Capítulo 10

Que Justice confirmara lo que ella había sabido instintivamente -que nadie los estaba buscando- puso a Bailey más nerviosa de lo que quería aparentar. En realidad, habría necesitado oír que serían rescatados pronto, porque preparar cualquier tipo de refugio pondría a prueba hasta el límite la poca fuerza que le quedaba. Sencillamente, no sabía cuánto más podía seguir en pie.

Descansar junto a Justice y calentarse mientras trataba de hacerle entrar en calor la había ayudado, pero ahora el menor esfuerzo parecía producir un ataque violento de vértigo, lo cual era un peligro si se tenía en cuenta la pendiente de la ladera en la que se encontraban. Cualquier mal paso o ligero tropezón podía hacerla caer montaña abajo, y en aquel terreno accidentado seguramente se rompería una pierna o un brazo, por lo menos. Lo único positivo que se le ocurría era que, aunque su dolor de cabeza no remitía, no parecía ir en aumento. Algo positivo…, pero no le devolvía la esperanza.

Sus vidas dependían de ella, así que tendría que ser extremadamente cautelosa. Sin embargo, la precaución llevaba tiempo, y el tiempo era casi tan limitado como su fuerza. La temperatura, que dudaba que hubiera superado los cero grados durante el día, caería en picado incluso antes de que el sol se ocultara por completo. En cuanto se escondiera detrás de la cumbre de las montañas que se erguían sobre ella, lo cual podría suceder un par de horas antes de la puesta de sol, la temperatura empezaría a descender. Tendría que conseguir agua cuanto antes y construir un refugio, aunque fuera rudimentario.

Agarró la botella vacía del colutorio, se agachó y empezó a meter nieve por la estrecha boca. Sus manos estaban frías incluso antes de comenzar, y en un minuto el dolor de sus dedos se hizo insoportable. Tuvo que detenerse y meter las manos debajo de las axilas, cerrando los ojos y balanceándose mientras el dolor disminuía lentamente y el calor traspasaba su piel. Necesitaba algo para taparse las manos, lo más rápidamente posible.

De forma automática empezó a considerar sus opciones. Había traído dos pares de guantes a prueba de agua para coger los remos, pero no tenían dedos, así que aunque fueran buenos para evitar ampollas no ayudarían a mantener calientes sus manos. Podía ponerse calcetines en las manos como mitones improvisados, pero entorpecerían sus movimientos y se mojarían, lo cual enfriaría aún más sus extremidades. Los calcetines serían útiles después.

Tenía que olvidarse de los guantes; necesitaba un método eficaz para meter nieve en la botella que no implicara poner las manos en ella. ¿Qué podía usar como rastrillo o pala improvisada?

Dejando la botella sobre la nieve -desde luego, no iba a derretirse y verterse la que ya había dentro-, se acercó a las bolsas de basura que ahora contenían el resto de su ropa y de sus provisiones, se sentó sobre una de ellas y empezó a sacar metódicamente de las otras todo lo que no fuera ropa. Analizó cada objeto, tratando de pensar en un uso diferente del habitual.

No encontró ninguna utilidad inmediata para su desodorante de barra. Suponía que si necesitaba algo parecido a la cera, serviría, pero en aquel momento no se le ocurría nada. El cepillo del pelo, el maquillaje básico -rímel, crema solar, barra de labios-, los libros y revistas que había traído para leer podían usarse de formas diversas, pero ninguna de ellas la ayudaría a meter nieve en una botella de colutorio. Tenía su linterna para la lectura, útil sin duda, pero no ahora. También encontró un par de bolígrafos, un bloc, un rollo de cinta aislante que dejó a un lado porque lo necesitaría cuando trabajara en construir el refugio, una baraja de cartas, repelente de insectos, un poncho que también apartó, pañuelos y toallitas -también las puso cerca-, así como cuatro toallas de micro-fibra y un puñado de cepillos de dientes desechables.

«Maldita sea», pensó con impaciencia. ¿Por qué no habría metido algo útil, como una caja de cerillas? Sus dientes estarían limpísimos y su boca fresca cuando encontraran su cuerpo congelado, pero ¿de qué demonios le servía eso?

Volvió a revisar la variada selección de objetos que en su momento había considerado útiles para hacer rafting durante dos semanas y suspiró desanimada… Entonces miró otra vez la baraja de cartas. Eran nuevas; la caja aún estaba sellada con plástico. Las cogió, agarró un extremo del plástico con los dientes y empezó a romperlo. Después abrió la caja y sacó una carta. Estaba plastifica-da, así que podría aguantar mucho.

«Bien», pensó con un cierto aire de satisfacción.

La carta era lo suficientemente rígida y flexible para enrollarla y hacer una especie de pala diminuta para así empujar la nieve hacia la boca de la botella. Sacudió la botella y golpeó el fondo contra una piedra haciendo que la nieve bajara, para poder meter más. Cuando el recipiente estuvo lleno de nieve, le volvió a poner la tapa y la enroscó bien fuerte.

– Esto no va a tener un sabor agradable -advirtió mientras caminaba de vuelta hacia Justice con cuidado.

Él había permanecido con los ojos cerrados mientras ella se ocupaba del agua y los abrió lentamente cuando la oyó. Su cara estaba pálida, lo que no era sorprendente, pero en su boca apareció una sonrisa irónica.

– Entonces, ¿qué novedades hay?

Ella le enseñó la botella de nieve.

– No será mucha agua cuando se derrita, pero es lo mejor que se me ocurre. El truco es conseguir que la nieve se derrita. Tengo que poner la botella en un sitio caliente. ¿Adivina cuál es?

– Apuesto que no es debajo de su camisa. -La sonrisa dibujó una curva sardónica.

– Eso sería apostar sobre seguro. -Ignoró su referencia a la forma en que le había calentado los pies. El hecho de que hubiera tocado sus senos desnudos no la avergonzaba, pero tampoco se sentía lo que se dice cómoda con aquel cambio brusco en su relación, si es que podía llamar relación a una fría enemistad. ¿Se habían convertido de repente en los mejores amigos sólo porque habían sobrevivido juntos a un accidente de avión? No lo creía. Por otra parte, no había lugar para la hostilidad entre ellos ahora; aún se necesitaban mutuamente para sobrevivir. Y si había otro aspecto a tener en cuenta, tras considerar el esfuerzo hercúleo realizado para controlar el impacto y hacer posible la supervivencia, sus sentimientos hacia él eran de respeto y admiración. Tenía que ser sincera. Él era su héroe.

Suspiró mentalmente. En resumen, no sabía lo que creía ni lo que sentía. Se obligó a concentrarse en el asunto que tenía entre manos, que era más importante que lo que sentía o dejaba de sentir, y deslizó la botella bajo su ropa, junto a su cadera.

– Espero que esto no haga que empiece a tiritar de nuevo. ¿Está demasiado frío?

– No, está bien. Tengo dos capas de ropa entre la botella y yo. Usted se está deslomando a trabajar, así que lo menos que puedo hacer es derretir la nieve.

– Eso es verdad. -Esta vez la sonrisa fue sincera, y mostró el brillo de sus dientes y un minúsculo hoyuelo justo sobre la comisura izquierda de su boca. Sólo entonces se dio cuenta de lo poco cortés que había sido su respuesta, y sacudió la cabeza arrepentida-. Lo siento. Eso ha sido muy poco amable.

– Pero sincero. -Mantenía la cabeza muy quieta, comprensiblemente, pero en sus ojos se habían formado unas pequeñas arruguillas de jovialidad y el pequeño hoyuelo relampagueó de nuevo. Resultaba sorprendente ver cómo una sonrisa transformaba al Capitán Amargado en un hombre verdaderamente atractivo, a pesar de su cabeza vendada y su cara amoratada.

– Bueno…, sí.

– Gracias a Dios que ha dicho que sí. Si no habría pensado que había perdido completamente el sentido de la realidad.

– Me aferró con bastante firmeza a la realidad -dijo ella irónicamente, y suspiró-. Desgraciadamente, la realidad me está diciendo que es mejor que me mueva o moriremos congelados esta noche. La altitud me está afectando, así que tengo que ir despacio y con cuidado.

La mirada de él se endureció de súbito mientras observaba su cara.

– ¿Tiene mal de altura?

– Dolor de cabeza, vértigo… Sí, estoy casi segura. El dolor de cabeza podría ser en parte por habérmela golpeado, pero creo que sobre todo es debido a la altura.

La expresión de él se volvió sombría.

– Y no puedo hacer nada para ayudarla. Bailey, no haga demasiado esfuerzo. Es peligroso que lo haga. El mal de altura puede matarla.

– La hipotermia también.

– Conseguiremos superar la noche. Hay suficiente ropa aquí para tapar a diez personas, y podemos compartir el calor corporal.

Tendrían que hacerlo, de todos modos; ella no se hacía ilusiones sobre su habilidad en la construcción de refugios. Y prefería no pensar en lo frías que podían volverse las montañas por la noche y en la precaria salud de él. Mirándolo objetivamente, la hipotermia y el mal de altura no eran peligros comparables, al menos no para ella y con toda seguridad tampoco para él. Si se consideraba la sangre que había perdido, él corría mucho más riesgo de morir durante la noche que ella.

– Tendré cuidado -dijo, poniéndose de pie. Levantó la vista hacia el avión, inclinado casi de costado en la pendiente sobre ella. Sólo de pensar en subir aquellos escasos metros de nuevo, se sentía agotada, pero necesitaba la red de carga, así como el cuero de los asientos. Ah, sí, y los cables también. Podía ver montones de cables colgando del ala rota y del hueco donde habían estado el ala izquierda y parte de la cabina.

La enormidad del trabajo al que se enfrentaba casi le producía pánico. Tenía hambre, sed y frío. Le dolía todo. La herida del pinchazo en su brazo derecho, que casi había olvidado, empezaba a hacerse notar. Aunque hubiera tenido algo de comida decente dentro, abundancia de agua y la ropa adecuada -así como una agradable y cálida hoguera-, no le habría gustado saber que era la responsable de construir un refugio que se mantuviera en pie. La arquitectura la aburría. Nunca había construido ni siquiera castillos de arena.

Toda la experiencia con que contaba procedía de algunos episodios sobre supervivencia que había visto en el canal Discovery, cuyos detalles, en realidad, no recordaba. Sabía que estarían más calientes con una capa aislante entre ellos y el suelo, y que tenía que poner algún tipo de techo sobre sus cabezas para protegerlos de la posibilidad de lluvia o nieve. Más allá de eso, lo único que se le ocurría era que tenían que protegerse igualmente del viento. Suponía que tenía que lograr eso de alguna forma con palos y hojas.

Se deslizó de nuevo en el interior de los restos del aparato, terminó de soltar la red y la dejó caer al suelo por la puerta. Aquello no exigía un esfuerzo físico excesivo, ni tampoco quitar el cuero de los asientos. Para obtener trozos de cuero lo más grandes posibles, usó concienzudamente la punta de la navaja para cortar las puntadas. El asiento trasero estaba formado por una sola pieza, con dos respaldos y brazos individuales, y le proporcionaría el trozo más grande. El viento no podía traspasar el cuero; por eso los motoristas usan ropa hecha con ese material.

Cortar todas las puntadas le llevó tiempo, más del que había previsto. De todas formas, tuvo que romper algo del cuero, porque se resistía a soltarse incluso después de haber cortado todas las costuras. Al quitar el material que cubría los asientos apareció la gruesa gomaespuma del relleno; de inmediato se imaginó un uso para ella, así que la gomaespuma siguió a la red y a los trozos de cuero. El suelo proporcionó más hules. Pensó que el botín rescatado del avión que casi los había matado todavía podría salvarlos.

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