Capítulo 9

¿Estabas enamorado de Sophia? -le preguntó Elinor a Jasim, sonrojándose por su falta de discreción-. Es que tengo curiosidad… -añadió mientras paseaban por la orilla del mar.

– ¿Por qué lo quieres saber?

– Porque creo que lo estabas.

– Pues te equivocas.

– ¡Pero si te ibas a casar con ella!

– No me educaron para casarme necesariamente por amor -le recordó Jasim-. Era una mujer elegante, guapa y bien educada que hablaba varios idiomas. Me pareció suficiente.

– ¡No me puedo creer lo frío y superficial que puedes llegar a ser! -se lamentó Elinor.

– No soy ni frío ni superficial. El amor te puede hacer sufrir mucho. Un hombre sensato no elige a la mujer con la que se va a casar sólo por amor.

– A mí no me habrías elegido jamás.

– Pero, ahora que te tengo, estoy encantado contigo -le aseguró Jasim con aquella sonrisa suya que a Elinor cada día le gustaba más.

Durante las tres semanas que llevaban allí, se habían ido conociendo y estableciendo los cimientos de una relación seria y duradera.

– ¿El matrimonio de tus padres fue de conveniencia? -le preguntó Elinor, intentando entender su forma de ver las cosas.

– No, pero el de mi padre con la madre de Murad sí y salió bien. Duró casi treinta años.

– Me estoy dando cuenta de que nunca hablas de tu madre.

Jasim resopló.

– ¿Te acabas de dar cuenta? Eso es porque es de mal gusto mencionarla siquiera. Se fue con otro hombre cuando yo era un bebé. Mi padre nunca se repuso.

Elinor se quedó perpleja y comprendió que había tocado un tema muy doloroso para Jasim. No dijo nada. No quiso ni imaginarse el escándalo que se habría formado por la conducta de su madre en una sociedad tan conservadora y poco proclive a entender.

Elinor comprendía que la conducta de su madre lo había hecho desconfiado con las mujeres. Tenía muchas preguntas, pero no las hizo.

– Creo que mi padre va a venir hoy otra vez a ver a Sami. Cada día lo quiere más -comentó Jasim.

– Sí -contestó Elinor, para quien no resultaba fácil mantenerse al margen de aquellos encuentros.

Durante ellos, el rey y su marido se trataban de manera superficial para no herirse mutuamente y la educación los constreñía hasta que Sami hacía algo gracioso y rompía el hielo.

Le habría gustado saber por qué el rey y su segundo hijo se trataban como si no se conocieran de nada.

– Me sorprende que mi padre esté mostrando tanto interés en Sami -le confesó Jasim.

– Yo creo que es porque quiere conocerlo a él y, de paso, a ti -contestó Elinor.

– Tonterías. ¿Por qué iba a querer una cosa así? -le contestó con desdén.

Elinor contó hasta diez y no contestó. Vio por el rabillo del ojo que Jasim estaba esperando con avidez su opinión. Elinor sonrió para sus adentros. Era increíble lo inseguro que podía resultar aquel hombre que parecía tan fuerte.

Bajo su fachada de calma, corría un río de emociones que debía de haber aprendido a controlar a base de disciplina y autocontrol.

Elinor había visto cómo se le rompía esa fachada jugando con Sami. Cuando jugaba con él, se olvidaba de las apariencias y se entregaba al momento. Sami adoraba a su padre y, siempre que los veía juntos, Elinor pensaba que había hecho lo correcto casándose con Jasim.

También se había dado cuenta y aceptaba que ella también adoraba al príncipe. El amor que había negado una y otra vez corría ahora por sus venas y la invadía de pies a cabeza.

Lo cierto era que Jasim se esforzaba por hacerla feliz.

Aquel hombre al que se lo daban todo hecho solía llevarle el desayuno a la cama todos los días para que repusiera fuerzas tras una noche apasionada y muy a menudo, tras desayunar, retiraba la bandeja y volvía a hacerle el amor.

Elinor no tenía nada que objetar.

Estaba encantada con las relaciones sexuales que compartía con su marido.

Aunque se suponía que tendrían que haber estado solos, todos los días llegaban dignatarios y ministros en avión, pues consultaban todo lo que pasaba en Quaram con Jasim. El príncipe la había llevado a hacer varias excursiones al desierto, donde los nómadas los habían recibido con toda su hospitalidad.

Jasim estaba muy bien informado sobre los asuntos de aquellas tierras y a menudo los ancianos de las tribus le pedían que escuchara sus problemas y les diera consejo, así que se sentaba durante horas y escuchaba con atención disputas sobre, por ejemplo, cuál era la compensación adecuada por una cabra que se había metido en el huerto de un vecino y se lo había comido.

Mientras tanto, Elinor se quedaba sentada en el fondo de la tienda con las mujeres y los niños, con el soniquete de un televisor que funcionaba con la batería de un coche y bebiendo té.

Una noche llovió y, a la mañana siguiente, Jasim la llevó fuera para que viera las impresionantes flores silvestres que se habían abierto durante la noche en la arena del desierto.

Elinor tenía una piel muy delicada y se ponía roja con facilidad a causa del sol. Jasim vigilaba que siempre llevara crema con protección solar y una visera sobre el rostro.

Mientras dejaban los caballos en las cuadras, Elinor se dio cuenta de que se sentía a salvo al lado de su esposo. Se sentía querida y cuidada.

– Debería haberte hablado de mi madre -comentó Jasim de repente durante el desayuno-. Prefiero contártelo yo a que te enteres por terceras personas. Es una historia vergonzosa.

– No es tan poco usual.

– Aquí, sí. Y más en mi familia -contestó Jasim frunciendo el ceño-. Mi padre tenía ya más de cincuenta años y era viudo cuando la conoció. Era hija de un médico suizo y tenía la mitad de años que él. Se enamoró perdidamente de ella y se casaron muy rápido. Para cuando yo nací dos años después, la relación hacía aguas por todas partes. Por lo visto, mi madre no podía soportar las restricciones de la vida que llevaba aquí.

– ¿Y qué pasó?

– Una vez que fue a pasar unos días con su familia conoció a otro hombre y se enamoró de él. Mi padre se enteró y se lo dijo y ella se fue, nos abandonó y se casó con su amante. Nunca tuve contacto con ella.

– ¿Intentaste verla?

– No. Ni yo intenté ponerme en contacto con ella ni ella intentó ponerse en contacto conmigo. Sé que se casó varias veces más, que no tuvo más hijos y que murió hace unos años. La verdad es que, a pesar de todo, le agradezco que me diera la vida. Mi padre no podía soportar tenerme cerca porque era hijo de la mujer que lo había humillado delante de todo el país, así que me mandó a estudiar a una academia militar en el extranjero.

– ¡Qué cruel!

– Una vez me dijo que tenía miedo de que hubiera heredado la falta de moral de mi madre. Sin embargo, algunos años después me enteré de que, en realidad, me rechazaba porque temía que no fuera hijo suyo. De hecho, me hicieron pruebas de ADN sin que yo me enterara en cuanto se inventaron esas pruebas.

Elinor negó con la cabeza.

– ¿Cómo no vio que te pareces mucho a él?

– El parecido físico no es suficiente para un hombre al que le reconcome el rencor.

– ¡Así que te castigó a ti! ¡Pagaste tú por tu madre!

Jasim se encogió de hombros.

– Aunque así fuera, no lo hizo con intención. Él también fue una víctima de la situación. Mi padre no es un hombre vengativo. La amarga separación de mis padres me pilló en medio y yo pagué los platos rotos, es cierto, pero el pasado no se puede cambiar.

Aquella tarde, cuando el rey Akil fue a visitar a Sami por tercera vez, Elinor tuvo la sensación de que intentaba tender puentes hacia su único hijo con vida. Por desgracia, era demasiado mayor como para saber cómo hacerlo y Jasim estaba demasiado acostumbrado a mantener las distancias como para que se produjera un acercamiento.

Elinor estaba consternada por lo que Jasim le había contado. Aquello de que hubiera crecido sin el cariño de ninguno de sus progenitores en un colegio extranjero al que lo habían mandado para que se hiciera fuerte explicaba en gran medida los continuos cuidados y mimos que le prodigaba a Sami.

Elinor se preguntaba si habría estado enamorado alguna vez y si sabría siquiera lo que era el amor. Lo cierto era que no tenía motivos para confiar su amor a una mujer.

Iba a ser difícil conquistar su corazón.

Por las tardes hacía mucho calor y Elinor se echaba una siesta. Aquel día, se estaba desnudando para acostarse cuando Jasim entró en el dormitorio.

– Te venía a preguntar si te apetecía que fuéramos a nadar un rato -comentó mirándola con deseo, pues Elinor no llevaba puesto más que un conjunto de lencería en color turquesa-, pero, ahora que lo pienso, podrías quemarte y la verdad es que prefiero quemarte yo con mi pasión.

Dicho aquello, se puso a su espalda y le desabrochó el sujetador. Le tomó los pechos en las manos para jugar con sus pezones. Elinor sintió que la excitación se apoderaba de ella e iba en aumento cuando Jasim le apartó el pelo de la nuca y comenzó a besarla por el cuello.

Gimió y jadeó cuando Jasim deslizó una mano entre sus piernas y comenzó a masturbarla. Elinor sintió que la tela de las braguitas se humedecía. Jasim se las quitó con impaciencia, la tumbó en la cama y le separó las piernas.

Temblorosa y ansiosa, oyó cómo se bajaba la cremallera de los vaqueros y sintió su falo caliente introduciéndose en su cuerpo.

– Eres perfecta para mí, aziz -le dijo acariciándole los pechos mientras la penetraba.

La pasión entre ellos era intensa y Elinor sintió que la invadían oleadas de placer y se dejó llevar, gritando, hasta el orgasmo.

Jasim la tomó en brazos y la acurrucó contra su cuerpo.

– Ha sido increíble -comentó Elinor.

– Contigo siempre lo es -sonrió Jasim, dándose la vuelta para sacar algo de un bolsillo de los vaqueros.

A continuación, le entregó una cajita de terciopelo.

Al abrirla, se encontró con un precioso anillo de esmeraldas.

– Me recuerdan el color de tus ojos -le dijo Jasim sacando la joya de su estuche y poniéndosela-. Tenemos que aprovechar la última semana que nos queda aquí. Cuando volvamos, voy a estar muy ocupado.

Mientras admiraba el anillo, Elinor se dio cuenta de que Jasim había bajado la guardia, de que confiaba en ella. Le entraron unas ganas irreprimibles de decirle que lo quería, pero no lo hizo porque no quería que se sintiera incómodo y porque temía no ser correspondida, así que se limitó a permanecer arrebujada entre sus brazos, disfrutando del momento.

Un día antes de irse, Jasim estuvo recogiendo viejos papeles de su hermano, documentos y algunos libros. Había dos helicópteros fuera esperándolos para llevarlos de regreso a Muscar.

Uno de los pilotos había enfermado, pero Jasim anunció que llevaría él su helicóptero.

– No me mires así, tranquila -le dijo a Elinor-. Estudié en las fuerzas aéreas y estoy cualificado.

Elinor asintió y se dirigió al otro aparato en compañía de Sami. Mientras le ponía el cinturón de seguridad a su hijo, vio que un criado se tropezaba y caía al suelo con una caja.

Jasim, que todavía estaba fuera, ayudó al hombre a levantarse y recogió lo que se había caído. Al hacerlo, vio una fotografía de su hermano, muy joven con una chica rubia y menuda vestida de fiesta. La chica tenía una sonrisa encantadora y se parecía mucho a cierta persona que él conocía bien.

Junto a la fotografía había una carta escrita en inglés. Jasim comenzó a leerla y pronto se sintió invadido por un profundo sentimiento de culpa.

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