Una habitación. Una ventana en la pared del fondo; la mitad inferior está cubierta por un saco. Una cama de hierro a lo largo de la pared izquierda. Encima, en un pequeño armario, botes de pintura, cajas que contienen tuercas, tornillos, etc. Al lado de la cama, más cajas y algunos jarrones. Puerta en el fondo derecha. A la derecha de la ventana, una alcobilla; en ella, un fregadero, una escalera de mano, un cubo para el carbón, una máquina de cortar hierba, una cesta con ruedecillas para la compra, cajas, cajones de armario y una cama de hierro. Delante de ella una cocina de gas. Sobre la cocina, una estatuilla de Buda. Primer término lateral derecha, un hogar. A su alrededor un par de maletas, una alfombra enrollada, un farol, una silla de madera caída, cajas, una serie de adornos, una percha, unas cuantas tablas de madera, una pequeña estufa eléctrica y una vieja tostadora también eléctrica. En el suelo, un montón de periódicos viejos. Bajo la cama de Aston, adosada a la pared izquierda, hay un aspirador eléctrico, invisible hasta que se usa. Un balde pende del techo.
Mick está solo en la habitación, sentado en la cama. Lleva una chaqueta de cuero. Silencio. Lentamente pasea la mirada a su alrededor, fijándola en un objeto tras otro. La dirige al techo y se queda mirando fijamente el balde. Aparta los ojos de allí, y permanece sentado, inmóvil, sin ninguna expresión, la vista fija en el vacío. Silencio durante treinta segundos. Suena una puerta. Se oyen voces apagadas. Mick vuelve la cabeza. Se levanta, se dirige silenciosamente hacia la puerta, sale y cierra la puerta sin hacer ruido. Silencio. De nuevo se oyen voces. Van aproximándose y luego cesan. Se abre la puerta. Entran Aston y Davies, primero Aston, luego Davies; éste avanza con paso vacilante y respira con fatiga. Aston lleva un viejo abrigo de «tweed» y debajo un delgado y ya lustroso traje de un azul oscuro con una fina rayita blanca, americana abierta, «pullover», una camisa muy usada y corbata. Davies lleva un viejo y harapiento abrigo de color castaño, pantalones deformados, chaleco, camiseta, ninguna camisa y sandalias. Aston se pone la llave en el bolsillo y cierra la puerta. Davies mira a su alrededor.
Aston.-Siéntese.
Davies.-Gracias. (Sigue mirando a su alrededor.) ¿Eh?…
Aston.-Un momento. (Aston busca una silla; ve una caída al lado de la alfombra enrollada, cerca del hogar, y empieza a sacarla de allí)
Davies.-¿Siéntese? Ja… No me he sentado desde… Aquello que se dice sentarse, desde…, bueno; ya ni me acuerdo.
Aston.-(Depositando la silla.) Aquí tiene usted
Davies.-Allí, donde trabajaba, tenía diez minutos, a media noche, para tomar el té, y no podía encontrar ninguna silla, ni una. Ellos, los griegos, los polacos, esos sí las tenían…; los griegos, los negros, todos ellos, todos los extranjeros, las tenían acaparadas. Y a mí me tenían para trabajar…, para trabajar a mí… (Aston se sienta en la cama, saca una cajita de metal que contiene tabaco y papel de fumar y empieza a liarse un cigarrillo. Davies le mira.) Ellos, los negros, las tenían; negros, griegos, polacos, todos ellos; eso es lo que pasaba; me robaban el sitio, me trataban como si fuera un montón de basura. Cuando se me ha acercado esta noche, se lo he dicho. (Pausa.)
Aston.-Tome asiento.
Davies.-Sí, pero antes lo que debo hacer, ¿sabe?, lo que debo hacer es calmarme un poco…, ¿comprende? Hubiesen acabado conmigo allá abajo. (Davies se expresa con voz fuerte, da un puñetazo en el vacío, vuelve la espalda a Aston y se queda mirando la pared. Pausa. Aston enciende el cigarrillo.)
Aston.-¿Quiere usted liarse uno de estos?
Davies.-(Volviéndose.) ¿Qué? No, no, nunca fumo cigarrillos. (Pausa. Se adelanta.) Pero, mire, de todas formas, tomaré un poco de ese tabaco para mi pipa, si a usted no le importa.
Aston.-(Pasándole la cajita.) No, hágalo. Cójalo usted mismo de ahí.
Davies.-Es usted muy amable, señor. Solo un poco para llenar mi pipa y basta. (Se saca una pipa del bolsillo y la llena.) Yo también tuve una cajita de esas, hace…, no hace mucho. Pero me la aplastaron. Me la aplastaron en la Gran Carretera del Oeste. (Alarga la cajita.) ¿Dónde quiere que la deje?
Aston.-Yo la guardo.
Davies.-(Dándole la cajita.) Cuando se acercó a mí, esta noche, se lo dije, ¿verdad? Usted ha oído cómo se lo decía, ¿no?
Aston.-He visto que la emprendía con usted.
Davies.-¿Emprenderla conmigo? Más que eso. Puerco asqueroso, un viejo como yo, que se ha codeado con lo mejorcito. (Pausa.)
Aston.-Sí, he visto que la emprendía con usted.
Davies.-Todos ellos son una pandilla de harapientos, compadre, con modales de pocilga. He andado muchos años por esos caminos de Dios, pero yo le aseguro que soy un hombre limpio. Me cuido. Por eso abandoné a mi mujer. Quince días después de casados, no, ni siquiera los hacía; a la semana de casados, levanté la tapa de una olla, ¿y sabe usted lo que había dentro? Un montón de su ropa interior, sin lavar. Era la olla de las verduras. La olla de la verdura. Por eso la dejé y no he vuelto a verla desde entonces. (Davies se da la vuelta, pasea por la habitación y se encuentra de manos a boca con la estatua de Buda que está sobre la cocina de gas; la mira unos instantes y le vuelve la espalda.) He comido los mejores platos. Pero ya no soy joven. Recuerdo los tiempos en que era tan mañoso como ellos. Nadie se permitía libertades conmigo. Pero últimamente no me he sentido muy bien. He tenido unos cuantos ataques. (Pausa. Acercándose más.) ¿Vio usted lo que pasó con aquel?
Aston.-Solo vi el final.
Davies.-Se me acerca, me pone delante un cubo de basura y me dice que lo eche fuera, en la parte de atrás. ¡Yo no estoy para sacar basura! Tienen un chico para eso. No me contrataron para sacar la basura. Lo mío es limpiar los suelos, quitar las mesas, fregar alguna que otra vez los cacharros de la cocina… y no sacar la basura. ¡A mí qué me cuentan!
Aston.-¡Ah!… (Se acerca a lateral derecha para coger la tostadora eléctrica.)
Davies.-(Siguiéndole.) Sí, ¡y aun suponiendo que tuviera que hacerlo! ¡Aunque así fuera! Aunque fuese yo el encargado de sacar los cubos de la basura. ¿Quién es él para darme órdenes? Estamos en el mismo nivel. No es él mi jefe. No es mi superior.
Aston.-¿Qué era? ¿Griego?
Davies.-No, no, escocés. Un escocés. (Aston vuelve a la cama con la tostadora y empieza a destornillar el enchufe. Davies le sigue.) Usted lo ha visto, ¿verdad?
Aston.-Sí.
Davies.-Le he dicho dónde debía meterse el cubo. ¿No? Usted lo ha oído. «Mira-le he dicho-, soy un viejo -he dicho-; cuando era joven teníamos alguna idea de cómo tratar a los viejos, con respeto; nos educaron como es debido; si tuviera unos cuantos años menos te…, te partiría la cara.» Fue cuando el dueño me dijo que me diera el piro. «Metes demasiada bulla», me dijo. ¡Yo, bulla! «Mire usted-le dije-, yo tengo mis derechos.» Se lo he dicho. Aunque haya sido un vagabundo, nadie tiene más derechos que yo. «Vamos a jugar limpio», le he dicho; pero no ha habido tu tía; me ha dicho que me diera el piro. (Se sienta en la silla.) Ya ve usted qué clase de gente. (Pausa.) Si usted no llega a pararle los pies al escocés ese, a estas horas estaría en el hospital. Me hubiera roto la cabeza contra el suelo, de haberle dejado. Algún día me las pagará. Una noche le echaré mano. Cuando vaya por allí. (Aston se acerca a la caja de los enchufes y toma otro.) No me importaría gran cosa, si no me hubiese dejado allí todo lo que tengo, en aquella habitación de atrás. Todo, todo lo que tengo, ¿sabe? En una bolsa. Hasta el más repuñetero cachito de todos mis repuñeteros bártulos se ha quedado allí. Con las prisas. Apuesto a que en estos momentos está metiendo sus narices dentro.
Aston.-Me dejaré caer por allí algún día y lo recogeré todo. (Aston vuelve a su cama y empieza a acoplar el enchufe a la tostadora.)
Davies.-De todas maneras, le estoy agradecido por haberme dejado…, por haberme dejado descansar un poquito, eso es…, unos minutos. (Mira a su alrededor.) ¿Es este su cuarto?
Aston.-Sí.
Davies.-Tiene usted una buena cantidad de cosas, ¿eh?
Aston.-Sí.
Davies.-Debe de valer sus buenos chelines esto…, todo junto. (Pausa.) Para dar y vender.
Aston.-Hay una buena cantidad de cosas, sí, señor.
Davies.-¿Duerme usted aquí?
Aston.-Sí.
Davies.-¿Dónde? ¿Ahí?
Aston.-Sí.
Davies.-Estará usted bien resguardado de las corrientes aquí, ya lo creo.
Aston.-No, no hace mucho viento.
Davies.-Debe de estar bien resguardado. Otra cosa es cuando hay que dormir al relente.
Aston.-Claro.
Davies.-Nada más que viento en el relente. (Pausa.)
Aston.-Sí, cuando el viento se levanta… (Pausa.)
Davies.-Sí…
Aston.-¡Hummmm!… (Pausa.)
Davies.-Corrientes por todas partes.
Aston.-¡Ah!
Davies.-Yo soy muy sensible a las corrientes.
Aston.-¿De veras?
Davies.-Lo he sido siempre. (Pausa.) Tiene usted más cuartos, ¿no?
Aston.-¿Dónde?
Davies.-Quiero decir ahí, en el rellano…, en el rellano ese…
Aston.-Están inservibles.
Davies.-No me diga.
Aston.-Hay que hacer muchas cosas en ellos. (Ligera pausa.)
Davies.-Y abajo, ¿qué?
Aston.-Eso está condenado. Hay que mirarlo… Los suelos… (Pausa.)
Davies.-Tuve suerte que entrara usted en aquel café. A estas horas aquel cabrito de escocés ya habría dado cuenta de mí. Más de una vez se me ha dejado por muerto. (Pausa.) Al venir noté que en la casa de al lado vive alguien.
Aston.-¿Qué?
Davies.-(Gesticulando.) Que al venir noté…
Aston.-Sí. En toda la calle vive gente.
Davies.-Sí. Al venir noté que las cortinas de la casa de al lado estaban corridas.
Aston.-Son los vecinos. (Pausa.)
Davies.-Entonces esta casa es de usted, ¿no? (Pausa.)
Aston.-La tengo a mi cargo.
Davies.-Es usted el propietario, ¿no? (Se lleva la pipa a la boca y chupa de ella sin encenderla.) Sí, al venir noté que las pesadas cortinas de la casa de al lado estaban corridas. Noté que unas grandes y pesadas cortinas cerraban la ventana. Pensé que allí debía de vivir alguien.
Aston.-Ahí vive una familia de indios.
Davies.-¿Negros?
Aston.-Apenas los veo.
Davies.-Conque negros, ¿eh? (Se levanta y se mueve por la escena.) Pues sí, tiene usted aquí unos cuantos chismes, le digo a usted que sí. A mí no me gustan los cuartos desnudos. (Aston se reúne con Davies en el centro de la escena, sector anterior.) Voy a decirle algo, compadre. Esto… ¿No tendría usted por un casual un par de zapatos que le sobren?
Aston.-¿Zapatos? (Aston se dirige hacia el fondo derecha.)
Davies.-Esos cabritos del convento me han dejado en la estacada otra vez.
Aston.-(Yendo hacia su cama.) ¿Dónde?
Davies.-Allá abajo, en Luton. El convento de Luton… Tengo un compadre en Shepherd's Bush, sabe usted…
Aston.-(Mirando debajo de la cama.) Me parece que tengo un par.
Davies.-Tengo un compadre en Shepherd's Bush. En los urinarios. Bueno, estaba en los urinarios. Estaba encargado de los mejores urinarios del distrito. (Observa a Aston.) Los mejores. Siempre me deslizaba un poco de jabón, cada vez que entraba allí. Un jabón muy bueno. Tienen que tener el mejor jabón. Yo nunca estaba sin una pastilla de jabón cuando daba la casualidad de que me estaba pateando la zona de Shepherd's Bush.
Aston.-(Saliendo de debajo de la cama con los zapatos.) Un par marrones.
Davies.-Ahora ya no está. Se marchó. Fue el que me llevó al convento. Exactamente al otro lado de Luton. Había oído decir que daban zapatos.
Aston.-Tiene usted que tener un buen par de zapatos.
Davies.-¿Zapatos, dice? Cuestión de vida o muerte para mí. Tuve que ir todo el camino hasta Luton con estos que llevo.
Aston.-¿Qué pasó, pues, cuando llegó allí? (Pausa.)
Davies.-En Acton conocí una vez a un zapatero. Era un buen compadre. (Pausa.) ¿Sabe usted lo que me dijo el cabrito del fraile? (Pausa.) Bueno; entonces, ¿cuántos más negros tiene usted por los alrededores?
Aston.-¿Qué?
Davies.-¿Tiene usted más negros por los alrededores?
Aston.-(Mostrándole los zapatos.) Vea si sirven estos.
Davies.-¿Sabe lo que me dijo aquel cabrito de fraile? (Mira los zapatos.) Me parece que son un poco pequeños.
Aston.-¿Usted cree?
Davies.-No, no parece que sean de mi medida.
Aston.-Ya irán cediendo.
Davies.-No puedo soportar los zapatos que no me sientan bien. No hay nada peor. Le dije a aquel fraile: «¡Eh!, oiga-le dije-, oiga usted, señor-abrió la puerta, una puerta grande, la abrió y…-, oiga usted, señor-le dije-, he venido todo el camino hasta aquí, mire-le dije, y le enseñé estos; le dije-, no tiene usted un par de zapatos, ¿no?, un par de zapatos-dije-, sólo para poder seguir andando. Mire estos, están casi liquidados-le dije-; ya no me sirven para nada. He oído decir que ustedes tienen aquí una partida de zapatos.» «Váyase a hacer puñetas», me dijo. «¡Eh!, oiga, oiga-le dije-, que soy un viejo; no tiene derecho a hablarme así; no me importa quien sea usted.» «Si no se va usted a hacer puñetas-me dijo-, le voy a dar de patadas hasta la puerta.» «¡Eh!, oiga, oiga-le dije-, un momento; todo lo que le pido es un par de zapatos; no sé por qué ha de tomarse libertades conmigo; me ha costado tres días venir hasta aquí-le dije-, tres días sin probar bocado, y me parece que tengo derecho a comer algo, ¿no?» «A la vuelta de la esquina están las cocinas-me dijo-, ahí a la vuelta; y cuando le hayan dado la comida, largo de aquí, a hacer puñetas.» Fui a la cocina, ¿sabe usted? ¡Menuda comida me dieron! Un pájaro, puede usted creerme, un pajarillo chiquitín podía habérselo comido en menos de dos minutos. «Hala-me dijeron-, ya le hemos dado su comida; conque largo de aquí.» «¿Comida?-dije-. ¿Quién cree que soy? ¿Un perro? ¿Nada más que un perro? ¿Quién cree que soy? ¿Una alimaña? Y qué hay de los zapatos que he venido a buscar desde tan lejos, que me han dicho que ustedes daban, ¿eh? Lo que voy a hacer es denunciarles a la madre superiora.» Uno de ellos, un gamberro irlandés, vino derecho hacia mí. Me di el bote. Atajé hacia Watford y allí pesqué un par. En la North Circular, apenas pasado Hendon, se me cayeron las suelas mientras iba andando. Menos mal que me había llevado envueltos los viejos, que si no, allí termino, muchacho. Así es que he tenido que seguir con estos, ¿sabe usted?, pero están acabados, no sirven para nada; todo lo bueno que tenían, ya nada.
Aston.-Pruébese estos. (Davies toma los zapatos, se saca las sandalias y se los pone.)
Davies.-No están mal este par de zapatos. (Camina con ellos puestos por el aposento.) Son fuertes, sí, señor. No están nada mal. Este cuero es resistente, ¿eh? Muy resistente. El otro día un fulano quiso endosarme unos de ante. Ni hablar. No hay nada como el cuero para el calzado. El ante se desgasta, se ensucia, en cinco minutos queda hecho una porquería para toda la vida. No hay nada como el cuero. Sí. Buenos zapatos estos.
Aston.-Estupendo.
Davies.-Pero no me sientan bien.
Aston.-¿No?
Davies.-No. Yo tengo un pie muy ancho.
Aston.-¡Hummmm!…
Davies.-Estos son demasiado puntiagudos, ¿sabe usted?
Aston.-¡Ah!
Davies.-Me dejarían tullido en una semana. Quiero decir, los que llevo no son buenos, pero al menos son confortables. No son de buen ver, pero lo que quiero decir es que no me hacen daño. (Se los saca y los devuelve.) Gracias de todas maneras, señor.
Aston.-Voy a ver si puedo encontrar algo para usted.
Davies.-Santa palabra. Así no puedo seguir. No puedo ir de un sitio a otro. Y yo he de estar siempre en movimiento, ¿sabe usted?, a ver si encuentro algo.
Aston.-¿Adónde va a ir?
Davies.-¡Oh!, tengo pensadas dos o tres cosas. Espero que aclare el tiempo. (Pausa.)
Aston.-(Sigue reparando la tostadora eléctrica.) ¿Le gustaría…, le gustaría dormir aquí?
Davies.-¿Aquí?
Aston.-Puede usted dormir aquí, si quiere.
Davies.-¿Aquí? ¡Oh!, pues no sé qué decirle. (Pausa.) ¿Para cuánto tiempo?
Aston.-Hasta que… encuentre algo definitivo.
Davies.-(Sentándose.) ¡Ah!, bueno, eso…
Aston.-Hasta que salga de apuros.
Davies.-¡Oh!, ya me las compondré… Y bien pronto, ahora… (Pausa.) ¿Dónde dormiría?
Aston.-Aquí. Los otros cuartos no… estarían bien para usted.
Davies.-(Se levanta. Mira a uno y otro lado.) ¿Dónde?
Aston. (Se levanta. Señalando fondo derecha.) Ahí hay una cama, detrás de todo eso.
Davies.-¡Oh!, ya veo. Vaya, pues ya ve, de perilla. Vaya… ¿Sabe qué? Podría quedarme… sólo hasta que salga de apuros. Tiene usted aquí muebles de sobra.
Aston.-Sí, unos cuantos. Solo están aquí de momento. Pensé que podrían venir bien.
Davies.-Esta cocina de gas funciona, ¿no?
Aston.-No.
Davies.-¿Qué hace usted para una taza de té?
Aston.-Nada.
Davies.-Hombre… (Observa las tablas.) ¿Construye algo?
Aston.-Quizá un cobertizo en la parte de atrás.
Davies.-Conque carpintero, ¿eh? (Se vuelve hacia la máquina cortadora de hierba.) ¿Tiene césped?
Aston.-Eche una mirada. (Aston levanta el saco que cubre la ventana. Miran hacia el exterior.)
Davies.-Un poco espeso, ¿eh?
Aston.-Demasiado crecido.
Davies.-¿Qué es eso? ¿Un estanque?
Aston.-Sí.
Davies.-¿Qué tiene usted ahí? ¿Peces?
Aston.-No, ahí no hay nada. (Pausa.)
Davies.-¿Dónde va a poner el cobertizo?
Aston.-(Volviéndose.) Primero tengo que desbrozar el jardín.
Davies.-Necesitará un tractor, muchacho.
Aston.-Ya me las arreglaré.
Davies.-Conque carpintería, ¿eh?
Aston.-(Permaneciendo en pie, inmóvil.) Me gusta… trabajar con las manos. (Davies toma la estatuilla de Buda.)
Davies.-¿Qué es esto?
Aston.-(Tomándola y examinándola.) Es Buda.
Davies.-No me diga.
Aston.-Sí. Me gusta mucho. La compré en…, en una tienda. Me pareció bonita. No sé por qué. ¿Qué opina usted de estos budas?
Davies.-¡Oh!, están…, están muy bien, ¿no le parece?
Aston.-Sí. A mí me alegró poder conseguir este. Está muy bien hecho. (Davies se vuelve y fisgonea debajo de la fregadera, etcétera.)
Davies.-Es esta la cama, ¿no?
Aston.-Todo esto lo sacaremos de aquí. (Aproximándose a la cama.) La escalera cabrá debajo de la cama. (Ponen la escalera debajo de la cama.)
Davies.-(Indicando la fregadera.) Y esto, ¿qué?
Aston.-Yo creo que también cabrá ahí debajo.
Davies.-Le echo una mano. (Entre los dos levantan la fregadera.) Pesa una tonelada, ¿no?
Aston.-Ahí debajo.
Davies.-¿No la utiliza nunca entonces?
Aston.-No. Voy a ver si me la quito de encima. Ahí. (La colocan debajo de la cama.) Ahí, en el rellano de abajo, hay un wáter. Y un lavabo, que puede servir de fregadera. Todos estos trastos podemos ponerlos ahí. (Empieza a trasladar el cubo de carbón, el cesto de ruedecitas para la compra, la máquina de cortar hierba y los cajones a la pared derecha.)
Davies.-(Deteniéndose.) No compartirá usted, ¿verdad?
Aston.-¿Qué?
Davies.-Quiero decir que no comparte usted el wáter con esos negros. ¿O sí?
Aston.-Viven ahí al lado.
Davies.-No vienen aquí, ¿eh? (Aston coloca un cajón contra la pared.) Porque, ¿sabe usted?… Quiero decir… Las cosas claras… (Aston se aproxima a la cama, sopla sobre ella para quitar el polvo y sacude una manta.)
Aston.-¿Ve usted una maleta azul?
Davies.-¿Maleta azul? Ahí debajo. Mire. Junto a la alfombra. (Aston se dirige a la maleta, la abre, saca de ella una sábana y una almohada y las pone en la cama.) Bonita sábana.
Aston.-La manta tiene un poco de polvo.
Davies.-No se preocupe por eso. (Aston permanece erguido, saca su tabaco y se pone a liar un cigarrillo. Se dirige a su cama y se sienta en ella.)
Aston.-¿Cómo está usted de dinero?
Davies.-¡Ah!, bueno, pues… Pues, mire usted, si quiere que le diga la verdad… Un poco escaso. (Aston saca unas monedas de su bolsillo, escoge algunas y entrega a Davies cinco chelines.)
Aston.-Ahí tiene unas leandras.
Davies.-(Tomando las monedas.) Gracias, gracias, buena suerte. Daba la casualidad de que andaba algo escaso. ¿Sabe usted?, no me dieron nada por todo ese trabajo que hice la semana pasada. Esta es la situación, así es. (Pausa.)
Aston.-El otro día fui a una cervecería. Pedí una Guinness. Me la dieron en un «bok» grueso. Me senté, pero no pude bebería. No puedo beber la Guinness en un «bok» grueso. Solo me gusta en un vaso delgado. Tomé unos sorbos, pero no pude terminarla. (Aston toma destornillador y enchufe de encima de la cama y se pone a hurgar en el enchufe.)
Davies.-¡Si al menos aclarara el tiempo! ¡Podría ir a Sidcup!
Aston.-¿Sidcup?
Davies.-Hace un tiempo tan asqueroso… ¿Cómo voy a ir a Sidcup con estos zapatos?
Aston.-¿Por qué quiere ir a Sidcup?
Davies.-Mis papeles están allí. (Pausa.)
Aston.-Sus ¿qué?
Davies.-Mis papeles están allí. (Pausa.)
Aston.-¿Qué hacen sus papeles en Sidcup?
Davies.-Un compadre los tiene. Se los dejé a él. ¿No se da cuenta? ¡Prueban quién soy yo! No puedo dar un paso sin ellos. Le dicen quién soy yo. ¿Se da cuenta? Estoy pegado sin ellos.
Aston.-¿Por qué?
Davies.-Pues verá usted, verá usted: ¡cambio de nombre! Hace años. ¡He estado andando por ahí con un nombre supuesto! Este no es mi nombre verdadero.
Aston.-¿Cuál es su nombre supuesto?
Davies.-Jenkins. Bernard Jenkins. Ese es mi nombre. Es el nombre por el que se me conoce, al menos. Pero no me sirve de nada seguir utilizando ese nombre. No tengo derechos. Aquí tengo una cédula de seguros. (Se la saca del bolsillo.) Con el nombre de Jenkins. ¿Ve usted? Bernard Jenkins. Mire. Hay cuatro sellos. Cuatro. Pero con esto no puedo hacer nada. No es mi nombre verdadero, se darían cuenta, me echarían mano. Cuatro sellos. No he pagado peniques, no; he pagado libras. Libras he pagado, no peniques. Ha habido más sellos, muchos, pero no los han pegado, los granujas; nunca he tenido tiempo de arreglar este asunto.
Aston.-Debían haberle puesto los sellos.
Davies.-No habría servido de nada. ¿Para qué? Si este no es mi nombre verdadero. Si les llevo la cédula me echan mano.
Aston.-Entonces, ¿cuál es su nombre verdadero?
Davies.-Davies. Mac Davies. Eso era antes que cambiara mi nombre. (Pausa.)
Aston.-Parece como si quisiera usted arreglar todo esto.
Davies.-¡Si al menos pudiera ir a Sidcup! He estado esperando que aclarara el tiempo. Tiene todos mis papeles ese compadre a quien se los dejé, todos los tiene allí. Podría probarlo todo.
Aston.-¿Cuánto tiempo los ha tenido?
Davies.-¿Qué?
Aston.-¿Cuánto tiempo los ha tenido?
Davies.-¡Oh!, pues debe de hacer…, era antes de la guerra…, debe de hacer… pues cerca de quince años. (Pausa.)
Aston.-¿Los tendrá todavía?
Davies.-Ha de tenerlos.
Aston.-Puede haberse mudado.
Davies.-Conozco la casa donde vive, puede usted creerme. Una vez en Sidcup, podría ir allí con los ojos vendados. Aunque no recuerdo el número. Tengo buena memoria para… Tengo buena memoria… (Pausa.)
Aston.-Debería hacer todo lo posible para ir allí.
Davies.-¿Cómo quiere que vaya con estos zapatos? Es el tiempo, ¿sabe usted? Si al menos aclarase el tiempo.
Aston.-Estaré al tanto del boletín meteorológico.
Davies.-Una vez en la calle, llegaré en un santiamén. (Se da cuenta de pronto de la presencia del balde colgado del techo y mira hacia allí rápidamente.)
Aston.-Cuando usted quiera… puede acostarse. Va y se acuesta. No se preocupe por mí.
Davies.-(Quitándose el gabán.) ¿Eh? Bueno, sí, yo creo que voy a acostarme. Estoy un poco…, un poco trabajado. (Se quita los pantalones y los mantiene en la mano.) ¿Los pongo ahí?
Aston.-Sí. (Davies cuelga gabán y pantalones en la percha.)
Davies.-Veo que ahí arriba tiene un balde.
Aston.-Goteras. (Davies mira el balde.)
Davies.-Bueno, pues voy a probar su cama. ¿No se acuesta usted?
Aston.-Estoy reparando este enchufe.
Davies.-¿Qué le pasa?
Aston.-No funciona. (Pausa.)
Davies.-Está llegando hasta la raíz del mal, ¿eh?
Aston.-Barrunto que sí.
Davies.-Tiene suerte. (Se dirige hacia su cama y se detiene junto a la cocina de gas.) ¿No puede usted…, no puede usted sacar esto de aquí?
Aston.-Un poco pesado.
Davies.-Sí. (Davies se mete en la cama. Prueba la resistencia y longitud de la misma.) No está mal, no está mal. Una buena cama. Creo que voy a dormir aquí…
Aston.-Tendré que ponerle una pantalla a esa bombilla. La luz es un poco deslumbrante.
Davies.-No se preocupe por eso, señor, no se preocupe por eso. (Se da la vuelta y se echa encima el cobertor. Aston se sienta y sigue hurgando en el enchufe. Las luces se apagan. Oscuridad. Se ilumina la escena. Estamos en la mañana siguiente. Aston se abrocha los pantalones, en pie, cerca de su cama. Alisa la cama. Se vuelve, va al centro de la habitación y mira a Davies. Regresa al sitio de antes, se pone la chaqueta, da la vuelta de nuevo, va hacia Davies y le mira. Tose. Davies se incorpora bruscamente.) ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
Aston.-Nada.
Davies.-¿Qué pasa?
Aston.-Nada. (Davies mira a su alrededor.)
Davies.-¡Ah!, sí. (Aston va hacia su cama, toma el enchufe y lo sacude.)
Aston.-¿Ha dormido bien?
Davies.-Sí. Estaba como muerto. Debía de estar como muerto. (Aston va hacia el sector anterior derecha, toma la tostadora y la examina.)
Aston.-Usted…, ¿eh?…
Davies.-¿Eh?
Aston.-¿Ha estado usted soñando o algo así?
Davies.-¿Soñando?
Aston.-Sí.
Davies.-Yo no sueño. En mi vida he soñado.
Aston.-No, yo tampoco.
Davies.-Yo no. (Pausa.) Entonces, ¿por qué me lo pregunta?
Aston.-Hacía ruidos.
Davies.-¿Quién?
Aston.-Usted. (Davies salta de la cama. Lleva calzoncillos largos.)
Davies.-Espere, espere, vamos a ver. ¿Qué quiere usted decir? ¿Qué clase de ruidos?
Aston.-Gruñidos. Farfullaba algo.
Davies.-¿Que yo…? ¿Yo?
Aston.-Sí.
Davies.-¡Yo qué voy a farfullar, hombre! Nadie me ha dicho nunca nada de eso. (Pausa.) ¿Por qué había de farfullar?
Aston.-No sé.
Davies.-Quiero decir, ¿a qué viene eso? (Pausa.) Nadie me ha dicho nunca nada de eso. (Pausa.) Me toma usted por otro, amigo.
Aston.-(Yendo hacia la cama con la tostadora.) No. Me ha despertado. He creído que estaba usted soñando.
Davies.-Pues no soñaba. No he tenido ni un solo sueño en mi vida. (Pausa.)
Aston.-Quizá fuera la cama.
Davies.-Esta cama no tiene nada de malo.
Aston.-La falta de costumbre, a lo mejor.
Davies.-Estoy acostumbrado a toda clase de camas. Duermo en camas. Yo no hago ruidos por el solo hecho de dormir en una cama. He dormido en muchas camas. (Pausa.) A lo mejor han sido los negros.
Aston.-¿Qué?
Davies.-Quienes han hecho el ruido.
Aston.-¿Qué negros?
Davies.-Los que tiene usted ahí al lado. Quizá han sido los negros los que han hecho el ruido, subiéndose por las paredes.
Aston.-¡Hummmm!
Davies.-Esa es mi opinión. (Aston deja el enchufe y va hacia la puerta.) ¿Adonde va usted? ¿Sale?
Aston.-Sí.
Davies.-(Cogiendo las sandalias.) Entonces espere un minuto, solo un minuto.
Aston.-¿Qué piensa usted hacer?
Davies.-(Poniéndose las sandalias.) Será mejor que vaya con usted.
Aston.-¿Por qué?
Davies.-Quiero decir que será mejor que salga con usted.
Aston.-¿Por qué?
Davies.-Bueno…, ¿es que no quiere que salga?
Aston.-¿Para qué?
Davies.-Quiero decir…, si usted sale. ¿No quiere usted que me vaya… si usted sale?
Aston.-No tiene usted por qué salir.
Davies.-¿Quiere usted decir que…, que puedo quedarme aquí?
Aston.-Haga lo que quiera. No tiene por qué salir sólo porque yo lo hago.
Davies.-¿No le importa que me quede aquí?
Aston.-Tengo un par de llaves. (Va hacia una caja que está cerca de su cama y las busca.) La de esta puerta y la de la calle. (Se las entrega a Davies.)
Davies.-Gracias, muchas gracias; que tenga suerte. (Pausa. Aston se queda en pie.)
Aston.-Creo que voy a darme un paseo calle abajo. Una pequeña…, una especie de tienda. El dueño tenía una sierra de vaivén el otro día. Me gustó su aspecto.
Davies.-¿Una sierra de vaivén, compadre?
Aston.-Sí. Podría serme muy útil.
Davies.-Sí. (Pequeña pausa.) ¿Qué es eso exactamente, pues? (Aston va hacia la ventana y mira al exterior.)
Aston.-¿Una sierra de vaivén? Pues procede de la misma familia que la sierra de calados. Pero es un accesorio, ¿comprende? Tiene que unirse a un taladro portátil.
Davies.-¡Ah!, eso es. Son muy útiles.
Aston.-Lo son, sí. (Pausa.)
Davies.-¿Y qué me dice usted de una sierra para metales?
Aston.-Bueno, la verdad es que ya tengo una.
Davies.-Son útiles.
Aston.-Sí. (Pausa.) También lo es la sierra de punto.
Davies.-¡Ah! (Pausa.) Sí, no hay vuelta de hoja. Quiero decir que, eso, que sí, que son muy útiles. Mientras se sepan manejar. (Pausa.) Por otra parte, no son…, no son tan útiles como una sierra para metales, creo, ¿verdad?
Aston.-(Volviéndose hacia él.) ¿No? ¿Por qué?
Davies.-Quiero decir, lo digo solo por…, por la experiencia que tengo de ellas, ¿sabe usted? (Pequeña pausa.)
Aston.-Son útiles.
Davies.-Ya lo sé que son útiles.
Aston.-Pero limitadas. Con una sierra de vaivén pueden hacerse muchas cosas, ¿comprende? Una vez unida a… ese taladro portátil se pueden hacer muchas cosas con ella. Y aprisa.
Davies.-Sí. (Pequeña pausa.) Eh, oiga, estaba pensando…
Aston.-¿Eh?
Davies.-Sí, escuche, mire. A lo mejor era usted quien estaba soñando.
Aston.-¿Qué?
Davies.-Sí, quiero decir, a lo mejor estaba usted soñando que oía ruidos. Mucha gente, ¿sabe?, sueña. ¿Comprende lo que quiero decir? Oye toda clase de ruidos. A lo mejor era usted quien hacía todos esos ruidos de que me ha estado hablando. Sin saberlo.
Aston.-Yo no sueño.
Davies.-Pero ¡si es eso lo que quiero decir, lo que trato de decirle! ¡Yo tampoco sueño! Por eso pensaba que a lo mejor había sido usted. (Pausa.)
Aston.-¿Cómo ha dicho que se llamaba?
Davies.-Jenkins. Bernard Jenkins es mi nombre supuesto. (Pequeña pausa.)
Aston.-¿Sabe? El otro día estaba sentado en un café. Dio la casualidad de que me senté en la misma mesa en que había una mujer. Bueno, empezamos a…, a cambiar unas frases. No sé de qué hablamos…, sobre sus vacaciones, eso es, donde había estado. Las había pasado en la costa, en el Sur. Pero no recuerdo el nombre… En fin, estábamos allí sentados, charlando un poquito…, y de pronto puso su mano sobre la mía… y me dijo: «¿Le gustaría que le echara un vistazo a su cuerpo?»
Davies.-No me diga. (Pausa.)
Aston.-Sí. Salirme con esa, así, sin más ni más, en mitad de aquella conversación. Me pareció bastante raro.
Davies.-A mí me han dicho lo mismo.
Aston.-¿También?
Davies.-¿Mujeres? Muchas veces se me han acercado y me han hecho poco más o menos la misma pregunta. (Pausa.)
Aston.-No, su nombre, su nombre verdadero, ¿cuál es?
Davies.-Davies. Mac Davies. Este es mi nombre de verdad.
Aston.-¿Es usted galés?
Davies.-¿Eh?
Aston.-¿Es galés? (Pausa.)
Davies.-Pues sí, he dado muchas vueltas, ¿sabe?… Quiero decir…, he corrido mucho mundo…
Aston.-Pero, bueno, ¿dónde nació usted?
Davies.-(Oscuramente.) ¿Qué quiere decir?
Aston.-¿Dónde nació?
Davies.-Nací…, ¡uh!…, ¡oh!, es difícil recordar una cosa de hace tantos años…; comprende, ¿no?… Hace tiempo…, tanto tiempo…; la memoria falla…, usted ya sabe…
Aston.-(Yendo hacia el hogar y agachándose.) ¿Ve este enchufe? Puede usted enchufarlo aquí, si quiere. Esta pequeña estufa.
Davies.-De acuerdo, señor.
Aston.-Solo con enchufarlo aquí, basta.
Davies.-De acuerdo, señor. (Aston va hacia la puerta. Ansiosamente.) ¿Qué debo hacer?
Aston.-Sólo tiene que enchufarlo, eso es todo. La estufa se irá calentando.
Davies.-¿Sabe qué le digo? Que no lo toco y ya está.
Aston.-Pero si no cuesta nada.
Davies.-No, esta clase de chismes no me gustan mucho.
Aston.-Tiene que funcionar. (Volviéndose.) Bueno.
Davies.-¡Eh! Iba a preguntarle si la cocina, si la cocina puede tener algún escape… ¿Qué cree usted?
Aston.-No está conectada.
Davies.-Verá usted, lo que me preocupa es que está precisamente en la cabecera de mi cama, ¿ve? Tengo que tener cuidado en no darle codazos…; podría tocar una de estas llaves con el codo al levantarme, ¿me entiende? (Da la vuelta alrededor de la estufa y la examina.)
Aston.-No se preocupe usted.
Davies.-Bueno, mire: usted no se preocupe por esto. Lo que voy a hacer es echar de cuando en cuando un vistazo a estas llaves, así, ¿ve? Eso, ahora están cerradas. Descuide, yo me encargo de esto.
Aston.-No creo que…
Davies.-(Dando la vuelta.) Oiga, señor, otra cosa…, ¿eh?… ¿No podría prestarme un par de chelines? Para una taza de té, ¿sabe?
Aston.-Anoche le di unos cuantos.
Davies.-¿Eh? Sí, claro. Es verdad. Lo había olvidado. Se me había ido completamente de la memoria. Tiene razón. Gracias, señor. Escuche. ¿Está seguro, está usted completamente seguro de que no le importa que me quede a vivir aquí? Verá, yo no soy de esa clase de tipos que se toman ciertas libertades.
Aston.-No; puede usted quedarse.
Davies.-Algo más tarde quizá me llegue a Wembley.
Aston.-¡Hummmm!
Davies.-Por allí hay un cafetín, ¿sabe? Quizá me den algún trabajillo. Estuve allí, ¿sabe usted? Sé que les falta gente. Quizá necesiten personal.
Aston.-¿Cuándo fue eso?
Davies.-¿Eh? ¡Oh!, bueno, eso fue…, por allí…; de esto hará…, de esto hará ya algún tiempo. Pero, claro, lo difícil en estos lugares es que encuentren la gente fetén. Lo que hacen es salirse del paso con esos extranjeros; los hoteleros y cafeteros, ¿sabe?, quiero decir, eso es lo que buscan. Se lo aseguro.
Aston.-¡Hummmm!
Davies.-¿Sabe?, estaba pensando que, una vez allí, quizá eche un vistazo al estadio, al estadio de Wembley. Para todos los grandes partidos, ¿comprende?, necesitan gente para cuidar del terreno. También podría hacer otra cosa, podría llegarme hasta Kennington Oval. Todos esos grandes campos de deportes, es de sentido común, necesitan gente para cuidarse del terreno, eso es lo que quieren, lo que piden a gritos. Es cosa que salta a la vista, ¿no? ¡Oh!, lo tengo todo planeado…; eso es…, ¡uh!…, eso es…, eso es lo que voy a hacer. (Pausa.) Si al menos pudiera ir allí.
Aston.-¡Hummmm! (Aston va hacia la puerta.) Bueno, hasta luego, pues, ¿eh?
Davies.-Sí. Eso es. (Aston sale y cierra la puerta. Davies se queda quieto. Espera unos segundos, luego va hacia la puerta, la abre, mira al exterior, cierra, se queda en pie de espaldas a la puerta, se vuelve rápidamente, la abre, se asoma al exterior, entra otra vez, cierra la puerta, busca las llaves por el bolsillo, prueba una, prueba la otra, la cierra. Mira por la habitación; entonces se acerca rápidamente a la cama de Aston, se inclina y saca un par de zapatos. Se saca las sandalias y se calza los zapatos; luego anda de arriba abajo, sacudiendo los pies y balanceando las piernas. Oprime el cuero contra los dedos de sus pies.) No están mal estos zapatos, no están nada mal. Un poco puntiagudos. (Se saca los zapatos y los pone debajo de la cama. Examina el área en que se encuentra la cama de Aston, coge un jarrón y mira en su interior; luego coge una caja y la sacude.) ¡Tornillos! (Ve los botes de pintura colocados en la cabecera de la cama, va hacia ellos y los examina.) Pintura. ¿Qué querrá pintar? (Deja los botes de pintura, va hacia el centro de la habitación, mira hacia el balde del techo y hace una mueca.) Tendré que mirar eso. (Cruza hacia la derecha y coge el farol.) Aquí tiene un montón de cosas. (Toma el Buda y lo mira.) Está lleno. No hay más que ver. (Se queda en pie mirando. Se oye girar una llave en la cerradura de la puerta; muy suavemente la puerta se abre. Da unos pasos y se da un golpe en el dedo gordo del pie con una caja. Deja escapar un grito, se agarra el dedo y da media vuelta. La puerta también se cierra, suavemente, pero no del todo. Pone el Buda dentro de uno de los cajones y se frota el dedo.) ¡Uf! Me lo ha hecho polvo. ¡Puñetera caja! (Sus ojos se detienen en el montón de periódicos.) ¿Qué hará con todos esos periódicos? Vaya pila de papeles. (Se acerca a ellos y los toca. El montón amenaza derrumbarse. Lo sostiene.) ¡Quietos! ¡Quietos! (Sostiene el montón y recoge y arregla los pocos que se han caído. La puerta se abre. Entra Mick, se pone la llave en el bolsillo y cierra la puerta silenciosamente. Se queda en la puerta y mira a Davies.) ¿Para qué querrá todos estos papeles? (Davies se sube sobre la alfombra enrollada y se acerca a la maleta azul.) Aquí tiene una sábana y una funda de almohada a punto. (Abre la maleta.) Nada. (Cierra la maleta.) A pesar de todo, he dormido bien. Yo no hago ruidos. (Mira a la ventana.) Podría cerrar esa ventana. Ese saco no va bien. Se lo diré. ¿Qué es eso? (Coge otra maleta e intenta abrirla. Mick se dirige al fondo silenciosamente.) Cerrada. (La deja en el suelo y va hacia el sector anterior del escenario.) Debe de haber algo dentro. (Coge uno de los cajones del armario, registra el contenido; después lo deposita en el suelo. Mick se desliza a través de la habitación. Davies da media vuelta; Mick le coge el brazo y se lo retuerce hacia atrás. Davies grita.) ¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhhhhh! ¡Qué! ¡Qué! ¡Qué! ¡Uhhhhhhhh! (Mick, ágilmente, le hace caer en el suelo, mientras Davies lucha por librarse, haciendo visajes, quejándose y con los ojos desorbitados. Mick le sujeta el brazo, le hace un gesto para que se calle y luego con la otra mano le tapa la boca. Davies se calma. Mick le deja libre. Davies retrocede. Mick con un dedo le hace un signo de advertencia. Luego se agacha para mirar a Davies. Le mira y luego se pone en pie y le mira desde lo alto. Davies se frota el brazo, vigilando a Mick. Mick se vuelve para mirar la habitación. Va hacia la cama de Davies y aparta la ropa. Da la vuelta, va hacia el perchero y coge los pantalones de Davies. Davies empieza a levantarse. Mick le hace sentarse de nuevo en el suelo con el pie y se queda mirándole. Finalmente, le quita el pie de encima. Examina los pantalones y los echa hacia atrás. Davies sigue en el suelo, encogido. Mick, lentamente, va hacia la silla, se sienta y mira a Davies sin ninguna expresión en su rostro. Silencio.)
Mick.-Vamos a ver: ¿qué te traes entre manos?
TELÓN