Stone se acercó a su silla y se dejó caer en ella. Cada célula de su cuerpo le dolía por una necesidad que no podía controlar. Había deseado a mujeres antes, pero no recordaba haber sentido nunca aquel deseo incontrolable. Era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la sensación de haberla tenido entre sus brazos y cómo el mundo había explotado por la pasión al besarla.
Qué idiota. Primero le pedía que trabajase para él. Una decisión inteligente. Al fin y al cabo, era una mujer brillante, enérgica y trabajadora. La forma en que había llevado su recuperación se lo había mostrado. Y además, tenía la sensación de que podía confiar en ella, y no había mucha gente de la que pudiera decirse lo mismo. Pero luego había tenido que echarlo todo a perder besándola.
Había sido por el abrazo. Algunas mujeres lo habían abrazado en otras ocasiones… bueno, siempre antes del accidente, aunque tampoco había tenido oportunidad de que ocurriera después, así que quizás hubiera sido esa la razón de que se descontrolase de aquel modo. El contacto inesperado con una mujer le había hecho vulnerable a las necesidades físicas, ya que, al parecer, aquella parte de él no estaba tan muerta como se había imaginado.
Inspiró profundamente. Había sido una reacción animal, una sensación física. Deseo o dolor, podían controlarse. Él tenía experiencia. Bueno, en controlar el dolor más que el deseo. Durante sus años de universidad, había tenido un rosario de novias más que encantadas de intimar con él, pero nada ni parecido a aquella necesidad. Su matrimonio con Evelyn había sido difícil por su falta de interés sexual, así que aquella experiencia con Cathy era territorio virgen para él, pero virgen o no, estaba decidido a conquistarlo.
Se empujó con un pie contra la mesa para darle la vuelta al sillón y quedar mirando a la ventana. El sermón estaba muy bien, pero el problema era que todo su ser seguía ardiendo. Parte del problema era que su cuerpo había presentido las posibilidades. Cathy había respondido al beso como si ella también sintiera la pasión que se había despertado entre ellos. Sin necesidad de cerrar los ojos, podía volver a aquel instante… abrazándola, besándola, cuerpos pegados, labios acariciándose…
No podía volver a hacerlo. Cathy tenía que quedar fuera de su alcance excepto como empleada y amiga. Tenía un corazón demasiado blando para él. Sólo veía las cicatrices externas, y eso no lo molestaba. No tenía la experiencia para poder saber que por dentro era poco menos que un monstruo, un caparazón vacío que había mentido y traicionado a la mejor persona de su mundo.
Si supiera la verdad… era un cobarde, porque no quería que la supiera. No podría soportar que lo dejara porque su vida carecería entonces de valor. El trabajo hacía tiempo que había dejado de ser un reto.
Así que no le contaría que se había casado con Evelyn por error, y que no había tenido la decencia de amar y desear a su esposa. Cómo al final, había permitido que le pillase en la traición y cómo por él, había muerto.
Tenía que ceñirse a su plan. Cathy se había recuperado físicamente y ahora, con aquel trabajo nuevo, podría también arreglar su vida. Después, tendría que dejarla marchar.
Dio la vuelta para quedar de nuevo frente a su mesa, presionó un botón del ordenador y volvió al trabajo, pero hubo de pasar casi una hora para que su cuerpo recuperase más o menos un nivel aceptable de normalidad y aquella noche, a pesar de una buena dosis de whisky, no consiguió dormir bien, y soñó que le hacía el amor a Cathy para despertarse cubierto de sudor y dolorido por la necesidad.
Cathy abrió las cortinas y contempló la mañana. Como siempre, el cielo estaba despejado y el océano ofrecía un profundo color azul.
– No tengo que marcharme -musitó con una sonrisa. Era demasiado maravilloso para ser cierto.
Mientras se duchaba y se vestía, preparó mentalmente una lista de todo lo que tenía que hacer. Había acordado con Stone que alquilaría la casa de North Hollywood, así que tendría que buscarse un agente que se ocupara de todos los trámites. Tenía también que recoger sus cosas, embalarlas y trasladarlas al pequeño trastero junto al garaje. Debería también buscar una oficina de correos cercana a donde pudieran remitirle el correo. Tantas cosas, pensó, feliz de estar ocupada.
Volvió al baño para maquillarse un poco. Era sábado, y empezaba a trabajar para Stone el lunes por la mañana. Pensar en un trabajo nuevo la asustaba un poco, pero estaba decidida a empeñarse en hacerlo lo mejor posible. Era una oportunidad perfecta, y no iba a desperdiciarla.
Sacó el colorete, se miró al espejo y se echó a reír. No necesitaba añadir color a sus mejillas. Ya lo tenía. Y su felicidad no era por el trabajo nuevo, sino más bien por aquel beso.
Con un suspiro, cerró los ojos e instantáneamente se trasladó a aquel momento en brazos de Stone. Su cuerpo empezó a temblar al recordarse tan cerca de él. Había sido el beso más increíble de toda su vida.
– No es que tenga mucho con qué comparar -dijo, abriendo los ojos.
Un par de besos en la universidad en aquellos tontos juegos, pero nunca había Salido con un chico. Siempre había sido tímida y algo solitaria, sobre todo por su madre. Era demasiado peligroso permitir que alguien se le acercase, así que había rechazado los pocos ofrecimientos que le habían hecho.
Pero ahora todo era distinto. El beso de Stone le había gustado y quería volver a repetirlo. Aunque eso era bastante poco probable, se dijo mientras se aplicaba el maquillaje. Iba a trabajar para él, y eso significaba que su relación sería puramente profesional. Ojalá encontrase una razón que pudiera explicar por qué no podía tenerlo todo.
Ula estaba en la cocina cuando Cathy entró.
– Buenos días -la saludó el ama de llaves, al tiempo que ponía sobre la mesa un plato de fruta en rodajas-. ¿Qué tal ha dormido?
– Fenomenal. ¿Y usted?
– Bien, como siempre.
Cathy tomó una rodaja de fresa.
– ¿Se lo ha contado ya Stone?
Ula sirvió dos tazas de café y ocupó su sitio habitual frente a ella en la mesa. La cocina era grande, y los suelos y las encimeras brillaban a la luz de la mañana. Las ventanas daban al este y recibían toda la luz del sol. Plantas aromáticas crecían en una jardinera interior y varias plantas vigorosas y saludables colgaban del techo.
Los ojos de Ula brillaron por la curiosidad.
– El señor Ward no me ha dicho nada.
Cathy se inclinó hacia delante.
– No voy a marcharme. Stone me ha ofrecido trabajo como su ayudante personal. Empiezo el lunes, y me ha dicho que preferiría que me quedase a vivir en la casa -una buena dosis de su buen humor se desvaneció-. Espero que no le importe el trabajo extra que pueda suponer.
– Niña, se preocupa usted demasiado -Ula sonrió y dio unas palmadas en su mano-. Me alegro muchísimo. Nunca he podido entender por qué alguien tan brillante estaba encerrada en ese trabajo tan aburrido. El señor Ward es un jefe exigente, pero justo. Además, sospecho que ya se habrá dado cuenta de que su temperamento es el de perro ladrador pero poco mordedor.
Cathy se relajó en su silla. No se había dado cuenta de lo importante que era la opinión del ama de llaves hasta aquel momento. Ula no era una persona abierta y no dejaba entrever sus pensamientos, pero en las últimas semanas, Cathy se había dado cuenta de que su actitud se había dulcificado, y se alegraba de saber que contaba con su aprobación.
– Tengo mucho que hacer hoy -dijo Cathy, y le explicó lo del alquiler de la casa y de un apartado de correos.
Ula asintió.
– Quizás debería también comprarse algo de vestir. Todo lo que tiene le queda grande.
Además, supongo que el señor Ward querrá que vaya de vez en cuando a la oficina. Es uno de esos edificios enormes de cristal en la zona este, y todo el mundo se viste mucho allí.
Cathy no había pensado en ello.
– Tiene razón, Ula. Aún tengo unos cuantos kilos más que perder, pero podría comprarme un par de cosas de camino a casa. Hay un centro comercial que no está mal, así que me pasaré por allí -sonrió-. Gracias por la sugerencia.
– De nada. Su presencia en la casa le hará bien al señor Ward. Espero que a usted también.
– Pienso aprender todo lo que pueda.
Cathy sabía que la felicidad que sentía se le veía en la cara. Y no podía dejar de sonreír. Por primera vez en la vida, las cosas le iban bien.
– He leído el informe -dijo Stone por teléfono, y cuando Ula llamó a la puerta, le hizo un gesto para que entrase y dejara la bandeja del desayuno sobre la mesa-. Sí, ya sé lo que dice todo el mundo sobre las previsiones, pero yo no estoy de acuerdo. Creo que las acciones van a tener un precio de salida demasiado alto, y no voy a comprar. Esperaremos un mes y te apuesto lo que quieras a que ese precio se reduce al menos a la mitad. Entonces será cuando compremos -escuchó en silencio un par de minutos-. Bien. Si Johnson no está de acuerdo, que arriesgue su propio dinero, pero no el de mis inversores. No, no quiero hablar con él del tema. Ya -entonces Stone se dio cuenta de que Ula seguía en la habitación. Eso quería decir que tenía que hablar con él, lo cual era fuera de lo normal porque no solía interrumpir sus sesiones de trabajo-. Volveremos a hablar más tarde -dijo, y colgó-. Siéntate, Ula, y hablemos.
Ula se sentó frente a él. A pesar de su corta estatura, tenía una presencia formidable. Como siempre, su traje gris estaba perfecta mente planchado e inmaculadamente limpio; no llevaba un solo pelo fuera de su sitio y su mirada era serena y firme. Habría sido una magnífica espía.
– No le va a gustar lo que tengo que decirle -anunció.
– A menos que me digas que te marchas, creo que podré con cualquier cosa que me digas.
– No, no me marcho. Me gusta mí trabajo. Se trata de Cathy.
Por alguna razón, sus palabras no le sorprendieron. Sabía que Ula había presenciado con interés el desarrollo de aquella peculiar relación.
– ¿Qué le ocurre?
– Le ha ofrecido un trabajo -dijo, como si eso lo explicara todo.
– Lo sé. Como mi asistente. Necesito a alguien y ella es perfecta. Es brillante, digna de confianza y necesitaba un cambio.
– No tengo nada que decir en cuanto a que es un buen cambio para ella. Lo que yo cuestiono son sus motivos, señor Ward.
– Estoy intentando hacer lo correcto.
Ula lo miró con desaprobación.
– Está intentando enmendar el pasado y eso no está bien, señor Ward. Cathy no es Evelyn, y por mucho que haga ahora no va a conseguir devolverle la vida a su esposa.
Ula siempre hablaba con franqueza y aquella ocasión no era una excepción. Stone tuvo que tragar saliva para no mostrar sorpresa ni ponerse a la defensiva.
– Tan perceptiva como siempre, Ula -concedió-. Admito que hay ciertas similitudes entre la situación de Cathy y la de Evelyn, pero sé que son dos mujeres distintas. Nada podrá devolverme a Evelyn -ni consolarle por lo que había hecho-. Cathy sólo necesita un pequeño empujón en su vida, y yo puedo dárselo.
Ula se inclinó hacia delante.
– Señor Ward, tiene que pensar bien lo que está haciendo. Cathy es una joven encantadora, con todas las cualidades que ha descrito antes: brillante, trabajadora y alguien en quien se puede confiar. Es muy leal, pero también joven e inexperta. Para ella, usted es un hombre trágicamente romántico. Se enamorará de usted. Puede que ya lo esté. Entonces empezará a soñar sin saber que usted es incapaz de quererla, y eso le romperá el corazón y la obligará a marcharse. Sería mejor que la dejase marchar ahora.
Las palabras de Ula lo sorprendieron profundamente. No quería pensar en que Cathy pudiera llegar a quererlo, porque él no quería amor. No quería sentir nada por nadie. Estar solo era mucho menos arriesgado.
– Estás exagerando. Somos amigos, nada más.
El recuerdo de aquel beso se entrometió, pero Stone lo apartó con determinación. Había sido un incidente que no iba a volver a repetirse.
– Sólo porque no quiera reconocer la verdad, no va a cambiar las cosas. No estoy diciendo que no deba quererla. Es usted un buen hombre en muchos aspectos, pero las cicatrices van mucho más allá de la mejilla, y los dos lo sabemos. Nunca será capaz de darle lo que ella se merece.
La verdad era tan fea como su cara. ¿Cuánto tiempo llevaría Ula viéndolo con aquella claridad?
– Cathy no es un juguete -continuó-. No puede jugar con ella hasta que se canse para después, tirarla a la basura. No creo que sea capaz de hacer algo así deliberadamente, pero es un problema potencial. Ha visto a Evelyn en ella, y quiere encontrar la forma de compensar lo que ocurrió antes.
– Estoy ofreciéndole una oportunidad, y sin ella, volverá a ese trabajo del servicio de contestadores que no puede llevarla a ninguna parte. ¿Es eso lo que quieres?
– ¿Y qué pasará cuando se enamore de usted?
– No lo hará.
No podía. Él no era merecedor de ese amor, y no podía arriesgarse a sentir nada por ella. Había querido a Evelyn y, al final, él había sido la causa de su muerte.
Ula juntó las manos.
– No puede protegerla como si fuese la princesa de un cuento. No está bajo ningún hechizo y esto no es un castillo encantado. Necesita saber la verdad. Lo merece. Al menos deje que sea ella quien elija.
– Ya ha elegido, y quiere trabajar para mí.
Ula lo miró en silencio y Stone se obligó a permanecer sentado cuando lo que necesitaba era pasearse por la habitación. Las palabras de su ama de llaves estaban dando en el blanco.
– ¿Sabe la verdad sobre Evelyn?
– Sabe lo del accidente, si te refieres a eso.
– No. ¿Sabe que se culpa por lo ocurrido?
– En cierto modo.
– Ya. ¿Y sabe lo que sentía usted por su esposa?
– Sabe que estábamos muy unidos y que era mi mejor amiga.
Los ojos de Ula se oscurecieron demasiado y su expresión se endureció.
– Así que no va a decírselo.
– ¿Decirle qué? Estás haciendo una montaña de un grano de arena.
– ¿Ah, sí? -Ula se levantó-. ¿Y qué hará cuando se enamore de usted? No creo que luego le dé las gracias por haberle destrozado el corazón, porque eso es lo que va a ocurrir, y los dos lo sabemos. Aunque quisiera hacerlo, usted no es capaz de quererla.
Y dicho esto, salió de la habitación.
Stone se quedó mirando la puerta y después volvió su atención al paisaje que tenía a la espalda. Por una vez, aquella extensión de mar y el cielo no fue un consuelo para él. Ula se equivocaba en muchas cosas. Aquello no era un cuento de hadas. No había castillo, aunque sí una bestia. Cathy era libre de entrar y salir a su antojo, y había decidido trabajar para él con los ojos bien abiertos. Le había ofrecido la oportunidad de su vida.
Y en cuanto a lo de enamorarse de él… no era posible. Él no era hombre capaz de inspirar esa clase de sentimiento. Era demasiado retraído, estaba demasiado marcado para resultar atractivo para nadie.
¿Y el beso?, le preguntó una voz interior, pero él le restó importancia recordándose que había sido una reacción mezcla de gratitud y la unión de dos adultos que se encontraban en un momento determinado. Nada más.
Y eso tenía que ser cierto, porque Ula tenía razón en un punto importante: él no podría volver a correr el riesgo de amar.
Y volvió a su ordenador y empezó a trabajar, haciendo caso omiso de la quemazón que sentía en el estómago y que le dejaba en la boca un sabor sospechosamente parecido al de la culpa.