Capítulo Tres

Presente…

Jesse había decidido pasar el trago de las reuniones tan rápidamente como fuera posible, así que se quitó de la cabeza la conversación con Matt, sobreponiéndose a los latidos acelerados de su corazón y la cascada de recuerdos que le había inundado la mente, y condujo hacia otra dirección que no conocía, guiada por el sistema de navegación.

Aquella casa no tenía verja, pero era casi tan grande como la que acababa de dejar. Sin embargo, en vez de ser un hito de la arquitectura, era una casa antigua de dos pisos que anunciaba con orgullo que allí vivía una familia.

Había un triciclo y varios juguetes en el amplio porche cubierto, y una furgoneta aparcada frente al garaje. Jesse intentó imaginarse cómo había cambiado la vida de su hermana, pero no pudo. Y sin embargo, durante los cinco años que ella había pasado fuera de Seattle, Nicole se había casado, sin invitarla a la boda, y había tenido un hijo y dos niñas gemelas. La información le había llegado a través de la melliza de Nicole, Claire, la hermana a la que Jesse nunca había conocido de verdad.

Aparcó en la calle y sacó más fotografías del bolso. Convencer a Nicole de quién era en realidad el padre de Gabe era tan importante como convencer a Matt, aunque por motivos distintos.

Salió del coche y se acercó a la puerta. Irguió los hombros, respiró profundamente y tocó el timbre. Oyó unos gritos desde dentro, y el sonido de unos pasos que corrían. La puerta principal se abrió y apareció un niño ante ella.

– ¿Quién eres? -le preguntó en voz alta, para competir con los llantos de dos bebés. Parecía que las dos niñas estaban despiertas, y no muy contentas.

– Eric, te he dicho que no abras la puerta sin preguntarme. Y no le preguntes a la persona que quién es.

Eric tenía los ojos azules y el pelo rubio, como su madre. Era de la misma estatura que Gabe, y más o menos de la misma edad. El niño suspiró y se dirigió a Jesse.

– No puedo abrir la puerta yo solo.

– Ya lo he oído. Quizá debas ir a buscar a tu mamá.

– Ya estoy aquí -dijo Nicole, acercándose con un bebé en brazos-. ¿En qué puedo ayudar…?

Se quedó callada y se detuvo en seco. Abrió los ojos como platos, y palideció.

– Hola -dijo Jesse, sintiéndose torpe e insegura por aquel recibimiento-. Hace mucho tiempo.

– ¿Jesse?

– Soy yo.

– No puedo creerlo -dijo Nicole. A lo lejos, un bebé continuaba llorando, y Nicole miró en aquella dirección-. Es Molly. Mecerlas a las dos en brazos es imposible. Hawk está de viaje. No quería marcharse, pero Brittany y él habían planeado el viaje de celebración de su graduación desde hacía mucho tiempo, y no era justo cancelarlo porque yo haya tenido unas gemelas que no duermen -dijo, y acunó al bebé que tenía en brazos para calmarlo, con cara de desesperación.

– Puedo ayudarte -dijo Jesse, y entró en la casa sin esperar invitación-. Deja que tome yo a esta.

– ¿Estás segura? -preguntó Nicole, con reticencia.

– He criado a mi hijo yo sola -respondió Jesse.

– Sí. Claro. Toma.

Jesse tomó a la niña y sonrió.

– Hola, bonita. ¿Cómo estás? ¿No dejas dormir a mamá? Ella se va a acordar, y después te va a castigar. Será mejor que lo pienses bien.

El bebé la miró fijamente, y después, lentamente, comenzó a cerrar los ojos. Nicole vaciló durante un segundo, antes de retirarse hacia la parte trasera de la casa para recoger a Molly. Eric observó a Jesse con atención.

– ¿Quién eres? -le preguntó.

– Soy tu tía Jesse -dijo ella mientras cerraba la puerta principal. Después siguió al niño hacia el salón.

Había un sofá y una televisión, juguetes, y un montón de pañales en una silla. Había zapatitos por todo el pasillo hasta la cocina.

Jesse recordaba que la casa de Nicole era muy ordenada y muy tranquila. Era un lugar en el que ella nunca se había sentido en su hogar. Aunque aquella otra casa hacía que se sintiera más relajada, no podía creer que su hermana perfecta viviera en tal caos.

Un perro pequeño, blanco y peludo atravesó corriendo la habitación, seguido por otro, un poco más grande, de color blanco y negro. ¿Mascotas? ¿Nicole tenía perros?

– Es Sheila -dijo Eric-. Rambo es su hijo. Como yo soy hijo de mi papá -dijo con orgullo.

Nicole volvió con una segunda niña y se dejó caer sobre una silla.

– Hazte sitio -murmuró mientras mecía a su hija con una desesperación que daba a entender que llevaba muchas noches de insomnio-. Vamos, Molly. No puede ser tan malo, ¿no?

Kim, el bebé que tenía Jesse, se había quedado lo suficientemente silenciosa como para que Nicole preguntara:

– ¿Quieres que la deje en su cuna?

Nicole negó con la cabeza.

– No se va a dormir. Se despertará dentro de un instante.

– Podemos intentarlo -dijo Jesse, sabiendo que lo único que iba a permitir que Nicole descansara sería dejar a las niñas en sus cunas.

Nicole se encogió de hombros.

– Como quieras. Están en nuestro dormitorio.

– Yo te lo enseñaré -dijo Eric, que había estado junto a su madre durante aquellos minutos.

Después, condujo a Jesse por un pasillo corto hasta el dormitorio principal. Allí había dos cunas, en una sala de descanso que precedía al dormitorio.

– Ésta es la de Kim -dijo Eric, señalándole la de la derecha.

Ella sonrió.

– Vaya, eres de gran ayuda. Seguro que tu mamá está muy contenta de tenerte con ella. Eres un hermano mayor estupendo.

La sonrisa de Eric fue enorme.

– Yo soy el hombre de la casa mientras papá está fuera.

– Tu mamá tiene mucha suerte.

Jesse dejó a la niña en la cuna y Kim siguió durmiendo. Jesse encendió el transmisor que había sobre la cuna y le hizo un gesto a Eric para que la siguiera hacia el salón. Allí, Nicole se quedó mirándola.

– ¿Está dormida?

– Sí. ¿Quieres que me quede con Molly mientras te das una ducha?

Nicole titubeó, como si fuera a negarse, pero después le entregó la niña a Jesse y se alejó rápidamente por el pasillo.

Jesse miró a su sobrina.

– ¿Tenéis una de esas hamacas que mecen al bebé? -le preguntó a Eric.

Él asintió y señaló la esquina más alejada.

Jesse la arrastró hasta ponerla frente al sofá. Molly se quejó cuando la puso dentro, pero cuando la silla comenzó a mecerse, se quedó callada. A los pocos minutos, Nicole regresó.

– ¿Dónde está Molly? -preguntó.

Jesse le señaló a la niña, que estaba adormecida en la sillita. Nicole se sentó con un suspiro en una silla, junto a la mesa. Sin embargo, en aquel momento sonó el timbre. Nicole dio un respingo y Eric se fue corriendo.

– Son Billy y su mamá -gritó.

Molly comenzó a llorar.

– Yo acunaré a la niña -dijo Jesse.

– Gracias. Eric va a pasar la tarde en casa de su amigo. Ahora mismo vuelvo.

Mientras Jesse volvía a dormir a Molly, Nicole despidió a su hijo. Después regresó a la cocina con aspecto de encontrarse agotada. Las dos hermanas se quedaron mirándose durante un segundo embarazoso.

– Entonces ¿has vuelto a Seattle? -le preguntó Nicole mientras se sentaba de nuevo.

– Por ahora.

Jesse recordó las fotografías que había llevado, y fue a buscarlas. Cuando volvió, se las entregó a su hermana.

– Gabe ha estado preguntando mucho por su padre. He pospuesto el encuentro todo lo posible, pero se me han acabado las excusas. Así que aquí estamos. Creo que nos quedaremos algunas semanas.

Vaciló, porque Nicole no había mirado las fotografías.

– He ido a ver a Matt esta mañana. No me esperaba. Antes de marcharme le dije que estaba embarazada, pero él no se creyó que fuera el padre del niño. Dadas las circunstancias, supongo que no puedo echarle la culpa.

Ahora llegaba la parte más difícil, pensó Jesse. Había practicado cientos de veces lo que quería decir, pero de repente, no recordaba ninguna de las frases que había preparado con tanto cuidado.

– No me acosté con Drew -dijo, con la esperanza de que su hermana la escuchara-. Nunca me acosté con él, ni intenté acostarme con él, ni pensé en él como en otra cosa distinta a tu marido. Él y yo éramos amigos. Hablábamos, y eso era todo. Yo estaba enamorada de Matt.

– No quiero hablar de eso -dijo Nicole.

– Tendremos que hacerlo, finalmente.

– ¿Por qué? -dijo Nicole. Después, suspiró-. De acuerdo. Quizá. Pero hoy no.

Jesse quería seguir. Se sentía fatal por la ira y el dolor que había sentido Nicole durante cinco años, y no quería esperar más. Sin embargo, sabía que lo mejor era dejar que su hermana se acostumbrara primero a la idea de que ella había vuelto.

– Te dejo las fotografías -dijo Jesse en voz baja-. Puedes mirarlas después. Gabe se parece mucho a Matt. Sobre todo, en los ojos. Eso me puso muy difícil olvidarlo.

No muy difícil. Imposible.

Nicole asintió.

– Lo haré -dijo, y se cruzó de brazos-. Pensaba que tendría noticias tuyas cuando cumplieras veinticinco años.

Quería decir que pensaba que ella aparecería para pedir su mitad del negocio de la pastelería. Su padre les había dejado en herencia el negocio a las dos, pero la mitad de Jesse la había puesto en fideicomiso hasta que cumpliera veinticinco años. Cuando se graduó en el instituto, intentó que Nicole le comprara su parte, pero su hermana se había negado. Aquello había sido otra causa más de disputas entre ellas.

– No quiero que me des nada -dijo Jesse-. Quiero recuperar mi sitio.

Nicole arqueó las cejas.

– ¿Qué significa eso? ¿Que quieres un trabajo? Creía que odiabas trabajar en la pastelería.

¿Un trabajo? Jesse no había pensado en tanto, pero no le iría mal el dinero.

– Un trabajo sería estupendo, pero tengo otra cosa que ofrecer. Una receta de brownies. He estado trabajando en ella durante estos dos últimos años. Ya está lista. Es mejor que ninguna otra cosa que haya por ahí.

Nicole no parecía muy convencida.

Jesse tuvo que luchar contra la decepción, y contra la voz que le decía que su hermana siempre la vería como una inútil. La verdad era que ella sabía lo mucho que había cambiado, pero Nicole no, y tendría que convencerla. No importaba. No iba a marcharse, por el momento, a ningún sitio.

– Haré un par de hornadas -propuso-. Podemos quedar para una degustación.

– Está bien, pero si son tan buenos, ¿por qué no has empezado un negocio propio?

¿Una pregunta inocente… o una pulla? Cinco años atrás, ella había tomado la receta de la famosa tarta de chocolate Keyes, había hecho tartas en una cocina alquilada y las había vendido por Internet. Nicole se había puesto furiosa y la había denunciado, y habían llegado a detenerla.

– Son muy buenos -respondió con calma-. Podría haberme establecido por mi cuenta, pero quería traerlos a la pastelería. Ya te he dicho que me interesa recuperar mi sitio.

Nicole se la quedó mirando con falta de convencimiento. Jesse decidió que era hora de marcharse de allí.

– Te llamaré -le dijo mientras se encaminaba hacia la puerta- para que podamos quedar un día, a una hora que te venga bien.

– ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo? -preguntó Nicole.

– He escrito mi número en una de las fotografías.

– Oh. De acuerdo.

Jesse llegó a la puerta.

– Espera -dijo Nicole.

Ella se volvió.

– Gracias por ayudarme con las gemelas. Normalmente estoy más tranquila que hoy.

– Los bebés son difíciles -dijo Jesse, satisfecha por haber sido de ayuda-. Hablaremos pronto.

– De acuerdo. Adiós.

Jesse se acercó a su coche, sonriendo, y sintiéndose más esperanzada que después de su reunión con Matt. Iba a costarle convencer a Nicole, pero tenía la sensación de que podía recuperar la relación con su hermana.


Jesse aparcó frente al YMCA de Bothell, donde había dejado a Gabe al cuidado de dos de las voluntarias del centro, con varios niños más. Al verla, Gabe corrió hacia ella con una gran sonrisa.

– Mamá, mamá, he hecho amigos nuevos.

Ella se inclinó y lo tomó en brazos.

– ¿De veras? Eso es estupendo.

– Me lo he pasado muy bien y quiero venir otra vez.

– Bueno, pues tendremos que asegurarnos de que suceda, ¿no?

Él asintió vigorosamente.

Después de rellenar el papeleo y despedirse del personal, Jesse se dirigió al coche con Gabe parloteando a su lado. No dejaba de pensar en algo que estaba intentando ignorar, pero que cada vez se hacía más presente en su cabeza.

Cuando Gabe estuvo colocado en su sillita, y ella se sentó al volante, le dijo:

– Creo que quiero que conozcas a una persona.

A Gabe se le iluminó la cara.

– ¿A papá?

– Eh…, todavía no. Es tu abuela.

Gabe abrió los ojos como platos.

– ¿Tengo una abuela?

– Sí. Es la mamá de tu papá -dijo Jesse.

Gabe sabía lo básico sobre los abuelos, sobre todo, que él no tenía. Bueno, salvo Paula.

Sólo había un problema: la madre de Matt siempre la había odiado, se dijo Jesse.

Sin embargo, había pasado mucho tiempo. Quizá Paula hubiera cambiado. De lo contrario, sería una visita muy breve.

Jesse condujo hasta Woodinville, a la preciosa casa que Matt le había comprado a su madre años atrás, después de ganar los primeros millones de dólares por la licencia de los juegos. Se detuvo frente a la casa y paró el motor.

– ¡Date prisa! -le pidió Gabe mientras ella le quitaba el cinturón de seguridad de su silla-. ¡Date prisa!

Corrió por delante de ella y, cuando llegó a la puerta de la casa, se puso de puntillas para tocar el timbre. Jesse tomó su bolso, cerró la puerta del coche y se apresuró a seguirlo, pero demasiado tarde. La puerta se abrió antes de que ella pudiera llegar.

Paula estaba allí, un poco envejecida, pero no muy distinta. Seguía teniendo el pelo oscuro, como el de su hijo. Tenía también unas cuantas arrugas más en la cara, y había engordado un poco, pero por lo demás, seguía tal y como Jesse la recordaba.

– Hola -le dijo Gabe con una sonrisa-. Eres mi abuela.

Paula se quedó rígida, mirando al niño, y después miró a Jesse.

– Hola -dijo Jesse. Era consciente de que debía haber manejado la situación de otra forma, pero ya era demasiado tarde-. Debería haberte llamado antes de venir. Llegamos a Seattle ayer.

– Soy Gabe -dijo el niño-. Tú eres mi abuela.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.

– ¿Estabas embarazada?

Jesse asintió. No sabía qué iba a suceder. Se preparó para oír unos cuantos gritos, o acusaciones desagradables. Sin embargo, Paula se limitó a sonreír a Gabe como si fuera un tesoro que nunca hubiera esperado encontrarse.

– Nunca he tenido un nieto. Es muy emocionante. ¿Te gustaría entrar?

Gabe asintió y entró en la casa. Jesse lo siguió, más despacio.

La casa estaba tal y como ella la recordaba. Había estado allí pocas veces, pero cada una de las visitas había sido lo suficientemente difícil como para que no se le olvidara.

Los colores eran claros y los muebles confortables. Las horas incómodas que había pasado allí no tenían nada que ver con la casa, sino con Paula.

– Por aquí -dijo Paula-. ¿Sabes? Es curioso, pero he hecho galletas esta mañana. Normalmente no las hago, pero esta mañana estaba de humor -dijo, y sonrió a Gabe de nuevo, con una expresión de asombro y alegría-. ¿Te gustan las galletas de chocolate?

Él asintió.

– Son mis preferidas.

– Las mías también. Aunque también me gustan mucho las de mantequilla de cacahuete.

– También son mis preferidas -dijo Gabe, tan encantador como siempre-. Eres guapa. ¿A que mi abuela es guapa, mamá?

Jesse asintió.

Parecía que Paula no podía creer lo que estaba ocurriendo.

– ¿Puedo darte un abrazo? -le preguntó a Gabe.

Gabe sonrió y extendió los brazos. Paula se puso de rodillas y lo abrazó. Cerró los ojos y, su expresión se volvió tan melancólica que Jesse tuvo que apartar la mirada. Era de esperar. Las dos personas que debían haberla acogido mejor se habían comportado de una manera cautelosa y poco amigable. La persona que siempre la había odiado estaba entusiasmada por su vuelta. La vida era perversa.

Quince minutos después, Gabe se había comido una galleta y se había bebido un vaso de leche. También había puesto a Paula al día sobre su viaje desde Spokane y le había explicado que iba a conocer a su papá muy pronto.

– ¿Matt no lo ha visto todavía? -preguntó Paula.

Jesse negó con la cabeza, y después miró hacia el salón.

– Gabe, ¿te gustaría ver la televisión un ratito?

Gabe asintió y se marchó hacia el sofá. Paula encontró un canal para niños, y después, las dos mujeres volvieron a la cocina, desde donde podían ver a Gabe sin que el niño las oyera.

– No lo sabía -le dijo Paula en cuanto se sentaron. Se inclinó hacia Jesse y le acarició la mano-. Te juro que no sabía que estabas embarazada. Sólo sabía lo ocurrido por tu hermana. Ella me lo contó a mí, y yo se lo conté a Matt.

– Lo sé. No te preocupes. Hubo complicaciones. Pero ha pasado mucho tiempo, y quiero que sepas que yo quería a Matt. Nunca le hubiera hecho daño.

– Te creo -dijo Paula, y la sorprendió-. Él se quedó destrozado cuando te marchaste.

– ¿De veras? -preguntó Jesse. Era agradable saber que él la había echado de menos, aunque fuera brevemente-. Le dije que estaba embarazada, pero no creía que él fuera el padre. Le dije que no había habido nadie más, pero no me creyó.

Paula se movió con incomodidad en la silla.

– Fue culpa mía. Todo. Él se enfadó por lo que yo dije. Lo había tenido cerca de mí durante demasiado tiempo. Era una de esas madres horribles, pegajosas. Él se enfadó contigo, y nunca me lo perdonó. Dejamos de hablarnos cuando te marchaste. Y seguimos prácticamente igual. Apenas lo veo.

– Lo siento -dijo Jesse-. Tú eres su madre. Eso no debería cambiar por nada.

– Pues él lo ha pasado por alto -respondió Paula-. Bueno, háblame de ti. ¿Qué has hecho durante estos años?

– He estado viviendo en Spokane. Allí es donde llegué con el dinero que tenía. Conseguí trabajo en un bar. Tuve suerte. Bill, el dueño del bar, cuidó de mí. Me encontró un sitio para vivir, y organizó mi horario para que pudiera cuidar de Gabe -explicó Jesse, y sonrió al pensar en su jefe y amigo-. Él es quien me dio el empujón definitivo para venir aquí. Bueno, él, y Gabe también. Tu nieto quería conocer a su padre, y yo no podía seguir diciéndole que no.

– Eh, Bill y tú sois… -Paula dejó sin terminar la frase.

– ¿Pareja? Oh, no. Sólo somos amigos. Bill dice que soy demasiado joven para él. Tiene sesenta años, como todos sus amigos. Ha sido mi familia mientras he estado fuera. Fue muy duro para mí estar lejos de casa. Spokane no está demasiado lejos, pero a mí me parecía otro mundo. No podía creer que Nicole me hubiera dejado marchar así.

Jesse tomó la taza de café que le había dado Paula, pero no bebió.

– Nicole y yo siempre estuvimos solas. Ella era mi hermana mayor, la mandona. Claire, su hermana melliza, se marchó el mismo año en que yo nací, así que no llegué a conocerla, aparte de lo poco que me contó Nicole, o de lo que leía en las revistas.

– ¿Toca el piano?

– Sí. Es bastante famosa, pero yo no la conozco bien, aparte de algunos correos electrónicos y algunas cartas. Ha estado en contacto conmigo durante estos años. Es la que me contó que Nicole se había casado, y todo lo demás.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?

– No lo sé. Unas semanas. Soy copropietaria de la pastelería Keyes, pero no voy a pedirle nada a Nicole. Voy a trabajar allí y le daré una receta de brownies que he preparado. Llevo trabajando en ella varios meses. Por fin la he perfeccionado y… -Jesse frunció los labios-. Perdona, estoy hablándote de mi vida cuando debería estar contándote cosas sobre Gabe. Es que no he tenido a nadie con quien hablar durante mucho tiempo.

– Yo tampoco -contestó Paula-. ¿Dónde te alojas?

– En un motel. Voy a alquilar un piso amueblado por la zona de la universidad. En verano es más barato.

– Pero entonces tendrás que conducir mucho -dijo Paula-. Podrías quedarte aquí, conmigo.

Jesse no sabía qué decir. Aquélla era una invitación completamente inesperada.

– ¿Estás segura?

– Ven a ver las habitaciones y decide después.

Asombrada, Jesse siguió a Paula al piso de arriba. Había dos habitaciones al fondo del pasillo, y entre ellas, un baño compartido. Las dos estaban preparadas para invitados, con camas dobles y colores muy bonitos, bien iluminadas, limpias y amplias, tan distintas del apartamento sucio y viejo que tendría que alquilar…

– Paula, esto es muy generoso -murmuró.

– Son tuyas durante todo el tiempo que quieras -dijo la madre de Matt-. Me he perdido cuatro años de la vida de mi nieto porque era una mujer asustada, sola, aterrorizada ante la posibilidad de perder lo poco que tenía. Y al final lo perdí, y lo he lamentado mucho. Quédate aquí, por favor. Deja que tenga la oportunidad de conoceros a Gabe y a ti. Te compensaré por lo mal que me porté hace cinco años. No te lo merecías, Jesse. Es lo mínimo que puedo hacer.

Era una oferta irresistible, y Jesse no iba a rechazarla.

– Gracias -le dijo, sintiéndose bien acogida y segura por primera vez desde que había llegado a Seattle-. Eres muy amable. A Gabe y a mí nos encantaría quedarnos.

– Muy bien. ¿Por qué no vuelves a tu hotel a buscar vuestro equipaje mientras yo voy al supermercado? Oh, tendrás que decirme lo que os gusta de comer. He echado de menos cocinar para más de una persona.

¿Un lugar bonito donde alojarse y alguien que iba a hacer la comida? Era como un rincón en el cielo, pensó Jesse. Y Paula era un ángel inesperado.

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