LAS MANOS de él buscaron sus senos desnudos, alabastro en la sombra del árbol bajo la luz de la luna, sus dedos jugueteando con delicadeza, tanteando, destruyendo el último vestigio del control de Shea con consumada facilidad.
Ella gimió al pronunciar su nombre y de alguna manera, los dos habían acabado de rodillas, después echados de medio lado sobre la arena, con la luz de la luna que se filtraba por las ramas dibujando formas en movimiento sobre sus pieles desnudas.
La boca de Alex se deslizó hacia la de ella, sobre su barbilla, su garganta, sus labios lentamente ascendiendo por el montículo de sus senos, su lengua rodeando el pezón rosado, causando unas sensaciones tan eróticas como la caricia de una cascada de agua.
Los dedos de Shea se enroscaron en su fino pelo rizado, atrayéndolo hacia ella. La mano de él se movió hacia abajo para abarcar su cadera y subió con impaciencia para desabrochar el pareo, continuó hacia abajo de nuevo, deslizándose sobre su muslo, ascendiendo, los dedos extendidos sobre sus nalgas bajo las pequeñas bragas que llevaba.
Una oleada de pasión impetuosa empujó a Shea a desabrocharle la hebilla del cinturón apresurada.
– ¡Shea, no! Tenemos que enfriarnos.
La cremallera de sus vaqueros bajó.
– Pero yo también quiero tocarte -susurró ella con voz densa, deslizando hacia abajo los vaqueros. Y, cuando sus manos encontraron ansiosas su objetivo, él gimió apasionado enterrando los labios entre sus pechos.
– Shea por favor. Te deseo demasiado. ¿Sabes que es muy difícil para mí contenerme?
Los dedos de ella la acariciaron amorosos.
– No quiero que te pares, Alex. Te amo. Por favor, ámame tú también…
– Y te amo. Demasiado. Shea, no creo que…
Su boca se derrumbó sobre la de ella y sus manos le bajaron las bragas retornando al suave montículo rizado para enseñarle más delicias aún.
Shea se arqueó hacia él y cuando él se deslizó sobre ella, lo recibió sin pudor, su grito inicial de dolor ahogado contra su boca, que reclamaba la de ella. Shea se quedó rígida momentáneamente y él le acarició la cara, murmurando ternuras incomprensibles, así que cuando empezó a moverse dentro de ella, Shea se relajó con él, el dolor olvidado por el júbilo de ser una con él.
Después, se quedaron echados en silencio, con las piernas entrelazadas. Shea deslizó con timidez un dedo por los abultados músculos de su antebrazo. Alex se levantó de encima de ella y, al separarse, la brisa les refrescó la piel húmeda.
Ella se pegó a él.
– Alex, no te vayas.
– ¡Sss! -la acalló con suavidad, atrayéndola al hueco de sus brazos con la cabeza apoyada contra su hombro-. No me voy a ir. Todavía no tengo fuerzas -añadió retirándole con suavidad los mechones de la frente-. ¿Te he hecho mucho daño?
Ella sacudió la cabeza deslizando los labios sobre su piel salada, paladeándole.
– Sólo un poco al principio. Ha sido… precioso.
– Sí, precioso. Como tú -acordó él con voz gutural
Los dos siguieron echados juntos hasta que la respiración se les apaciguó y entonces Alex suspiró.
– Shea, me siento como un maldito bastardo por…
Ella le silenció poniendo el dedo en sus labios.
– No, no lo estropees, Alex, por favor. No ha sido culpa tuya… Yo te amo y quería que me hicieras el amor. Con desesperación. Lo he deseado desde hace siglos. Yo… ¿ha sido…? ¿Te has…?
Él deslizó la mano con pereza sobre su seno y ella sintió renovarse la ahora familiar sensación deliciosa de deseo.
– Me ha gustado, amor mío. ¡Oh, Shea! -cerró los ojos emotivamente y después los abrió, apoyándose en el codo para incorporarse-. Veo que voy a tener mis manos llenas de ti durante los próximos sesenta años o así, Shea Stanley.
Sus manos se alzaron para abarcar la curva de sus pómulos y bajó la cabeza despacio para encontrar sus labios y cubrirlos con los de él, besándola de forma embriagadora antes de bajar la boca hacia abajo y tentarla y excitarla una vez más.
– Eres tan preciosa.
La voz parecía contenida en su garganta y su aliento acarició sus sensibles pezones antes de tomar uno entero en su boca.
El deseo la asaltó y se rió un poco nerviosa.
– ¿Soy de verdad preciosa?
Alex la miró a los ojos.
– Eres simplemente perfecta, amor mío.
Sus labios volvieron a lamer sus senos y Shea gimió con suavidad
– Deberíamos irnos a casa. Norah estará ya preocupada por ti.
– No, no lo estará. Sabe que estoy contigo.
Alex se detuvo y se pasó la mano por el mentón.
– Eso no me hace sentirme mejor precisamente.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que Norah confía en mí para que te cuide y esta noche he hecho un trabajo estupendo.
– Sí, lo has hecho.
Alex sacudió la cabeza.
– No hemos tomado precauciones y eso no es sensato ni responsable.
– ¿No quieres tener niños?
– Por supuesto que sí. Pero no todavía. Tú eres demasiado joven como para atarte y necesitas tiempo para divertirte.
– ¿Quieres decir que no haremos esto otra vez?
– No deberíamos. Pero yo tampoco confío mucho en mí mismo -la besó de nuevo-. La próxima vez estaré preparado.
Pero el daño ya había sido hecho, sonrió Shea para sí misma. No, no daño, se dijo ahora. Niall era lo mejor que le había pasado en su vida. Él había sido la razón para seguir adelante después de lo mal que lo había pasado tras el abandono de Alex.
Sin embargo, al crecer su hijo, ella había atesorado el placer agridulce de verlo tan parecido a Alex.
Shea se agitó sintiéndose culpable al saber que Jamie había sido más que un padre para su hijo. Él había sido el que había escuchado la primera palabra de Niall, le había visto dar el primer paso, le había enseñado a jugar al fútbol. Todos aquellos pasos irrepetibles deberían haber sido experimentados por Alex. Si él hubiera querido formar parte de su vida.
Pero no había sido así.
Porque ella no le había dado la oportunidad, se dijo a sí misma. Y por primera vez en años, las lágrimas afloraron a sus ojos y se derramaron por sus mejillas. Se las secó con enfado.
¿Y qué podría haber dicho en aquel momento?, se preguntó a sí misma. Alex había tomado la decisión de irse, de perseguir sus ambiciones. Una mujer y un niño no le hubieran retenido. Eso le había parecido entender a ella.
Se recostó en la cama y cuando por fin quedó dormida, la almohada estaba mojada de las lágrimas.
Después de la noche sin descanso, Shea casi se alegró de que llegara la hora de levantarse. Escogió uno de sus propios diseños, una falda de color kaki con una americana de manga corta y una blusa suave de los mismos tonos de verde.
Apenas acababa de poner la cafetera cuando entró Niall en la cocina y se sentó.
– Te has levantado muy pronto esta mañana -le dijo con sorpresa.
Normalmente tenían que insistirle varias veces para que saliera de la cama.
Niall bostezó.
– Mmm. Supongo que tenía hambre.
– ¿Cuánta hambre? ¿Hambre como para cereales y tostada o para huevos y bacon?
– Sólo cereales, gracias, mamá.
Niall sacó del armario su caja de cereales favoritos y llenó un cuenco hasta arriba.
Shea le sirvió un vaso de zumo de naranja y le dio un abrazo a su hijo cuando volvió a sentarse.
– ¿Por qué ha sido eso? -preguntó el niño, devolviéndole el abrazo.
– Sólo de buenos días.
Niall sirvió la leche encima de los cereales y tomó un par de cucharadas colmadas mientras Shea se sentaba frente a él y empezaba a extender la mantequilla sobre su tostada.
– ¿Mamá?
Ella alzó la vista.
– ¿Te acuerdas de la otra noche, cuando estábamos hablando de chicos y esas cosas? Bueno, ¿no has pensado nunca en volverte a casar?
Ella enarcó las cejas con sorpresa.
– No, no lo he pensado. La verdad es que no.
– Supongo que querrías mucho a papá, ¿verdad?
– Sí, lo quería.
– ¿Es por eso por lo que nunca has querido casarte con otro?
– En parte. Y supongo que no he tenido mucho tiempo de pensarlo.
– Pero si conocieras a alguien realmente agradable, sí querrías, ¿verdad?
– Supongo que sí -acordó ella con cautela.
– Quiero decir que cuando yo sea mayor y viva en mi propia casa, la abuela y tú os quedareis solas.
– Espero que no pienses hacerlo ya -intentó bromear Shea.
Su hijo frunció el ceño con gesto de censura.
– Por supuesto que no. Hablo en serio, mamá.
– No siento ganas de volver a casarme todavía. Pero si conociera a alguien del que me enamorara mucho, lo haría. ¿Qué te parece?
– A mí no me importaría tener un padrastro -dijo con solemnidad-. Y ya sé que no te casarías con cualquiera, mamá.
– Gracias.
– Tú no te casarías con alguien como el tipo con el que se ha casado la madre de Mike Leary. Mike dice que su padrastro es un ogro, pero yo sé que tú escogerías a alguien agradable.
– Niall…
– Ya sé que hablamos de él la otra noche pero, ¿qué piensas de verdad de David Aston? -preguntó con toda seriedad.
– David y yo sólo somos amigos y no tengo intención de ir más allá. Eso ya te lo dije, Niall. Lo que me hace pensar si habrás cambiado de idea. Pensé que no te caía bien.
– Y no me cae muy bien. Ya te dije que era un llorón y aparte de eso, intenta aparentar que le caigo bien cuando tú estás cerca. Es falso.
– Niall, no creo que…
– Bueno, pues lo es.
– ¡Niall! No deberías hablar así de David. Es bastante grosero por tu parte
– Sólo te lo he dicho a ti, mamá. De verdad -clavó la vista en su desayuno y movió distraído la cuchara dibujado círculos en los cereales-. Alex no es un llorón.
A Shea se le secó de repente a boca y tragó saliva.
– Niall…
– Alex es estupendo -continuó Niall apresurado-. Me cae muy bien. Y sólo quería que, bueno, que lo supieras.
Shea clavó la vista en su hijo.
– Mira, Niall. Alex es el primo de tu padre y es… era amigo mío y de tu padre. Pero eso fue hace mucho tiempo. La gente cambia y… -tragó de nuevo-. No quiero que pienses que… bueno que nada…
– Te vi anoche -interrumpió Niall con rapidez-. Besándote con Alex y pensé… -Niall encogió sus estrechos hombros-. Bueno, pensé que también a ti podría gustarte Alex.
– Mira, Niall -empezó Shea con cuidado-. A veces los adultos se besan por otras razones aparte de… Quiero decir que besar a alguien no tiene por qué significar que vayas a tener una relación con él.
Niall asintió.
– Eso ya lo sé, mamá. Pero a mí no me importaría en absoluto que tú y Alex, ya sabes, decidierais salir juntos.
– ¡Oh, Niall! -Shea se pasó una mano por el pelo todavía despeinado-. Puedo entender que te caiga bien Alex, pero no puedes… bueno, organizar la vida de la gente para que sean lo que tú quieres que sean.
Niall suspiró con pesadez.
– Y, Niall -añadió Shea con tono de reproche-. Por favor, no hables de esto con nadie más, ¿de acuerdo?
– No, no lo haré. Pero si tú y Alex…
– ¡Niall! Alex y yo no nos habíamos visto desde que naciste tú. Ahora sólo somos unos desconocidos, así que déjalo así. ¿De acuerdo? -Shea levantó la mano cuando pareció que Niall iba a contestar-. Y no me presiones hacia ninguna dirección o creeré que lo único que quieres es tener una fiesta -terminó Shea intentando poner un tono de desenfado que estaba lejos de sentir.
Ahora, sentada en su despacho con una pila de pedidos delante, Shea casi soltó un gemido al recordar la conversación con su hijo. Niall había sido siempre un niño amistoso, pero nunca hubiera creído que se interesara en alguien con tanta rapidez y facilidad.
Quizá como Norah había dicho, Niall necesitara una figura paterna en su vida.
Shea apretó el bolígrafo al sentir una oleada de miedo. Estaba aterrorizada de que Alex pudiera descubrir que Niall era su hijo. Y si lo descubriera, ¿intentaría robarle el afecto de su hijo? ¿Sería Alex capaz de eso? Al principio hubiera dicho que no, pero, ¿y ahora?
Irritada consigo misma, agarró una pila de pedidos y estaba a punto de intentar concentrarse en su trabajo cuando oyó un golpe en la puerta.
– ¿Shea? -Debbie asomó la cabeza-. Perdona que te interrumpa, pero hay alguien que quiere verte -aleteó las pestañas con gesto teatral-. Alex Finlay.
Shea se quedó perpleja unos segundos antes de bajar la vista a la defensiva hacia los papeles de la mesa.
– Oh, sí. Bueno, dile que estaré con él en un momento -dijo con la mayor indiferencia que pudo y deseando no sonrojarse delante de su ayudante.
– No te des prisa. Puedo esperar
La voz profunda de Alex le hizo levantar la cabeza y supo que había fracasado en aparentar indiferencia mientras el sonrojo le subía a las mejillas. Alex había empujado la puerta con delicadeza y sus ojos castaños estaban fijamente clavados en ella.
Shea tragó saliva con rapidez.
– Pasa, Alex -dijo sorprendida de sí misma por su tono profesional.
– Prepararé café, ¿te parece bien? -pregunto animada Debbie.
Alex le dio las gracias con su sonrisa encantadora y la otra chica se sonrojó de placer mientras salía apresurada.
Alex cerró la puerta y se apoyó con naturalidad contra ella. Ese día había dejado su traje de negocios y llevaba unos vaqueros y una camisa verde pálida. Las mangas cortas resaltaban los bíceps musculosos y la suave tela se amoldaba a los contornos de su amplio pecho y su plano vientre.
En todo aquello se fijó Shea mientras el silencio se prolongaba entre ellos.
Entonces, de repente, Shea visualizó la imagen de los dos en la terraza con los cuerpos muy apretados y sus sentidos empezaron a traicionarla como siempre.
– ¿Puedo sentarme?
Él se acercó al escritorio con una falta de timidez que ella no pudo sino dejar de admirar. Cómo desearía ella emanar tal confianza. Pero él estaba indicando la silla pegada a la pared y ella asintió.
– Por supuesto -contestó con rapidez con la voz casi normal.
Alex acercó la silla a la mesa y se sentó con una gracia y sensualidad inconscientes.
Los latidos del corazón de Shea se aceleraron y agradeció haberse puesto una blusa de cuello alto para que no se le notaran en la base del cuello.
Sabía que tenía que decir algo, superar la oleada de nerviosismo que siempre la asaltaba cuando lo tenía al lado. ¿Pero qué? ¿Qué podría decir después de lo de la noche anterior?, se preguntó con desesperación.
¿No era el ataque la mejor forma de defensa? Inspiró para calmarse.
– Alex, antes de que empecemos a hablar de la renta, siento que… -tragó saliva de nuevo-. Acerca de lo de anoche. Creo que debería disculparme.
– ¿Disculparte por qué? -preguntó con tal desapasionamiento que desató la rabia de Shea.
Y ella se aferró agradecida a aquella rabia. Era mucho más fácil que aferrarse a otra emoción más peligrosa que siempre amenazaba con hacerla perder la frialdad.
– Quiero disculparme por permitir que la situación se me escapara de las manos -replicó sin rodeos-. Por dejar siquiera que sucediera.
Él se encogió de hombros.
– Había dos personas en esa terraza anoche, Shea. ¿Por qué culparte a ti misma?
– Sí, bueno, dejando lo de la culpa a un lado, quisiera dejar muy claro que lo de anoche fue un breve traspié por mi parte y que puedes estar seguro de que no volverá a suceder.
Alex esbozó una breve sonrisa.
– Es una pena. Los dos disfrutamos mucho.
– Estás muy equivocado -replicó indignada Shea.
– ¿Equivocado en qué? ¿En que disfrutamos? Creo que sí lo hicimos.
– Por supuesto que yo no disfruté. Y viéndolo en retrospectiva, estoy muy enfadada conmigo misma por haberte hecho equivocarte.
– Yo no creo que me hayas hecho equivocarme.
Una pequeña sonrisa jugó en su boca y Shea se puso rígida de enfado.
– Oh, por Dios bendito, Alex. Si estás disfrutando de algún tipo de diversión perversa a mis expensas, será mejor que te vayas, porque te puedo asegurar que estoy muy ocupada como para perder el tiempo.
Alex se estiró en su silla.
– Eso está fuera de lugar considerando que yo estoy dispuesto a discutir el asunto que tú decidas.
Su sonrisa burlona encendió aún más su rabia, pero tuvo que contener la respuesta porque en ese mismo instante, Debbie entró con la bandeja de café.
Alex se levantó al instante para quitársela de las manos y su preciosa sonrisa hechizó a la joven de nuevo.
– Gracias, Debbie -dijo Shea con sequedad.
Debbie se apresuró a salir con una mirada de soslayo a su jefa.
– Mira, Alex -continuó ella cuando los dos tuvieron el café servido-. Intento ser racional con respecto a esto.
– ¿Por qué?
– ¿Que por qué? Porque somos dos adultos y, como tú mismo me has recordado antes, tendremos que vernos ocasionalmente. Estoy intentando hacer que una situación difícil sea lo menos complicada posible.
Alex se reclinó contra el respaldo y cruzó las piernas.
– ¿Lo menos complicada posible?
– Las cosas sólo se complicarán si nosotros lo permitimos -dijo ella con mucha más calma de la que sentía.
Si Alex siquiera supiera lo complejo que era todo el asunto.
– La verdad es que hemos recorrido un largo camino, Shea. Yo no puedo olvidarlo -mantuvo la vista clavada en ella-. Y después de lo de anoche, no creo que tú puedas tampoco.
Se llevó entonces la taza a los labios con calma.
– Anoche, bueno, admito que me deje llevar un poco por… por la vista, por la tarde, quizá por un momento de nostalgia romántica. Eso no quiere decir que piense seguir con esa desafortunada indiscreción a la luz del día.
Alex bajó los párpados y la miró durante un largo instante.
– Quizá hayas cambiado más de lo que yo había pensado. En el pasado al menos eras sincera.
– Quizá simplemente no esté diciendo lo que tú quieres escuchar -sugirió ella encogiéndose de hombros con una ligera sensación de culpabilidad-. Y estoy siendo sincera, Alex. ¿Por qué no iba a serlo?
– Sólo tú tienes la respuesta -dijo él con suavidad.
– No creo que esta conversación nos lleve a ningún sitio -Shea señaló su pila de pedidos-. Dejémoslo como está. Ha llovido mucho en estos once años.
– Ese es un dicho muy ambiguo. ¿Qué quieres decir exactamente?
– Lo evidente. Que nos somos las mismas personas de hace once años. La gente, las situaciones, cambian.
– Sigues siendo muy ambigua.
Shea apretó los labios con irritación.
– ¿Y cómo de específica quieres que sea? -mantuvo la vista cavada en él-. Me temo que no quiero mantener una relación, ni física ni emocionalmente. ¿Es eso lo bastante específico para ti?
– ¿Quiere decir eso que hay alguien más?
Shea enarcó las cejas con sorpresa.
– ¿Y qué tiene que ver eso?
Alex se encogió de hombros.
– Podría explicar algunas cosas. Han pasado cuatro años desde la muerte de Jamie. ¿Sería de extrañar?
Él apoyó los codos en la silla y su mirada cautelosa siguió clavada en ella.
– No, supongo que no.
El ambiente de la habitación pareció rasgarse de la tensión. A Shea le latía el corazón con tanta fuerza que creyó que él debía de estar oyéndolo.
– ¿De quién se trata? -preguntó él con estudiada indiferencia.