Capítulo 6

La hoguera crepitaba bajo el cielo de la noche. Lily se acurrucó contra Brian envueltos bajo una manta de lana. Estaba tumbada boca arriba, en la playa, y no recordaba la ultima vez que se había sentido tan contenta. Estaba… feliz. Era una palabra muy simple, pero era la única que encontraba para describir su estado de animo.

Allí, en esa pequeña isla, parecían estar a miles de kilómetros de cualquier problema. Casi podía imaginarse una vida así. De ese modo, podría conocer mejor a Brian, hacer lo que hacía cualquier pareja normal, encargar comida a un restaurante chino, ver películas de vídeo, discutir por la posición de la tapa del aseo.

– Podría quedarme aquí toda la vida -murmuró.

– Podríamos mandar a Brendan y Amy de vuelta -sugirió Brian-. Construiría una cabaña y pescaría para comer.

– Yo recocería algas y haría cortinas para la cabaña y ropa para vestirnos.

– Vaya. creía que estaríamos desnudos – bromeo el-. ¿No forma parte de tu fantasía?

– ¿Y que haréis cuando llegue el invierno? – preguntó Brendan desde el otro lado de la hoguera-. Cuando todo se cubra de nieve y la temperatura baje por debajo de cero.

– No seas aguafiestas -Amy le dio una palmadita juguetona.

– Sólo estoy siendo práctico. ¿Recuerdas el viaje a Turquía? Teníamos tiendas de campaña y sacos de dormir y aun así me pediste que te comprara más calcetines en el mercado. Ellos van a ir vestidos con algas y vivirán en una cabaña. Seamos realistas.

– Es verdad -dijo Brian-. Pasaremos el verano aquí, salvo la temporada de los mosquitos. Y cuando haga frío, nos iremos a Tahití.

– Pues vaya rollo de fantasía con temporada de mosquitos incluida -bromeó Lily.

Un silencio prolongado les envolvió, quebrado tan sólo por el chisporroteo de la hoguera. Lily suspiró, se apretó un poco más a Brian.

– ¿Por qué no me cuentas lo de la maldición de los Quinn? Es de noche, estamos alrededor de una hoguera. El ambiente perfecto para una historia de miedo.

– No, la maldición de los Quinn no -se resistió él.

– ¿Por qué no? -terció Amy-. Lily tiene que saber en lo que se está metiendo.

– Yo voto por contárselo -dijo Brendan-. Por si quiere huir mientras esté a tiempo.

– Pero antes deberíais contar una historia sobre los increíbles Quinn, para ir poniendo las cosas en contexto -contestó Amy.

– Antes encuentro un acantilado y me tiro – gruñó Brian-. ¿No creéis que lo de la maldición es digno de una cuarta o quinta cita?

– Historia de los increíbles Quinn -arrancó Brendan tras aclararse la voz-. Te haré un resumen para que te centres. Empezamos con un antepasado, normalmente listo, guapo o fuerte, pero que no ha desarrollado todavía todo lo que lleva dentro. Realiza un acto valeroso y, de pronto, se convierte en un héroe. Por lo general, suele haber una mujer por medio, malvada, manipuladora o codiciosa. Ejemplo: Paddy Quinn planta una semilla mágica y trepa por la planta para matar al gigante, pero una mujer le está cortando el tallo debajo de él.

– ¿Entonces no tienen final feliz? -Lily frunció el ceño.

– Sí, sí. Siempre -aseguró Brian-. Al final gana el increíble Quinn, el dragón muere y la mujer acaba convertida en sapo. Mi padre creía que estas historias nos enseñarían a desconfiar de las mujeres. Pero sólo consiguieron confundirnos.

– ¿Y esa es la maldición? -preguntó ella.

– La maldición es un fenómeno más reciente -explicó Brendan-. De hecho, empezó con nuestro hermano mayor, Conor. Y luego hemos ido cayendo Dylan, yo, Liam.

– Se pusieron a jugar a los increíbles Quinn y rescataron a una mujer en apuros -explicó Amy-. Pero, horror de horrores, acabaron enamorándose. Una historia tristísima. Tantos antepasados defendiendo la imagen de tipos duros para acabar con esta generación de sensibleros.

Brendan gruñó, la agarró por la cintura y la tumbó contra el suelo. Amy se revolvió, se puso de pie y echó a correr hacia la orilla, seguida de su marido. Sus risas se mezclaban con el chapoteo del agua bajo la noche.

– Creo que siguen en la luna de miel -dijo Brian.

– Hacen buena pareja -comento Lily-. Siempre he pensado que el matrimonio debería ser así… Aunque no estoy pensando en el matrimonio. Creo que hay personas que no están hechas para estar casadas.

– Puede -dijo Brian-. Yo solía pensar lo mismo. Pero cuando veo a mis hermanos con las mujeres a las que aman, me pregunto si me estoy perdiendo algo.

Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Lyly no sabía que decir. No esperaba que un hombre como Brian hablase tanto de amor.

– La cena estaba riquísima -comentó por fin, cambiando de conversación-. Ya puedo volver diciendo que he probado una auténtica cena de Nueva Inglaterra. A cambio, tendré que enviarte una pizza de Chicago.

– ¿Cuándo crees que te volverás? -Brian la abrazó con fuerza y le hizo una caricia en el pelo con la nariz.

– Supongo que puedes saberlo tú mejor que yo -Lily se encogió de hombros.

– Quizá haya alguna manera de retenerte aquí -repuso él.

Lily levantó la cabeza para mirar a Brian y este aprovechó la ocasión para besarla, demorándose sobre su boca un rato largo. Lily sabía que debía parar, pero hacía tiempo que habían cruzado el límite. ¿Por qué negar que lo deseaba? ¡Se sentía tan bien pegada a él!

Brian le acariciaba la cara mientras aumentaba la presión del beso, cada vez más exigente. Lily ya conocía el sabor de su lengua. Podían encerrarla en una habitación a oscuras con cien hombres y habría reconocido a Brian de inmediato. Con él, cada beso era… perfecto.

Había estado con otros hombres, había tenido otras relaciones, pero todas parecían desaparecer en compañía de Brian. Se había convertido en un hombre especial, alguien en quien deseaba confiar. Pero seguían existiendo muchas barreras entre los dos. Aunque habían conseguido disfrutar de una tarde maravillosa, al día siguiente el trabajo los obligaría a luchar en bandos opuestos.

Brian la tumbó encima de él y Lily cubrió las cabezas de ambos con la manta, creando una burbuja de intimidad.

– Me alegro de haberte traído -murmuró él mientras recorría el cuerpo de Lily con las manos.

– Y yo de haber venido.

– No está mal para una primera cita -dijo Brian y Lily rió.

– Las he tenido peores.


Las luces de la ciudad iluminaban la noche mientras Brian conducía. Lily se había acurrucado contra su cuerpo, cubierta todavía en la manta, mientras echaba una cabezadita. La rodeó con un brazo y la apretó mientras esperaba a que cambiara el disco del semáforo. Luego le dio un beso en el pelo. Olía a sal y a fogata, un aroma más embriagador que cualquier perfume francés. Brian suspiró, extrañado por los sentimientos protectores que tenía hacia ella. Aunque había aceptado la rivalidad que los enfrentaba en el trabajo, esta no afectaba a lo que sentía por Lily. Había sido sincero al decirle que hiciera lo que tuviese que hacer.

Pero eso no significaba, en absoluto, que estuviese enamorándose de ella. Ni hablar. Lo que ocurría era, sencillamente, que Lily era la mujer más fascinante que jamás había conocido. Pero, al igual que con las demás mujeres que habían pasado por su vida, llegaría un momento en que se aburriría de ella… por más que en esos momentos le resultase inimaginable.

Cuando el semáforo se puso verde, giró hacia la avenida Commonwealth, a unas cuantas manzanas del hotel de Lily. ¿Cómo había pasado? Ya había tenido citas con otras mujeres, hasta había mantenido alguna que otra relación decente. Pero nunca había sentido algo parecido. Por más tiempo que pasara con Lily, nunca le resultaba suficiente. Aunque estuvieran una semana entera encerrados en la habitación de un hotel, sospechaba que seguiría deseándola más que el oxigeno que respiraba.

Cuando llegó frente al hotel, paró el motor, estiró un brazo y le acarició la cara con delicadeza.

– Despierta -susurró.

Lily abrió los ojos, se puso firme y lo miró como si no estuviera segura de dónde estaba. Luego sonrió adormilada.

– ¿Estamos en casa?

– Estamos en tu hotel -Brian abrió la puerta y le entrego las llaves al aparcacoches. Luego, rodeó el vehículo para ayudar a salir a Lily. La rodeó por la cintura y entraron juntos en el vestíbulo. El personal de recepción apenas les prestó atención mientras andaban hacia el ascensor. Había pensado dejarla allí, pero al final decidió acompañarla arriba, con la esperanza de obtener un beso de buenas noches.

Entraron en el ascensor. Lily se apoyó contra una de las paredes y lo miró. Brian cambió el peso del cuerpo a la otra pierna. Estaba tenso, se preguntaba si ella también estaría pensando en lo fácil que sería entrar juntos en su suite y hacer el amor toda la noche.

Las puertas del ascensor se abrieron en la tercera planta y ambos salieron. Cuando llegaron a la habitación. Lily le entregó la tarjeta con la que se abría la puerta.

– Debería irme -elijo él.

– Deberías quedarte -contestó Lily. Recupero la tarjeta, abrió, agarró a Brian por la camiseta y lo metió en la habitación-. Sólo un rato.

Aunque sabía que estaba jugando con fuego, no le importó arriesgarse. Le gustaba ese tipo de calor y todavía no se estaba quemando. Gruñó mientras la estrechaba entre los brazos para besarla. Entonces, tras cerrar la puerta, se quedaron totalmente a solas, sin nada que les impidiese llegar a la cama. Pero esa vez no se dejaría arrastrar por el deseo. Esa vez disfrutaría de Lily con calma.

Esta le sacó la camiseta de la cinturilla y empezó a quitarle la chaqueta. Pero Brian le sujetó las manos, se las llevó a los labios y le besó las puntas de los dedos.

– Es nuestra primera cita -dijo él con tono pícaro-. No quisiera que pensaras que soy un hombre fácil.

– Jamás pensaría algo así -respondió sonriente Lily mientras deslizaba una mano por su torso, rumbo al cinturón de los vaqueros-. Eres… muy… duro.

– En el coche parecías cansada -comentó el-. ¿Quieres que te lleve a la cama?

– Estoy cansada, sí -convino Lily. Acto seguido, se agachó para levantarla en brazos. Lily soltó un gritito de sorpresa y rió mientras Brian la llevaba a la habitación. La posó con suavidad sobre la cama.

– ¿Que sueles ponerte para dormir? -preguntó Brian cuando ella se hubo quitado las sandalias.

– Un camisón -Lily frunció el ceño-. Está en el cuarto de baño,

Brian entró en el amplio cuarto de baño y encontró el camisón colgado del pomo. Se paró a examinar las cosas que tenía por la encimera del lavabo, levantó un bote de perfume y lo aspiró. Antes de salir, miró hacia la bañera y pensó si debería sugerirle que se diera un baño… sólo para relajarla antes de dormir. Pero tendría que esperar para otra noche.

Cuando salió, Lily estaba sentada en la cama. Le lanzó el camisón y la puso de pie. Aunque los botones del vestido que llevaba eran pequeños, se las arregló para desabrocharlos.

– ¿Qué haces? -murmuró ella mientras le acariciaba el pelo.

– Te estoy preparando para meterte en la cama.

– Pero no tengo sueño.

– Te has quedado dormida de camino al hotel -Brian se concentró en los botones situados entre sus pechos.

– Este vestido no se saca así -dijo ella. Luego agarró el bajo y, de un suave movimiento, se lo quitó por encima de la cabeza. Se quedó de pie en ropa interior y, por un momento, Brian se quedó sin respiración. No cabía duda de que Lily lo deseaba tanto como él a ella.

Le acarició un hombro despacio, tomándose su tiempo para memorizar la sensación de su piel bajo la yema de los dedos, disfrutando del calor que transmitía su cuerpo.

– Eres preciosa.

Lily lo miró mientras él exploraba sus curvas con los dedos hasta aprendérselas de memoria. Luego la rodeó por la cintura, le dio un beso en el cuello. Lily ladeó la cabeza y suspiró mientras él viraba hacia un hombro.

Desde aquella primera noche en la limusina, había soñado con el momento de volver a hacerle el amor, sin prisas, recreándose. Pero, llegado el momento de la verdad, no estaba seguro de si quería seguir adelante. Seducir a Lily enredaría más una relación que ya estaba bastante liada. Una cosa era una aventura de una noche. Pero eso se había convertido en algo más, algo que no acertaba a definir.

Brian llevó los dedos al enganche del sujetador. Lo abrió y lo dejó caer, liberando sus pechos. Contuvo la respiración mientras abarcaba uno de los senos con una mano. Le pellizcó el pezón hasta ponerlo erguido.

Lily echó la cabeza hacia atrás y sonrió, invitándolo en silencio a que siguiera. Brian se sentó en el borde de la cama, introdujo las manos bajo sus bragas y tiró despacio de ellas hacia abajo. Luego, la beso en el ombligo. Siempre había tenido un ideal, el cuerpo femenino perfecto, establecido de acuerdo con los patrones de muchas revistas para hombres. Pero ese cuerpo ideal había pasado a ser el de una mujer de curvas suaves, con pequeñas imperfecciones que la hacía más real. Lily era esa mujer perfecta. con una sonrisa luminosa, cintura estrecha, caderas anchas y pechos perfectos.

Quería poseerla, pero algo lo frenaba. ¿Qué sería?, ¿miedo?, ¿inseguridad quizá? Cuando tocaba a Lily, se sentía poderoso, como si pudiese dominar el mundo. Pero también se sentía muy vulnerable, como si le pudiesen partir el corazón. Si le hacía el amor, no habría vuelta atrás. Estaba seguro de que se enamoraría de Lily.

– ¿En qué piensas? -le preguntó ella. Sus palabras lo sorprendieron. De pronto, se dio cuenta de que Lily estaba totalmente desnuda y él vestido.

– En lo suave que es tu piel -Brian se acercó a ella y aspiro-. Y en lo bien que hueles. También pensaba en lo que quiero hacerte sentir.

– Hazme sentir -clip ella.

Brian sonrió. Luego, pasó las manos por sus caderas, por el vientre. Cuando bajó, Lily contuvo la respiración. Después, la rodeó por los muslos y la acercó hasta situarla entre sus piernas.

Lily tembló cuando la tocó y Brian notó el poder que tenía sobre ella. Se pregunto si sería consciente del que ella tenía sobre él, si sabía cuánto le costaba negar su deseo. Tenía los dedos húmedos y empezó a pasearlos sobre el sexo de Lily, despacio al principio, estimulándola,

Brian la miró. Sonreía. Estaba más guapa de lo que por sí ya era. Se había ruborizado y tenía los pechos sonrosados. Lily se apretó a él, le apretó los hombros, arqueó la espalda. Casi sin respiración, murmuró su nombre. Pero Brian no quería provocarle el orgasmo todavía, de modo que aminoró el ritmo, sabedor de que cuando finalmente llegase, sería más explosivo.

Su rostro,se tensó. Brian sabía que estaba al límite y le metió un dedo. De repente, un espasmo sacudió su cuerpo. Lily emitió un gemido desgarrado, gritó su nombre y, de repente, se desplomó sobre él encima de la cama. Lentamente, fue recuperando la respiración.

– Creía que me ibas a acostar -dijo tras soltar una risilla.

– Pensé que te vendría bien relajarte un poco -Brian la agarró por la cintura y ambos rodaron sobre el colchón hasta tenerla situada boca arriba. Se agachó para besarla-. Debería irme.

– ¿Por qué? Quédate.

– ¿Por qué? -Brian suspiró.

– No sé -dijo ella con el ceño fruncido-. Porque quiero que te quedes.

– Esa es la única razón que se me ocurre a mí también. Y, de momento, creo que no es suficiente -Brian se levantó de la cama y agarró el camisón-. Venga, te arropo antes de irme – añadió al tiempo que la ponía de pie.

– ¿No quieres pasar la noche conmigo? – preguntó confundida ella.

– Por supuesto que quiero. No imaginas cómo.

– ¿Entonces?, ¿por qué te marchas?

– No tengo ni idea -contestó mientras le ponía el camisón-. Pero hazme caso: es mejor que me marche. Es nuestra primera cita. Deberíamos seguir al menos alguna de las reglas… Métete – añadió tras abrir la sabana.

– ¿He hecho algo mal?

– En absoluto. Pero las cosas no tienen porqué ir siempre a velocidad de vértigo -Brian sonrió-. A veces merece la pena esperar,

– Normalmente estaría de acuerdo. Pero, ¿has olvidado lo que hicimos la primera noche en la limusina?

– No, eso no es fácil de olvidar. Pero entonces éramos dos desconocidos y ahora no lo somos. Y esta ha sido nuestra primera cita. No creo que debamos dormir juntos.

– Teniendo en cuenta lo que acabas de hacerme, ¿no te parece un poco absurdo? -Lily se metió en la cama y se subió la sábana hasta la barbilla-. Dame un beso de buenas noches. Y prométeme que me llamarás mañana por la mañana.

– Dulces sueños -Brian se agachó para rozarle los labios-. Mañana te invito a desayunar. Luego podríamos ir a la iglesia. Hace un tiempo que no me confieso y tengo muchos pecados acumulados. Pecados buenos, no malos.

Lily estiró un brazo y le hizo una caricia en la mejilla.

– Eres un buen hombre, Brian Quinn. Pero a veces me desconciertas.

La besó de nuevo. Luego fue hacia la puerta y le apagó la luz.

– No sé qué tienes de especial, pero tienes algo -murmuró antes de marcharse.

Después se dio la vuelta y sacudió la cabeza.

Aquello sí que era nuevo: no era normal que dejase escapar a una mujer bella y desnuda que le pedía acostarse con él. Pero debía confiar en su instinto y el corazón le decía que cometería un error si se enamoraba de Lily Gallagher. Y si le hacía el amor esa noche, le estaría haciendo justamente eso: el amor. Necesitaba ir con calma.


El fin de semana del Cuatro de Julio, Boston se vestía de fiesta. Lily había esperado el puente durante toda la semana. Según el personal del hotel, no había ciudad en todo el país que celebrase tan señalada fecha con más algarabía. Y comprobó que no le había mentido al ver las banderitas estadounidenses en todas las ventanas y todas las calles.

Brian la había recogido a las doce y habían pasado el día de tiendas, haciendo turismo por algunos de los sitios que todavía no había visitado. Luego habían comido en un restaurante con terraza, se habían entretenido en una librería y, en una tienda de regalos, Brian le había comprado un sombrero con estrellas que no se había quitado durante el resto del día.

La multitud aumentaba con el paso de las horas, pero Brian le aseguró que tendrían un lugar perfecto desde donde ver los fuegos artificiales. A Lily le costaba creérselo, pues las calles estaban abarrotadas con familias enteras.

Al final, cuando ya casi era de noche, Brian la condujo entre el tumulto. Se estaban alejando del río Charles, pero Lily confió en él, ya que era evidente que era Brian quien conocía Boston mejor. Al llegar a la calle Beacon, apuntó hacia una casa de cuatro plantas con aspecto de haber sido construida hacía centenares de años.

– Ahí es.

– ¿Qué? -preguntó Lily.

– Donde vamos -Brian le agarró una mano y la condujo hasta la puerta del edificio. Abrió la puerta con una llave y, una vez dentro, a Lily la sorprendió encontrar vacía la elegante mansión. Hacía calor, pero, al encender la luz, pudo apreciar lo bonito que era el sitio. Todo lleno de mármoles, techos altos y enormes ventanales.

– ¿De quién es esta casa? -quiso saber ella.

– La compró mi cuñado Rafe hace un par de meses.

– ¿Por qué está vacía?

– Keely y él van a redecorarla este verano. De momento, están viviendo en un apartamento.

– ¿Podemos estar aquí?

– Por una noche -Brian se encogió de hombros- la casa es nuestra.

– Hace calor -comentó Lily. Aunque el ambiente tenía un toque romántico, lo habría sido más con aire acondicionado y algún mueble-. Quizá podríamos abrir la ventana.

– No vamos a quedarnos aquí.

Brian echo a andar hacia las escaleras. Subieron al segundo piso, al tercero después. Cuando por fin llegaron a la planta cuarta, Lily estaba un poco sofocada. No había previsto pasar la fiesta haciendo ejercicio. Entonces Brian subió un último tramo de escaleras que daba a una puerta y el mundo se abrió a su alrededor. Estaban en la azotea, suficientemente altos para ver el río Charles y a toda la gente que se apiñaba en la explanada.

– Qué bonito -Lily sonrió-. Desde aquí podremos verlo todo.

– Sí -convino Brian-. Rafe decía que era un sitio agradable, pero no pensé que tanto.

– Gracias -dijo Lily tras girarse hacia él, rodeándole la nuca con las manos. Luego vio una mesita situada en un extremo de la azotea y se acercó a ella. Encima había una botella de champán metida en un cubo de hielo picado. También encontró dos cajas de bengalas. Lily se agachó a la nevera que había bajo la mesa, la abrió. Estaba llena de comida, toda presentada con mucha elegancia. Sacó una tabla de quesos y un paquete de galletas-. ¿Lo has preparado tú?

– Si digo que no, ¿te llevarás una desilusión? Rafe dijo que nos dejaría algo, pero supuse que se limitaría a unas cervezas y unos cacahuetes.

– Qué detalle -dijo Lily mientras acariciaba una de las copas de champán.

– Es un buen tipo. A veces creo que se siente obligado a complacernos.

– ¿Por?

– No tuvo el mejor de los comienzos con los Quinn. Y algunos de mis hermanos siguen guardando cierta distancia con él. Pero se casó con Keely, así que ahora es de la familia. Y la trata muy bien, y cuida de mamá.

– Tienes quedarle las gracias -dijo Lily con suavidad.

– Lo haré -Brian se situó tras ella y la rodeó por la cintura.

– Me alegro de estar aquí. Ahora mismo no creo que pudiera estar mejor en ningún otro sitio.

Segundos después, se oyó un sonido sibilante y el primer fuego artificial iluminó la noche. Lily miró maravillada el juego de luces y colores que se formó en el cielo. Se quedaron en silencio mucho tiempo, contemplando el espectáculo, oyendo la música y los gritos de celebración que llegaban del río. dando sorbos de champán, abrazados el uno al otro.

Aunque esa semana se habían visto todas las tardes, apenas habían compartido unos pocos besos de buenas noches desde el día del yate con Brendan y Amy. De hecho, Lily prefería el rumbo que estaba tomando la relación entre ambos, como si, tácitamente, se hubieran puesto de acuerdo para empezar por el principio. Seguía deseándolo, anhelando sus besos y sus caricias. Pero llevaban un ritmo más pausado en el que sentía a gusto.

Con todo, allí, con el cielo iluminado de palmeras de colores y el champán cosquilleándole en la nariz, no se sentía tan segura. Sería muy fácil sucumbir. Cuando Brian la tocaba, se sentía incapaz de resistirse. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda al recordar la noche en la suite de su hotel. Las cosas que Brian le había hecho, el control que ejercía sobre su cuerpo… se ruborizó.

Lily subía que, si en ese momento se giraba y lo besaba, lo convencería para que le hiciese el amor en el tejado. Pero las cosas habían cambiado entre los dos. Los sentimientos habían cambiado: el día de la fiesta de recaudación de fondos sólo había habido atracción sexual, pero, con el tiempo, la relación había crecido.

Gruñó para sus adentros. Relación. Eso era justo lo que se había jurado evitar. Pero ya no podía negarlo. Lo que tenía con Brian había dejado de ser una aventura de una noche para convertirse en una relación. Antes o después, tendrían que hacer frente a lo que les estaba pasando y tomar decisiones. Lily suspiró. Ella tenía su vida en Chicago, Brian en Boston.

Cuando el espectáculo de fuegos artificiales finalizó, siguieron sentados en el tejado y se terminaron el champán mientras hablaban en voz baja, arrullados por el murmullo de la multitud abajo. Había sido un día muy largo y a Lily le estaba entrando el sueño. Bostezó, estiró los brazos por encima de la cabeza, dispuesta a dormirse allí mismo, bajo la luna y las estrellas.

– Vamos -murmuró Brian-. Te acompaño a tu hotel.

– No pienso dejar que vuelvas a meterme en la cama, a no ser que te metas conmigo -contestó ella sonriente.

– Resulta tentador -dijo él-. Pero ibas a dormir muy poco.

– De eso se trata -contestó Lily. Luego lo miró un buen rato-. ¿Qué estamos haciendo?

– No lo sé -Brian le acarició el pelo de la nuca-. Pero, sea lo que sea, lo estamos pasando bien.

– Sí… Pero no sé… -Lily negó con la cabeza, incapaz de poner en palabras la causa de su confusión.

– Lo sé -dijo él antes de posar los labios sobre su boca-. Pero no tenemos que decidirlo esta noche, ¿no?

Regresaron a la casa, apagando luces a medida que pasaban. Cuando salieron a la calle, se encaminaron hacia la avenida Commonwealth, dando un paseo despacio, agarrados del brazo. Las calles seguían atestadas de personas con sillas plegables y neveras portátiles.

Lily pensó que nunca celebraría otro Día de la Independencia sin acordarse de esa noche en un tejado de Boston con Brian Quinn. Lo miró, sorprendida todavía de lo guapo, dulce y divertido que era. Llevada por un impulso, lo empujó contra la puerta de una tienda, lo abrazó y lo besó con ardor.

Brian sonrió, la apartó y le dio un beso en la frente.

– Así no llegaremos nunca al hotel. Una mujer se chocó con ellos y Lily le echó una mano para que no perdiera el equilibrio.

– ¿Señorita Gallagher?

Lily se quedó helada al reconocer a la señora Wilburn, la secretaria de Richard Patterson. ¡Ya era casualidad!, ¡mira que tener que encontrarse con la persona más leal a Richard Patterson!

– Señora Wilburn, le presento a…

– Sé quien es usted -dijo ella con expresión impenetrable.

– Brian Quinn -finalizó Lily.

– ¿Le han gustado los fuegos artificiales, señor Quinn? -preguntó la señora Wilburn.

– Sí -respondió él-. Nos han gustado mucho. Los hemos visto desde un tejado. Este año han sido fantásticos, ¿no le parece?

– Sí… -la secretaria se giró hacia Lily-. Nos vemos el lunes en el despacho, señorita Gallagher. Que tenga un buen fin de semana.

Cuando se hubo alejado lo suficiente, Lily soltó un exabrupto y se apoyó contra un farol cercano.

– Se ha dado cuenta. Ha notado que estábamos juntos y se lo dirá a Patterson. Puedo darme por despedida. Estoy saliendo con el enemigo -dijo y echó a andar entre el gentío.

– Lo siento. Lily -dijo Brian cuando le dio el alcance-. Podía haberme apartado, pero creo que nos había visto juntos y habría dado la impresión de que intentábamos ocultar algo.

– No -Lily se paró y se giró hacia el-. Me he pasado la última semana fingiendo que esto no era un problema. Creía que podía separar mi vida privada de mi trabajo. Pero no podemos seguir engañándonos. Sabíamos que esto nos explotaría en las narices en algún momento. ¿Por qué no aceptar que ha llegado ese momento?

– Lily…

– ¿Por qué no has seguido con la historia de Patterson? -atajó ella-. Has echado el freno, ¿sí o no? ¿Ha sido por mí?

– No -contestó él-. He estado ocupado con otros reportajes.

– De acuerdo, pues aquí tienes una exclusiva: vamos a seguir adelante con el provecto Wellston. Como experta en relaciones con los medios de comunicación, te aconsejo que consigas tu historia antes de que la gente se olvide del puerto y los pescadores y empiece a pensar en lo agradable que sería comer en uno de los restaurantes que estamos planeando.

– ¿Por qué me cuentas esto?

– ¿Vas a continuar con tu investigación?

– Sí. Cuando esté preparado.

– Nosotros estaremos preparados cuando lo estés tú.

– ¿Desde cuándo hablas en plural?

– Trabajo para Richard Patterson. Represento sus intereses. Es mi trabajo, ¿recuerdas? Y si la señora Wilburn le cuenta lo que ha visto, le parecerá una traición y pondrá a otra, en mi puesto. Un puesto que necesito para pagar la maldita casa que acabo de comprar -Lily se paró tratando de serenarse. Pero no podía contener la frustración-. A ti le da igual mi vida, ¿no? Lo único que te importa es lo que compartimos esa noche en la limusina.

– ¿Qué?. ¿crees que he venido por este camino adrede, pensando que nos encontraríamos con la secretaria de Patterson en la calle? Sé razonable. Lily. Yo no quiero que te echen. Y me da igual si intentas frenar mi investigación para defender a Patterson. Sólo es trabajo. Es lo que hacemos para ganarnos la vida. Pero no tiene que ver con lo que sentimos.

Era verdad: estaba siendo irracional. Pero sí que tenía que ver con lo que sentía. Lily no podía evitar pensar que, sí la despedían, desaparecerían las barreras que se interponían entre los dos. Había momentos en que había estado dispuesta a bajar la guardia, a olvidarse de la pequeña batalla que tenía con Brian Quinn y explorar los sentimientos que compartían. Pero necesitaba el trabajo. Había luchado mucho para ser una buena profesional.

¡Todo estaba yendo tan rápido! Estaba dispuesta a renunciar a todo por un hombre al que apenas conocía. Un hombre en el que no sabía con seguridad si podía confiar.

– Ten… tengo que irme. Luego hablamos.

– Te acompaño.

– No, necesito un poco de tiempo para pensar -Lily negó con la cabeza.

– De acuerdo.

La alivió que no se insistiese. Lily se abrió hueco entre el río de cabezas que inundaba la avenida Commonwealth, aunque en realidad no miraba hacia donde iba. Quería estar enfadada, culpar a Brian de haber puesto patas arriba su perfecta vida. Él era el responsable de que hubiese perdido el control. Si no hubiese sido tan dulce y atractivo… Maldijo. ¡Todo por su culpa!

Lily se paro en medio de la calle y se cubrió la cara con las manos. De acuerdo, debía reconocer que ella también tenía parte de responsabilidad. De hecho, tal vez la culpa fuera toda de ella. Al fin y al cabo, era ella quien lo había invitado a subir a la limusina aquella noche increíble, maravillosa… Gruñó. Estaba a punto de tirar su carrera por la borda y solo podía pensar en pasar el resto de su vida en la cama con Brian Quinn.

– Contrólate -se dijo-. Sigue siendo el enemigo. Y por mis santas narices que no voy a rendirme.

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