CAPÍTULO 13

– ¿Brandy? -preguntó lady Vickers, ofreciendo una copa.

Annabel meneó la cabeza. Después del segundo día de recibir visitas matutinas con su abuela (que no podía hacer frente a cualquier hora anterior a mediodía sin la debida libación), había aprendido que era mejor limitarse a la limonada y el té hasta después de comer.

– Me da dolor de estómago.

– ¿Esto? -preguntó lady Vickers, observando la copa con curiosidad-. ¿Qué extraño! A mí me hace sentir muy serena.

Annabel asintió. No había otra respuesta posible. Había pasado más tiempo con su abuela esos últimos días que en el último mes. Cuando lady Vickers le había dicho que afrontara el escándalo como una dama, también se refería a ella misma y, por lo visto, eso significaba mantenerse pegada al lado de su abuela en todo momento.

Annabel se dio cuenta de que era la demostración de amor más tangible que su abuela jamás le había hecho.

– Bueno, debo decir una cosa -proclamó lady Vickers-. Gracias a este escándalo, he visto a más amigas estos días que en el último año.

¿Amigas? Annabel sonrió débilmente.

– Creo que está perdiendo fuelle -continuó lady Vickers-. El primer día tuvimos treinta y tres visitas, veintinueve el segundo, y ayer sólo veintiséis.

Annabel abrió la boca, atónita.

– ¿Las has contado?

– Claro que las he contado. ¿Tú qué has hecho?

– Eh… ¿Quedarme aquí sentada y enfrentarlo como una dama?

Su abuela se rió.

– Seguro que creías que no sabía contar más de diez.

Annabel balbuceó y tartamudeó y empezó a arrepentirse de no haber aceptado el brandy.

– ¡Bah! -Lady Vickers restó importancia al comentario agitando la mano en el aire-. Tengo muchos talentos escondidos.

Annabel asintió, pero la verdad era que no sabía si quería descubrir más talentos de su abuela. En realidad, estaba segura de que no quería.

– Una mujer debe tener su reserva privada de secretos y fuerza -continuó su abuela-. Confía en mí. -Bebió un sorbo de brandy, soltó un suspiro de satisfacción, y bebió otro sorbo-. Cuando estés casada, entenderás lo que quiero decir.

«Noventa y ocho visitas», pensó Annabel, después de sumar mentalmente las visitas de los tres días. Noventa y ocho personas habían acudido a Vickers House, hambrientas por alimentar el último escándalo. O para extenderlo. O para explicarle lo mucho que se había extendido.

Había sido horrible.

Noventa y ocho personas. Se hundió en la silla.

– ¡Siéntate recta! -le recriminó su abuela.

Annabel obedeció. Quizá no habían sido noventa y ocho. Algunas personas habían venido más de una vez. Lady Twombley había venido… ¡cada día!

¿Y dónde estaba el señor Grey mientras todo esto sucedía? Nadie lo sabía. Nadie lo había visto desde el altercado en el club. Annabel estaba segura de que era verdad, porque se lo habían dicho, al menos, noventa y ocho veces.

Sin embargo, no estaba enfadada con él. No era culpa suya. Ella debería haberle dicho que su tío la estaba cortejando. Era ella quien habría podido evitar el escándalo. Y eso era lo peor de todo. Llevaba tres días sintiéndose avergonzada, furiosa y pequeña, y sólo podía culparse a sí misma. Si le hubiera dicho la verdad, si no cuando se conocieron, sí cuando se encontraron en Hyde Park…

– Dos visitas, señora -anunció el mayordomo.

– Las primeras del día -dijo lady Vickers, muy seca. ¿O quizás había sido con sorna?-. ¿Quiénes son, Judkins?

– Lady Olivia Valentine y el señor Grey.

– Ya era hora -gruñó lady Vickers. Y, cuando Judkins acompañó a las visitas hasta el salón, repitió-: Ya era hora. ¿Por qué ha tardado tanto?

Annabel estaba a punto de morirse de vergüenza.

– No me encontraba bien -dijo el señor Grey, con una irónica sonrisa dirigida hacia su ojo.

Su ojo. Estaba horrible. Enrojecido, un poco hinchado y con un moretón negro azulado que le llegaba hasta la sien. Annabel contuvo el aliento de forma sonora. No pudo evitarlo.

– Soy una visión bastante horrorosa -murmuró él, mientras la tomaba de la mano y se inclinaba para besársela.

– Señor Grey -dijo ella-. Lamento muchísimo lo de su ojo.

Él irguió la espalda.

– Pues a mí me gusta. Parece que llevo un guiño perpetuo.

Annabel empezó a sonreír, pero luego se contuvo.

– Un guiño espantoso -asintió.

– Y yo que creía que era atractivo -murmuró él.

– Siéntese -dijo lady Vickers, señalando el sofá. Annabel se dirigió hacia allí, pero su abuela dijo-: No. Él. Tú, ahí. -Y luego se dirigió hacia la puerta y gritó-: Judkins, no estamos para nadie. -Y cerró la puerta con firmeza.

Cuando terminó de sentar a cada uno en su asiento, lady Vickers no perdió el tiempo en complacencias.

– ¿Qué piensa hacer? -dijo, dirigiéndose no al señor Grey sino a su prima, que se había mantenido en silencio hasta ahora.

Sin embargo, lady Olivia mantuvo la serenidad. Estaba claro que ella tampoco creía que los dos protagonistas del escándalo pudieran solucionarlo solos.

– Mi primo está horrorizado por el daño potencial para la reputación de su nieta y está avergonzado por cualquier responsabilidad que haya podido tener en este escándalo.

– Y debería estarlo -dijo lady Vickers ásperamente.

Annabel miró de reojo al señor Grey. Para su tranquilidad, parecía divertido. Quizás incluso un poco aburrido.

– Por supuesto -añadió lady Olivia, con cautela-, su implicación ha sido completamente involuntaria. Como todos saben, lord Newbury lanzó el primer golpe.

– El único golpe -intervino el señor Grey.

– Sí -admitió lady Vickers, reconociendo ese hecho con un gesto grandilocuente con el brazo-. Pero ¿quién puede culparlo? Seguro que la sorpresa lo superó. Conozco a Newbury desde hace años. Es un hombre de sensibilidades delicadas.

Annabel estuvo a punto de soltar una carcajada. Volvió a mirar al señor Grey, para ver si a él le sucedía lo mismo. Sin embargo, cuando lo hizo, los ojos de él se abrieron alarmados.

Un momento… ¿Alarmados?

El señor Grey tragó saliva, con incomodidad.

– Sí -dijo lady Vickers, con un suspiro-, pero ahora el matrimonio corre peligro. Deseábamos tanto que Annabel se casara con un conde.

– ¡Aaahhh!

Annabel y lady Olivia miraron al señor Grey quien, si a Annabel no le fallaban los oídos, acababa de gritar. Él dibujó una sonrisa forzada y parecía más incómodo que nunca. Aunque no es que lo hubiera visto muchas veces, pero parecía uno de esos hombres que se sentía cómodo en cualquier situación.

Él se movió en el asiento.

Annabel bajó la mirada.

Y vio la mano de su abuela en el muslo del señor Grey.

– ¡Té! -prácticamente gritó, poniéndose de pie-. Tomemos un té. ¿No les apetece?

– A mí sí -dijo el señor Grey, muy agradecido, y aprovechó la ocasión para alejarse de lady Vickers. Sólo fueron unos centímetros, pero ya estaba lo suficientemente lejos como para que no pudiera volver a tocarlo sin resultar ridículamente obvia.

– Me encanta el té -balbuceó Annabel, que se fue hasta la cuerda para hacer sonar la campana-. ¿A ustedes no? Mi madre siempre decía que no se podía solucionar nada sin una taza de té.

– ¿Y al revés también es verdad? -preguntó el señor Grey-. ¿Que, con una taza de té, se soluciona cualquier cosa?

– Pronto lo descubriremos, ¿no cree? -Annabel observó, horrorizada, cómo su abuela se acercaba al señor Grey-. ¡Madre mía! -dijo, quizá con demasiado énfasis-. Se ha atascado. Señor Grey, ¿le importaría ayudarme con esto? -Sujetó la cuerda, con cuidado de no hacer sonar la campana.

Él prácticamente se levantó de un salto.

– Será un placer. Ya me conocen -dijo, hacia las otras dos mujeres-. Vivo para rescatar a damiselas en apuros.

– Por eso estamos aquí -intervino lady Olivia, con una sonrisa.

– Con cuidado -le dijo Annabel cuando le quitó la cuerda de las manos-. No tire demasiado fuerte.

– Por supuesto que no -murmuró él, y luego, en voz baja, añadió-. Gracias.

Se quedaron junto a la cuerda un momento y entonces, convencida de que su abuela y lady Olivia estaban absortas en su conversación, Annabel dijo:

– Siento lo de su ojo.

– Ah, no es nada -respondió él, restándole importancia.

Ella tragó saliva.

– También siento mucho no haberle dicho nada. No estuvo bien por mi parte.

Él encogió un hombro en un movimiento seco.

– Si mi tío me cortejara, no estoy seguro de si querría gritarlo a los cuatro vientos.

Ella tenía la sensación de que tenía que reír, pero sólo sentía una desesperación terrible. Consiguió sonreír, aunque sin demasiado entusiasmo, y dijo…

Nada. Por lo visto la sonrisa era lo máximo a lo que podía aspirar.

– ¿Se casará con él? -le preguntó el señor Grey.

Ella bajó la mirada hasta sus pies.

– No me lo ha pedido.

– Lo hará.

Annabel intentó no responder. Intentó pensar en otra cosa de qué hablar, cualquier cosa que sirviera para cambiar de conversación sin resultar demasiado obvia. Cambió el peso de pierna, miró el reloj y entonces…

– Quiere un heredero -dijo el señor Grey.

– Lo sé -respondió ella, muy despacio.

– Y lo necesita rápido.

– Lo sé.

– Muchas jóvenes se sentirían halagadas de que se hubiera fijado en ellas.

Ella suspiró.

– Lo sé.

Levantó la mirada y sonrió. Fue una de esas extrañas sonrisas que son, como mínimo, un setenta y cinco por ciento nerviosas.

– Y lo estoy -dijo. Tragó saliva-. Quiero decir, que me siento halagada.

– Por supuesto -murmuró él.

Annabel se quedó quieta mientras intentaba no dar golpecitos con el pie en el suelo. Otra de sus costumbres que su abuela detestaba. Pero es que era muy difícil estarse quieta cuando una no se sentía cómoda.

– Es algo discutible -dijo, muy rápido-. No ha venido a verme. Sospecho que ha puesto sus ojos en otro objetivo.

– Algo por lo que espero que esté agradecida -dijo el señor Grey muy despacio.

Ella no respondió. No podía. Porque sí que estaba agradecida. Más que eso, estaba aliviada. Y se sentía muy culpable por sentirse así. El matrimonio con el conde habría salvado a su familia. No debería estar agradecida. Debería estar destrozada de que la unión se hubiera roto.

– ¡Señor Greeey! -exclamó su abuela desde el otro lado del salón.

– Lady Vickers -respondió él, muy educado, mientras regresaba a la zona de los sofás. Sin embargo, no se sentó.

– Creemos que debe cortejar a mi nieta -anunció.

Annabel notó que se sonrojaba al instante y le habría encantado esconderse debajo de una silla, pero el pánico se apoderó de ella y la hizo echar a correr hacia su abuela, exclamando:

– Abuela, no puedes decirlo en serio. -Y luego se volvió hacia el señor Grey-. No lo dice en serio.

– Lo digo en serio -dijo su abuela, con concisión-. Es la única manera.

– Oh no, señor Grey -añadió Annabel, mortificada de que lo obligaran a cortejarla-. Por favor, no piense que…

– ¿Tan malo soy? -preguntó él, con sequedad.

– ¡No! No. Bueno, no, usted ya sabe que no.

– Bueno, me lo imaginaba, pero… -murmuró él.

Annabel miró a las dos mujeres en busca de ayuda, pero ninguna de las dos se la ofreció.

– Nada de esto es culpa suya -dijo Annabel, con firmeza.

– Da igual -respondió él, con solemnidad-. No puedo ignorar a una dama en apuros. ¿Qué clase de caballero sería?

Annabel miró a lady Olivia. La joven estaba sonriendo de una forma que la asustó.

– No será nada serio, por supuesto -dijo lady Vickers-. Todo de mentira. Podréis separaros a final de mes. De forma amigable, claro. -Dibujó una sonrisa de loba-. No nos gustaría que el señor Grey no se sintiera a gusto en Vickers House.

Annabel lanzó una mirada de reojo al caballero en cuestión. Parecía un poco inquieto.

– Vuelva a sentarse, por favor -dijo lady Vickers, acariciando el espacio que había libre a su lado-. Hace que me sienta como una anfitriona absolutamente incompetente.

– ¡No! -exclamó Annabel, sin pararse a pensar en las consecuencias de esas palabras.

– ¿No? -repitió su abuela.

– Deberíamos ir a dar un paseo -propuso Annabel.

– ¿Ah, sí? -dijo el señor Grey-. Sí, claro.

– Por supuesto que sí -dijo lady Olivia.

– Hace un día maravilloso -añadió Annabel.

– Y todo el mundo nos verá y creerán que la estoy cortejando -concluyó el señor Grey. Tomó a Annabel del brazo enseguida y anunció-: ¡Nos vamos!

Salieron del salón a toda prisa y no dijeron nada hasta que llegaron a las escaleras de la entrada, donde el señor Grey se volvió hacia ella y, con toda sinceridad, le dijo:

– Gracias.

– De nada -respondió Annabel, mientras llegaba a la acera. Se volvió hacia él y sonrió-: Vivo para rescatar a los caballeros en apuros.

Загрузка...