Capítulo 3

Al acabar el postre, Rose decidió marcharse sin esperar al café.

– Me he levantado de madrugada y quiero caminar un poco antes de meterme en la cama -dijo-. No quiero compañía, necesito pensar y planear. Entre otras cosas, tengo que encontrar alguien que quiera ocuparse de una granja.

– Si no hay problemas, podréis casaros en cuatro semanas -dijo Erhard-. Lo mejor será celebrar la boda en Alp de Montez.

– Muy bien -dijo ella, y aunque vacilante, se inclinó y besó al anciano en la frente-. Cuídate, por favor. Hazlo por mí.

Y se marchó.

Nick la observó marchar, sonriendo a todos los empleados con los que se cruzaba.

– Es una mujer extraordinaria -dijo Erhard, sobresaltando a Nick.

– No estaba…

– Supongo que no -dijo Erhard con sorna-. Según mis detectives tu relación mas larga ha sido de nueve semanas.

Nick lo miró sorprendido.

– Veo que lo sabes todo de mí.

– Tenía que descartar que fueras otro Jacques. Y en los círculos legales tienes fama de íntegro. Te implicas en casos por su interés moral y no sólo por el beneficie económico. Además, la mujer que te cuidó desde los ocho años, Ruby, dice que eres honesto, amable y que se puede confiar en ti.

– ¿Cómo conseguisteis hablar con Ruby?

Erhard sonrió.

– Infiltramos un detective en su círculo de macramé. Por ella sabemos que querías a tu madre a pesar de todo lo que te hizo pasar y que has sido leal a tu familia adoptiva; que tenías un carácter solitario, pero que eras extremadamente generoso. Sabemos que financias una casa de adopción en Australia y que si cualquiera de tus hermanos adoptivos está en apuros acudes en su auxilio aun antes de que te lo pidan -Erhard sonrió-. Cuando leí el informe decidí que eras la persona adecuada.

– ¿Y qué descubriste de Rose? -preguntó Nick, para quien, desde que Rose se había ido, el restaurante había quedado sumido en la penumbra.

– Te he contado casi todo.

– Cuéntamelo otra vez -Nick no había prestado la suficiente atención porque hasta entonces no había estado verdaderamente interesado.

– También ella tiene un pasado difícil. Su madre padecía artritis reumatoide y no podía trabajar, así que Rose tuvo que trabajar desde muy joven para pagarse los estudios de veterinaria. Se casó con un compañero de universidad, Max McCray, quien se había retrasado en sus estudios porque había padecido cáncer. Max era el único hijo de un veterinario de Yorkshire. Rose fue acogida en su familia y cuando acabó la universidad se hizo responsable de la clínica veterinaria familiar. Entonces, Max volvió a caer enfermo y Rose, además de dirigir la clínica, se convirtió en su devota enfermera hasta su muerte, hace dos años. Ahora, dirige la granja y la clínica veterinaria.

– Pero está dispuesta a dejarlo todo.

– Tengo la sensación de que le resulta un alivio -explicó Erhard-. El pueblo es muy pequeño y Rose es, ante todo, la viuda de Max. Todo el mundo habla del gran trabajo que ha hecho al conservar la clínica en honor a su marido. En un pueblo próximo hay una gran clínica veterinaria que quiere comprarla, pero sus suegros se niegan a vender. Así que Rose tiene que ocuparse de la granja sola. Además, arrastra un serio problema económico. La familia de Max no tiene dinero, y su enfermedad le hizo sumar deudas a las que ya había adquirido para concluir sus estudios -Erhard tomó aire-. Como ves, he usado una agencia de detectives muy minuciosa. También hablaron con las enfermeras que atendieron a Max. En su opinión, Rose ha permanecido atrapada por el recuerdo de su marido.

– Pero está dispuesta a marcharse.

– Le hemos presentado un imperativo moral muy poderoso -dijo Erhard-: una nación, y no sólo un pueblo, depende de ella.

– ¿Y esperas que también yo deje mi trabajo?

– No -dijo Erhard-. Sólo te pedimos unas semanas de tu tiempo y que firmes un certificado de matrimonio. No es necesario que te quedes en Alp de Montez. Una vez se calmen las aguas y se resuelva el problema de la sucesión, podrás marcharte. Sólo te necesitamos para la ceremonia de la boda y de la coronación. Luego, podréis divorciaros. Rose parece dispuesta a hacer todo el trabajo.

– Por lo que dices, está acostumbrada a hacerle -dijo Nick, frunciendo el ceño.

– Yo cuidaré de ella. Al menos no tendrá que atender vacas parturientas en mitad de la noche.

– ¿Es eso lo que hace?

– Así es. Y encima, vive con unos suegros que no le dejan sobreponerse a la muerte de su marido.

Nick pensó una vez más que Rose era una mujer de muchas facetas: un pícaro diablillo, una hermosa y sofisticada mujer, una excepcional bailarina, y una incansable trabajadora.

– Haré lo que me pides -dijo finalmente. Y Erhard sonrió.

– Te aseguro que no te arrepentirás.


Ya no había marcha atrás. Para cuando Nick llegó al despacho a la mañana siguiente, Erhard ya había dado los primeros pasos para organizar la boda.

Nick se armó de valor y habló con sus socios. Todos ellos coincidieron en que la situación sólo podía representar beneficios para el bufete. Incluso su hermanastro, Blake, que trabajaba con él, le manifestó su entusiasmo. Cuando Nick le había hablado de ello, Blake inició sus propias averiguaciones y estaba convencido de que se trataba de un plan sólido.

– El país cuenta con la suficiente estabilidad como para que vuestra boda sea bien acogida. Debes ir y apoyar a Rose-Anitra con todas tus fuerzas.

– Pero casarme… -dijo Nick. Blake lo interrumpió:

– Quizá un matrimonio así es el único posible para hombres como nosotros. ¿Por qué no casarte sólo en papel? -bromeó.

Porque no era del todo verdad que eso fuera todo.

Para Nick, casarse era algo que sólo hacían los demás. En su experiencia, las familias felices no existían. Tenía seis hermanos adoptivos y todos procedían de matrimonios desastrosos. Incluso, Ruby, la madre adoptiva a la que adoraba, había vivido una tragedia.

Salir con mujeres era una cosa… pero jamás había sentido la tentación de comprometerse. Sin embargo, lo que estaba a punto de hacer…

– Sólo te has comprometido para un mes, ¿no? -preguntó Blake.

– Sí, o al menos, hasta que la posición de Rose sea estable.

– Además, la idea de ayudar al país te estimula…

– Desde luego -admitió Nick.

– ¿Y casarte con Rose?

Nick sonrió sin decir nada. Eso era lo que más le preocupaba, el hecho de que le atrajera la idea de estar casado con ella. Era preciosa y su sonrisa le dejaba sin habla. Sin embargo, ella había dicho que no quería crear lazos y que ya había tenido suficiente familia para el resto de su vida. Y eso, que debía tranquilizarlo, le creaba inseguridad. Hacerse con el poder en un país no le inquietaba ni la mitad de lo que lo hacían los sentimientos que Rose le inspiraba.

Pero ni Blake lo sabía ni él mismo era capaz de explicárselo, así que cuando pasó una semana sin ver a Rose se dijo que debía haber sufrido un ataque de romanticismo al conocerla en lugar de entender aquella boda como lo que era: una operación militar.

Erhard llamaba constantemente para ponerle al día sobre los planes. En cuanto se casaran, se reunirían con el comité y anunciarían sus aspiraciones al trono.

Entre tanto, Nick no tenía ni idea de qué estaba haciendo Rose.

– Tengo que organizar un montón de cosas antes de marcharme -le había dicho en la única conversación telefónica que habían mantenido-. La reacción aquí ha sido de histeria colectiva. Tú ocúpate del papeleo. Firmaré lo que me digas. Confío en ti y en Erhard.

Otro día, Nick había llamado y se había podido hacer una idea de la situación por la que pasaba Rose al hablar con su suegra.

– No tiene derecho a hacernos esto -gimoteó-. Todo el pueblo depende de ella. Dice que la clínica tendrá que integrarse en la cooperativa del distrito, que con el dinero que nos paguen viviremos bien. Pero no es eso lo que nos importa. Mí pobre hijo se revolvería en su tumba. ¿Cómo se atreve ese hombre a decirle que no hay otra opción? ¿Cómo osa…?

Sus comentarios habían sido tan virulentos que Nick acabó por colgar el teléfono. Desde entonces, había comprendido perfectamente por qué Rose había puesto la condición de que la prensa no fuera informada hasta que hubieran dejado el país.

Erhard había accedido a regañadientes. Los preparativos se sucedieron. Finalmente, cuando quedaban pocos días para que Nick y Rose volaran a Alp de Montez, Erhard había ido espaciando sus llamadas hasta que en la última, había anunciado en tono misterioso:

– Nikolai, a partir de aquí la situación queda en vuestras manos. Yo debo adoptar un papel secundario. Buena suerte a los dos.

Nick no necesitó explicaciones para entender que, quizá por razones de salud, Erhard, tras colocarlos en la posición de salida, le cedía la responsabilidad.

Buena suerte a los dos.

Por unos segundos Nick sintió un ataque de pánico que superó al instante recordándose que sólo se trataba de un matrimonio de conveniencia. Sólo así pudo seguir organizándose sin que el mundo se le cayera encima.

Pero el día previo a su partida, cuando salió de su despacho y encontró las oficinas decoradas para una fiesta de despedida, tuvo que enfrentarse a la realidad. Era sábado y normalmente las oficinas habrían estado vacías, pero sus compañeros de trabajo le habían organizado una fiesta. Blake y sus socios debían haber decidido que la discreción ya no era necesaria. El champán corría a raudales, las secretarias repartían tarta nupcial, Blake había encontrado en la prensa una fotografía de Rose el día de su boda y la había ampliado a tamaño natural, colgando copias de ella por toda la oficina.

– Es preciosa -comentaba todo el mundo. E incluso Rose, que los miraba sonriente desde las paredes, parecía estar de acuerdo.

Aquella imagen de Rose perturbó a Nick. Era una Rose sin líneas de preocupación alrededor de los ojos, una Rose antes de… ¿la vida?

Era extraño saber que había accedido a casarse con ella, pero ya no podía echarse atrás, así que participó en la celebración con el mejor ánimo posible. Al final, bajo una lluvia de confeti, logró escapar.

– Allá va el príncipe tras su princesa -le gritaron. Y tuvo que sonreír.

– Eres el segundo hijo de Ruby al que echan el lazo -dijo Blake mientras lo acompañaba al aparcamiento.

Nick y Blake tenían mucho en común. Los dos procedían de familias desestructuradas, eran ambiciosos y habían estudiado Derecho. Blake había entrado en el bufete un año después que Nick y mantenían una estrecha relación de hermanos.

– No pareces contento -comentó-. ¿Es por los nervios de la boda?

– Sabes que no es una boda verdadera -dijo Nick entre dientes. Blake sonrió.

– Pero es lo más cerca de casarte que vas a estar. ¿Qué le has contado a Ruby?

– Que he accedido a casarme con Rose para que consiga el trono; que es un asunto práctico, y que en cuanto vuelva iré a visitarla.

– ¿Y qué te ha dicho?

– Sonaba un poco enfada. ¿No te ha llamado?

– ¿Cuándo habéis hablado?

– Esta mañana.

– ¡Bromeas! -Blake y Nick estaba abriéndose paso entre un enjambre de periodistas que ocupaban la acera. La prensa había surgido de la nada. La noticia debía haberse filtrado y parecían decididos a documentar cada paso del acontecimiento-. Entonces habrá estado llamándome todo este rato.

– Tranquilízale. Dile que no es más que un asunto de negocios -dijo Nick-. No quiero que se preocupe. No es nada,

– Nada -Blake se paró en seco con expresión de incredulidad-. ¿Pretendes que le explique a Ruby que vas a casarte con una princesa y que no es nada? ¿Quieres que me mate?

– Pues no se lo expliques. Va a cuidar del hijo de Pierce un par de semanas, así que no tendrá tiempo de pensar en nada.

– Las noticias llegan a Dolphin Bay -dijo Blake-. Y por si no lo sabes, en Australia se publican periódicos. ¿Va a haber invitados a la boda?

– Algunos dignatarios. Puedes decirle a Ruby que he intentado explicárselo, pero que no me ha dejado hablar.

– ¿De verdad piensas casarte sin implicar a nadie de la familia?

– Sabes que ése es mi estilo.

– Sí, pero no es el de Ruby. Si por ella fuera, Rose entraría a formar parte de la familia al instante. Seguro que le tejería un jersey y haría una manta para el lecho nupcial.

– Eso es precisamente lo que quiero evitar -dijo Nick-. Si dejo que Ruby se acerque a Rose, ésta saldrá huyendo. Esto es pura política.

– Un matrimonio perfecto -dijo Blake con sarcasmo.

– El único que le interesa a Rose.

En ese momento llegaron al coche seguidos por los fotógrafos. Nick estrechó la mano de Blake.

– Adiós, amigo -dijo-. Guárdame el sitio.

– Quizá deje de interesarte -dijo Blake con una mirada escrutadora.

– De eso nada. Estaré de vuelta en unas cuantas semanas.

– Ya veremos. Ten cuidado con los lazos matrimoniales y los políticos.

¿Por qué Blake sonaba tan escéptico? ¿Y de dónde habían salido todos aquellos fotógrafos? Había cometido un error al no haberle dado más detalles a Ruby, incluso debía haberla invitado a la boda. Sin embargo, de haberlo hecho, Ruby habría aceptado, se habría emocionado en la ceremonia y habría dado una credibilidad al enlace que estaba lejos de tener. Además de haber asustado a Rose. Y a él.

En la privacidad de su BMW, de camino a su apartamento para recoger el equipaje, Nick tuvo tiempo para pensar, y cuanto más pensaba, más preocupante le parecía su futuro inmediato.

Sonó el teléfono y el sistema de manos libres saltó automáticamente.

– ¿Nick?

– Rose -su voz reflejó lo alterado que se sentía-. ¿Cómo estás?

– Esto está lleno de fotógrafos -dijo ella-. Mi suegra no para de llorar. El teléfono no deja de sonar. Tal vez… ¿y si hemos cometido un gran error?

A Nick le alivió comprobar que no era el único desbordado por las circunstancias.

– Supongo que era de esperar -dijo, transmitiéndole una calma que estaba lejos de sentir.

– No había pensado…

– Yo tampoco.

– Todavía podemos echarnos atrás -susurró ella.

– ¿Es eso lo que quieres?

– No lo sé -dijo Rose-. Parecía tan sencillo mientras sólo era una idea…

– ¿Qué harías si canceláramos el plan?

Rose hizo una pausa antes de contestar.

– Supongo que quedarme aquí -dijo, dubitativa.

– ¿Quieres quedarte ahí?

– No -dijo Rose con firmeza. Luego, añadió-: Queríamos hacer esto por buenas razones, ¿verdad, Nick?

– Sí -dijo él, obligándose a ser honesto.

– Durante un mes.

– Y después, seguiré contigo al otro lado del teléfono. No te dejaré sola.

– ¿Seguirás comprometido con el plan? Nick tomó aire.

– Sí -¿quién le había dictado aquella afirmación? El lema de Nikolai de Montez era «nunca te comprometas». Pero las circunstancias eran excepcionales. Se trataba de todo un país. Se trataba de Rose.

– Sí -dijo una vez más-. Permaneceré tan implicado como tú quieras.

– Entonces, podré soportar a la prensa -dijo ella con voz temblorosa-. El avión me recogerá en Newcastle a las dos. ¿Me juras que estarás en él?

¿Cómo podía contestar un hombre una pregunta como aquélla? A pesar de todas sus dudas. A pesar de Ruby.

– Sí -dijo.

Y con aquel sí, Nick acababa de adquirir el compromiso más trascendente de toda su vida.

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