Unos segundos más tarde.
Mick está sentado; Davies está en el suelo, medio sentado, encogido.
Silencio.
Mick.-Bueno, tú dirás.
Davies.-Nada, nada. Nada. (Cae una gota en el balde. Los dos miran hacia arriba. Mick vuelve a mirar a Davies.)
Mick.-¿Cómo te llamas?
Davies.-No le conozco. ¿Quién es usted? (Pausa.)
Mick.-¿Eh?
Davies.-Jenkins.
Mick.-¿Jenkins?
Davies.-Sí.
Mick.-Jen… kins. (Pausa.) ¿Has dormido aquí esta noche?
Davies.-Sí.
Mick.-¿Dormiste bien?
Davies.-Sí.
Mick.-Me alegro. Encantado de conocerte. (Pausa.) ¿Cómo has dicho que te llamabas?
Davies.-Jenkins.
Mick.-¿Cómo?
Davies.-¡Jenkins! (Pausa.)
Mick.-Jen… kins. (Cae una gota en el balde. Davies levanta los ojos y lo mira.) Me recuerdas al hermano de mi tío. Siempre andaba por ahí. Nunca sin su pasaporte. Le gustaban las chicas. Era un tipo parecido a ti. Un poco atlético. Especialista en saltos de longitud. Solía hacernos exhibiciones en el cuarto de estar cuando se acercaba la Navidad. Tenía una debilidad por los cacahuetes… Eso es lo que le pasaba. Era su debilidad. En tratándose de cascajo nunca decía basta. Cacahuetes, nueces, nueces del Brasil, pero nunca comía tarta de frutas, ni tocarlas. Tenía un cronómetro estupendo. Lo afanó en Hong Kong. Al día siguiente le expulsaron del Ejército de Salvación. Era el número cuatro en las reservas de Beckenham. Esto era antes que le dieran la medalla de oro. Tenía la graciosa costumbre de llevar su violín a la espalda. Como un papúa. Creo que tenía algo de piel roja. A decir verdad, nunca he averiguado cómo llegó a ser hermano de mi tío. A menudo he pensado si no sería al revés. Quiero decir, si mi tío no sería su hermano y él mi tío. Pero nunca le he llamado tío. Siempre le he llamado Sid. Mi madre también le llamaba Sid. Un asunto curioso. Se parecía a ti como una gota de agua a otra. Se casó con un chino y se fue a Jamaica. (Pausa.) Espero que hayas dormido bien esta noche.
Davies.-¡Oiga! ¿Quién es usted?
Mick.-¿En qué cama has dormido?
Davies.-Oiga, vamos a ver…
Mick.-¿Eh?
Davies.-En esa.
Mick.-¿No en la otra?
Davies.-No.
Mick.-Caprichoso. (Pausa.) ¿Te gusta mi cuarto?
Davies.-¿Su cuarto?
Mick.-Sí.
Davies.-Esta no es su habitación. No sé quién es usted. Nunca le había visto.
Mick.-Eres muy dueño de creerlo o no, pero ¿sabes que tienes un parecido muy chocante con un tipo que conocí en Shoredich? En realidad, vivía en Aldgate. Yo estaba pasando unos días con un primo en Camden Town. Ese tipo tenía un cuartucho en Finsbury Park, tocando a la estación de los autobuses. Cuando trabamos amistad, supe que se había criado en Putney. Esto no afectó en nada nuestras relaciones. Conozco mucha gente que ha nacido en Putney. Y si no en Putney, en Fulham. Lo malo era que no había nacido en Putney, sino que allí sólo se había criado. Después me enteré que había nacido en Caledonian Road, un poco antes de llegar a Nag's Head. Su madre, ya vieja, vivía todavía en Angel. Todos los autobuses pasaban por delante de su puerta. Podía tomar el treinta y ocho, el quinientos ochenta y uno, el treinta o el treinta A; la llevaban por la carretera de Essex hasta Dalston Junction en un momento. Claro, también podía tomar un treinta y la llevaba, vía Upper Street, a Highbury Corner, y bajaba luego hasta la catedral de San Pablo, pero al final siempre la dejaba en Dalston Junction. Yo, cuando iba a trabajar, solía dejar la bicicleta en su jardín. Sí, fue un asunto curioso. Era tu misma imagen. Algo más grande la nariz, pero cosa de nada. (Pausa.) ¿Has dormido aquí esta noche?
Davies.-Sí.
Mick.-¿Dormiste bien?
Davies.-¡Sí!
Mick.-¿Has tenido que levantarte por la noche?
Davies.-¡No! (Pausa.)
Mick.-¿Cómo te llamas?
Davies.-(Cambiando de posición, casi levantándose.) ¡Bueno, oiga!
Mick.-¿Qué?
Davies.-¡Jenkins!
Mick.-Jen… kins. (Davies hace un rápido movimiento para levantarse. Un violento empujón de Mick le hace caer de nuevo. A voz en grito.) ¿Has dormido aquí esta noche?
Davies.-Sí…
Mick.-(Continuando a gran velocidad.) ¿Cómo has dormido?
Davies.-He dormido…
Mick.-¿Bien?
Davies.-¡Bueno, oiga…!
Mick.-¿En qué cama?
Davies.-Esa…
Mick.-¿No en la otra?
Davies.-¡No!
Mick.-Caprichoso. (Pausa. Quedamente.) Caprichoso. (Pausa. Amable de nuevo.) ¿Qué tal has dormido en esa cama?
Davies.-(Golpeando el suelo.) ¡Bien!
Mick.-¿No has estado incómodo?
Davies.-(Gruñendo.) ¡Bien! (Mick se pone en pie y se le acerca.)
Mick.-¿Eres extranjero?
Davies.-No.
Mick.-¿Nacido y criado en las Islas Británicas?
Davies.-¡Sí!
Mick.-¿Qué te enseñaron? (Pausa.) ¿Te ha gustado mi cama? (Pausa.) Esa es mi cama. Hay que guardarse de las corrientes de aire.
Davies.-¿En la cama?
Mick.-No; y ahora, arriba ese culo. (Davies mira con cautela a Mick, que le da la espalda. Davies corre hacia la percha y coge sus pantalones. Mick se vuelve rápidamente y se apodera de ellos. Davies forcejea para recuperarlos. Mick extiende una mano amenazadora.) ¿Intentas quedarte aquí?
Davies.-Déme mis pantalones.
Mick.-¿Vas a quedarte aquí mucho tiempo?
Davies.-¡Déme mis puñeteros pantalones!
Mick.-¿Por qué? ¿Adonde quieres ir?
Davies.-¡Déme y me voy, me voy a Sidcup! (Mick le azota la cara con los pantalones varias veces. Davies se echa atrás. Pausa.)
Mick.-¿Sabes? Me recuerdas a un fulano que me encontré un día al otro lado del viaducto de Guilford…
Davies.-¡Me han traído aquí! (Pausa.)
Mick.-¿Decías?
Davies.-¡Me han traído aquí! ¡Me han traído aquí!
Mick.-¿Que te han traído aquí? ¿Quién?
Davies.-Un hombre que vive aquí…, el… (Pausa.)
Mick.-Embustero.
Davies.-Me trajo aquí anoche…; lo encontré en un café…; yo trabajaba…, me despidieron…; yo trabajaba allí…; si no es por él, no lo cuento…; me trajo aquí, me trajo aquí directamente. (Pausa.)
Mick.-No sé por qué me parece que eres un embustero nato, ¿a que sí? Estás hablando con el dueño. Este es mi cuarto. Estás en mi casa.
Davies.-Que no, que es del otro…; él lo sabe que yo…, él…
Mick.-(Señalando la cama de Davies.) Esa es mi cama.
Davies.-Y la otra, ¿qué?
Mick.-Esta es la cama de mi madre.
Davies.-¡Pues anoche no estaba aquí!
Mick.-(Aproximándosele.) Mira, no seas bellaco, ¿eh? No me seas bellaco. No te metas con mi madre.
Davies.-Yo no…, yo no he…
Mick.-No te pases de la raya, amigo, ni empieces a tomarte libertades con mi vieja; a ver si tenemos más respeto.
Davies.-Ya tengo respeto…, no encontrará a nadie que tenga más respeto que yo.
Mick.-Pues a ver si dejas de decir embustes.
Davies.-Bueno, oiga, que yo a usted no le he visto en mi vida.
Mick.-Supongo que tampoco has visto nunca a mi madre, ¿no? (Pausa.) Me parece que estoy llegando a la conclusión de que eres un viejo bribón, un granuja. Eso es lo que tú eres, y nada más.
Davies.-Oiga, oiga…
Mick.-Escucha, hijo. Escucha, nene. Apestas.
Davies.-No tiene usted derecho a…
Mick.-Lo estás apestando todo. Eres un viejo ladrón, no hay quien me saque de ahí. Un viejo pícaro. Eres muy poca cosa para estar en un lugar tan decente como este. Eres un viejo bárbaro. Te lo digo en serio, no tienes nada que hacer en un piso sin muebles. De esto, si me diera la gana, podría sacar siete de los grandes por semana. Mañana mismo tendría un inquilino. Trescientas cincuenta libras al año, sin gastos. No hay problema. Quiero decir, que si crees que esa cantidad está al alcance de tu bolsillo, dilo, no tengas miedo. Aquí tienes. Muebles y todo lo demás. Acepto cuatrocientas o la oferta que más se aproxime a esa cantidad. Valor imponible noventa libras al año. Agua, calefacción y luz vendrá a costarte alrededor de las cincuenta. Total, ochocientas noventa, si tanto te gusta. Si te lo quedas diré a mi agente que te extienda un contrato. En caso contrario, puedo llevarte en cinco minutos al cuartelillo más cercano con mi camioneta, que está ahí fuera, y ponerte en chirona por allanamiento de morada, por saqueo premeditado, por robo a plena luz del día, por mangante, por ladrón y por apestar la casa, ¿eh? ¿Qué me dices? A no ser que lo quieras comprar. Diría a mi hermano que lo pintara todo, claro. Tengo un hermano que es decorador de primera categoría. Él te lo pintará todo. Y si quieres tener más espacio, hay otras cuatro habitaciones en este mismo rellano que también están en venta. Cuarto de baño, cuarto de estar, dormitorio y cuarto para los niños. Este lo puedes utilizar como gabinete de trabajo. Este hermano de que te he hablado está a punto de empezar a decorar las otras habitaciones. Sí, empezará de un día a otro. O sea que ¿qué piensas hacer? Unas ochocientas por esta habitación o tres mil por todo el piso. Por otra parte, si prefieres hacerlo a base de préstamo hipotecario, conozco una compañía de seguros en West Ham que estará encantada de prestarte el dinero. No hay trampa ni cartón, finanzas saneadas, curva ascendente, historial impecable; veinte por ciento de interés, cincuenta por ciento de depósito; amortización, reintegros, subsidio familiar, sistema de primas, remisión de plazo por buen comportamiento, seis meses de arriendo, examen anual de los archivos, se sirve té a los clientes, venta de acciones, participación en los beneficios, compensación al cesar los pagos, amplia indemnización contra desórdenes públicos, conmociones políticas, disturbios sociales, rayos, truenos y tempestades, contra robos y saqueos, todo sujeto a revisión y unificación diarias. Claro, necesitaremos una declaración firmada por tu médico particular que nos asegure que tu estado de salud es lo suficiente satisfactorio para llevar a cabo estos planes, ¿comprendes? ¿Cuál es tu Banco? (Pausa.) ¿Cuál es tu Banco? (Se abre la puerta y entra Aston. Mick se vuelve y deja caer los pantalones. Davies los recoge y se los pone. Aston, después de echar una mirada a Mick y Davies, va hacia su cama y deposita en ella una bolsa que lleva en la mano, se sienta y empieza de nuevo a arreglar la tostadora. Davies se
retira a su rincón. Mick se sienta en la silla. Silencio. Cae una gota en el balde. Los tres levantan la vista. Silencio.) Todavía tienes esa gotera.
Aston.-Sí. (Pausa.) Viene del tejado.
Mick.-Del tejado, ¿eh?
Aston.-Sí. (Pausa.) Voy a tener que embrearlas.
Mick.-¿Vas a embrearlas?
Aston.-Sí.
Mick.-¿El qué?
Aston.-Las grietas. (Pausa.)
Mick.-¿Vas a embrear las grietas del tejado?
Aston.-Sí. (Pausa.)
Mick.-¿Crees que servirá de algo?
Aston.-Servirá, por el momento.
Mick.-¡Hummmm! (Pausa.)
Davies. -(Bruscamente.) ¿Qué hace usted…? (Los otros dos lo miran.) ¿Qué hace usted… cuando ese balde está lleno? (Pausa.)
Aston.-Vaciarlo.
Mick.-Le estaba diciendo aquí, al amigo, que de un momento a otro ibas a ponerte a decorar las otras habitaciones.
Aston.-Sí. (Pausa. A Davies.) Aquí tengo su bolsa.
Davies.-¡Oh! (Se acerca a él y la coge.) ¡Oh!, gracias, señor, gracias. Se la dieron, ¿verdad? (Davies vuelve a su rincón con la bolsa. Mick se levanta y se la quita.)
Mick.-¿Qué es esto?
Davies.-¡Devuélvamela, es mi bolsa!
Mick.-(Amenazándolo para que no se acerque.) Esta bolsa la tengo vista.
Davies.-¡Es mía!
Mick.-(Esquivándole.) Me es muy familiar.
Davies.-¿Qué quiere usted decir?
Mick.-¿De dónde la has sacado?
Aston.-(Levantándose.) Vamos, acabad de una vez.
Davies.-Es mía.
Mick.-¿De quién?
Davies.-Mía. ¡Dígale que es mía!
Mick.-¿Es su bolsa?
Davies.-¡Démela!
Aston.-Dásela.
Mick.-¿Qué? ¿Qué tengo que darle?
Davies.-¡Esa puñetera bolsa!
Mick.-(Ocultándola detrás de la cocina de gas.) ¿Qué bolsa? (A Davies.) ¿Qué bolsa?
Davies.-(Acercándose.) ¡Oiga, oiga!
Mick.-(Encarándosele.) ¿Adónde vas?
Davies.-Voy a coger… mi puñetera…
Mick.-¡Cuidado con lo que haces, nene! Te equivocas de puerta. No vayas demasiado lejos. Entras en un domicilio privado y te pones a fanfarronear y a meter mano a todo lo que puedes meter mano. No te pases de la raya, hijo. (Aston coge la bolsa.)
Davies.-Es usted un ladrón, eso es lo que es, un ladrón…; déme la…
Aston.-Tome. (Aston le alarga la bolsa a Davies. Mick se la arrebata. Aston se la quita. Mick se la quita a Aston. Davies intenta cogerla. La coge Aston. Mick intenta arrebatársela. Aston se la da a Davies. Mick se la quita. Pausa. La coge Aston. La coge Davies. La coge Mick. Intenta cogerla Davies. La coge Aston y se la da a Mick. Mick se la da a Davies. Davies la aprieta contra sí. Pausa. Mick mira a Aston. Davies se aleja con la bolsa. Se le cae. Pausa. Los otros dos lo miran. Davies recoge la bolsa. Va hacia su cama y se sienta. Aston va hacia su cama, se sienta y empieza a liarse un cigarrillo. Mick se queda en pie inmóvil. Pausa. Una gota cae en el balde. Todos levantan los ojos. Pausa. ¿Qué tal en Wembley?
Davies.-Pues todavía no he ido. (Pausa.) No, no he podido. (Mick va hacia la puerta y sale.)
Aston.-He tenido mala suerte con aquella sierra de vaivén. Cuando he llegado allí, ya la habían vendido. (Pausa.)
Davies.-¿Quién era ese tipo?
Aston.-Mi hermano.
Davies.-¿Su hermano? Un poco guasón, ¿verdad?
Aston.-¡Hummm!…
Davies.-Sí…, un guasón de verdad.
Aston.-Tiene sentido del humor.
Davies.-Sí, ya me he dado cuenta. (Pausa.) Un guasón de verdad, el muchacho, salta a la vista. (Pausa.)
Aston.-Sí; tiende…, tiende a ver el lado cómico de las cosas.
Davies.-Sí, lo que se dice tener sentido del humor, ¿no?
Aston.-Sí.
Davies.-Sí, ya se nota, ya. (Pausa.) Tan pronto le he puesto los ojos encima, me he dado cuenta de que tenía una manera muy suya de ver las cosas. (Aston se pone en pie, va hacia el cajón del armario, a la derecha, coge la estatuilla de Buda y la pone sobre la cocina de gas.)
Aston.-Estoy encargado de arreglarle la parte superior de la casa.
Davies.-¿Qué… quiere decir…? ¿Quiere decir con eso que esta casa es suya?
Aston.-Sí. Debo pintarle todo este rellano. Convertir todo esto en un piso.
Davies.-¿Y él qué hace entonces?
Aston.-Es del ramo de la construcción. Tiene camioneta propia.
Davies.-Pero no vive aquí, ¿verdad?
Aston.-Una vez haya construido el cobertizo allá fuera…, estaré en condiciones de pensar en el piso, ¿comprende? Tal vez podría ir haciendo algo para salir del paso. (Va hacia la ventana.) Yo sé trabajar con mis manos, ¿sabe? Es una de las cosas que yo sé hacer. Antes no me había dado cuenta. Pero ahora puedo hacer toda clase de cosas con mis manos. Ya sabe, trabajos manuales. Cuando construya el cobertizo allá fuera… montaré un taller, ¿sabe? Podría…, podría trabajar la madera. Trabajos sencillos al principio…, buena madera. (Pausa.) Claro, hay mucho que hacer en esta casa. Estoy pensando, con todo, estoy pensando en un tabique… en una de las habitaciones del rellano. Creo que le irá bien. Pero… hay esos biombos…, ¿sabe?…, orientales. Con uno de ellos la habitación queda dividida… Queda dividida en dos. Podría hacer eso o podría hacer un tabique. Podría hacer muchas cosas, ¿comprende?, si tuviera un taller. (Pausa.) De todas formas, creo que me he decidido por el tabique. (Pausa.)
Davies.-¡Eh!, oiga, me parece que, que esta no es mi bolsa.
Aston.-¡Oh!, no.
Davies.-No, no es mi bolsa. La mía era completamente distinta, ¿sabe? Ya sé lo que han hecho. Lo que han hecho es quedarse con mi bolsa y darle otra que no es la mía.
Aston.-No…, lo que ha pasado ha sido que alguien se ha largado con la suya.
Davies.-(Levantándose.) ¡Ya decía yo!
Aston.-De todas maneras, me he hecho con esta en otro sitio. Dentro hay unas cuantas… piezas de ropa. Me lo han dado todo muy barato.
Davies.-(Abriendo la bolsa.) ¿Hay zapatos? (Davies saca dos camisas a cuadros, una de un rojo vivo y otra verde, también muy vivo. Las examina, levantándolas.) Cuadros.
Aston.-Sí.
Davies.-Sí…; bueno, ya sé lo que pasa con esta clase de camisas, ¿sabe? Camisas así no duran mucho en invierno. Lo sé por experiencia. No, lo que necesito es esa clase de camisas a rayas, una camisa buena y fuerte, con rayas hacia abajo. Eso es lo que quisiera. (Saca de la bolsa un batín de pana color granate.) ¿Qué es esto?
Aston.-Un batín.
Davies.-¿Un batín? (Palpa el tejido.) No está nada mal esta tela. Voy a ver qué tal me sienta. (Se lo prueba.) ¿No tiene usted un espejo por aquí?
Aston.-No, no creo.
Davies.-Bien; no me está mal del todo. ¿Qué tal estoy?
Aston.-Muy bien.
Davies.-Bueno; esto sí que lo acepto, ya ve. (Aston coge el enchufe y lo examina.) No, a esto no digo que no. (Pausa.)
Aston.-Podría usted… ser el conserje de aquí, si quisiera…
Davies.-¿Qué?
Aston.-Podría usted… cuidar de la casa, si quisiera…, ya sabe: las escaleras y el rellano, las escaleras de la puerta de la calle, vigilarlo todo, sacar el brillo a las campanillas.
Davies.-¿Campanillas?
Aston.-Voy a poner unas cuantas en la puerta de la calle. De metal.
Davies.-Conserje, ¿eh?
Aston.-Sí.
Davies.-Bueno, yo…, yo nunca he sido conserje, ¿sabe?…, quiero decir…, nunca…; lo que quiero decir es que… nunca he sido conserje antes. (Pausa.)
Aston.-¿Qué le parece a usted la idea?
Davies.-Bueno, yo calculo… Bueno, me gustaría saber…, usted ya sabe…
Aston.-Qué clase de…
Davies.-Sí, qué clase de…, ya sabe… (Pausa.)
Aston.-Bueno, lo que yo quiero decir…
Davies.-Lo que yo quiero decir es que tengo que…, que tengo que…
Aston.-Bueno, yo podría decírselo…
Davies.-Eso…, eso es…, ¿ve?… ¿Comprende lo que quiero decir?
Aston.-Cuando llegue el momento…
Davies.-Quiero decir, a eso iba…; verá…
Aston.-Más o menos exactamente que…
Davies.-Verá, lo que quiero decir es…, a lo que iba es a…; en fin, ¿qué clase de trabajos?… (Pausa.)
Aston.-Bueno, tendrá que limpiar las escaleras… y las… campanillas…
Davies.-Pero sería cuestión de… ¿No cree?… Sería cuestión de tener una escoba…, ¿no?
Aston.-Podría facilitarle un paño para quitar el polvo.
Davies.-¡Oh!, ya sé, ya…; pero ¿cree usted que podría arreglármelas sin una…, sin una escoba?…
Aston.-Tendría que tener una escoba…
Davies.-Eso es…, eso es exactamente lo que estaba pensando…
Aston.-Creo que podré hacerme con una sin ninguna dificultad… y, claro, también…, también necesitaría unos cuantos cepillos…
Davies. – Necesitaría instrumentos…, ¿comprende?…, unos cuantos instrumentos de calidad…
Aston.-Podría enseñarle cómo funciona el aspirador, si usted… no tiene inconveniente…
Davies.-¡Ah!, eso sería… (Aston toma un guardapolvo blanco colgado de un clavo, encima de su cama, y lo muestra a Davies.)
Aston.-Podría ponerse esto, si le gustara.
Davies.-Bueno…; es…, es bonito, ¿eh?
Aston.-Le guardaría del polvo.
Davies.-(Poniéndoselo.) Sí, esto me guardaría del polvo muy bien. De perilla. Muchas gracias, señor.
Aston.-Verá, lo que podríamos hacer, podríamos…, podría poner una campanilla abajo, por la parte de fuera, al lado de la puerta, con un letrerito que dijera «Conserje». Y usted podría contestar a cualquier llamada.
Davies.-Bueno; en cuanto a eso, no sé, no sé…
Aston.-¿Por qué no?
Davies.-Bueno, lo que quiero decir es que nunca se sabe quién va a llamar a la puerta, ¿no? Tengo que estar al tanto.
Aston.-¿Por qué? ¿Le sigue alguien los pasos?
Davies.-¿Los pasos? Bueno, a lo mejor ese tío, el escocés, viene a por mí, ¿no? ¿Y qué hago yo? Oigo la campanilla, me voy abajo, abro la puerta. ¿Y quién está allí? ¡Cualquiera sabe! A lo mejor… Podrían desvalijarme en un abrir y cerrar de ojos, ¿no se da cuenta? O cualquiera que estuviera detrás de mi cartilla, quiero decir, mire, aquí estoy solo con cuatro sellos en la cartilla; aquí está, mire, cuatro sellos, es todo lo que tengo, ni uno más, todos los que tengo; hacen sonar la campanilla del «Conserje» y me echan mano, eso es lo que harían, sin escapatoria posible. Claro, tengo muchas otras cartillas por ahí, pero no lo saben, y no voy a ser yo quien se lo diga, ¿no le parece? Porque entonces caerían en la cuenta de que ando por ahí con un nombre falso, ¿comprende? Es otro, ¿comprende? El nombre al que respondo ahora no es mi nombre verdadero. Es falso. (Silencio. Las luces se van apagando hasta oscurecerse la escena completamente. Entonces una tenue luz se filtra por la ventana. Se oye un portazo. Alguien mete la llave en la cerradura de la habitación. Entra Davies, cierra la puerta, abre el interruptor de la luz. Al no encenderse esta, abre y cierra el interruptor varias veces. Murmurando.) ¿Qué pasa? (Abre y cierra.) ¿Qué le ocurre a esta maldita luz? (Abre y cierra.) ¡Aaaah! No me digas que esa condenada bombilla se ha fundido ahora. (Pausa.) ¿Qué hago? Ahora se ha fundido la condenada bombilla. No veo ni gota. (Pausa.) ¿Qué hacer? (Avanza, tropieza.) ¡Ah!, Dios, ¿qué es esto? Necesito una luz. Espera un momento (Busca en sus bolsillos las cerillas, saca una caja y enciende una. La cerilla se apaga. Le cae la caja.) ¡Aaah! ¿Dónde está? (Agachándose.) ¿Dónde debe de estar esa puñetera caja? (Alguien da una patada a la caja.) ¿Qué es eso? ¿Qué? ¿Quién es? ¿Qué es eso? (Pausa. Davies avanza.) ¿Dónde está mi caja? Estaba aquí en el suelo. ¿Quién es? ¿Quién la ha hecho correr? (Silencio.) Vamos. ¿Quién es? ¿Quién ha cogido mi caja de cerillas? (Pausa.) ¿Quién está aquí? (Pausa.) Tengo un cuchillo, ¿eh? Estoy preparado. Anda, ven, pues… ¿Quién eres? (Se mueve, tropieza, cae y da un grito. Silencio. Davies lanza una leve queja. Se levanta.) ¡Muy bien! (Se pone en pie, respirando ruidosamente. De pronto el aspirador empieza a zumbar. Un cuerpo se mueve juntamente con el aparato, guiándolo de un lado a otro. La boca del aspirador se arrastra ahora por el suelo, persiguiendo a Davies, el cual salta, huye y cae presa del terror.) ¡Ah, ah, ah, ah, ah, ah! ¡Vete, veteeee! (El aspirador cesa de funcionar. La sombra salta sobre la cama de Aston.) ¡Anda, ven, estoy preparado! ¡Estoy…, estoy…, estoy aquí! (La sombra desenchufa el aspirador del casquillo que pende del techo y vuelve a colocar la bombilla. La escena se ilumina. Davies se aplasta contra la pared de la derecha, cuchillo en mano. Mick está en pie sobre la cama, sujetando todavía el enchufe.)
Mick.-Estaba haciendo una limpieza a fondo. (Salta de la cama.) Antes había un enchufe en la pared para este aspirador. Pero ahora no funciona. He tenido que enchufarlo en el casquillo de la bombilla. (Guarda el aspirador debajo de la cama de Aston.) ¿Qué le parece cómo ha quedado? Le he dado un buen repaso. Lo hacemos por turno, una vez cada quince días, mi hermano y yo. Le damos a todo esto un buen repaso. He trabajado hasta tarde esta noche, acabo de llegar hace un momento. Pero he pensado que sería mejor ponerme manos a la obra, puesto que es mi turno. (Pausa.) En realidad, eso no quiere decir que yo viva aquí. No. Vivo en otro sitio, desde luego. Pero, después de todo, yo soy el responsable de la conservación de esta finca urbana, ¿no es cierto? No puedo evitar sentirme orgulloso de ser el dueño. (Se acerca a Davies señalando el cuchillo.) ¿Qué haces con esto en la mano?
Davies.-No se acerque.
Mick.-Siento haberte dado un susto. Pero también estaba pensando en ti, ¿sabes? Quiero decir, en el invitado de mi hermano. Hay que tener en cuenta tu comodidad, ¿no te parece? No queremos que el polvo se te meta en las narices. A propósito, ¿cuánto tiempo piensas quedarte aquí? La verdad es que iba a proponer que pagaras una renta más baja, solo una cantidad nominal, quiero decir, hasta que encuentres trabajo. Solo nominal, eso es todo. (Pausa.) En fin, si te pones intransigente, tendré que revisar de nuevo todo el asunto. (Davies se dirige lentamente hacia su cama. Mick, de espaldas, le vigila; Davies se sienta, con el cuchillo en la mano.) ¿Eh? No estarás pensando en atacarme. Tú no eres un tipo violento, ¿verdad?
Davies.-(Vehemente.) Yo no me meto con nadie, compadre. Pero si alguien se mete conmigo, ya sabe lo que le espera, no vaya a creer.
Mick.-Lo creo, lo creo.
Davies.-Me alegro. He corrido mucho mundo, ¿sabe? ¿Comprende lo que quiero decir? Un poquito de broma de cuando en cuando, la aguanto; pero cualquiera podría decirle que… quien se mete conmigo…
Mick.-Sí, ya comprendo lo que quiere decir.
Davies.-Hasta aquí podíamos llegar…, pero…
Mick.-No más allá.
Davies.-Eso es. (Mick se sienta en la cabecera de la cama de Davies.) ¿Qué hace?
Mick.-No, sólo quería decirle que… me ha impresionado mucho lo que acaba de decirme.
Davies.-¿Eh?
Mick.-Que estoy muy impresionado por lo que acaba de decir. (Pausa.) Sí, ha sido muy impresionante, de veras. (Pausa.) Que estoy impresionado, vaya…
Davies.-Entonces sabe de qué estoy hablando, ¿no?
Mick.-Sí, lo sé. Creo que nos comprendemos.
Davies.-¡Uh! Bueno…, qué quiere que le diga… Me…, me gustaría creer que así es. Usted ha estado jugando conmigo, ¿sabe? No sé por qué. Yo nunca le he hecho ningún daño.
Mick.-No. ¿Sabe lo que ha pasado? Que empezamos con mal pie. Ahí está.
Davies.-Sí; por desgracia, empezamos mal.
Mick.-¿Quieres un bocadillo?
Davies.-¿Qué?
Mick.-(Sacando un bocadillo del bolsillo.) Toma uno de estos.
Davies.-¿Qué trama ahora?
Mick.-Nada; todavía no me comprendes. No puedo dejar de interesarme por los amigos de mi hermano. Porque tú eres amigo de mi hermano, ¿no?
Davies.-Bueno, yo…, yo no diría tanto.
Mick.-¿No se comporta él como un amigo o qué?
Davies.-Bueno, yo no diría que somos lo que se dice amigos. Quiero decir, a mí no me ha hecho ninguna trastada, pero yo no diría que es… lo que se dice un amigo mío. De qué es ese bocadillo, ¿eh?
Mick.-Queso.
Davies.-Bueno, vale.
Mick.-Toma.
Davies.-Gracias, señor.
Mick.-Siento que me digas que mi hermano no es amable contigo.
Davies.-Lo es, lo es. Nunca he dicho que no lo fuera…
Mick.-(Sacando un salero del bolsillo.) ¿Sal?
Davies.-No, gracias. (Muerde el bocadillo.) Solo que no acabo…, no acabo de entenderle…
Mick.-(Buscando por el bolsillo.) He olvidado la pimienta.
Davies.-No le veo el quid, eso es lo que pasa.
Mick.-Por algún lado tenía un poco de remolacha en vinagre. La habré perdido. (Pausa. Davies mastica el bocadillo. Mick le mira comer. Después se levanta y se pasea por la parte anterior de la escena.) ¡Humm!… Escucha… ¿Puedo pedirte un consejo? Quiero decir, tú eres un hombre de mundo. ¿Puedo pedirte un consejo sobre algo?
Davies.-Adelante.
Mick.-Bueno; se trata, ya verás, estoy…, estoy un poco preocupado con mi hermano.
Davies.-¿Su hermano?
Mick.-Sí…; verás, lo que pasa es que…
Davies.-¿Qué?
Mick.-Bueno, no está bien que diga esto, pero…
Davies.-(Levantándose, va hacia la parte anterior.) Vamos, siga, dígalo. (Mick le mira.)
Mick.-No le gusta trabajar. (Pausa.)
Davies.-¡Continúe!
Mick.-No, no le gusta trabajar, eso es lo que le pasa.
Davies.-¿De veras?
Mick.-Es terrible tener que decir esto de un hermano.
Davies.-¡Ah!, sí, terrible.
Mick.-Él se siente avergonzado de ello, muy avergonzado.
Davies.-Conozco esa clase de tipos.
Mick.-¿Conoces el tipo?
Davies.-Me he topado con ellos.
Mick.-Quiero decir, lo que yo quiero es que las cosas le vayan bien.
Davies.-Es natural, claro.
Mick.-Si uno tiene un hermano mayor, lo que uno quiere es empujarle hacia adelante, lo que uno quiere es ver que se abre camino. No puedo tenerle mano sobre mano, eso no hace más que perjudicarle. Es lo que yo digo.
Davies.-Sí.
Mick.-Pero él no se dobla al trabajo.
Davies.-No le gusta trabajar, ¡ea!
Mick.-Le avergüenza trabajar.
Davies.-Así parece.
Mick.-Conoces el tipo, ¿no?
Davies.-¿Yo? Ya lo creo, conozco tipos así.
Mick.-Sí.
Davies.-Conozco esa clase de gente. Me he topado con tipos así.
Mick.-Esto me tiene trastornado. Ves, yo soy un trabajador, un comerciante. Tengo camioneta propia.
Davies.-¿De veras?
Mick.-Tiene que hacerme un trabajito… Lo tengo aquí para que me haga un trabajito…; pero, no sé…, he llegado a la conclusión de que es un trabajador muy lento. (Pausa.) ¿Qué me aconsejas?
Davies.-Bueno…; es un tío chusco su hermano.
Mick.-¿Qué?
Davies.-Decía que…, que es un poco chusco su hermano. (Mick lo mira fijamente.)
Mick.-¿Chusco? ¿Por qué?
Davies.-Pues… es chusco…
Mick.-¿Qué es lo que tiene de chusco? (Pausa.)
Davies.-El que no le guste trabajar.
Mick.-¿Qué tiene eso de chusco?
Davies.-Nada. (Pausa.)
Mick.-A eso no lo llamo yo chusco.
Davies.-Yo tampoco.
Mick.-No vayas a meterte a criticar ahora, ¿eh? No jorobes.
Davies.-No, no, no era esa mi intención, de ninguna manera…; lo que yo quería decir…, yo solo quería…
Mick.-Anda, cállate ya.
Davies.-Mire, lo que yo quería decir era…
Mick.-¡Basta! (Vivamente.) ¡Mira! Voy a hacerte una proposición. Estoy pensando que lo mejor será que me ponga al frente de esta casa, ¿comprendes? Creo que se le podría sacar un partido mucho mayor. Tengo muchas ideas, muchos planes. (Mira a Davies intensamente.) ¿Te gustaría quedarte a vivir aquí como conserje?
Davies.-¿Qué?
Mick.-Mira, voy a serte franco. Yo estaría mucho más descansado sabiendo que un hombre como tú estaba por aquí vigilándolo todo.
Davies.-Bueno, verá…, espere un momento… Yo… Yo nunca he sido conserje antes, ¿sabe?…
Mick.-No importa. Si te lo pido es porque me parece que eres la persona adecuada para esta clase de trabajo.
Davies.-Claro que lo soy. Quiero decir, en mis buenos tiempos me habían hecho muchas ofertas, ¿sabe? De eso puede estar seguro.
Mick.-Sí, ya me he dado cuenta antes, cuando has sacado ese cuchillo, que no eres de los que se dejan tomar el pelo fácilmente.
Davies.-A mí no me toma el pelo nadie, qué va.
Mick.-Quiero decir, tú has hecho el servicio, ¿verdad?
Davies.-¿El qué?
Mick.-Que has hecho el servicio. Se ve a la legua.
Davies.-¡Oh!…, sí. Pero, hombre, si he pasado allí la mitad de mi vida. Ultramar…; como… soldado…, eso es.
Mick.-En las colonias, ¿eh?
Davies.-Allí estuve. Uno de los primeros.
Mick.-Eso es. Exactamente el hombre que necesito.
Davies.-¿Para qué?
Mick.-Para conserje.
Davies.-Sí, bueno…, mire…, oiga…, ¿quién es el dueño aquí, usted o él?
Mick.-Yo. El dueño soy yo. Tengo documentos para probarlo.
Davies.-¡Ah!… (Con resolución.) Bueno, mire: en realidad, no me disgusta ser conserje y vigilarle la casa.
Mick.-Naturalmente, tendremos que llegar a un pequeño acuerdo financiero que redunde en beneficio de ambos.
Davies.-Eso lo dejo en sus manos, arréglelo como quiera.
Mick.-Gracias. Solo una cosa.
Davies.-¿Qué cosa?
Mick.-¿Puede darme referencias?
Davies.-¿Eh?
Mick.-Solo para que mi agente legal no tuerza el gesto.
Davies.-Tengo una gran cantidad de referencias. Lo único que he de hacer es llegarme a Sidcup mañana. Allí tengo todas las referencias que usted quiera.
Mick.-¿Dónde está eso?
Davies.-Sidcup. No solo tienen allí todas mis referencias, sino también todos mis papeles. Conozco aquello como la palma de mi mano. Si me llegara allí, no solo me haría con mis referencias, sino también con todos mis papeles. De todas maneras, tendré que llegarme, ¿comprende? Tengo que ir o, de lo contrario, estoy copado.
Mick.-O sea que cuando queramos podremos hacernos con esas referencias.
Davies.-Me llegaré allí cualquier día, ya le digo. Quería ir hoy, pero estoy…, estoy esperando que cambie el tiempo.
Mick.-¡Ah!
Davies.-Oiga. ¿No podría usted encontrarme un buen par de zapatos? Necesito un buen par de zapatos como el pan que me como. No puedo ir a ninguna parte sin un buen par de zapatos, ¿comprende? ¿Tiene usted probabilidades de encontrarme un buen par? (Las luces se van apagando hasta oscurecerse totalmente la escena. Esta se ilumina nuevamente. Es de día. Aston se sube los pantalones sobre sus calzoncillos largos. Hace una ligera mueca. Busca en la cabecera de su cama, toma una toalla del toallero y la agita. La coloca de nuevo en su sitio, se acerca a Davies y le despierta; Davies se incorpora sobresaltado.)
Aston.-Me dijo usted que le despertara.
Davies.-¿Para qué?
Aston.-Dijo que pensaba ir a Sidcup.
Davies.-¡Ay!, sería estupendo que pudiera llegarme allí.
Aston.-El tiempo no está muy seguro.
Davies.-¡Ay!, bueno, entonces eso echa por tierra mis planes, ¿no?
Aston.-Yo…, yo he vuelto a dormir bastante mal esta noche.
Davies.-Yo he dormido pésimamente. (Pausa.)
Aston.-Decía usted…
Davies.-Pésimamente. Ha llovido un poco esta noche, ¿verdad?
Aston.-Sólo un poco… (Va hacia su cama, toma un trozo de madera y empieza a frotarla con papel de lija.)
Davies.-Es lo que pensaba. Caía sobre mi cabeza. (Pausa.) Además, me da en la cabeza una corriente de aire. (Pausa.) A pesar del saco, ¿no podría usted cerrar la ventana?
Aston.-Podría cerrarse, sí.
Davies.-Bueno, ¿pues qué le parece entonces? La lluvia entra y me cae sobre la cabeza.
Aston.-Necesito un poco de aire. (Davies salta de la cama; lleva los pantalones puestos, el chaleco y la camiseta.)
Davies.-(Poniéndose las sandalias.) Oiga. Toda mi vida he vivido al aire libre, muchacho. Todo lo que me diga sobre el aire lo sé de sobra. Lo que yo decía era que, cuando estoy durmiendo, entra por esa ventana una corriente de aire demasiado fuerte.
Aston.-Se vicia mucho la atmósfera si la ventana no está abierta. (Aston va hacia la silla, apoya la madera en ella y continúa frotándola.)
Davies.-Sí; pero, oiga, no entiende lo que quiero decirle. Esa maldita lluvia, ¿se da cuenta?, cae directamente sobre mi cabeza. Me estropea la noche. Puedo pescar un resfriado y diñarla con esa corriente que pasa. Es todo lo que digo. Cierre esa ventana y nadie va a pescar ningún resfriado, eso es todo. (Pausa.)
Aston.-No podría dormir aquí sin esa ventana abierta.
Davies.-Sí, pero y yo, ¿qué? ¿Qué…, qué me dice usted de mi situación?
Aston.-¿Por qué no duerme usted al revés?
Davies.-¿Qué quiere usted decir?
Aston.-Duerma con los pies cerca de la ventana.
Davies.-¿Qué diferencia habría?
Aston.-La lluvia no le caería sobre la cabeza.
Davies.-No, eso no, eso no puedo hacerlo. (Pausa.) Quiero decir, me he acostumbrado a dormir de esta manera. No soy yo quien debe cambiar, es la ventana. Ve, ahora llueve. Mire, mire. Ahora entra. Mire el tejado, ¿lo ve? Mire ese tejado por donde entra el aire. Entra por ahí.
Aston.-Sí, el techo está en malas condiciones. (Aston se dirige de nuevo hacia su cama con el madero.)
Davies.-No, quiero decir, ya se ve, ya. El techo está en malas condiciones. Por eso el viento entra acanalado. (Pausa corta.)
Aston.-Creo que voy a darme una vuelta hasta Goldhawk Road. Me encontré allí con un hombre y hablamos. Tenía un banco de carpintero. Me pareció que estaba en muy buenas condiciones. A él no creo que le sea de mucha utilidad. (Pausa.) Creo que me voy a ir andando hasta allí.
Davies.-No, ¿comprende? Lo que yo quiero decir acerca de esta ventana es que no solo me cae la lluvia sobre la cabeza, sino que pronto caerá sobre la almohada. El viento le da de lleno, ¿ve? Mañana por la mañana esa almohada estará…, estará empapada como una esponja.
Aston.-Debería usted dormir al revés.
Davies.-¿Qué quiere usted decir?
Aston.-Con los pies cerca de la ventana.
Davies.-No le veo la diferencia.
Aston.-La lluvia no le mojaría la cabeza.
Davies.-Tal vez, tal vez. (Pausa.) Pero me mojaría los pies, ¿no? Me subiría por todo el cuerpo, ¿no? Todavía sería peor. Tal como estoy ahora, solo me moja la cabeza. (Davies da vueltas por la habitación.) ¿Oye cómo llueve? Me ha aguado el viaje a Sidcup. ¿Eh? ¿Qué le parece si ahora cerrara la ventana? Aún está entrando…
Aston.-Ciérrela por el momento. (Davies cierra la ventana y mira al exterior.)
Davies.-¿Qué es aquello que hay allí fuera, debajo de ese toldo?
Aston.-Madera.
Davies.-¿Para qué?
Aston.-Para construir el cobertizo. (Davies se sienta en su cama.)
Davies.-Todavía no ha dado usted con ese par de zapatos que me dijo que buscaría, ¿eh?
Aston.-¡Oh! No. Veré si hoy le puedo encontrar un par.
Davies.-No puedo salir con estos, ¿no le parece? Ni siquiera para tomar una taza de té.
Aston.-Hay un café unas puertas más allá.
Davies.-Ya, ya… (Durante el monólogo de Aston la habitación va oscureciéndose. Hacia el final de dicho monólogo, solamente Aston es visible con claridad. Davies y todos los objetos de la habitación quedan sumidos en la oscuridad.)
Aston.-Solía ir allí muchas veces. ¡Oh!, de eso hace ya muchos años. Pero ya no voy. Me gustaba aquel lugar. Pasaba mucho tiempo allí. Esto lo hacía antes de irme. Sí, antes. Creo que… aquel sitio tuvo mucho que ver con todo lo que me pasó después. Todos eran… algo mayores que yo. Pero solían escucharme siempre. Creía que… comprendían lo que les decía. Quiero decir, yo solía hablarles. Hablaba demasiado. Ese fue mi error. Lo mismo en la fábrica. Allí, en pie, o en las horas de descanso, yo les hablaba… sobre muchas cosas. Pero todo parecía marchar bien. Quiero decir, con algunos de estos hombres, los que iban al café, salíamos a rondar juntos algunas veces, yo les acompañaba algunas noches. Todo iba bien. Y ellos me escuchaban siempre que…, que yo tenía algo que decir. Lo malo era que yo tenía una especie de alucinaciones. No eran alucinaciones, era…, me daba la sensación de que podía ver las cosas… con mucha claridad…, todo… era tan claro…, todo se…, todo se quedaba silencioso, quieto…, todo muy quieto…, todo esto… quieto…, y… esa claridad con que veía… era…; pero quizá estaba equivocado. En fin, alguien debió de decir algo. Yo no sabía nada… Y… una especie de mentira debió de circular. Y esa mentira fue pasando de boca en boca. Empecé a creer que la gente se portaba de un modo extraño. En ese café, en la fábrica. No podía comprenderlo. Entonces, un día me llevaron allí. Yo no quería ir. En fin… Intenté escaparme varias veces. Pero… no era fácil. Allí me hicieron muchas preguntas. Me metieron dentro y empezaron a hacerme toda clase de preguntas. Bien, yo lo dije…; cuando se me preguntaba… se ponían en corro a mi alrededor…; yo lo dije, cuando quisieron saberlo…, lo que yo pensaba. ¡Hummmm! Entonces, un día…, aquel hombre…, doctor, supongo…, el jefe…, era un hombre muy… distinguido…, a pesar de que no estaba seguro de eso entonces. Me llamó a su despacho. Dijo…, me dijo que yo tenía algo. Dijo que habían terminado su reconocimiento. Fue lo que dijo. Y me mostró un montón de papeles y dijo que yo tenía algo, alguna enfermedad. ¿Comprende? Si por lo menos me acordara de lo que se trataba… He intentado recordarlo. Dijo…, solo dijo eso, ¿comprende? «Tiene usted… eso. Esa enfermedad. Y hemos decidido-dijo-que solo hay una cosa que podemos hacer para curarle.» Dijo…, pero no puedo recordar exactamente… cómo lo dijo…, dijo: «Vamos a hacer algo en su cerebro.» Dijo…: «Si no lo hacemos, tendrá que quedarse aquí toda su vida; pero si lo hacemos, tiene usted probabilidades. Podrá usted salir y vivir como todo el mundo.» «Qué le quieren hacer a mi cerebro», dije yo. Pero él sólo repitió lo que ya había dicho antes. Bueno, yo no era tonto. Sabía que era menor de edad. Sabía que no podían hacerme nada sin antes pedir permiso. Sabía que tenía que pedir permiso a mi madre. O sea que le escribí y le dije lo que intentaban hacer conmigo. Pero ella había firmado ya, ¿comprende?, dándoles permiso. Esto lo sé porque él me mostró su firma, cuando yo la saqué a relucir. Pues bien: aquella noche intenté escaparme, aquella noche. Me pasé cinco horas limando uno de los barrotes de la ventana de mi sala. Todo estaba oscuro. Acostumbraban encarar una pila de mano sobre las camas cada media hora. Lo tenía todo sincronizado. Y entonces, cuando casi estaba terminando, un hombre tuvo…, tuvo un ataque, justamente a mi lado. Y me pescaron, en fin. Una semana más tarde o algo así, empezaron a venir y me hicieron aquello en el cerebro. Tenían que hacérnoslo a todos en aquella sala. Venían y lo iban haciendo a uno tras otro. Uno cada noche. Fui uno de los últimos. Y pude ver con toda claridad lo que hacían a los demás. Venían con estos…, no sé lo que eran…, parecían unas tenazas muy grandes, y pendían de ellas unos alambres; los alambres los conectaban a una pequeña máquina. Era eléctrica. Sujetaban al hombre, y ese jefe…, el doctor jefe, ajustaba las tenazas, una especie de auriculares, las ajustaba a ambos lados de la cabeza del hombre. Había un hombre que sostenía la máquina, ¿comprende?…, y hacía…, hacía algo…, ahora no recuerdo si apretaba un interruptor o daba la vuelta a algo; era cuestión solo de abrir la corriente… Supongo que era eso, y el doctor jefe sólo apretaba esas mordazas en la cabeza del hombre y las mantenía así. Después las sacaba. Tapaban al hombre… y no lo tocaban hasta más tarde. Algunos de ellos se resistían, pero la mayoría no. Se quedaban allí tendidos. Bueno, después me tocó a mí, y la noche que se acercaron me levanté y me quedé en pie contra la pared. Me dijeron que me metiera en la cama, y yo sabía que tenían que meterme en la cama, porque si hacían eso mientras estaba en pie podrían romperme el espinazo. O sea que yo me quedé en pie y entonces uno o dos de ellos se me acercaron; bueno, yo era joven entonces, era mucho más fuerte de lo que soy ahora, era muy fuerte; eché a uno por el suelo y al otro le tenía cogido por el cuello, y entonces, de repente, el médico jefe me colocó las tenazas en la cabeza, y yo sabía que no podía hacerme eso mientras estuviese en pie; y por eso yo…, a pesar de todo, lo hizo. O sea que pude salir… Pero no podía andar muy bien. No creo que le pasara nada al espinazo. El espinazo estaba perfectamente. Lo malo era que… mis pensamientos… se habían vuelto muy lentos… No podía pensar… No podía, no podía… ordenar… mis pensamientos… No…, ¡uhhh!… No podía… ordenarlos… del todo. Lo peor era que no podía oír lo que la gente decía. No podía mirar ni a derecha ni a izquierda, tenía que mirar siempre hacia delante, porque si volvía la cabeza…, no podía…, me caía. Y tenía unos dolores de cabeza. Entonces fui a consultar a mucha gente. Pero ellos querían hacerme ingresar, pero yo no quería ingresar en… ningún sitio. O sea que no podía trabajar, porque no…, no podía escribir, ¿sabe? No podía escribir ni siquiera mi nombre. Me sentaba en mi habitación. Eso fue cuando vivía con mi madre. Y mi hermano. Era más joven que yo. Y coloqué todas las cosas que sabía que me pertenecían, bien ordenadas, en mi habitación, pero no me morí. Nunca más he tenido esas alucinaciones. Y nunca más he hablado con nadie. Lo más curioso es que no recuerdo muy bien… lo que decía, lo que pensaba…, quiero decir, antes que me metieran allí dentro. Y entonces, de todas formas, después de algún tiempo, me puse mejor, y empecé a hacer cosas con mis manos, y entonces, de esto hace ya casi dos años, vine aquí, porque mi hermano compró esta casa, y por eso quería probar a pintársela, o sea que me vine a esta habitación, empecé a recoger madera para mi cobertizo y todos estos cacharros que creía podrían ser de utilidad para el piso o para algún rincón de la casa, tal vez. Ahora me encuentro mucho mejor. Pero no hablo con nadie ahora. Me mantengo alejado de sitios como ese café. Nunca entro en ellos ahora. No hablo con nadie… así. Muchas veces pienso en volver allí e intentar descubrir al hombre que me hizo eso. Pero primero quiero hacer algo. Quiero levantar ese cobertizo allá fuera, en el jardín.
TELÓN