ACTO TERCERO

Dos semanas más tarde.

Mick está echado en el suelo, en el sector anterior izquierda, su cabeza apoyada en la alfombra enrollada, mirando al techo. Davies está sentado en la silla, con la pipa en las manos. Lleva puesto el batín. Primeras horas de la tarde. Silencio.


Davies.-Tengo la sensación de que ha hecho algo con las goteras. (Pausa.) Vea: la semana pasada llovió mucho, pero en todo este tiempo ni una sola gota ha caído en el balde. (Pausa.) A lo mejor ha puesto ya la brea ahí arriba. (Pausa.) La otra noche alguien estuvo andando por el tejado. Debía de ser él. (Pausa.) Quiero decir, ese balde era peligroso. Cualquier día podía caerme en la cabeza, en cualquier momento, en el momento en que yo estuviera debajo. Y no sé si lo ha vaciado aún, no creo. (Pausa.) Pero tengo la impresión de que ha embreado todo esto de ahí arriba, lo del tejado. A mí no me ha dicho ni media palabra del asunto. No me habla. (Pausa.) No me contesta cuando le hablo. (Enciende una cerilla, la acerca a su pipa y enciende.) ¡No me da ni un cuchillo! (Pausa.) No me da ni un cuchillo para cortar el pan. (Pausa.) ¿Cómo quiere que me corte una rebanada de pan sin cuchillo? (Pausa.) Es imposible. (Pausa.)

Mick.-Tú ya tienes un cuchillo, ¿no?

Davies.-¿Qué?

Mick.-Que ya tienes un cuchillo.

Davies.-Tengo un cuchillo, claro que tengo un cuchillo. Pero ¿cómo quiere usted que me corte una buena rebanada de pan con ese cuchillo? No es un cuchillo para cortar pan. No tiene nada que ver con el pan. Lo encontré no sé dónde. Vaya usted a saber dónde había estado. No, lo que yo quiero…

Mick.-Ya sé lo que tú quieres. (Pausa. Davies se levanta y se acerca a la cocina de gas.)

Davies.-Y esta cocina de gas, ¿qué? El dice que no está conectada. ¿Y cómo sé yo si está conectada o no? Ahí estoy, durmiendo casi encima de ella; me despierto a medianoche, y allí está el horno, delante de mis narices, sin poder apartar la vista de él. Me toca casi a la cara, y qué sé yo, a lo mejor estoy ahí, acostado en mi cama, explota y me hace daño. (Pausa.) Pero parece como si no hiciera ningún caso de lo que le digo. El otro día, ¿sabe?, le hablé de los negros, de los negros que viven al lado, que entran y usan el retrete. Se lo dije, todas las barandillas están sucias, negras, todo el retrete estaba negro. Pero ¿qué hizo? Se supone que él es el encargado aquí, ¿no? Pues no dijo nada, ni una sola palabra. (Pausa.) Quiero decir, vamos a ver, usted y yo, nosotros, tenemos planes con respecto a esta casa, ¿no es cierto? Podríamos poner en marcha todo esto, yo sería el conserje, todo marcharía como sobre ruedas… Pero él…, a él le importa todo un pepino; a él…, a él tanto se le da si marcha o no. Hace un par de semanas…, sentado ahí, empezó a hablar y no paró en una hora…, hace un par de semanas. Raja que te raja. Desde entonces apenas ha dicho media docena de palabras. Pero estando ahí sentado le dio sin parar… No sé lo que le pasaba…, no me miraba, no hablaba conmigo, yo no contaba para nada. ¡Se hablaba a sí mismo! Es lo único que le preocupaba. Quiero decir, usted viene y me pide consejo; él no haría nunca nada de eso. Quiero decir, no hay manera de conversar entre nosotros, ¿comprende? No se puede vivir en la misma habitación con alguien con quien…, con quien no hay manera de conversar… (Pausa.) La verdad es que no acabo de entenderle. (Pausa.) Usted y yo podríamos poner en marcha todo esto.

Mick.-(Pensativamente.) Sí, tienes toda la razón. Se le podría sacar mucho partido a esta casa. (Pausa.) Podría convertir todo esto en un ático. Por ejemplo…, esta habitación. Esta habitación podría ser la cocina. Dimensiones adecuadas, una bonita ventana por donde entra el sol. Pondría…, pondría en el suelo cuadrados de linóleo de color azul plomo y cobre. Estos mismos colores los pondría en las paredes de forma que entonaran. A las instalaciones de cocina les daría un acabado de color gris plomo. Hay mucho espacio para armarios donde poner la vajilla. Podríamos poner un pequeño armario de pared, después otro grande, y otro en el rincón con estantes giratorios. No nos faltarían armarios. El rellano podríamos convertirlo en comedor, ¿no? Sí. Persianas venecianas, persianas venecianas en la ventana. El suelo de corcho, cuadrados de corcho. Y una tupida alfombra de lino de un blanco desvaído, una mesa de…, de teca muy veteada, un aparador con cajones negro mate, sillas almohadilladas de formas curvadas, sillones con tapicería color avena, sofá de madera de haya con tapicería verde-mar, una mesita para el café con la superficie blanca y a prueba de calor, a base de mosaico blanco. Sí. Luego el dormitorio. ¿Qué es un dormitorio? Un refugio. Es un lugar para gozar de descanso y de paz. Por tanto, se necesita un decorado suave. Iluminación funcional. Los muebles, de caoba y palo rosa. Alfombra de azul celeste intenso, cortinas azul y blanco mate, una colcha estampada con pequeñas flores azules sobre un fondo blanco, la coqueta con una tapa que al levantarse deja al descubierto una bandeja de plástico para cosméticos, lamparita de mesa de rafia blanca… (Se yergue en su silla.) Esto no sería un piso, sería un palacio.

Davies.-Pero, hombre, ya lo creo que sería un palacio.

Mick.-Un palacio.

Davies.-¿Quién viviría aquí?

Mick.-Yo. Mi hermano y yo. (Pausa.)

Davies.-Y yo, ¿qué?

Mick.-(Con voz queda.) Todos estos cachivaches que hay aquí no sirven para nada. No son más que chatarra, pura chatarra. Basura. Con esto no hay quien amueble una casa. No hay manera. Trastos viejos. Además, nunca podrá venderlo, no le darían ni dos peniques por todo. (Pausa.) Cachivaches. (Pausa.) Pero a él no parece interesarle lo que yo tengo en la cabeza, ese es el problema. ¿Por qué no hablas con él y procuras que se interese?

Davies.-¿Yo?

Mick.-Sí. Tú eres su amigo.

Davies.-Pero él no lo es mío.

Mick.-Vives con él en la misma habitación, ¿no?

Davies.-No es mi amigo. Uno no sabe nunca a qué tenerse con él. Quiero decir, con un tipo como usted, uno sabe siempre el terreno que pisa. (Mick lo mira.) Quiero decir, usted tiene su manera de ser, no digo que no la tenga, cualquiera se da cuenta de eso. A veces tiene usted sus salidas, pero eso nos pasa a todos, mas él es distinto, ¿comprende? Quiero decir, por lo menos con usted, lo que tiene usted es que es…

Mick.-Sincero.

Davies.-Eso es, usted es sincero.

Mick.-Sí.

Davies.-Pero ¡con él la mayoría de las veces no sabe uno lo que está pensando!

Mick.-¡Hummmm!

Davies.-¡No tiene sentimientos! (Pausa.) Mire: ¡lo que yo necesito es un reloj! ¡Necesito un reloj que me diga la hora! ¿Cómo voy a saber la hora que es sin reloj? ¡No puedo! Yo le dije, se lo dije: «Oiga, ¿y si pusiera usted un reloj en esta habitación, para que pueda saber la hora que es? Quiero decir, si uno no sabe la hora en que vive, está perdido. ¿Comprende lo que quiero decir? ¿Sabe lo que tengo que hacer ahora? Cuando me estoy dando un garbeo por ahí, tengo que estar al tanto a ver si veo un reloj y atornillarme en la cabeza la hora que es, para recordarla después, cuando regreso a casa. Pero no me sirve de nada; quiero decir, a los cinco minutos de estar aquí ya se me ha olvidado. ¡Se me ha olvidado la hora que era! (Davies se pasea por la habitación.) O si no, vea usted: si no me encuentro bien y me tumbo un rato, entonces, cuando me despierto, ¡no sé si es la hora de ir a tomar el té! ¿Comprende?, la cosa no es tan grave cuando regreso a casa, porque puedo ver el reloj de la esquina; en el momento de entrar sé la hora que es. Pero ¿y cuando me quedo en casa? Es cuando me quedo en casa… ¡cuando no tengo ni la menor idea de la hora que es! (Pausa.) No, lo que necesito es un reloj, aquí, en esta habitación, y entonces sabré a qué atenerme. Pero él no quiere darme ninguno. (Davies se sienta en la silla.) ¡Y me despierta! ¡Me despierta en plena noche! ¡Me dice que hago ruidos! Se lo digo de veras, cualquier día voy a soltarle cuatro frescas.

Mick.-¿No le deja dormir?

Davies.-¡No me deja dormir! ¡Me despierta!

Mick.-Eso es terrible.

Davies.-He estado en muchos sitios. Siempre me han dejado dormir. A uno le dejan dormir en todo el mundo. Aquí, no.

Mick.-Dormir es esencial. Siempre lo he dicho.

Davies.-Tiene usted razón, es esencial. ¡Me levanto por la mañana y estoy muerto de fatiga! Tengo que atender a mis negocios. Tengo que moverme, tengo que situarme, tengo que encontrar un empleo. Pero cuando me despierto por la mañana no tengo fuerzas para nada. Y para colmo, no tengo reloj.

Mick.-Ya.

Davies.-(Levantándose y moviéndose.) Sale, y no sé adónde va; adónde va no me lo dice nunca. Antes charlábamos un poquito; ahora no. Nunca le veo; sale y no vuelve hasta muy tarde, y lo único que sabe hacer entonces es darme achuchones, mientras estoy durmiendo, en mitad de la noche. (Pausa.) ¡Escuche! ¡Me despierto por la mañana…, me despierto por la mañana y me sonríe! ¡Se queda en pie ahí, mirándome y sonriendo! Yo le veo, ¿comprende?, le veo desde detrás de la manta. Se pone la chaqueta, se da la vuelta, mira hacia mi cama, ¡y en su cara hay una sonrisa! ¿A quién diablos está sonriendo? Lo que él no sabe es que yo le estoy vigilando desde detrás de esa manta. ¡No lo sabe! No sabe que yo puedo verle, se cree que estoy durmiendo, pero yo no le pierdo de vista ni un momento desde detrás de mi manta, ¿comprende? Pero ¡él no lo sabe! ¡El sólo me mira y sonríe, pero no sabe que yo estoy viendo lo que hace! (Pausa. Inclinándose cerca de Mick.) No, lo que debe usted hacer, lo que debe hacer es hablar con él, ¿comprende? Lo tengo…, lo tengo todo planeado. Usted debe decirle… que tenemos grandes planes referentes a esta casa, podríamos levantarla, podríamos ponerla en marcha. Mire, yo podría pintársela, podría ayudarle a pintarla… entre los dos. (Pausa.) Bueno, ¿y dónde vive usted ahora?

Mick.-¿Yo? ¡Oh!, tengo un pequeño piso. No está mal. Todo instalado. Ven a verme un día, tomaremos unas copas y escucharemos un poco de música.

Davies.-No, mire: usted es la persona indicada para hablar con él, quiero decir, usted es su hermano. (Pausa.)

Mick.-Sí…, tal vez lo haga. (Se oye un portazo. Mick se levanta, va hacia la puerta y sale.)

Davies.-¿Adónde va usted? ¡Ese es él! (Silencio. Davies se pone en pie, va hacia la ventana y mira al exterior. Entra Aston. Lleva una bolsa de papel. Se quita el abrigo, abre la bolsa y saca un par de zapatos.)

Aston.-Zapatos.

Davies.-(Dando la vuelta.) ¿Qué?

Aston.-Me he hecho con este par. Pruébeselos.

Davies.-¿Zapatos? ¿De qué clase?

Aston.-A lo mejor le sirven. (Davies se acerca a la parte anterior del escenario, se quita las sandalias y se prueba los zapatos, anda un poco, moviendo los pies, se inclina y aprieta el cuero.)

Davies.-No, no me están bien.

Aston.-¿No le están bien?

Davies.-No, no es mi número.

Aston.-¡Hummm! (Pausa.)

Davies.-Bueno, mire: a lo mejor me apaño con ellos… hasta que me encuentre usted otros. (Pausa.) ¿Dónde están los cordones?

Aston.-No hay cordones.

Davies.-No puedo llevarlos sin cordones.

Aston.-Sólo he podido comprar los zapatos.

Davies.-Bueno; pues usted mismo comprenderá, ¿no? Esto no es ninguna solución. Quiero decir, no puedo llevar los zapatos sin estar sujetos con los cordones. La única manera de que no se caigan los zapatos, si no tienen cordones, es apretando el pie, ¿comprende? Andar con los pies encogidos, ¿comprende? Pues, bueno, esto es más bien malo para los pies. Puedo tener un derrame. Con unos zapatos bien sujetos hay menos probabilidades de que tenga un derrame. (Aston se acerca a la cabecera de su cama y busca en el estante que hay sobre ella.)

Aston.-Puede que tenga unos en un sitio u otro.

Davies.-¿Comprende lo que quiero decir? (Pausa.)

Aston.-Aquí están. (Se los da a Davies.)

Davies.-Son de color castaño.

Aston.-Es lo único que tengo.

Davies.-Estos zapatos son negros. (Aston no le contesta.) Bueno, valen, qué le vamos a hacer, hasta que me haga con otros. (Davies se sienta en la silla y empieza a colocar los cordones en los zapatos.) Quizá me lleven a Sidcup mañana. Si puedo llegarme hasta allí, estoy salvado. (Pausa.) Me han ofrecido un buen empleo. Me lo ha ofrecido un tipo que tiene…, tiene muchas ideas. Buen porvenir, sí, señor. Pero quiere ver mis papeles, ¿sabe?, quiere ver mis referencias. Tengo que ir a Sidcup, hacerme con ellas. Allí están. Lo difícil es llegar hasta allí. Ese es mi problema. El tiempo me está haciendo la puñeta. (Aston, silenciosamente, sale de la habitación.) No sé si estos zapatos me servirán de mucho. Es una carretera muy mala. He estado allí antes. Hice el camino a la inversa. La última vez que estuve allí fue…, la última vez…, hace ya mucho tiempo…; la carretera era mala, llovía a mares; tuve suerte de no dejar el pellejo en esa carretera; pero no, llegué hasta aquí, he ido tirando, he ido tirando…, sí…, he ido tirando por ahora. De todas formas, no puedo seguir así; lo que debo hacer es volver allí, buscar al hombre ese… (Se vuelve y mira por la habitación.) ¡Dios! Ese bellaco ni siquiera me escucha! (Oscuridad completa. Una tenue claridad entra por la ventana. Es de noche. Aston y Davies están en la cama; Davies ronca y gruñe. Aston se incorpora, salta de la cama, enciende la luz, se acerca a Davies y le mueve.)

Aston.-¡Eh!, cállese, ¿quiere? No me deja dormir.

Davies.-¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?

Aston.-Está usted haciendo ruido.

Davies.-Soy un hombre viejo, ¿no? ¿Qué quiere que haga? ¿Que deje de respirar?

Aston.-Estaba haciendo ruidos.

Davies.-¿Qué quiere que haga? ¿Que deje de respirar? (Aston se acerca a su cama y se pone los pantalones.)

Aston.-Voy a tomar el aire.

Davies.-¿Qué quiere usted que haga? ¿Quiere que le diga la verdad, compadre? Pues no me extraña que le metieran allí dentro. ¡Despertar así a un pobre viejo en medio de la noche! ¡Usted debe de estar majareta perdido! Tengo pesadillas. ¿Quién tiene la culpa de que tenga pesadillas? ¡Si no me estuviera usted dando achuchones, yo no haría ruido! ¿Cómo quiere que duerma tranquilo, si me está dando achuchones todo el tiempo? ¿Qué quiere usted que haga? ¿Que deje de respirar? (Aparta la ropa y se levanta de la cama. Lleva camiseta, chaleco y pantalones.) Y paso tanto frío, que he de meterme en la cama con los pantalones puestos. En mi vida había hecho cosa semejante. Pero aquí tengo que hacerlo. ¡Y todo porque a usted no le da la gana de poner una puñetera estufa! Estoy ya harto de que ande dándome achuchones. A mí no me ha pasado nunca lo que a usted, compadre. A mí no me han encerrado nunca en un lugar de esos, vaya. ¡Yo estoy en mis cabales! O sea que no me achuche más. Todo irá como una seda mientras sepa usted guardar las distancias. Solo con que guarde las distancias, al pelo. Porque, voy a decirle una cosa: su hermano, su hermano está hasta la coronilla de usted. De usted lo sabe todo. En él sí que tengo un amigo, descuide, un amigo de verdad. ¡Tratarme como si fuera un montón de basura! En primer lugar, ¿por qué me invitó a venir aquí, si iba usted a tratarme de esta manera? Si cree que es usted mejor que yo, se equivoca de medio a medio. No crea que me chupo el dedo. Si ya le metieron antes en un sitio de esos, vigile que no le metan otra vez. ¡Su hermano está hasta la coronilla de usted! ¡No vayan a ponerle otra vez en la cabeza esas tenazas de que hablaba! No me extrañaría que se las pusieran otra vez. Cualquier día. ¡Con que alguien dé el soplo! Y se lo llevarán, ¡digo! ¡Vendrán a buscarle y se lo llevarán y le meterán otra vez allí! ¡No habrá tu tía! ¡Le pondrán las tenazas en la cabeza y no habrá tu tía! Echarán un vistazo a toda esta porquería con la que tengo que dormir y se darán cuenta en seguida de que está usted como una cabra. No debían haberle soltado nunca, ahí está. ¡Nadie sabe lo que se trae usted entre manos; sale, entra, nadie sabe lo que se trae entre manos! Pues mire usted: a mí no hay quien me haga la barba por mucho tiempo. ¿Qué se figura? ¿Que voy a ser yo quien le haga los trabajos más sucios? ¡Jaaaaaa! ¡A otro perro con este hueso! ¿Que sea yo quien haga los trabajos más sucios, escaleras arriba y abajo, total para poder dormir en este asqueroso agujero todas las noches? Ni hablar, muchacho. No para usted, muchacho. La mitad del tiempo no sabe usted lo que se hace. ¡Usted está medio tarumba, hombre! ¡Está como una regadera! ¡Si con la jeta paga! Quién ha visto nunca que me diera usted unas cuantas perras, ¿eh? Siempre se escurre usted como una anguila; ahora sale, ahora entra. Su hermano está hasta la coronilla, no vaya a creer. Quiere hacer algo con esta casa, quiere ponerla decente. Y a ver si le entra en los cascos una cosa: y es que tengo tantos derechos como usted. ¡Sólo con que cambie el tiempo, podré hacerme con más referencias que las que ha visto usted en su vida! ¡Tratarme como si fuera una bestia! ¡Yo aún no he estado nunca en una jaula! (Aston hace un leve movimiento hacia él. Davies saca el cuchillo de su bolsillo.) No se me acerque, compadre. Aquí tengo esto. No es cosa de juego, ¿eh? No es cosa de juego. No se acerque. (Una pausa. Se miran fijamente.) ¡Cuidado con lo que hace!, ¿eh? (Pausa.) ¡Ojo al cristo, que es de plata! (Pausa.)

Aston.-Creo…, creo que ya es hora de que se busque usted otro sitio. Creo que no nos entendemos.

Davies.-¿Que me busque otro sitio?

Aston.-Sí.

Davies.-¿Yo? ¿Está usted hablando conmigo? ¡No, hombre, no! ¡Usted! Usted es el que tiene que buscarse otro sitio.

Aston.-¿Qué?

Davies.-¡Usted! ¡Usted es el que va a tener que buscarse otro sitio!

Aston.-Yo vivo aquí. Usted no.

Davies.-¿Que yo no? Bueno, pues yo vivo aquí. Se me ha ofrecido un empleo aquí.

Aston.-Sí…; bueno, pero no creo que sirva usted. No creo que le guste quedarse aquí.

Davies.-¡Me gusta, ya lo creo que me gusta! ¡Lo que no me gusta es que me esté usted haciendo la barba durante todo el tiempo!

Aston.-Será mejor… que se vaya. No nos entendemos.

Davies.-No sirvo, ¿eh? Bueno; pues voy a decirle una cosa: hay alguien aquí que cree que sirvo, para que se entere. Y ya se lo he dicho: yo me quedo. ¡Me quedo como conserje! ¿Estamos? Su hermano, él es quien me lo ha dicho, ¿se entera?, me ha dicho que el empleo es para mí. ¡Mío! O sea que aquí estoy. Voy a ser su conserje.

Aston.-¿Mi hermano?

Davies.-Él es quien va a quedarse aquí, va a poner en marcha todo esto, va a cambiarlo todo, y yo me quedo con él, o sea que… ¡no va a haber ninguna habitación para usted!

Aston.-Yo vivo aquí.

Davies.-¡Ya veremos hasta cuándo! Sé lo que me digo. Conque quería… Conque quería echarme a la calle, ¿eh? ¡Me larga un par de zapatos hechos una mierda y a la calle! ¡Usted no sabe por dónde se anda, muchacho!

Aston.-Mire. Si le doy… unos cuantos chelines, podría ir a Sidcup.

Davies.-¡Ande ya! ¡Construya primero su cobertizo! ¡Unos cuantos chelines! ¡Cuando puedo ganarme aquí un sueldo fijo! ¡Primero constrúyase su apestoso cobertizo! ¡No faltaba más! (Aston le mira fijamente.)

Aston.-¡Ese cobertizo no es apestoso! (Silencio.) Es limpio. Todo madera buena. Lo levantaré. No hay cuidado.

Davies.-¡No se acerque demasiado!

Aston.-No tiene usted ningún motivo para llamar apestoso a ese cobertizo. (Davies apunta con el cuchillo.) El que apesta es usted.

Davies.-¡Qué!

Aston.-Ha estado apestando todo esto.

Davies.-¡Cristo! ¡Y se atreve usted…!

Aston.-Desde hace días. Esa es una de las razones por las que no puedo dormir.

Davies.-Y se atreve usted… ¿Y se atreve usted a decirme que soy un apestoso?

Aston.-Será mejor que se vaya.

Davies.-¡A ti sí que te voy a hacer apestar yo! (Levanta un brazo tembloroso, apuntando con el cuchillo al estómago de Aston. Este no se mueve. Silencio. El brazo de Davies se paraliza. Se quedan los dos inmóviles, en pie.) ¡A ti sí que te voy a hacer apestar!… (Pausa.)

Aston.-Recoja sus cosas. (Entre resuellos, Davies esconde el cuchillo en el pecho. Aston va hacia la cama de Davies, coge la bolsa y empieza a poner dentro de ella algunas cosas pertenecientes a Davies.)

Davies.-No puede…, no tiene usted derecho… ¡Deje eso, que es mío! (Davies le arrebata la bolsa y aprieta todo lo que el otro había metido en ella.) Muy bien…; aquí se me ha ofrecido un trabajo…; espere y verá… (Se pone el batín.), espere y verá…; su hermano… le pondrá las peras a cuarto…; llamarme eso…, llamarme eso a mí…; nadie se ha atrevido a llamarme eso… (Se pone el abrigo.) Se arrepentirá de haberme llamado eso…; la cosa no termina aquí… (Coge la bolsa y se dirige hacia la puerta.) Se arrepentirá de haberme llamado eso… (Abre la puerta. Aston le mira.) Ahora ya sé en quién he de confiar. (Davies sale. Aston se queda en pie. Oscuro. Se ilumina nuevamente la escena. Al anochecer. Mick está sentado en la silla. Davies se mueve de un lado a otro.)

Davies.-¡Apestoso! ¡Ha oído bien! ¡A mí! Le he contado todo lo que me dijo, ¿no es verdad? ¡Apestoso! ¡Ha oído bien! ¡Eso es lo que me dijo!

Mick.-Tse…, tse…, tse…

Davies.-Eso es lo que me dijo.

Mick.-Tú no apestas.

Davies.-¡No, señor!

Mick.-Si apestaras, yo sería el primero en decírtelo.

Davies.-Se lo dije, se lo dije… Le dije: «¡La cosa no termina aquí, vas a acordarte de mí!» Le dije: «Y no se olvide de su hermano.» Le dije que usted vendría a ponerle las peras a cuarto… No sabe en qué lío se ha metido haciendo eso. Haciéndome eso a mí. Se lo dije; le dije: «Vendrá su hermano, vendrá; él sí que sabe dónde tiene la mano derecha, no como usted.»

Mick.-¿Qué quieres decir?

Davies.-¿Eh?

Mick.-¿Estás diciendo que mi hermano no sabe dónde tiene la mano derecha?

Davies.-¿Qué? Lo que yo estoy diciendo es que usted tiene ideas respecto a esta casa…, todo eso…, todo eso de pintar y decorar, ¿comprende? Quiero decir, él no tiene ningún derecho a mandarme. Yo recibo las órdenes de usted. Yo soy su conserje; quiero decir, usted tiene consideraciones conmigo…, usted no me trata como si fuera un montón de basura…; los dos…, los dos sabemos perfectamente cómo es. (Pausa.)

Mick.-Entonces, ¿qué ha dicho cuando le has contado que yo te había ofrecido el empleo de conserje?

Davies.-Ha dicho…, ha dicho…, ha dicho algo como… que él vive aquí.

Mick.-Sí; en eso ha dado en el clavo, ¿no?

Davies.-¿En el clavo? Pero esta casa es de usted, ¿no? ¡Usted le deja vivir aquí!

Mick.-Sí…, es mi casa. La compré barata…, y le dejo vivir aquí.

Davies.-Es lo que estoy diciendo.

Mick.-Sí, supongo que podría decirle que se fuera. Quiero decir, el dueño soy yo. Por otra parte, él es el inquilino. Tengo que avisarle con anticipación, ¿comprendes lo que es eso? Se trata de una cuestión técnica, eso es. Depende de cómo se considere esta habitación. Quiero decir, depende de si se considera amueblada o sin amueblar. ¿Comprendes lo que quiero decir?

Davies.-No, no lo entiendo.

Mick.-Todos estos muebles, ¿ves?, todos estos muebles son suyos, excepto las camas, claro. O sea que se trata de una delicada cuestión legal, ahí está. (Pausa.)

Davies.-¡Más valdría que se fuera otra vez donde estaba!

Mick.-(Volviéndose para mirarle.) ¿Donde estaba?

Davies.-Sí.

Mick.-¿Y dónde estaba?

Davies.-Bueno…; él…, él…

Mick.-A veces te pasas de la raya, ¿no te parece? (Pausa. Levantándose bruscamente.) Bueno; de todas formas, tal como están las cosas, no tengo inconveniente en empezar a arreglar todo esto…

Davies.-¡Así se habla!

Mick.-No, no tengo inconveniente. (Se vuelve para mirar a Davies.) Pero más valdrá que seas lo bueno que andas diciendo.

Davies.-¿Qué quiere usted decir?

Mick.-Bueno, tú dices que eres un decorador de interiores. Más valdrá que lo hagas como nadie.

Davies.-¿Un qué?

Mick.-¿Qué quieres decir con «un qué»? Decorador. Decorador de interiores.

Davies.-¿Yo? ¿Qué quiere usted decir? Alguna chapuza todo lo más, pero yo nunca he sido eso.

Mick.-¿Nunca has sido qué?

Davies.-No, hombre, yo no. Yo no soy un decorador de interiores. He estado demasiado ocupado. He tenido muchas cosas que hacer, ¿sabe? Pero…, pero he tenido siempre mucha maña para todo…; déme usted…, déme usted un poco de tiempo y me pondré al corriente.

Mick.-Nada de ponerte al corriente. Lo que yo quiero es un decorador de interiores de primera categoría y con mucha experiencia. Creía que tú lo eras.

Davies.-¿Yo? Vamos a ver…, vamos a ver…; usted me toma por otro.

Mick.-¿Cómo quieres que te tome por otro? Tú eres el único con quien he hablado. Eres el único a quien he confiado mis sueños, mis deseos más íntimos; tú eres el único a quien he hecho partícipe de todo eso, y te he hecho partícipe porque creía que eras un decorador de interiores y exteriores de primera categoría.

Davies.-Bueno, mire…

Mick.-¿O sea que no sabes colocar cuadrados de linóleo de color azul plomo y cobre, ni aplicar esos mismos colores en las paredes para que entonen?

Davies.-Bueno; oiga, ¿de dónde ha sacado…?

Mick.-¿Ni serías capaz de decorarlo con una mesa de teca muy veteada, un sillón con tapicería color avena y un sofá de madera de haya con tapicería verde-mar?

Davies.-¡Yo nunca he dicho eso!

Mick.-¡Atiza! ¡Entonces di que tenía de ti un concepto totalmente equivocado!

Davies.-¡Yo nunca he dicho eso!

Mick.-Eres un repuñetero impostor, amiguito.

Davies.-No debería usted decirme eso. Me contrató como conserje. Yo iba a echarle una mano y nada más a cambio de un pequeño…, un pequeño salario; nunca dije nada de que fuera decorador…, y empieza a llamarme cosas…

Mick.-¿Cómo te llamas?

Davies.-No, no empiece otra vez con eso…

Mick.-No. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

Davies.-Mi verdadero nombre es Davies.

Mick.-¿Y te haces pasar por…?

Davies.-¡Jenkins!

Mick.-Tienes dos nombres. Y lo demás, ¿qué? ¿Eh? Vamos, confiesa: ¿por qué me has engañado diciéndome que eras un decorador de interiores?

Davies.-¡Yo no he dicho nada de eso! ¿Es que no oye lo que estoy diciendo? (Pausa.) Fue él quien se lo dijo. Ha debido de ser su hermano quien se lo ha dicho. ¡Como que es un lila! Le diría cualquier cosa por celos; está chalado, no da una. Él sería quien se lo dijo. (Mick avanza lentamente hacia él.)

Mick.-¿Qué le has llamado a mi hermano?

Davies.-¿Cuándo?

Mick.-¿Que es qué?

Davies.-Yo…, bueno; vamos a poner las cosas en claro…

Mick.-¿Chalado? ¿Quién está chalado? (Pausa.) ¿Has dicho que mi hermano es un chalado? Mi hermano. Eso ha sido…, eso ha sido un poquito impertinente por tu parte, ¿no crees?

Davies.-Pero ¡si él mismo lo dice!

Mick.-(Da una vuelta lentamente alrededor de Davies, mirándole. Repite lo mismo.) Qué hombre más extraño eres. ¿A que sí? Francamente, eres muy extraño. Desde que entraste en esta casa todo han sido trifulcas. En serio. Nada de lo que dices tiene el más insignificante valor. Cada palabra que pronuncias se presta a un sinfín de interpretaciones distintas. Casi todo lo que dices son mentiras. Eres violento, errático, eres completamente imprevisible. Bien mirado, no eres más que un animal salvaje. Eres un bárbaro. Y para colmo, apestas a mierda y a sobaco que no hay más que pedir. A ver si te das cuenta: llegas aquí y dices que eres un decorador de interiores, yo te admito inmediatamente ¿y qué pasa? Me espetas un discurso larguísimo diciéndome que tienes todas tus referencias en Sidcup, ¿y qué pasa? Yo no he visto que dieras un solo paso para ir a Sidcup a buscarlas. Todo esto es muy lamentable, pero, no hay vuelta de hoja, me veo obligado a despedirte. Voy a pagarte por el tiempo que has hecho de conserje. Toma, medio dólar. (Se busca por el bolsillo, saca media corona y la echa a los pies de Davies. Davies se queda inmóvil. Mick se acerca a la cocina de gas y toma la estatuilla de Buda.)

Davies.-(Lentamente.) Muy bien, pues…; écheme…, hágalo…, si es lo que usted quiere…

Mick.-¡Eso es lo que quiero! (Arroja contra la cocina de gas la estatuilla de Buda, la cual se hace añicos. Hablando para sí, lenta, cavilosamente.) Cualquiera diría que esta casa es lo único que me preocupa. Tengo otras muchas cosas que me preocupan. Muchas. Tengo otros muchos intereses. Tengo que levantar mi propio negocio, ¿no? Tengo que pensar en extenderlo… en todas las direcciones. Yo no me quedo quieto. Siempre me estoy moviendo. Me muevo… siempre. Tengo que pensar en el futuro. Esta casa no me preocupa. No me interesa. Es cosa de mi hermano. Que la arregle, que la pinte, que haga lo que le dé la gana. A mí me tiene sin cuidado. Creía que le hacía un favor dejándole vivir aquí. Él tiene sus propias ideas. Que las tenga. Yo me lavo las manos. (Pausa.)

Davies.-Y yo, ¿qué? (Silencio. Mick no le mira. Se oye un portazo. Silencio. No se mueven. Entra Aston. Cierra la puerta, entra en la habitación y se queda frente a frente con Mick. Se miran. Ambos sonríen levemente. Mick empieza a hablar, se para, va hacia la puerta y sale. Aston deja la puerta abierta, cruza por detrás de Davies, ve el Buda roto y mira los trozos por un momento. Entonces va hacia su cama, se quita el abrigo, se sienta, saca el destornillador y el enchufe y empieza a hurgar en él.) He vuelto para recoger mi pipa.

Aston.-¡Ah!, ¿sí?

Davies.-Me he ido y… a mitad camino me…, de pronto… me he dado cuenta…, ¿sabe?…, que me había olvidado la pipa. Por eso he vuelto… Por eso…, he pensado que podría entrar y cogerla.

Aston.-¿La ha encontrado?

Davies.-Sí, sí, ya la tengo. (Pausa.) ¿Ese no es el mismo enchufe que…? ¿Verdad?… ¿Ese que…?

Aston.-Sí. (Davies avanza hasta el centro de la habitación.)

Davies.-Todavía no ha hecho carrera con él, ¿eh?

Aston.-Hay algo que no marcha. Es lo que intento averiguar.

Davies.-Bueno, si… persevera, yo creo que se saldrá con la suya.

Aston.-Creo que ya sé poco más o menos lo que le pasa. (Davies se le acerca un poco más.)

Davies.-Yo no entiendo mucho de enchufes, ¿sabe?…; si no, podría darle una orientación. De todas formas, espero que llegue a solucionarlo. (Pausa.) Oiga… (Pausa.) Usted, en realidad, no quería decírmelo, ¿verdad?, eso de que apesto. (Pausa.) ¿Verdad? Usted ha sido un buen amigo para mí. Me acogió. Me acogió, no me preguntó nada, me dio una cama, ha sido un compañero para mí. Escuche. He estado pensando que, si he estado haciendo todos esos ruidos, ha sido por culpa de esa corriente de aire, ¿comprende?, la corriente me daba de lleno cuando dormía, me hacía hacer ruidos sin que yo lo supiera, o sea que he pensado, quiero decir que, si usted me diera su cama y usted durmiera en la mía, no hay mucha diferencia entre ellas, son de la misma clase, si yo tuviera la suya, usted duerme, usted duerme en cualquier cama, ¿no? O sea que usted toma la mía y yo la suya y estamos al cabo de la calle. Yo no estaría expuesto a la corriente de aire, ¿comprende? A usted, en cambio, no le molesta, usted necesita un poco de aire, lo comprendo, habiendo estado allí dentro todo aquel tiempo, con todos los doctores esos, con todo lo que le hicieron, todo cerrado, ya sé cómo son esos sitios, demasiado calor, ¿comprende?, siempre hace demasiado calor allí dentro; una vez pude echar un vistazo a un sitio de esos; por poco me asfixio; o sea que yo supongo que esto sería la mejor solución; cambiamos de camas y entonces podríamos poner manos a la obra y hacer lo que teníamos pensado. Yo le vigilaría la casa, se la limpiaría; lo haría por usted; para el otro no…, no para… su hermano, ¿sabe?, para él no, para usted…; estaría a su servicio; no tiene más que decir una palabra, una sola palabra… (Pausa.) ¿Qué le parece lo que le estoy diciendo? (Pausa.)

Aston.-No; me gusta dormir en esa cama.

Davies.-Pero ¡usted no comprende lo que quiero decir!

Aston.-Además, la otra es la cama de mi hermano.

Davies.-¿Su hermano?

Aston.-Siempre que se queda aquí. Esta es mi cama. Es la única donde puedo dormir.

Davies.-Pero ¡su hermano se ha ido! ¡Se ha ido! (Pausa.)

Aston.-No. No puedo cambiar de cama.

Davies.-Pero ¡usted no comprende lo que quiero decir!

Aston.-(Levantándose y yendo hacia la ventana.) Además, voy a estar muy ocupado. Tengo que construir ese cobertizo. Si no lo hago ahora no podré hacerlo nunca. Hasta que no esté construido, no puedo hacer nada.

Davies.-Le echaré una mano, le ayudaré a construir su cobertizo. ¡Eso es lo que haré! (Pausa.) ¿Es que no comprende a lo que voy? ¡Le echaré una mano! ¡Construiremos ese cobertizo los dos! ¿Comprende? ¿Comprende lo que le estoy diciendo? (Pausa.)

Aston.-No, puedo hacerlo yo solo.

Davies.-Pero escuche. Yo estoy con usted, estaré aquí, le ayudaré, lo haremos juntos, y cuidaré de la casa, y se la vigilaré, todo; y, al mismo tiempo, seré su conserje. (Pausa.)

Aston.-No.

Davies.-¿Por qué no?

Aston.-No duermo bien por las noches.

Davies.-Pero ¡puñeta! ¿No le he dicho que cambiemos de camas? ¡Cristo! ¡Cambiemos de camas y ya está! ¿Es que no ve el sentido de lo que le estoy diciendo? (Aston permanece en la ventana, dando la espalda a Davies.) ¿Quiere usted decir que me echa? No puede hacerme eso. Escuche, hombre. Escuche, hombre, escuche: no me importa, ¿comprende?, no me importa; me quedaré, no me importa; mire: si no quiere cambiar de cama seguiremos como antes, me quedaré en la misma cama; quizá poniendo un trozo de saco más fuerte en la ventana, quedaré a resguardo de la corriente; haremos eso, ¿qué le parece? ¿Seguimos como antes? (Pausa.)

Aston.-No.

Davies.-¿Por qué… no? (Aston se vuelve y le mira.)

Aston.-Hace usted demasiado ruido.

Davies.-Pero…, pero…; mire…, escuche…, escuche un momento…; verá…, quiero decir… (Aston se vuelve de nuevo de cara a la ventana.) ¿Qué voy a hacer? (Pausa.) ¿Qué haré? (Pausa.) ¿Dónde voy a ir? (Pausa.) Podría quedarme aquí. Podríamos construir su cobertizo. (Pausa.) Si quiere usted que me vaya…, me iré. No tiene más que decírmelo. (Pausa.) Voy a decirle una cosa, además…: los zapatos esos…, los zapatos esos que me dio… me van estupendamente…, me van muy bien. Tal vez podría… llegarme a… (Aston sigue inmóvil, dándole la espalda, delante de la ventana.) Oiga…, si… me llegara allá abajo…, si pudiera… hacerme con mis papeles…, me dejaría…, me dejaría usted…, querría…, si me llegara allá abajo… y me hiciera con mis… (Un silencio prolongado. Telón.)


Fin de «El Conserje»

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