Capítulo 8

Elinor se despertó antes del amanecer porque había oído voces.

No había dormido bien. Se había pasado toda la noche recordando la discusión con Jasim. Al principio se había dicho que tendría que haber sido más tajante, incluso que tendría que haberle dado un ultimátum. Luego, se había preguntado de qué le servía toda aquella ira que le impedía encontrar paz en su interior. Ahora, le dolía la cabeza, sentía el cuerpo cansado y los ojos hinchados.

No se podía creer que se fuera a casar por segunda vez.

Se incorporó lentamente y se percató de que todavía no había amanecido del todo, así que buscó la lámpara que había en la mesilla de noche.

– Buenos días -la saludó Jasim.

Era lo último que Elinor se esperaba

– Hola -contestó confusa al ver la silueta de su esposo junto a la cama.

Se había cambiado de ropa y no iba tan elegante como de costumbre. Llevaba vaqueros y una camiseta de algodón, el pelo revuelto, y no se había afeitado, lo que extrañó a Elinor. Pero lo que llamó poderosamente su atención fueron sus ojos.

– Perdona por despertarte, pero no podía dormir -se disculpó Jasim-. Ayer por la noche nos despedimos en muy malos términos y no debía haber sido así. Perdí los estribos y me mostré grosero y cruel contigo.

– Sí… -murmuró Elinor.

Le costó hablar, pues en su interior se estaba librando una verdadera batalla. Jasim parecía realmente abatido y no podía seguir odiándolo así. Lo que más le apetecía en aquellos momentos era tocarlo, abrazarlo, tenerlo cerca y, de hecho, cuando habló, alargó una mano hacia él.

Jasim se apresuró a tomársela.

– Cuando te imagino flirteando con Murad, me enfado tanto que no soy capaz de controlar la ira -confesó.

Elinor comprendió que eran celos lo que hacía que Jasim se comportara así, y le hizo una señal para que se sentara en la cama a su lado.

– Nunca flirteé con Murad -le aseguró-. Nunca. Tu hermano siempre me trató como si fuera mi padre. Todo lo que hablamos en privado lo podría haber dicho delante de su mujer o de cualquier otra persona. Siempre se mostró amable conmigo, pero eso es todo.

Jasim la miró a los ojos y exhaló lentamente.

– Intentaré aceptarlo. No es que no quiera creer la historia que tú dices que hubo entre mi hermano y tu madre…

– Precisamente por lo que hubo entre ellos, comencé yo a trabajar en casa de tu hermano y estamos hoy aquí.

Jasim se perdió en las profundidades verdes de los ojos de su mujer y decidió no darle más vueltas al asunto e investigarlo por su cuenta. Era consciente de que tendría que haber hablado directamente con Murad, pues él le podría haber contado la verdad de primera mano, pero no lo había hecho y ahora su hermano había muerto.

Por primera vez, se preguntó si no habría malinterpretado la relación que había habido entre Murad y Elinor. Al fin y al cabo' jamás había sido testigo de ella.

– Espero que no te tomes a mal esto que te voy a decir… ayer dijiste que Murad había tenido aventuras extramatrimoniales… ahora entiendo por qué Yaminah lo acompañaba a todas partes, claro… creo que su mujer sospechaba de todas las mujeres que estaban cerca de él y, con ese pasado, estaba más que predispuesta a creer que su marido estaba teniendo una relación con cualquiera, incluso con la niñera.

– Crees que Yaminah vio lo que no era.

– Una vez se me quedó mirando fijamente porque Murad y yo nos habíamos reído de algo que había dicho Zahrah. Yaminah no habla inglés, lo que era un poco extraño. Yo creo que tu hermano me tenía aprecio por lo que mi madre había significado pata él. Tal vez, Yaminah malinterpretó ese afecto, no lo sé. Lo que sí sé es que Murad jamás me hizo ninguna proposición deshonesta.

Jasim no se podía creer que su hermano, al que le habían gustado siempre las mujeres, hubiera pasado por alto la belleza de Elinor, pero no quería que aquel asunto siguiera separándolos.

– Yo también tengo mis razones para desconfiar de las mujeres -comentó, acariciándole la mejilla a Elinor-. Hace tres años estuve saliendo con Sophia, una mujer de familia inglesa aristocrática. Pensé en casarme con ella. Me parecía una mujer buena e íntegra, pero la prensa me sacó de mi error y me hizo ver cómo era en realidad…

– Vaya… -contestó Elinor más pendiente del dedo con el que Jasim le estaba acariciando el labio inferior que de la conversación-. ¿Y cómo era en realidad?

– Había tenido una ajetreada vida social, había consumido todo tipo de drogas y se había operado para que le restauraran el himen para hacerme creer que era virgen -contestó Jasim riéndose mientras sus ojos se deslizaban hacia el escote del camisón de Elinor, desde donde se veían sus pechos de porcelana-. En el fondo, aquello me importó poco. Lo que no pude soportar fueron las mentiras que me había contado. Me había engañado como a un tonto.

Elinor percibió la amargura y el orgullo herido y comprendió que Jasim tenía miedo de volver a caer en la misma trampa.

– Pero no creerás que todas las mujeres somos iguales, ¿verdad?

– Ahora mismo, no sé qué creer, aziz -contestó Jasim-. La verdad es que ahora mismo todo eso me da igual -añadió inclinándose sobre ella y apoderándose de su boca.

La urgencia de su beso dejó a Elinor anonadada, pero se fue tan repentina y rápidamente como había surgido.

– No me puedo quedar -anunció Jasim-. Ya casi ha amanecido y se tardan horas en preparar a una novia para su boda.

Elinor se sorprendió del profundo deseo que tenía de mandar al garete sus deberes para con la ceremonia y decirle que se tumbara a su lado y le hiciera el amor. Gracias a Jasim estaba explorando su propia pasión y aprendiendo sobre ella.

– Necesito unos minutos para poder salir de tu habitación. No vaya a ser que me encuentre con alguien en semejante estado… -comentó Jasim.

Elinor se sonrojó al verlo acercarse a la ventana con la entrepierna visiblemente abultada. Por otra parte, ser ella la causa de semejante deseo, ser capaz de despertar en él aquella pasión la llenaba de satisfacción.

Jasim apagó la luz antes de irse y Elinor se estiró a placer y retozó en la cama pensando en el día que tenía ante sí, que ahora se le antojaba resplandeciente porque no había ni una sola nube de miedo ni de inseguridad para estropeárselo.

Un rato después, la despertó una adolescente de nombre Gamila que le indicó en un inglés impecable que tenía el desayuno servido.

– Muchas gracias -contestó Elinor.

A continuación, se levantó y se puso un batín. Mientras lo hacía, se fijó en la almohada que había junto a la suya y que estaba sin tocar. Al hacerlo, sintió un profundo dolor en el pecho.

¿Cómo era posible que un hombre al que hacía poco tiempo creía odiar significara ahora tanto para ella?

– El príncipe Jasim nos ha indicado que le preparáramos un buen desayuno – comentó Gamila.

– Me gustaría ver a mi hijo antes-contestó Elinor.

– El joven príncipe aún duerme -contestó la criada-. He ido a verlo hace poco. Es un bebé precioso.

Elinor sonrió encantada.

– ¿Verdad que sí?

Elinor bajó al comedor y descubrió que había un desayuno estupendo esperándola. También se dio cuenta de que tenía hambre, así que disfrutó del café, los cereales y las pastas con miel.

Mientras desayunaba, oía el ajetreo de la casa. Había gente yendo de un lado para otro y se oían voces femeninas aquí y allá.

No había ni rastro ni de Jasim ni de ningún otro hombre.

Cuando hubo terminado de desayunar, la condujeron de nuevo arriba, donde le lavaron el pelo varias veces y se lo enrollaron en una toalla mientras le preparaban un baño de espuma. Ella observó encantada cómo vertían aceite esencial de jazmín en el agua, que cubrieron de pétalos de rosa.

Elinor se metió en el agua y dejó que los aromas la envolvieran. Jamás había disfrutado de un placer tan grande. Fue un verdadero sacrificio salir y envolverse en una toalla.

A continuación, Gamila le sugirió que se pusiera ropa informal para cruzar al edificio principal de palacio. Una vez allí, Elinor descubrió que había varias mujeres esperándola.

Sabía que allí las mujeres se hacían la cera para eliminar el vello corporal y, aunque no le hizo mucha gracia, accedió. Aunque no fue una experiencia tan desagradable como había creído, disfrutó mucho más del masaje de cuerpo completo que le ofrecieron después. A medida que las manos de la masajista obraban su magia y la tensión iba desapareciendo de sus músculos, se quedó dormida.

Cuando se despertó, se encontró con que le estaban haciendo la manicura y la pedicura. Completamente descansada, observó interesada el proceso. Tras pintarle las uñas, le dibujaron preciosos motivos con henna en manos y pies.

Se preguntó si a Jasim le gustarían aquellos elementos tradicionales en ella y sonrió.

Fue un gran alivio que Laila no se encontrara entre el séquito de mujeres que la estaba acicalando, porque no sabía si habría sido capaz de mantener la calma.

Le llevaron a Sami cuando le estaban alisando el pelo. El niño le dio un gran beso y se sentó en su regazo, muy intrigado por la actividad que había en torno a su madre. Todas las mujeres demostraron sin reparos la adoración que sentían por el hijo de Jasim y, cuando Sami bajó al suelo a jugar, lo colmaron de atenciones y de mimos, lo que hizo las delicias del pequeño.

Para terminar, la maquillaron y la condujeron a otra estancia, donde la esperaba un vestido de novia de corte occidental. Elinor se quedó perpleja, pues había contado con ir vestida a la manera tradicional del país.

El vestido elegido era precioso, blanco y brillante, como si llevara estrellas cosidas. Ese era el efecto que tenían los miles de cristalitos que cubrían la delicada seda y que reflejaban la luz.

Cuando se lo puso y se miró al espejo, Elinor se quedó maravillada.

Era el vestido de novia de sus sueños.

Lo cierto era que el estilo de aquel vestido occidental no iba mucho con las manos y los pies decorados con henna, pero se dijo que poco importaba y se puso unas preciosas sandalias blancas a juego.

Para terminar, le pusieron un recogido de flores en el pelo del que colgaba un fino y pequeño velo y le llevaron un cofre lleno de joyas.

– Regalo de su prometido -le dijo Gamila.

Todas las mujeres aguardaron expectantes a que Elinor lo abriera. Y todas se llevaron la mano a la boca cuando vieron el impresionante collar de diamantes con pendientes a juego que había en el interior.

Incluida Elinor.

Aquel aderezo le iba perfecto con el escote barco del vestido.

Elinor bajó en el ascensor con las demás mujeres, charlando y riendo. Al llegar y cuando las puertas se abrieron, una niña le entregó un ramo de rosas blancas.

Momentos después, vio a Jasim, que iba ataviado con un traje gris hecho a medida. Cuando sus miradas se encontraron, Elinor sintió que el corazón y el estómago le daban un vuelco, al tiempo que una enorme sensación de alivio se apoderaba de ella.

«Estás preciosa», articuló Jasim con los labios.

Elinor sonrió encantada, pues no se esperaba todo aquel despliegue de lujo y cuidados. Le habría encantado tener un momento a solas con Jasim para preguntarle ciertas cosas, pero no pudo ser, pues los condujeron a una estancia llena de gente.

Y allí se volvieron a casar.

Un intérprete estuvo al lado de Elinor durante toda la ceremonia y le fue traduciendo lo que se iba diciendo.

Jasim y Elinor intercambiaron alianzas.

Por supuesto, Elinor ya conocía su anillo, pero ahora le gustaba todavía más que antes.

Una vez concluida la ceremonia, posaron para el fotógrafo.

– ¿De dónde ha salido el vestido? -le preguntó Elinor a Jasim en voz baja.

– Lo han traído de Italia esta mañana.

– Me encanta. ¿Y el collar?

– Es tradición que el novio regale un collar de diamantes a la novia.

Tras las fotografías, trajeron dos sillas de mano y ayudaron a ambos a subirse, lo que fue motivo de sinceras risas. A continuación, los condujeron a un salón lleno de flores donde los ayudaron a bajar y donde Jasim y Elinor saludaron a sus invitados.

Elinor se quedó helada al ver avanzar hacia ella a un hombre alto de barba cerrada.

Se trataba de Ernest Tempest, su padre.

Al llegar frente a ella, la tomó de las manos y frunció el ceño.

– Jasim insistió en que viniera. Mi mujer no ha podido acompañarme porque no aguanta estos calores. Bueno, veo que te las has apañado muy bien -comentó-. ¿Quién lo iba a decir? La verdad es que nunca creí que llegaras a nada.

Hacía dos años que Elinor no veía a su padre, pero no había cambiado en nada. Le sorprendía que Jasim hubiera conseguido hacerle volar hasta Quaram para asistir a su boda. Seguramente, el hecho de que se lo hubiera pedido un príncipe heredero había sido significativo.

– Me alegro de que hayas venido -le dijo amablemente-. ¿Te vas a quedar mucho tiempo?

– Unos días. Hay un par de excavaciones arqueológicas muy interesantes en el norte y tu marido ha organizado una visita guiada -contestó su padre-. Parece de los que sabe cómo hacer las cosas para salirse con la suya, ¿eh?

– Sí -contestó Elinor, mirando a Jasim y haciendo un gran esfuerzo para no reírse.

Tras aquella breve e inconsecuente conversación, Ernest se fue y Elinor se giró hacia su marido.

– No esperaba ver aquí a mi padre -murmuró.

– Es el único pariente que tienes, pero te aseguro que no lo habría invitado si hubiera sabido que te iba a decir que jamás esperó que llegaras a nada -contestó Jasim visiblemente dolido por cómo había tratado su suegro a su mujer-. Quería que nuestra boda fuera muy especial esta vez.

Elinor estaba impresionada por el rumbo que habían tomado las cosas y le habría gustado poder hablar más tranquilamente de ello con Jasim, pero Laila eligió aquel preciso instante para aparecer.

Llevaba un precioso vestido azul de fiesta y, tras dirigir una breve mirada de saludo a Elinor, agarró a Jasim del brazo y se puso a hablar en voz baja con él. Jasim se rió un par de veces. Era evidente que se llevaban muy bien.

Aquello hizo que Elinor apretara los dientes.

– Te llevas muy bien con tu prima -comentó cuando la aludida se alejó.

– Crecimos juntos -contestó Jasim-. Me ha dicho que espera que la perdones por la broma de ayer.

– Fue una broma de muy mal gusto -contestó Elinor indignada.

No le hacía ninguna gracia que la otra mujer consiguiera librarse de una reprimenda tan fácilmente.

– Laila siempre ha sido muy bromista y la verdad es que a ti parece fácil engañarte. ¿Siempre te lo crees todo por raro que parezca?

Elinor se sonrojó y tuvo que morderse la lengua para no contestar enfadada.

– Sabía que se había comportado de manera demasiado crédula.

– Te recuerdo que anoche tú también te lo tomaste en serio -comentó.

Jasim asintió.

Poco después, se sentaron a la cabecera de la mesa para presidir el banquete nupcial.

– ¿Es verdad que tu padre quería que te casaras con Laila? -le preguntó Elinor incapaz de reprimir la curiosidad-. ¿Te planteaste alguna vez hacerlo?

– Claro que sí. En muchos aspectos, habría sido la esposa perfecta, pero yo tenía veintiséis años en aquel entonces y, aunque Laila siempre me ha parecido muy atractiva, no quería casarme ni con ella ni con nadie.

Perfecta y muy atractiva. Era evidente que Jasim apreciaba los encantos de su prima y aquello le recordó que se había casado con ella única y exclusivamente porque se había quedado embarazada.

Mientras ella se debatía con aquella amarga idea, la celebración siguió su curso. Mientras comían, se recitaron poemas y se tocaron piezas musicales. También hubo danzas tradicionales con espadas y látigos.

Al atardecer, salieron al balcón a ver los fuegos artificiales. En mitad del espectáculo, Jasim agarró a Elinor de la mano y se la llevó.

– Nos vamos… -le dijo acariciándole la mejilla y apartándole un mechón de pelo.

Elinor lo miró a los ojos con deseo y Jasim se apretó contra ella.

– Hoy me estás tratando de manera muy diferente -murmuró Elinor-. ¿Por qué?

– Te ofrecí empezar de cero por tu bien y por el de Sami y no supe cumplir con mi promesa. No quiero destrozar nuestro matrimonio. A veces, soy mi peor enemigo.

– Y el mío.

– Eso se ha acabado -le aseguró Jasim conduciéndola hacia el ascensor e informándola de que su equipaje ya estaba cargado en el helicóptero que los estaba esperando.

– ¿Y Sami? -preguntó Elinor.

– Se reunirá con nosotros mañana por la mañana.

– ¿Por qué no nos lo podemos llevar ahora?

– Mi padre me ha pedido que no viajemos juntos… por si tenemos un accidente… -le explicó Jasim.

Elinor se estremeció ante aquella idea, pero comprendió que el rey tenía razón.

– ¿Te lo has pasado bien? -le preguntó Jasim.

– Sí, pero me ha extrañado que todo fuera tan occidental.

– Es que las bodas más elegantes de Quaram son las de estilo occidental -contestó Jasim, tomándola en brazos de repente para subirla al helicóptero.

– ¡No me has dicho a dónde vamos! -exclamó Elinor entre risas.

– A una preciosa villa en el golfo Pérsico. Era de Murad. Yaminah me pidió que me quedara con todas sus propiedades aquí, pues ha vuelto a Francia con su familia.

– ¿Qué tal están la niña y ella?

– Muy bien. Tengo entendido que Yaminah tiene un pretendiente y Zahrah siempre estuvo muy unida a sus abuelos maternos.

– La vida sigue -comentó Elinor encantada de que Yaminah pudiera volver a encontrar la felicidad.

– La nuestra no ha hecho más que comenzar, aziz.

Elinor no se podía creer lo que estaba oyendo y se dijo que no debía dejarse llevar por la emoción. Era evidente que Jasim estaba dispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para que su matrimonio marchara bien porque no quería un divorcio, pero debía tener muy presente que jamás le daría el amor que ella deseaba en secreto.


Cuando llegaron a su destino, Jasim volvió a tomarla en brazos para entrar en la villa.

– No hace falta que hagas este tipo de cosas -protestó Elinor-. Sé que nuestro matrimonio es de mentira. Deja de fingir.

– Eso no es cierto. No estoy fingiendo -contestó Jasim dejándola en el suelo.

– Mira, no quiero que volvamos a discutir, pero quiero que sepas que tengo muy claro que tú no te casaste conmigo por voluntad propia, sino porque me quedé embarazada, y que mostraste interés por mí solamente porque creías que tu hermano…

Jasim la hizo callar poniéndole un dedo sobre los labios.

– Deja ya eso -le dijo-. Es nuestra noche de bodas.

– Ya lo sé, pero los hechos son los hechos -insistió Elinor, entrando en un dormitorio inmenso lleno de flores.

– Mira que eres cabezota… -se lamentó Jasim-. Para que lo sepas, tu versión de la historia no es la mía.

Elinor lo miró sorprendida.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– La primera vez que te vi, aunque me habían hablado mal de ti y estabas un poco bebida, me pareciste la mujer más guapa del mundo -confesó-. Aunque nunca me he sentido especialmente atraído por las pelirrojas, me encanta tu pelo -añadió, acariciándoselo-. Me encanta tu pelo -repitió con voz grave mientras le acariciaba la mejilla, el cuello y el escote-. Te deseé desde el primer momento con una fuerza que nunca había sentido. Aquella reacción no tuvo nada que ver con nada que nadie me hubiera dicho. Me la produjiste tú y sólo tú…

– Si eso es cierto…

– Es cierto. Por supuesto, esa atracción no me hizo ninguna gracia. Yo no me quería sentir atraído por ti.

Elinor había pasado de sentirse como el premio de consolación a sentirse la mujer más deseable del mundo. No dudaba de la sinceridad de Jasim. Era evidente que la deseaba. Sin dudarlo, Elinor le quitó la chaqueta y comenzó a desabrocharle la corbata.

Jasim se rió.

– Veo que sabes lo que quieres -comentó.

Lo quería a él. Por primera vez en más de un año, lo deseaba sin sentirse culpable ni avergonzada por ello. Y también sabía sin ningún género de dudas que él también la deseaba. Tal vez, fuera un detalle sin importancia, pero a ella la llenó de paz.

Elinor le abrió la camisa y le acarició el torso. A Jasim se le aceleró la respiración cuando Elinor deslizó las manos hacia la cinturilla del pantalón y, con mano firme, él llevó una de las manos de ella a su entrepierna para que sintiera su erección.

– Esta noche va a ser una noche de placer inigualable -le prometió dándole la vuelta para desabrocharle el vestido.

Elinor se sintió más expuesta que nunca cuando quedó en ropa interior.

– Eres la mujer más bella que he visto en la vida -comentó Jasim-. Tienes unos pechos preciosos -añadió desabrochándole el sujetador y acariciándole los senos.

Tras tomarlos en las palmas de las manos, tumbó a Elinor sobre la cama y comenzó a chupárselos. Mientras la acariciaba con las manos y con la boca, Elinor fue sintiendo que la parte interna de los muslos comenzaba a quemarle. Jasim continuó jugando con sus pezones hasta convertirlos en dos piedras y conseguir que Elinor despegara la pelvis del colchón y se apretara contra é1.

Entonces, se irguió y terminó de desnudarse.

Elinor lo observó encantada, disfrutando de su glorioso cuerpo y de su gran erección. Jasim se tumbó junto a ella en la cama y Elinor deslizó la mano con mucha naturalidad entre sus piernas y comenzó a tocarlo como hacía mucho tiempo que quería hacerlo. Aquello la excitó todavía más. Jasim se estremeció y murmuró su nombre y Elinor se dejó llevar hasta encontrarse lamiendo con fruición su glande.

– Ya basta -le indicó Jasim, tomándola del pelo-. Quiero hacerte el amor.

– ¿Y siempre tiene que ser lo que tú digas? -bromeó Elinor.

– Quiero que recuerdes siempre nuestra noche de bodas -contestó Jasim, besándola con pasión y colocándose sobre ella.

A continuación. la colmó literalmente de besos y caricias. Comenzó por las plantas de los pies y consiguió que Elinor descubriera zonas erógenas de su cuerpo que no sabía que existían.

Cubierta de sudor de pies a cabeza, se dio cuenta de que su luna de miel iba a ser muy erótica, pues Jasim parecía encantado de verla reaccionar con tanta pasión. Elinor sentía la piel al rojo vivo y los pechos húmedos de la saliva de Jasim cuando, por fin, la acarició donde más le apetecía que la acariciara.

Jasim comentó que le gustaba mucho que se hubiera hecho la cera, pero Elinor estaba tan excitada para entonces que no pudo contestar. Jasim le separó los labios vaginales, que estaban húmedos e hinchados y Elinor jadeó de placer y se apretó contra su mano.

– Ahora -le pidió sintiendo un gran vacío entre las piernas.

Jasim la tomó de los tobillos y le echó las piernas hacia atrás para penetrarla. Lo hizo de manera segura y potente, dándole todo el placer que Elinor demandaba y que se le antojó básico, apasionado y primario, justo lo que ella quería.

Cuando comenzó a sentir contracciones y oleadas de placer, gritó y se abrazó a él mientras Jasim se dejaba ir.

Elinor sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se confesó a sí misma que seguía loca por aquel hombre.

– La verdad es que estar casados tiene sus cosas buenas… -comentó.

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