Capítulo 5

– No sé qué demonios haré si se publica el informe -Brian recostó la cabeza sobre el sofá y miró al techo del salón de Sean.

– ¿Quién se ha encargado de la investigación? -preguntó este al tiempo que le daba una cerveza a su hermano y se sentaba a su lado.

– Un tal Wiffram.

– Harvey Wiffram. Es bueno. Suele trabajar para empresas. Si hay algún trapo sucio, termina descubriéndolo.

– Estaba todo: las borracheras de papá, el abandono de mamá, los trabajadores sociales, cada una de las fechorías que hicimos. Hasta entrevistó a una de mis profesoras en el colegio. Según ella, era como si estuviésemos desatendidos.

– Técnicamente, lo estábamos.

– Pero Conor nos cuidaba -contestó Brian-. Podría haber sido mucho peor.

¿Y qué va a pasar?

– Saben lo de los hurtos en el mercado. Y lo del viajecito que nos dimos en el coche que tomamos prestado. Me preocupa por Conor. Sé que tuvo que mover algunos cables para sacarnos de la cárcel. Y tienen toda la información sobre la acusación de asesinato contra papá del año pasado.

– ¿Por qué no te olvidas de la historia?

Brian frunció el ceño. No había dejado de preguntarse lo mismo desde que había visto el informe. Pero estaba decidido a descubrir la verdad, aunque sólo fuera para restregársela en la nariz a Lily Gallagher. Estaba furioso. No debería haberlo sorprendido que Lily fuese tan ruin. Por otra parte, admiraba la seriedad con que se tomaba su trabajo.

Pero daba igual. Para Lily, la atracción que sentían no era más que un instinto animal. Lo que no impedía que se pasara horas y horas fantaseando con volver a desnudarla y hacerle el amor toda la noche. Tenía algo que le hacía desearla sólo con pensar en tocarla.

Y no era sexo únicamente. Él siempre había controlado sus deseos, había podido engatusar o abandonar a las mujeres según se le antojaba. Pero, por alguna razón, no podía sacarse a Lily de la cabeza.

– No voy a acobardarme. Eso es lo que Patterson quiere. Tengo que informar de lo que descubra.

– ¿Se trata de algún tipo de código que te enseñaron en la universidad? -preguntó Sean.

– No, pero es parte de mi trabajo. Conor no se acobarda ante un asesino. Dylan no se acobarda ante un incendio. Y yo no me acobardo ante un chantajista. Así de sencillo.

– ¿Estás seguro de que esa historia es tan importante? -dijo Sean.

Brian se quedó pensativo unos cuantos segundos. ¿Tendría razón su hermano?, ¿había perdido la perspectiva? Llevaba un año detrás de esa historia y todavía no había conseguido una sola prueba contra Patterson. Sus jefes se alegrarían si dejaba de incordiarlo de una vez por todas. Y, en ese caso, quizá solucionara sus problemas con Lily. Podrían pactar una tregua.

– No puedo hacer como si no pasara nada -murmuró-. Estoy seguro de que es una historia importante.

– Puede que no utilice el informe.

– Sí, claro que lo usará -dijo Brian-. Pero es lista. Apuesto a que esperará a que esté a punto de dar la noticia. Entonces distribuirá el informe por todos los medios de comunicación para acabar con mi credibilidad. Hablarán de mí, no de Patterson.

Aunque, en el fondo, mantenía la esperanza de que Lily no fuese tan desalmada. Todo indicaba que, siquiera un poco, sentía algo de afecto hacia él. De modo que quizá no utilizara la información en su contra.

– Entonces tienes que estar preparado para contraatacar -dijo Sean, encogiéndose de hombros.

– ¿A qué te refieres?

Investiga a Patterson,

– Ya lo he hecho.

– Pero no has investigado su vida privada. ¿Le pone los cuernos a su esposa?, ¿es mal padre? ¿Tiene inmigrantes trabajando sin contrato? Hay un millón de cosas tan peligrosas como las que él tiene en tu contra.

– ¿Puedes encontrarme algo?

– Sólo si me consigues entradas para el partido de los Yánez del mes que viene -contestó Sean tras pensárselo unos segundos.

– Hecho -dijo Brian-, Encuéntrame algo bueno y te conseguiré pases para toda la temporada si hace falta.

Sonó el timbre y Sean se levantó.

– La pizza -dijo y Brian le lanzó la cartera a su hermano.

– Invito yo- Sean no discutió, así que Brian supuso que estaría un poco escaso de dinero. Le remordía la conciencia pedirle que trabajara gratis para él, pero a Sean no parecía importarle. Aceptaba el dinero si se lo daban, pero no lo pedía si no se lo ofrecían.

Instantes después, Sean regresó con la caja de la pizza y la colocó encima de la mesa. Luego fue a la cocina, agarró dos paños y le lanzó uno a Brian.

– No se lo digas a Ellie -murmuró-. Me matará si se entera de que uso sus trapos como servilletas.

– ¿Dónde están Liam y Ellie?

– Buscando piso. Les dije que me mudaba yo y que se quedasen con el apartamento, pero entre el sueldo de Ellie en el banco y los encargos que le están saliendo a Liam, parece que se pueden permitir algo mejor. No sé cómo voy a pagar el alquiler de este sitio yo solo,

– Siempre puedes venirte conmigo -dijo Brian-. Tengo sitio.

– No, tendría que volver a mudarme cuando empieces a vivir con Lily.

– No voy a vivir con Lily -protestó Brian. Y, sin embargo, no tenía claro que la idea le disgustara. Al menos quería tener la oportunidad de averiguar si lo que había entre ellos era algo más que pura atracción física. Si la pasión se apagaría con el tiempo.

– No podrás remediarlo -Sean agarró un triángulo de pizza y sopló para enfriarlo-. Es la maldición. No tienes escapatoria.

– Pero en realidad no la rescaté. Su vida no corría peligro. Estaba a salvo -se defendió Brian-. Bueno, puede que haya habido un par de ocasiones en que sí ha corrido un poco de peligro: el otro día, frente al pub, cuando iba a cruzar la calle sin mirar. Y luego se tropezó en las escaleras,… y casi se cae con la bici del parque… Pero no era peligro de muerte.

– Puede que tengas razón -Sean dio un mordisco a la pizza-. Conor salvó a Olivia de los matones de Red Keenan. Y Dylan rescató a Meggie de un incendio. Brendan sacó a Amy de una reyerta en un bar.

– Y Liam espantó al ladrón que entró en el apartamento de Ellie -finalizó Brian-. Yo sólo la he librado de una noche aburrida. No es lo mismo.

– Pero suena como si te gustara que lo fuera -contestó Sean, enarcando una ceja.

– Ahora mismo, Lily y yo somos incapaces de estar en una habitación sin encontrar alguna razón para discutir. No parecemos abocados al matrimonio precisamente.

– Algo te habrá gustado de ella.

– Primero hicimos el amor en el asiento trasero de una limusina. Es una fantasía sexual hecha realidad. Y luego me dijo que no quería volver a verme. A la mayoría de los hombres le habría encantado oír algo así. Pero yo quería volver a verla. Sigo queriendo.

– Anda, toma un poco de pizza y echa un trago -dijo Sean-. Te sentirás mucho mejor. Luego podemos bajar al pub, a ver si hay alguna mujer que te interese.

Brian asintió con la cabeza. Pero no le bastaba con cualquier mujer. La única mujer que de veras le interesaba era Lily. Y aunque ya había hecho el amor con ella una vez, necesitaba repetir.


Lily estrelló el periódico contra la mesa de la sala de conferencias y asesinó con la mirada a los cuatro miembros del departamento de relaciones públicas.

– ¿Quién ha filtrado esto? -exigió saber. Los cuatro sospechosos la miraron como si acabase de preguntarles quién de ellos había nacido en Plutón. Lily agarró el Boston Herald y lo blandió en el aire-. Tiene que haberlo filtrado alguien. Página doce. Dos columnas enteras con todo lo que aparecía en el informe sobre Brian Quinn. Alguien se ha hecho con una copia y uno de vosotros se la ha tenido que proporcionar.

– Yo no he filtrado nada -Derrick acusó con la mirada a Margaret.

– Yo tampoco. Te llevaste la copia que teníamos -le dijo esta a Lily.

– ¿No tenías más copias?

– Recibimos el informe anteayer -intervino John-. Apenas tuvimos tiempo de leerlo.

– El señor Patterson tenía una copia -señaló Allison-. A veces le gusta actuar por su cuenta.

Lily tomó aire y trató de serenarse. No le gustaba perder los nervios en el trabajo, pero se trataba de un grave error.

– De acuerdo. Yo me ocupo de esto. Volved al trabajo. Y no habléis con la prensa sin consultármelo antes, ¿está claro? -Lily agarró el periódico, salió de la sala de conferencias y enfilo directamente hacia el despacho de Richard Patterson. Cuando llegó a la mesa de la señora Wilburn, no se molestó en pararse-. ¿Está dentro?

– Señorita Gallagher, no puede…

– Si está dentro, dígale que necesito verlo – interrumpió Lily-. Inmediatamente.

La señora Wilburn descolgó el teléfono, susurró al auricular y asintió con la cabeza.

– Puede pasar -le dijo a Lily.

Sabía que debería haber esperado a calmarse un poco, a descubrir por qué estaba tan enfadada en realidad. ¿Le disgustaba que hubiesen desobedecido sus instrucciones?, ¿o le daba miedo que el artículo pudiese hacerle daño a Brian Quinn? Le había dejado claro a Richard Patterson que era ella la que llevaría las relaciones con los medios de comunicación. Y ensuciar la trayectoria de Brian era decisión de ella y de nadie más.

– ¡Lily!, ¿has visto el Herald? -preguntó Richard cuando la vio entrar.

– Sí.

– Me habría gustado poder ponerlo más cerca de la portada, pero la página doce está bastante bien. Le hará daño.

Lily respiró hondo antes de hablar. No le serviría de nada dirigirse a Patterson a gritos.

– La última vez que hablamos, llegamos a un acuerdo. Te pedí que no interfirieras, que me dejaras ocuparme de tus asuntos para que te ayudase con tu… problemilla.

– Sólo le comenté a un amigo lo que sabía -Patterson levantó las manos haciéndose el inocente-. Se lo habrá contado a la prensa.

– No me vengas con cuentos -replicó Lily-. Sé lo que has hecho. Hiciste una copia del informe y se la diste a un amigo que, a su vez, la ha filtrado al Herald.

Patterson pareció sorprendido por la sagacidad de Lily… y por la falta de respeto con que le hablaba. Pero a Lily le daba igual. Como si la despedía. Aunque aquel encargo podía aportar una buena inyección de dinero a DeLay Scoville, si Patterson la echaba, podría volver a Chicago sin tener que reconocer que no había sido capaz de defenderlo. Siempre podía alegar que era un cliente muy difícil.

– Y no me amenaces con despedirme porque dimitiré antes de que tengas oportunidad de hacerlo -lo avisó Lily.

– ¿Por qué estás tan enfadada? Esto nos da una ventaja.

– Si hubiese querido utilizar esa información, y no digo que lo hubiera hecho, habría sido después, para contestar cualquier noticia que diese. Ahora, no tengo nada que utilizar si destapa algo contra nosotros. En un par de días se habrán olvidado del artículo y no tendremos nada para defendernos.

– No será tan grave como dices -dijo Richard a la defensiva, consciente del error que había cometido-. Siempre puedo pedirle al detective que busque más trapos sucios.

– ¿Y si lo vuelven en tu contra?

– No pueden.

– Por supuesto que pueden. En los medios de comunicación hay mucho corporativismo. Y quizá tengamos que explicar por qué has urdido esta venganza personal contra un periodista. Te describirán como una persona rastrera y rencorosa.

– Pues arréglalo -contestó Patterson entre dientes-. Para eso te he contratado, ¿no?

Lily asintió con la cabeza, se dio media vuelta y se marchó. Fue directamente a su propio despacho, agarró su bolso y se acercó a la mesa de Marie.

Cancela todas mis citas para esta tarde -le dijo.

– ¿Adonde vas? -preguntó la ayudante.

Lily sabía lo que tenía que hacer y la perspectiva no le agradaba. Cada vez que pensaba que podría olvidarse de Brian Quinn, surgía alguna razón para volver a verlo. Quizá, en el fondo, se alegrase de que Patterson hubiese filtrado la historia. Quizá, inconscientemente, quería volver a ver a Brian una vez más.

Mientras bajaba en el ascensor, se preguntó cómo habría reaccionado al ver el artículo publicado. ¿Estaría furioso… o decepcionado? Estaba convencida de que le echaría la culpa a ella. Y, aunque tendría que aceptar que estuviera enfadado, necesitaba dejarle claro que no había querido hacerle daño. Sabía que era un buen hombre que intentaba hacer bien su trabajo. No se merecía que el pasado se le volviera en contra.

Una vez en la calle, paró un taxi y entró.

– A WBTN, el canal de televisión. Está en el Congreso. No sé exactamente…

– Conozco el sitio -dijo el conductor. Se incorporó a la circulación y apretó el acelerador. Lily se recostó en el asiento y trató de pensar qué le diría a Brian cuando estuviese frente a él. Quizá no fuese tan buena idea. Al fin y al cabo, no tenía por qué disculparse. ¿No era él quien decía que no había reglas?

Quizá no fuera más que una excusa para volver a verlo. Lily no podía negar que había estado pensando en él. Y no cualquier tipo de pensamientos. En concreto, no había parado de imaginar escenas en las que los dos aparecían con muy poca ropa y menos inhibiciones todavía.

Era como si se hubiese vuelto adicta a esa clase de fantasías. No podía evitarlas y, sin embargo, era consciente de lo peligrosas que podían ser. Necesitaba tocarlo, saborear su boca, deslizar las manos por su cuerpo. Estar con Brian la hacía sentirse traviesa, sensual, más viva de lo que jamás se había sentido antes con ningún hombre. Y, aunque los cinco sentidos le decían que se mantuviera alejada, el instinto la empujaba a buscarlo.

Intentó dejar la cabeza en blanco, pero las fantasías siguieron perturbándola, aumentándole el ritmo de los latidos, la temperatura de la sangre. Cuando el taxi se paró frente a los estudios de televisión, estuvo a punto de pedirle al conductor que diera la vuelta y la llevase de regreso a su despacho. Pero le pagó, se apeó del coche y, lentamente, atravesó la entrada de los estudios.

– Necesito ver a Brian Quinn -le dijo a la recepcionista.

– ¿Tiene una cita?

– No. Pero, si está aquí, dígale que Lily Gallagher quiere verlo. Supongo que estará esperándome.

La recepcionista pulsó unos botones y habló por el micro de los cascos que tenía en la cabeza.

– Lily Gallagher quiere verte -dijo-. De acuerdo, en seguida sale -añadió al cabo de unos segundos, dirigiéndose a Lily.

Un minuto después, se abrió una puerta y apareció Brian. Lily sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. No sabía cómo se las arreglaba para estar más atractivo cada vez que lo veía. En esos momentos llevaba una camisa azul, con el botón del cuello desabrochado y las mangas subidas, y unos pantalones a la medida que acentuaban su cintura estrecha.

Brian se paró a unos diez metros de ella. Tenía el pelo enmarañado, como si se hubiese estado pasando la mano por él, y Lily tuvo que contener las ganas de acariciarlo con sus propios dedos.

– Hola -acertó a decir ella.

– ¿A qué has venido? -preguntó Brian, enarcando una ceja.

– ¿Podemos hablar en privado?

– No creo que tengamos nada que decirnos -contestó él. Era evidente que estaba enfadado.

– Has visto el artículo del Herald, ¿verdad?

– Yo y todos mis compañeros.

– ¿Podemos hablar, por favor? Necesito explicártelo.

Brian asintió con la cabeza, se dio media vuelta y traspasó una puerta. Lily lo siguió. Cruzaron un pasillo largo, Lily varios pasos por detrás, hasta que Brian empujó una puerta. La sujetó para dejar que Lily pasase primero y entro en una habitación sin muebles, con las paredes enmoquetadas. Un cristal daba a la sala de control.

– ¿Qué es esto?

– Una sala de grabación -Brian cerró la persiana que había frente al cristal y se giró hacia Lily-. Di lo que has venido a decir -murmuró.

– Lo siento -se disculpó ella-. Sé que crees que he sido yo, pero no es verdad. Tenía la información, pero no creo que la hubiera utilizado. Tengo ciertos principios, al margen de lo que puedas pensar ahora.

– ¿Quién ha filtrado la historia? -quiso saber Brian.

– No puedo decírtelo.

– Así que entre tus principios no está decir la verdad -replicó él.

– ¿Quién crees que lo hizo? -preguntó Lily.

– Creo que algún colega de Patterson dio el soplo a algún periodista, con cuidado de no dejar pistas.

– No puedo desmentirlo ni confirmarlo – contestó ella, esbozando una leve sonrisa-. Lo único que puedo decir es que espero que no te cause muchos problemas. He manejado situaciones como estas con anterioridad. Habrá unos cuantos rumores, se hablará durante un tiempo, pero se olvidarán. No es que hayas cometido un asesinato o te hayas acostado con una prostituta. Simplemente tenías demasiadas energías mal encauzadas de pequeño.

– El director de noticias me ha parado nada más entrar a trabajar esta mañana. Le preocupa mi imagen y están pensando en quitarme de en medio una temporada.

– Lo siento -Lily estiró un brazo para acariciarlo, pero Brian se apartó.

– ¿De verdad te importa?

Lily lo miró a los ojos y, de pronto, supo que no sólo estaban hablando del informe.

– Por… por supuesto. No quiero que te hagan daño.

Se quedaron callados unos segundos, tanteándose, y luego, como si hubiese explotado una bomba, se lanzaron en brazos del otro. Brian le agarró la cara con ambas manos y se apoderó de su boca en un beso exigente. Lily plantó las manos sobre su torso, ansiosa por volver a sentir su piel.

La empujó contra una de las paredes y apretó las caderas contra las de ella para que no le cupiese duda de lo excitado que estaba. Lily bajó la mano para tocarlo justo ahí. Necesitaba comprobar por sí misma que seguía deseándola tanto como lo deseaba ella a él.

Despacio, lo acarició por encima de los pantalones mientras Brian seguía besándola. Luego él le apartó la mano, le agarró ambas muñecas y las clavó contra la pared por encima de la cabeza. Y empezó a desabrocharle la blusa.

Lily gimió cuando le desabrochó el sujetador y lo aparto para dejar expuestos sus pechos. Después sintió la boca de Brian sobre sus pezones. ¿Cómo iba a resistirse a las enloquecedoras sensaciones que estremecían su cuerpo? Brian la hacía temblar de deseo. Cuando estaba con él, apenas podía respirar, necesitaba tocarlo con urgencia.

Pero, tan pronto como había empezado, finalizó. Brian se separó, se puso firme y, con sumo cuidado, se aliso la ropa. Exhaló un suspiro entrecortado mientras miraba el escote abierto de Lily.

– No podemos hacerlo aquí. Ya tengo bastantes líos.

– Bésame otra vez -susurró ella, acariciándole una mejilla.

Brian obedeció, pero, en esa ocasión, el contacto fue menos desesperado. Esa vez fue un roce dulce, delicado.

– No podemos seguir así -murmuró él apoyando la frente sobre la de Lily-. Quiero algo más.

– ¿Qué es lo que quieres? Dímelo y te lo daré

– Quiero… una cita -contestó mirándola a los ojos-. Algo normal. Te recojo, salimos. Nos conocemos mejor. Quizá descubramos que entre nosotros hay algo más que…

– Pasión.

– Exacto.

– Creía que en la limusina acordamos que…

– Voy a llamarte -interrumpió él al tiempo que le abrochaba los botones de la blusa-. Y vamos a salir juntos.

Lily dudó. Aquello no formaba parte del plan. Sabía los peligros a los que se exponía si intentaba sacar adelante una relación con Brian. Si todo se reducía a un intercambio sexual, no había riesgos. Pero si compartían algo más, podría hacerle daño. Brian Quinn era la clase de hombre que podía destrozarle el corazón en mil pedazos.

Cambiaba de mujer tanto como de calcetines. Lo había leído en el informe. Perseguía a las mujeres hasta que conseguía conquistarlas y después pasaba a otra. Ya había conocido a hombres así. Lo que no significaba que no se sintiera tentada.

– De acuerdo -aceptó finalmente, justo antes de girarse hacia la puerta.

Un segundo después, notó que Brian la rodeaba por la cintura. Le dio la vuelta despacio. La miró a los ojos. Luego, se acercó y volvió a besarla mientras le acariciaba las mejillas como si no pudiera cansarse de tocarla. Cuando terminó, exhaló un suspiro.

– Ve saliendo.

– ¿Sola?

Brian sonrió y se miro hacia los pantalones.

– Creo que voy a necesitar unos minutos… para relajarme.

– Sí… -Lily se ruborizó-. Bueno, nos vemos luego. Tenemos una cita.

– Te llamaré.


Brian aparcó frente al hotel Eliot y buscó a Lily en la acera. La vio de pie, junto a la puerta, charlando con el botones, y la contempló en silencio. Se había vestido con un bonito vestido de algodón, con una falda de vuelo amplio que se levantaba ligeramente con la brisa del verano. Llevaba el pelo, lleno de rizos, recogido en una cola de caballo con una cinta colorida.

Cuando el sol dio sobre el vestido, se transparentó la tela y pudo intuir la forma de sus piernas.

– Pero qué bonita es -murmuro Brian.

Llevaba toda la semana pensando en ella, pero había retrasado la llamada adrede hasta el día anterior. Había esperado que tomándose cierto tiempo, lograría entender su atracción hacia Lily y, de ese modo, podría controlarla. Pero la única conclusión a la que había llegado era que se trataba de un deseo irracional.

Debía odiarla o, cuando menos, desconfiar de ella. Pero apenas se hablaba ya del artículo del Herald. Lo habían reincorporado al canal y, según los estudios realizados, hasta había mejorado su imagen al ser considerado un hombre corriente, con el que cualquiera podía identificarse.

Así que, en esos momentos, estaban en una especie de tregua profesional y en un cruce de caminos personal. Quizá, tras la primera cita, consiguiera por fin alguna pista. Brian tocó el claxon y Lily se giró hacia él. Salió del coche a recibirla. Teniendo en cuenta su último encuentro en los estudios de televisión, no sabía qué ocurriría entre ambos. Pero Lily lo saludó con una sonrisa.

– Hola.

– Hola, ¿estás lista?

– Sí. Aunque no estoy segura para qué. Brian rodeó el coche y le abrió la puerta. Antes de que entrase, la rodeó por la cintura y se la acerco para darle un beso fugaz. Lily no se resistió. Levantó la cabeza y le devolvió el beso. Así debían ser las cosas, pensó él. Sencillas, con naturalidad. Cuando separó los labios, sentía que habían limado las asperezas, al menos por ese día. Le agarró el bolso, lo lanzó al asiento trasero y fue hacia la puerta del conductor.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Lily cuando ya estaban en marcha.

– Sorpresa -dijo él-. Pero vamos a divertimos, te lo prometo.

– Me alegra que me hayas llamado -comentó Lily-. No estaba segura de que fueras a hacerlo. Quería volver a decirte que siento mucho lo qué pasó.

Brian se encogió de hombros, estiró un brazo y enredo los dedos en el pelo de la nuca de Lily.

– No hablemos de trabajo.

– De acuerdo -convino ella-. Bueno, ¿de qué quieres hablar?

– Tampoco hay que forzarlo -dijo Brian-. Seguro que se nos ocurre algo.

El trayecto se les hizo corto y, tal como había predicho, no les costó encontrar de qué hablar, aunque Brian estaba mucho más ocupado admirando lo bonita que era que dándole conversación. Lily comentó que quería encontrar algo que hacer en el tiempo libre mientras estuviera en Boston y Brian le sugirió algunas cosas. Pero no le propuso, como primera opción, que se pasara cada minuto que tuviese acostándose con él. Y eso a pesar de que le parecía le mejor forma en que podía aprovechar el tiempo. Pero no creía que a Lily le gustara un comentario tan directo en la primera cita. Cuando cruzaron el puente del Congreso, ya casi la había convencido para que recibiera clases de remo.

– Clases de remo -murmuró Lily-. Se me daría bien. En el gimnasio soy una máquina con el aparato de remo.

Brian apuntó por la ventana hacia el Museo Infantil.

– Estamos yendo a Southie -comentó-. Mi barrio.

– ¿Vives aquí?

– Ya no. Tengo un apartamento cerca del canal. Pero crecí aquí.

– ¿Vamos a la casa donde vivías?, ¿sigue en pie?

– ¿Te he hablado de Southie? -preguntó él.

– Lo… leí en el informe.

– Quizá debería leerlo yo también -bromeó Brian-. No querría repetir nada que ya sepas.

– Creía que no íbamos a hablar de trabajo – dijo ella-. Aunque quizá no sea un tema tan importante dentro de poco.

– ¿Por qué lo dices?

– Estoy pensando en traspasarle el trabajo a algún compañero de la agencia -Lily se encogió de hombros-. No estoy segura de que pueda ser todo lo eficiente que debería.

– ¿Te irías de Boston?

– Sí. No debería haber ido a los estudios de televisión el otro día. Ni debería haberme enfadado por que el informe saliera en el periódico -contestó Lily-. Pero me enfadé.

Brian desvió la mirada, incapaz de creer lo que estaba oyendo. Luego, se tragó un exabrupto y detuvo el coche tras doblar una curva.

– No tienes por qué marcharte -dijo-. Si esto es lo peor que puedes hacerme, podré soportarlo.

– Pero…

Acalló la respuesta con los labios, estrechándola en un abrazo desesperado. La idea de que se fuera no debería haberlo afectado. Debería haberle dado igual. Pero le importaba mucho… aunque no supiese con seguridad por qué. Lo único que sabía era que necesitaba retenerla cerca de momento.

– No te marches. Al menos por mí -le dijo al tiempo que le acariciaba una mejilla-. Haz lo que tengas que hacer por Patterson. Lo entenderé. Sin resentimientos.

– Eso lo dices ahora. Además, está afectando a mi forma de trabajar -Lily rió-. Espera a que venga Emma Carsten. No tendrá piedad. Cuando termine contigo, Richard Patterson te parecerá un angelito.

– Creía que no íbamos a hablar de trabajo – murmuró Brian con los ojos clavados en la boca de Lily, acariciándole el labio inferior con un pulgar. No quería pasarse el día discutiendo si debía quedarse en Boston o salir de su vida para siempre.

– Dejaré de hablar de trabajo si me dices adonde me llevas.

– Tiene que ver con el agua y con la comida.

– ¿Es una adivinanza?

Brian miró hacia atrás y se reincorporó a la circulación. Giró a la izquierda y se encaminó hacia el puerto. Había estado en el embarcadero de Southie un millón de veces de pequeño y conocía muy bien la zona. Aunque su padre descargaba lo que pescaba en Gloucester, el Increíble Quinn siempre atracaba en el puerto de Southie.

– Allí está el embarcadero de los turistas – Brian encontró sitio para aparcar-. Y este es el de los pescadores. Estos edificios tienen casi cien años. Antes se concentraba aquí la industria pesquera, pero ya no. La pesca está de capa caída y están pensando en transformar la zona para construir apartamentos v un parque. Algunos prefieren que se conserve como ha sido siempre. Por los pescadores y toda la historia.

– ¿Me estás hablando del proyecto Wellston? -preguntó ella.

– No. Pero podría serlo. Es algo parecido. El sector inmobiliario está arrasando con toda la propiedad portuaria. Para ellos no es más que un negocio. Para la gente que vive del mar, es su vida. Dentro de nada será imposible imaginar que en Boston había pescadores -Brian hizo una pausa-. Pero ya basta de charlas. Lo bonito es venir de madrugada, sobre las seis y media. Cuando se subasta el pescado. Es muy divertido.

– Quizá podamos venir algún día -comentó Lily.

Salieron del coche y echaron a andar hacia el embarcadero de Southie. Brian recordaba haber jugado allí de pequeño con sus hermanos. Agarró una mano de Lily y le enseñó un arco en el que estaba tallada la cabeza de Neptuno.

– Hay quien dice que Boston se desarrolló gracias a la industria pesquera. Pero la pesca ya no da casi dinero. Creo que, cuando mi padre se dio cuenta de que ninguno de sus hijos quería seguir sus pasos, se llevó una desilusión. Fue entonces cuando compró el pub -Brian hizo una pausa para cambiar de conversación. Por fin, apuntó hacia una caseta antigua repleta de turistas-. Ahí comían los pescadores y los trabajadores del muelle. Todavía se come de maravilla. Pero vamos ahí -añadió, señalando hacia una línea de barcos amarrados al embarcadero,

– ¿Vamos a montar en barco? -preguntó Lily.

– Pero no en el Increíble Quinn. Ese está en Gloucester. Mi hermano Brendan acaba de casarse y el padre de Amy les ha comprado un barco de regalo de bodas. Brendan quería hacer un viajecito y me ha pedido que vayamos con ellos.

Cuando Brendan y Amy lo habían invitado, Brian se había mostrado reticente. Pero habían insistido y, de repente, les había dicho que sí, convencido de lo mucho que disfrutaría compartiendo un día de verano en el mar con Lily. Aunque presentarla a la familia era un paso importante, tenía sus motivos para hacerlo.

En esos momentos, Lily era una fantasía para él, una mujer que ocupaba un espacio secreto e inaccesible en su vida. Compartían una pasión increíble. Pero si de verdad quería entender lo que estaba pasando entre los dos, tendría que integrarla en su mundo, hacerle un hueco en la familia.

Mientras paseaban por el embarcadero, Brian vio a Brendan sobre la cubierta de un yate nuevo. Lo saludó y agarró una mano de Lily antes de subir a la embarcación.

– ¡Vaya!, ¡esto esta mejor que el Increíble Quinn!

Brian se giró hacia Lily, la sujetó por la cintura y la plantó en la cubierta. Cuando Lily puso las manos sobre su pecho para mantener el equilibrio, Brian sintió un fogonazo de deseo, pero lo sofocó devolviendo la atención a su hermano.

– El caso es que yo sólo había pedido un motor nuevo para el Increíble Quinn. Pero el padre de Amy decidió comprarnos el yate. No creo que a Avery Sloane le gustara la idea de ver a su hija en un barco tan antiguo.

Amy, la mujer de Brendan, salió del camarote. Llevaba pantalones cortos, un top, el pelo despeinado, como si acabaran de salir de la cama.

– Cielo, mi padre tiene segundas intenciones. Cree que ahora que nos ha comprado el yate, te sentirás obligado a enseñarle a dirigirlo. Luego nos los pedirá prestado y se llevará a sus socios a pasar la tarde en el mar tomando martinis -dijo y le tendió la mano a Lily-. Hola, soy Amy Aldrich. Digo… Amy Quinn, la mujer de Brendan.

– Amy, Lily Gallagher. Lily, mi hermano Brendan -los presentó Brian-. Brendan es escritor y Amy derrocha dinero -añadió antes de darle un beso en la mejilla.

– La última vez que vi tu cartera, no estaba llena de telarañas precisamente -contesto Amy.

– Brendan y Amy se han casado este mes pasado -explicó Brendan.

– Otra víctima de la maldición de los Quinn -bromeó Amy.

– ¿La maldición de los Quinn? -Lily frunció el ceño.

– No creo que a Lily le apetezca que le contemos las supersticiones de la familia -dijo Brian, rodeándola por la cintura.

– Pues sí me apetece -contestó ella.

– Ya te lo contaré -dijo Brian-. No puedes saber tan rápidamente todos nuestros secretos. ¿O formaba parte del informe?

Brian vio que la sonrisa de Lily se desvanecía y lamentó al instante lo que había dicho. El informe había sido un punto de fricción entre ambos y debería haber evitado mencionarlo. De alguna manera, Amy intuyó el cambio de humor y agarró una mano de Lily.

– Ven, te enseñaré el yate. Brian dice que querías probar algo típico de Nueva Inglaterra.

– Yo… -Lily pestañeó sorprendida.

– Tranquila. Los el chicos se encargan de la comida. Nosotras sólo tenemos que tomar refrescos y tostarnos al sol.

Brian las vio desaparecer por el camarote. Luego se giró hacia su hermano, que lo observaba sonriente.

– Es guapa -comentó-. ¿Es ella?

– ¿Ella?

– Sí. ¿La has salvado? Corren rumores de que sí.

– ¿Quién te lo ha dicho?

– Puede que Sean se lo comentara a Liam y Liam se lo dijese a Ellie, que comió con Amy hace unos días -Brendan se encogió de hombros-. En esta familia todo se sabe. Como se te ocurra estornudar por la mañana, a la hora de la cena no hay nadie que no sepa que estás resfriado. Estaba pensando en inaugurar un tablón de anuncios, para colgar los comunicados oficiales.

– Muy gracioso. ¿Estamos listos para zarpar?

– Ocúpate de la cuerda de popa. Luego ve a proa y suelta amarras mientras arranco.

Brian obedeció las instrucciones de su hermano y, minutos después, estaban surcando el agua. Hacía una tarde de sábado perfecta, con una brisa ligera y algún golpe de viento más fuerte. Subió los escalones que conducían a h cabina del timón y se sentó junto a Brendan.

– No es el Increíble Quinn -dijo este, mirando el panel del yate, lleno de dispositivos electrónicos.

– No, desde luego -Brian aceptó la cerveza que le ofreció su hermano-. El Increíble Quinn es único.

– Supongo que se lo devolveré al padre de Amy en cuanto le enseñe a manejarlo. Pero, de momento, me divertiré un tiempo con él.

– ¿Vivirás en el Increíble Quinn este verano?

– No lo sé -dijo Brendan-. La verdad es que me da igual dónde viva, con tal de que Amy esté conmigo. Sé que suena empalagoso, pero…

– No -lo interrumpió Brian-. No suena empalagoso. Suena agradable. Hace un par de semanas no te habría entendido, pero ahora sí.

– ¿De verdad?

– No es que quiera pasar el resto de mi vida con Lily. Pero entiendo que es posible que estas cosas pasen… que alguien… que yo podría querer sentar la cabeza. Digamos que ahora estoy abierto a esa posibilidad.

– Ya sólo quedáis Sean y tú.

– Sean no sucumbirá -dijo Brian-. Es una roca.

– Hasta papá se está ablandando. La semana pasada hablé con Keely y dice que nuestros padres salieron a cenar. Papá le mandó un ramo de flores a mamá a la mañana siguiente,

Brian recordó la conversación que había tenido con Sean sobre la infidelidad de su madre y se preguntó si Brendan sabría algo al respecto.

– El otro día Sean me comentó algo que me dejó sorprendido. Dijo que mamá engañaba a papá. ¿Tú te acuerdas de algo?

Brendan frunció el ceño, desconcertado también por el comentario.

– No, no puede ser.

– Creo que es por eso por lo que sigue enfadado con ella. ¿Crees que vio algo?

– No sé -dijo Brendan, todavía extrañado-. Supongo que eso explicaría muchas cosas. Pero sigo sin creer que sea cierto. A veces me pregunto qué habría sido de todos nosotros si se hubieran llevado un poco mejor, si papá la hubiese querido un poco más. Papá no le ponía las cosas fáciles. Pienso en mi matrimonio con Amy y ni se me ocurre hacer la mitad de las cosas que papá le hizo a mamá.

Brian debía reconocer que él también había pensado lo mismo en más de una ocasión. Siempre había sabido que el amor no tenía por qué ser algo sencillo. Y, sin embargo, con sus hermanos parecía lo más natural, como si no tuvieran que pensar al respecto, nunca dudaran de lo que sentían ni les costase el menor sacrificio. Mientras que con Lily todo era complicado, inestable, el preludio de un desastre. De modo que no podía ser amor. Pero, entonces, ¿qué era?

Había compartido el sexo más increíble la primera noche, en la limusina. Pero, aunque había descubierto sus curvas y los ángulos de su cuerpo desde el principio, en realidad seguía sin conocerla. Necesitaba saber más de la mujer que lo hacía sentir un deseo tan abrumador. Tenía que averiguar quién era Lily Gallagher y por qué la deseaba tanto.

Y ese día sería una buena ocasión de acercarse a ella. Pasarían la tarde acompañados. Estando con Brendan y Amy, no podrían entregarse a un acto de pasión desatada. De modo que al terminar el día, Lily dejaría de ser una fantasía y se convertiría en una mujer normal y corriente sin poder para hacerle daño.

Brian miró las islitas que salpicaban el mar. Así, cuando Lily regresara a Chicago, podría despedirse de ella sin dudas ni arrepentimientos. Pasaría a formar parte del pasado, como el resto de las mujeres que habían pasado por su vida, y volvería a empezar. Al fin y al cabo, Lily no podía ser la elegida. ¿O sí?

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