Capítulo 9

Maldición. Era sexy.

Cam nunca la había considerado así, pero ahora definitivamente sí…, y no por el aspecto que tenía, porque en aquel momento su aspecto era horrible. Tenía el pelo enredado, su cara estaba manchada de sangre y suciedad, y alrededor de sus ojos se empezaban a ver zonas amoratadas que probablemente a la mañana siguiente estarían negras. Su vestimenta le daba el aspecto de un cruce entre un montañero y una mendiga. Y a pesar de que acababa de pasar una hora haciéndole agujeros en la cabeza -o quizá por ello-, quería besarla.

Resopló interiormente ante aquel último pensamiento. Besarla, y un cuerno. Quería hacer mucho más que eso, así que supuso que era mejor que su condición física en ese momento no fuera óptima, porque ya se habría arriesgado a que le cortaran la cabeza y la presentaran en una bandeja por haberle tirado los tejos en serio.

Siempre se había preguntado qué era lo que motivaba a una mantis religiosa macho a cortejar a la muerte cuando se apareaba con la hembra letal. A lo mejor carecía de cerebro y, por tanto, el pobre ingenuo no tenía ni idea de que estaba literalmente follando hasta morir, o quizá algo en su evolución había sufrido un cortocircuito. Después de todo, un proceso que terminaba en la muerte del macho no podía ser bueno para la especie. Al mismo tiempo, admiraba a esos pequeños bastardos; se necesitaba ser un macho entregado para continuar follando mientras le arrancaban la cabeza y se la comían. Por primera vez entendió su motivación. Habría arriesgado mucho por tenerla desnuda debajo de él.

Suponía que la señora Wingate… Demonios, ¿cómo se llamaba? Lo sabía, pero tenía la costumbre de pensar en ella como señora Wingate y no recordó el nombre inmediatamente. En aquel momento su cerebro no estaba funcionando a pleno rendimiento. Sin embargo, recordarlo parecía importante, ya que no estaba bien pensar en desnudarla si no podía acordarse de su nombre.

Con semejante motivación, se concentró en recordar. Era un nombre poco común, como la marca de un licor. Empezó a repasar nombres mentalmente: Johnnie Walker, Jim Beam, J &B, Bailey's… Bailey, ése era. Se sintió triunfante. Ahora podía fantasear con la conciencia tranquila.

En cualquier caso, suponía que la señora Wingate -¡Bailey, maldita sea!- no iba a arrancarle la cabeza, pero le daba la sensación de que no era fácil, en el amplio sentido de la palabra. Era todo un desafío, tanto física como mentalmente. Había levantado un muro en torno a ella y él sospechaba que pocas personas habían visto a la mujer que estaba atrincherada en su interior. Sólo las duras condiciones que había provocado el accidente la habían hecho salir de esa fortaleza, y él había podido ver a la mujer real.

Pero la había visto, y le gustaba lo que veía.

Si hubiera imaginado antes -que no lo había hecho- lo que sería estar en un lugar aislado con ella, le habría dado la sensación de que se parecería mucho a un dolor de estómago. De cualquier modo, habría sido una lata. Y en lugar de eso, había resultado ser una persona tranquila y competente, que abordaba todos los problemas y situaciones con sentido común y con ingenio. Si no lo hubiese visto, jamás lo habría creído. Había hecho todo lo necesario, y probablemente le había salvado la vida. No había dudado en calentarle los pies congelados con su cálido cuerpo, ni se había ruborizado o enfadado cuando él descubrió que no llevaba sujetador.

Le gustaba ese tipo de actitud, y la seguridad interior que revelaba. Su divorcio le había enseñado algunas verdades sobre sí mismo, y no las había olvidado en sus contactos posteriores con las mujeres. Era un antiguo oficial del ejército y un piloto, dos profesiones que excluían a tipos tímidos y retraídos. Él estaba seguro de sí mismo y tenía sentido de la autoridad, estaba acostumbrado a mandar, a tomar decisiones y a lograr que la mayoría de la gente le obedeciera. Se necesitaba una mujer fuerte para lidiar con él en pie de igualdad, pero ahora, con treinta y muchos años, una relación entre iguales le seducía más que una en la que tuviera que contenerse para evitar herir los sentimientos de una mujer o abrumarla. No le gustaban los juegos, y no quería una mujer que tratara de hacerle pasar por el aro.

Quizá las personas así escaseaban, o quizá él había estado buscando en lugares equivocados, pero no había encontrado muchas mujeres que compaginaran ese tipo de atractivo mental con un fuerte atractivo físico. Karen, por ejemplo, era fuerte y enérgica, pero él no se sentía sexualmente atraído por ella. En el caso de Bailey, su rechazo a lo que él había pensado que era frialdad había anulado cualquier interés físico que hubiera podido sentir.

Ahora la situación era diferente. No sabía por qué había levantado un muro tan alto y frío en torno a ella, pero se había relajado temporalmente y había bajado la guardia, permitiéndole entrar dentro de las murallas, y él, con toda seguridad, pretendía quedarse allí. Aquella situación crítica había establecido un vínculo entre ellos, un vínculo de supervivencia. Cuando todo terminara y el grupo de rescate los encontrara, ella trataría de volver a la situación anterior. Pero él no iba a dejar que pasara semejante cosa. De alguna forma, entre un momento y otro tenía que ganarse su confianza para siempre.

Tenía que reconocer que estar acostado boca arriba era un inconveniente, y a juzgar por cómo se sentía, probablemente tendría que continuar en aquella postura al menos durante un día o dos. Tenía una conmoción, además de haber sufrido una importante pérdida de sangre. No creía que un equipo de rescate pudiera llegar hasta ellos antes del anochecer, y las operaciones de rescate en las montañas se suspendían siempre durante la noche, porque de lo contrario los integrantes de estos equipos de rescate correrían un gran peligro. Eso significaba que Bailey y él tenían que sobrevivir a esa noche, cuando las temperaturas descenderían hasta límites insospechados; morir de hipotermia era una posibilidad real. Por un lado, se enfrentaban a una grave situación. Pero, por otro, él contaba con el resto del día y toda la noche para hacer algún avance con ella.

No podía mover la cabeza mucho sin que una multitud de descargas eléctricas estallaran en su cerebro, pero girando cuidadosamente los ojos hacia la izquierda, podía mantenerla en su campo de visión. Estaba cogiendo algo y mirándolo, pero no podía distinguir exactamente de qué se trataba.

– Esto ha funcionado a medias -dijo ella, volviendo a su lado y poniéndose en cuclillas. En la mano tenía una bolsa transparente de plástico con cremallera, en el fondo de la cual había algo que parecía nieve medio derretida-. He tratado de derretir un poco de nieve para que bebamos, dejando la bolsa encima de una piedra. Todavía está medio derretido, pero supongo que con más tiempo al sol podremos conseguir agua de verdad, aunque por ahora tendrá que servir esto, porque usted necesita líquidos. -Miró a su alrededor-. No tendrá una pajita a mano para beber, ¿verdad? ¿Y una cuchara?

Aquella pregunta le resultó divertida.

– Me temo que no.

Vio que su frente y sus labios se fruncían mientras buscaba a su alrededor, como si pudiera hacer aparecer por encanto alguno de esos objetos con la mera fuerza de la voluntad. Ahora que él era consciente de su ingenio, casi podía oír el sonido de su cerebro pensando mientras buscaba una solución al dilema. Entonces su frente se relajó.

– ¡Ajá! -exclamó con un tono de satisfacción.

– ¿Ajá, qué? -preguntó él con enorme curiosidad, mientras ella se levantaba y salía de su campo de visión.

– Usted tiene un bote de desodorante en spray. Lo sé porque he revisado su equipaje.

– ¿Y? -No le importaba que le hubiera revisado el maletín; en aquellas circunstancias no haberlo hecho habría sido estúpido, y estúpida no era, sin duda alguna. Tenía que saber con qué recursos contaba.

– Y ese bote tiene una tapa.

Así era, realmente. La tapa del desodorante era básicamente como la de un termo, sólo que más pequeña. Él mismo debería haber pensado en ello.

Reconoció el sonido que hizo la tapa del desodorante al abrirse.

– El sabor puede resultar algo raro -advirtió ella-. La lavaré con nieve, eso debería servir en caso de que usted haya apretado la válvula y rociado algo de desodorante en la tapa. ¿Hay algo en el desodorante que no sea bueno si se mezcla con el agua?

– Probablemente todo -dijo él con despreocupación-. ¿Ha traído usted laca? -La laca era seguramente menos tóxica que el desodorante. Este tenía algo de aluminio en su composición química. No sabía lo que contenía la laca, además de alcohol, pero el alcohol tenía que ser mejor que el aluminio.

– No -dijo ella desde atrás. Sonaba un poco ausente, como si estuviera concentrada en otra cosa-. Iba a hacer rafting, ¿se acuerda? ¿Qué sentido tendría llevar laca? Bueno, supongo que también podría improvisar un embudo y echar el agua en la botella del colutorio, si no quiere arriesgarse con la tapa del desodorante.

– Limítese a lavarla con nieve; eso debería ser suficiente. -Ahora que había mencionado el agua, se dio cuenta de repente de la sed que tenía, y no quería esperar mientras ella buscaba algo que pudiera utilizar como embudo. Se arriesgaría con los restos de desodorante.

– Está bien entonces.

La oyó hacer ruido un minuto, y luego llegó a sus oídos el crujido del plástico. Unos segundos más tarde se agachó junto a él, con la tapa azul en la mano izquierda.

– No trate de incorporarse -le indicó- si se marea y se cae podría hacerme derramar el agua.

Mientras hablaba pasó la mano derecha bajo su cuello y esa posición hizo que su mejilla se apoyara contra su pecho. Él pudo sentir la firme resistencia, oler el aroma cálido y levemente dulce de la piel de mujer, y la necesidad repentina de volver la cabeza y hundir su cara en ella fue tan violenta que sólo una punzada repentina de dolor lo desvió.

– Tenga cuidado -murmuró ella, llevando la improvisada taza a sus labios-. Son sólo un par de sorbos, así que trate de no dejar caer ni una gota.

En cuanto tomó un sorbo ella apartó el recipiente. La nieve parcialmente derretida tenía un fuerte sabor mineral, mezclado con el del plástico, y estaba tan fría que casi le produjo dolor en los dientes. El líquido lavó los tejidos inflamados y rasposos de su boca y su garganta, y lo absorbió casi tan rápido como pudo tragar. Cuando ella empezó a colocar la tapa otra vez en posición para tomar otro sorbo, él se lo impidió haciendo un ligerísimo movimiento de cabeza, que era todo lo que podía hacer.

– Su turno.

– Yo comeré un poco de nieve -replicó ella-. Me estoy moviendo, así que comer nieve no bajará mi temperatura corporal tanto como en su caso. -Frunció el entrecejo-. ¿Cuánto tiempo cree que pasará antes de que nos encuentre un equipo de rescate? Han transcurrido varias horas desde su llamada de socorro, pero no he oído ni siquiera un helicóptero, y desde luego no he visto ninguno. Si cree que tendremos que esperar bastante tiempo, debo buscar una forma mejor de obtener agua para beber. Derretir nieve no es muy eficiente.

No, porque se necesitaba mucha nieve para conseguir un poco de agua, y también mucho tiempo.

– Probablemente no nos rescatarán antes de mañana, en el mejor de los casos -dijo él, respondiendo a su pregunta.

Ella no pareció sorprendida, sólo preocupada y molesta.

– ¿Por qué tanto tiempo? Han pasado varias horas desde la llamada de socorro. -Mientras hablaba acercó la tapa de plástico a sus labios y él tomó otro sorbo de agua.

– Porque ni siquiera habrán empezado a buscarnos todavía -dijo él después de tragar.

La mirada de disgusto se volvió más intensa.

– ¿Por qué no? -preguntó con tono cortante.

– Al no hacer nuestra parada programada para repostar en Salt Lake City saltará la alarma. Si en un par de horas después de haber pasado por alto esa parada, no damos señales de vida, se organiza la búsqueda.

– ¡Pero usted envió una llamada de auxilio! Dio su posición.

– Que puede haber quedado registrada o no. E incluso aunque lo haya sido no se habrá iniciado una búsqueda inmediata. Los rescates son muy costosos y los equipos cuentan con recursos limitados; tienen que asegurarse de que la llamada de socorro no sea falsa, de que a algún idiota no se le haya ocurrido pensar que sería divertido enviar una llamada de auxilio sin necesitarlo. Así que tienen que esperar a que el avión no aparezca donde y cuando se supone que debe hacerlo antes de ponerse en funcionamiento. Y, aun así, después de lanzar el aviso, lleva tiempo organizar una búsqueda. Estamos en junio, así que los días son largos, pero, a pesar de todo, dudo que un equipo de rescate pueda localizarnos antes de que se haga de noche. Pararían durante la noche y comenzarían de nuevo mañana por la mañana.

La miró mientras procesaba esta información, recorriendo con la mirada el inmenso paisaje que los rodeaba. Transcurridos unos minutos suspiró.

– Confiaba en que sólo necesitaría encontrar una forma de protegernos del viento, pero va a ser indispensable hacer mucho más que eso, ¿verdad?

– Si quiere seguir viva mañana por la mañana, sí.

– Me lo temía. -Le dio el último sorbo de agua, después bajó cuidadosamente su cabeza hasta la manta y sacó el brazo de debajo de él. Su sonrisa era triste mientras metía la mano debajo del montón de ropa que lo cubría y finalmente sacaba la navaja-. Entonces mejor me pongo en marcha. Esto llevará tiempo.

– No trate de hacer nada complicado. Tiene que ser suficientemente pequeño para que el calor corporal pueda calentar un poco el aire a nuestro alrededor; así que cuanto más reducido, mejor, siempre que haya espacio para los dos. Rescate lo que pueda del avión; el cuero de los asientos, cualquier alambre que pueda utilizar para atar postes o palos, cosas así.

Ella resopló ante sus instrucciones.

– ¿Complicado? Ni lo sueñe. Para su información, le diré que soy un verdadero desastre para la construcción.

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