Capítulo 33

El helicóptero planeó sobre ellos, tan cerca que el aire producido por las hélices los azotó, y Bailey pudo ver las gafas de sol que llevaba puestas el piloto. Junto a él había otro hombre; ambos parecían llevar una especie de uniforme, así que ella supuso que pertenecían al Servicio Forestal. No había sitio para que aterrizara, pero lo que importaba era que ahora alguien sabía dónde estaban y enviarían ayuda…, esperaba que lo más pronto posible. No habían construido un refugio, pero si era necesario pasarían la noche sentados junto al fuego para mantenerse calientes.

De todos modos, a ella le dolían tanto los huesos que no creía que hubiera podido ayudar a hacer un refugio. Ni siquiera consiguió ponerse en pie para hacer señas al helicóptero, a pesar de la emoción del rescate inminente, o relativamente inminente, dependiendo del tiempo que le llevara al equipo llegar hasta ellos.

Cam estaba haciendo unas señales con las manos al piloto.

– Dile que consiga unos sacos de dormir y nos los tire -le dijo ella-. Y un par de termos de café. Y una docena de donuts. Ah, y sería de agradecer un radio-transmisor. -La fatiga estaba haciendo que se sintiera mareada, pero no le importaba.

El helicóptero se escoró alejándose de la montaña y volvió al lugar de donde había venido. Ella suspiró mientras lo veía alejarse. De alguna forma, aquello era como un anticlimax.

Cam estaba riéndose cuando se sentó a su lado.

– Las señales hechas con las manos no llegan a ese tipo de detalles.

– ¿Qué les has dicho?

– Que somos dos y que tenemos movilidad, lo que significa que un equipo de rescate no debería arriesgar su vida hoy tratando de llegar a nosotros. Y que llevamos aquí cinco días.

Ella estiró las piernas y cruzó los tobillos. Aquello era casi como sentarse en el porche para admirar el paisaje -que era espectacular-, pero en lugar de un porche se encontraba en la escarpada ladera de una montaña, con un acantilado vertical a la izquierda, no muy lejos.

– Tal vez debiéramos prepararnos para el anochecer. Recoger más leña, hacer un refugio, ese tipo de cosas.

Cam se giró para mirarla y se inclinó hacia delante para apoyar los codos en las rodillas de ella mientras observaba su rostro, leyendo el agotamiento total que reflejaba. Estirándose, le cogió la mano.

– Yo recogeré más leña, pero no me siento capaz de hacer un refugio. Aquí hace más calor, sin el viento. Esta noche nos abrazaremos junto al fuego.

– Bien. Puedo soportar eso de abrazarme. -Parecía melancólica-. Supongo que no había forma de decirles nuestros nombres para que pudieran informar a nuestras familias.

Cam negó con la cabeza.

– No me he permitido pensar en mi familia -dijo tras un instante-. Sé que están pasando por un infierno, pero concentrarse en permanecer vivos parecía más importante. Con toda probabilidad se hallarán en el centro de operaciones de rescate, esté donde esté, porque no ha habido ninguna búsqueda que se aproximara a nosotros en ninguna parte. -Hizo una pausa, después dijo con brusquedad-: Necesito verlos.

Ella se dio cuenta de que había pensado en Logan y Peaches, en cómo debían sentirse, lo preocupados que debían estar, pero, honradamente, no había tenido un solo pensamiento para el resto de su familia, o el interés que, incluso sus padres, podían mostrar por ella. Su madre tal vez derramara una lágrima o dos, quizá utilizaría su sarta de desgracias para buscar compasión, pero ¿esperar en el centro de rescate a que se encontrara el cadáver de su hija? Eso no sucedería. Y su padre no desperdiciaría ni una lágrima. Ya había demostrado hacía años que sus tres hijos estaban fuera de su radar. Cam era afortunado por contar con una familia, y por saber sin ninguna duda que estarían esperándole.

– Por el bien de tu madre -le dijo-, espero que tengas ocasión de ducharte antes de que te vea. También necesitas ropa. Y ponerte una venda en esa herida, porque créeme, tiene que estar segura de que estás bien antes de verte. -Lo examinó a la luz de las hogueras, que destellaban con fuerza. Su barba de cinco días estaba desaliñada y los profundos hematomas bajo sus ojos se estaban convirtiendo en feos cardenales de color amarillo purpúreo. Los numerosos arañazos ya tenían costra y se estaban curando. Y luego estaba ese horrible corte que le cruzaba la frente; no podía asegurar si sus torpes puntos habían mejorado o no aquel costurón. Empezó a reírse por lo bajo-. Tienes un aspecto horrible.

Él sonrió ampliamente mientras daba una rápida respuesta.

– Tú también tienes mal aspecto -dijo con un tono provocador en su voz profunda-. Como si hubieras tenido un accidente de avión y llevaras viviendo en el monte cinco días. El ojo morado es el detalle final. Por lo menos ya sabes con seguridad que no me he enamorado de ti por tu apariencia física.

A Bailey casi se le paraliza el corazón. ¿Cómo podía soltarle cosas como ésa sin avisarla para que pudiera estar preparada…? Aunque no sabía de qué forma podía prepararse para eso. Antes de que pudiera reaccionar, acarició su mejilla con la mano de ella una vez más.

– Si te pido que te cases conmigo, ¿vas a echar a correr gritando por la montaña?

Un golpe detrás de otro. Aún no se había recuperado de uno cuando le asestaba el siguiente. El resultado final fue que se quedó ahí sentada, inmovilizada ante la imposibilidad de escoger qué debía tomar en consideración primero.

– Podría ser -se las arregló para musitar finalmente, dejando que él descifrara a cuál de las dos posibles respuestas se refería.

Él le besó la palma de la mano y ella notó cómo se curvaban sus labios mientras reprimía una sonrisa.

– Entonces no te lo pediré -dijo él con gravedad-. Todavía no, en todo caso. Sé que necesitas tiempo para acostumbrarte a la idea. Deberíamos dejar que nuestras vidas se tranquilicen, vernos en circunstancias normales. Está también el problema del intento de Seth de matarte, y eso tiene prioridad sobre todo lo demás. Estoy pensando en un periodo de entre nueve meses y un año antes de que nos casemos. ¿Qué te parece eso?

Para ser alguien que no le estaba pidiendo que se casara con él, estaba preparando mucho el terreno, pensó ella. Su corazón le había dado un vuelco, pero cuando lo miró se preguntó cómo podría pasar el resto de su vida sin ver esa sonrisa u oír la gravedad de su tono de voz cuando estaba haciendo algún comentario tajante, o sin dormir en sus brazos. No estaba segura de poder volver a dormir si no era con él.

Se aclaró la garganta.

– De hecho… estoy de acuerdo con lo del matrimonio.

– Es lo que se refiere al amor lo que te produce un miedo cerval, ¿eh?

– Me está… yendo mejor con eso de lo que había imaginado, también.

– ¿No te ha entrado el pánico con la idea de que te amo?

– Esa parte no está mal tampoco -contestó ella con seriedad-. Lo que me asusta tanto es amarte yo a ti.

Ella vio el brillo de triunfo en sus ojos. Sin embargo, no bajó la vista para ocultarlo; quiso que pudiera apreciar lo que estaba sintiendo.

– ¿Estás diciendo que tienes miedo de amarme o que tienes miedo porque me amas?

Ella respiró profundamente.

– Creo que debemos ser cuidadosos y no precipitarnos.

Otra sonrisa apareció en los labios de Cam.

– ¿Por qué no me sorprendo de que hayas dicho eso? Y, por cierto, no has contestado a la otra pregunta.

Allí estaba, la determinación fría e implacable que ella había visto cuando estaba obligando al avión a permanecer en el aire durante los preciosos segundos que necesitaban para que el choque se produjera contra la línea de árboles en lugar de en la cumbre de roca desnuda. Pensó que podía sentirse segura con él. Él no se daba por vencido. No terminaba y salía corriendo. No la engañaría, y si tenían hijos no los dejaría en la estacada.

– Sí, te amo -admitió ella. Sus palabras sonaron temblorosas, pero las pronunció, aunque de inmediato empezó a dar rodeos-. O eso creo. Y estoy muy asustada. Esta ha sido una situación extraordinaria y necesitamos asegurarnos de que todavía sentimos lo mismo después de volver al mundo real, así que estoy totalmente de acuerdo en eso.

– Yo no he dicho que necesitáramos estar seguros de que sentimos lo mismo. Yo sé lo que siento. Lo que he dicho es que entendía por qué necesitabas tiempo para acostumbrarte a la idea.

«Definitivamente implacable», pensó ella.

– Entonces, está hecho -continuó él con tranquila satisfacción-. Estamos comprometidos.


* * *

Ahora que ya los habían localizado, dejaron que se apagaran dos de las hogueras y pasaron la noche acostados cerca de la que quedaba, hablando o dormitando. La manta térmica y los trozos de gomaespuma los protegían del frío suelo, y las capas habituales de ropa los mantenían calientes, aunque no del todo; al menos evitaban la congelación. Después de haber descansado algo y dormido un poco, le hizo el amor de nuevo. Esta vez fue lenta, relajadamente; después de entrar en ella casi se quedaron dormidos los dos de nuevo, pero él se despertaba lo suficiente cada pocos minutos para moverse suavemente adelante y atrás. Bailey era consciente de que él no se había puesto un condón, y la desnudez de su pene dentro de ella era una de las sensaciones más exquisitas que había sentido nunca.

Ella llegó dos veces al orgasmo a causa de ese movimiento lento y balanceante y su segundo clímax desencadenó el de él. Le agarró las caderas y unió sus cuerpos tan estrechamente que no podía caber ni un suspiro entre ellos, y de su garganta salió un gemido ahogado mientras se estremecía entre sus piernas. Después de limpiarse y poner su ropa en orden, durmieron un poco más. Cuando llegó la aurora estaban despiertos, esperando al grupo de rescate. Dispusieron su equipo improvisado lo mejor posible, y después se sentaron junto al fuego arropados con la manta térmica. Bailey estaba mareada por el hambre y se sentía extrañamente frágil, como si, ahora que la batalla por la supervivencia estaba ganada, toda su fuerza la hubiera abandonado. Estar sentada al lado de Cam era el máximo esfuerzo que podía realizar.

Oyeron el helicóptero justo después de las siete y lo vieron aterrizar en una pequeña porción de terreno que había aproximadamente a unos cuatrocientos metros debajo de ellos.

– Más vale que traigan comida -murmuró ella cuando el equipo de rescate salió del helicóptero.

– ¿O qué? -se burló él-. ¿Los vas a mandar de vuelta?

Ella inclinó la cabeza hacia atrás y le sonrió. Él parecía tan agotado como ella; el día anterior los había dejado exhaustos, y sin comer, ninguno de los dos se había recuperado.

El calvario casi había terminado. Dentro de unas horas estarían limpios, calientes y alimentados. El mundo real estaba poniéndose a su alcance rápidamente, encarnado en el equipo de cuatro montañeros con casco que escalaban a ritmo constante hacia ellos, moviéndose en una sinfonía bien ensayada de cuerdas, poleas y Dios sabía qué más.

– ¿Se han perdido, muchachos? -preguntó el jefe del equipo cuando llegaron junto a ellos. Parecía tener treinta y pico años y el aspecto curtido de alguien que se pasaba la vida al aire libre. Observó detenidamente sus rostros demacrados y cubiertos de hematomas, y la larga línea de puntos oscuros que cruzaba la frente de Cam; por lo bajo, le dijo a uno de sus hombres que hiciera una evaluación física-. Las pistas de senderismo no se abren hasta el mes que viene. No sabíamos que hubiera nadie perdido, así que fue una gran sorpresa cuando detectaron su hoguera ayer.

– No nos hemos perdido -dijo Cam, poniéndose de pie y arropando a Bailey con la manta-. Nuestro avión se estrelló allí arriba -señaló hacia la cumbre- hace seis días.

– ¡Seis días! -El jefe lanzó un suave silbido-. Sé que hubo una llamada para una misión de búsqueda y rescate de un avión pequeño que se perdió cerca de Walla Walla.

– Con toda probabilidad se referían a nosotros -dijo Cam-. Soy Cameron Justice, el piloto. Ella es Bailey Wingate.

– Sí -dijo otro de los hombres-. Esos son los nombres. ¿Cómo han llegado ustedes tan lejos?

– Con un ala y una oración -dijo Cam-. Literalmente.

Bailey miró al miembro del equipo de rescate que estaba agachado junto a ella tomándole el pulso y examinándole los ojos con una linterna.

– Espero que hayan traído comida con ustedes.

– Con nosotros no, señora, pero les daremos de comer en cuanto lleguemos a la base.

Sin embargo, luego cambiaron de idea. Una vez que los bajaron por la ladera de la montaña y que todos se encontraron en el helicóptero, decidieron que necesitaban atención médica. El piloto llamó por radio y los trasladaron al hospital más cercano, un edificio de dos plantas en un pequeño pueblo de Idaho.

Las enfermeras de urgencias -benditas sean- evaluaron con ojo experto cuál era su necesidad más imperiosa y trajeron comida y café antes incluso de que los viera un médico. Para su sorpresa, Bailey no pudo comer mucho; sólo unas cuantas cucharadas de sopa con un par de galletas saladas que la enfermera le llevó. La sopa era de lata, calentada en un microondas, y le supo a ambrosía; pero ella sencillamente no pudo comer más que un poco. Cam hizo mejor papel que ella, devorando un cuenco entero de sopa y una taza de café.

Tras un rápido examen, el médico dijo:

– Bien, usted se encuentra bastante bien. Necesita comer y dormir, por ese orden. Tiene suerte; su brazo está curándose bien. A propósito, ¿cuándo le pusieron la última inyección contra el tétanos?

Bailey lo miró sin comprender.

– No creo que me la hayan puesto nunca.

Él sonrió.

– Ahora le pondremos una.

Después de la inyección, una enfermera la llevó a la sala de estar de enfermeras y le mostró las instalaciones adyacentes con taquillas y duchas. Bailey estuvo debajo del agua caliente durante tanto tiempo que la piel empezó a arrugársele, pero cuando salió estaba perfectamente limpia de la cabeza a los pies. La enfermera le dio un traje verde limpio de quirófano para que se vistiera y un par de calcetines, sobre los cuales se puso un par de zuecos de enfermera. Así no tuvo que volver a calzarse sus botas de montaña; las había usado durante seis días y sus pies estaban tan cansados como el resto de su cuerpo.

Cam no fue tan afortunado. Le pusieron suero y le hicieron un encefalograma. Bailey lo acompañó mientras esperaban a que se vaciara el gotero, que tardó un par de horas. Sólo entonces pudo ducharse y afeitarse. Después le vendaron de nuevo la cabeza y también le dieron un traje verde limpio.

Entonces empezó todo el interrogatorio. Se habían estrellado en un parque nacional, así que estaba involucrado el Servicio Forestal. El jefe del equipo de rescate tenía que rellenar un informe. Se le notificó al NTSB. Un periodista de un periódico local oyó hablar de ellos en su radio, y apareció por allí. Cam habló tranquilamente con los dos hombres del Servicio Forestal, con el jefe de policía y por teléfono con el investigador del NTSB. Ni él ni Bailey dijeron al reportero ni una palabra sobre un posible sabotaje.

Las cosas avanzaron rápidamente. Charles MaGuire, el investigador del NTSB, venía de camino. Alguien le prestó a Cam un móvil para llamar a sus padres. Cuando terminó, Bailey preguntó si podían prestárselo a ella también y llamó al número de móvil de Logan.

– ¿Diga? -contestó él al primer timbrazo, dándole la impresión de que se había abalanzado sobre el teléfono.

– Logan, soy yo, Bailey.

Hubo un tiempo muerto de silencio después, con voz temblorosa, él preguntó:

– ¿Qué?

– Estoy en un hospital en… no sé el nombre del pueblo…, en Idaho. No estoy herida -dijo rápidamente-. Nos han rescatado en la montaña esta mañana temprano.

– ¿Bailey?

La desconfianza en su voz era tan profunda que ella se preguntó si la creía o pensaba que alguien le estaba gastando una broma.

– Soy yo, en serio. -Se enjugó una lágrima que le resbalaba por el rabillo del ojo-. ¿Quieres que te diga cuál es tu segundo nombre? ¿O cómo se llamaba nuestro primer perro?

– Sí. ¿Cómo se llamaba nuestro primer perro? -preguntó él con tono cansado.

– Nunca tuvimos perro. A mamá no le gustan los animales.

– Bailey. -Había un temblor en su voz, y ella comprendió que estaba llorando-. Estás viva realmente.

– De verdad. Tengo unos cuantos cardenales, un ojo morado, acabo de comer auténtica comida por primera vez en seis días y me han puesto una inyección contra el tétanos que me ha dolido como un demonio, pero estoy bien. -Podía oír a Peaches al fondo, haciendo preguntas con su voz suave y dulce tan rápidamente que era incoherente, o quizá es que estaba llorando también-. Viene un investigador en avión para hablar con nosotros, y después supongo que podremos marcharnos a casa. Todavía no sé cómo, porque no tengo dinero, tarjetas de crédito ni carné de identidad conmigo, pero llegaremos de alguna forma. ¿Tú dónde estás?

– En Seattle. En un hotel.

– No tiene sentido que pagues una habitación de hotel; quédate en casa. Llamaré al ama de llaves y le diré que te deje entrar.

– Eh…, creo que Tamzin la tiene ocupada.

– ¿Que la tiene qué? -Bailey notó que le hervía la sangre y que sus ojos empezaban a despedir chispas. La rabia fue tan inmediata y tan intensa que no le habría extrañado que la cabeza le hubiera empezado a dar vueltas.

– Se trasladó allí el día después del accidente. He estado llamando desde entonces para comprobarlo.

– Bien, ¡compruébalo ahora! Si está allí, ¡haz que la arresten por allanamiento de morada! Lo digo en serio, Logan. Quiero que la eches de allí.

– No te preocupes, la haré salir. Bailey, Tamzin dijo algo sobre Seth. Creo que pudo haber tenido algo que ver con el accidente. Él lo negó, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

– Ya lo sé -dijo ella.

– ¿Sí?

– Cam lo descubrió.

– ¿Cam…, el piloto?

– El mismo -respondió ella sonriendo a Cam, que le guiñó un ojo-. Es probable que nos casemos. Escucha, me han prestado un móvil, así que no puedes llamarme a este número. No sé dónde estaremos antes de que podamos volver a casa, pero me pondré en contacto contigo tan pronto como lo sepa. Vete a sacar a esa zorra de la casa antes de que la destroce. Te quiero.

– Yo también te quiero -dijo él, y ella colgó antes de que él pudiera hacer más preguntas, pues seguramente le vendrían pronto a la mente después de lo que acababa de decirle.

– ¿Es probable que nos casemos? -preguntó Cam, arrastrando las palabras y enarcando las cejas.

– Ya han tenido suficientes emociones para un día -dijo ella, que se acercó a él y se acurrucó a su lado. Habían pasado buena parte de los últimos cinco días y medio el uno en los brazos del otro, dormidos o despiertos, y algo en ella parecía ir mal si no se tocaban.

Apoyó la cabeza en su hombro.

– Tamzin está en mi casa.

– Ya lo he oído.

– En realidad no es mi casa, pero vivo allí y no tiene derecho a meterse en mis asuntos. Probablemente ya ha donado toda mi ropa a alguna institución de caridad…, eso si no la ha tirado a la basura.

– Definitivamente, hay que echarla.

– Le dijo a Logan que Seth había tenido algo que ver con el accidente.

– Hummm. ¿Por qué diría algo así? Es estúpido por su parte.

Surgió una conclusión lógica.

– A menos que quiera que arresten a Seth.

Con aire pensativo, Cam se rascó la mejilla recién afeitada.

– Eso da que pensar -dijo pausadamente.

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