El escenario está en semioscuridad. Entran Quereas y Escipión. Quereas se dirige a la derecha, luego a la izquierda y vuelve hacia Escipión. Escipión (con semblante cerrado). ¿Qué quieres de mí?
Quereas. El tiempo apremia. Debemos estar seguros de lo que haremos.
Escipión. ¿Quién te dijo que no estoy seguro?
Quereas. No viniste a nuestra reunión de ayer.
Escipión (apartándose). Es verdad, Quereas.
Quereas. Escipión, tengo más años que tú y no acostumbro pedir ayuda. Pero lo cierto es que te necesito. Este asesinato exige fiadores respetables. En medio de tanta vanidad herida y tanto innoble temor, sólo las tuyas y las mías son razones puras. Sé que si nos abandonas, no traicionarás nada. Pero eso es indiferente. Lo que deseo es que te quedes con nosotros.
Escipión. Comprendo. Pero te juro que no puedo.
Quereas. ¿Entonces estás con él?
Escipión. No. Pero no puedo estar contra él. (Una pausa; luego, sordamente.) Si lo matara, mi corazón por lo menos estaría con él.
Quereas. ¡Sin embargo mató a tu padre!
Escipión. Sí, ahí empieza todo. Pero también ahí todo termina.
Quereas. El niega lo que tú crees. Escarnece lo que veneras.
Escipión. Es cierto, Quereas. Pero hay algo en mí que se le asemeja. La misma llama nos quema el corazón.
Quereas. Hay momentos en que es preciso elegir. Yo acallé en mí lo que podía asemejársele.
Escipión. No puedo elegir porque además de lo que padezco, padezco también porque él padece. Mi desgracia es comprenderlo todo.
Quereas. Entonces eliges darle la razón.
Escipión (con un grito). ¡Oh, por favor, Quereas, para mí ya nadie tendrá nunca razón!
Pausa; se miran.
Quereas (emocionado, acercándose a Escipión). ¿Sabes que lo odio aún más por lo que ha hecho de ti?
Escipión. Sí, me enseñó a exigirlo todo.
Quereas. No, Escipión, te ha desesperado. Y desesperar a un alma joven es un crimen que supera todos los que ha cometido hasta ahora. Te aseguro que bastaría para que yo lo matara con furor.
Se dirige a la salida. Entra Helicón.
Helicón. Te buscaba, Quereas. Calígula organiza aquí una pequeña reunión amistosa. Debes esperarlo. (Se vuelve hacia Escipión.) A ti nadie te necesita, pichón. Puedes marcharte.
Escipión (en el momento de salir, se vuelve hacia Quereas). ¡Quereas!
Quereas (con mucha dulzura). Sí, Escipión.
Escipión. Trata de comprender.
Quereas (con mucha dulzura). No, Escipión.
Escipión y Helicón salen.
Ruido de armas entre bastidores. Aparecen dos Guardias a la derecha, con El Viejo Patricio y el Primer Patricio, quienes dan muestras de terror.
Primer patricio (al Guardia, tratando de dar firmeza a su voz). Pero, ¿qué nos quieren a esta hora de la noche?
El guardia. Siéntate ahí. (Señala los asientos de la derecha.)
Primer patricio. Si ha de hacernos morir como a los demás, no se necesitan tantas historias.
El guardia. Siéntate ahí, mula vieja.
El viejo patricio. Sentémonos. Este hombre no sabe nada. Es evidente.
El guardia. Sí, ricura, es evidente. (Sale.)
Primer patricio. Era necesario proceder rápido, lo sabía. Ahora nos espera la tortura.
El Guardia vuelve con Quereas y sale.
Quereas (tranquilo, sentándose). ¿Qué pasa?
Primer patricio Y el viejo patricio (a un tiempo). Han descubierto la conjuración.
Quereas. ¿Y qué?
El viejo patricio (temblando). La tortura.
Quereas (impasible). Recuerdo que Calígula dio 81.000 sestercios a un esclavo ladrón que no confesó, a pesar de la tortura.
Primer patricio. Mucho adelantamos con eso.
Quereas. No, pero es prueba de que le gusta el valor. Y debierais tomarlo en cuenta. (Al Viejo Patricio.) ¿No podrías dejar de castañetear los dientes? Me crispa ese ruido.
El viejo patricio. Es que…
Primer patricio. Basta de historias. Nos estamos jugando la vida.
Quereas (sin inmutarse). ¿Conocéis la frase favorita de Calígula?
El viejo patricio (casi sin lágrimas). Sí. Se la dice al verdugo: "Mátalo lentamente para que se sienta morir".
Quereas. No, es mejor. Después de una ejecución, bosteza y dice con seriedad: "Lo que más admiro es mi insensibilidad".
Primer patricio. ¿Oís? (Ruido de armas.)
Quereas. Esa frase revela una debilidad.
El viejo patricio. ¿No te importaría dejar de hacer filosofía? Me da grima.
Entra por el fondo un esclavo que trae armas y las coloca sobre un asiento.
Quereas (que no lo ha visto). Reconozcamos por lo menos que este hombre ejerce una influencia innegable. Obliga a pensar. Obliga a todo el mundo a pensar. La inseguridad hace pensar.Y por eso lo persiguen tantos odios.
El viejo patricio (temblando). Mira.
Quereas (ve las armas; le cambia un poco la voz). Quizá tuvieras razón.
Primer patricio. Había que proceder rápido. Hemos esperado de más.
Quereas. Sí. Es una lección que se aprende un poco tarde.
El viejo patricio. Pero esto es una locura. No quiero morir.
Se levanta y pretende escapar. Aparecen dos Guardias y lo detienen a la fuerza después de abofetearlo. El Primer Patricio se desploma en su asiento. Quereas dice algunas palabras que no se oyen. De improviso una extraña música, agria, saltarina, de sistros y címbalos, irrumpe en el fondo. Los Patricios guardan silencio y miran. Calígula, con vestido como de bailarina y flores en la cabeza, aparece como sombra chinesca detrás de la cortina del fondo, remeda algunos ridículos movimientos de la danza y desaparece. Poco después un Guardia dice con voz solemne: "El espectáculo ha terminado". Entretanto, Cesonia entra silenciosamente por detrás de los espectadores. Habla con una voz neutra que, sin embargo, los sobresalta.
Cesonia. Calígula me ha encargado deciros que os citaba por asuntos de Estado, pero que hoy os había invitado a comulgar con él en una emoción artística. (Pausa; luego, con la misma voz.) Agregó, además, que a quien no hubiera comulgado, se le cortaría la cabeza.
Callan.
Cesonia. Disculpadme si insisto. Pero debo preguntaros si os ha parecido hermosa esta danza.
Primer patricio, (después de una vacilación). Fue hermosa, Cesonia.
El viejo patricio (desbordante de gratitud). ¡Oh, sí, Cesonia!
Cesonia. ¿Y tú, Quereas?
Quereas (fríamente). Fue gran arte.
Cesonia. Perfecto; ahora podré informar a Calígula.
Sale.
Quereas. Y ahora a darse prisa. Quedaos aquí los dos. Esta noche seremos un centenar.
(Sale.)
El viejo patricio. ¡Quedaos aquí! ¡Quedaos aquí! Bien que me gustaría irme. (Husmea.) Aquí huele a muerte.
Primer patricio. O a mentira. (Tristemente.) Dije que la danza era hermosa.
El viejo patricio (conciliador). Lo era, en cierto sentido. Lo era.
Interrumpen de pronto varios patricios y caballeros.
Segundo patricio. ¿Qué pasa? ¿Lo sabéis? El emperador nos ha hecho llamar.
El viejo patricio (distraído). Quizá sea para la danza.
Segundo patricio. ¿Qué danza?
El viejo patricio. Sí, bueno, la emoción artística.
Tercer patricio. Me dijeron que Calígula estaba muy enfermo.
Primer patricio. Lo está.
Tercer patricio. ¿Y qué tiene? (Encantado.) Por todos los dioses, ¿está por morir?
Primer patricio. No lo creo. Su enfermedad sólo es mortal para los demás.
El viejo patricio. Si así puede decirse.
Segundo patricio. Te comprendo. ¿Pero no tiene alguna enfermedad menos grave y más ventajosa para nosotros?
Primer patricio. No, esa enfermedad no admite competencia. Con permiso, debo ver a Quereas. (Sale.)
Entra Cesonia; breve silencio.
Cesonia (con indiferencia). Calígula está enfermo del estómago. Ha vomitado sangre.
Los Patricios la rodean.
Segundo patricio. Oh, dioses todopoderosos; si se restablece, prometo entregar 200.000 sestercios al Tesoro del Estado.
Tercer patricio (exagerando). Júpiter, toma mi vida a cambio de la suya.
Calígula ha entrado hace un momento. Escucha.
Calígula (avanzando hacia el Segundo Patricio). Acepto tu ofrenda, Lucio. Te lo agradezco. Mi tesorero se presentará mañana en tu casa. (Se acerca al Tercer Patricio y lo besa.) No puedes imaginarte qué conmovido estoy. (Pausa; luego tiernamente.) ¿Así que me quieres?
Tercer patricio (emocionado). César, no hay nada que por ti no entregara inmediatamente.
Calígula (besándolo de nuevo). Ah, esto es demasiado, Casio. No merezco tanto amor. (Casio hace ademán de protesta.) No, no, te digo que no. Soy indigno de él. (Llama a los Guardias.) Llevadlo. (A Casio, dulcemente.) Anda, amigo. Y recuerda que Calígula te ha entregado el corazón.
Tercer patricio (vagamente inquieto). ¿Pero adonde me llevan?
Calígula. A la muerte, hombre. Has dado tu vida por la mía. Ya me siento mejor. Ni siquiera tengo ese horrible gusto a sangre en la boca. Me has curado. ¿Estás contento, Casio, de poder dar tu vida por otro, cuando ese otro se llama Calígula? Ya estoy de nuevo dispuesto a todas las fiestas. Se llevan a Casio, que resiste y grita.
Tercer patricio. No quiero. Esto es una broma.
Calígula (soñador entre los gritos). Los caminos que bordean el mar pronto estarán cubiertos de mimosas. Las mujeres llevarán vestidos de telas livianas. ¡Un gran cielo fresco y resplandeciente, Casio! ¡Las sonrisas de la vida!
Casio está a punto de salir. Cesonia lo empuja suavemente.
Calígula (volviéndose, súbitamente serio). Amigo mío, si hubieras querido bastante a la vida, no la habrías jugado con tanta imprudencia.
Se llevan a Casio.
Calígula (volviendo hacia la mesa). Y el que ha perdido, debe pagar siempre. (Una pausa.) Ven, Cesonia. (Se vuelve hacia los otros.) A propósito, se me ha ocurrido un hermoso pensamiento que quiero compartir con vosotros. Hasta ahora mi reinado ha sido demasiado feliz. Ni peste universal, ni religión cruel, ni siquiera un golpe de Estado; en una palabra, nada que pueda haceros pasar a la posteridad. En parte por eso, sabéis, trato de compensar la prudencia del destino. Quiero decir… no sé si me habéis comprendido (con una risita.), en fin, yo reemplazo a la peste. (Cambiando de tono.) Pero callad. Aquí está Quereas. Te toca a ti, Cesonia. (Sale. Entran Quereas y el Primer Patricio).
Cesonia se dirige vivamente al encuentro de Quereas.
Cesonia. Calígula ha muerto. (Vuelve la cara como si llorara, y mira fijo a los demás, que callan. Todo el mundo parece consternado, pero por razones diferentes.)
Primer patricio. ¿Estás… estás segura de esa desgracia? No es posible, danzó hace un rato.
Cesonia. Justamente. El esfuerzo acabó con él.
Quereas va rápidamente del uno al otro y se vuelve hacia Cesonia. Todo el mundo guarda silencio.
Cesonia (lentamente). No dices nada, Quereas.
Quereas (también lentamente). Es una gran desgracia, Cesonia.
Calígula entra brutalmente y se acerca a Quereas.
Calígula. Estuviste bien, Quereas. (Gira sobre sí mismo y mira a los demás. De mal humor.) Bueno.Falló. (.A Cesonia.)No olvides lo que te dije. (Sale.)
Cesonia, en silencio, lo mira marcharse.
El viejo patricio (sostenido por una esperanza infatigable). ¿Estará enfermo, Cesonia?
Cesonia (mirándolo con odio). No, ricura, pero lo que ignoras es que este hombre duerme dos horas todas las noches, y el resto del tiempo, incapaz de descansar, ambula por las galerías del palacio. Lo que ignoras, lo que nunca te has preguntado es en qué piensa este hombre durante las horas mortales que van desde la medianoche hasta la salida del sol. ¿Enfermo? No, no lo está. A menos que inventes un nombre y medicamentos para las úlceras que cubren su alma.
Quereas (en apariencia conmovido). Tienes razón, Cesonia. No ignoramos que Cayo…
Cesonia (más rápido). No, no lo ignoráis. Pero como todos los que no tienen alma, no podéis soportar a los que tienen demasiada. ¡Demasiada alma! Eso es lo que molesta, ¿verdad? Entonces se le llama enfermedad; los pedantes quedan justificados y contentos. (En otro tono.) ¿Alguna vez has amado, Quereas?
Quereas (de nuevo dueño de sí). Ya somos demasiado viejos para aprender a hacerlo, Cesonia. Y además, no es seguro que Calígula nos dé tiempo.
Cesonia (que se ha recobrado). Es cierto. (Se sienta.) Casi olvido las recomendaciones de Calígula. Todos sabéis que hoy es un día consagrado al arte.
El viejo patricio. ¿Según el calendario?
Cesonia. No, según Calígula. Ha citado a algunos poetas. Les propondrá una composición improvisada sobre un tema determinado. Desea que aquellos de vosotros que sean poetas concurran especialmente. Ha designado en particular al joven Escipión y a Mételo.
Mételo. Pero no estamos preparados.
Cesonia (como si no hubiera oído, con voz neutra). Naturalmente, habrá recompensas. También hay castigos. (Ligero retroceso de los otros.) Os diré, en confianza, que no son muy graves.
Entra Calígula. Está más sombrío que nunca.
Calígula. ¿Está todo listo?
Cesonia. Todo. (A un Guardia.) Haced entrar a los poetas.
Entran, de a dos, una docena de Poetas que bajan por la derecha a paso cadencioso.
Calígula. ¿Y los otros?
Cesonia. ¡Mételo y Escipión!
Los dos se unen a los Poetas. Calígula se sienta al fondo, a la izquierda, con Cesonia y el resto de los Patricios. Breve silencio.
Calígula. Tema: la muerte. Plazo: un minuto.
Los poetas escriben precipitadamente en las tablillas.
El viejo patricio. ¿Quién hará de jurado?
Calígula. Yo. ¿No es suficiente?
El viejo patricio. Oh, sí, absolutamente suficiente.
Quereas. ¿Participarás en el concurso, Cayo?
Calígula. Es inútil. Hace tiempo hice mi composición sobre el tema.
El viejo patricio (solícito) ¿Cómo se puede leerla?
Calígula. A mi manera, la recito todos los días.
Cesonia lo mira, angustiada.
Calígula (brutalmente). ¿Qué tengo en la cara que te desagrada?
Cesonia (suavemente). Perdóname.
Calígula. Ah, por favor, nada de humildad. Sobre todo, nada de humildad. ¡Ya eres difícil de soportar, pero tu humildad…!
Cesonia sube lentamente.
Calígula (a Quereas). Continúo. Es la única composición que he escrito. Pero también prueba que soy el único artista que Roma haya conocido, el único, ¿oyes?, que ponga de acuerdo su pensamiento con sus actos.
Quereas. Es sólo cuestión de poder. Calígula. Así es. Los otros crean por falta de poder. Yo no necesito una obra: yo vivo. (Brutalmente.) Bueno, y vosotros, ¿ya estáis?
Mételo. Ya estamos, creo.
Todos. Sí.
Calígula. Bueno, escuchadme bien. Os levantaréis. Yo tocaré el silbato. El primero empezará la lectura. Al oír el silbato ha de detenerse y empezará el segundo. Y así sucesivamente. El vencedor, naturalmente, será aquel cuya composición no haya interrumpido el silbato. Preparaos. (Se vuelve hacia Quereas; confidencial.) Se necesita organización en todo, hasta en arte.
Silbato.
Primer poeta. Muerte, cuando más allá de las negras orillas…
Silbato. El Poeta desciende por la derecha. Los otros harán lo mismo.
Escena mecánica.
Segundo poeta. Las tres parcas en su antro… (Silbato.)
Tercer poeta. Te llamo, oh muerte….(Silbato rabioso.)
EL Cuarto Poeta avanza y adopta una actitud declamatoria. El silbato resuena antes de que haya hablado.
Quinto poeta. Cuando era un niñito…
Calígula (gritando). ¡No! ¿Qué relación puede tener con el tema la infancia de un imbécil? ¿Quieres decirme dónde está la relación?
Quinto poeta. Pero, Cayo, no he terminado… (Silbato estridente.)
Sexto poeta (avanza aclarándose la voz). Inexorable, camina… (Silbato.)
Séptimo poeta (misterioso). Recóndita y difusa oración… (Silbato entrecortado.)
Escipión avanza sin tablillas.
Calígula. ¿No tienes tablillas?
Escipión. No las necesito.
Calígula. Veamos. (Mordisquea el silbato.)
ESCIPIÓN (muy cerca de Calígula, sin mirar y con una especie de cansancio):"¡Caza de la dicha que purifica a los seres, cielo en que el sol chorrea, fiestas únicas y salvajes, delirio mío sin esperanza!…"
Calígula (suavemente). Detente, ¿quieres? Los otros no necesitan competir. (A Escipión.) Eres muy joven para conocer las verdaderas lecciones de la muerte.
Escipión (mirando fijo a Calígula). Era muy joven para perder a mi padre.
Calígula (apartándose bruscamente). Vamos, vosotros a formar fila. Un falso poeta es un castigo demasiado duro para mi gusto. Hasta hoy había pensado conservaros como aliados y a veces imaginaba que formaríais el último cuadro de mis defensores. Pero es inútil; os arrojaré entre mis enemigos. Los poetas están contra mí; puedo decir que éste es el fin. ¡Salid en orden! Desfilaréis ante mí, lamiendo las tablillas para borrar las huellas de vuestras infamias. ¡Atención! ¡Adelante!
Silbidos rítmicos. Los Poetas salen por la derecha marcando el paso y lamiendo sus inmortales tablillas.
Calígula (en voz muy baja). Y salid todos.
En la puerta, Quereas retiene al Primer Patricio por el hombro.
Quereas. Ha llegado el momento.
El joven Escipión, que ha oído, vacila en el umbral de la puerta y se acerca a Calígula.
Calígula (con maldad). ¿No puedes dejarme en paz, como lo hace ahora tu padre?
Escipión. Vamos, Cayo, todo esto es inútil. Ya sé que has elegido.
Calígula. Déjame.
Escipión. Te dejaré, sí, porque creo haberte comprendido. Ni para ti ni para mí, que me parezco tanto a ti, hay ya salida. Voy a marcharme muy lejos a buscar las razones de todo esto. (Pausa; mira a Calígula. Con fuerte acento.) Adiós, querido Cayo. Cuando todo haya terminado, no olvides que te he querido. (Sale.)
Calígula lo mira. Hace un ademán. Pero se sacude brutalmente y vuelve junto a Cesonia.
Cesonia. ¿Qué dijo?
Calígula. No está a tu alcance.
Cesonia. ¿En qué piensas?
Calígula. En aquél. Y en ti también. Pero es lo mismo.
Cesonia. ¿Qué pasa?
Calígula (mirándola). Escipión se ha marchado. He terminado con la amistad. Pero me pregunto por qué estás tú todavía…
Cesonia. Porque te gusto.
Calígula. No. Si te hiciera matar, creo que comprendería.
Cesonia. Sería una solución. Hazlo, pues. ¿Pero no puedes, siquiera por un minuto, despreocuparte y vivir libremente?
Calígula. Hace ya varios años que me ejercito en vivir libremente.
Cesonia. No es así como lo entiendo. Compréndeme. Puede ser tan bueno vivir y amar en la pureza del propio corazón.
Calígula. Cada uno se gana la pureza como puede. Yo, persiguiendo lo esencial. Nada de eso me impide, por lo demás, hacerte matar. (Ríe.) Sería la coronación de mi carrera.
Calígula se levanta y hace girar el espejo. Camina en círculo, con los brazos colgando, casi sin ademanes, como un animal.
Calígula. Es curioso. Cuando no mato, me siento solo. Los vivos no bastan para poblar el universo y alejar el tedio. Cuando estáis todos aquí, me hacéis sentir un vacío sin medida donde no puedo mirar. Sólo estoy bien entre mis muertos.(Se planta frente al público, un poco inclinado hacia adelante, olvidado de Cesonia.) Ellos son verdaderos. Son como yo. Me esperan y me apremian. (Menea la cabeza.) Tengo largos diálogos con este y aquel que me gritó pidiendo gracia y a quien hice cortar la lengua.
Cesonia. Ven. Tiéndete a mi lado. Apoya la cabeza en mis rodillas. (Calígula obedece.) Estás bien. Todo calla.
Calígula. ¡Todo calla! Exageras. ¿No oyes ese ruido a hierros? (Ruidos.) ¿No adviertes esos mil ligeros rumores que revelan el odio en acecho? (Rumores.)
Cesonia. Nadie se atrevería…
Calígula. Sí: la estupidez.
Cesonia. La estupidez no mata. Da cordura.
Calígula. Es asesina, Cesonia. Es asesina cuando se considera ofendida. ¡Oh!, no me asesinarán aquellos cuyos padres o hijos he matado. Ellos han comprendido. Están conmigo, tienen el mismo gusto en la boca. Pero estoy indefenso contra la vanidad de los otros: aquellos de quienes me he burlado, a quienes he puesto en ridículo.
Cesonia (con vehemencia). Te defenderemos nosotros; todavía somos muchos que te queremos.
Calígula. Cada vez sois menos. Hice todo lo posible para que así fuera. Y además, seamos justos, no sólo está en mi contra la estupidez; también lo están la lealtad y el coraje de los que quieren ser felices.
Cesonia (siempre vehemente). No, no te matarán. O entonces algo venido del cielo los aniquilará antes de que te hayan tocado.
Calígula. ¡Del cielo! No hay cielo, pobre mujer. (Se sienta.) ¿Pero por qué tanto amor, de pronto? No estaba en nuestras convenciones.
Cesonia (que se ha puesto de pie y camina). ¿No basta entonces verte matar a los demás; hay que saber también que te matarán? ¿No basta recibirte cruel y desgarrado, sentir tu olor a crimen cuando te apoyas en mi vientre? Cada día veo morir un poco más en ti la apariencia humana. (Se vuelve hacia él.) Soy fea y casi vieja, lo sé. Pero tanto me preocupas, que a mi alma no le importa ya que no me ames. Sólo quisiera verte sano, a ti que aún eres un niño. ¡Toda una vida por delante! ¿Y qué pedir que sea más grande que toda una vida?
Calígula (se levanta y la mira). Hace ya mucho que estás aquí.
Cesonia. Es cierto. Pero me conservarás a tu lado, ¿verdad?
Calígula. No lo sé. Sólo sé por qué estás aquí: por todas aquellas noches en que el placer era agudo y sin alegría, y por todo lo que conoces de mí. (La toma en sus brazos y con la mano le echa la cabeza un poco hacia atrás.) Tengo veintinueve años. Es poco. Pero en esta hora en que mi vida me parece, sin embargo, tan larga, tan cargada de despojos, en fin, tan cumplida, eres el último testigo. Y no puedo evitar cierta ternura vergonzante por la vieja que serás.
Cesonia. ¡Dime que quieres conservarme a tu lado!
Calígula. No lo sé. Sólo tengo conciencia, y esto es lo más terrible, de que esta ternura vergonzante es el único sentimiento puro que la vida me haya dado hasta ahora.
Cesonia se desprende de sus brazos, Calígula la sigue. Ella pega la espalda contra él, que la abraza.
Calígula. ¿No sería mejor que el último testigo desapareciera?
Cesonia. Eso no tiene importancia. Me hace feliz lo que me has dicho. ¿Pero por qué no puedo compartir esta felicidad contigo?
Calígula. ¿Quién te dijo que no soy feliz?
Cesonia. La dicha es generosa. No vive de destrucciones.
Calígula. Entonces hay dos clases de dicha y yo elegí la de los asesinos. Porque soy feliz. Hace tiempo creí alcanzar el límite del dolor. Pues bien, no, todavía es posible ir más lejos. En el confín de esta comarca hay una felicidad estéril y magnífica. Mírame.
Cesonia se vuelve hacia él.
Me río, Cesonia, cuando pienso que durante varios años Roma entera evitó pronunciar el nombre de Drusila. Porque Roma se equivocó durante esos años. El amor no me basta: eso es lo que comprendí entonces. Es lo que comprendo también hoy, al mirarte. Porque amar a una persona es aceptar envejecer con ella. No soy capaz de este amor. Drusila vieja era mucho peor que Drusila muerta. Es habitual la creencia de que un hombre sufre porque la persona a quien amaba muere un día. Pero su verdadero sufrimiento es menos fútil: es advertir que tampoco la pena dura. Hasta el dolor carece de sentido. Ya ves, no tenía excusas; ni siquiera la sombra de un amor, ni la amargura de la melancolía. No tengo coartada. Pero hoy soy más libre que hace años, libre del recuerdo y de la ilusión. (Ríe apasionadamente.) ¡Sé que nada dura! ¡Saber esto! Sólo dos o tres en la historia hemos hecho esta experiencia, hemos realizado esta felicidad demente. Cesonia, has seguido hasta el fin una tragedia muy curiosa. Es hora de que caiga para ti el telón.
Pasa de nuevo tras ella y desliza el antebrazo en torno al cuello de Cesonia.
Cesonia (con espanto). ¿Acaso es la felicidad esa libertad espantosa?
Calígula (apretando poco a poco con el brazo la garganta de Cesonia). Tenlo por seguro, Cesonia. Sin ella hubiera sido un hombre satisfecho. Gra cias a ella, he conquistado la divina clarividencia del solitario. (Se exalta cada vez más, estrangulando poco a poco a Cesonia, quien se entrega sin resistencia, con las manos un poco tendidas hacia adelante. El le habla, inclinado, al oído.) Vivo, mato, ejerzo el poder delirante del destructor, comparado con el cual el del creador parece una parodia. Eso es ser feliz. Esa es la felicidad: esta insoportable liberación, este universal desprecio, la sangre, el odio a mi alrededor, este aislamiento sin igual del hombre que tiene toda su vida bajo la mirada, la alegría desmedida del asesino impune, esta lógica implacable que tritura vidas humanas (Ríe), que te tritura, Cesonia, para lograr por fin la soledad eterna que deseo.
Cesonia (debatiéndose débilmente). ¡Cayo!
Calígula (cada vez más exaltado). No, nada de ternura. Hay que terminar, el tiempo apremia. ¡El tiempo apremia, querida Cesonia!
Cesonia agoniza, Calígula la arrastra hasta el lecho donde la deja caer.
Calígula (mirándola con ojos extraviados; con voz ronca). Y tú también eras culpable. Pero matar no es la solución.
Gira sobre sí mismo, hosco, y se acerca al espejo.
Calígula. ¡Calígula! Tú también, tú también eres culpable ¡Entonces, ¿no es verdad?, un poco más, un poco menos! ¿Pero quién se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente? (Con acento de angustia, apretándose contra el espejo.) Ya lo ves, Helicón no ha venido. No tendré la luna. Pero qué amargo es estar en lo cierto y llegar sin remedio a la consumación. Porque temo la consumación. ¡Ruido de armas! La inocencia prepara su triunfo. ¡Por qué no estaré en su lugar! Tengo miedo. Qué asco, después de haber despreciado a los demás, sentir la misma cobardía en el alma. Pero no importa. Tampoco el miedo dura. Encontraré ese gran vacío donde el corazón se sosiega.
Retrocede un poco, vuelve hacia el espejo. Parece más tranquilo. Reanuda el discurso, pero en voz más baja y concentrada.
Todo parece tan complicado. Sin embargo, todo es tan sencillo. Si yo hubiera conseguido la luna, si el amor bastara, todo habría cambiado. ¿Pero dónde apagar esta sed? ¿Qué corazón, qué dios tendría para mí la profundidad de un lago? (De rodillas y llorando.) Nada, en este mundo ni en el otro, que esté a mi altura. Sin embargo sé, y tú también lo sabes (tiende las manos hacia el espejo llorando), que bastaría que lo imposible fuera. ¡Lo imposible! Lo busqué en los límites del mundo, en los confines de mí mismo. Tendí mis manos (gritando), tiendo mis manos y te encuentro, siempre frente a mí, y por ti estoy lleno de odio. No tomé el camino verdadero, no llego a nada. Mi libertad no es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón no ha venido; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa como el dolor humano.
Ruido de armas y cuchicheos entre bastidores. Calígula se levanta, toma con la mano un asiento bajo y se acerca al espejo respirando con fuerza. Se observa, simula un salto hacia adelante y frente al movimiento simétrico de su doble en el espejo, arroja el asiento al vuelo, gritando: ¡A la historia, Calígula, a la historia!
El espejo se rompe y en ese momento, por todas las puertas, entran los conjurados en armas. Calígula los enfrenta con una risa loca. El viejo Patricio lo hiere en la espalda, Quereas, en medio de la cara. La risa de Calígula se transforma en estertor. Todos lo hieren. Con un último estertor, Calígula, riendo, grita: ¡Todavía estoy vivo!
Telón