Capítulo 29

A Cam se le ocurrió una nueva idea. Vació el botiquín de metal otra vez y lo llenó de nieve, después lo colocó sobre las brasas calientes que había al borde de la hoguera y echó un puñado de agujas de pino. Dijo que se suponía que el té era nutritivo, y que algo caliente para beber les reconfortaría.

Bailey estaba tan alterada que casi no podía quedarse quieta. Hacía media hora, la idea de una bebida caliente la habría entusiasmado, pero ahora no podía dejar de pensar en la noche que se aproximaba. Automáticamente abrió una piña como él le había enseñado, y buscó las pequeñas semillas negras; no había ni una. En la primera piña había encontrado diez o doce, pero eran demasiado pequeñas para llenar el estómago. Al menos, lo bueno era que había muchas piñas. Tardaron bastante tiempo en tostarlas y recoger los piñones, pero tampoco tenían compromisos urgentes como para andar con prisas.

Finalmente recogieron suficientes piñones para sentirse como si hubieran comido en realidad algo consistente. Para su sorpresa, a pesar de haber ingerido sólo un puñado, estaba asombrosamente harta. Debían estar más tostados, así que el sabor no era muy agradable, pero no le importó; por lo menos habían metido algo en el estómago. No habían llegado todavía a la etapa de comer larvas, pero por primera vez sabía lo que era tener tanta hambre como para que los gusanos no estuvieran totalmente descartados. Cuando la nieve que había en la caja del botiquín se derritió, Cam echó más hasta obtener el líquido equivalente a una taza para cada uno. Ella observó cómo el agua adquiría un tono verde pálido a medida que las agujas de pino se maceraban.

– ¿Enseñan estas cosas en los boy-scouts? -preguntó ella al fin, sólo para romper el silencio-. ¿Cuánto tiempo estuviste con ellos?

– Todo el tiempo, desde cachorro hasta águila. Era divertido, y esa experiencia me resultó útil cuando tuve que estudiar técnicas de huida y evasión en caso de que mi avión fuera derribado.

– ¿Derribado? Creía que pilotabas un avión cisterna.

– Sí. Eso no significa que un caza enemigo no pudiera mandarme un misil si se le presentaba la oportunidad. Piensa en ello. Si liquidas un avión cisterna habrá muchos cazas que no podrán repostar en el aire. Por eso un supertanque nunca vuela solo.

Sintió náuseas sólo de imaginar un misil haciendo impacto en un avión cisterna. ¿Qué posibilidades había de que sobreviviera alguien a una explosión y un incendio de esa magnitud? También se había imaginado que pilotar un super-tanque era uno de los oficios más seguros para un piloto. Ahora lo veía como estar sentado sobre una enorme lata de gasolina, con idiotas tirándole cerillas. ¿Cómo soportaban las esposas de los militares el estrés? ¿Y qué clase de cabeza de chorlito era exactamente la ex esposa de Cam que no pudo soportar que abandonara la vida militar?

Ignorando adónde la habían conducido sus pensamientos, él metió el dedo en aquel improvisado té y lo retiró rápidamente.

– Creo que esto ya está bien caliente -dijo. Ella le pasó la tapa del bote de desodorante y él la sumergió con rapidez en el líquido que humeaba ligeramente, la llenó hasta la mitad y se la volvió a entregar con cuidado.

Bailey tomó un sorbo con mucha cautela. Esperaba que la infusión supiera a algo verde con aroma de pino, ligeramente amargo. No le importó. Un calor estupendo, maravilloso, se extendió por sus entrañas a medida que tragaba y cerró los ojos llena de felicidad.

– Ah, Dios mío, esto sienta bien -gimió. Tomó otro sorbo y después le tendió la taza a él-. Pruébalo.

– Ya me doy cuenta de que has dicho «sienta bien», no que sabe bien -dijo él mientras cogía la taza y bebía. La misma expresión de placer que ella se imaginaba que había mostrado apareció en el rostro de Cam. Colocó los dedos en torno al plástico caliente y suspiró-. Has acertado.

Volvió a llenarla y compartieron de nuevo la taza.

– Por los boy-scouts -dijo ella, levantando un poco la taza en un pequeño brindis antes de pasársela a él.

Entraron en calor más rápido que en los últimos cuatro días, manteniendo también a raya momentáneamente el hambre, y se quedaron sentados mirando el sol del ocaso. Bailey se dio cuenta de que nada de esto le resultaba sorprendente. Se había aclimatado, no sólo a la altura sino a él. La televisión, las compras, analizar las tendencias del mercado de valores en su ordenador…, todo aquello parecía pertenecer a otro mundo, a otra vida. La vida se había reducido rápidamente a las necesidades básicas: comida y refugio.

– Me atrevería a decir que puedo acostumbrarme a esto -comentó-, pero estaría mintiendo.

Una sonrisa apareció en los labios de Cam.

– ¿No crees que puedas convertirte en alguien que disfruta con la naturaleza?

– Está bien en pequeñas dosis, como hacer rafting durante las vacaciones. Pero quiero comida en abundancia, una tienda, un saco de dormir. Quiero un medio de transporte para salir cuando me canso de ello. Este asunto de la supervivencia es para los pájaros.

– Resultaba divertido cuando era niño, pero no estaba helándome de frío, no tenía una conmoción y nadie hacía prácticas de costura en mi cabeza… sin anestesia.

Ella le lanzó una mirada rápida.

– No te quejaste -señaló.

– Eso no significa que sea algo que yo recomiende a nadie.

La venda que tenía enrollada en la cabeza estaba sucia, pero con suerte eso significaba que había evitado que la suciedad llegara a la herida. No había tenido fiebre, lo que parecía ser un síntoma de que no había infección. En conjunto, se sentía orgullosa del trabajo que había hecho cuidándolo.

Él levantó la mano y se tocó la venda.

– ¿Crees que podría prescindir de esto ahora?

Ella se encogió de hombros.

– Te mantiene caliente la cabeza.

– También me está molestando enormemente. Puedo atar otra cosa en torno a mi cabeza. De momento serviría una venda más pequeña.

Ella aceptó, y le quitó la venda y las gasas que cubrían la herida. Ya había desaparecido la inflamación, y aunque lucía un cardenal enorme en la frente y la herida suturada recordaba al monstruo de Frankenstein, parecía estar cicatrizando bastante bien. Sacó una de las toallitas de aloe del paquete y fue limpiando cuidadosamente la herida, tratando de quitar algo de la sangre seca. Él soportó su ayuda un minuto más o menos.

– Dame eso -dijo por fin con un gruñido de impaciencia, quitándole la toallita y frotándola vigorosamente a través del pelo.

– Pica, ¿eh?

– Como un demonio.

La toallita salió manchada de color óxido por la sangre que se había secado en su pelo: la mayor parte la había limpiado con el colutorio bucal que le había echado en la cabeza, pero, obviamente, no toda. Usó otra toallita para quitar el resto, lo que significaba que cuando terminó tenía la cabeza húmeda, por lo que tuvo que usar una camisa de franela para secarse el pelo antes de que se congelara. Bailey le alcanzó los productos de primeros auxilios, pero él negó con la cabeza.

– Deja eso hasta mañana. Estará bien esta noche.

Cuando terminaron la infusión de agujas de pino, él usó un palo para sacar la caja de las brasas. A ella la asaltó otra idea. Cogió otra camisa y envolvió con ella rápidamente la caja.

– La gente solía calentar ladrillos y envolverlos en tela que luego ponía entre las sábanas para calentar la cama -dijo mientras se arrastraba dentro del refugio con su calentador de cama rudimentario. Habían tirado toda la ropa que usaban como manta en el refugio y ella arregló rápidamente todo en capas, que funcionaban mejor para mantenerlos calientes; después puso el calentador improvisado en medio.

Había estado durmiendo con las botas puestas, pero ahora se las quitó, y suspiró con alivio mientras flexionaba los pies y los tobillos; después deslizó los pies bajo la caja. El calor empezó a filtrarse inmediatamente a través de los dos pares de calcetines que llevaba puestos.

Cam entró detrás de ella. Viendo lo que había hecho se rió y empezó a desabrocharse los chanclos de cuero, quitándoselos al mismo tiempo que los zapatos. Su hombro tropezó con el de ella al sentarse; se apoyó en la roca que tenían a la espalda, con los pies juntos.

A ella se le aceleró el corazón. Su conversación había sido banal, pero bajo la tranquila apariencia era consciente del constante chisporroteo del deseo. Cuando sus dedos se rozaban al pasarse la taza, o cuando ella tocó su cara al quitarle la venda, se había estremecido por la necesidad de tener más. Había querido que entrelazaran sus dedos, apoyar la mano en su mejilla rasposa por la incipiente barba y sentir la fuerza del hueso bajo la piel. Quería sentir sus brazos rodeándola, estrechándola fuertemente contra él, como lo había hecho durante las últimas noches.

Había pasado la vida sin sentirse nunca completamente segura y no se había dado cuenta hasta que durmió en sus brazos. No tenía lógica semejante atracción por él, porque jamás se había encontrado en una situación tan peligrosa, pero allí estaba. Encajaba con él, como dos piezas de un puzle unidas.

– Deberíamos dormir un poco -dijo Cam, observando fijamente cada expresión de ella-. Hemos tenido un día agotador.

El sol se había puesto y la oscuridad total estaba persiguiendo rápidamente al crepúsculo. «Pronto», pensó ella mientras se tumbaba y se acurrucaba bajo su manta. Él se puso los zapatos para salir a echar leña al fuego, después volvió a acostarse junto a ella. Enrolló su pesado brazo en torno a su cintura y la atrajo hacia él, dándole la vuelta de forma que la cabeza de ella quedara apoyada contra su garganta. Olía a aloe, a madera, a humo… y a hombre.

Puso la mano bajo todas las camisas que llevaba puestas y le acarició los pechos frotando con la parte áspera del pulgar su pezón, lo que provocó en él una erección hormigueante. Ella inhaló bruscamente. Había planeado permanecer tranquila, pero la tranquilidad estaba más allá de su capacidad. Su corazón latía tan fuerte que casi no podía respirar. Aquello no debería importarle tanto. Él no debería importarle tanto. Desgraciadamente, lo que debería o no debería ser no coincidía con la realidad.

La besó, apoyando suavemente su boca sobre la de ella. Estaba tan tensa que por un momento no pudo relajarse, no pudo responder. Justo cuando estaba empezando a abandonarse a él, a devolver la presión de su boca, él deslizó los labios hacia su sien.

– Buenas noches.

¿Buenas noches?

¡Buenas noches! Se quedó rígida de incredulidad. Había llegado a un frenesí de preocupación y expectación, ¿y él quería dormir?

– ¡No! -protestó, con furia en la voz.

– Sí. -La besó de nuevo, con la mano aún apoyada sobre su seno-. Tú estás cansada y yo también. Duérmete.

– ¿Quién demonios te has creído que eres? -preguntó ella furiosa. Ah, estupendo; se rebajaba a hacer sarcasmos de adolescente. Aquélla era la segunda vez en un día que había perdido la compostura, algo significativo en ella, que nunca dejaba que la confusión alterara la lisa superficie de su vida. Siempre había tenido mucho cuidado de no permitir que nadie le importara tanto; por esa misma razón…

Se quedó muy quieta hasta que renunció a seguir eludiendo la situación, porque, de todas formas, tampoco estaba funcionando. Podía racionalizar y dar todos los rodeos que quisiera, pero estaba perdiendo tiempo y esfuerzos. ¿Podía haberse enamorado de él en sólo cuatro días? Como él había señalado, el tiempo que habían estado juntos era el equivalente a diecinueve o veinte citas. Desde el punto de vista de la lógica, tenía razón.

Eso era amor. Así que esta dolorosa, vertiginosa, triste, gozosa, confusa explosión de emoción que no respondía a la razón era de lo que la gente hablaba. Era como estar borracha sin los efectos depresivos que hacían más lento el pensamiento y las funciones vitales. Era sentirse impotente y acelerada al mismo tiempo, como si su piel le quedara demasiado ajustada a su cuerpo.

Él no respondió a su sarcasmo. Se limitó a besarla en la frente, como si comprendiera la confusión que la embargaba. Bueno, ¿por qué no iba a entenderla? Él había estado enamorado antes. Tenía experiencia. Tal vez con suficiente experiencia no se encontraría actuando como una tonta, pero esperaba con toda su alma no sentirse así de nuevo. Una vez era suficiente. Si esto no funcionaba, se metería en un convento o quizá se trasladaría a Florida, donde estaría rodeada de gente lo suficientemente vieja para ser sus padres y no se vería tentada de nuevo.

Le quitó la mano del pecho de un manotazo y la apartó a un lado.

– Si no vamos a tener sexo, entonces quítame las manos de encima. -Darse cuenta de que probablemente estaba enamorada de él sólo servía para enfurecerla más. Y también darse cuenta de que estaba al borde de una rabieta era humillante. No iba a suplicar sexo. Y por todos los demonios que no lo iba a dejar, aunque le suplicara sexo. Quería darle una patada, agarrarle el pene y retorcérselo. Así aprendería. En vez de Charlie Diversión tendría que cambiarle el nombre y llamarlo Charlie Sacacorchos.

Pudo sentir que él se agitaba, pudo sentir su respiración desigual. El muy maldito estaba riéndose, aunque tenía el buen sentido de tratar de ocultarlo.

Bailey se apartó de él con furia renovada, porque no podía ni siquiera moverse para no tocarlo. Tenían que tocarse; tenían que estar pegados, tenían que compartir su calor.

Sólo para demostrarle lo poco que él le importaba, iba a quedarse dormida. Y esperaba roncar.

La tentación la corroía. Quería matarlo. Quería destrozarlo. Ah, demonios, tenía que ser amor.

Prefería tener la peste. Al menos tendría posibilidades de curarse.

Tardó más de media hora en tranquilizarse, media hora durante la cual pudo notar que él estaba despierto y atento, compenetrado con cada respiración suya. ¿Cómo se atrevía a estar preocupado por ella? Si verdaderamente estuviera tan preocupado, le habría dado lo que quería.

Fue una prueba para su fuerza de voluntad lograr dormirse.

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