THEON

Theon se limpió el salivazo de la mejilla con el dorso de la mano.

—Robb te va a arrancar las tripas, Greyjoy —le gritó Benfred Tallhart—. Eres una mierda de oveja, echará de comer tu corazón al lobo.

—Ahora tienes que matarlo. —La voz de Aeron Pelomojado cortó los insultos como una espada un trozo de queso.

—Antes quiero hacerle unas preguntas —dijo Theon.

—Métete por el culo las preguntas. —Benfred estaba entre Stygg y Werlag, sangrando e indefenso—. Se te atragantarán antes de que yo te responda nada, cobarde. Renegado.

—Si te escupe a ti, nos escupe a todos. —El tío Aeron era implacable—. Escupe al Dios Ahogado. Debe morir.

—Mi padre me puso a mí al mando, tío.

—Y me envió a mí para aconsejarte.

«Y para vigilarme. —Theon no se atrevía a forzar demasiado las cosas con su tío. Él estaba al mando, sí, pero sus hombres tenían una fe en el Dios Ahogado que no depositaban en él, y Aeron Pelomojado los aterraba—. Y con razón.»

—Esto te va a costar la cabeza, Greyjoy. Los cuervos se comerán tus ojos. —Benfred trató de escupir de nuevo, pero sólo le salió un poco de sangre de los labios—. Los Otros darán por culo a tu dios mojado.

«Tallhart, acabas de escupir lo que te quedaba de vida», pensó Theon.

—Stygg, hazlo callar —dijo.

Obligaron a Benfred a ponerse de rodillas. Werlag le arrancó la piel de conejo del cinturón y se la metió a la fuerza en la boca para acallar sus gritos. Stygg esgrimió el hacha.

—No —declaró Aeron Pelomojado—. Hay que entregarlo al dios. Según las antiguas costumbres.

«¿Qué más dará? Matarlo es matarlo y punto.»

—De acuerdo, llévatelo.

—Ven tú también. Eres el que está al mando. La ofrenda debe partir de ti.

Pero Theon no tenía estómago para aquello.

—Tú eres el sacerdote, tío, encárgate de las cosas del dios. Págame en la misma moneda y deja que yo me encargue de las batallas.

Hizo un gesto con la mano, y Werlag y Stygg arrastraron al prisionero hacia la orilla. Aeron Pelomojado lanzó una mirada de reproche a su sobrino y los siguió. Bajaron a la playa de guijarros para ahogar a Benfred Tallhart en agua salada. Según las antiguas costumbres.

«Puede que sea más misericordioso —se dijo Theon tratando de mirar en otra dirección. Stygg no era precisamente un verdugo experto, y Benfred tenía el cuello grueso como un jabalí, todo músculo y grasa—. Y yo que siempre me burlaba de él por eso —recordó—, sólo para ver cuánto se enfadaba.» ¿Cuándo había sido aquello, hacía tres años? Cuando Ned Stark cabalgó hasta la Ciudadela de Torrhen para ver a Ser Helman, Theon lo había acompañado, de manera que pasó dos semanas en compañía de Benfred.

Hasta allí llegaban los ruidos ásperos de la victoria en el recodo del camino donde se había librado la batalla… si es que aquella escaramuza merecía tal nombre. «En realidad ha sido más bien una matanza de ovejas. Ovejas con lana de acero, pero ovejas al fin y al cabo.»

Theon subió a un montón de piedras y desde allí contempló el espectáculo de hombres muertos y caballos moribundos. Los caballos merecían un destino mejor. Tymor y sus hermanos habían reunido las monturas que habían salido ilesas, mientras Urzen y Lorren el Negro silenciaban a los animales con heridas demasiado graves para salvarlos. El resto de sus hombres se dedicaba a saquear los cadáveres. Gevin Harlaw se arrodilló junto al pecho de uno de los caídos para cortarle un dedo y quitarle un anillo. «El precio del hierro. Mi señor padre le daría su aprobación.» Theon pensó en buscar los cuerpos de los dos hombres que había matado para ver si llevaban alguna joya decente, pero la sola idea le dejó un sabor amargo en la boca. Se imaginaba qué habría dicho Eddard Stark al respecto. Aquello lo puso más furioso todavía.

«Stark está muerto y pudriéndose, no tengo nada que ver con él», pensó.

El anciano Botley, al que llamaban Bigotes de Pez, estaba sentado sobre su botín con el ceño fruncido mientras sus tres hijos iban incrementando el montón. Uno de ellos estaba enzarzado en una pelea a empujones con un hombre grueso, un tal Todric, que se tambaleaba entre los cadáveres con un cuerno de cerveza en una mano y un hacha en la otra, envuelto en una capa de piel de zorro blanco apenas manchada por la sangre de su anterior propietario. «Borracho», decidió Theon al ver cómo bramaba. Se decía que los hombres del hierro de antaño iban a la batalla ebrios de sangre, tan enloquecidos que no sentían dolor ni temían a enemigo alguno, pero aquélla era una vulgar borrachera de cerveza.

—Wex, tráeme el arco y el carcaj. —El chico salió corriendo y le entregó las armas. Theon tensó el arco justo en el momento en que Todric derribaba al joven Botley y le tiraba la cerveza a los ojos. Bigotes de Pez se levantó entre maldiciones, pero Theon fue más rápido. Apuntó a la mano que sostenía el cuerno para realizar un disparo que daría mucho que hablar, pero Todric lo estropeó todo moviéndose hacia un lado justo en el momento en que soltaba la flecha, que fue a clavársele en el vientre.

Los saqueadores se detuvieron, atónitos. Theon bajó el arco.

—Dije que nada de borracheras, ni peleas por el botín. —Todric, de rodillas, agonizaba ruidosamente—. Botley, hazlo callar.

Bigotes de Pez y sus hijos se apresuraron a obedecer. Le cortaron el cuello a Todric mientras pateaba débilmente, y antes de que muriera ya le estaban quitando la ropa, los anillos y las armas.

«Ahora ya saben que cuando hablo, hablo en serio.» Lord Balon le había dado el mando, pero Theon sabía que, cuando lo miraban, buena parte de sus hombres sólo veían a un muchacho blando de las tierras verdes.

—¿Alguien más tiene sed? —Nadie respondió—. Bien.

Dio una patada al estandarte caído de Benfred, todavía en la mano muerta del escudero que lo llevaba. Bajo la bandera habían atado una piel de conejo. «¿Pieles de conejo? ¿Por qué?» Había tenido intención de preguntarlo, pero cuando recibió el salivazo en la cara se le olvidaron todas las cuestiones. Tiró el arco a Wex y se alejó a zancadas. Recordaba bien lo exultante que se había sentido tras la batalla del Bosque Susurrante, y no entendía por qué aquella victoria no tenía un sabor tan dulce.

«Tallhart, idiota prepotente de mierda, ni siquiera habías enviado un explorador de avanzadilla.»

Cuando se habían acercado por el camino iban bromeando, hasta cantando, bajo el estandarte ondeante de los tres árboles de Tallhart, y con estúpidas pieles de conejo atadas a las puntas de las lanzas. Los arqueros ocultos tras las aulagas pusieron fin a la canción con una lluvia de flechas, y el propio Theon saltó al frente de sus soldados para rematar la carnicería a golpe de daga, hacha y maza. Antes había ordenado que se respetara la vida del líder para poder interrogarlo.

Pero lo que no había esperado era que fuera Benfred Tallhart.

Cuando volvió a su Zorra marina, la marea arrastraba el cuerpo inerte de Benfred. Los mástiles de los barcoluengos se alzaban hacia el cielo a lo largo de la playa de guijarros. De la aldea de pescadores sólo quedaban unas cenizas frías que despedían un olor fétido bajo la lluvia. Habían pasado por la espada a todos los hombres excepto a unos pocos, a los que Theon permitió huir para que llevaran la noticia a la Ciudadela de Torrhen. Sus mujeres e hijas pasaron a ser esposas de sal, al menos las que eran jóvenes y hermosas. A las viejas y las feas se limitaron a violarlas y a matarlas, o bien a tomarlas como esclavas si tenían alguna habilidad útil y no parecían problemáticas.

Theon había planeado también aquel ataque, había llevado las naves a la orilla en la gélida oscuridad que precedía al amanecer, y saltó de la proa con un hacha de mango largo en la mano, para guiar a sus hombres hacia la aldea dormida. No le gustaba nada de aquello, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Su hermana, tres veces maldita fuera, navegaba en aquellos momentos hacia el norte a bordo de su Viento negro, sin duda para conseguirse un castillo. Lord Balon no había dejado que saliera de las Islas del Hierro ninguna noticia acerca de la flota que estaba reuniendo, y el sanguinario trabajo de Theon a todo lo largo de la Costa Pedregosa se atribuiría a barcos de saqueadores. Los norteños no se darían cuenta de la magnitud del peligro hasta que los martillos cayeran sobre Bosquespeso y Foso Cailin.

«Y cuando todo termine, cuando ganemos, se compondrán canciones en honor de esa zorra de Asha, y se olvidarán hasta de que estuve aquí.» Si él lo permitía, claro.

Dagmer Barbarrota estaba junto a las tallas de la proa de su barcoluengo, el Bebespuma. Theon le había asignado la misión de custodiar los barcos; de lo contrario los hombres habrían atribuido la victoria a Dagmer, y no a él. Cualquiera más susceptible lo habría considerado una afrenta, pero Barbarrota se limitó a echarse a reír.

—Hemos vencido —le gritó desde arriba—. Y aun así no sonríes, muchacho. Los vivos deberían sonreír, porque los muertos no pueden.

Sonrió él para mostrarle cómo se hacía. Era un espectáculo repugnante. Bajo la melena blanca como la nieve, Dagmer Barbarrota tenía la cicatriz más horrorosa que Theon había visto jamás, legado del hacha que estuvo a punto de matarlo cuando era niño. El golpe le había destrozado la mandíbula y los dientes delanteros, y lo había dejado con cuatro labios en vez de los dos habituales. Se ocultaba las mejillas y el cuello con una barba desaliñada, pero sobre la cicatriz no crecía el pelo, de manera que su rostro aparecía partido por una brillante costura de carne fruncida y retorcida, como una fisura en un campo nevado.

—Desde aquí se los oía cantar —comentó el viejo guerrero—. Era una canción bonita, y la cantaban con mucho valor.

—Cantaban mejor de lo que luchaban. Tanto habría dado que llevaran arpas en vez de lanzas, para lo que les ha servido…

—¿Cuántos hombres han muerto?

—¿Nuestros? —Theon se encogió de hombros—. Todric. Lo maté por emborracharse y pelearse por el botín.

—Hay hombres que nacen para que los maten.

Alguien con menos carácter que Dagmer habría tenido miedo de mostrar una sonrisa tan espantosa como aquélla, pero él sonreía más y con una sonrisa más amplia que la que había esbozado Lord Balon en toda su vida. Theon se la había visto a menudo cuando era niño, siempre que se subía a caballo trepando primero a un muro cubierto de musgo, o lanzaba el hacha y se iba a clavar en un blanco cuadrado. Se la había visto siempre que paraba un golpe de la espada de Dagmer, cuando atravesaba el ala de una gaviota con una flecha, cuando sujetaba la caña del timón y guiaba su barcoluengo con mano segura entre las rocas azotadas por la espuma. «Me ha sonreído más veces que mi padre y Eddard Stark juntos.» Y más veces incluso que Robb… sin duda se había merecido una sonrisa el día que salvó a Bran de los salvajes, pero en vez de eso se llevó una reprimenda, como si fuera un cocinero al que se le hubiera quemado el guiso.

—Tú y yo tenemos que hablar, tío —dijo Theon. Dagmer no era tío suyo de verdad, sólo un hombre leal a la familia por cuyas venas tal vez corriera una gota de sangre Greyjoy de hacía cuatro o cinco generaciones, y no precisamente sangre legítima. Pero, de todos modos, él siempre lo había llamado tío.

—Pues ven a mi cubierta.

Dagmer no iba a llamarlo «mi señor», y desde luego no desde la cubierta de su nave. En las Islas del Hierro, cada capitán era un rey a bordo de su barco. De cuatro largas zancadas subió a la plancha de la cubierta del Bebespuma, y Dagmer lo llevó al atiborrado camarote de popa. Una vez allí el anciano se sirvió un cuerno de cerveza amarga, y ofreció lo mismo a Theon. Éste lo rechazó.

—No hemos capturado suficientes caballos. Unos pocos sí, pero… en fin, me las tendré que arreglar con lo que hay. Cuantos menos hombres, mayor será la gloria.

—¿Y para qué necesitamos caballos? —Como la mayoría de los hombres del hierro, Dagmer prefería luchar a pie o desde la cubierta de un barco—. Esos animales no hacen más que cagar en las cubiertas y cruzarse en nuestro camino.

—Si navegamos, sí —reconoció Theon—. Pero tengo otro plan. —Observó al hombre con detenimiento para ver cómo se lo tomaba. Sin la ayuda de Barbarrota no tenía la menor posibilidad de triunfar. Aunque él estuviera al mando, los hombres no lo seguirían si tanto Dagmer como Aeron se oponían a sus planes, y el sacerdote de rostro amargado no lo apoyaría jamás.

—Tu señor padre nos encomendó la misión de asediar la costa, nada más.

Unos ojos claros como la espuma del mar escudriñaron a Theon desde debajo de las peludas cejas blancas. ¿Qué brillaba en ellos? ¿Desaprobación o interés? Pensó… esperó que fuera lo último.

—Tú eres leal a mi padre.

—El más leal. Como siempre.

«Orgullo —pensó Theon—. Es orgulloso, eso es lo que tengo que utilizar, su orgullo será la clave.»

—En las Islas del Hierro no hay otro hombre tan hábil como tú en el manejo de la lanza y la espada.

—Has estado fuera mucho tiempo, muchacho. Era así cuando te fuiste, pero he envejecido al servicio de Lord Greyjoy. Ahora los bardos cantan las hazañas de Andrik, dicen que es el mejor. Lo llaman Andrik el Taciturno. Es un gigante. Sirve a Lord Drumm, en el Viejo Wyck. Y Lorren el Negro y Qarl la Doncella son casi igual de temibles.

—Ese tal Andrik será un gran guerrero, pero los hombres no lo temen como te temen a ti.

—Sí, así es —asintió Dagmer. Los dedos con que sostenía el cuerno de bebida estaban cargados de anillos de oro, plata y bronce, adornados con trozos de zafiro, granate y vidriagón. Theon sabía que había pagado el precio del hierro por cada uno de ellos.

—Si yo tuviera a mi servicio a un hombre como tú, no desperdiciaría sus esfuerzos en esta chiquillada de asaltos e incendios. Esto no es trabajo para el hombre más fiel a Lord Balon…

La sonrisa de Dagmer le retorció los labios y dejó al descubierto las astillas marrones de los dientes.

—¿Ni para su hijo legítimo? —Rió—. Te conozco demasiado bien, Theon. Te vi dar los primeros pasos, te ayudé a tensar tu primer arco… No soy yo quien se siente desperdiciado.

—Por derecho me correspondía a mí el mando que tiene mi hermana —reconoció, aunque era consciente de lo infantil que sonaba su queja.

—Te lo estás tomando demasiado a pecho, muchacho. Lo único que pasa es que tu señor padre no te conoce. Tus hermanos murieron, a ti se te llevaron los lobos, de manera que tu hermana era su único solaz. Aprendió a confiar en ella, y Asha nunca le ha fallado.

—Tampoco yo. Los Stark reconocían mi valía. Brynden el Pez Negro me eligió personalmente como explorador, y estuve en la primera línea de ataque en el Bosque Susurrante. Me faltó esto para cruzar espadas con el propio Matarreyes. —Theon separó las manos medio metro para mostrar la distancia—. Daryn Hornwood se interpuso entre nosotros, y por eso murió.

—¿Por qué me cuentas esas cosas? —preguntó Dagmer—. Yo fui quien te puso en las manos la primera espada. Sé que no eres ningún cobarde.

—¿Lo sabe mi padre?

El anciano guerrero hizo un gesto, como si acabara de morder algo y no le gustara su sabor.

—Es que… Theon, el Chico Lobo es tu amigo, y esos Stark te retuvieron durante diez años.

—No soy un Stark. —«De eso se encargó Lord Eddard»—. Soy un Greyjoy, y pienso convertirme en el heredero de mi padre. ¿Cómo podré hacerlo si no se me da ocasión de demostrar mi valía con una gran hazaña?

—Eres joven. Habrá otras guerras, podrás acometer tus hazañas. Por ahora se nos ha ordenado que saqueemos la Costa Pedregosa.

—Que se encargue de eso mi tío Aeron. Le daré seis barcos, todos menos el Bebespuma y el Zorra marina; que ataque cuanto quiera y ahogue a quien le dé la gana para honrar a su dios.

—Te pusieron al mando a ti, no a Aeron Pelomojado.

—¿Qué importa, mientras los ataques se lleven a cabo? Ningún sacerdote puede hacer lo que yo tengo en mente, ni lo que pido de ti. Lo que quiero es algo que únicamente Dagmer Barbarrota puede hacer.

Dagmer bebió un largo trago del cuerno.

—Cuéntame.

«Lo he tentado —pensó Theon—. Esta misión de rapiña le gusta tan poco como a mí.»

—Si mi hermana puede tomar un castillo, yo también.

—Asha tiene cuatro o cinco veces más hombres que nosotros.

Theon se permitió esbozar una sonrisa astuta.

—Pero nosotros tenemos cuatro o cinco veces más cerebro, y cuatro o cinco veces más valor.

—Tu padre…

—Me dará las gracias cuando ponga el reino en sus manos. Pienso realizar una hazaña que los bardos cantarán durante mil años.

Sabía que aquello haría pensar a Dagmer. Un bardo había compuesto una canción acerca del hacha que le partió la mandíbula en dos, y al anciano le encantaba escucharla. Siempre que tomaba una copa de más pedía a gritos canciones de saqueo, sonoras y tormentosas, que hablaban de héroes muertos y hazañas de valor ciego. «Tiene el pelo blanco y los dientes podridos, pero aún quiere saborear la gloria.»

—¿Y qué papel desempeño yo en tu plan, muchacho? —preguntó Dagmer Barbarrota tras un largo silencio.

Y Theon supo que había vencido.

—Infundirás terror en el corazón del enemigo como sólo puede hacerlo alguien con tu nombre. Guiarás al grueso de nuestras fuerzas contra la Ciudadela de Torrhen. Helman Tallhart se ha llevado a sus mejores hombres al sur, y Benfred ha muerto aquí junto con sus hijos. El único que quedará es su tío Leobald, con una pequeña guarnición. —«Si hubiera tenido tiempo de interrogar a Benfred sabría cuánto de pequeña»—. Que tu aproximación no sea ningún secreto. Canta todas esas canciones que te gustan. Quiero que cierren sus puertas.

—¿La Ciudadela de Torrhen es una fortaleza resistente?

—Bastante. Los muros son de piedra, de diez metros de altura, hay torres cuadradas en todas las esquinas y un torreón en el centro.

—A los muros de piedra no se les puede prender fuego. ¿Cómo vamos a tomar ese lugar? No tenemos hombres ni para tomar un castillo pequeño.

—Acamparás junto a sus murallas y construirás catapultas y máquinas de asedio.

—Ésas no son las antiguas costumbres. ¿Acaso lo has olvidado? Los hombres del hierro luchan con espadas y hachas, no tiran rocas. No se gana gloria matando de hambre al enemigo.

—Eso Leobald no lo sabe. Cuando os vea construir torres de asedio se le helará la sangre en las venas y pedirá ayuda a gritos. Detén a tus arqueros, tío, deja que vuele el cuervo. El castellano de Invernalia es un hombre de gran valor, pero la edad le ha entumecido el cerebro, no sólo los miembros. Cuando sepa que uno de los vasallos de su rey sufre asedio por parte del temible Dagmer Barbarrota, convocará a todos sus hombres y cabalgará en ayuda de Tallhart. Es su deber. Y Ser Rodrik siempre cumple con su deber.

—Reúna a los hombres que reúna, serán más que los que yo tendré —dijo Dagmer—. Y esos ancianos caballeros son más astutos de lo que crees, si no, no habrían vivido hasta tener el pelo gris. Quieres iniciar una batalla que no podemos ganar, Theon. Esa Ciudadela de Torrhen no caerá jamás.

Theon sonrió.

—No es la Ciudadela de Torrhen lo que quiero tomar.

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