TYRION

Para el encuentro, Pod lo vistió con una lujosa túnica de grueso terciopelo color escarlata Lannister, y le llevó la cadena símbolo de su cargo. Tyrion la dejó sobre la mesilla de noche. A su hermana no le gustaba que le recordaran que él era la Mano del Rey, y en aquel momento no le convenía empeorar la relación que había entre ellos.

Varys lo alcanzó cuando cruzaba el patio.

—Mi señor —dijo, algo jadeante—, tenéis que leer esto lo antes posible. —La mano blanca y blanda le tendió un pergamino—. Información que llega del norte.

—¿Son noticias buenas o malas? —preguntó Tyrion.

—No me corresponde a mí decidirlo.

Tyrion desenrolló el pergamino. Tuvo que entrecerrar los ojos para leer lo que decía a la luz de las antorchas del patio.

—Dioses misericordiosos —susurró—. ¿Los dos?

—Eso me temo, mi señor. Qué tristeza. Qué gran tristeza. Tan jóvenes, tan inocentes…

Tyrion recordó cómo habían aullado los lobos tras la caída del pequeño Stark. «¿Estarán aullando ahora?», se preguntó.

—¿Se lo habéis dicho a alguien?

—Todavía no, pero tengo que hacerlo, claro está.

—Yo se lo diré a mi hermana —dijo Tyrion mientras enrollaba la carta. Tenía interés en ver cómo se tomaba la noticia. Mucho, mucho interés.

Aquella noche la reina estaba especialmente hermosa. Llevaba un vestido de terciopelo muy escotado, verde oscuro, que le destacaba el color de los ojos. Tenía el cabello dorado suelto sobre los hombros desnudos, y se ceñía al talle un cinturón adornado con esmeraldas. Tyrion esperó hasta después de sentarse y servirse una copa de vino para tenderle la carta. No dijo ni una palabra. Cersei lo miró con inocencia y le cogió el pergamino de la mano.

—Supongo que estarás satisfecha —dijo mientras su hermana lo leía—. Tengo entendido que te interesaba matar al pequeño Stark.

—Fue Jaime el que lo tiró por la ventana, no yo. —Cersei hizo una mueca—. «Por amor», dijo, como si aquello fuera a complacerme. Cometió una estupidez, y nos puso a ambos en peligro, pero nuestro querido hermano no es de los que se paran a pensar.

—El chico os había visto —señaló Tyrion.

—No era más que un niño. Le podría haber metido miedo para que no dijera nada. —Contempló la carta, pensativa—. ¿Por qué tengo que soportar que se me acuse cada vez que un Stark se tuerce un tobillo? Esto ha sido cosa de Greyjoy, yo no he tenido nada que ver.

—Esperemos que Lady Catelyn se lo crea.

—No se atreverá a… —Cersei abrió los ojos de par en par.

—¿A matar a Jaime? ¿Por qué no? ¿Qué harías tú si alguien asesinara a Joffrey y a Tommen?

—¡Todavía tengo a Sansa! —declaró la reina.

—Todavía tenemos a Sansa —la corrigió—, y más vale que la cuidemos bien. En fin, ¿dónde está esa cena que me habías prometido, querida hermana?

La mesa de Cersei estaba bien surtida, eso era innegable. La cena comenzó con una crema de castañas servida con pan crujiente recién hecho, y verdura con manzanas y piñones. Luego se sirvió empanada de lamprea, jamón asado con miel, zanahorias rehogadas en mantequilla, judías blancas con tocino y un cisne asado relleno de setas y ostras. Tyrion se mostró cortés hasta el hartazgo. Ofreció a su hermana las mejores tajadas de cada plato, y en ningún momento comió algo que ella no probara antes. No creía que fuera a envenenarlo, pero tampoco estaba de más asegurarse.

Era obvio que las noticias relativas a los Stark la habían preocupado mucho.

—¿No hay noticias de Puenteamargo? —preguntó con ansiedad al tiempo que pinchaba un trozo de manzana con la punta de la daga y se lo comía a mordisquitos delicados.

—Ninguna.

—Jamás he confiado en Meñique. Si Stannis le paga bien, se pasará a su bando sin dudarlo un instante.

—El imbécil de Stannis Baratheon es demasiado virtuoso para comprar a un hombre. Y tampoco es el señor ideal para tipos de la calaña de Petyr. En esta guerra ha habido compañeros de cama muy raros, estoy de acuerdo, pero esos dos… imposible. —Empezó a cortar unas cuantas lonchas del jamón.

—El cerdo ha sido un regalo de Lady Tanda —comentó Cersei.

—¿Como prueba de su afecto?

—Como soborno. Suplica permiso para volver a su castillo. Tanto tu permiso como el mío. Supongo que tiene miedo de que la arrestes por el camino, como hiciste con Lord Gyles.

—¿Por qué, planea escapar con el heredero al trono? —Tyrion sirvió una tajada de jamón a su hermana y se puso otra en el plato—. Yo prefiero que se quede. Si quiere sentirse más segura, dile que haga venir a su guarnición de Stokeworth. Todos los hombres que tenga.

—Si tanta falta nos hacen los hombres, ¿por qué has enviado lejos a tus salvajes? —La irritación empezaba a aflorar en la voz de Cersei.

—Era el mejor uso que les podía dar —respondió él sin faltar a la verdad—. Son guerreros valientes, pero no son soldados. En una batalla formal, la disciplina es más importante que el coraje. Nos han sido más útiles en el Bosque Real de lo que lo habrían sido entre los muros de la ciudad.

Mientras les servían el cisne, la reina lo interrogó acerca de la conspiración de los Hombres Astados. Parecía más molesta que asustada.

—¿Por qué nos rodea la traición? ¿Qué daño ha hecho la Casa Lannister a esos canallas?

—Ninguno —dijo Tyrion—, pero creen que están en el bando ganador… así que, además de traidores, son idiotas.

—¿Seguro que los has encontrado a todos?

—Varys dice que sí.

El cisne estaba demasiado grasiento para su gusto. En la blanca frente de Cersei, entre sus bellos ojos, apareció una arruga de preocupación.

—Confías demasiado en ese eunuco.

—Me sirve con dedicación…

—Eso es lo que te hace creer. ¿Te imaginas que eres el único al que susurra secretos? A cada uno nos da lo justo para convencernos de que sin él estaríamos perdidos. Conmigo utilizó el mismo truco cuando llegué aquí, nada más casarme con Robert. Durante años estuve convencida de que no tenía en la corte amigo más leal, pero ahora… —Lo miró fijamente a la cara durante un instante—. Dice que quieres apartar al Perro de Joffrey.

«Maldito sea Varys.»

—Necesito a Clegane para tareas más importantes.

—No hay nada más importante que la vida del rey.

—La vida del rey no corre peligro. Joff contará con la escolta del valeroso Ser Osmund, y también con la de Meryn Trant. —«Total, no valen para otra cosa»—. A Balon Swann y al Perro los necesito para ir al mando de las expediciones, para asegurarnos de que Stannis no pone el pie en nuestro lado del Aguasnegras.

—Jaime iría al mando de las expediciones en persona.

—¿Desde Aguasdulces? Menuda expedición.

—Joff no es más que un niño.

—Un niño que quiere tomar parte en esta batalla, y por una vez demuestra que tiene algo de sentido común. No pretendo ponerlo en lo más feroz de la contienda, pero los hombres tienen que verlo. Lucharán con más entusiasmo por un rey que comparte el peligro con ellos que por uno que se esconde entre las faldas de su madre.

—Tiene trece años, Tyrion.

—¿Te acuerdas de cómo era Jaime a los trece años? Si quieres que el chico salga a su padre, deja que se lo trabaje. Joff tiene la mejor armadura que se puede comprar con oro, y habrá una docena de capas doradas que no lo dejarán solo ni un instante. Si en algún momento hay riesgo de que la ciudad caiga, haré que lo escolten de vuelta a la Fortaleza Roja de inmediato. —Había pensado que eso tranquilizaría a Cersei, pero no vio ni rastro de satisfacción en aquellos ojos verdes.

—¿La ciudad va a caer?

—No. —«Pero si cae, recemos por que podamos defender la Fortaleza Roja el tiempo suficiente para que nuestro padre acuda a auxiliarnos.»

—No sería la primera vez que me mientes, Tyrion.

—Y siempre con buenos motivos, mi querida hermana. Deseo tanto como tú que entre nosotros reine la amistad. He decidido liberar a Lord Gyles. —Había mantenido a Gyles prisionero sólo para poder hacer aquel gesto—. Si quieres, también te devolveré a Ser Boros Blount.

La reina apretó los labios.

—Por mí Ser Boros ya puede pudrirse en Rosby —dijo—, pero Tommen…

—Tommen se queda donde está. Lord Jacelyn lo mantendrá fuera de todo peligro, mucho mejor de lo que lo hubiera hecho Lord Gyles.

Los criados retiraron el cisne, casi intacto. Cersei hizo un gesto para que les llevaran el postre.

—Espero que te gusten las tartas de moras.

—Me gustan meter la lengua en todo lo que sea dulce.

—Eso hace ya tiempo que lo sé. Y no discriminas mucho. ¿Sabes por qué es tan peligroso Varys?

—¿Ahora vamos a jugar a los acertijos? No.

—Porque no tiene polla.

—Tú tampoco. —«Y bien que lo lamentas, ¿verdad, Cersei?»

—Puede que yo también sea peligrosa. Tú, por el contrario, eres tan idiota como el resto de los hombres. Ese gusano que tienes entre las piernas piensa por ti la mitad de las veces.

Tyrion se lamió los restos de los dedos. La sonrisa de su hermana no le gustaba nada.

—Sí, y ahora mismo el gusano piensa que es hora de que me vaya.

—¿No te encuentras bien, hermano? —Se inclinó hacia delante, para permitirle ver sin obstáculos el nacimiento de sus pechos—. De pronto pareces un poco nervioso.

—¿Nervioso? —Tyrion miró hacia la puerta. Le había parecido oír un ruido al otro lado. Empezaba a lamentar haber acudido solo a aquella cena—. Hasta ahora nunca te habías interesado por mi polla.

—Tu polla no me interesa, únicamente me importa dónde la metes. Yo no dependo del eunuco para todo, como te pasa a ti. Tengo mis métodos para averiguar cosas… sobre todo las cosas que la gente no quiere que sepa.

—¿Qué quieres decir?

—Sólo una cosa… que tengo a tu putita.

Tyrion cogió la copa de vino para ganar un momento y aclararse las ideas.

—Creía que te gustaban más los hombres.

—Eres un enano patético. Dime, ¿te has casado ya con ésta? —Al no obtener respuesta, se echó a reír—. Menos mal, a nuestro padre no le habría hecho gracia.

Tyrion sentía como si tuviera el estómago lleno de anguilas. ¿Cómo había dado Cersei con Shae? ¿Acaso Varys lo había traicionado? ¿O había tirado por tierra todas sus precauciones la noche en que cabalgó directamente hacia la casa?

—¿Y a ti qué te importa a quién elijo para calentarme la cama?

—Un Lannister siempre paga sus deudas —replicó ella—. Has estado conspirando contra mí desde el día en que llegaste a Desembarco del Rey. Vendiste a Myrcella, me robaste a Tommen y ahora planeas hacer matar a Joff. Quieres que muera para poder reinar a través de Tommen.

«Hay que reconocer que la idea es tentadora.»

—Esto es una locura, Cersei. Stannis llegará hasta aquí en cuestión de días. Me necesitas…

—¿Por qué? ¿Por tus proezas en el combate?

—Los mercenarios de Bronn no lucharán sin mí —mintió.

—Claro que sí. Lo que les gusta es tu oro, no tu ingenio de gnomo. Pero no temas, contarán con tu presencia. No negaré que a veces se me ha pasado por la cabeza la idea de cortarte el cuello, pero Jaime jamás me lo perdonaría.

—¿Y la puta? —No quería mencionar su nombre. «Si la convenzo de que no siento nada por Shae, quizá…»

—Recibirá un trato adecuado mientras a mis hijos no les pase nada. Pero si Joff muere, o si Tommen cae en manos de nuestros enemigos, tu putita morirá de la manera más dolorosa que puedas imaginar.

—A los chicos no les pasará nada —prometió, fatigado. «De verdad cree que mataría a mi sobrino»—. Dioses misericordiosos, Cersei, ¡por sus venas corre mi misma sangre! ¿Qué clase de hombre crees que soy?

—Un hombre pequeño y retorcido.

Tyrion contempló los posos en el fondo de la copa de vino. «¿Qué haría Jaime en mi lugar?» Seguro que mataría a la muy zorra, y ya se preocuparía luego por las consecuencias. Pero Tyrion no tenía una espada dorada, ni habilidad para esgrimirla. Le gustaba la cólera temeraria de su hermano, pero al que debía tratar de emular era a su señor padre. «Piedra, debo ser de piedra, debo ser Roca Casterly, duro e inamovible. Si fallo en esta prueba, más me vale dedicarme a atracción de feria.»

—Por lo que sé —dijo—, puede que ya la hayas matado.

—¿Quieres verla? Me lo imaginaba. —Cersei cruzó la estancia y abrió de par en par las pesadas puertas de roble—. Traed a la puta de mi hermano.

Los hermanos de Ser Osmund, Osney y Osfryd, eran astillas del mismo palo, altos, con narices ganchudas, pelo negro y sonrisas crueles. La chica iba entre los dos, casi colgada, con los ojos muy abiertos en su rostro negro. La sangre le brotaba de un labio roto, y vio magulladuras tras los desgarrones de sus ropas. Tenía las manos atadas con una cuerda, y la habían amordazado para que no pudiera hablar.

—Me dijiste que no le harían daño.

—Se resistió. —A diferencia de sus hermanos, Osney Kettleblack iba bien afeitado, de manera que los arañazos resultaban perfectamente visibles en sus mejillas—. Tiene las garras de un gatosombra.

—Los moratones se curan —dijo Cersei en tono aburrido—. La puta vivirá. Mientras Joff viva.

Tyrion hubiera querido reírse de ella. Habría sido delicioso, sencillamente delicioso, pero entonces le descubriría la jugada. «Has perdido, Cersei, y los Kettleblack son aún más idiotas de lo que decía Bronn.» Sólo tenía que decirlo.

En vez de aquello, miró a la chica a la cara.

—¿Juras que la liberarás después de la batalla?

—Si tú liberas a Tommen, sí.

—Pues que se quede contigo. —Tyrion se puso en pie—. Pero cuida bien de ella. Si estos animales creen que tienen derecho a usarla… en fin, hermanita, solamente te recordaré que la balanza tiene dos platos. —Hablaba con voz tranquila, inexpresiva, como si el tema no le interesara; había buscado la voz de su padre, y la había encontrado—. Lo que le pase a ella le pasará también a Tommen, y eso incluye palizas y violaciones.

«Si piensa que soy semejante monstruo, representaré el papel.»

Aquello cogió por sorpresa a Cersei.

—No te atreverás.

—¿Que no me atreveré? —Tyrion se obligó a sonreír, una sonrisa pausada, fría. Sus ojos, uno verde y el otro negro, se clavaron en ella—. Lo haré yo en persona.

La mano de su hermana voló hacia su rostro, pero la agarró por la muñeca y se la dobló hasta que gritó de dolor. Osfryd se adelantó para ayudarla.

—Un paso más y le rompo el brazo —le advirtió el enano. El hombre se detuvo en seco—. ¿Te acuerdas de que te dije que no volverías a pegarme, Cersei? —La tiró al suelo y se volvió hacia los Kettleblack—. Desatadla y quitadle esa mordaza.

Las cuerdas estaban tan apretadas que le habían cortado la circulación de las manos. La chica gritó de dolor cuando la sangre volvió a fluir. Tyrion le masajeó los dedos con ternura hasta que recuperó el tacto.

—Has de ser valiente, cariño —dijo—. Siento que te hayan hecho daño.

—Sé que me liberarás, mi señor.

—Puedes estar segura.

Y Alayaya se inclinó sobre él y le dio un beso en la frente. El labio roto le dejó una mancha de sangre en el ceño. «Un beso ensangrentado es más de lo que merezco —pensó Tyrion—. De no ser por mí no le habría pasado nada.»

Aún tenía la marca de la sangre cuando miró a la reina desde arriba.

—Nunca me has caído bien, Cersei, pero eras mi hermana, de modo que jamás te hice daño alguno. Tú has puesto fin a eso. Esto me lo vas a pagar. Todavía no sé cómo, pero dame tiempo, ya se me ocurrirá algo. Llegará un día en el que te sientas segura y feliz, y de repente tu alegría se te convertirá en cenizas en la boca, y ese día sabrás que la deuda ha quedado saldada.

Su padre le había dicho en cierta ocasión que, en la guerra, la batalla termina en el momento en que un ejército se dispersa y huye. No importa si es tan numeroso como un instante antes ni que sigan teniendo armas y armaduras: una vez han huido de ti, no volverán a plantarte cara. Así sucedió con Cersei.

—¡Fuera de aquí! —fue toda la respuesta que se le ocurrió—. ¡Fuera de mi vista!

—Muy bien, buenas noches. —Tyrion hizo una reverencia—. Y felices sueños.

Volvió a la Torre de la Mano, con un millar de pies embutidos en escarpes desfilando por su cráneo. «Tendría que haber imaginado esto desde la primera vez que salí por el fondo del armario de Chataya.» Tal vez no había querido imaginarlo. Las piernas le dolían mucho cuando llegó a la cima de las escaleras. Envió a Pod a buscar una jarra de vino, y entró en su dormitorio.

Shae estaba sentada en la cama con dosel, tenía las piernas cruzadas y estaba desnuda a excepción de la pesada cadena de oro que le caía sobre los pechos: una cadena de manos doradas entrelazadas, en la que cada una agarraba a la siguiente.

—¿Qué haces aquí? —Tyrion no esperaba verla.

La chica se echó a reír y acarició la cadena.

—Quería sentir unas manos sobre las tetas… pero éstas de oro están muy frías.

Durante un instante no supo qué decir. ¿Cómo podía contarle que otra mujer había recibido la paliza que le estaba destinada, que tal vez muriera en su lugar si a Joffrey le sucedía algo en la batalla? Se limpió la sangre de Alayaya de la frente con la mano.

—Lady Lollys…

—Está durmiendo como lo que es, una vaca gorda. No hace otra cosa que comer y dormir. A veces se queda dormida mientras come. Se le mete la comida entre las mantas, y ella se revuelca en la porquería y yo tengo que limpiarla. —Hizo una mueca de asco—. Pero si lo único que le hicieron fue follarla.

—Su madre dice que está enferma.

—Va a tener un bebé, nada más.

Tyrion observó la habitación. Todo parecía en orden, tal como lo había dejado.

—¿Cómo has entrado aquí? Muéstrame la puerta oculta.

—Lord Varys me hizo ponerme una capucha. —La chica se encogió de hombros—. No vi nada, excepto… había un lugar… vi el suelo por la parte de debajo de la capucha. Era todo de azulejos pequeñitos, ya sabéis, de esos que luego hacen un dibujo.

—¿Un mosaico?

—Eran rojos y negros —contestó Shae con un gesto de asentimiento—, y creo que el dibujo era un dragón. Pero todo lo demás estaba a oscuras. Bajamos por una escalerilla y caminamos mucho rato, hasta que ya no supe en qué dirección andaba. Una vez nos paramos para que abriera una verja de hierro. Me rocé con ella al pasar. El dragón estaba al otro lado. Luego subimos por otra escalerilla, y arriba había un túnel. Yo tuve que ir agachada, y me parece que Lord Varys iba a gatas.

Tyrion recorrió todo el dormitorio. Uno de los candelabros de las paredes parecía suelto. Se puso de puntillas y trató de girarlo. Cuando estuvo del revés, el cabo de vela cayó al suelo. Las alfombras que cubrían las losas frías de piedra no parecían diferentes.

—¿Es que mi señor no quiere meterse en la cama conmigo?

—Un momento.

Tyrion abrió el armario, echó las ropas a un lado y empujó el panel del fondo. Tal vez los burdeles y los castillos no fueran tan diferentes… pero no, la madera era maciza y no cedía. Le llamó la atención una piedra situada junto al asiento de la ventana, pero por mucho que la manipuló no hubo cambios. Volvió a la cama, frustrado y molesto.

Shae le desató las ropas y le echó los brazos al cuello.

—Tenéis los hombros duros como piedras —murmuró—. Deprisa, quiero sentiros dentro de mí.

Pero cuando le rodeó la cintura con las piernas, la erección de Tyrion se desvaneció. Al sentir que se ablandaba, Shae se deslizó entre las sábanas y lo tomó en la boca, pero ni eso consiguió excitarlo. Tras unos momentos, la detuvo.

—¿Qué pasa? —preguntó la chica.

Toda la dulce inocencia del mundo estaba dibujada en los rasgos de aquel rostro joven.

«¿Inocencia? Idiota, es una puta. Cersei tenía razón, piensas con la polla, idiota, idiota.»

—Duérmete, pequeña —le dijo al tiempo que le acariciaba el cabello.

Pero, mucho después de que Shae siguiera su consejo, Tyrion yacía aún despierto, con los dedos en torno a un pecho menudo, escuchando su respiración.

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