Antes de que le diera tiempo de darse cuenta de lo que estaba haciendo Jasim, le había bajado el bañador, dejando sus senos al descubierto. Cuando los tuvo ante sí, no pudo evitar dejar escapar un sonido masculino de apreciación.
– Tienes un cuerpo maravilloso -le dijo.
A continuación, tomó los pezones sonrosados entre sus dedos y los acarició con movimientos expertos. Elinor reaccionó sintiendo un calor ardiente entre los muslos. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró en territorio desconocido, a expensas del deseo que Jasim había desencadenado en su interior.
Jasim se dio cuenta de que Elinor quería más y él estaba más que dispuesto a dárselo, así que la tumbó sobre la cama bocarriba, le tomó un pezón entre los labios y comenzó a succionar hasta hacerla jadear de placer.
El calor que emanaba del centro del sus piernas estaba aumentando su temperatura corporal y amenazaba con hacerle perder el poco control que le quedaba. Jasim le tocó una sola vez en el centro de su feminidad mientras jugueteaba con sus pechos y su cuerpo reaccionó con tanta fuerza, elevando la pelvis, que Elinor se asustó.
– Estás muy tensa -la censuró Jasim despojándola del bañador por completo y levantándose de la cama para quitarse él el suyo.
Elinor sintió que el miedo y las dudas se apoderaban de ella. ¿Cómo habían llegado hasta allí en tan poco tiempo? Las cosas estaban yendo demasiado deprisa para ella.
Era la primera vez que se iba a acostar con alguien, así que echó un vistazo al cuerpo desnudo de Jasim y lo que vio le pareció desproporcionado, demasiado grande.
¿Estaría haciendo lo correcto o simplemente estaba cometiendo una locura dejándose llevar por la emoción de atraer a un hombre tan guapo?
Jasim miró a la mujer desnuda que tenía ante sí y se dio cuenta de que ninguna otra antes lo había excitado tanto.
Ni siquiera Sophia.
Claro que no pensaba volver a darle ese poder a nadie sobre él. No quería volver a sentirse desvalido.
– Te quiero hacer mía ahora mismo -declaró tumbándose junto a Elinor en la cama.
Estaba impaciente y se estaba olvidando del verdadero motivo que lo había llevado hasta allí: evitar que su hermano tuviera una aventura con ella.
Con sólo mirarlo, Elinor sentía que el corazón le latía desbocado y se le secaba la boca.
– Nunca antes me he sentido así -confesó en un suspiro.
Jasim estaba convencido de que aquella confesión también formaba parte de un plan perfectamente estructurado, así que no comentó nada. Se limitó a apoderarse de la boca de Elinor, que se derritió ante el contacto. Al hacerlo, todas sus terminaciones nerviosas se relajaron y pudo entregarse al momento, a las sensaciones.
Se moría por sentirlo dentro, dándole placer.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Jasim comenzó a acariciarle el clítoris. Elinor emitió un grito de júbilo. Los labios vaginales externos estaban hinchados y toda la vulva estaba húmeda y deslizante como la seda, lo que fue conduciendo a los dedos de Jasim hacia la abertura del cuerpo de Elinor. Jasim introdujo el dedo índice y comprobó encantado que el conducto de entrada era estrecho y prieto.
Elinor jadeó y se revolvió. Tal vez, al igual que Sophia, había previsto que un hombre árabe sólo querría a una virgen. Aquello le hizo recordar con amargura que la que estuvo a punto de convertirse en su esposa había pagado una pequeña fortuna para que le restauraran el himen.
– ¿Qué pasa? -le preguntó Elinor al percibir su cambio de actitud.
¿Se habría dado cuenta de su falta de experiencia y aquello no le estaba gustando?
– No pasa nada -contestó Jasim.
– Es la primera vez -admitió Elinor tímidamente-. ¿Te parece un problema?
– ¿Cómo me va a parecer un problema? -contestó Jasim-. Al contrario, es todo un honor -añadió controlando el sarcasmo.
Dicho aquello se colocó entre las piernas de Elinor. La deseaba tanto que le temblaba todo el cuerpo. Cuando introdujo el glande en su cuerpo, se maravilló de la estrechez que encontró. Desesperado por penetrarla, la tomó de los tobillos y le subió las piernas para llegar hasta el fondo.
Al hacerlo, Elinor gritó de dolor.
Jasim se paró en seco. No se le había pasado por la cabeza que la farsa fuese a llegar tan lejos.
– Lo siento -se disculpó Elinor muerta de vergüenza-. Es que me ha dolido… pero no pasa nada…
– Perdón, tendría que haber ido con más cuidado -contestó Jasim, introduciéndose milímetro a milímetro para seguirle el juego.
El dolor fue cediendo y fue siendo reemplazado por la excitación de nuevo con cada caricia y cada movimiento. Elinor le pasó los brazos por el cuello y se maravilló que aquel hombre le estuviera provocando aquellas sensaciones.
El ritmo se fue haciendo cada vez más rápido y las oleadas llegaban cada vez más seguidas hasta que Elinor llegó a un clímax que la dejó desmadejada y saciada.
– Es la primera vez que una mujer me lleva al paraíso -murmuró Jasim mirándola.
Dicho aquello, la envolvió entre sus brazos y Elinor sintió que se le saltaban las lágrimas.
Dejándose llevar por la ternura del momento, le besó en el hombro repetidamente. Aquel hombre hacía que se sintiera especial.
– Debería volver a mi habitación -comentó al cabo de un rato.
– Esta noche eres mía -contestó Jasim dándose cuenta de que era cierto.
Era suya.
Elinor se despertó unas horas después, cuando el sol entraba ya por las ventanas. Había sido una noche muy agitada y, nada más abrir los ojos, la asaltaron los temores.
¿Qué demonios había hecho?
Apenas hacía treinta y seis horas que se conocían y había permitido que el príncipe Jasim le hiciera el amor una y otra vez.
Elinor se giró hacia él y se quedó mirándolo mientras dormía. Era realmente bello y le atraía mucho, lo que le daba miedo, pues ella nunca había creído en el amor a primera vista, pero, ¿qué otra cosa podía ser aquello?
No había dejado de pensar en él ni un solo momento desde que lo había conocido.
Jasim se había dado cuenta de que lo estaba mirando y estaba encantado. De hecho. la volvía a desear, pero sabía que los criados estarían a punto de despertarse y no quería que comenzaran a rumorear.
En cualquier caso, había cumplido con su misión. Su hermano no volvería a mirar a Elinor.
Al incorporarse y apartar la sábana, descubrió horrorizado la mancha de sangre. Desde luego, parecía auténtica.
– Buenos días -le dijo Elinor tímidamente.
Estaba adorable.
A diferencia de Sophia, Elinor era virgen de verdad.
¡Y él la había tomado sin contemplaciones, sin ninguna delicadeza!
¡Virgen!
Jasim se sintió culpable. De haberlo sabido, jamás la habría seducido.
Bueno, por lo menos, había impedido que Murad se acostara con ella. De haberlo hecho, cuando su hermano hubiera descubierto que era virgen, la habría tomado como segunda esposa, lo que habría vuelto loca de dolor a Yaminah.
– Buenos días -le dijo tomándola entre sus brazos.
– Me tengo que ir -anunció Elinor, tensándose.
– Ahora llamo para que te traigan tus cosas. Tienes que hacer las maletas e irte -contestó Jasim.
– ¿Cómo? -contestó Elinor.
– Sí, no te puedes quedar en Woodrow Court -le comunicó Jasim.
– ¿Pero qué dices?
– Es evidente que, después de haberte acostado conmigo, no puedes seguir aquí cuidando de mi sobrina.
Elinor palideció.
– ¿Me estás diciendo que me van a despedir por haberme acostado contigo?
– Yo no lo diría así -contestó Jasim.
Elinor aganó el edredón y se tapó. Estaba furiosa.
– ¿Ah, no? ¿Y cómo lo dirías? -le espetó.
– Yo diría que nuestra relación va a pasar a otra fase.
– ¿Qué fase?
– Quiero que te vengas a vivir a Londres para que nos podamos ver más -contestó Jasim.
– Pero a mí me gusta trabajar aquí -protestó Elinor-. Me gusta cuidar de Zahrah.
– Lo siento, pero no puede ser. No puedo mantener una relación contigo delante de mi familia.
– ¿Por qué? ¿Te avergüenzas de mí? -se indignó Elinor, poniéndose en pie y cubriéndose con el albornoz.
– No, porque me parecería indecente e inapropiado. En Londres, sin embargo, puedo hacer lo que me da la gana y lo que quiero es verte más a menudo -contestó Jasim-. No podemos dar marcha atrás. Tienes que confiar en mí. Despídete de Zahrah. Te vas a la hora de comer.
Elinor encontró su bañador y se lo puso con manos temblorosas. Estaba confundida. Jasim había sido un amante maravilloso, pero ahora se había vuelto un hombre arrogante que le daba órdenes y que quería organizarle la vida.
– ¿Y si te digo que no, que prefiero olvidar lo que ha pasado entre nosotros? -le preguntó.
– Creo que eres lo suficientemente inteligente como para no desafiarme -contestó Jasim con frialdad.
A Elinor se le puso la piel de gallina. De repente, comprendió que aquel hombre se iba a salir con la suya. ¿Cómo se iba a arriesgar a quedarse en Woodrow Court cuando Jasim podía contar en cualquier momento lo que había ocurrido y dar detalles de su comportamiento lascivo?
– Ojalá hubiera sabido dónde me estaba metiendo -se lamentó.
– Ahora ya lo sabes -contestó el príncipe.
A Elinor le hubiera gustado ponerse a gritar. Aunque su corazón pertenecía a Jasim, no le estaba gustando cómo la estaba tratando. ¿Y qué creía, que un príncipe la iba a tratar con respeto? Sólo era su compañera de cama. Tenía la sensación de estar jugando a un juego del que desconocía las normas y, ahora que la partida había empezado, ya era demasiado tarde para preguntarlas.
Fuera como fuese, había quemado sus naves en Woodrow Court. Bueno, tampoco creía que le fuera a costar tanto encontrar otro trabajo. Volvió a su habitación y se metió en la ducha, donde lloró amargamente, pensando que acostarse con Jasim había sido el peor error de su vida.
Cuando se calmó un poco, fue a buscar a Zahrah y le dijo que se tenía que ir a ver a un pariente. Detestaba mentirle, pero no le quedaba más remedio. La niña estuvo lloriqueando hasta que su enfermera vino a buscarla para ir a desayunar. Elinor sabía que estaría bien, pues aquella enfermera era su principal fuente de seguridad, ya que llevaba con ella desde que había nacido.
Elinor no quiso desayunar, hizo el equipaje y un sirviente fue a recogerlo a su habitación. Jasim la llamó por la línea interna al mediodía.
– Te agradezco que te muestres tan comprensiva -le dijo-. No quiero mantener una relación contigo a escondidas.
Cuando se montó en el coche que la estaba esperando, Elinor se dio cuenta de que ni siquiera había preguntado a dónde la llevaban. A media tarde, su curiosidad quedó saciada, pues llegó a un edificio muy lujoso. Una hora después, Jasim entró por la puerta.
Nada más verla, la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente, como para que Elinor no se olvidara de lo que había entre ellos. Elinor se sonrojó y sintió que el estómago le daba un vuelco.
Mientras le devolvía el beso, se dijo que todo iba a salir bien, que lo único que tenía que hacer era darse tiempo y espacio y dárselo también a él.
Pero pronto se dio cuenta de que iban a pasar poco tiempo juntos.
– Esta noche me voy a Nueva York. Voy a estar fuera dos semanas -anunció Jasim en un tono tan informal, que a Elinor le hizo daño-. Por eso quería que salieras de Woodrow Court tan rápidamente. Esta casa es mía y te puedes quedar aquí.
– Gracias, pero tengo dinero para pagarme un hotel -contestó Elinor-. En cualquier caso, no creo que me vaya a quedar mucho tiempo. La mayoría de las veces, las cuidadoras infantiles vivimos en la casa de los niños que cuidamos.
– No hace falta que sigas trabajando -objetó Jasim-. Si sigues trabajando, con los horarios que tenéis las cuidadoras, no te vería nunca. ¿Es que no entiendes lo que te estoy ofreciendo?
– No, debe de ser que no me he enterado… -contestó Elinor muy seria.
– Quiero cuidarte -le dijo Jasim sonriendo-. Quiero mantenerte, que no te falte de nada…
– No, gracias -contestó Elinor intentando mantener la compostura-. El único hombre que cuidará de mí, y cuando yo así lo decida, será mi marido. Estoy dispuesta a quedarme aquí las dos semanas que estés fuera, pero soy una mujer muy independiente y quiero que te quede claro que, lo que doy, lo doy libremente.
Jasim frunció el ceño.
– No te pongas tan seria.
– Mira, lo que hubo entre nosotros anoche ha puesto mi vida completamente patas arriba. Me voy a quedar, pero no de manera indefinida. Necesito estar sola para tranquilizarme, así que está bien que te vayas de viaje unos días.
– Te dejo mi número personal -declaró Jasim, entregándole una tarjeta de visita que otras mujeres hubieran matado por tener.
Cuando estaba cerrando la cartera, rozó con el dedo el preservativo que siempre llevaba y se quedó helado al darse cuenta de que en el ardor del momento no habían usado métodos anticonceptivos. ¿Cómo había podido ser tan descuidado? ¿Y si se había quedado embarazada?
Rezó para que no hubiera pasado nada. De no haber suerte, perdería su libertad.
Jasim se estremeció ante la idea.
Menos de veinticuatro horas después, Elinor ya se había inscrito en otra agencia de cuidadoras infantiles y volvía a tener un trabajo bien remunerado. Aquello de salir todos los días de casa y volver a la hora de cenar le sentó bien, pues conoció a gente nueva y se distrajo.
Jasim la llamó todos los días, pero las conversaciones eran superficiales e incomodaban cada vez más a Elinor. Nunca le hablaba del futuro ni le decía que la echaba de menos.
Elinor tendría que haber tenido la menstruación al final de aquella primera semana. Cuando no fue así, intentó no preocuparse, pero fue en vano. Jasim no había utilizado preservativos. ¿Habría dado por hecho que ella estaba tomando la píldora anticonceptiva? ¿Cómo podían haber sido los dos tan irresponsables?
Cuando ya no pudo más, se compró una prueba de embarazo en la farmacia y corrió a casa a hacérsela. Al ver el resultado positivo, se quedó helada. La verdad era que no esperaba aquel resultado, al fin y al cabo sólo había sido una noche de pasión.
Aquella tarde, tuvo una visita inesperada: el príncipe Murad.
Elinor hubiera preferido no tener que pasar por aquella humillación, pero decidió que le debía una explicación, así que le abrió la puerta. El príncipe se mostró cortés y educado en todo momento, pero también sincero y directo.
– Mi hermano ha salido con muchas mujeres, pero no se toma en serio ninguna relación -le advirtió llegados a un punto de la conversación-. Te lo advierto, Elinor. Mi hermano no es de los que se casan.
– Yo no quiero casarme -contestó Elinor.
– ¡Pero te mereces algo mejor que esto! Yo quería mucho a tu madre. Jamás le hubiera pedido que se fuera a vivir conmigo sin estar casados, en pecado. No te pierdas el respeto a ti misma. Valórate.
Aunque todavía era pronto cuando Murad se fue, Elinor se metió en la cama a llorar. Estaba disgustada por haber caído en desgracia a los ojos del príncipe y preocupada por cómo se tomaría Jasim la noticia de su embarazo.
Jasim volvió de Nueva York un día antes de lo previsto. Su equipo de seguridad le había advertido que su hermano había ido a ver a Elinor. Aquello le hizo creer que estaba en lo cierto al sospechar que entre ellos había algo.
Estaba furioso.
– Jasim… -murmuró Elinor, incorporándose en la cama cuando se encendió la luz de su habitación-. No sabía que volvías hoy.
Estaba guapísimo con un traje color gris marengo y, al llevar dos semanas sin verlo, no pudo evitar quedarse mirándolo fijamente.
Por su parte, Jasim no podía dejar de mirar fijamente la cama deshecha y de preguntarse qué hacía Elinor acostada tan pronto. ¿Habría compartido aquella cama con su hermano unas horas antes?
– ¿También te has acostado con mi hermano? -le espetó.
– ¿Cómo? -se indignó Elinor.
– Contesta -gritó Jasim.
– ¿Por qué? ¿Tu hermano y tú compartís a vuestras mujeres? ¿Como me he acostado contigo, te crees que voy por ahí acostándome con todo el mundo incluido tu hermano? -le reprochó Elinor muy dolida.
¿Qué había sido del hombre que le había dicho que quería verla más a menudo? Cuando Jasim se pasó los dedos por el pelo, Elinor se dio cuenta de que le temblaba ligeramente la mano. Era evidente que estaba más nervioso de lo que quería que se viera. Elinor comprendió de repente que la otra cara de la moneda de un hombre tan apasionado era que esa pasión se convertía en celos.
¿Acaso otra mujer le habría dado motivos para ser tan desconfiado?
– ¿Cómo sabes que tu hermano ha estado aquí? -se extrañó Elinor.
– Mi equipo de seguridad tiene vigilada esta casa -contestó Jasim.
– Me voy a vestir. Tenemos que hablar -anunció Elinor poniéndose en pie y agarrando algo de ropa del armario.
A continuación, se dirigió al baño y se vistió. Jasim se quedó esperándola. Él hubiera preferido arreglar las cosas en la cama. Aquello de hablar tan propio de las mujeres no le gustaba nada.
A Elinor le habría gustado tener tiempo para arreglarse un poco. Tenía la sensación de estar horrible, con los ojos hinchados y rojos.
Cuando volvió a la habitación, Jasim estaba esperándola junto al ventanal.
– ¿Qué quería mi hermano? -le preguntó.
Elinor se sonrojó levemente. Le habría encantado poder contarle la relación que había habido entre Murad y su madre, pero, cuando había entrado a su servicio, el príncipe le había pedido muy seriamente que no se lo dijera a nadie, pues no quería que la gente pensara lo que no era. Por lo que había pensado Louise que podía haber entre ellos, era evidente que la gente podía haber pensado lo mismo.
– Ha venido a decirme que cree que estoy cometiendo un gran error dejando el trabajo en su casa para venirme a vivir contigo. Se siente responsable de mí.
¡Mentirosa! Jasim estaba seguro de que su hermano debía de estar furioso porque él se la había arrebatado. Debía de gustarle bastante si había ido a Londres a buscarla. Mientras admiraba su belleza, Jasim se dijo que aquella mujer podía llegar a enfrentar a los hermanos. Jamás hubiera pensado que una cosa así pudiera suceder, pero había sucedido, pues se sentía ultrajado por el comportamiento de Murad. ¿Cómo se atrevía a presentarse en su casa para intentar convencer a Elinor de que se fuera con él?
¡Ahora era suya!
Elinor se dejó caer en una butaca de cuero.
– Te tengo que decir una cosa -anunció tomando aire-. Estoy embarazada.
Aunque había intentado decirlo con naturalidad, Jasim sintió que un nubarrón negro se instalaba sobre su cabeza. Se quedó mirando fijamente a Elinor y apretó los dientes. Su vida, perfectamente organizada, se le estaba yendo de las manos.
– Es culpa mía -comentó-. Esto me pasa por no haber utilizado preservativos.
Elinor se tranquilizó un poco al ver que no le echaba la culpa a ella.
– Tendría que haber tenido más cuidado. Ahora no me queda más remedio que pagar el precio… -añadió Jasim.
– ¿Precio? ¿Qué precio? No hay ningún precio que pagar -contestó Elinor algo confusa.
– Te equivocas. Si no pagamos nosotros, lo pagará nuestro hijo. Si es un varón, tendrá derecho al trono de Quaram, pero si no estamos casados, mi familia jamás le reconocerá sus derechos dinásticos.
– ¿Heredero al trono de Quaram? ¿De verdad?… ¿Y tenemos que casarnos? -exclamó Elinor.
– Sí, no hay otra opción. En cuanto un ginecólogo haya corroborado tu embarazo, nos tendremos que casar. No quiero que mi familia tenga que aguantar un escándalo, y es muy importante que nuestro hijo sea legítimo.
Elinor se dio cuenta de que los motivos de Jasim para casarse nada tenían que ver con el amor, pero, aun así, le admiraba su fuerza de voluntad.
– ¿Y si fuera niña?
– También pagaría las consecuencias. No tendría derecho a su herencia. El tema de los hijos ilegítimos sigue siendo muy importante en mi país.
– ¿Y estás dispuesto a casarte conmigo para impedirlo?
– Por supuesto. ¿Acaso lo más importante en estos momentos no es asegurar el futuro de nuestro bebé sea niño o niña?
– Pero apenas nos conocemos… -objetó Elinor avergonzada-. Además, yo no soy más que una cuidadora infantil y tú… tú eres un príncipe.
– A nuestro hijo le dará igual quiénes seamos. Lo único importante es que lo queramos.
Aquello impresionó a Elinor. Evidentemente, Jasim sería un buen padre, pues pensaba en el amor que necesita todo ser humano. No era tonta y se daba cuenta de que no estaba dando brincos de alegría ante la idea de casarse con ella, pero tampoco la iba a dejar sola con el problema.
– ¿Tú crees que conseguiríamos que nuestro matrimonio funcionara? -murmuró.
– Estoy dispuesto a intentarlo -contestó Jasim-. Eres muy atractiva. Por algo se empieza -contestó Jasim mirándola con deseo.
Elinor sabía que, si insistiera un poco, le dejaría que la llevara a la cama. Lo sabía porque sentía los pechos hinchados y la punzada de deseo entre las piernas, pero no quería que Jasim se diera cuenta. Quería ser algo más que la mujer que satisfacía sus necesidades sexuales, pero, aun así, estaba dispuesta a casarse con él en las condiciones prácticas que Jasim había establecido.
Si Jasim estaba dispuesto a apoyarla, ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para asegurarle un buen futuro a su hijo.
– Muy bien, me casaré contigo -le dijo.
Jasim tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estallar en carcajadas. ¡Pues claro que se iba a casar con él! ¿Cómo no iba a querer hacerlo cuando eso le aseguraba una vida de ensueño para el resto de sus días?
– Yo me encargaré de los preparativos -anunció-.Por favor, no se lo digas absolutamente a nadie. No quiero que se entere la prensa.
Dicho aquello y mientras se dirigía a la puerta, Jasim se dio cuenta de que estaba muy enfadado. Había sabido desde el principio que se las estaba viendo con una jovencita sin escrúpulos, pero se había dejado atrapar por su virginidad. Había hecho exactamente lo que ella quería que hiciese y el premio a cambio de mercadear con su cuerpo era inmenso pues casarse con un miembro de la familia Rais conllevaba inmensas riquezas y un estatus social por encima de cualquiera. Aquello enfureció a Jasim.
– ¿Te vas? -le preguntó Elinor algo confusa.
– Sí, tengo que trabajar -contestó Jasim.
El día de su boda, Elinor estaba muy indecisa. Apenas había vuelto a ver a Jasim desde que le había dicho que estaba embarazada. La había acompañado a la consulta del ginecólogo, que les había confirmado el embarazo, pero Elinor sospechaba que se había arrepentido de hacerlo cuando, a la salida, se había encontrado con una conocida.
Desde entonces, a pesar de que Elinor había dejado el trabajo. no había vuelto por el piso ni la había acompañado a ningún lugar. Sólo se habían comunicado por teléfono. Jasim se había distanciado todo lo que había podido y se había escondido tras una fachada de educación que Elinor no podía atravesar.
Elinor era consciente de que se había enamorado perdidamente de un hombre que no le correspondía. ¿La querría algún día o jamás conseguiría sentir nada por ella más allá de responsabilidad hacia el niño que esperaban?
No se había atrevido a comprarse el vestido blanco de novia con el que siempre había soñado y se había decantado por un discreto traje de chaqueta en color crema. Jasim mandó un coche a recogerla para llevarla al registro civil donde iba a tener lugar la ceremonia. Al llegar, Elinor vio que el único detalle que delataba que se iba a celebrar una boda era un raquítico ramo de flores, pero le dio igual porque, cuando vio a Jasim increíblemente guapo con su traje gris marengo y corbata dorada, no tuvo ojos para nada más.
Sin embargo, se dio cuenta de que su rostro estaba triste y sombrío y decidió darle la oportunidad de echarse atrás.
– ¿Podemos hablar un momento a solas? -le preguntó.
– ¿Qué ocurre? No tenemos mucho tiempo -contestó Jasim, acercándose a ella.
– No tienes por qué seguir adelante. Si no te quieres casar conmigo, vete -contestó Elinor bajando la voz-. Te prometo que no te impediré ver al niño. Por favor, no te cases conmigo por obligación. Nunca seríamos felices así.
Jasim la miró fijamente.
– Tenemos un futuro juntos porque vamos a tener un hijo. No te voy a abandonar.
– No quiero un marido sacrificado -declaró Elinor.
– No tenemos tiempo para estas tonterías -contestó Jasim, tomándola de la mano y tirando de ella.
La ceremonia fue breve. En un abrir y cerrar de ojos, Elinor se vio en otra limusina, con una alianza en el dedo anular, y yendo hacia una impresionante casa georgiana situada en el centro de la ciudad. Jasim se pasó todo el trayecto hablando por teléfono y Elinor se preguntó si volvería a tocarla algún día.
«He cometido un gran error. ¡Casarme con él ha sido un gran error y ahora es demasiado tarde!», se dijo.
– Vamos a comer -comentó Jasim, abriéndole la puerta de la preciosa casa-. ¿Por qué estás tan callada?
Elinor estuvo a punto de perder los nervios, de decirle que había sido una boda horrible, que lo había pasado fatal. Le había dado la opción de echarse atrás y él había decidido no hacerlo. Lo mínimo que podía haber hecho habría sido no ponérselo tan difícil.
Pero se calló porque estaban los guardaespaldas y el ama de llaves.
– Estoy un poco cansada -mintió.
– Acuéstate un rato -contestó Jasim, haciéndole un gesto al ama de llaves, que acompañó a Elinor a la planta superior y la condujo a una preciosa habitación.
Furiosa por cómo la había tratado, Elinor se sentía al borde de las lágrimas y decidió volver a bajar a hablar con él. Debía ser sincera con él para que Jasim supiera cómo se sentía y pudiera remediar su comportamiento.
Cuando se disponía a bajar, oyó el motor de un vehículo que se acercaba, se asomó por la ventana y vio que se trataba de la limusina de Yaminah. Ningún miembro de la familia real había acudido a la ceremonia, así que Elinor salió de la habitación y se dirigió a la escalera con curiosidad.
Desde allí oyó una voz que gritaba en francés.
– Conociste a esa chica por mi culpa -estaba diciendo Yaminah-. Es culpa mía por pedirte que fingieras interés en ella para apartar a Murad de su lado. ¡Y ahora resulta que te he arruinado la vida! ¡No me puedo creer que hayas hecho esto! ¡Ni siquiera le has pedido su beneplácito a tu padre para casarte con ella!
– El rey nunca hubiera consentido… -contestó Jasim con calma.
– Entonces, todavía estás a tiempo. Podrías anular el matrimonio. Da igual que esté embarazada. Eso no tiene por qué saberse -le instó Yaminah-. ¡Dale dinero o lo que sea, pero, por favor, no sacrifiques tu vida!
Elinor sintió que le habían atravesado el corazón con un puñal. Bañada en sudor, corrió al baño de su habitación y vomitó. Entonces, se dio cuenta de lo idiota que había sido. ¿Cómo se había creído que un príncipe tan guapo como Jasim pudiera estar interesado en ella? Lo había hecho porque Yaminah se lo había pedido para poner fin a una supuesta relación entre su marido y ella.
Ahora comprendía que a Jasim la situación se le había ido de las manos. Había accedido a ayudar a su cuñada y se había encontrado obligado a casarse con una mujer a la que apenas conocía porque se había quedado embarazada.
Elinor se lavó la cara y se dijo que le iba a hacer un favor: por el bien de los dos, se iba a ir.
En realidad, no había ningún matrimonio que hacer funcionar, nada por lo que luchar, ningún futuro en común y, desde luego, ninguna pasión que retomar. Toda su relación, de principio a fin, había sido un engaño, una gran mentira, una trampa.
Y ella había caído en la trampa como una tonta, había elegido creer que Jasim la encontraba irresistible a pesar de que ningún otro hombre la había encontrado irresistible nunca.
¡Qué vergüenza! ¡Qué humillación!
Elinor revisó su equipaje, que alguien había subido, sacó sus joyas, algo de ropa y su documentación y lo metió en una bolsa de viaje más pequeña. A continuación, se puso unos vaqueros y una cazadora.
Antes de irse, dejó su alianza sobre la mesilla de noche. Al quitársela, se sintió mucho mejor consigo misma. Jasim era un príncipe guapísimo y multimillonario, pero jamás olvidaría lo mal que se lo había hecho pasar.
No lo necesitaba en absoluto.
Tenía manos para trabajar y bastante dinero ahorrado, así que su hijo y ella podrían apañárselas muy bien solos.
Aun así, mientras salía de puntillas y sin hacer ruido de la casa, notó que se le saltaban las lágrimas. Una vez en la calle, apretó el paso mientras pensaba lo que iba a hacer para asegurarse de que Jasim no la encontrara por mucho que la buscara.
Si es que la buscaba, claro.