Capítulo 8

Si Billie hubiera tenido tiempo para imaginar una casa propiedad de un jeque, jamás habría pensado en un lugar tan hermoso como aquél. El coche los dejó en la puerta principal, y Jefri utilizó una llave para abrir.

En el interior del vestíbulo desde el que había una espléndida panorámica del océano, había pétalos de rosa y velas aromáticas encendidas distribuidas por todos lados.

– Lo tenías preparado.

– Tenía los dedos cruzados -dijo él-. No es lo mismo.

Se acercó a ella y le puso las manos sobre los hombros, le apartó el pelo y la besó en el cuello. Al instante, Billie sintió el calor en la sangre y el deseo en todas las células del cuerpo.

– ¿Traes mujeres muy a menudo aquí? -preguntó.

Él se echó a reír y continuó acariciándole la espalda.

– Tú eres mi primera, pero no la primera. La mansión pertenece al rey de El Bahar y fue construida hace quinientos años para la amante del rey -le susurró en el lóbulo de la oreja, que mordisqueó suavemente.

– Así que hoy lo has llamado y le has dicho «hola, rey, tengo una chica que quiero impresionar. ¿Me dejas la llave de tu nidito de amor?». Más o menos.

Jefri la volvió en sus brazos y la miró a la cara.

– ¿Por qué te burlas de mí?

– Porque estoy nerviosa. ¿Acaso está prohibido?

– En absoluto-respondió él, sonriendo-, pero puede que tenga que castigarte por tu impertinencia.

– ¿En qué consiste el castigo?

– Ahora verás.

Se inclinó y la besó. Y ella no pudo evitar pegar su cuerpo a él y rendirse a sus caricias.

Billie entreabrió los labios y le rodeó el cuello con los brazos, saboreando el deseo masculino firme y pleno contra su vientre.

– ¿Estás bien? -preguntó él, interrumpiendo el beso-. ¿Esto te pone nerviosa?

Billie enmarcó la cara con las manos. Él se incorporó y la miró.

– No tengo miedo-le aseguró ella, con la misma pasión reflejada en los ojos masculinos-. Jefri, no soy virgen.

Qué casualidad. Era la segunda vez que repetía lo mismo en dos días.

– Después del ataque, me olvidé de los hombres durante un tiempo -continuó-. Hasta que me di cuenta de que no podía seguir así, de modo que me dije que necesitaba salir con alguien. Estuvimos unos meses en Australia y allí conocí a alguien. Era un hombre muy atento y encantador. El caso es que salimos juntos.

Y se acostó con él varias veces antes de abandonar el país, con la sensación de que Andrew tenía tan poca experiencia como ella.

– Lo que quiero decir es que no es la primera vez.

La mirada masculina no dejaba entrever nada.

– ¿Y desde tu primer amante? ¿Ha habido otros?

– Bueno, no exactamente. Pero no por miedo, desde luego.

– ¿Falta de oportunidad o falta de interés? – preguntó él.

– Un poco de las dos cosas.

– Bien -dijo él-. Gracias por hacerme saber que no debo preocuparme por tu pasado -dijo él. La tomó de la mano y la llevó por un corto pasillo-. Pero me gusta hacer las cosas despacio al principio. Espero que no te importe.

– Por supuesto que no.

Después de todo, ¿qué sabía ella? Lo básico, sí, pero tenía la sensación de que hacer el amor con Jefri no tendría nada que ver con las relaciones mantenidas con Andrew.

Entraron en un dormitorio inmenso con el suelo de mármol cubierto de pétalos de rosa. En una esquina había una inmensa bañera de agua caliente, y en el centro una cama con dosel que daba ilusión de intimidad.

– Para tu pelo -dijo Jefri, dándole unos pasadores que había sacado de una cómoda junto a la puerta.

Billie se recogió los largos rizos en una coleta que sujetó sobre la cabeza. Cuando terminó, Jefri se quitó la chaqueta y la dejó en una silla.

– Vamos a meternos ahí, ¿verdad? -preguntó ella, señalando la bañera.

– Si no te importa.

– ¿Antes o después? Ya sabes.

– Antes – Jefri sonrió-. Puedes desvestirte detrás de ese biombo.

Billie siguió su mirada hasta un biombo de madera exquisitamente decorado en una esquina. Había pensado que él se ocuparía de quitarle la ropa, y ahora no sabía si sentirse aliviada o defraudada, pero de todos modos siguió sus indicaciones. Detrás del biombo encontró una silla y una bata de seda rosa. Después de desnudarse por completo, se puso la bata y salió.

Jefri también se había desnudado, y llevaba una bata negra, también de seda. Le señaló la bañera.

Billie se acercó, pero titubeó antes de desnudarse ante él. Él se acercó por detrás y le desabrochó la bata, sin darle mucha opción. Apretando los dientes, Billie salió de la prenda que él sujetaba y entró en la bañera.

– Eres increíble -dijo él, con una voz pastosa cargada de deseo.

Billie alzó los ojos y vio su reflejo en el espejo que había detrás de la bañera. Allí su mirada se encontró con la de él. Jefri dejó caer la prenda rosa al suelo.

– Debo acariciarte -jadeó él-. Un momento, por favor.

Billie no podía moverse, y apenas respirar. Jefri le puso las manos en la cintura, y después deslizó una hacia arriba y otra hacia abajo. Los dedos de una mano alcanzaron el pecho, mientras los de la otra se deslizaban entre sus muslos. Ya estaba húmeda, hinchada y preparada para él.

– Exquisita -murmuró él, antes de besarle el cuello-. Qué suave eres -le acarició el pezón totalmente erecto con el pulgar-. Tus secretos – deslizó los dedos hacia ella.

Un roce sobre el punto de placer y Billie dio un respingo. Jefri le mordió el hombro y sonrió.

– Quiero darte placer -le dijo, dando un paso atrás.

Billie se hundió en el agua caliente y se sentó. Estiró las piernas y al echar la cabeza hacia atrás, se encontró apoyada contra él, que estaba de rodillas fuera de la bañera. Junto a él había una bandeja con varias botellas pequeñas. Jefri tomó una y la abrió.

– ¿Te gusta? -preguntó, haciéndole aspirar la fragancia a naranja.

– No está mal.

– Quiero que te guste de verdad -dijo él, y continuó abriendo botellas hasta que una mezcla de almizcle y floral le llamó la atención.

– Ésa -dijo Billie.

– Bien.

Jefri se echó un poco de aceite aromático en las manos y se frotó las palmas.

Billie no sabía qué pensar. Aquella experiencia estaba totalmente fuera de su mundo, pero si ésas eran las artes típicas de seducción de un príncipe, ella se apuntaba al menos a una sesión al mes.

Jefri deslizó las manos bajo el agua y le tomó los senos. El aceite en lugar de disolverse en el agua despertó la sensibilidad de las terminaciones nerviosas y la hizo estremecer.

Jefri hizo círculos alrededor de los pezones, sin tocarlos, y después le besó el cuello, pero con tanta suavidad que ella sintió ganas de suplicarle más. Que la acariciara más, la mordiera más, lo que fuera pero más.

Por fin, él acarició los pezones rosados y ella casi dejó escapar un grito de alivio. Los acarició entre el pulgar y el índice, enviando llamaradas de pasión desde el pecho directamente al triangulo entre las piernas.

Una excitación que no había sentido nunca se apoderó de ella y no pudo seguir en silencio.

– Más -suplicó.

– Sí. Muévete hacia delante.

Billie sintió el vacío de las manos masculinas al apartarse de su cuerpo. Se sujetó a los bordes de la bañera y se deslizó hacia delante a la vez que veía en el espejo el reflejo de Jefri quitándose la bata.

La erección masculina no la sorprendió, pero le hizo desear separar las piernas y decirle que la hiciera suya sin más dilación. En lugar de eso esperó a que él se metiera en la bañera detrás de ella.

Los cuerpos desnudos encajaron el uno en el otro perfectamente. Jefri la atrajo hacia él, y su erección presionó contra la espalda femenina, que no era exactamente lo que ella quería, pero le importó menos cuando él deslizó una mano entre sus piernas.

Billie cerró los ojos y se quedó casi sin aire al sentir los dedos en su centro más sensible, acariciándola y provocando en ella el placer más intenso que había sentido jamás. Se arqueó hacia los dedos masculinos y dejó que la presión fuera ascendiendo hacia…

Jefri le acarició el pecho con la otra mano, haciéndole perder por completo el control.

El orgasmo se apoderó de ella sin avisar. De repente su cuerpo rompió en espasmos de exquisito placer y las dulces y gozosas oleadas la recorrieron una y otra vez con una intensidad inusitada hasta que por fin amainaron.

Billie recobró la conciencia y vio que el agua de la bañera seguía moviéndose adelante y atrás. Jefri continuaba acariciándola entre las piernas y a ella le cohibió un poco darse cuenta de que estaba excitándose de nuevo.

– Creo que deberías… parar -dijo ella, sin hacer nada para apartarse ni apartarlo.

– ¿Por qué? Me gusta acariciarte.

– Y lo haces muy bien.

– Date la vuelta -dijo él.

Billie así lo hizo, y se encontró sentada sobre él. Los ojos masculinos cayeron a sus pechos que flotaban sobre el agua.

– Eres una fantasía hecha realidad -dijo él.

– Lo mismo digo de ti.

Jefri la pegó a él y la besó. El miembro erecto la acariciaba entre las piernas, excitándola, y Billie se movió ligeramente para que la penetrara. Pero él la apartó.

– Esto ha sido sólo el aperitivo -dijo.

Se levantó y la sacó de la bañera. Con una toalla la secó despacio y después la llevó a la cama, donde la tendió de espaldas. De la mesita sacó un preservativo, pero no se lo puso. En lugar de eso, se arrodilló entre los tobillos femeninos y empezó a besarle desde los pies hacia las piernas.

Después fue ascendiendo hacia la rodilla. Billie no sabía qué decir; sólo podía sentir y decidió ponerse totalmente en sus manos y en su boca. Nunca nadie la había tratado así, y nunca había sentido la combinación de placer y vulnerabilidad producida por la boca de un hombre en el centro mismo de su ser.

Contuvo el aliento, sin aire, sintiéndose de nuevo a punto de estallar. Una serie de palabras y jadeos salieron de sus labios, pero no supo qué había dicho. Jefri le lamió todo el cuerpo y después se concentró en el lugar más sensible, a la vez que deslizaba un dedo en su interior y la acariciaba por debajo. Billie creyó estar a punto de desmayarse de placer.

Esta vez intentó controlar un poco la respuesta de su cuerpo, pero le fue imposible y por fin se rindió a la boca y las manos masculinas. Cuando el orgasmo se apoderó de nuevo de ella, no pudo ni quiso evitar los gritos de placer.

Después Jefri se apartó. Billie quiso protestar, pero no tenía fuerzas y apenas podía hablar ni moverse. Entonces sintió algo cálido y duro entre las piernas. Abrió los ojos y vio a Jefri penetrarla.

El movimiento de la penetración la llevó de nuevo al orgasmo y volvió a estremecerse una y otra vez mientras él la poseía por completo, entrando y saliendo de ella, hasta que lo sintió tensarse y después quedarse quieto en ella.


– Está claro que tengo que salir más -dijo ella, unos minutos después, entre las sábanas-. No estoy segura de que tantos orgasmos en un solo evento sea legal.

– Eres una mujer muy sensual -le dijo él, besándole los labios.

– Tú tampoco lo haces mal -dijo ella-. Creo que buena parte de lo que ha pasado ha sido gracias a ti.

– Puedo demostrar que te equivocas -dijo él-. Yo me he limitado a abrir la puerta de algo que está ahí -Jefri sonrió-. ¿Quieres que te lo demuestre otra vez?


A las diez de la mañana del día siguiente, Billie sabía que no podría andar bien al menos en seis semanas, pero había merecido la pena. Pasar la noche con Jefri había sido increíble, y lo que era aún mejor era la expresión ligeramente vidriosa en los ojos masculinos al volverse a mirarla. Billie se acurrucó entre sus brazos en el avión que los llevaba de regreso a Bahania y suspiró.

– Esta tarde tengo un par de reuniones -dijo él, después de darle un beso en la frente-, pero me gustaría verte esta noche.

– A mí también.

– ¿Cenamos en tu habitación?

– Sí.

Cena y después…

El avión aterrizó en el aeropuerto privado donde esperaba otra limusina para llevarlos de vuelta a palacio. Billie trató de localizar a su hermano por teléfono, pero éste no respondió.

– Qué raro, no sé por qué no contesta. Hoy no tiene que volar. Quizá esté en algún sitio donde no hay cobertura.

– Cuando estemos en el palacio, lo encontraremos – le aseguró Jefri.

Allí, la limusina se detuvo detrás de otra, y Billie pensó que sería algún dignatario extranjero de visita oficial en el país. Se apeó del coche y se dirigió hacia la entrada de palacio. Entonces oyó unas voces.

– ¿Doyle?

Corrió hacia el lugar de donde venía el sonido y se detuvo en seco cuando vio a su hermano en lo que parecía una acalorada discusión con el rey.

– Esto no puede significar nada bueno – murmuró-. Doyle, ¿qué ocurre?

Doyle giró en redondo al oírla.

– Por fin has vuelto. ¿Dónde demonios has estado?

Billie era consciente del grupo de gente que se arremolinaba a su alrededor, entre ellos una joven de unos diecisiete o dieciocho años.

– Estoy bien, gracias por preguntar. ¿Cómo estás tú?

– No te he preguntado cómo estabas -le espetó él, furioso.

– Lo sé, pero las cosas estarían mejor si lo hicieras.

Entonces Jefri se acercó a ella y le rodeó los hombros con el brazo.

– ¿Qué ocurre?

Doyle lo miró enfurecido.

– ¿Por qué no se lo preguntas a tu padre? ¿O a ella? – añadió, señalando con dedo acusador a la joven.

– ¿Quién es? -preguntó Billie.

– La prometida del príncipe Jefri.

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