15 Fuego sobre el agua

—¿Vamos a navegar en esto hasta Dimernesti? —Ampolla contempló el bote de pesca—. No creo que todos podamos caber en él.

—Todos no podemos —replicó Rig, al tiempo que deslizaba el bote al agua y hacía un gesto a Ampolla para que se introdujera en él—. Deprisa.

—Pero yo creía que no haríamos esto hasta justo antes del amanecer —se quejó la kender.

—Cambio de planes. Quiero salir de aquí ahora, antes de que otros espías nos descubran. —Rig miró por encima del hombro, observando a Dhamon—. ¡Ampolla, quieres darte prisa!

La kender y el enano se sentaron el uno junto al otro, con un saco lleno de jarras y trapos bajo los dos: los pertrechos que el enano quería. Ampolla había intentado explicar a Rig cómo los habían conseguido en una tienda cerrada, pero Jaspe la interrumpió.

—No estoy orgulloso de lo que hicimos —susurró.

—Pero dejaste un poco de metal sobre el mostrador —replicó ella.

—De todos modos, no fue correcto. Estaba justificado —dijo, contemplando las naves del puerto—, pero no fue correcto. Sin embargo, puede que el dueño de la tienda se sienta feliz si lo que creo que Rig tiene en mente sale bien.

—¿Qué es lo que Rig...?

—¡Chissst! —advirtió el marinero—. No pueden vernos. Está demasiado oscuro. Pero eso no significa que los Caballeros de Takhisis no puedan oírnos.

Dhamon y Rig ocuparon el asiento del medio, debajo del cual había unos cuantos largos de cuerda, y Groller se colocó entre Usha y Fiona. El pequeño bote no estaba concebido para tantos pasajeros y se hundió profundamente en el agua; el borde se balanceó a pocos centímetros por encima de la picada superficie. Rig entregó a Dhamon un canalete e introdujo el suyo en el soporte del remo.

Mientras interrogaban al espía, la niebla se había espesado. Ahora se ceñía al agua y envolvía todos los barcos, haciendo que sus luces resultaran débiles y borrosas.

—Resulta fantasmal —musitó Ampolla.

—La niebla nos ayudará a ocultarnos —dijo el marinero—. Si nos ven, nos pueden hundir. Ahora, que nadie respire demasiado profundamente. No podemos permitirnos ni un gramo más de peso. —Hundió el remo despacio y con suavidad para evitar chapoteos en el agua. El remo de Dhamon se movió acompasadamente con el de Rig.

Feril y el lobo nadaban por delante de ellos, dirigiéndose a la nave más próxima, una galera de buen tamaño. El agua estaba caliente y resultaba reconfortante para la kalanesti, y le satisfacía el contacto del aire fresco en el rostro, mientras nadaba hacia adelante con fuertes brazadas. El único sonido que oía era el suave chapoteo del lobo junto a ella y el casi imperceptible crujido de los soportes de los remos al girar en el bote de pesca que la seguía a pocos metros de distancia.

La kalanesti se concentró en la niebla que se extendía hacia el horizonte hasta donde alcanzaba su vista. Demasiado fina, en su opinión. Si ella podía ver los barcos de los Caballeros de Takhisis a través de ella, también el bote de Rig podría ser visto por cualquiera de la cubierta que mirara en aquella dirección. Aflojó la velocidad de las brazadas, para concentrarse en el aire allí donde se unía con el agua. Sus sentidos se vieron asaltados por los zarcillos de vapor.

—Ocúltame —musitó a la niebla. Vertía toda su energía en aquella idea, dejando para sí sólo la fuerza necesaria para mantenerse a flote—. Ocúltame —repitió. Se concentró únicamente en la niebla, dejando que la embriagase.

Furia pasó junto a ella, agitando las patas para mantener la cabeza por encima del agua. Le rozó la mejilla con el hocico y luego siguió adelante, arañándose un brazo con el enérgico movimiento de sus patas.

—Ocúltanos —dijo Feril. La kalanesti sintió cómo aumentaba su poder mágico. Cuando el bote de pesca la alcanzó, la niebla se había espesado como una oscura manta gris que se hubiera arrojado sobre el puerto de Ak-Khurman. Oyó cómo Ampolla parloteaba a su espalda, y cómo Rig hacía callar a la kender, mientras contemplaba las luces de las naves enemigas ahora tan opacas como una reunión de fuegos fatuos—. Perfecto —susurró.

—No veo nada —decía la kender.

—¡Silencio! —la reprendió Jaspe en voz queda.

—¿Cómo puedes saber adonde vamos? —insistió ella—. Si yo no veo nada, tú tampoco puedes ver nada. Ni tampoco Groller, apostaría yo. Ni Fiona. Ni Dhamon. ¿Y si remas en la dirección equivocada?

—No vamos en la dirección equivocada. —Era la voz de Dhamon—. Vamos contra corriente.

—Oh.

Feril detuvo el canalete de Dhamon con las manos, y avanzó por el agua hasta quedar junto a la barca.

—Id más despacio —indicó—. Seguidme. Yo puedo ver a través de la niebla.

—Los barcos —susurró Rig—. ¿Conseguiste verlos bien? Descríbelos.

Ella así lo hizo.

—Dos galeras —musitó el marinero—. No podemos robar ninguna de ellas. Hacen falta demasiados hombres para manejarlas. Cuatro carracas y una chalupa pequeña. Quiero una de las carracas, la mayor. Pero primero debemos eliminar las galeras, o nos perseguirían.

—Nos acercamos a la galera más próxima —indicó Feril.

Rig oyó a la galera antes de verla, oyó el suave gemir de las cuadernas de la nave, el golpeteo del agua contra los costados, el crujido musical de los enormes mástiles. Era una vergüenza lo que planeaba, se dijo, un crimen contra el mar.

—Pasa de largo —indicó en voz baja a Feril—. Condúcenos hasta una de las carracas más pequeñas, la que esté mas cerca.

La kalanesti condujo la barca más allá de la galera; al alzar la cabeza para mirar entre la niebla, distinguió el nombre de Orgullo de la Reina de la Oscuridad, pintado en letras blancas en su costado. Al cabo de unos minutos, llegaron junto a una de las carracas más pequeñas. Si tenía nombre, Feril no pudo leerlo. Un único farol ardía en la proa de esta nave.

El bote rascó contra el casco del navio, y Rig pasó los dedos por la madera justo por encima de la línea de flotación. La carraca era un barco más viejo; lo sabía por el estado de las cuadernas y el grosor de la pintura, pero estaba bien cuidada y hacía poco que le habían raspado el casco para eliminar los percebes adheridos. Extendió una mano en dirección a Dhamon, y éste hurgó bajo el asiento para sacar una cuerda que entregó al marinero.

Rig se incorporó con sumo cuidado, manteniendo el equilibrio, y rápidamente hizo un nudo en la soga; tras hacer girar la cuerda sobre su cabeza, la lanzó, y sonrió satisfecho cuando el lazo cayó alrededor de un poste de la barandilla en la primera intentona. Ampolla le entregó dos jarras y un par de trapos, todo lo cual él sujetó bajo un brazo; luego bajó la mirada hacia Dhamon.

—Agarra otros dos y sígueme si puedes. Fiona, aparta la barca un poco. No quiero que os encontréis demasiado cerca cuando empiece el jaleo.

—No tengo ninguna arma —susurró Dhamon al marinero.

—Entonces será mejor que no te metas en líos —replicó éste. Con la agilidad de un felino, Rig trepó por la cuerda con una sola mano, presionando los pies contra el costado y escalando como un montañero que se dirigiera hacia una cumbre.

—Toma. —Fiona alargó su larga espada.

Dhamon rechazó la oferta con un gesto y, tras colocarse dos jarras bajo un brazo, subió en pos de Rig hasta la cubierta de la nave. El marinero estaba agazapado detrás de un cabrestante y se dedicaba a embutir los trapos dentro de las jarras. Dhamon se colocó a su lado y empezó a imitarlo.

—¿Yesca?

—Aún no. —El marinero negó con la cabeza. Sacó una daga de su cinturón y, tras sujetarla entre los dientes, se arrastró unos metros más allá hasta la cadena del áncora, y empezó a subirla.

El ancla golpeó contra el casco. Alguien se acercaba. Dos personas, a juzgar por el ruido de tacones de botas. Dhamon no consiguió ver a los hombres por entre la niebla hasta que éstos estuvieron prácticamente junto a Rig. Depositó sus jarras junto a las del marinero y aguardó.

Rig vio a los hombres al mismo tiempo que él. Cogió la daga que sujetaba entre los dientes, la arrojó contra el hombre de la derecha, y blandió el desgastado alfanje que había adquirido en la ciudad. La daga dio en el blanco y se hundió hasta la empuñadura en el pecho desprovisto de armadura de un Caballero de Takhisis. El hombre cayó al suelo con un ruido sordo. Dhamon saltó sobre el segundo, al que inmovilizó boca abajo sobre la cubierta al tiempo que le ponía una mano sobre la boca; aun así, su adversario siguió debatiéndose.

—No hagas ruido —le advirtió el marinero, y asestó un fuerte golpe con el pomo del alfanje al cogote del caballero—. ¿Lo ves? —dijo a Dhamon—. Ya te dije que no necesitabas un arma. No estando yo aquí.

Rig se escurrió veloz hasta el cabrestante.

—La corriente la conducirá directamente contra esa galera ahora, pero voy a hacer que vaya más deprisa. —Dirigió la mirada al mástil de mesana, que estaba envuelto en niebla—. Soltaré una de las velas para que corra un poco más. Ocúpate de detener a todo el que se acerque por aquí.

—¿Con qué? —le replicó Dhamon en tono quedo.

—Con tus encantos. —Un segundo más tarde el marinero había trepado al mástil y se había perdido entre la bruma.

Dhamon se arrastró hasta los dos cuerpos y le arrebató a uno una espada larga. Del cuerpo del otro recuperó la daga de Rig, y limpió la sangre que la manchaba en el capote del muerto. Distinguió una mancha en medio de la niebla; alguien más se acercaba.

—No veo nada en esta niebla espesa —dijo un hombre.

—Desaparecerá por la mañana —contestó una segunda sombra.

—La niebla no es problema nuestro. —Era una tercera voz—. Limitaos a averiguar por qué vamos a la deriva, y detened la nave. No quiero chocar contra una de las otras.

—¡A la orden, señor! —respondió el primer hombre.

«Encontrarán los cuerpos», pensó Dhamon. Sujetó con fuerza la daga en la mano izquierda, la espada larga en la derecha. «Date prisa, Rig», murmuró para sus adentros, y echó una ojeada al mástil. Seguía sin verse señal alguna del marinero, pero oyó caer la lona y cómo la brisa la hinchaba.

—¡Eh! —gritó uno de los hombres—. ¡No vamos a la deriva! Nos impulsan las velas. Será mejor que venga el subcomandante.

Dhamon se abalanzó sobre las sombras con la espada tendida, deseando que ellos lo vieran. «Se acabaron las emboscadas —se dijo—. Será un combate honorable en esta ocasión.» Al cabo de unos pocos pasos las sombras quedaron definidas: dos Caballeros de Takhisis con tabardos negros y camisas de cuero. Uno empuñaba ya una espada, en tanto que el otro empezó a desenvainar la suya en cuanto descubrió a Dhamon.

—¡Subcomandante! —llamó el que empuñaba la espada—. ¡Tenemos compañía!

Dhamon arrojó la daga al hombre que intentaba desenvainar su arma, y masculló un juramento en voz baja cuando ésta se hundió en el muslo del caballero en lugar de hacerlo en su pecho. De todos modos, la herida fue suficiente para detenerlo. El herido dobló una rodilla, al tiempo que sus manos intentaban extraer el cuchillo.

En ese instante, su compañero atacó. Dhamon se agachó bajo el arco descrito por el arma y, lanzando su larga espada al frente, empaló en ella a su adversario. La espada del hombre cayó sobre la cubierta con un gran estrépito y él se desplomó de bruces, al mismo tiempo que se oía el tronar de pasos bajo la cubierta. Dhamon se volvió para enfrentarse al caballero herido, que se había incorporado ya.

—¡Problemas, subcomandante! —gritó alguien oculto por la niebla.

—Ya lo creo que tenemos problemas —gruñó el caballero herido. Arrancada la daga de su pierna, sacó la espada de la vaina para interceptar veloz el ataque de Dhamon—. No sé quién eres —rugió—; pero no importa. —Rechazó otra estocada sin el menor esfuerzo—. No tardarás en estar muerto.

Dhamon aumentó la fuerza de sus mandobles, maravillado ante la defensa que presentaba el adversario. El caballero conocía bien los golpes y contragolpes clásicos que enseñaba la orden de caballería. Dhamon se adelantó de un salto, utilizando una maniobra aprendida de Rig, lo que cogió a su oponente por sorpresa; a continuación trasladó la larga espada hacia un lado y lanzó una violenta estocada que hendió la camisa de cuero y se hundió en el abdomen del hombre.

—¡Fuego! —se oyó gritar a otra voz—. ¡Está ardiendo!

Dhamon sabía que el responsable era Rig. El marinero había estado ocupado. El antiguo Caballero de Takhisis volvió a herir al hombre y, tras acabar con él rápidamente, regresó a toda prisa junto al cabrestante. El marinero estaba allí, sosteniendo dos jarras llenas de trapos que ardían alegremente. Las otras dos las había arrojado contra la cubierta y eran las responsables del fuego que los caballeros corrían a intentar sofocar.

—Se suponía que debías esperarme —le espetó Rig, mientras lanzaba las dos jarras restantes contra el mástil de mesana—. Marchémonos.

Echó a correr en dirección a la popa del barco, lanzando una mirada por encima del hombro una sola vez para asegurarse de que Dhamon lo seguía. Luego saltó por la borda. Su compañero se detuvo el tiempo necesario para introducir la larga espada en su cinturón, y a continuación también él saltó por encima de la barandilla.

—Feril nos encontrará —dijo Rig mientras chapoteaba en el agua junto a Dhamon—. El bote no puede estar lejos.

Dhamon no dijo nada. Contemplaba la carraca incendiada. La nave se movía veloz, el ancla levada y la vela ondeando al viento. Algunos hombres se encontraban en la cubierta concentrados en apagar el fuego; pero otros y también los esclavos que habían tripulado el barco empezaban a saltar por la borda.

Las llamas se volvieron más pequeñas a medida que el navío se alejaba, y de improviso Dhamon y Rig escucharon un fuerte golpe sordo, cuando la carraca chocó contra algo.

—Recordaba dónde estaba la galera —explicó Rig como quien no quiere la cosa—, y sabía en qué dirección soplaba el viento, de modo que calculé en qué dirección enviarla.

El aire se inundó de gritos de «¡Fuego!». El humo se elevó con fuerza de la cubierta de la carraca, y las llamas pasaron a la galera. El olor a madera quemada se extendió por la niebla, y más hombres y esclavos saltaron al agua.

—Bueno, no tienes que felicitarme ni nada por el estilo —continuó Rig—. Pero acabo de eliminar dos barcos. Acabemos con una o dos carracas más y será coser y cantar.

Su compañero contempló el incendio, al que la espesa niebla daba un aspecto nebuloso.

—Arderán hasta la línea de flotación si no pueden apagar el fuego —continuó el marinero—. ¿Sabes?, me sorprendiste ahí arriba. No tuviste ningún escrúpulo en eliminar a aquellos caballeros en la cubierta: tus compañeros de armas. Yo hubiera creído que...

Dhamon relegó las palabras de su compañero al fondo de su mente, y se dedicó a escuchar el crepitar de la madera. No tardó en captar el sonido de remos y la voz de Feril. Subió veloz al bote de pesca.

Ya empezaban a aparecer brechas en la niebla cuando Feril y Furia condujeron la barca hacia las tres carracas restantes, que se balanceaban de un lado a otro a sólo media docena de metros de distancia unas de otras. La kalanesti había abandonado su concentración en la niebla, y estaba demasiado cansada manteniéndose a flote para gastar energías haciendo que la niebla volviera a espesarse. Se veían hombres apelotonados en las proas de las tres carracas, con catalejos pegados a los rostros, pero las naves no habían hecho ninguna intención de alzar las velas y acercarse; sin duda los capitanes no querían arriesgarse a que el fuego se extendiera.

—Muy arriesgado —dijo Rig—. Están demasiado cerca unas de otras. ¿Dónde está la otra galera?

—Más al exterior —indicó Feril—. En la entrada del puerto. Cerca de la chalupa pequeña.

—Ése es nuestro objetivo —declaró el marinero—. La otra galera. Haremos lo mismo: dirigir la galera contra una de las carracas, la de la derecha. Quiero la más grande, la situada más a la izquierda, la de tres palos.

—¿Qué tripulación usaremos? —murmuró Feril. Era una pregunta que Ampolla había hecho antes y que el marinero había dejado sin respuesta.

—La Legión de Acero, quizá —respondió él—. No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.

La niebla se había reducido de modo considerable cuando el bote de pesca llegó al extremo más exterior de la galera, y Dhamon y Rig ya no necesitaron que la kalanesti los guiara, pues veían con suficiente claridad por entre la fina niebla. Por suerte, los hombres de cubierta estaban observando el incendio y no los vieron acercarse.

Rig se incorporó procurando no perder el equilibrio, arrojó la cuerda a lo alto, y lanzó una maldición cuando ésta erró el blanco y cayó al agua a su espalda. La enrolló y volvió a probar fortuna.

—No hay nada a lo que engancharla —advirtió Ampolla—. Tendréis que probar en el otro lado.

Rig negó con la cabeza y arrolló la soga a su brazo; luego sacó dos dagas del cinturón y las hundió en el casco de la nave, unos pocos metros por encima de la línea de flotación y entre las aberturas para los remos.

—¡Vaya, eso es muy astuto! —chirrió la kender—. Está haciendo una escalera. Quizá yo podría...

Un mirada furibunda de Dhamon y Jaspe la hizo callar.

Rig sacó otras dos dagas y las hincó en el casco un poco más arriba. Luego se encaramó en los primeros cuchillos y subió hasta los dos situados más arriba. Manteniendo un equilibrio precario, encajó otro par, y continuó la ascensión, usando los improvisados asideros que había creado; al cabo de unos minutos ya se había quedado sin dagas, pero se encontraba en lo alto. Desapareció por encima de la barandilla.

—No creo que deba estar ahí arriba él solo —musitó Ampolla inquieta—. Me gustaría poder disfrutar un poco de la diversión.

La cuerda cayó sobre el costado, al igual que una escala de cuerda que los caballeros probablemente usaban para subirá bordo. Rig se inclinó sobre la barandilla e hizo señas a Groller. El semiogro señaló el saco situado bajo Ampolla y Jaspe, y Dhamon lo sacó fuera y lo ató con sumo cuidado a la cuerda.

Acto seguido, Dhamon trepó por la escala y, mientras lo hacía, recuperó dos de las dagas de Rig, que introdujo en su cinturón junto a la espada larga. Guió el saco durante el trayecto por el costado del barco, con cuidado para que no rascara contra el casco y se rompieran las jarras del interior; luego ayudó a Rig a pasarlo por encima de la barandilla y se unió al marinero sobre la cubierta.

—Haremos lo mismo que antes —musitó Rig.

Miraron en dirección a estribor, donde había casi dos docenas de Caballeros de Takhisis apoyados contra la barandilla, observando el fuego.

—No lo creo —repuso Dhamon en tono quedo. Señaló la parte central del barco y luego indicó el palo mayor, donde había un caballero encaramado en la torre de vigía. El hombre había descubierto su presencia.

—¡Piratas! —aulló el centinela, desviando al instante la atención de todos del incendio. Agitó los brazos para señalar a Rig y a Dhamon.

—¡Necesitamos un poco de ayuda! —gritó el marinero por encima de la borda; luego fue a coger sus dagas—. ¡Maldita sea! Las utilicé todas.

—¡Toma! —Dhamon le pasó los dos cuchillos que había recuperado y se lanzó al frente para responder a la carga de los primeros tres caballeros. «Esto es un suicidio», se dijo. Se agachó bajo un amplio mandoble circular y lanzó hacia arriba su larga espada. La hoja se hundió en uno de sus atacantes, y Dhamon se apartó de un salto para esquivarlo cuando éste se desplomó sobre la cubierta.

No saltó lo bastante lejos, y el cuerpo del caballero lo derribó en su caída. Dhamon se escurrió de debajo del cadáver y se incorporó de un brinco justo cuando uno de los otros dos caballeros le lanzaba una estocada contra el muslo. Dhamon dirigió su arma hacia un caballero cubierto con una cota de malla negra, pero el acero rebotó en la armadura, y él retrocedió varios pasos. Los dos caballeros que se abalanzaban sobre él vestían cota de mallas; otros cuatro vestidos con cuero se encontraban en algún lugar detrás de él.

—Es un suicidio —repitió en voz baja.

Varios metros a su espalda, Rig libraba batalla con una pareja de caballeros sin armadura. Un tercero yacía en el suelo con dos dagas sobresaliendo de su pecho. El marinero le había arrebatado una espada al cadáver y detenía con gran destreza los mandobles de sus adversarios al tiempo que les lanzaba toda suerte de improperios.

El tronar de más pasos bajo cubierta hizo que Dhamon tragara saliva con fuerza. Él era bueno con la espada, pero estar en una desigualdad tan abrumadora era otra cosa. Y un barco de aquel tamaño tendría docenas de hombres a bordo... sin mencionar las docenas de esclavos encadenados en la bodega y en las portillas de los remos. Un suicidio sin lugar a dudas.

—¡Oh, no, no lo haréis! —reprendió Ampolla—. ¡Dejad tranquilo a Dhamon! —La kender había trepado hasta la cubierta y acribillaba con gran puntería a los caballeros que atacaban a su amigo. Una colección de conchas marinas que había recogido en alguna parte golpearon sus nucas.

Los hombres alzaron las manos para protegerse de la descarga, lo que dio a Dhamon una oportunidad. Asestó una patada a uno de ellos que lo impulsó hacia atrás y lo hizo empalarse en la espada extendida de uno de los cuatro caballeros que avanzaban hacia él. Al mismo tiempo, descargó un violento mandoble al de su izquierda y atravesó los eslabones de la malla hasta llegar a la carne. El caballero aulló, y Dhamon prosiguió adelante con una profunda estocada que hundió su espada en el vientre del adversario.

Mientras Dhamon tiraba de su arma para soltarla, Feril pasó veloz por su lado. La kalanesti se dirigía al mástil, por el que descendía el hombre que había ocupado la torre de vigía. Con la agilidad de un mono, la elfa trepó por las jarcias y pateó al hombre. Éste se aferró con fuerza al mástil y desenvainó la espada, pero ella siguió asestándole patadas feroz y reiteradamente, hasta que hombre y espada cayeron a cubierta.

—¡Larga la vela mientras estás ahí arriba! —le gritó Rig.

Ella se quedó inmóvil.

—¡Despliégala! —rugió el marinero—. ¡Suéltala para que atrape el viento!

Un cuarteto de caballeros atrajo la atención de Dhamon de nuevo hacia la batalla. Éste adivinó que, contando los que acababan de subir de abajo, debía de haber al menos tres docenas sobre cubierta con los que luchar. Retrocedió hacia la barandilla, interceptando golpes, aunque uno se abrió paso por entre sus defensas y le hirió el brazo.

—¡Salta al agua! —gritó uno de los caballeros.

Dhamon no tenía intención de saltar por la borda; tan sólo deseaba sentir la barandilla en la espalda. A varios metros de distancia, descubrió a Fiona, con la armadura reluciendo bajo la luz de los faroles dispuestos alrededor de la cubierta; la dama le daba la espalda a Rig, y ambos mantenían a raya a otro cuarteto de caballeros. Más caballeros se agolpaban a su alrededor, en busca de una brecha.

—¡Las carracas! —chilló Feril desde las jarcias—. Están desplegando sus velas. ¡Las tres!

Rig farfulló una retahila de juramentos.

—¡Vamos a tener más compañía de la que podemos manejar! —aulló. En voz casi inaudible añadió:— No creí que todos ellos fueran a venir hacia aquí.

—¡Acabemos deprisa con este combate! —indicó Fiona.

—¿Acabarlo? —La voz pertenecía a Jaspe. El enano pasó torpemente por encima de la barandilla y hurgó en el saco que llevaba atado a la cintura. Groller apareció detrás de él y se encaminó al centro de la nave—. ¿Acabarlo? Ellos acabarán con nosotros. —Sacó el Puño de E'li del saco y lo descargó contra la pierna de un enemigo que se aproximaba. El hombre se dobló al frente, y Jaspe abatió el Puño sobre su cabeza. Hizo una mueca de satisfacción al escuchar el sonido del cráneo al partirse. El enano pasó por encima del cuerpo y se introdujo en la contienda.

—¡El semiogro! —bramó un caballero—. ¡Y un ergothiano! ¡Éstos son los que vinimos a buscar! ¡Y han venido directamente a nosotros! ¡Matadlos a todos! ¡Malys nos recompensará!

Groller detuvo la carga de dos caballeros, arrojando a uno por la borda y abalanzándose luego sobre el otro, al que inmovilizó sobre la cubierta. Sus enormes manos encontraron la garganta del enemigo y apretaron. El hombre se debatió unos instantes y luego se quedó inmóvil.

El semiogro se apartó del cuerpo y recibió una cuchillada en el brazo. Era un corte profundo, que le hizo lanzar un alarido al tiempo que utilizaba el brazo sano para asestar un puñetazo a su atacante. El hombre quedó momentáneamente aturdido, y Groller pateó al adversario en el pecho primero; acto seguido sacó la cabilla del cinturón para golpear con ella la sien del caballero. Otros cuatro hombres se dirigieron hacia él.

—¡Podemos ganar! —gritó Rig por encima del estrépito de las espadas.

—¡Perder no es una alternativa que quiero considerar! —respondió la kender. Había trepado al cabrestante y arrojaba conchas, piedras y botones, y toda una variedad de cosas curiosas con su honda. Cogió por sorpresa a un par de caballeros, lo que permitió a Rig ganar tiempo con su alfanje. La kender buscó entonces con la mirada a Dhamon.

El marinero había derribado a dos hombres y giró para ocuparse de uno de los contendientes de Fiona.

—¡No necesito ayuda! —le chilló la solámnica.

—Sólo me muestro honorable —replicó él.

—¡Sé honorable con esos de allí!

Mediante gestos le indicó a un par de caballeros que acababan de aparecer para ocupar los lugares de sus camaradas caídos. Rig retrocedió de un salto ante uno de los dos Caballeros de Takhisis, que le había lanzado una estocada con su espada; si el marinero no se hubiera movido, la hoja le habría atravesado el corazón. Rig se agachó ante otro mandoble; luego giró a un lado y hundió su espada en el caballero. Al cabo de un instante oyó cómo el adversario de Fiona caía sobre la cubierta.

Habían muerto más de una docena de caballeros, pero todavía quedaba tres veces ese número en pie. Rig sospechó que aún quedaban muchos más bajo cubierta poniéndose las armaduras o cogiendo sus armas.

—¿Comprendéis por qué no podíamos robar una galera? —explicó Rig a voz en grito mientras volvía a colocarse espalda contra espalda con Fiona, moviéndose con cuidado para no tropezar con los cadáveres—. ¡Hacen falta demasiados marineros para tripularla!

—También hacen falta demasiados para tripular una carraca —masculló Ampolla.

La lona cayó desde el palo mayor y se hinchó, y la kalanesti aterrizó en el suelo con las rodillas dobladas.

—¡Estupendo, Feril! —gritó Rig—. Pero no iremos a ninguna parte con el ancla todavía echada.

—¡Yo me ocuparé! —le respondió ella, que salió corriendo en dirección a la popa, saltando sobre un caballero caído y esquivando a otro.

—¡Tiene dos áncoras! —advirtió él a gritos; pero la kalanesti estaba demasiado lejos, y el fragor de la batalla ahogaba cualquier esperanza de ser oído—. Una en la proa —añadió para sí.

—¡Coged a la kender! —gritó un caballero.

—¡No! —Dhamon había despachado a los cuatro adversarios vestidos de cuero, aunque había recibido bastantes cortes en el proceso. Ahora luchaba contra un hombre enorme que sin duda debía de ser el comandante, tal vez el hombre al que tenía que informar el espía.

—Dhamon Fierolobo —siseó el corpulento comandante por entre los apretados dientes—; no respondes exactamente a la descripción. Creía que tus cabellos eran rubios. Malys te quiere vivo. —El hombre ladeó la espada en un intento de golpear a Dhamon con la hoja plana—. Te capturaré con vida.

—No si puedo impedirlo. —Dhamon interceptó el amplio mandoble del hombre y lo obligó a dirigirse hacia el cabrestante. Cuando el caballero echó el brazo atrás para lanzar una nueva estocada, Dhamon se acercó más y hundió el arma en un movimiento ascendente que penetró por una abertura de la armadura. El herido retrocedió, sujetándose el vientre, y bajó la espada con fuerza; el impacto hizo que Dhamon soltara su arma, que cayó al suelo con un fuerte estrépito.

—Malys te quiere vivo —repitió el comandante apretando los dientes. La sangre chorreaba por la herida. Tosió violentamente e hizo retroceder a Dhamon hasta la barandilla—. Pero yo no veré el nuevo día. Y tampoco lo verás tú. No sé por qué Malys tiene tanto interés en ti. Se dice que fuiste un caballero. —Volvió a toser, y un hilillo de saliva rosada afloró a sus labios—. Eso te convertiría en un traidor.

El comandante echó hacia atrás la espada, teniendo buen cuidado de no dar a Dhamon espacio suficiente para escabullirse.

—A los caballeros renegados se los sentencia a muerte.

La espada describió un arco en dirección al antiguo Caballero de Takhisis pero no llegó a finalizar el recorrido, y se soltó de su mano al tiempo que él caía de rodillas. La espada de Dhamon le había atravesado el cuerpo, y las manos de Ampolla sujetaban la empuñadura.

Dhamon se inclinó y cogió el arma del comandante, en tanto que la kender resoplaba y tiraba de la espada de Dhamon para liberarla. Sus manos temblaban.

—Creo que será mejor que uses esta espada —dijo—. Es demasiado pesada para mí. Prefiero mi honda. Aunque tengo que admitir que no hubiera podido detenerlo con mis botones.

—Me has salvado la vida —jadeó Dhamon, mientras le quitaba el arma de la mano y daba un salto al frente justo a tiempo de impedir que un caballero acabara con Ampolla. Echó una ojeada por encima del hombro y vio cómo la kender se dirigía hacia la barandilla, por la que trepaba Usha en aquellos instantes.

»Me has salvado la vida —repitió mientras detenía la estocada de un nuevo adversario—. Pero Palin me matará sin lugar a dudas si le sucede algo a su esposa.

Feril había conseguido levar el ancla de popa, y un fornido caballero se encaminaba hacia ella, espada en mano y lanzando improperios.

—Así que tú eres la Elfa Salvaje —indicó. Aminoró el paso y se detuvo a pocos pasos de ella—. Tatuaje en la mejilla. Se supone que debemos matarte. Es una lástima. Eres muy guapa.

Avanzó, y la elfa giró a un lado como una peonza. Luego pasó corriendo junto a él, y sus pies desnudos repiquetearon sobre la cubierta. Puso pies en polvorosa, y consiguió dejarlo atrás, pero siguió oyendo el retumbo de sus pisadas, de modo que corrió junto a Dhamon. Éste acababa de eliminar a otro caballero y se había colocado delante de Usha y Ampolla, para defenderlas.

La kalanesti miró a su alrededor. La cubierta estaba abarrotada de cadáveres. Dhamon sangraba por varias heridas en brazos y piernas, y tenía una cuchillada en el estómago. A varios metros de distancia, Jaspe mantenía a raya a dos caballeros, quienes, a pesar de sus largas armas, evitaban entrar en contacto físico con el enano.

Feril llamó la atención de Dhamon, y señaló al enano, y luego a Rig y a Fiona situados en el otro extremo del barco. Cinco caballeros maniobraban para situarse alrededor de la solámnica y el marinero.

Dhamon introdujo su espada en las manos de Feril, y se inclinó para recoger el arma de un caballero caído.

—Los Caballeros de Takhisis usan esclavos para hacer funcionar los remos —gritó por encima del fragor del combate—. Estarán abajo en la bodega. —Luego giró sobre sus talones y se encaminó hacia Rig y Fiona—. ¡Liberadlos si podéis! —chilló por encima del hombro.

—Tendremos que intentarlo —dijo Usha; la kalanesti tuvo dificultades para oírla en medio del tintineo de las espadas.

—Entonces vayamos. —La elfa corrió hacia la escotilla abierta, con Usha pisándole los talones. Ampolla las siguió, pero se detuvo unos instantes para acribillar a un caballero con una andanada de botones.

Feril se acercó a un cadáver tumbado junto a la escotilla, se agachó y arrancó una espada larga de sus helados dedos. Tendió el arma a Usha.

—¡Cógela! —dijo, poniendo la empuñadura entre las manos de la mujer—. Tal vez haya más caballeros abajo.

La kalanesti y Usha desaparecieron bajo cubierta. Ampolla permaneció junto a la escotilla, la honda lista, vigilando para que ningún enemigo se acercara; pero a nadie parecía interesarle ya la kender. Dirigían la mayoría de sus esfuerzos contra Dhamon, Rig, Fiona y Groller.

—No os tengo miedo —los desafió Ampolla en voz baja—. Puedo con vosotros. Puedo... mmm. Es posible que las armas no sean la respuesta.

La kender echó una mirada hacia la popa del barco, al saco que Rig y Dhamon habían subido a la cubierta. Estaba allí intacto.

—O tal vez un arma diferente funcionaría —musitó para sí. Dedicó una mirada al interior de la escotilla y se esforzó por oír a Feril y a Usha—. Nada. Debe de significar que están bien por el momento y no tienen dificultades. —Introdujo la honda en el bolsillo y se dirigió hacia el saco.

En el centro del barco, Dhamon combatía junto a Rig y Fiona. Acuchilló veloz a dos de los cinco hombres que los rodeaban, lo cual dejó a un adversario para cada uno, y se enfrentó al que llevaba armadura.

Unos cuantos metros por detrás de ellos, Groller luchaba contra tres caballeros, mientras otros tres se dirigían hacia él. Dhamon intentó no perder de vista al semiogro en tanto continuaba el ataque a su adversario.

—¡Ya no pueden quedar más de dos docenas! —gritó alegremente Rig. El marinero estaba malherido, sangraba por un cuchillada recibida en el costado y por varias heridas profundas en la pierna. Fiona estaba agotada, pero ilesa. Su armadura solámnica la había protegido bien—. ¡Podemos acabar con ellos! —continuó Rig—. Podemos... —Por el rabillo del ojo vio que Groller se desplomaba sobre la cubierta, con seis caballeros a su alrededor ahora—. ¡Groller!

Dhamon también vio la situación del semiogro, pero no pudo deshacerse del caballero con armadura que tenía delante.

El marinero reunió toda la energía que le quedaba y empezó a repartir estocadas; pero cada mandoble era interceptado, lo que le impedía llegar hasta su amigo caído.

—¡No! —chilló, al ver cómo uno de los caballeros hundía una espada en la espalda de Groller. El hombre se colocó junto al semiogro y tiró del arma para soltarla, tras lo cual señaló a Rig. Los seis hombres se volvieron como uno solo y avanzaron.

Dhamon intentó no pensar en Groller mientras seguía combatiendo. Consiguió acuchillar a su oponente, que lanzó un alarido de dolor, y, cuando volvió a hundir su arma en él, el caballero soltó la espada y cayó de rodillas. Con un veloz mandoble, Dhamon le atravesó el cuello. Al infierno el honor, se dijo mientras avanzaba para enfrentarse a la media docena de enemigos que habían acabado con Groller.

Se encaró directamente con el que iba delante, y hundió la larga espada en el pecho sin coraza de éste. El espadón se hundió profundamente y quedó clavado, mientras el hombre caía.

A su espalda, escuchó un gemido gutural y un fuerte golpe, pero no podía apartar los ojos de los cinco hombres que tenía delante. Dos de ellos llevaban escudos negros como la noche con brillantes lirios en los bordes. Uno empuñaba un mangual de aspecto perverso.

—¡Bastardos! —Rig, con una mano sobre la herida del costado, pasó corriendo junto a Dhamon para luchar cuerpo a cuerpo con los dos caballeros de los escudos.

—¡Rig, no seas loco! —le gritó Dhamon—. ¡Estás malherido! —Escudriñó la cubierta, descubrió una espada sin dueño, y se agachó a cogerla; cerró los dedos sobre la empuñadura justo cuando tres de los caballeros llegaban junto a él. Se levantó de un salto, y por el rabillo del ojo vio que Rig retrocedía tambaleante ante el ataque del que era objeto.

—¡Dhamon! —chilló Fiona—. ¡Rig ha caído! ¡Ayúdalo! —Ella estaba muy ocupada, batallando con dos caballeros, y lanzaba preocupadas miradas al marinero, mientras blandía la espada con movimientos erráticos.

Rig se desplomó de rodillas, en un charco cada vez mayor de sangre, aunque consiguió alzar la espada justo a tiempo de detener uno de los mandobles del caballero. El siguiente lo hirió en el brazo que empuñaba el arma; Rig lanzó un grito, y la espada salió volando por los aires.

—¡Luchad contra mí! —desafió Dhamon a los tres hombres que tenía delante.

—Muy bien, acabemos con esto —replicó el que sostenía el mangual. Se colocó en posición frente a Dhamon, en tanto que los caballeros que sólo llevaban espadas se situaban a su lado.

Uno de los otros dos volvió a herir a Rig, y el marinero cayó de bruces. El caballero colocó un pie triunfal sobre el cuerpo.

—¡Antes erais honorables! —les espetó Dhamon—. ¡Honorables!

El caballero del mangual le dedicó una mueca.

—Sólo quedas tú y la dama —indicó al tiempo que hacía girar el arma en círculos por encima de su cabeza—. Y las mujeres que fueron bajo la cubierta. Ya nos ocuparemos de ellas. Las dejaremos para el final. No me preocupa demasiado la kender.

O el enano, se dijo Dhamon, preguntándose dónde estaba Jaspe. Rugió al sentir cómo el mangual pasaba sobre su cabeza al agacharse; lanzó una estocada a la derecha y acertó a un adversario en el abdomen, de modo que repitió rápidamente el movimiento y acabó con él. Al mismo tiempo sintió el mordisco del acero en el costado izquierdo. El otro caballero había conseguido herirlo. Notó el costado húmedo y caliente. Giró en redondo y se incorporó para atacar al hombre situado a su izquierda, al tiempo que esquivaba otro golpe del mangual.

El caballero se detuvo, el arma inmóvil en la mano, y la boca abierta de par en par con expresión de sorpresa; Dhamon le había atravesado el vientre con su espada.

Dhamon recuperó el arma y la blandió hacia arriba en un intento de interceptar otro golpe del mangual, pero la cadena del arma se enganchó alrededor de la espada, y su adversario se la arrebató de un tirón.

Sin detenerse, Dhamon hundió los hombros y cargó contra el caballero. Pasó la pierna por detrás de los pies de su oponente y lo arrojó sobre la cubierta, mientras el mangual giraba por los aires enredado aún a la espada.

—¡Al diablo con el honor!

Dhamon hundió el tacón de su bota en el estómago del caballero; éste rodó sobre sí mismo, y Dhamon se tambaleó. Mientras se esforzaba por mantener el equilibrio, los dedos del caballero se cerraron alrededor del mangual y el hombre empezó a levantarse, pero Dhamon se movió con rapidez. Volvió a patear el estómago de su enemigo y, recuperando su espada, se la hundió en la garganta, la liberó, y giró veloz en dirección a donde había caído Rig.

—¡Es un deshonor luchar contra un hombre desarmado! —exclamó Dhamon.

Dos caballeros se encontraban todavía junto a Rig, uno de ellos listo para clavar su espada en la espalda del marinero. Dhamon se abalanzó sobre ellos.

El más alto de los dos caballeros le sonrió despectivo y atacó, pero el otro señaló en dirección a popa.

—¡Fuego! ¡Está ardiendo!

Dhamon percibió el olor de la madera quemada mientras entablaba combate con el caballero alto. Se introdujo bajo el arco descrito por el arma de su oponente y lanzó la espada a la izquierda, pero ésta chocó con el escudo que el hombre sostenía. Luego hincó el codo en el abdomen del caballero y lo empujó varios pasos hacia atrás.

Acto seguido, Dhamon giró y se enfrentó al otro adversario. Las espadas entrechocaron por encima de sus cabezas, pero Dhamon no conseguía encontrar una buena brecha para su ataque, de modo que se concentró en seguir vivo.

—¡Rig! —Fiona estaba junto al marinero, tras haber eliminado a su oponente. Tenía la armadura salpicada de sangre; los cabellos que sobresalían por debajo del casco estaban empapados en ella.

Rig gimió y le hizo señas para que se fuera, mientras intentaba inútilmente levantarse de la cubierta.

—Ayuda a Dhamon —musitó—. Ve junto a Groller. Yo estaré bien. Encuentra a Jaspe.

Ella permaneció junto a él un instante más, y luego se unió a Dhamon y presentó batalla al más alto de los dos caballeros. El hombre le lanzó un mandoble tras otro, y ella interceptó varios golpes, pero uno se abrió paso por entre sus defensas, y la espada chocó con fuerza contra su peto. El hombre siguió con su ataque, aplastando el escudo contra el pecho de la dama. El impacto la arrojó contra la cubierta.

Dhamon apretó los dientes y arremetió al frente, poniendo todas sus energías en una estocada definitiva. La hoja rebotó en el arma del otro, pero, al tiempo que esto sucedía, Dhamon apartó de un golpe el escudo del hombre con la mano libre, y volvió a lanzar otra estocada; en esta ocasión consiguió que la hoja se introdujera entre las costillas de su adversario.

Enseguida saltó por encima del moribundo, y detuvo el mandoble del caballero alto que había estado golpeando a la solámnica caída sobre cubierta.

—¡Fiona! ¡Arrastra a Rig hasta la barandilla! Que todos vayan hasta la barandilla —le gritó Dhamon—. ¡El barco arde deprisa! ¡Y las carracas se acercan! ¡Las tendremos encima en cualquier momento!

—¡Está ardiendo! —se oyó gritar a una voz a estribor de la proa, desde la cubierta de una de las carracas. Las tres naves estaban cada vez más cerca; llegarían junto a la galera en cuestión de segundos.

—¡Tirad el ancla! —ordenó alguien—. ¡No os acerquéis demasiado! ¡Enviad botes hasta ella!

Dhamon oyó gemir a Rig y las botas de Fiona pisoteando la sangre.

—Rig, quédate aquí —le indicó la dama—. Tengo que ayudar a Jaspe. Lo veo, a duras penas, detrás del palo mayor.

Dhamon devolvió su atención al caballero alto. Éste había soltado el escudo y recogido una espada más pequeña, que empuñaba con la otra mano. Balanceaba las dos espadas ante sí creando un reluciente tapiz de acero.

—No saldrás de este barco con vida —siseó el caballero. Su voz era profunda. Había sido uno de los últimos en subir a cubierta, y por la insignia ensangrentada de su capote quedaba claro que era un subcomandante.

—Lo siento, pero me tengo que ir —replicó Dhamon.

—Oh, ya lo creo que te vas. Te vas a ir directo al Abismo. —El hombre lanzó una carcajada, una risa profunda y gutural que se elevó por encima del chisporroteo de las llamas—. ¡Qué lástima que no estés vivo para contemplar el retorno de Takhisis!

Una humareda cayó sobre el caballero y Dhamon, y sintieron el ardor del fuego que consumía veloz a la nave. El hombre atacó con la espada larga, al tiempo que echaba hacia atrás la otra. Dhamon dio un salto y giró, inviniendo sus posiciones de modo que era ahora el caballero quien estaba de espaldas al fuego.

Dhamon miró más allá de su oponente. Toda la popa del barco estaba en llamas. La vela que Feril había desplegado estaba encendida e iluminaba el cielo nocturno amén de disipar la escasa neblina que permanecía aún en el puerto.

Ampolla se encontraba junto a la hoguera, disparando jarras con una pequeña ballesta a las carracas que se acercaban. En las bocas de los recipientes había trapos encendidos, y Dhamon comprendió, con una curiosa indiferencia, que la kender era la responsable del incendio iniciado en la galera.

Más hombres subían apresuradamente a la cubierta, aunque éstos no vestían la librea de los Caballeros de Takhisis. Estaban muy delgados, y se cubrían con ropas sucias y desgarradas. Feril y Usha los conducían por entre las llamas. La kalanesti tosió mientras indicaba algo a Usha; luego señaló hacia la barandilla.

—¡Ampolla! —chilló—. ¡Nos vamos!

A su espalda, la kender lanzó dos jarras más y se encaminó hacia la borda.

Detrás de la galera había dos carracas. Una se había incendiado y ardía con fuerza. Dhamon distinguió sus velas llameantes. La tercera carraca se había detenido a una distancia prudencial y arriaba botes para rescatar a los caballeros y esclavos.

Si Dhamon podía acabar con aquel hombre, él y los otros conseguirían huir a la relativa seguridad del pequeño bote de pesca. Cuando avanzaba hacia él, distinguió a Jaspe con el rabillo del ojo.

El enano se encontraba entre el palo principal y el de proa. Sostenía el cetro extendido en una mano y lo balanceaba despacio a un lado y a otro entre dos caballeros cubiertos con armadura; los hombres observaban al enano, pero no hacían la menor intención de atacarlo. Entonces Dhamon descubrió a Fiona, que iba en ayuda de Jaspe. La solámnica atrajo la atención de uno de los hombres, y éste se lanzó al ataque.

—Hemos de darnos prisa, Jaspe —gruñó la dama, parando la estocada del caballero—. Este barco no se mantendrá a flote durante mucho más tiempo. Ampolla se ha ocupado de ello.

Como para confirmar la veracidad de sus palabras, un pedazo de vela en llamas se soltó y revoloteó hasta la cubierta justo detrás de sus atacantes. El fuego se extendió a la madera, aumentando las llamaradas que envolvían la nave. Aquello puso fin a la situación de estancamiento en que se encontraban el enano y el caballero más próximo a él. El guerrero lanzó un bufido y avanzó hacia Jaspe.

Fiona aventajaba a su enemigo, que se movía con lentitud a medida que el humo se espesaba.

—¡Te perdonaré la vida! —ofreció la mujer, a la vez que esquivaba una estocada dada con muy poca puntería. El hombre sacudió la cabeza, como si intentara despejar sus sentidos—. ¡Te concederé la vida, si sueltas la espada! —repitió.

El caballero volvió a negar con la cabeza y lanzó una estocada baja. El golpe rebotó en su espada, y ella dirigió su arma a una abertura donde el peto se unía a una corta falda de malla. El hombre cayó al frente, la dama tiró de su espada para soltarla y fue a ayudar al enano.

Debido a que Jaspe era mucho más pequeño, el caballero que lo atacaba tenía dificultades para penetrar en sus defensas; cada vez que el hombre lanzaba una estocada al pecho del enano, éste levantaba el Puño, y en cada ocasión la hoja rebotaba inofensiva sobre la mágica madera.

—¡No tenemos tiempo para esto! —gritó Fiona. Tosía ahora, y agitaba la mano ante los ojos para apartar el humo—. ¡Ve hacia la borda, al bote de pesca! ¡Ayuda a Rig a saltar! Está herido de gravedad, Jaspe. Y creo que Groller está muerto.

Jaspe no discutió la orden, pues sabía que la mujer podía ocuparse del caballero mucho mejor que él. Mientras se encaminaba a la barandilla, resbalando en la sangre, saltando por encima de los cadáveres, el enano oyó el sordo tintineo de la espada de Fiona sobre la espada y armadura de su adversario. El entrechocar de metales mantenía un cierto ritmo, pero de repente el ritmo se detuvo, y a través del crepitar de las llamas escuchó un golpe sordo. Fiona tosió, sus botas repiquetearon sobre la cubierta, y el enano suspiró aliviado. El Caballero de Takhisis había muerto.

Rig estaba arrodillado, agarrado a la barandilla, la respiración ronca y entrecortada. El enano buscó desesperadamente la escala de cuerda por la que había trepado; pero ésta se encontraba demasiado lejos, hacia la popa de la nave, que ahora parecía una bola de fuego.

—Tendremos que nadar. Al menos tú tendrás que hacerlo —dijo el enano—. Yo no sé. Pero a lo mejor podré evitar hundirme como una roca.

El enano alzó el Puño de E'li y, abatiéndolo sobre la barandilla, rompió una parte, que fue a caer al agua.

—Eso flota. Y puede que con su ayuda también flote yo.

El marinero levantó la cabeza, los ojos enrojecidos por el humo.

—Yo sé nadar. Te ayudaré.

«No en tu estado», pensó Jaspe. Ayudó a Rig a pasar sobre la barandilla, de modo que el marinero quedó colgando como un saco de harina, balanceándose en el aire. El enano buscó con la mirada el bote de pesca. La oscura humareda gris procedente de la galera se mezclaba con la tenue neblina, y en un principio no consiguió ver nada.

Pero por fin descubrió entre el humo algunas personas en el agua: los esclavos que Feril y Usha habían rescatado, que chapoteaban alejándose de la galera. Y luego distinguió el trozo de barandilla que flotaba en el agua.

—Mi espada —jadeó Rig—. He de recuperar mi espada. No puedo perder otra.

¡Furia! --llamó el enano, sin hacer caso al marinero—. ¡Ampolla!

Al cabo de un momento le respondieron los ladridos frenéticos del lobo.

—Jaspe! ¡Estamos aquí abajo! —Era la voz de la kender—. ¡Estamos en el bote!

De modo que la barca estaba en algún lugar allí abajo. No podía hallarse demasiado lejos si él conseguía oírla con tanta claridad. Jaspe introdujo el Puño en el saco que llevaba a la cintura, asegurándose de que no lo perdería, y luego empujó a Rig por la borda. El enano echó un rápido vistazo a la cubierta. Feril estaba cerca de la proa, alzando la cadena del áncora como una posesa a la vez que instaba a saltar al resto de los esclavos liberados. Usha se recogió las faldas y saltó por la borda.

Dhamon no estaba muy lejos, forcejeando con un caballero alto.

«Debería ayudarlo —pensó Jaspe—. Pero entonces Rig podría ahogarse.» El enano saltó al agua detrás del marinero, mientras rezaba a los dioses ausentes para que no permitieran que se hundiera.

Fiona tosía inclinada al frente. Apenas si podía ver más allá de unos centímetros de distancia, pero sabía adonde dirigirse. Oyó el entrechocar del acero. Dhamon seguía combatiendo con el caballero alto; era el único combate que seguía adelante. Se quitó algunas piezas de la armadura y avanzó tambaleante hacia el sonido.

Ambos contendientes estaban cubiertos de sangre. El caballero alto utilizaba dos armas; interceptaba la espada de Dhamon con su espada más larga y le lanzaba estocadas al pecho con la otra más corta.

La túnica del antiguo Caballero de Takhisis estaba empapada en sangre, y la dama se dio cuenta de que casi toda era de él, ya que el capote de su adversario seguía prácticamente inmaculado. Se arrancó el peto, lo dejó caer sobre cubierta, y corrió hacia ellos, para detenerse justo detrás de Dhamon.

—Eso no es justo —masculló el caballero alto—. Dos contra uno. No hay honor en eso.

—¡No consideraste que fuera injusto cuando luchabas contra mi amigo! —escupió Fiona.

—¿El hombre negro? —rió él—. Malys quiere al ergothiano muerto. Pero, en cuanto a ti —inclinó la cabeza hacia Dhamon—, quiero un combate honorable contigo.

—No esta vez —replicó Dhamon. Dejó que Fiona detuviera la espada larga de su adversario, en tanto que su arma se estrellaba contra la otra más corta. Dhamon giró torpemente y hundió el acero en el costado del hombre; la hoja se hundió sólo unos centímetros, pero el dolor fue suficiente para hacer que el caballero echara un vistazo a la herida. Fiona se adelantó y le lanzó una estocada al pecho; luego se agachó y acuchilló las piernas, pero la espada golpeó láminas de negro metal que repiquetearon con un sonido agudo. El hombre retrocedió y agitó las espadas violentamente ante ellos para mantenerlos a distancia.

—¡Te concederé la vida! —gritó Fiona—. ¡Suelta las armas!

El caballero soltó un grito gutural y se abalanzó sobre ellos. Fiona se adelantó para ir a su encuentro, en tanto que Dhamon se deslizaba a un lado y, alzando su larga espada por encima de la cabeza, la abatía con todas las fuerzas que le quedaban en los brazos. El acero se hundió en el hombro de su oponente. Dhamon tiró de él para soltarlo y volvió a golpear. Con un gemido, el caballero soltó la espada más corta y siguió combatiendo sólo con la más larga.

El caballero negro dedicó a Fiona una sonrisa tensa y maniobró para colocarse a un lado, donde pudiera verlos tanto a ella como a Dhamon. El humo que lo envolvía era muy espeso, y el hombre boqueaba en un intento de llevar aire a sus pulmones. También la dama tenía problemas para respirar, y Dhamon señaló en dirección al costado del barco. «¡Ve!», articuló en silencio.

—¡No sin ti! —respondió ella, sacudiendo la cabeza.

Medio asfixiado por el humo, Dhamon avanzó más torpemente ahora, balanceando la espada en un amplio e irregular arco. Su adversario retrocedió para colocarse fuera del alcance del arma, y él recuperó el equilibrio y alzó la espada. Al ver que el caballero buscaba una oportunidad de atacar, Dhamon le concedió la ilusión de una.

El hombre avanzó e hizo descender su arma; en el último momento posible, Dhamon se adelantó hacia él y penetró bajo el arco descrito por la espada. La larga hoja hirió a Dhamon en el hombro, pero el acero de éste se hundió en el costado herido de su oponente. El antiguo Caballero de Takhisis tiró hacia atrás de la espada y volvió a clavar la hoja, y el hombre se desplomó sobre él.

Fiona apareció al instante, tosiendo, jadeando, y apartó al caballero muerto de encima de Dhamon al tiempo que tiraba de este último en dirección a la barandilla.

—¡Hemos de abandonar el barco! Está escorándose. ¿No lo notas?

Ella tenía razón. La cubierta se inclinaba hacia un lado, como si el barco hiciera agua; y, además, la nave se dirigía a la orilla. Sin duda el ancla de proa se había soltado.

Dhamon se apoyó en Fiona unos instantes, y ambos se agarraron a la barandilla cuando la nave se detuvo con un crujido que compitió con el rugir de las llamas.

—¡Ha chocado con otro de los barcos! —jadeó Fiona. La galera volvió a dar un bandazo, y la solámnica trastabilló. Dhamon la sujetó y la inclinó sobre la barandilla, donde podía respirar un poco de aire fresco.

—Tú primero —indicó, agitando el brazo—. Te seguiré.

La dama forcejeó con las últimas piezas de metal de sus brazos, luchando por soltar las sujeciones, y luego arrojó el casco al suelo. «Debería haberlo dejado todo en el pantano», pensó. Cuando la última pieza de su armadura hubo caído sobre la cubierta, envainó la espada y acto seguido saltó al agua.

—Te seguiré en cuanto encuentre a Groller —gritó Dhamon. Cerró los ojos e imaginó la cubierta. Luego se dejó caer a gatas y se arrastró al frente, representándose mentalmente el palo mayor, el mástil de proa, y el lugar donde había visto caer al semiogro entre los dos. Muerto o no, Dhamon pensaba llevarse con él a Groller.

Las manos del guerrero toparon con un cuerpo tras otro, ninguno tan grande como el que buscaba, todos ellos ataviados como los caballeros de la Reina de la Oscuridad. Se arrastró sin pausa por encima de ellos, resbalando en la sangre y cortándose los dedos en las armas caídas. Le parecía como si llevara horas gateando; el pecho le ardía, los ojos le lloraban, y tenía el cuerpo dolorido a causa de una docena de heridas.

Se sentía débil, mareado por la falta de aire y la pérdida de sangre, cuando llegó junto a un cuerpo de gran tamaño.

Estaba boca abajo y ensangrentado. Con un gran esfuerzo, Dhamon consiguió darle la vuelta, pasó los dedos por los largos cabellos, palpó los anchos hombros y llegó al rostro del hombre. Sus manos encontraron la amplia nariz y la gruesa frente de Groller; entonces, agachándose más, palpó la desgastada túnica de cuero, ahora desgarrada y cubierta de sangre.

—Tienes que estar vivo —rezó Dhamon. Apretó la mejilla contra la nariz del semiogro, sin notar nada al principio. Luego, de un modo apenas detectable, percibió un atisbo de respiración débil. La sensación no lo alegró; había atendido a demasiados heridos en los campos de batalla y su experiencia le decía que el semiogro agonizaba.

Se incorporó con dificultad, sosteniendo a Groller por las axilas, y avanzó tambaleante en dirección a la barandilla, arrastrando al semiogro con él. El regreso resultaba más fácil, pues la cubierta estaba inclinada en aquella dirección.

—¡Dhamon! —Alguien lo llamaba, una mujer. Era un voz queda, y no podía averiguar a quién pertenecía. ¿Feril? ¿Usha? No era la kender; la voz de Ampolla era más infantil. Tal vez fuera Fiona.

Forcejeó con el cuerpo de Groller y consiguió levantarlo y apoyarlo contra la barandilla. Pasó una de las piernas por encima de la borda, la que lucía la escama ennegrecida, que brillaba por entre los numerosos cortes de sus polainas. Era uno de los pocos lugares que no estaba manchado de sangre. El semiogro era muy pesado, y Dhamon se sentía cada vez más débil; lo alzó, y la barandilla se partió bajo el peso de ambos. El caballero sujetó con fuerza a Groller, y juntos fueron a parar al agua.

Sintió que se hundía, ya que el peso del semiogro lo arrastraba hacia el fondo; pero Dhamon agarró con firmeza a su compañero y agitó las piernas con energía. El agua salada le provocó un fuerte escozor en las heridas y ayudó a reanimarlo. Pareció dotarlo de un estallido de renovadas fuerzas. Oyó sonidos a través del agua, cosas que no podía describir pero que imaginó eran trozos de la galera que caían a las aguas del puerto. Entonces, de improviso, su carga se tornó más ligera. Alguien lo ayudaba a subir a Groller.

La cabeza de Dhamon salió a la superficie, y el caballero respiró hondo. Feril nadaba a su lado y lo ayudaba a mantener la cabeza de Groller por encima de la superficie.

—Se muere —consiguió articular él.

Ella agitó un brazo y silbó, y Dhamon escuchó el chapoteo de unos remos. Al cabo de un instante divisó el pequeño bote de pesca abriéndose paso por entre la niebla y el humo. Jaspe se inclinó sobre el costado y extendió las manos en dirección al semiogro.

El enano estaba chamuscado y empapado, a la vez que agotado. Su rostro aparecía curiosamente blanquecino a la luz del fuego.

—Acércalo más —jadeó. Furia sacó la cabeza por el costado del bote y aulló. El lobo intentó saltar al agua, pero los brazos de Fiona lo tenían inmovilizado.

—¿Se encuentra bien Groller? —preguntó Ampolla.

Feril y Dhamon consiguieron con un gran esfuerzo subir al semiogro y colocarlo sobre la borda del pequeño bote. Jaspe tocó el rostro de su amigo, cerró los ojos, y se concentró para localizar de nuevo la chispa curativa. Había dedicado los últimos minutos a ocuparse de Rig, a la vez que se esforzaba por sujetarse al pedazo de barandilla flotante mientras esperaba que la barca de pesca acudiera a rescatarlos.

El marinero había sido gravemente herido, y el enano necesitó casi toda su energía para curar las heridas de mayor gravedad y conseguir mantener a Rig con vida. También Jaspe estaba herido, al igual que Fiona, pero ninguno de los dos corría peligro de muerte.

Groller era otra cosa. El enano instó a su chispa interior a crecer, mientras buscaba la familiar esencia vital del semiogro. Era débil y difícil de localizar, como un rescoldo que empezaba a enfriarse. Groller abandonaba Krynn, igual que Goldmoon había abandonado el mundo. Jaspe comprendió que el semiogro estaba mucho más grave de lo que había estado en la cueva. A su espalda Furia volvió a aullar, forcejeando con Fiona y ahora también con Ampolla, que la ayudaba a contener al lobo.

—Molestarás a Jaspe —lo reprendió la kender—. Quédate aquí.

La mejilla de Groller resultaba anormalmente fría bajo los dedos del enano.

—No —musitó éste—. No te perderé a ti, también. No puedo. —El enano apenas si se sujetaba al borde del bote ahora, todos sus esfuerzos dedicados a su conjuro curativo—. No te me mueras. Te salvé una vez y puedo volver a hacerlo. —Escuchó su propio corazón latiendo, tronando por encima de los lejanos sonidos del fuego y los gritos de los hombres. Palpitaba al ritmo de las picadas aguas que golpeaban los costados de la barca, y el enano se concentró en ese ritmo para hacer crecer la chispa.

Sintió cómo un calorcillo emanaba de su pecho y se deslizaba por el brazo hasta los dedos y de allí al rostro de Groller. Notó entonces que el bote daba un bandazo.

—¡Jaspe! —oyó gritar a Fiona—. ¡Sujétate a la barca!

No hizo el menor movimiento para obedecer pues no deseaba interrumpir el conjuro. Sintió cómo la mano libre tocaba el agua y luego se hundía en ella. Cayó por el borde de la barca y empezó a hundirse, pero no realizó ningún esfuerzo por mantenerse a flote. Todo iba dirigido a la chispa y a salvar a Groller.

Entonces Jaspe oyó cómo el semiogro lanzaba un respingo y sintió que Feril lo agarraba por los gordezuelos brazos. Las piernas de la kalanesti pataleaban con fuerza en el agua. El enano abrió los ojos violentamente, y vio que Dhamon ayudaba a Fiona y a Usha a introducir a Groller en el bote. Fiona saltó al agua para hacer sitio al semiogro; luego sus manos se unieron a las de Feril para alzar a Jaspe fuera del agua, al que situaron en el centro del bote junto a Groller y a Rig.

—Jas... pe buen sanador —oyó murmurar al semiogro, mientras se sumía en un profundo sueño.

Feril, Dhamon y Fiona nadaban al costado de la barca. Los esclavos liberados estaban a su alrededor en el agua; algunos se agarraban al borde del bote, otros a pedazos flotantes de barandilla.

—¿Ahora qué? —inquirió Usha—. La orilla queda muy lejos para que los esclavos naden hasta ella.

—Todas las carracas arden —dijo Ampolla—. Es culpa mía. Levé el ancla y dejé que el barco fuera hacia ellas. Luego les lancé jarras en llamas. ¿Bastante ingenioso, no?

—Nos salvaste —repuso Dhamon—. Esos caballeros se habrían unido a la batalla en la galera y habrían acabado con nosotros. Eran demasiados. Ésta no fue una de las mejores ideas de Rig.

—Queda aún una nave. —Fiona señaló hacia el este—. La pequeña chalupa que Feril vio.

—¡Sí! —La kalanesti esbozó una amplia sonrisa—. Se quedó atrás cuando incendiamos la galera.

—Entonces vayamos en su busca —indicó Dhamon—. Está más cerca que la orilla. Esperemos que no haya tantos caballeros a bordo. No puede haberlos. Es muy pequeña.

—¡Y tenemos hombres para tripularla! —exclamó Ampolla rebosante de satisfacción, señalando a los esclavos liberados.

—Sólo si ellos quieren —replicó Feril—. Si no es así, los dejaremos en tierra.

—Ya discutiremos eso cuando tengamos la chalupa —dijo Dhamon con voz débil. Empezó a nadar hacia la embarcación—. Si es que podemos cogerla.

Pareció como si transcurrieran horas antes de que la barca de pesca chocara contra el costado del casco que miraba mar adentro. El humo seguía siendo espeso sobre el agua y los ocultó a los caballeros de a bordo, la mayoría de los cuales estaban muy ocupados contemplando los incendios en el otro lado.

Dhamon miró de reojo a través de la oscuridad, luchando por permanecer consciente. La luz de las llamas no llegaba hasta este lado del barco. Señaló la proa.

—Veo la cuerda del ancla. Eso será nuestra escalera para subir.

—Tú no vas a ir —murmuró Fiona con voz ronca—. Estás sangrando.

—No estoy tan malherido —mintió él—. Y no pienso quedarme en el agua. Los tiburones no tardarán en aparecer. —Hizo una pausa—. Por desgracia, no tengo ninguna arma. Dejé las que cogí prestadas en la galera.

Feril condujo la barca hasta la cuerda del áncora. Usha cogió una soga de debajo del asiento central y la pasó alrededor de la cuerda del ancla de la chalupa.

—Esta vez no iremos a la deriva —anunció. Luego se inclinó hacia el centro del bote, para rebuscar dentro de algo. Al cabo de un momento, tendió a Dhamon dos dagas por encima de la borda—. La espada de Rig también está en esa galera incendiada. Pero vi que éstas sobresalían de sus botas, y no creo que le importe.

Dhamon sonrió ampliamente. Aunque estaba oscuro, distinguió los lirios incrustados de nácar en las empuñaduras; sin duda Rig se las había expropiado a un caballero de alto rango. Las guardó en su cinturón y empezó a trepar por la cuerda a toda velocidad, lo cual significó un gran esfuerzo para él; cuando llegaba a la barandilla, notó que alguien trepaba tras él.

Soltó un gemido al deslizarse por encima de la borda, y se llevó una mano al costado. Lo embargó una sensación de náusea. El dolor de las heridas era insoportable.

Fiona fue la siguiente. En cuanto pisó la cubierta, desenvainó la espada y miró hacia la hilera de hombres apoyados en la barandilla opuesta, que tenían los ojos puestos en los barcos que ardían. Feril se deslizó en silencio por encima de la barandilla, y echó una mirada a Dhamon. La sangre se escurría por entre sus dedos y descendía por el brazo procedente de otra profunda cuchillada. Le dedicó una mirada preocupada.

Sujetándose a la barandilla, el guerrero se incorporó y sacó las dagas del cinturón.

«Quédate aquí», le dijo ella, articulando las palabras en silencio.

Él negó con la cabeza y avanzó hacia el centro de la pequeña nave. Ésta tenía un único palo, y las velas estaban arriadas. Se movió sigiloso por entre las jarcias, seguido de Fiona y Feril, empuñando una daga en cada mano. Once hombres contra tres. La situación no les era demasiado favorable, se dijo, pero el enemigo desconocía la amenaza que acechaba a su espalda.

Buscó una pista que indicara quién era el subcomandante; pero, con las espaldas vueltas hacia él, no podía ver ningún galón ni insignia. Clavó la mirada en el hombre más fornido, el que tenía las espaldas más amplias, más alto que el resto. El primer objetivo. Pensó en gritar un desafío, pero la cautela lo hizo desistir. Era mejor seguir vivo con el honor empequeñecido, se dijo con ironía. Dhamon alzó la daga por encima del hombro.

—¡Rendíos! —El grito de Fiona cogió a Dhamon por sorpresa.

—Al diablo con el sigilo —masculló, mientras los hombres giraban en redondo. Siete de ellos, ataviados con la negra cota de mallas de los caballeros negros, desenvainaron espadas largas y alfanjes. Los otros cuatro eran marinos, y sus manos fueron inmediatamente en busca de cabillas y dagas.

—¡Somos los responsables de los incendios! —continuó la joven solámnica—. Y no dudaremos en incendiar también esta embarcación. Pero os concedemos la vida. No seáis tan estúpidos como vuestros camaradas. ¡Soltad las armas! ¡Rendíos a nosotros!

Los marinos vacilaron, uno de ellos echó una mirada por encima del hombro a las naves que ardían. El caballero fornido que Dhamon había seleccionado se lanzó al ataque. Dhamon aspiró con fuerza y arrojó una daga; la hoja se hundió en el cuerpo del hombre por encima de la cintura, y éste dio unos pocos pasos más antes de soltar la espada y desplomarse sobre cubierta.

Dhamon preparó la otra daga.

—¡Nosotros somos diez! —gritó uno de los caballeros—. Ellos, tres. Acabemos con ellos. —Se abalanzó sobre la solámnica, pero al punto cayó de bruces, llevándose las manos ala garganta. Emitió un alarido truncado antes de morir. La segunda daga de Dhamon había dado en el blanco.

—¡Sólo haremos esta oferta una vez más! —bramó Fiona—. Podéis rendiros y huir en la lancha para ir a ayudar a vuestros compañeros de los barcos incendiados... o podéis morir.

—¡Este barco también puede arder! —Las palabras provenían de la kender, que había trepado a cubierta. Sostenía una jarra en una mano, y el trapo introducido en su interior ardía.

Los hombres dedicaron una rápida mirada a los ruegos de las otras naves, y en cuestión de segundos sus armas cayeron sobre cubierta. Sólo dos caballeros se mantuvieron desafiantes, envainando las espadas en lugar de soltarlas. Fiona no insistió sobre el asunto, y Feril se adelantó veloz y apartó a patadas las armas para ponerlas fuera del alcance de los hombres.

—¿Hay otras personas bajo cubierta? —inquirió la joven solámnica.

Los hombres negaron con la cabeza.

—La Roja os quiere —indicó sarcástico uno de los caballeros de más edad. Señalaba a la kalanesti—. Es la elfa de los tatuajes. Mala suerte para vosotros. El dragón conseguirá lo que quiere. Siempre lo hace.

—No siempre. —Dhamon se adelantó y cogió la espada de uno de los caballeros muertos. Se sentía débil y mareado, pero obligó a sus labios a formar una fina sonrisa—. Consideraos afortunados de seguir con vida.

—¡No dejamos supervivientes en la galera! —añadió Feril.

Un caballero situado en la parte central de la hilera dio un paso al frente. Su espada seguía en su vaina, pero sus dedos se deslizaban hacia ella.

—¡No intentes nada! —chilló Ampolla. La kender se había colocado detrás de Fiona y sostenía la llameante jarra en dirección a las jarcias—. Y vienen más de los nuestros —añadió. Los sonidos de pies golpeando contra el casco reforzaron sus palabras. Al cabo de un instante, tres de los esclavos liberados aparecieron a su espalda con expresión amenazadora—. Si yo me encontrara en tu lugar —continuó—, escucharía a Fiona. Es diabólicamente buena con esa espada. Y yo empiezo a ser una experta en lo referente a incendios.

—¡Los que lleváis armadura tiradla! —ordenó la solámnica—. Vais a descender por la borda a la lancha. A menos que queráis que el bote se hunda en el fondo del puerto por el exceso de peso, será mejor que os desprendáis de ellas.

Lanzándoles miradas coléricas, los cinco caballeros se quitaron despacio las cotas de malla.

—¡Ahora pasad al otro lado y meteos en el bote! —La expresión de Fiona era sombría. Blandió la espada para dar mayor énfasis a sus palabras—. ¡Deprisa!

Los cuatro hombres que eran marinos, no Caballeros de Takhisis, fueron los primeros en obedecer. Sólo quedaron los cinco caballeros. El de más edad lanzó una mirada furiosa a la dama.

—Te cogerá, el dragón lo hará —escupió—. ¡Ella te hará pagar por esto!

Dhamon se adelantó hacia el hombre, señalando su espada.

—Yo me preocuparía por mi persona, si fuera tú. Dudo que la hembra de dragón recompense el fracaso. —Se mordió el labio inferior al sentirse mareado. El dolor lo ayudaba a mantenerse alerta, pero sabía que no aguantaría en pie mucho más tiempo—. ¡A la lancha! ¡Ahora!

El hombre abrió la boca para decir algo más, pero los caballeros situados a ambos lados lo sujetaron y lo obligaron a pasar al otro lado de la borda. El resto de los hombres los siguió. Fiona y Feril bajaron la lancha, y Ampolla arrojó la llameante jarra al agua por encima del otro extremo del barco.

Una vez que los hombres estuvieron en el bote, Dhamon avanzó dando traspiés hasta el mástil, se dejó caer contra él y resbaló hasta la cubierta. Apretó una mano contra el costado, cerrando los ojos.

—Fiona, cuando Jaspe despierte, podrías hacer que... —El resto de sus palabras se perdió.


Había amanecido cuando Dhamon, Rig y Groller abrieron los ojos. Los tres se encontraban en un camarote bien amueblado revestido con paneles de olorosa madera de cedro. Dhamon y Rig descansaban sobre lechos, y Groller, demasiado grande para uno de los estrechos colchones, reposaba en el suelo envuelto en mantas.

Todos ellos estaban vendados y lavados bajo sábanas limpias. Y toda una variedad de ropas se apilaban sobre una silla para que se las probaran; era todo lo que habían abandonado los marinos y los Caballeros de Takhisis.

—No he perdido a un solo paciente —declaró el enano, orgulloso. Jaspe estaba inmensamente satisfecho de sí mismo, y sonreía de oreja a oreja mientras paseaba—. Aunque debo admitir que no es que vosotros no lo intentarais. Dedicarse a pelear con tantos caballeros de la Reina de la Oscuridad... Eso fue una auténtica locura, si queréis mi opinión. —Les dedicó una risita—. Es asombroso la cantidad de sábanas y camisas que tuvimos que rasgar para conseguir vendas suficientes. Creo que perdisteis casi toda la sangre que teníais.

Dhamon fue el primero en ponerse en pie, aunque algo tembloroso. Las miradas de Rig y Groller se clavaron en la negra escama de su pierna. El caballero se dirigió despacio hacia la silla y empezó a examinar la ropa; seleccionó las prendas de tonos más apagados.

—Déjame esa camisa roja —indicó el marinero, mientras abandonaba el lecho con un esfuerzo—. ¿Te importaría explicar qué le sucedió a esa escama?

—Sí —respondió Dhamon conciso—. Me importa.

Groller se unió a ellos con suma lentitud.

—Ahora, que ninguno de vosotros empiece a moverse con demasiada rapidez —dijo el enano—, ¿entendido? Estuvisteis a menos de un paso de la muerte, y no quiero que mi meticuloso trabajo se vea desbaratado. O la obra de las señoras. Ellas colocaron la mayoría de los vendajes.

Dhamon se puso lentamente un par de polainas grises, lo bastante amplias para pasar por encima de las vendas de las piernas. Las vueltas le llegaban justo por encima de los tobillos. Luego se puso una camisa de hilo de color gris oscuro, ceñida con una faja negra. La ropa limpia producía una agradable sensación a su dolorido cuerpo.

Rig se quedó con la camisa roja. Confeccionada en seda, sus mangas voluminosas le caían bien. Escogió unos pantalones de cuero negros, empezó a ponérselos, y sonrió divertido al observar el dilema del semiogro. Nada era lo bastante grande para Groller.

El marinero agarró una larga camisa de dormir a rayas verdes y negras, la sostuvo a la altura de la espalda del semiogro e hizo una mueca. La sangre traspasaba el vendaje que rodeaba el pecho de Groller. Rig arrancó las mangas y entregó a Groller la prenda transformada.

El semiogro se la metió por la cabeza como pudo y probó la resistencia de las costuras. La prenda le llegaba por encima de las rodillas, y no se podía abrochar desde la mitad del pecho hasta arriba. Groller hizo un mueca de desagrado y sacudió la cabeza cuando vio su imagen reflejada en el espejo.

Jaspe tiró de la camisa para atraer la atención de su amigo. El enano se golpeó la sien con los gordezuelos dedos, sacudió la cabeza y frunció el entrecejo.

—Jas... pe di... ce que no debo preo... cuparme —tradujo Groller. El semiogro soltó una risita y bajó la vista hacia sus piernas desnudas, cada una con un grueso vendaje—. Pero Jas... pe tiene ropas que le van bien. Jas... pe tiene zapa... tos.

—Tus botas se están secando —respondió el enano, a pesar de saber que Groller no podía oírlo—. Estaban empapadas de sangre. Usha las lavó. Usha también sabe coser y te arreglará alguna cosa. Estoy seguro de que tardaremos días en llegar a Dimernesti, dondequiera que eso esté. Ella te preparará algo que te vaya bien.

—Sé dónde se encuentra Dimernesti... al menos si es que el Custodio me dio las instrucciones correctas. —Rig se contemplaba en el espejo con marco de arce que colgaba entre las dos camas. Paseó la mirada por la estancia. El interior de madera estaba lacado y encerado hasta lanzar un brillo suave, y el mobiliario, clavado al suelo, era caro y con incrustaciones de latón. Supuso que se encontraban en el camarote del segundo piloto o contramaestre.

Jaspe señaló una mesa en el otro extremo. Sobre ella había una vitrina de cristal biselado rebosante de pergaminos enrollados.

—Mapas náuticos —dijo el enano—. Fiona encontró uno con la costa de Khur y lo dejó extendido y listo.

—¿Está ella bien? —Rig dirigió al enano una mirada preocupada.

—Unos cuantos cortes que ya curé, y gran cantidad de moratones que tendrán que curarse solos. Feril y Usha están en perfectas condiciones... ahora. Me ocupé de ellas esta mañana. Tuvieron que esperar. Vosotros tres os llevasteis todas mis energías anoche. Ampolla no recibió ni un rasguño.

—¿Y por qué pondrían todos los mapas en el camarote del contramaestre? ¿Por qué no en el del capitán?

«Porque éste es el del capitán», repuso Jaspe para sus adentros.

Rig se encaminó hacia la mesa y echó una mirada al mapa.

—¿Cuánto tiempo he permanecido sin sentido? —preguntó—. ¿Cuánto hace que navegamos? ¿Recogisteis a algunos caballeros de la Legión de Acero en la ciudad para que ayudaran a tripularla?

—Haz las preguntas de una en una —contestó el enano—. Navegamos desde anoche. Las damas nos pusieron en marcha en cuanto os hubieron bajado aquí. Los antiguos esclavos de la galera, las tres docenas, se turnan para tripular la nave y dormir en la bodega. Exigieron acompañarnos como pago por su libertad.

—Tres docenas. Apenas suficientes para una carraca. Necesitaremos como mínimo el doble.

—En realidad —dijo Jaspe en tono quedo—, eso es casi el doble de lo que necesitamos.

—Será mejor que suba enseguida. —El marinero no le había oído—. Este barco necesita un auténtico capitán.

—Lo cierto —siguió Jaspe en un tono algo más alto— es que Ampolla estaba al timón cuando miré hace unos minutos.

Rig gimió y se dirigió a la puerta, sujetándose para no caer en medio del balanceo y cabeceo de la nave. Salió al corredor. Paneles de madera de teca relucían bajo la luz de una linterna que quemaba aceite perfumado. Se trataba de un pasillo estrecho, con tan sólo otras cuatro puertas. Tenía que existir otra forma de llegar al resto del barco, se dijo el marinero mientras caminaba hacia la escalera que conducía arriba. Groller y Dhamon lo siguieron.

—No recuerdo gran cosa después de que los hombres de la Reina de la Oscuridad me derribaran anoche —dijo el marinero con una voz que era poco más que un susurro, volviéndose hacia Dhamon al llegar al pie de la escala—. Pero sí sé que Fiona dijo que tú impediste que ellos me remataran. También salvaste a Groller. —Era lo más parecido a un «gracias» que Rig estaba dispuesto a ofrecer a Dhamon.

—Bueno, no me deis las gracias todos a la vez por haberos curado —rió Jaspe por lo bajo, cerrando la puerta—. Al menos las señoras fueron mucho más amables. —El enano bostezó y se rascó sus propios vendajes. Contempló las camas, escogió la de aspecto más blando que Rig había abandonado, y se instaló en ella. Cerró los ojos, sintiendo cómo la nave se balanceaba sobre las olas, y no tardó en quedarse dormido.

En cubierta, Rig aspiró con fuerza para llenarse los pulmones con el agradable aire marino. A quien primero distinguió fue a Fiona, que se encontraba cerca del timón, vestida con unas polainas holgadas de color negro y una inmaculada camisa blanca dos tallas más grande que se agitaba e hinchaba a su alrededor como una vela. Su roja cabellera ondeaba a impulsos de la brisa. Ampolla estaba delante de ella, de pie en un cajón y manejando el timón. La kender, que llevaba una camisa de un vivo color amarillo ceñida a la cintura y larga hasta los tobillos, se las apañaba muy bien para mantener el rumbo de la nave. El marinero decidió dejar que continuara un poco más.

Dhamon pasó rápidamente junto a Rig en dirección a Feril, que estaba en la proa. La kalanesti se dejaba acariciar por el viento, los cabellos alborotados alrededor del rostro. Canturreaba algo, y Dhamon permaneció inmóvil durante unos instantes y escuchó. La elfa llevaba una camisa verde pálido del color de la espuma marina, a la que había arrancado las mangas. Vestía también unas polainas de un verde más oscuro que había recortado justo por encima de las rodillas. Una venda le rodeaba uno de los brazos, y otra hacía lo mismo en un tobillo, que aparecía terriblemente hinchado. Se volvió hacia él.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó.

—Sobreviviré —respondió Dhamon, asintiendo.

—Doy gracias por ello... aunque me sorprende —repuso Feril—. Pero lo cierto es que me sorprende que todos hayamos sobrevivido a eso. --Se apartó para hacerle sitio. A sus pies se extendía un bauprés que a Dhamon le recordó una lanza—. La nave se llama Narwhal, y no creo que perteneciera a los Caballeros de Takhisis. Fiona piensa que es una embarcación de cabotaje, un pequeño mercante. Es hermosa. Los caballeros probablemente se apoderaron de ella porque sin duda resulta valiosa. Alguien invirtió mucho acero en este barco.

—Es un poco pequeña para el océano —comentó Dhamon. Se encontraba casi pegado a la kalanesti, con el viento agitando sus negros mechones.

—Resulta confortable —objetó Feril—. He estado pensando, Dhamon, y hablando con Jaspe. Sobre el perdón. Sobre un montón de cosas. —Se recostó en él, y él alzó el brazo como si fuera a pasárselo por el hombro, pero luego lo dejó caer al costado.

«Maté a Goldmoon —pensó—. No merezco ser feliz.»


Tras dar los buenos días a Fiona, Rig echó una detenida mirada por la cubierta. Usha, que se hallaba sentada contra el palo mayor —el único palo— reparando una vela de repuesto, alzó la vista, saludó y sonrió.

«Un solo mástil», se dijo Rig.

—Esta no es una de las carracas —siguió en voz alta, dándose cuenta del auténtico tamaño de la nave.

—No. Todas se incendiaron. —Fiona se aproximó por detrás, le rodeó con los brazos la cintura y reclinó la cabeza en su cuello—. Pero sin duda no estabas despierto para verlas arder. Iluminaron el cielo kilómetros y kilómetros.

—Un mástil. Unos ocho metros de eslora como máximo —dijo él—. Es la chalupa.

—Siete. Ampolla lo midió.

—Maravilloso.

—Al menos tenemos un barco —lo consoló ella—. La única embarcación que no se incendió. Y es preciosa.

—No —refunfuñó Rig en voz baja. Meneó la cabeza y cerró los ojos—. No tenemos un barco, Fiona. Tenemos una barca.

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