ti mientras dure, pero se acabará en cuanto te vayas de nuevo.

– ¿Divertido sólo para mí? Sería mutuo. Te lo prometo.

– Gracias, pero no, Alex.

– ¿Y crees que quiero tener algún tipo de aventura clandestina? -se rió con suavidad-. Suena casi apropiado.

– Y yo estoy segura de que lo que tú tienes en mente está muy lejos de eso. Bueno, pues no pienso escabullirme al caer la noche como solía hacer para reunirme contigo en algún lugar sórdido, Ahora tengo veintiocho años, por Dios santo. En la actualidad prefiero la comodidad de una cama.

– La comodidad me parece bien -dijo Alex con seriedad burlona-. ¿Daría igual que fuera tu cama o la mía?

– Alex, no voy a acostarme contigo -afirmó Shea con desesperación.

Un ligero ruido les hizo volverse a los dos hacia la puerta para encontrarse con David Aston, parado en medio de la habitación. Se sonrojó y Shea supo que la había oído. Ella misma se sonrojó hasta la raíz del pelo.

David tosió con discreción.

– Discúlpame, Shea. Parece que Debbie está ocupada con un cliente y pensé que podría pasar. No me di cuenta de que no estabas sola. Nosotros, bueno, le dije a tu suegra que me pasaría a las diez. Esperaré afuera, ¿de acuerdo?

– No -dijo Shea con rapidez-. Pasa, David. Alex se iba ahora mismo.

– Tenemos que discutir lo del alquiler todavía -le recordó Alex con calma-. Ya he revisado el contrato.

– Estoy segura de que sí -dijo con el mismo tono que él-. David aseguró que es bastante típico, ¿verdad, David?

– Oh, por supuesto. De eso puedes estar bastante segura, Shea.

David posó su maletín en la mesa y se dio la vuelta hacia Alex.

– Es todo legal. Mi empresa es un respetable miembro de…

Alex le hizo un gesto para que se callara.

– Necesitamos hablar de las condiciones, Shea.

Alex estaba humillando a David y éste se lo estaba permitiendo. Shea sintió una oleada de irritación hacia los dos.

– Si quieres más dinero, Alex, puedes discutirlo con David.

El otro hombre deslizó la mirada de Alex a Shea y tosió con nerviosismo de nuevo.

– Shea, creo que las condiciones son bastante generosas -empezó antes de ver la expresión de dureza de ella-, pero por supuesto, estoy preparado para negociar en tu nombre. ¿A qué hora te viene bien? -le preguntó a Alex.

Alex mantuvo la vista clavada en Shea durante un largo momento antes de moverse.

– Te lo haré saber.

Shea sonrió y le despidió con un gesto.

– Bien. Entonces te veré más tarde, Alex.

Él tardó varios segundos en estrechar su mano extendida y la mantuvo más tiempo del necesario. Su firme mirada también le dijo a Shea que aquella conversación estaba lejos de haber acabado.

– Estate segura de que será así -dijo con suavidad antes de hacer un gesto hacia David y salir.

Shea soltó despacio el aliento que no sabía que había estado conteniendo

Y se volvió con desgana para enfrentarse a la desaprobación segura de David. El haber tenido el error de sugerir más dinero le sirvió para recriminarla durante lo que a ella le parecieron horas y, para cuando él también se fue, Shea tenía un formidable dolor de cabeza.

Y se pasó toda la tarde medio escuchando por si se acercaba un coche que anunciara la llegada de Alex. Pero no llegó.


– Gracias a Dios que estás aquí -saludó Debbie cuando Shea entró a la tienda la tarde siguiente.

– ¿Es que no hay descanso para el guerrero? -preguntó con una débil sonrisa. La visita a los distribuidores de la mañana se le había hecho interminable y parecía que el agobio no había acabado-. ¿Cuál es el problema?

– Ha llamado Sue Gavin -le dijo Debbie.

Shea posó su maletín con las piernas debilitadas de repente.

– ¿Se encuentra bien Niall? -preguntó con rapidez.

Debbie asintió.

– No se trata de Niall. Tu suegra se ha puesto enferma. Sue ha dicho que la han llevado al hospital.

– ¿Norah? ¿Cuándo ha sido?

Debbie echó un vistazo a su reloj.

– Yo diría que como hace una media hora. He estado llamando a todos los distribuidores para intentar localizarte.

– ¿Te dijo Sue si era grave?

Debbie sacudió la cabeza…

– No. Sólo que la habían llevado al hospital en ambulancia.

– De acuerdo -Shea inspiró para calmarse-. Iré directamente al hospital, pero tendré que dejar que cierres tú de nuevo.

– No te preocupes. Sólo espero que tu suegra esté bien.

Shea salió corriendo al coche y condujo aprisa hasta el hospital. Después, se pasó un rato interminable en la recepción del hospital mientras una joven enfermera averiguaba dónde se encontraba Norah. Shea siguió entonces sus indicaciones hasta llegar al número que le había dicho.

Mientras se acercaba, salió una enfermera de la habitación y Shea notó con alivio que era una joven a la que conocía de vista.

– Ah, hola, Shea- la saludó bastante animada-. Supongo que habrás venido a ver a tu suegra. La estamos preparando ahora mismo para la intervención.

– ¿Intervención?

Shea frunció el ceño con preocupación y la enfermera le dio una palmada en el brazo.

– Operamos de la vesícula a todas horas. Danos cinco minutos y después podrás entrar unos pocos minutos si quieres, aunque probablemente estará un poco adormilada. Vendré a buscarte en cuanto terminemos, ¿de acuerdo?

Shea le dio las gracias y se acercó al teléfono público de la pared para marcar el teléfono de su vecina con dedos temblorosos.

– ¿Sue? Soy Shea. Estoy en el hospital.

– Gracias a Dios. ¿Cómo está Norah?

– La van a operar de la vesícula. Voy a entrar a verla dentro de unos minutos. ¿Cómo ocurrió?

– Yo estaba en el jardín de atrás y ella me llamó. Me dijo que estaba teniendo otro cólico de vesícula y que se había caído en el césped. Salí corriendo y llamé al doctor. Cuando llegó, llamó él enseguida a la ambulancia. Yo quería buscar a alguien para que se quedara con los gemelos, pero Norah no me lo permitió. Me dijo que sólo te llamara a ti.

Shea gimió con suavidad.

– Gracias, Sue, por ayudar a Norah. ¿Crees que podrías tener un rato a Niall contigo cuando termine su partido? Me gustaría quedarme aquí con Norah.

– Claro. No te preocupes por Niall. Dale recuerdos a Norah y ya nos veremos cuando puedas.

Shea colgó con nerviosismo y paseó por el pasillo en espera de que apareciera la enfermera de nuevo. Sin embargo, antes de que llegara, el médico de Norah se reunió con ella.

– Ah, Shea, me alegro de que estés aquí. Vamos a intervenir a Norah de las piedras de la vesícula.

– ¿Está…? Quiero decir… -Shea tragó saliva-. ¿Se pondrá bien?

El doctor apretó los labios.

– Bueno, llevo queriendo que se opere hace meses, pero ahora la decisión es inaplazable. Como te puedes imaginar, hubiera preferido que no hubiera ocurrido así, pero… -se encogió de hombros-. Ella está en buena forma aparte de eso y no se esperan complicaciones.

– La enfermera me ha dicho que podría verla antes de que la lleven al quirófano.

En ese momento, salió la enfermera de la habitación y Shea entró con el doctor. Su suegra ya estaba echada en una cama móvil. Tenía los ojos cerrados y parecía muy pequeña y frágil. A Shea se le hundió el corazón y atravesó aprisa la habitación para tomarla de la mano.

Norah abrió los ojos.

– Shea. ¿Ya me han operado?

El doctor se adelantó, examinó a Norah y la animó antes de dejarlas solas.

– Oh, cariño. Me alegro tanto de que hayas llegado antes de que me lleven -dijo Norah un poco más despierta ya.

– Sólo puedo quedarme unos minutos antes de que te bajen al quirófano.

– Me alegro de que estés aquí -los dedos de Norah la apretaron-. Quiero hablar contigo.

– No intentes hablar -dijo Shea con suavidad-. Sólo relájate mientras te hace efecto la medicación.

– No, Shea. Debo hablar contigo.

Norah se incorporó y Shea la acomodó en la cama.

– Podremos hablar después de la operación. Ahora tienen bastante prisa. Y el doctor me ha dicho que las piedras de vesícula se operan ahora con mucha facilidad. Estarás de vuelta antes de enterarte.

– No. He querido hablar de esto contigo desde hace mucho tiempo, pero tenía miedo.

– Norah…

– Sé la verdad, cariño. Siempre la he sabido.

– ¿La verdad? -repitió Shea con suavidad.

Norah le apretó la mano de nuevo.

– Acerca de Niall. Sé que Jamie no pudo ser su padre. Tienes que contárselo a Alex, Shea. Tiene derecho a saberlo.

Norah parpadeó y Shea siguió allí de pie helada. ¿Norah lo sabía? ¿Pero cómo?

Norah abrió los ojos de nuevo.

– Niall es hijo de Alex, ¿verdad?

– Pero, Norah, ¿cómo…? -los labios helados de Shea se movieron con rigidez-. Jamie me dijo que nunca se lo diría a nadie.

Su suegra movió la mano negándolo.

– No hacía falta que Jamie me lo dijera, cariño. Y a mí nunca me importó. Niall es un niño precioso y Alex debería saber que tiene un buen hijo.

Cerró los ojos de nuevo y esa vez Shea notó que estaba dormida ya.

Shea se quedó allí con la mano de Norah entre las suyas como si el tiempo se hubiera paralizado.

¿Cómo lo habría averiguado Norah? Jamie le había dado su palabra de que nunca se lo diría a nadie. Shea miró a su suegra deseando preguntárselo, pero Norah estaba profundamente dormida.

La enfermera volvió y habló en voz baja con Shea mientras empujaban la cama móvil de Norah. Shea apenas se enteró de lo que le dijo la otra mujer.

Cuando Norah y la enfermera desaparecieron por la esquina, Shea se dio la vuelta y comprendió que no estaba sola en el pasillo.

Alex estaba enfrente de ella. Tenía la cara pálida y la miró como si no la hubiera visto antes.

Con un esfuerzo sobrehumano, intentó recomponerse y se secó una lágrima de los ojos.

– Oh, Alex. Ya no podrás ver a Norah. La acaban de bajar al quirófano. Es la vesícula. Pero el doctor dice que se pondrá bien.

Sus palabras murieron cuando la dura expresión de él atravesó la barrera de su disgusto.

– ¿Alex? -preguntó con debilidad.

Entonces se quedó fría como el hielo al preguntarse si Alex habría oído su conversación con Norah. No.

¿Cómo podría haberlo oído? Habían estado solas en la habitación.

Alzó la vista hacia él. ¡Dios bendito! No podía haber oído a Norah.

– Tienen que operarla inmediatamente -repitió Shea para llenar el silencio opresor-. Tiene piedras en la vesícula desde hace años, pero no quería operarse.

Alex seguía en silencio y ella iba a ponerle una mano en el brazo, cuando él se apartó como si le hubiera quemado.

A ella se le aceleró el corazón con aprensión.

– ¿Alex? ¿Qué es lo que pasa? -preguntó con una vocecita débil mientras temía que él ya supiera su secreto.

– Vámonos.

Alex se adelantó y la asió por los brazos para guiarla a lo largo del corredor.

– Alex, ¿qué es lo que…?

– Aquí no, Shea. Necesitamos intimidad.

Abrió la puerta de la primera sala de espera y, cuando se aseguró de que estaba vacía, la empujó dentro y se apoyó contra la puerta cerrada. Los dos se miraron fijamente.

– ¿Cómo has podido hacerlo?

El pánico la asaltó e hizo un esfuerzo por recuperar el control.

– ¿Hacer qué? Alex, no sé de qué estás hablando.

Él la miró fijamente como intentado averiguar la verdad.

– Y sea lo que sea, creo que podrías esperar a que Norah…

Se le apagó la voz cuando él dio dos pasos en su dirección.

El fuego rabioso de sus ojos la mantuvo inmovilizada.

– ¿Estabas embarazada de mi hijo y no me lo dijiste?

– Alex, esto es ridículo. Puedo explicarte…

– ¡Explicar! ¡Vaya lo que tengo que oír!

– Supongo que escuchaste a Norah. La habían sedado. No sabía lo que estaba diciendo. No sé por qué…

– No más mentiras, Shea -Alex levantó la mano-. Norah dijo la verdad. Lo puedo ver en tus ojos así que responde sólo a mi pregunta. ¿Por qué no me dijiste que esperabas un hijo mío?

Shea se sentía como si los latidos la fueran a ahogar y tragó saliva de forma compulsiva.

– Te olvidas, Alex, de que decidiste que nos separáramos por una temporada. Tú te fuiste a vivir tu vida. Sólo por unos años, dijiste. Yo no podía esperar tanto tiempo. ¿Qué se suponía que podía decirte?

– ¿Qué te parece la verdad? ¡Dios mío! ¿Crees que te hubiera dejado si lo hubiera sabido?

Shea se encogió de hombros.

– Nunca lo sabremos, ¿verdad? Pero creo que todo salió de la mejor forma…

– ¿De la mejor? ¿De la mejor para quién?

– Para todos nosotros.

– ¿Todos quieres decir tú y Jamie? ¿O sólo tú?

– No, quiero decir que resolvió todos nuestros problemas. Tú conseguiste lo que querías sin que yo te hiciera sentir alguna obligación hacia mí. Yo tuve un padre para mi hijo y Jamie, bueno, Jamie me amaba y…

Se encogió de hombros.

– ¿Sabes que me está poniendo enfermo escuchar todo esto? ¿Escuchar lo mucho que te amaba Jamie? -Alex se pasó una mano temblorosa por el pelo e inspiró para tranquilizarse-. Y ahora quieres asegurarte de que yo siga sufriendo diciéndome que dejaste que criara a mi hijo.

– Nadie podría haberlo hecho mejor que Jamie.

– ¿Crees que eso no lo sé? ¿Y crees que eso lo hace más fácil de soportar? -la miró con ardiente intensidad-. Sabes, imaginarte a ti y a Jamie juntos, bueno creí que era el mayor dolor que tendría que soportar en la vida. Pero estaba equivocado.

– Alex, por favor, no…

Shea sacudió la cabeza y se apartó de él para poner espacio entre ellos. Tenía los ojos velados por las lágrimas y, despacio, se dio la vuelta para volver a mirarlo.

– Ya sé que quieres… -tragó saliva-. Ya sé que quieres hablar de esto, Alex. Y lo haré. Pero ahora no. Después de la operación de Norah. ¿Podemos dejarlo hasta entonces?

Alex se pasó la mano por el mentón. Parecía no haberse afeitado. Shea se retiró con nerviosismo un mechón detrás de la oreja.

– Puedo entender que quieras saber…

– Muy comprensivo por tu parte, Shea -la interrumpió con sarcasmo.

– Pero el momento no podría ser peor. Los dos estamos preocupados por Norah y…

– Norah quería que habláramos de ello, si no recuerdas mal -explotó Alex con furia.

– Por favor, Alex. Necesito tiempo. Nunca…

– No pensabas decírmelo nunca, ¿verdad Shea?

Ella apartó la vista para no ver el dolor en sus ojos.

– Yo… -Shea sacudió la cabeza ligeramente-. Sinceramente no lo sé -dijo con suavidad.

Alex cruzó la habitación, se quedó de pie a espaldas de ella y se frotó distraído los músculos del cuello. Entonces se dio la vuelta hacia ella con la cara rígida.

– Bueno, hay una cosa que sí sé, Shea. Quiero a mi hijo.

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