6 Perspectivas sombrías

—¿Quieres matarlo, ¿verdad?

—Fiona, en ocasiones es en lo único que pienso —respondió Rig, encogiéndose de hombros—. Parte de mí lo considera responsable de la muerte de Shaon. El dragón que la mató... Bueno, el dragón y Dhamon habían formado equipo en una ocasión. Y Goldmoon. ¿Cómo no voy a querer buscar venganza?

—¿Qué es lo que quiere la otra parte de ti? —La joven Dama de Solamnia clavó la mirada en los oscuros ojos del marinero.

La pareja conversaba en voz queda mientras permanecía sentada en el tronco de sauce y montaba guardia sobre sus dormidos compañeros. El marinero había rechazado la oferta del enano para alternarse con él en la vigilancia, porque deseaba que Jaspe descansara todo lo posible. Y, tras el relato de Groller sobre Feril y la serpiente, Rig prefirió que la kalanesti no vigilara sola; temía que echara a andar y decidiera quedarse a vivir en el pantano. O que confundiera un caimán hambriento con uno amistoso debido a aquella sonrisa suya tan peculiar. Groller y el lobo se harían cargo de la vigilancia justo antes del amanecer, dentro de unas pocas horas. Aquello dejaba libre a Fiona, que había decidido hacer compañía al marinero.

—¿La otra parte? —Rig lanzó una risita ahogada—. La otra parte se limita a querer retorcerle el pescuezo a Dhamon... después de que nos explique por qué nos atacó y mató a Goldmoon. Quizá Palin tenga razón y la escama sea la responsable. Pero Palin también puede equivocarse. Los hechiceros no siempre tienen razón. ¿Sabes?, casi me caía bien Dhamon. A veces incluso lo admiraba. E imagino que..., tal vez, una pequeña parte de mí quiere que resulte inocente.

El Custodio se había puesto en contacto con ellos poco después del anochecer, apareciendo mágicamente como un espectro en el centro de su campamento para anunciar que habían localizado a Dhamon Fierolobo y su alabarda. El antiguo caballero iba de camino a unas ruinas de un poblado ogro llamado Brukt. Gilthanas y Silvara estaban ya en camino para alcanzarlo; pero, teniendo en cuenta el extenso territorio que tenían que atravesar, Rig y los otros podrían llegar allí antes que el Dragón Plateado sin que para ello se desviaran demasiado de su ruta original.

Más allá de Brukt se extendía el Yelmo de Blode, y el viejo poblado ogro se encontraba cerca de la quebrada de Pashin. Tras encargarse de Dhamon —de un modo u otro— podían atravesar las montañas hasta Khur, alquilar un barco en algún lugar de la costa, y zarpar en dirección a Dimernesti. El Custodio explicó que intentaba averiguar la posición exacta del reino submarino de los elfos.

—Espero que lo hayas localizado ya cuando lleguemos a Khur —le había contestado Rig—. No quiero que este viaje por el pantano resulte inútil.

—Nos espera un largo día, mañana —dijo Fiona—. Y el siguiente. Y el siguiente. —Se limpió el barro del peto—. Hemos de recorrer más terreno del que hemos recorrido, si queremos tener una posibilidad de atraparlo. ¿Crees que maese Fireforge podrá resistirlo?

—Jaspe es fuerte. Lo conseguirá. Pero tú... deberías pensar en dejar esa armadura aquí —aconsejó él. Señaló el saco de lona que guardaba el resto de su metálica vestimenta—. Es pesada, y arrastando todo eso durante dos horas más cada día sólo conseguirás agotarte con mayor rapidez. No podemos permitir que unos pedazos de metal nos retrasen.

—Hasta ahora me las he apañado. Unas cuantas horas más al día no importarán.

—Si tú lo dices.

—Además, la armadura es parte de lo que soy. La parte más importante.

Rig fue a decir algo más, pero un ruido sordo en dirección sur lo interrumpió. Se parecía al resoplido de un caballo de gran tamaño, y lo que fuera que lo había producido se acercaba. Se llevó un dedo a los labios, desenvainó la espada, e hizo una seña a Fiona para que no se moviera; luego desapareció entre el follaje sin darse cuenta de que ella lo había seguido.

La vegetación era tan espesa que apenas podían ver a más de un metro de distancia; aun así, el sonido se tornó más nítido con cada metro que avanzaban. El marinero se movía despacio, comprobando el suelo que tenía delante antes de apoyar un pie.

Se encontraban a unos cien metros de distancia del campamento cuando descubrieron un claro ante ellos. La única luna blanquecina de Krynn brillaba sobre un pequeño estanque cubierto de musgo, bordeado por media docena de seres grotescos.

—Dracs —susurró Rig a Fiona—. Dracs negros.

La joven solámnica los contempló con mirada de asombro. Había oído hablar de ellos en los relatos de Rig y Feril sobre su combate con los dracs con los que habían tropezado inopinadamente en la guarida de Khellendros meses atrás en los Eriales del Septentrión. Pero sus descripciones no habían hecho justicia a las criaturas. La luna de Krynn las mostraba en todo su monstruoso horror.

La mitad de aquellos seres tenían una figura vagamente humana con amplias alas parecidas a las de un murciélago, cuyas puntas rozaban la parte superior de los helechos lenguas de ciervo. El hocico, de aspecto equino, estaba cubierto de diminutas escamas negras, escamas que eran mayores en el resto del cuerpo y centelleaban siniestras a la luz de la luna. Los ojos eran de un amarillo opaco, al igual que los colmillos; las garras, largas, curvadas y afiladas. Una fina cresta de escamas se iniciaba en la parte posterior de la cabeza y finalizaba en la base de la delgada cola serpentina.

La luz era demasiado débil para comprobar si los otros tenían el mismo aspecto de estos tres. Los sonidos que emitían carecían de toda pauta que pudiera insinuar una especie de lenguaje; más bien recordaban los gruñidos de una piara de cerdos.

Cuando el resto quedó iluminado por la luz lunar, Rig y Fiona descubrieron que estos tres eran diferentes de sus compañeros. Uno poseía alas, pero eran cortas, festoneadas e irregulares, y se extendían desde los omóplatos de la criatura hasta encima de la cintura. La cabeza era más humana que equina, y largos cuernos crecían hacia arriba desde la base de la mandíbula. Los brazos eran cortos, terminados en garras deformes en el punto donde debieran haber estado los codos, y la cola era bífida y gruesa.

Los otros dos eran los de mayor tamaño, de dos metros y medio de altura por lo menos. La piel parecía correosa, sin rastro de escamas o alas, aunque había unas protuberancias deformes en los omóplatos. Eran de un negro mate, sin nada que brillara en el cuerpo, y la cabeza parecía demasiado grande para el cuerpo. El largo hocico lucía dientes curvos de longitudes muy desiguales que impedían que la boca se cerrara por completo. Un hilo de baba descendía del que poseía el hocico más largo y desaparecía entre los helechos con un chisporroteo. «Ácido», se dijo Rig. Los brazos eran más largos de lo que correspondía al cuerpo, y recordaban al marinero los babuinos que había visto en su juventud en la isla de las Brumas.

—Sssí, bebed —siseó el cabecilla de los dracs—. Bebed, pero deprisa. Tenemos un trabajo importante esta noche.

Los dos dracs con aspecto de primates se acercaron a la poco profunda agua, y los ojos de Rig se abrieron de par en par. Los brazos no terminaban en garras: eran como serpientes terminadas en cabezas con colmillos, que lamían ansiosas el agua estancada.

Los dedos del marinero se cerraron alrededor de la empuñadura de la espada. Sin duda los seres eran malignos, como el drac azul al que se había enfrentado. Sabía que su obligación era atacarlos y eliminarlos, para impedir que infligieran daño a otros. Lo sabía... pero aflojó la mano e hizo una seña a Fiona para que retrocediera.

Desde una distancia más segura, observaron cómo los tres dracs y las tres criaturas grotescas bebían hasta hartarse y luego se encaminaban al oeste.

—Podríamos haberlos sorprendido —le musitó ella cuando estuvo segura de que los seres estaban lo bastante lejos—. Son criaturas horrorosas.

—Tal vez podríamos haberlo hecho —respondió Rig con calma. «Quizá debiéramos haberlo hecho», se dijo mentalmente; luego siguió en voz alta:— Pero allí atrás hay otras tres personas en el claro, y soy responsable de ellas. Y tenemos otras prioridades: Dhamon, la alabarda, la corona de Dimernesti. No podía arriesgarme a poner en peligro nuestra misión. —Interiormente añadió: «Rig Mer-Krel, has cambiado. Y no estoy seguro de que sea para mejorar».


Era bien entrado el mediodía cuando los pelos del lomo de Furia se erizaron. El lobo pegó las orejas contra la cabeza, y sus labios se crisparon; arañó el suelo nerviosamente con una pata.

Groller fue el primero en observar el desasosiego de su compañero del reino animal. Hizo señas a Rig, e indicó al lobo. El semiogro ahuecó la mano y recogió aire, que luego se llevó a la nariz, e inhaló profundamente.

—El lobo huele algo —anunció Rig.

—También yo huelo algo —susurró Feril—. Algo no huele bien.

—Nunca creí que algo oliera bien en este lugar —añadió Jaspe.

Fiona sacó su espada y se colocó junto a Rig. Éste había estado conduciendo al pequeño grupo en la dirección en que, según el Custodio, encontrarían las ruinas del poblado ogro, pero éstas debían de estar aún a un día de distancia.

—Voy a explorar —informó Rig con voz queda—. Puedes acompañarme si dejas ese saco con la armadura.

La mujer lo dejó caer en el lugar más seco que encontró.

—Yo también iré —ofreció Feril.

—La próxima vez —respondió Rig con una mueca.

Groller miró al marinero y se llevó ambas manos a la boca; las puntas de los dedos tocaron y cubrieron los labios. Luego las dejó caer a los costados, como si desechara algo.

El marinero asintió. «No te preocupes —indicó sacudiendo la cabeza y haciendo girar las manos ante la frente—. No haré ningún ruido.» Sacó su alfanje, indicó con un gesto a Fiona que lo siguiera, y desapareció en un santiamén.

—¿Crees que se trata de Dhamon? —inquirió Jaspe en voz tan baja que Feril tuvo que inclinarse sobre él para oírlo.

—No estamos tan cerca de las ruinas —respondió.

—Ya, pero...

—Muy bien, vayamos a averiguarlo —dijo Feril, y se dispuso a seguir el rastro dejado por Rig y Fiona.

Jaspe hizo intención de ir tras ella, pero la mano de Groller cayó pesadamente sobre su hombro. El semiogro hizo girar los dedos para señalarlos al enano y a él y luego indicó el suelo.

—Ya, Rig quiere que nos quedemos aquí —musitó Jaspe, y asintió con la cabeza para indicar que comprendía. Luego extendió las manos frente al pecho, como si sostuviera las riendas de un caballo, expresándose con gestos—. ¿Quién ha puesto a Rig al mando? —preguntó—. Yo quiero ir a ver.

Groller se encogió de hombros, levantó del suelo el saco de Fiona y siguió al enano. El lobo gruñó por lo bajo, mientras avanzaba con paso quedo tras ellos.

Rig, Fiona y Feril se encontraban más adelante, agazapados tras un bancal de espigados juncos. Más allá de donde estaban había cuatro criaturas reptilianas que conducían a un grupo de elfos de aspecto lastimoso por un bosquecillo de chaparros.

—Hombres con escamas —susurró Feril—. Pero no parecen dracs.

Las cuatro criaturas eran verdes y estaban cubiertas por gruesas escamas en relieve. Tenían la espalda encorvada y un torso abultado cubierto con placas correosas de un verde más claro. La cabeza era parecida a la de un caimán, encaramada en un cuello muy corto. Tres de ellos llevaban lanzas festoneadas con plumas naranjas y amarillas, y conversaban entre sí en una lengua desconocida. El cuarto sostenía una larga enredadera sujeta al grupo de prisioneros.

—Los elfos son silvanestis —indicó Fiona en voz baja—. He contado una docena. —Feril asintió.

Los rubios elfos estaban atados unos a otros con la enredadera a modo de soga; una enredadera espinosa que se les hundía en la carne y rodeaba muñecas y tobillos. Los prisioneros estaban demacrados, y las pocas ropas que conservaban estaban hechas jirones y mugrientas.

Sin decir una palabra, Jaspe introdujo la mano en su saco y sacó el Puño de E'li. El cetro se acomodó perfectamente a su mano. La mirada de Rig se cruzó con la suya, y también él se alzó de detrás de los matorrales, empuñando la espada. Arremetieron contra las criaturas, y Furia pasó corriendo junto a ellos como una nebulosa forma rojiza.

Fiona no tardó en seguirlos. Groller soltó el saco de lona, se llevó la mano a la cabilla, y se abrió paso por entre los arbustos. Detrás de ellos, oculta todavía entre los juncos, Feril había cerrado los ojos. Sus dedos jugueteaban con las hojas de las plantas como un músico acariciaría las cuerdas de un arpa. Dejó que su mente penetrara en la ciénaga y empezó a canturrear.

El lobo chocó contra la primera criatura reptiliana, a la que derribó sobre las juncias.

Rig atacó al que se encontraba justo detrás, y se agachó para esquivar la estocada de la lanza que empuñaba el ser, al tiempo que lanzaba su machete al frente. El arma se hundió en el muslo de la criatura, del que brotó un chorro de negra sangre; sin embargo, el reptil no emitió el menor sonido y ni siquiera parpadeó, por lo que Rig maniobró para encontrar una mejor oportunidad.

Fiona interceptó sin problemas el ataque de una tercera criatura y lanzó una cuchillada al blindado abdomen, pero el adversario se movió con rapidez, a pesar de su tamaño, y esquivó con facilidad el golpe.

Rig evitó por muy poco una lanzada bien dirigida. Su arma desvió el siguiente ataque, en tanto que los dedos de la mano libre se introducían en su cinturón y sacaban tres dagas. Arrojó los cuchillos contra el oponente de Fiona.

—¡Sí! —exclamó. Las dos primeras dagas se hundieron en el pecho del ser, pero la tercera falló el objetivo.

—¡Gracias, pero puedo ocuparme de mis propios combates! —le gritó la joven solámnica.

—Sólo intentaba ayudar —replicó él mientras hacía una finta a la derecha, antes de clavar la espada en el costado de su adversario. La criatura siseó y lanzó una lluvia de viscosos escupitajos al rostro del marinero; el extremo de la lanza del hombre lagarto golpeó con fuerza el estómago de Rig, y éste cayó de espaldas, aturdido, al tiempo que sacaba otras tres dagas.

La criatura reptiliana a la que se enfrentaba Fiona luchó por incorporarse, mientras chorros de sangre negra brotaban de sus heridas.

—¡Ríndete! —gritó ella, esperando que pudiera comprender su lengua.

El otro negó con la cabeza, pero ella empezó a agotarlo, moviéndose de un lado a otro y lanzándole estocadas.

Entretanto, Groller luchaba con la criatura lagarto que había llevado sujetos a los elfos cautivos. El semiogro blandía su cabilla a la vez que intentaba esquivar la larga daga curva de su enemigo. Jaspe también estaba muy ocupado, con el Puño en la mano derecha, distrayendo al ser con sus gritos y giros.

El reptiliano no era enemigo para ambos. El semiogro descargó la cabilla contra un costado de la cabeza del ser, y Jaspe sonrió de oreja a oreja al escuchar crujir el hueso.

El ser lagarto cayó de rodillas y se desplomó contra el suelo, al tiempo que Jaspe y Groller saltaban a un lado para esquivarlo.

Entre los juncos, a más de doce metros de distancia, los dedos de Feril seguían acariciando las largas hojas.

—Deja que éste viva, Furia --musitó. Sus sentidos corrieron más allá de los juncos y fueron a flotar sobre las juncias dirigiéndose hacia el lobo.

Las mandíbulas de Furia estaban ennegrecidas por la sangre de la criatura; se había dedicado a asestar dentelladas al estómago del hombre lagarto, mordiendo a través de las gruesas placas de piel y sin dejar de mantener a su adversario de espaldas contra el suelo. Sin darle respiro, el lobo se introducía como una exhalación bajo sus zarpas y le asestaba dentelladas.

—Deja que éste viva. —El canturreo de Feril se hizo más sonoro, sus sentidos rozaron las puntas de las juncias, y las hojas cercanas al lobo y a la criatura empezaron a retorcerse, al azar en un principio, y luego con un propósito. Se enroscaron alrededor de los brazos y piernas del ser y lo inmovilizaron sobre el suelo húmedo; aun así, ni una de ellas tocó al lobo.

¡Furia! --llamó Feril mientras distanciaba sus sentidos.

El animal levantó la cabeza, el hocico chorreante, y se encaminó a grandes saltos hacia el reptiliano con el que luchaba Rig. El marinero tenía una daga entre los dientes y dos más en la mano izquierda; en la derecha sostenía el alfanje. Retrocedió unos pasos y arrojó las dos dagas de la mano izquierda al ser que tenía delante. Sin embargo, sólo una alcanzó el objetivo y penetró en el estómago del reptiliano.

—Estoy perdiendo puntería —maldijo el marinero, mientras cogía la daga que tenía entre los dientes.

Furia saltó sobre la criatura y cerró las mandíbulas con firmeza sobre la muñeca de ésta, lo que impidió que pudiera arrojar la lanza. Rig aprovechó la oportunidad y blandió la espada contra el ser. Salpicado de sangre negra, el marinero retrocedió para contemplar cómo aquella cosa se desplomaba pesadamente de espaldas entre horribles convulsiones. Furia saltó sobre el pecho del reptiliano y le desgarró la garganta.

Rig se giró y descubrió a Fiona asestando mandobles al hombre lagarto superviviente. La mujer se agachó para evitar un débil lanzazo, y su larga espada rebanó la cintura de su adversario, que emitió el primer grito de dolor que les escuchaban proferir. Fiona soltó el arma de un fuerte tirón; luego la lanzó al frente y arriba, y acabó limpiamente con el ser.

—¿Lo ves? No necesitaba ayuda —declaró la dama, en tanto que liberaba la espada y la frotaba contra la hierba para limpiar la sangre.

Rig tocó a Fiona en el hombro y le indicó a Feril y Groller. La kalanesti y el semiogro se dedicaban a desatar las enredaderas que sujetaban a los prisioneros. El marinero y la solámnica se encaminaron hacia ellos.

—No tenemos palabras para daros las gracias —les dijo una elfa de aspecto demacrado. Sus ojos se clavaron en los de Rig—. Habíamos perdido toda esperanza.

Rig y Fiona se unieron a la tarea de retirar con sumo cuidado las ramas cargadas de espinas que habían esposado a los prisioneros. Jaspe volvió a guardar el Puño en el saco, se acercó lentamente a estudiar las heridas de los elfos, y meneó la cabeza.

—Las espinas, este lugar... —dijo entristecido—. Esta gente necesita ayuda. La mayoría de las heridas están infectadas. Tardaré algún tiempo, si es que puedo hacer algo.

—Yo te ayudaré —ofreció Feril—. No importa el tiempo que haga falta.

—No nos sobra el tiempo —intervino el marinero—. Hemos de apresurarnos para localizar Brukt. Y a Dhamon.

—Estas personas necesitan descanso y cuidados —insistió el enano—. No pienso abandonarlas en estas condiciones.

Los ojos de la kalanesti taladraron los del marinero.

—Ninguno de nosotros los abandonará así —dijo.

—Sabemos dónde se encuentra Brukt —manifestó la mujer escuálida—. Podríamos guiaros hasta allí. Os debemos la vida.

—En ese caso conducidnos cuando os hayamos curado —respondió Feril.

—¿Cuánto tiempo vamos a tardar con esto? —preguntó Rig en voz baja a la kalanesti. Señaló en dirección este—. Nos quedan unas pocas horas de luz y...

Los ladridos de Furia lo interrumpieron. El lobo perseguía a la única criatura lagarto superviviente, la que Feril había atrapado con la ayuda de la vegetación. Al interrumpir la concentración, las plantas habían soltado al escamoso prisionero.

—¡Necesitamos a ése con vida! —le gritó Feril a Rig, que corría en pos del fugitivo—. Necesitamos respuestas a algunas preguntas.

El marinero acortó distancias y golpeó violentamente a la criatura en la espalda. El hombre lagarto cayó de bruces, y Rig se arrojó sobre él en un instante, lo hizo girar sobre sí mismo y se sentó sobre su pecho. Un cuchillo centelleó en el aire.

—¡Vivo! —aulló Feril.

—¡En ese caso será mejor que hagas tus preguntas deprisa! —contestó él a grandes voces—. Puede que esta cosa no viva mucho más tiempo.

El marinero apoyó la daga contra la garganta del hombre lagarto, y fijó la mirada en sus negros ojos.

—La señora desea un poco de información —escupió—. Será mejor que comprendas nuestra lengua.

—Comprendo... vuestras palabras... algunas. —La voz del ser era áspera.

—¿Ante todo, qué eres? —exigió Rig mientras esperaba a la kalanesti.

El escamoso entrecejo de la criatura se frunció en expresión perpleja.

—No eres un drac. ¿Qué eres?

—Bakali —respondió al cabo de un instante.

—Nunca oí hablar de los bakalis —farfulló Rig—. ¿Qué es un bakali?

—Yo bakali —repuso la criatura.

—Eso no es lo que yo...

—¿Qué se supone que iba a sucederles a estos elfos? —interrumpió Feril.

El marinero apretó el cuchillo con más fuerza contra la garganta del bakali, y un hilillo de sangre negra apareció bajo el filo.

—Suelta esa lengua bífida tuya, bakali —ordenó, no muy seguro de cómo se pronunciaba la extraña palabra—. Contéstale.

—Dracs —replicó él—. Señora Onysablet quiere elfos convertidos en dracs.

—Eso sólo funciona con humanos —dijo el marinero—. Lo sabemos. Así que piensa otra respuesta.

—Dracs —insistió la criatura—. Abominaciones. Humanos hacen dracs perfectos. Elfos, ogros hacen abominaciones de dracs. Horribles, corruptos.

—Las criaturas del estanque —musitó Fiona.

—Señora Onysablet quiere abominaciones. Le gustan las cosas corrompidas.

—¿Hay más elfos cautivos en otros sitios? —Feril se aproximó más—. ¿Humanos? ¿Ogros?

—No sé —respondió la criatura—. A mí no importa.

—Así pues, ¿adonde los llevas? —preguntó Rig.

—Profundidades pantano. Señora Onysablet nos encuentra allí, coge prisioneros. Nosotros cazamos más. Regresamos profundidades pantano. Nuestras vidas son un círculo alrededor del dragón.

—¿Hasta dónde hay que adentrarse en el pantano? —Ahora era el turno de Jaspe.

—No sé. —La criatura intentó encogerse de hombros—. Hasta que señora Onysablet aparece.

—Salgamos de aquí —sugirió el enano—. Si el dragón se presenta...

—Sí —asintió Rig—. Si el dragón se presenta, estamos muertos.

—O seréis abominaciones —añadió la mujer demacrada, señalando a Feril y Groller.

De un solo tajo, Rig degolló a la criatura; luego se incorporó y bajó la mirada hacia la negra sangre que cubría gran parte de sus ropas.

—No tenías que matarlo —susurró Jaspe, en tanto que Feril reunía a los elfos y empezaba a atenderlos—. Cooperó.

—Si el dragón aparece, es mejor que no encuentre mas que cadáveres. Los muertos no hablan, amigo mío. Ahora mira si puedes ayudar a Feril, para que podamos ponernos en marcha.

Загрузка...