VIII ENTRE LAS ORÁCULOS

Hissune descubre ahora muy a menudo que una aventura exige inmediata explicación mediante otra. Y al terminar el sombrío aunque instructivo relato del asesino Sigmar Haligome, comprende en gran medida las funciones de los actos del Rey de los Sueños. Pero por lo que respecta a las oráculos, esos intermediarios entre el mundo de los sueños y el mundo real, Hissune sabe muy poco. Nunca ha consultado a una oráculo. Considera sus sueños más como hechos teatrales que como mensajes de guía. Ello está en contra de la tradición espiritual del mundo, e Hissune lo sabe, pero él hace y piensa muchas cosas que están en contra de las tradiciones. Él es como es, un niño de las calles del Laberinto, atento observador de su mundo pero no incondicional practicante de todas las normas.

En Zimroel existe, o existió, una famosa oráculo llamada Tisana, que Hissune conoció mientras asistía a la segunda ceremonia de coronación de lord Valentine. Era una mujer gorda y vieja natural de Falkynkip, y sin duda alguna desempeñó cierto papel en el redescubrimiento de la identidad perdida de lord Valentine. Hissune no sabe nada al respecto, pero recuerda con cierto malestar los penetrantes ojos, la fuerte y vigorosa personalidad de la anciana. Por razones desconocidas, Tisana se encariñó con el jovencito Hissune: ve a la mujer junto a él, recuerda que pensó, serás un enano al lado de ella y deseó que Tisana no tuviera la idea de abrazarle, porque seguramente le habría aplastado en su vasto pecho. Después Tisana dijo: «¡Aquí tenemos otro principito perdido!» ¿Qué significado tenían esas palabras? Una oráculo sabría la respuesta, piensa Hissune de vez en cuando, pero todavía no se ha decidido a consultar a una. Se pregunta si Tisana habrá dejado una grabación en el Registro de Almas. Examina los archivos. Sí, sí, hay una. La solicita y no tarda en descubrir que se grabó durante una época anterior de la vida de la oráculo, quince años antes, cuando estaba aprendiendo su oficio, y no hay más grabaciones de ella. Hissune está a punto de rechazar la cápsula. Pero el sabor de Tisana se rezaga en la mente del joven al cabo de unos instantes de grabación. A lo mejor aprendo algo de ella, decide Hissune, y vuelve a ponerse el casco para que el alma vehemente de la joven Tisana entre en su conciencia.


La mañana del día anterior a la Prueba de Tisana empezó a llover de repente, y todas salieron corriendo de la casa capitular para verlo: novicias, comprometidas, consumadas y tutoras, e incluso Inuelda, la vieja oráculo-superiora. La lluvia era un acontecimiento en el desierto de la llanura de Velalisier. Tisana salió con las demás, y contempló las gotas, gruesas y transparentes, que caían siguiendo un inclinado curso del solitario nubarrón de oscuros bordes suspendido sobre el capitel de la casa capitular, como si estuviera trabado a ella. Las gotas cayeron en el reseco suelo de arena con audible impacto; manchas oscuras cada vez más grandes, curiosamente distantes, se formaron en la arena de tenue color rojizo. Novicias, comprometidas, consumadas y tutoras se despojaron de sus mantos y retozaron bajo la lluvia.

—La primera desde hace más de un año —dijo alguien.

—Un augurio —murmuró Freylis, la comprometida que era íntima amiga de Tisana en la casa capitular—. Tendrás una Prueba fácil.

—¿De verdad que crees en esas cosas?

—Cuesta tanto ver buenos augurios como ver malos augurios —dijo Freylis.

—Un lema provechoso para una intérprete de sueños —dijo Tisana, y ambas se echaron a reír. Freylis tiró de la mano de Tisana.

—¡Acompáñame a brincar ahí fuera! —instó a Tisana.

Tisana movió la cabeza de un lado a otro. Se quedó al amparo del voladizo, y los tirones de Freylis fueron en vano. Tisana era una mujer alta, robusta, huesuda y fuerte. Freylis, frágil y menuda, era como un pájaro comparada con ella. Brincar bajo la lluvia no convenía al estado de ánimo de Tisana. Mañana llegaría el clímax de siete años de instrucción. Todavía no tenía la menor idea de lo que iban a exigirle en ese ritual, mas estaba perversamente convencida de que la declararían no apta y, para mayor desgracia, tendría que regresar a su lejana ciudad natal. Temores y negros presentimientos eran un lastre de plomo en su espíritu, y brincar en esas condiciones era una increíble frivolidad.

—¡Mira! —gritó Freylis—. ¡La superiora!

Sí, incluso la venerable Inuelda se hallaba bajo la lluvia. Danzaba con majestuoso abandono, describiendo círculos fluctuantes pero ceremoniosos, con los enjutos brazos extendidos y la cara levantada hacia el cielo en un gesto de éxtasis. Y era una anciana canosa, demacrada y arrugada. Tisana sonrió al verla. La superiora avistó la furtiva mirada de la comprometida, hizo una mueca y gesticuló, igual que si animara a una niña enfurruñada a que participara en el juego. Pero la superiora había pasado su Prueba hacía muchísimos años, y debía haber olvidado que eran momentos terribles; no cabía duda de que era incapaz de comprender la sombría preocupación de Tisana ante la difícil experiencia de mañana. Tras un imperceptible gesto de excusa, Tisana dio media vuelta y entró en el edificio. Oyó a su espalda el brusco tamborileo del fuerte chaparrón, y después un silencio total. La extraña tormenta había terminado.

Tisana entró en su celda, agachándose para pasar bajo el bajo arco de pétreos bloques azules, y se apoyó un instante en la tosca pared para liberarse de la tensión. La celda era diminuta, apenas suficiente para contener un colchón, una jofaina, un armario, una mesa de trabajo y una pequeña estantería. Y Tisana, sólida y corpulenta, dotada del cuerpo robusto y saludable de la campesina que había sido, casi llenaba la habitación. Pero se había acostumbrado a las estrechuras y la celda le resultaba curiosamente cómoda. Cómodas, asimismo, eran las rutinas de la casa capitular, el diario período de estudio, prácticas e instrucción, y su labor como tutora de novicias desde que obtuvo categoría de consumada. Cuando empezó la lluvia Tisana estaba preparando el vino onírico, un quehacer que durante dos años había ocupado una hora de su tiempo todas las mañanas. Tras la breve pausa, agradecida por las dificultades de la tarea, Tisana continuó la preparación del vino. Era una distracción bien acogida en un día de nervios.

El vino onírico usado en Majipur se producía en la casa capitular de Velalisier, con el trabajo de comprometidas y consumadas. La preparación requería dedos más ágiles y delicados que los de Tisana, pero aun así era una experta. Ante ella tenía las redomas de hierbas, las minúsculas hojas grises de muhorna, las suculentas raíces de vejlu, las secas bayas de siteril y la infinidad de ingredientes causantes del trance que permitía comprender los sueños. Tisana se concentró en el momento de moler y mezclar las substancias —tenía que hacerse en un orden preciso, o de lo contrario se alteraban las reacciones químicas— para proseguir con la ignición, el chamuscado, la reducción a polvo, la disolución del polvo en aguardiente de uva y la mezcla del conjunto con el vino. Al cabo de un rato la intensidad de su concentración contribuyó a tranquilizarle, incluso a devolverle la jovialidad.

Mientras trabajaba, notó una suave respiración detrás.

—¿Freylis?

—¿No molesto si paso?

—Claro que no. Casi he terminado. ¿Aún siguen bailando las demás?

—No, no, todo ha vuelto a la normalidad. El sol brilla otra vez.

Tisana agitó el oscuro, espeso vino de la botella.

—En Falkynkip, donde crecí yo, el clima también es caluroso y seco. Pero no abandonamos el trabajo y nos ponemos a hacer cabriolas en cuanto empieza a llover.

—En Falkynkip —dijo Freylis— nadie se asusta de nada. Un skandar de once brazos no excitaría a esa gente. Si el Pontífice visitara la ciudad e hiciera la vertical en la plaza, acudirían cuatro gatos a verlo.

—¿Ah sí? ¿Has estado en Falkynkip?

—Una vez, cuando era niña. Mi padre tuvo la idea de criar ganado. Pero le faltaba temperamento para ese trabajo, y al cabo de un año regresamos a Til-omon. Pero nunca se cansó de hablar de la gente de Falkynkip, de lo lentos, impasibles y pausados que son.

—¿Yo también soy así? —preguntó Tisana, con cierta malicia.

—Tú eres… bueno… el colmo de la estabilidad.

—En ese caso, ¿por qué me preocupo tanto por mañana?

Freylis se arrodilló delante de Tisana y cogió ambas manos de ésta entre las suyas.

—No tienes nada de que preocuparte —dijo tiernamente.

—Lo desconocido siempre inquieta.

—¡Sólo es un examen, Tisana!

—El último examen. ¿Y si fracaso? ¿Y si demuestro un terrible defecto de carácter que me incapacita por completo para ser oráculo?

—¿Qué? —preguntó Freylis.

—Vaya, habré perdido siete años. Regresaré a Falkynkip arrastrándome como una necia, sin oficio, sin talento para nada, y pasaré el resto de mi vida recogiendo cieno en alguna granja.

—Si la Prueba demuestra que no eres apta para ser oráculo, tendrás que tomártelo con filosofía. No podemos consentir que gente incompetente se entrometa en las mentes de otras personas, ya lo sabes. Además, no estás incapacitada para ser oráculo, la Prueba no será un problema para ti y no comprendo por qué te trastorna tanto.

—Porque no tengo ninguna pista de cómo va a ser.

—Bueno, seguramente te someterán a una interpretación. Te darán el vino, examinarán tu mente y verán que eres fuerte, inteligente y buena. Acabará la sesión, la superiora te abrazará y te dirá que has aprobado, y ya está.

—¿Estás segura? ¿Lo sabes?

—Es una conjetura lógica, ¿no crees?

Tisana se encogió de hombros.

—He oído otras conjeturas. Que te hacen algo especial y te encuentras cara a cara con lo peor que has hecho en tu vida. O con lo que más te asusta en este mundo. O con el secreto que temes que otras personas averigüen. ¿No has oído estas historias?

—Sí.

—Si hoy fuera el último día antes de tu Prueba, ¿no estarías un poco nerviosa?

—Sólo son fantasías, Tisana. Nadie sabe cómo es una Prueba, excepto las mujeres que la superan.

—Y las que fracasan.

—¿Tienes noticias de que alguien fracasara?

—Bueno… supongo que…

Freylis sonrió.

—Sospecho que las tutoras acaban con las posibles fracasadas antes de que lleguen a ser consumadas. Incluso antes de que lleguen a ser comprometidas. —Freylis se levantó y jugueteó con las redomas de hierbas que había en la mesa de trabajo de Tisana—. En cuanto seas oráculo, ¿regresarás a Falkynkip?

—Creo que sí.

—¿Te gusta mucho esa ciudad?

—Es mi hogar.

—El mundo es tan enorme, Tisana… Podrías ir a Ni-moya, o a Piliplok, o quedarte en Alhanroel, incluso vivir en el Monte del Castillo…

—Falkynkip me satisface —dijo Tisana—. Me gustan las calles llenas de polvo. Me gustan las montañas, resecas y pardas. No las he visto desde hace siete años. Y en Falkynkip hacen falta oráculos, cosa que no pasa en las grandes ciudades. Todas hablan de ser oráculo en Ni-moya o en Stee, ¿no es verdad? Yo prefiero Falkynkip.

—¿Te aguarda un novio allí? —preguntó tímidamente Freylis.

Tisana respondió con un bufido.

—¡No lo creo! ¿Después de siete años?

—Yo tenía uno en Til-omon. Pensábamos casarnos, construir un barco y navegar por todas las costas de Zimroel, tres o cuatro años de viaje. Y después habríamos ido río arriba hasta Ni-moya para establecernos y abrir una tienda en la Galería Telaraña.

Tisana se sobresaltó. Nunca habían hablado de esas cosas en todo el tiempo que se conocían.

—¿Qué sucedió?

—Un envío me indicó que debía ser oráculo —dijo Freylis en voz baja—. Hablé con él y le pregunté su opinión. Yo ni siquiera estaba segura de lo que iba a hacer, pero quería saber qué pensaba él. Y en el momento de decírselo vi la respuesta, porque se quedó asombrado y con la boca abierta, y un poco enfadado, como si ser oráculo contrariara sus planes (y naturalmente que los contrariaba). Me dijo que debía concederle un par de días para meditar. Ésa fue la última vez que lo vi. Un amigo de ese hombre me dijo que aquella misma noche él recibió un envío indicándole que fuera a Pidruid, cosa que hizo a la mañana siguiente. Después se casó con una antigua novia que encontró allí por casualidad, y supongo que aún estarán hablando de construir un barco y dar la vuelta a Zimroel. Yo obedecí las indicaciones del envío, hice la peregrinación y vine aquí. Y aquí estoy. El mes que viene seré consumada, y si todo va bien dentro de un año seré toda una oráculo. Iré a Ni-moya y ofreceré mis servicios en el Gran Bazar.

—¡Pobre Freylis!

—No tienes que sentir compasión por mí, Tisana. Estoy mucho mejor gracias a lo que sucedió. Sólo sufrí durante algunas semanas. Aquel hombre era despreciable. Yo lo habría averiguado más tarde o más temprano, y en cualquier caso habría acabado separándome de él. Pero de esta forma seré oráculo y rendiré un servicio al Divino, mientras que en el otro caso habría sido una inútil. ¿Comprendes?

—Comprendo.

—Y en realidad no me hacía falta ser la esposa de alguien.

—A mí tampoco —dijo Tisana.

Olió el nuevo vino, dio su aprobación y empezó a poner en orden la mesa de trabajo, tapando con mucho cuidado las redomas y disponiéndolas en precisa sucesión. Freylis era muy amable, pensó Tisana; tan cariñosa, tan tierna, tan comprensiva… Las virtudes femeninas. Tisana no encontraba esos rasgos en su persona. Su alma tal vez era más parecida a su idea de un alma varonil, resistente, dura, fuerte, capaz de soportar toda clase de tensiones pero poco flexible y sin duda insensible a matices y delicadezas. En realidad Tisana sabía que los hombres no eran así, del modo que las mujeres no eran invariables modelos de sutilidad y sensibilidad. Pero la noción tenía cierta parte de verdad, y Tisana siempre se había juzgado demasiado corpulenta, demasiado robusta, demasiado cuadrada para ser realmente femenina. Y en consecuencia la menuda Freylis, delicada y volátil, con un alma variable como el mercurio y una mente de pajarito, le parecía formar parte de una especie completamente distinta. Freylis, pensó Tisana, sería una oráculo soberbia, penetraría intuitivamente en las mentes de las personas que recurrieran a ella en solicitud de interpretaciones y les aclararía, de un modo muy provechoso, lo que más necesitaban saber. La Dama de la Isla y el Rey de los Sueños, cuando visitaban cada cual a su manera las mentes de los durmientes, solían expresarse de una forma enigmática y confusa. La tarea de la oráculo consistía en servir de interlocutora entre esos imponentes Poderes y los miles de millones de habitantes del planeta, para descifrar, interpretar y guiar. Ello significaba una responsabilidad terrible. Una oráculo podía formar o reformar la vida de una persona. La tarea cuadraba bien a Freylis: sabía con exactitud cuándo debía ser severa, cuándo debía mostrar poca seriedad y cuándo hacía falta consuelo y cordialidad. ¿Cómo había aprendido estas cosas? Seguramente en dura lucha con la vida, a través de experiencias de dolor, desengaño, fracaso y derrota. Aun desconociendo numerosos detalles del pasado de su amiga, Tisana veía en los serenos ojos claros de Freylis el reflejo de unos conocimientos valiosísimos, y esos conocimientos, más que todos los trucos y técnicas que aprendiera en la casa capitular, la pertrechaban para la profesión que había elegido. Tisana albergaba serias dudas sobre su vocación de intérprete de sueños, puesto que no había encontrado la apasionada agitación que moldeaba a las Freylis del mundo. Su vida había sido plácida, fácil, el colmo de… ¿qué había dicho Freylis?… el colmo de la estabilidad. La vida típica de Falkynkip: levantarse con el sol, ocuparse de los quehaceres domésticos, comer, trabajar, jugar y acostarse bien alimentada y muy cansada. Sin tempestades, sin cataclismos, sin ambiciones desmedidas que fueran causa de grandes caídas. Carencia total de dolor. ¿Cómo iba a entender ella los sufrimientos de la gente que sufre? Tisana pensó en Freylis y el traicionero novio de su amiga, el hombre que la había traicionado en una décima de segundo porque los inciertos planes de la mujer no cuadraban exactamente con los suyos. Y después pensó en sus insignificantes romances campesinos, tan superficiales, tan casuales, simple compañerismo, dos personas que se unían un rato sin mayores preocupaciones y se separaban con idéntica naturalidad, sin angustias, sin tormentos. Incluso cuando había hecho el amor, el supuesto colmo de la comunión, fue un ejercicio trivial, el enlazamiento de dos cuerpos saludables y robustos, una fácil fusión, un poco de agitación, unos cuantos apretones, jadeos y gemidos, un rápido estremecimiento de placer, desunión y separación. Nada más. Podía afirmarse que Tisana se había deslizado por la vida sin sufrir heridas, intacta, en línea recta. Y por lo tanto, ¿podía ser valiosa para otras personas? Las confusiones y los conflictos de la gente carecían de sentido para ella. Y quizá fuera eso lo que temía de la Prueba: que examinaran su alma y descubrieran su incapacidad para ser oráculo dada su inocencia y carencia de complicaciones, que finalmente averiguaran su impostura. ¡Qué ironía, estar preocupada por haber llevado una vida libre de preocupaciones! Las manos de Tisana empezaron a temblar. Las extendió y las contempló: manos de campesina, estúpidas y ásperas manos de gruesos dedos, manos que temblaban como si estuvieran estrujándolas. Freylis, al ver ese gesto, cogió las manos de Tisana y las estrechó, apenas capaz de taparlas con sus frágiles y menudos dedos.

—Tranquilízate —musitó impetuosamente—. ¡No hay nada de que asustarse!

Tisana asintió

—¿Qué hora es?

—La hora de que tú estés con las novicias y yo haga mis prácticas.

—Sí. Sí. Bien, vamos allá.

—Nos veremos después. En la cena. Y esta noche haré vela onírica contigo, ¿de acuerdo?

—Sí —dijo Tisana—. Me gustaría mucho.

Salieron de la celda. Tisana apretó el paso y atravesó el patio para ir a la sala de reuniones, donde la aguardaba un grupo de novicias. No quedaba rastro de la lluvia: el cruel sol del desierto había evaporado hasta la última gota. Cuando era mediodía hasta las lagartijas se escondían. Mientras se aproximaba al otro lado de la casa capitular vio salir a una veterana tutora, Vandune, una mujer de Piliplok casi tan anciana como la superiora. Tisana esbozó una sonrisa y siguió su camino. Pero la tutora se detuvo y la llamó.

—¿Mañana es tu día? —dijo.

—Me temo que sí.

—¿Te han dicho quién te hará la Prueba?

—No me han dicho nada —replicó Tisana—. Me tienen abandonada a mis conjeturas.

—Así debe ser —dijo Vandune—. La incertidumbre es buena para el alma.

—Claro, como el problema no es suyo —murmuró Tisana mientras Vandune se alejaba.

Se preguntó si ella sería tan cordialmente despiadada con las candidatas a la Prueba, suponiendo que aprobara y la nombraran tutora. Seguramente. Seguramente. La forma de ver las cosas cambia cuando se está al otro lado de la pared, pensó Tisana, mientras recordaba que siendo niña había prometido comprender los especiales problemas de los niños cuando fuera adulta, y no tratar a los pequeños con la despreocupada crueldad que reciben por parte de los inconsiderados mayores; ella no había olvidado su promesa, aunque, quince o veinte años más tarde, no recordaba qué había de especial en la infancia, y dudaba que demostrara gran sensibilidad con los niños a pesar de todo. Con la Prueba le pasaría igual, seguramente.

Entró en la sala de reuniones. La enseñanza en la casa capitular era una tarea que hacían fundamentalmente las tutoras, intérpretes de sueños plenamente cualificadas que de modo voluntario abandonaban la práctica durante algunos años para dar clases. Pero las consumadas, las estudiantes de último año a un paso de ser oráculos, debían trabajar con las novicias para adquirir experiencia en tratar personas. Tisana enseñaba la preparación del vino onírico, teoría de envíos y armonía social. Las novicias levantaron los ojos hacia ella con reverente temor cuando se dispuso a ocupar su lugar ante la mesa. ¿Hasta qué punto conocían sus temores y sus dudas? Tisana era para ellas una iniciada en el rito, a escasa distancia por debajo de la superiora Inuelda. Ella dominaba todos los temas que las novicias se esforzaban duramente en comprender. Y si tenían alguna noción de la Prueba era igual que un oscuro nubarrón en el distante horizonte, tan importante en sus inmediatas preocupaciones como la vejez y la muerte.

—Ayer —empezó Tisana, tras respirar profundamente y esforzarse en parecer fría y serena, una oráculo, una fuente de sabiduría— hablamos del papel del Rey de los Sueños en la regulación del comportamiento de la sociedad de Majipur. Tú, Meliara, planteaste el tema de la frecuente malevolencia de las imágenes que aparecen en los envíos del Rey, y cuestionaste la moralidad fundamental de un sistema social basado en el castigo mediante sueños. Hoy me gustaría discutir este tema con más detalle. Consideremos un individuo hipotético… por ejemplo, un cazador de dragones marinos de Piliplok, que en un momento de extrema tensión interna comete un acto de impremeditada pero grave violencia contra un compañero de la tripulación, y…

Las palabras fueron saliendo de sus labios como un torrente. Las novicias tomaron apresuradas notas, arrugaron la frente, menearon la cabeza, tomaron notas con mayor frenesí. Tisana recordó que, durante su noviciado, sintió la desesperada sensación de estarse enfrentando a una infinidad de cosas que aprender, no las simples técnicas de la interpretación de los sueños, sino toda clase de matices y conceptos secundarios. No había previsto nada de eso, seguramente igual que las novicias que la precedieron. Pero Tisana, lógicamente, había meditado muy poco sobre las dificultades que la interpretación de los sueños iba a plantearle. Preocuparse por adelantado, hasta que faltó poco para la Prueba, nunca había sido su costumbre. Un día, hacía seis años, recibió un envío de la Dama diciéndole que abandonara la granja y dirigiera sus esfuerzos a la interpretación de los sueños, y ella obedeció sin poner reparos. Pidió dinero prestado, emprendió la larga peregrinación a la Isla del Sueño para recibir instrucción preparatoria, y después, tras obtener permiso para matricularse en la casa capitular de Velalisier, prosiguió la travesía del interminable mar hasta el remoto y desolado desierto donde había vivido los últimos cuatro años. Sin dudas, sin vacilaciones.

¡Pero había tanto que aprender!… La miríada de detalles sobre la relación de la oráculo con los clientes, la etiqueta profesional, las responsabilidades, los escollos. El método para mezclar el vino y fundir las mentes. Las formas de expresar interpretaciones con palabras provechosamente ambiguas. ¡Y los mismos sueños! Los tipos, los significados, las significaciones encubiertas. Los siete sueños engañosos y los nueve sueños instructivos, los sueños de citación, los sueños de despedida, los tres sueños de trascendencia del ego, los sueños de aplazamiento del placer, los sueños de conciencia menguada, los once sueños de tormento, los cinco sueños de dicha, los sueños de viaje interrumpido, los sueños de esfuerzo, los sueños de buenas ilusiones, los sueños de malas ilusiones, los sueños de equivocada ambición, los trece sueños de gracia… Tisana los había aprendido todos, la lista entera había entrado a formar parte de su sistema nervioso de la misma forma que las tablas de multiplicar y el alfabeto. Había experimentado con rigor las numerosas clases de sueños mediante meses de sueño programado. De modo que era una verdadera experta, una iniciada. Ella había aprendido todo lo que aquellas uniformadas jovencitas que la miraban con los ojos muy abiertos se esforzaban en aprender en esos momentos, y sin embargo la Prueba del día siguiente podía trastornarla por completo, cosa que las novicias eran incapaces de comprender.

¿O podían comprenderlo? La lección llegó a su fin y Tisana permaneció unos instantes ante la mesa, aturdida, recogiendo sus papeles, mientras las novicias iban desfilando. Una de éstas, una rubia bajita y rechoncha procedente de una de las Ciudades Guardianas del Monte del Castillo, se detuvo ante ella (empequeñecida por la mole de Tisana, como casi todas las personas), levantó la cabeza y apoyó suavemente las yemas de los dedos en el brazo de la consumada, el roce de un ala de mariposa.

—Mañana todo irá bien —musitó tímidamente—. Estoy segura.

Sonrió y se alejó, con las mejillas encendidas.

De modo que lo sabían… algunas. Esa bendición permaneció con Tisana el resto del día igual que el resplandor de una vela. Fue un día horrible, lleno de quehaceres ineludibles, porque Tisana habría preferido estar sola y caminar por el desierto. Pero había rituales que observar, prácticas que hacer y una penosa excavación en la ubicación de la nueva capilla de la Dama. Y por la tarde otra clase de novicias, un poco de soledad antes de la cena, y por fin la misma cena, al anochecer. Durante la cena Tisana pensó que la insignificante tormenta matutina había ocurrido hacía semanas, o quizás en un sueño.

La cena fue una hora de tensión. Tisana apenas tenía apetito, un detalle desconocido en ella. En el comedor, alrededor de ella, fluía a torrentes la cordialidad y la vitalidad de la casa capitular: risas, charlatanería, estridentes canciones… Tisana creyó estar sentada en el centro de todo ello, aislada como si la rodeara una invisible esfera de cristal. Las mujeres de más edad ignoraron deliberadamente el hecho de que era la víspera de la Prueba de la consumada, mientras las más jóvenes, que se esforzaban en imitar a las primeras, lanzaron furtivas miradas a Tisana, las mismas miradas encubiertas dedicadas a alguien que de pronto ha recibido una responsabilidad especial. Tisana no sabía qué era peor, si el imperturbable fingimiento de consumadas y tutoras o la nerviosa curiosidad de comprometidas y novicias. Jugueteó con la comida. Freylis la reprendió igual que a una niña, le dijo que mañana iba a necesitar fuerza. Tisana respondió con una ligera sonrisa mientras daba golpecitos a su rolliza barriga.

—Tengo suficientes reservas para una docena de pruebas —dijo.

—Es igual —replicó Freylis—. Come.

—No puedo. Estoy muy nerviosa.

De la parte del estrado llegó el sonido de una cuchara que arrancaba tintineos a un vaso. Tisana levantó la cabeza. La superiora estaba de pie para hacer un anuncio.

—¡Que la Dama me guarde! —murmuró Tisana, alarmada—. ¿Piensa decir algo de mi Prueba delante de todo el mundo?

—Es sobre la nueva Corona —dijo Freylis—. La noticia llegó esta tarde.

—¿Qué nueva Corona?

—El que ocupará el lugar de lord Tyeveras, que ahora es Pontífice. ¿Dónde has estado? En las últimas cinco semanas…

—…y la lluvia de esta mañana fue una señal de gratas noticias y una nueva primavera —estaba diciendo la superiora.

Tisana se esforzó en seguir las palabras de la anciana.

—Hoy he recibido un mensaje que os alegrará a todas. ¡Tenemos Corona otra vez! El Pontífice Tyeveras ha elegido a Malibor de Bombifale, que esta noche ocupará su lugar en el Trono Confalume del Monte del Castillo.

Hubo vítores y golpes en las mesas, y se hizo el símbolo del estallido estelar. Tisana, como una sonámbula, imitó a las demás. ¿Una nueva Corona? Sí, sí, lo había olvidado, el anterior Pontífice murió hacía varios meses y la maquinaria del estado había funcionado una vez más: lord Tyeveras era el nuevo Pontífice y otro hombre estaría en lo alto del Monte del Castillo.

—¡Malibor! ¡Lord Malibor! ¡Larga vida a la Corona! —gritó Tisana en compañía de las demás.

Sin embargo la noticia era irreal y carente de importancia para ella. ¿Una nueva Corona? Otro nombre en la larga, larguísima lista. Bien por lord Malibor, sea quien sea, y que el Divino le trate con amabilidad, porque sus problemas acaban de empezar, pensó Tisana. Pero apenas le importaba. Se suponía que todo el mundo debía celebrar el amanecer de un reinado. Tisana recordó haberse emborrachado un poco con vino de palmera flamígera cuando era una jovencita y falleció el famoso Kinniken, llevando a lord Ossier al Laberinto del Pontífice y elevando a Tyeveras al Monte del Castillo. Ahora lord Tyeveras era Pontífice y había otra Corona, y algún día, no había duda, Tisana se enteraría de que ese lord Malibor se trasladaba al Laberinto y otro ansioso joven ocupaba el trono de la Corona. Aunque se suponía que estos hechos eran de terrible importancia, Tisana era incapaz de preocuparse en esos momentos del nombre del rey, Malibor, Tyeveras, Ossier o Kinniken. El Monte del Castillo estaba muy lejos, a miles de kilómetros, era como si no existiera. Lo que se alzaba ante Tisana a tanta altura como el Monte del Castillo era la Prueba. Su obsesión por la Prueba oscurecía cualquier otra cosa, convertía en espectro cualquier otro detalle. Ella sabía que tal cosa era absurda. Se hallaba bajo la extraña intensificación de las sensaciones que se produce cuando una persona está enferma, cuando el universo entero se centra en el dolor del ojo izquierdo o en el vacío del estómago, y ninguna otra cosa tiene importancia. ¿Lord Malibor? Tisana celebraría el nombramiento en otro momento.

—Vamos —dijo Freylis—. Vamos a tu habitación.

Tisana asintió. El comedor no era el lugar que le convenía esa noche. Sabedora de que todos los ojos estaban fijos en ella, avanzó vacilante por el castillo y salió a la oscuridad. Soplaba un viento seco y cálido, un viento áspero que irritó los nervios de Tisana. Al llegar a la celda de Tisana Freylis encendió velas y con gran suavidad obligó a la consumada a echarse en la cama. Sacó dos tazas del armario, y una botellita que llevaba bajo la túnica.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tisana.

—Vino. Para que te tranquilices.

—¿Vino onírico?

—¿Por qué no?

—No está bien que… —empezó a decir Tisana, muy seria.

—No se trata de una interpretación de sueños. Sólo es para tranquilizarte, para que estemos tan juntas que pueda compartir mi fuerza contigo. ¿De acuerdo? —Freylis llenó las dos tazas con el espeso y oscuro vino y puso una en la mano de Tisana—. Bebe. Bébelo, Tisana.

Tisana obedeció aturdidamente. Freylis apuró su taza con gran rapidez y se desnudó. Tisana la miró, asombrada. Jamás había tenido una mujer como amante. ¿Eran ésas las intenciones de Freylis? ¿Por qué? «Esto es un error», pensó Tisana. En la víspera de la Prueba, beber vino onírico, compartir mi cama con Freylis…

—Desnúdate —musitó Freylis.

—¿Qué piensas hacer?

—Pasar la noche en vela onírica en tu compañía, tonta. Tal como lo convinimos. Nada más. ¡Termina el vino y quítate la ropa!

Freylis estaba desnuda. Su cuerpo era casi como el de una niña, sin apenas curvas, enjuto, con la piel muy blanca y pequeños y juveniles pechos. Tisana dejó caer la ropa en el suelo. La pesadez de su carne la avergonzaba. Esos fornidos brazos, las gruesas columnas de muslos y piernas… Siempre se estaba desnuda al hacer interpretaciones de sueños, y al cabo de un tiempo de prácticas se perdía la preocupación por la desnudez. Pero esto era distinto, íntimo, personal. Freylis sirvió más vino para las dos. Tisana bebió sin protestar. A continuación Freylis cogió a Tisana por ambas muñecas, se arrodilló ante ella y la miró a los ojos.

—¡Estúpida, deja de preocuparte por mañana! —dijo, en tono afectuoso y burlón al mismo tiempo—. La Prueba no es nada. Nada. —Apagó las velas y se echó junto a Tisana—. Duerme bien. Que tengas buenos sueños.

Freylis se acurrucó en el regazo de Tisana, se apretó a ella, mas se quedó inmóvil, y se durmió enseguida.

No iban a ser amantes. Tisana se sintió aliviada. En otra ocasión, quizá —¿por qué no?—. Pero no era momento de aventuras. Tisana cerró los ojos y abrazó a Freylis como si abrazara a una niña dormida. El vino le causó una vibración interna, y calor. El vino onírico abría las mentes, y Tisana empezó a sentirse agudamente consciente del espíritu de Freylis. Pero no se trataba de una sesión de interpretación y tampoco habían hecho los ejercicios de concentración que creaban la unión total. De Freylis fluían únicamente amplias e indefinidas emanaciones de paz, amor y energía. Era una mujer fuerte, mucho más fuerte de lo que podía pensarse dada la fragilidad de su cuerpo, y la mente de Tisana obtuvo creciente bienestar con la cercanía de la otra mujer, mientras el vino onírico iba dominándola con más fuerza. La somnolencia fue dominándola poco a poco. Pero todavía estaba inquieta. Inquieta por la Prueba, por lo que pudieran pensar las demás al verlas acostadas tan temprano, por la violación técnica de las reglas que habían cometido al compartir el vino de ese modo… Agitadas corrientes de culpabilidad, vergüenza y miedo remolinearon en su espíritu durante cierto tiempo. Pero poco a poco fue tranquilizándose. Se durmió. Su experta mirada de oráculo le permitió vigilar sus sueños, mas éstos carecían de forma y de secuencia, las imágenes eran misteriosamente imprecisas: un vago horizonte iluminado por un distante fulgor, y tal vez el semblante de la Dama, o de la superiora Inuelda, o de Freylis, pero en esencia una simple franja de luz cálida y consoladora. Y después amaneció y un pájaro chilló en el desierto, anunciando el nuevo día.

Tisana pestañeó y se incorporó. Estaba sola. Freylis había guardado las velas y lavado las tazas, y había dejado una nota en la mesa… no, no era una nota, era el símbolo del rayo del Rey de los Sueños dentro del triángulo inscrito en otro triángulo que a su vez era el símbolo de la Dama de la Isla, y alrededor un corazón bordeado por un sol radiante: un mensaje de amor y buen humor.

—¿Tisana?

Se acercó a la puerta. La vieja tutora Vandune estaba allí.

—¿Es la hora? —preguntó Tisana.

—La hora bien pasada. El sol salió hace veinte minutos. ¿Estás lista?

—Sí —dijo Tisana. Sentía una extraña calma. ¡Qué ironía, después de una semana de temores! Cuando el momento estaba próximo, ya no quedaba miedo. Será lo que deba ser, pensó, y si no me consideran apta después de la Prueba, perfectamente, será para bien.

Siguió a Vandune por el patio y el huerto, hasta que abandonaron los terrenos de la casa capitular. Algunas mujeres ya estaban levantadas, pero ninguna habló. Con la luz verdemar del alba Tisana y Vandune marcharon en silencio sobre la encostrada arena del desierto. La consumada ajustó su paso para mantenerse justo detrás de la anciana. Caminaron hacia el este y luego hacia el sur, sin cruzar una sola palabra, durante un tiempo que pareció ser de horas y horas, kilómetros y kilómetros. Por fin en el vacío del desierto aparecieron las ruinas de Velalisier, la antigua ciudad metamorfa, un lugar vasto y espectral, de imponente extensión y majestad, que contaba miles de años de antigüedad. Velalisier era una ciudad maldita abandonada por sus constructores desde hacía muchos siglos. Tisana creyó comprender. La Prueba consistiría en dejarla abandonada entre las ruinas, vagando entre los fantasmas durante todo el día. Pero ¿sería posible? ¿Una cosa tan infantil, tan ingenua? Los espectros no albergaban terrores para ella. Y además, si querían asustarla, habrían tenido que hacerle la Prueba por la noche. Velalisier, vista de día, era un conjunto de montecillos y pétreas protuberancias, templos en ruinas, columnas destrozadas, pirámides enterradas bajo la arena…

Finalmente llegaron a una especie de anfiteatro, bien conservado, anillos y más anillos de asientos de piedra que se extendían hacia fuera formando un extenso arco. En el centro se alzaba una mesa de piedra y varios bancos del mismo material, y en la mesa había una botella y una taza. ¡De modo que ése era el lugar de la Prueba! Y ahora, conjeturó Tisana, yo y la vieja Vandune compartiremos el vino, nos echaremos en el liso suelo de arena y haremos una sesión de interpretación. Y cuando nos levantemos Vandune sabrá si debe inscribir a Tisana de Falkynkip en la nómina de oráculos.

Pero las cosas tampoco fueron así. Vandune señaló la botella.

—Contiene vino onírico —dijo—. Sírvete tanto como quieras, bebe, examina el interior de tu alma. Tú misma te harás la Prueba.

—¿Yo? Vandune sonrió.

—¿Qué otra persona puede probarte? Adelante. Bebe. Volveré más tarde.

La anciana tutora inclinó la cabeza y se alejó. La cabeza de Tisana rebosaba de preguntas, mas la consumada se controló, puesto que percibía que la Prueba ya había empezado y que la primera parte de ella era no formular preguntas. Perpleja, vio que Vandune cruzaba una brecha del muro del anfiteatro y desaparecía en un nicho. No hubo más sonidos después, ni siquiera una pisada. Con el total silencio de la desierta ciudad, la arena parecía estar rugiendo, aunque en silencio. Tisana frunció el ceño, sonrió, se echó a reír… estruendosas carcajadas que levantaron lejanos ecos. ¡Estaban gastándole una broma! ¡Idea tu Prueba, ése era el secreto! ¡Que tengan miedo de ese día, luego las lleváis a las ruinas y explicáis que ellas mismas deben dirigir el espectáculo! Atrás quedaban las temerosas previsiones de espantosas experiencias y los fantasmas inventados por el alma.

Pero ¿cómo…?

Tisana se alzó de hombros. Sirvió vino, bebió. Vino dulce, tal vez de otro año. La botella era grande. Muy bien: soy una mujer grande. Se sirvió otro trago. Tenía el estómago vacío; casi al instante sintió que el líquido abrasaba su cerebro. Sin embargo bebió una tercera taza.

El sol ascendía rápidamente. El borde delantero de la luz había llegado a la parte más alta del muro del anfiteatro.

—¡Tisana! —gritó. Y replicó a su grito—: ¿Sí, Tisana?

Se echó a reír. Bebió otra vez.

Jamás había bebido vino onírico a solas. Ese vino siempre se tomaba en presencia de alguien, bien durante una sesión de interpretación o bien en compañía de una tutora. Beberlo a solas era como formular preguntas a la imagen de uno mismo. Tisana experimentó el tipo de confusión que resulta de hallarse entre dos espejos y ver la imagen repetida a ambos lados hasta el infinito.

—Tisana —dijo—, ésta es tu Prueba. ¿Eres apta para ser oráculo?

—He estudiado cuatro años —respondió—, y antes pasé otros tres en la peregrinación a la Isla. Conozco los siete sueños engañosos y los nueve sueños instructivos, los sueños de citación, los sueños…

—Muy bien. Pasa por alto todo eso. ¿Eres apta para ser oráculo?

—Soy muy estable. Tengo un alma tranquila.

—Estás evadiendo la pregunta.

—Soy fuerte, estoy capacitada. Tengo poca malicia. Deseo servir al Divino.

—¿Qué opinas de servir al prójimo?

—Sirvo al Divino sirviendo al prójimo.

—Una respuesta muy elegante. ¿Quién te dijo esa frase, Tisana?

—Se me ha ocurrido. ¿Puedo beber más?

—Como gustes.

—Gracias —dijo Tisana.

Bebió. Se sentía mareada, aunque no borracha, y la misteriosa facultad del vino onírico para unir mentes no era visible, ya que ella estaba sola y despierta.

—¿Cuál es la siguiente pregunta? —dijo.

—Todavía no has respondido la primera.

—Formula la siguiente.

—Sólo hay una pregunta, Tisana. ¿Eres apta para ser oráculo? ¿Puedes sosegar las almas de los que recurran a ti?

—Lo intentaré.

—¿Ésa es tu respuesta?

—Sí —dijo Tisana—. Ésa es mi respuesta. Déjame sola y lo intentaré. Soy una mujer de buena voluntad. Poseo pericia y tengo deseos de ayudar a otras personas. Y la Dama me ha ordenado que sea oráculo.

—¿Te acostarás junto a todos los que te necesiten? ¿Con humanos, gayrogs, skandars, liis, vroones y todas las razas del mundo?

—Con todos —dijo Tisana.

—¿Los librarás de sus confusiones?

—Si puedo, lo haré.

—¿Eres apta para ser oráculo?

—Déjame intentarlo, y entonces lo sabremos —dijo Tisana.

—Eso me parece justo —dijo Tisana—. No tengo más preguntas.

Sirvió el resto del vino y lo bebió. Después se quedó sentada tranquilamente mientras el sol subía y aumentaba el calor diurno. Estaba totalmente serena, sin impaciencia, sin malestar. Habría estado así día y noche, si hubiera sido preciso. Pasó, quizás, una hora, o un poco más, y de pronto apareció Vandune.

—¿Has terminado la Prueba? —dijo la anciana, en voz baja.

—Sí.

—¿Cómo ha ido?

—He aprobado —dijo Tisana. Vandune sonrió.

—Sí. Estaba segura de que aprobarías. Vamos. Debemos hablar con la superiora y hacer preparativos para tu futuro, oráculo Tisana.

Regresaron a la casa capitular con idéntico silencio que antes, caminando con rapidez pese al creciente calor. Casi era mediodía cuando salieron de la zona de ruinas. Las novicias y comprometidas que trabajaban en el campo se disponían a entrar en la casa para comer. Todas miraron a Tisana con expresión de incertidumbre, y Tisana contestó con una sonrisa, una sonrisa alegre y tranquilizadora.

Al entrar en el edificio principal se toparon con Freylis, que se cruzó con Tisana como por casualidad, y le lanzó una rápida mirada de preocupación.

—¿Y bien? —preguntó Freylis, en tono tenso.

Tisana sonrió. Sintió el impulso de contestar: «No ha sido nada, una broma, una formalidad, un simple ritual, la Prueba real tuvo lugar hace mucho tiempo». Pero Freylis tendría que descubrirlo por sí misma. Ahora estaban separadas por un abismo, porque Tisana era oráculo y Freylis seguía siendo una comprometida.

—Todo va bien —se limitó a replicar Tisana.

—Estupendo. ¡Oh, qué estupendo, Tisana, qué estupendo! ¡Me alegro por ti!

—Te doy las gracias por tu ayuda —dijo seriamente Tisana.

De pronto una sombra cruzó el patio. Tisana levantó la cabeza. Una nubécula negra, como la de ayer, erraba por el cielo. Un fragmento descarriado, sin duda, de una tormenta de la distante costa. Estaba suspendida como si un gancho la atara al chapitel de la casa capitular, y pareció que se abría un cerrojo, porque de improviso la nube liberó gruesas gotas de agua.

—¡Mira! — dijo Tisana—¡Está lloviendo otra vez! ¡Vamos, Freylis! ¡Vamos a brincar!

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