11

La parte final de la maniobra se hizo de modo automático y el contacto con el muelle fue suave y sin problemas. Las abrazaderas del dique sujetaron a la nave por los costados y la estación les dijo que hicieran accesibles las entradas de la nave a los cables de conexión del dique. Negativo, transmitió Pyanfar, declinando con ello el servicio habitual de la estación: considerando las circunstancias no creía que protestaran demasiado al respecto. Tal y como esperaba, la estación no hizo ningún comentario, limitándose a tomar la lectura acostumbrada de presión y recomendándoles que ajustaran el nivel de ésta en la compuerta.

—Saben que va a haber problemas —murmuró Pyanfar—. Tirun, alguien debe permanecer a bordo. Quiero que seas tú y que Geran te acompañe: lo siento.

—Bien —musitó Tirun, algo disgustada pero sin discutir—, ¿Llamo a Geran y se lo digo?

—Hazlo. Quiero que estéis bien alerta. Si no podemos volver a la nave, toma el mando y actúa como mejor te parezca. Saca la nave de aquí, busca tripulación en Kirdu, mahendo’sat o lo que puedas encontrar, y sácale todo el provecho posible, ¿me has entendido?

—No será ése el plan que… —empezó a decir Tirun, con las orejas bruscamente pegadas al cráneo.

—No, dioses, claro que no estoy planeando que ocurra eso. Pero si perdemos, en el sentido que sea, no quiero que ninguna otra hani o un kif ponga sus manos en la Orgullo, De eso estoy segura.

—Muy bien —dijo Tirun—. Tully… ¿va a ser problema tuyo o nuestro?

—Mío —le dijo Pyanfar—. Es una prueba viviente y te daría aún más problemas de los que ya tienes. Posees la cinta y el Maestre de la Estación de Kirdu puede servirte de aliado si llegara el momento. No pienso dejarte ninguna instrucción más: si algo sale mal, tendrás que inventar tus propias regías.

—Está bien —dijo Tirun.

La orden que acababa de dar dividía por la mitad a los equipos de hermanas. Si algo salía mal, Tirun y Geran formarían una pareja herida. Pero no había otro modo de hacer las cosas: quería tener a su lado el tamaño y la fuerza de Haral y Tirun no estaba en condiciones de aguantar una pelea. Chur era la más pequeña de las tripulantes pero era la más feroz a la hora de luchar. Pyanfar alargó la mano hacia Tirun y le apretó levemente el hombro. Todo lo que había hecho obedecía a consideraciones prácticas, y Tirun lo sabía.

Se reunieron en la cubierta inferior. Todas se habían aseado excepto Tirun, que no había tenido tiempo de lavarse y cepillarse. Tully vestía una camisa blanca stsho recogí da con un cinturón y se había cambiado los pantalones azules de faena por otros de mejor calidad, probablemente de Haral, ya que ella era quien había estado dejándole la ropa antes. Pyanfar examinó al grupo y, recordando el perfume que llevaba en el bolsillo, lo sacó arrojándoselo a Tully, que lo cogió al vuelo.

—Todo ayuda —le dijo. Tully abrió el frasquito, lo olisqueó y arrugó la nariz con expresión dubitativa, pero cuando ella representó una pequeña pantomima de ponerse perfume, Tully vertió un poco en su mano y se lo echó por la barba y el cuello. Tosió un poco y se guardó el frasquito en el bolsillo—. Otra cosa —dijo Pyanfar. Sacó un magnífico anillo de oro que llevaba en el bolsillo de la izquierda, se lo ofreció a Hilfy y tuvo la satisfacción de ver cómo se le encendían los ojos—. No pienso llevarte a ninguna parte sin anillo. Si nos encontramos con algún kif o con alguna otra compañía más civilizada… será mejor que tengas el aspecto adecuado a tu lugar de origen, ¿entendido, chiquilla?

—Gracias —dijo Hilfy, contemplando el anillo con cara de no saber muy bien qué hacer con él, y se ruborizó un poco. Pero Geran, sin darle mayor importancia, le hizo inclinar la cabeza y con una limpia dentellada le agujereó el lóbulo, pasando luego el anillo por el agujero y asegurándolo.

—Bueno… —dijo Pyanfar, no muy segura de qué decir ante la visión de su sobrina, con su primer anillo de oro brillando en su oreja y un callado resplandor de orgullo en su mirada—. Vamos, debemos averiguar lo que nos está esperando ahí fuera. Tirun y Geran, quiero esa compuerta cerrada para todo el mundo excepto nosotras, sin importar el jaleo que podáis oír en el muelle o las ofertas que os hagan para abrirla. Ahora, decidle a Dientes-de-oro por el comunicador que se ponga en movimiento.

—De acuerdo —dijo Tirun. Estaba claro que ni a ella ni a Geran les complacía mucho haber recibido la orden de quedarse a bordo: Geran intentaba poner una cara más animada, pero no le estaba saliendo demasiado bien.

—Ten cuidado —dijo, dándole una palmadita a Chur en el hombro.

—Y suerte —añadió Tirun. Pyanfar le indicó al grupo que empezara a caminar y se dirigió hacia el pasillo, dejando que Tirun y Geran se ocuparan de las tareas de la nave. Nadie miró hacia atrás excepto Tully, en cuyos ojos había una abatida mezcla de tristeza e inquietud.

Pyanfar llegó la primera a la compuerta y esperó a Tully, su mano apretando la dura superficie de la pistola que llevaba en el bolsillo. Todas llevaban armas menos Tully, que apresuró el paso para entrar con ellas en el recinto de la compuerta. Haral cerró la escotilla interior y durante un instante interminable Pyanfar luchó consigo misma para acabar decidiéndose y abrir el compartimiento que había junto a la escotilla exterior. Cogió la pistola que se guardaba en él y la entregó a Tully.

—Bolsillo —dijo mientras que él la miraba, nervioso y sorprendido—. En el bolsillo y no la toques. Ni tan siquiera pienses en ella. Si yo disparo, tú también puedes hacerlo, ¿entendido? Si me ves disparar, entonces disparas tú, Pero no pienso disparar porque estamos en un lugar civilizado. Las hani no aceptan estupideces por parte de los kif y los kif lo saben. Si empiezan a ponerse desagradables se encontrarán con tal cantidad de hani encima que no sabrán ni adonde huir, te lo prometo. Y si sacas esa arma cuando no debas hacerlo, te arrancaré la piel.

—Entendido —dijo Tully con voz llena de fervor. Se metió la pistola en el bolsillo y luego, como para demostrar que lo había entendido, se llevó las manos ostentosamente a la espalda—. Yo obedezco órdenes. No hago errores.

—Bien —Pyanfar accionó el control y el sello exterior de la escotilla quedó desactivado. El aire frío del muelle empezó a entrar por el tubo de acceso y Pyanfar sintió un chasquido en los oídos al variar la presión. Los ruidos que llegaban de fuera parecían dentro de la normalidad. Pyanfar se encaminó hacia la rampa, yendo en cabeza del grupo, y empezó a bajar por ella, dirigiéndose hacia la masa grisácea del muelle, todo metal y maquinaria.

Ahora el traductor ya no estaba dentro del alcance de la nave y Tully se convirtió nuevamente en sordo y mudo. Pyanfar le observó disimuladamente mientras emergían por el arco final de la rampa y pisaban por primera vez el muelle. Tully no se apartaba de Chur y Hilfy, o quizá fueran ellas quienes no se apartaban de él, en tanto que Haral cerraba la marcha, alta y sólida, y con aspecto de no tenerle miedo a los problemas, su cicatriz bien visible en el rostro al igual que los anillos de su oreja izquierda. Haral había ocupado de modo instintivo esa posición para guardarles la espalda y, muy posiblemente, para detener a Tully si éste perdía la cabeza en algún momento. Pyanfar estaba razonablemente segura de que eso era improbable: siendo una veterana en la caza, tenía un cierto instinto en cuanto a lo que podía ocurrir en una crisis, y su opinión sobre Tully era que si echaba a correr lo haría hacia adelante. Olvidando tales ideas, Pyanfar miró al frente y vio que unos estibadores habían dispuesto una barrera con cordones. Ante ella montaba guardia una empleada de la estación, quizá de la casa Llun, aunque podía pertenecer a cualquiera de la media docena de familias protegidas restantes que se ocupaban del mantenimiento del lugar. En una estación hani su solitaria presencia era guardia suficiente, pues todas las especies civilizadas sabían a lo que se arriesgaban en caso de molestar a una empleada que actuaba en representación de su familia y de la posición que ésta ocupaba.

La empleada (Llun, en efecto, si la forma de sus orejas podía tomarse como un indicativo suficiente) era de edad madura y vestía los pantalones negros que desde tiempo inmemorial se reservaban a los puestos oficiales. Al acercarse sacó un papel que llevaba en el cinturón y se lo ofreció, no sin mirar antes a Tully con las orejas algo caídas pero logrando mantener bastante bien su dignidad.

—Ker Chanur, se te pide que asistas a una reunión en el área principal. Se te hace responsable de los demás miembros de tu grupo y se da por sentado que la nave mahen se encuentra bajo tu escolta.

—Lo acepto —dijo Pyanfar, cogiendo el papel ofrecido. La empleada se echó a un lado para dejarles pasar, con una neutralidad irreprochable. En el dique contiguo había una barrera similar ante el acceso de la Mahijiru—. Venid —le dijo Pyanfar al resto del grupo, echando a andar hacia allí mientras examinaba velozmente el documento para enterarse de las imputaciones que se le hacían—. Los cargos iniciales son violación del Pacto y piratería.

—Malditos sean —murmuró Chur.

—Tendremos que arreglar todo eso de inmediato —dijo Pyanfar, apartando los ojos del documento para contemplar, boquiabierta, cómo Dientes-de-oro bajaba por la rampa encabezando un considerable grupo de mahe. Dientes-de-oro tenía un aspecto resplandeciente con su collar rojo oscuro, su faldellín y un reluciente montón de condecoraciones mahen—. Echadle una mirada, por todos los dioses…

—Un mercader… —escupió Haral—. Y yo un kif.

—Vamos —dijo Pyanfar. Dientes-de-oro le enseñó sus documentos a la empleada que montaba guardia en su barrera, pero ésta le indicó que pasara con una seña silenciosa, sin hacerle ninguna pregunta. El mahe y su séquito se reunieron con Pyanfar y su grupo junto a la entrada principal del muelle, formando una pequeña multitud. Iban armados y no hacían el menor intento de esconder las pesadas pistolas que llevaban en fundas sujetas al muslo derecho. En cuanto a las condecoraciones, había más repartidas por entre el séquito.

—¿Adónde vamos? —le preguntó Dientes-de-oro.

—A una reunión. Ihi. A un lugar donde lo pondremos todo en claro. Aquí impera la ley hani, mahe. Este lugar es civilizado.

—Aquí hay kif —murmuró Dientes-de-oro—, Tengo Jik vigilando cola.

Entraron en el pasillo: estaba vacío, lo que resultaba bastante raro, y su pulida longitud se extendía ante ellos, aparentemente interminable. Mientras lo recorrían sólo encontraron de vez en cuando empleados de uniforme y algunas hani que por su atuendo parecían proceder de una nave, las cuales se apartaban para dejarles pasar y les observaban en silencio.

—Demasiado pocas —observó un mahe. Dientes-de-oro emitió un leve carraspeo que no resultaba nada claro como opinión al respecto.

—Maldición, demasiado pocas —dijo Pyanfar. Dobló una esquina y vio ante ella las puertas de la sala, en las que había una guardia doble. A partir de entonces se olvidó tanto de su grupo como de los mahe: agitó las orejas para poner bien los anillos y saludó con un gesto majestuoso a la hani con pantalones negros que esperaba ante las puertas.

—Chanur —dijo alguien. Las puertas se abrieron para revelar una gran sala repleta de hani hablando ruidosamente, que se callaron de pronto y abrieron paso a Pyanfar y a todos los demás, Pyanfar se detuvo y miró hacia el punto Cardinal de la gran estancia en el que se encontraban las autoridades de la estación: Llun y Khai, Nuurun, Sahan, Maura y Quna… su posición resultaba evidente por los Colores ante los que permanecían inmóviles.

Y a su derecha había un grupo de figuras con túnicas negras: kif. Pyanfar vio también un par de stsho y automáticamente sus orejas se pegaron al cráneo mientras que arrugaba la nariz, pero al detenerse ante la Llun, que ocupaba el lugar más prominente entre las familias de la estación, ya había vuelto a levantarlas. Extendió el papel y un paje lo cogió para entregárselo a la decana de la casa Llun.

—Chanur pide transporte al planeta —dijo con voz calmada Pyanfar—. Nuestra petición debe ser atendida antes que cualquier otro litigio.

La decana de la casa Llun (Rifas Llun en persona, con sus rasgos anchos y macizos vueltos aún más inconfundibles por el oro y la impalpable dignidad que la envolvían) cogió el papel sin apresurarse, se lo metió en el cinturón y miró nuevamente a Pyanfar.

—Se ha hecho una queja por piratería siguiendo la ley del Pacto y según el tratado estamos obligadas a examinar de modo preferente esa queja.

—Cuando se ponen en cuestión los derechos de una familia, reciben el apoyo del tratado: así obra el han. La sede de nuestra familia está amenazada.

Kifas Llun vaciló unos segundos, apretando los labios.

—El desafío todavía no ha sido proclamado.

—Todavía; pero ahora lo será, ¿verdad, ker Kifas? Tú lo sabes y yo también y algunos de los presentes cuentan con ello, eso está claro. Es un punto de equidad, ker Kifas, y a ella apelo.

A sus palabras siguió un largo silencio. La decana de la casa Llun agachó las orejas para erguirlas luego lentamente, frunciendo la nariz.

—Un punto de equidad —acabó declarando—. De hecho, lo que se encuentra ahora en juicio constituye la misma esencia del han. El derecho de familia tiene prioridad. La audiencia se pospone hasta que los derechos de Chanur y Mahn hayan sido puestos en claro.

—No —dijo una voz kif, ya familiar. Hubo una leve agitación en el grupo de figuras vestidas con túnicas negras y Pyanfar deslizó las manos acercándolas a sus bolsillos. Los kif se pusieron bruscamente en movimiento y, para ofensa y sorpresa de la asamblea, todo su grupo abandonó el lugar que ocupaba antes junto a una pared para colocarse en el centro de la gran estancia. Los stsho se movieron con ellos, agachando la cabeza y andando como si sus cuerpos lamentablemente delgados fueran a quebrarse de un momento a otro: los adornos que cubrían sus pálidas pieles parecían bailar asimétricamente a cada paso. Y en el grupo de kif había uno más alto que los demás, uno cuyo porte indicaba la autoridad que poseía. Pyanfar apretó los labios y sus ojos no se apartaron del grupo de kif: sería aproximadamente una docena y estaba totalmente segura de que bajo esas túnicas llevaban armas.

—Akukkakk —dijo.

—Protestamos por esta decisión —dijo el kif, dirigiéndose a Kifas Llun. En su voz no había ni rastro del habitual tono gimoteante de su raza y erguía el cuerpo con desafiante arrogancia—. Nuestra propiedad ha sido violada y hemos sufrido daños. Nuestro litigio concierne a este Extraño y esos mahe. Le reclamo a él para que sea sometido a la jurisdicción kif y reclamo igualmente a esos mahe por los crímenes cometidos en nuestros territorios. Pertenecen a la nave Mahijiru, la cual debe responder de crímenes en contra del Pacto.

—Tully —dijo Pyanfar—, los documentos.

Tully se puso junto a ella y se los entregó sin decir palabra. Pyanfar le ofreció los documentos al paje, el cual los aceptó y empezó a leerlos.

—Tully. Registrado por la autoridad de la Estación de Kirdu como tripulante, Orgullo de Chanur, con un número mahe.

—La relación es obvia —dijo el kif—. Acuso a este Extraño de atacar un navío kif en nuestros territorios; de asesinar ciudadanos kif; de cometer numerosos crímenes y atrocidades contra el Pacto y la ley kif en nuestros territorios.

Pyanfar echó la cabeza hacia atrás con una pálida y feroz sonrisa en los labios.

—Todo eso es falso. ¿Piensa la decana de Llun tolerar sus acciones?

—Actos en los cuales —prosiguió Akukkakk—, intervino esta nave de Chanur y toda su tripulación en Punto de Encuentro, provocando un tiroteo en los muelles durante el cual fue asesinado un miembro de mi tripulación; también provocó un ataque hani en la vecindad de la estación, del cual tuvimos que defendernos. Durante dicho ataque intervino este mahe y sufrió averías, un descarado acto de piratería que…

—Mentiras —dijo Dientes-de-oro—. Tengo aquí papeles mi gobierno acusan este kif.

—Una conspiración muy amplia —dijo Akukkakk—, en la cual está implicada la propia Chanur. Ambición, sabia hani… ¿No conocéis acaso al linaje de Chanur y su ambición? Soy un kif e incluso yo he oído hablar de ella; la casa de Chanur ha mantenido un estricto control sobre los territorios más lejanos a los que llegan vuestras naves, intentando de ese modo reservarlos para ella y sus partidarias. Ahora están en tratos con los mahe para obtener provecho de ellos, están haciendo tratados separados con las fuerzas del Extraño y con los mahe enemigos vuestros. Sabemos muy bien quién es el capitán que ahora tenéis delante y su compañero, que espera armado junto al perímetro de la estación, amenazando así nuestras naves y las vuestras. ¿Ésta es vuestra ley? ¿Éste es el respeto que tenéis por el Pacto?

—Llun —dijo Pyanfar—, este kif hace caso omiso de la decisión adoptada por las autoridades de la estación. No tengo necesidad de especificar en qué juego anda metido. La ley protege a toda han de tales manipulaciones exteriores. Todas estas acusaciones son una táctica y nada más…

—No —dijo una voz desde el fondo de la sala. Una voz hani… una voz que Pyanfar ya había oído antes. Se volvió hacia ella y sus orejas se irguieron de golpe al ver una serie de rostros familiares al otro extremo de la sala. Eran Dur Tahar y su tripulación, con las Faha al lado.

—Esto no es una audiencia pública —dijo Kifas Llun—. La delegación kif tiene el derecho de presentar una protesta, pero se pospone el examen de sus acusaciones.

Dur Tahar dio un paso hacia adelante y se plantó ante ella, abriendo desafiantemente las piernas.

—Lo que voy a decir está relacionado con esa protesta, El kif tiene razón al afirmar que Chanur ha ido demasiado lejos y tiene también razón al decir que está haciendo tratos en secreto para su beneficio propio. Preguntadle sobre una cinta de traductor que le ofreció a los mahendo’sat y que se negó a darnos luego a nosotros. Preguntadle sobre este Extraño que según Chanur es tripulante de su nave. Preguntadle sobre los tratos que hizo en las oficinas de Kirdu, en los que se dejaba fuera a toda otra hani que no fuera ella y que provocaron un reguero de incidentes desde allí hasta Punto de Encuentro.

—¡Ambición, por todos los dioses! —gritó Pyanfar, señalando con una garra hacia Dur Tahar—. La ambición consiste en una capitana de nave que se alza con un kif culpable de haber asesinado hani para servir el deseo de poder que domina su casa. ¡Dioses! —gritó de nuevo, contemplando los rostros desconocidos que llenaban la sala, las caras de todas aquellas tripulantes del sistema, casi ninguna de las cuales tenía casa que la representara en Anuurn—, ¿Hay aquí alguien de Aheruun, alguien de esa parte del planeta que pueda hablar en nombre de la nave Handur que este kif destruyó en Punto de Encuentro, estando él en el dique contiguo, cuando esa nave no sabía nada de que hubiera problemas en el sistema? Ambición. Eso es lo que demostró Dur Tahar al dejarnos averiadas en Kirdu, sin ayuda, para volver corriendo aquí y usar la información que poseía en ventaja de su casa. Dur Tahar, que se ha aliado con los kif, que sabe cómo su aliado atacó tres naves hani y una cuarta nave procedente del exterior de nuestro espacio. Un kif que ha conseguido aterrorizar a esos desgraciados stsho para que acudan aquí con sólo los dioses sabrán qué historia. Un kif que ha creado una crisis en la que está envuelta toda la estructura del pacto. Por los dioses, sé muy bien la razón de que Dur Tahar prefiera seguir ciega ante los hechos; pero tú, Faha, tú… por los dioses. Él mató a tus parientes ¿y ahora te presentas aquí apoyando a ese hakkikt que te abordó en el espacio? ¿Qué ha sido de tu coraje, Hilan Faha?

Hilan abrió la boca dispuesta a responder y avanzó hacía ella con las orejas gachas y el rostro furioso. Un kif empezó a gritar con algo que era una mezcla de aullido y chasquido, haciendo imposible oír a Hilan, pues al primer kif se le unieron inmediatamente los otros y no cesaron hasta que Akukkakk alzó un huesudo brazo de piel gris y, volviéndose hacia la decana Llun, gritó:

—Justicia, hani, justicia. Esta ladrona mentirosa, esta Chanur, se encontró complicada en todo desde el principio, actuando como aliada secreta de los mahendo’sat, como agente suyo, haciéndoles participar en feroces ataques sobre nuestro territorio que no pensamos olvidar.

—Este kif… —rugió Dientes-de-oro, a un volumen superior incluso al de Akikkakk—…este hakkikt. Asesino. Treinta naves obra suya. Este hakkikt unir a todos los kif. Crear nuevos problemas en el Pacto, problemas nunca vistos, no importarle Pacto, escupe en él —dio un paso hacia adelante y sacó de su cinturón algo que metió bruscamente en las manos del paje—. Papeles dicen de mi gobierno verdad. Hani y mahe le cazan, sí. Hacer kif huir de mahe, entrar en territorio de este nuevo Extraño, este Tully. Gran territorio, gran problema. Yo digo verdad para han—, yo digo mentiroso este Akukkakk Hinukkui. Yo testigo en Punto de Encuentro; este kif miente.

—Peligro nuestra estación —tartamudeó un stsho, propulsado hacia primera línea por un brusco empujón de los kif—. Protestamos… Protestamos por el incidente; pedimos compensación.

—¡Basta! —dijo la decana Llun alzando su voz sobre el tumulto general. Al oírla todas las hani se callaron al instante y el griterío de los kif se fue apagando gradualmente.

—Llun… —dijo Hilan Faha aprovechando el repentino silencio.

—Basta —repitió la decana con el ceño fruncido—. El kif tiene derecho a protestar y a interponer sus cargos. Pero una vez existentes dichos cargos, todas las partes deben ser oídas. En esta causa acaba de aparecer un nuevo documento.

Extrajo una tarjeta de su cinturón y se la entregó al paje, el cual la cogió y se apresuró a introducirla en la rendija del muro que controlaba la pantalla de la gran sala. La pantalla se encendió con un destello y por ella empezaron a desfilar las letras.


stsho kif knnn (*) hani mahe tc’a

estación nave nave nave nave nave yo

comercio muerte ver aquí correr ver saber

miedo deseo ver hani huida ayuda knnn

violación violación violación violación violación violación yo

Pacto Pacto Pacto Pacto Pacto Pacto Pacto

ayuda ayuda ayuda ayuda ayuda ayuda ayuda


El modo de comunicación tc’a, una matriz de comunicaciones mantenida entre las varias partes de un mismo cerebro que formaban simultáneamente cadenas de pensamiento. Pyanfar estudió la pantalla y tragó aire, en tanto que Dientes-de-oro, los kif y las hani iban leyendo detenidamente los mensajes.

—Es nuestra sombra —murmuró Haral—. Es el tc’a con ese maldito knnn…

—Por todos los dioses, tiene un intérprete —dijo Pyanfar mientras que una gran sonrisa se iba extendiendo en su cara—. Ese tc’a que cogieron en Kirdu; ahora está hablando con nosotros, por la bendición de todos los dioses. ¿Lo has visto, kif? Tus vecinos no aprecian nada tu compañía y hubo otro espectador de lo que sucedió, un espectador al que no serás capaz de corromper…

—Gracias a ti ahora nos enfrentamos a una seria crisis —gritó Dur Tahar, interponiéndose de pronto entre Pyanfar y la decana Llun—. Ojalá los dioses te fulminen, Chanur, si eres capaz de alegrarte viendo que los tc’a están metidos también en este lío. Fueron los knnn quienes rodearon a mi nave en Kirdu; los knnn, como en los viejos tiempos de las tripulaciones muertas y los cargueros hechos pedazos. ¿Estás orgullosa de haber logrado que también ellos se metan en esto? Pido la detención de este Extraño mientras tiene lugar la acción judicial; pido la suspensión del permiso y los documentos de este mahe— pido que se censure formalmente a la capitana de la Orgullo de Chanur, así como a su tripulación y a la casa que está en el origen de todo este embrollo.

—¿Y para los kif nada? —le replicó Pyanfar—. ¿Para un aventurero kif que asesinó hani y mahe, que ha provocado la posible ira de una poderosa especie desconocida, con todo lo que eso puede llegar a significar… nada? Ambición, Tahar, y codicia, y cobardía. ¿Qué te ha dado ese kif? ¿La promesa de que las naves de Tahar quedarán a salvo si todo esto es silenciado? Yo rechacé el soborno de un kif. ¿Cuál fue tu respuesta a ese ofrecimiento?

Sus palabras eran sólo un desesperado tiro a ciegas, pero Dur Tahar agachó las orejas y sus pupilas se dilataron como si acabara de recibir un golpe inesperado. Todos se dieron cuenta de ello. De pronto se hizo un espeso silencio en la estancia: Dur Tahar no sabía cómo reaccionar y los kif se apretaron muy levemente entre sí, formando un grupo aún más compacto, en tanto que los stsho, aterrados, se abrazaban. Al ver cómo se batían en retirada, Pyanfar sintió una amarga satisfacción.

—Bastardo —dijo Pyanfar, con un repentino rubor de vergüenza por Dur Tahar y por Hilan Faha, inmóvil junto a ella con las orejas gachas. Akukkakk no se había movido: tenía los brazos cruzados y la diversión que le producía todo eso inclinaba hacia abajo las comisuras de sus labios alargando aún más su rostro de arrugada piel gris.

—Se está riendo —dijo Pyanfar—, se ríe de las debilidades hani. De la ambición capaz de hacernos olvidar que no estamos en todos los mercados y que no comerciamos con cualquier artículo. Y se ríe porque está convencido de que haremos un trato con él para conseguir que nuestras naves puedan moverse con libertad fuera de nuestro sistema natal, porque ahí fuera hay muchos más kif de los que habéis visto y él cree que no pensamos combatir. La especie hani nunca combate porque no le hace falta. Ya he sufrido bastante retraso. Se me prometió un transporte al planeta y pienso conseguirlo. Me voy a mi hogar y luego volveré, maestre de ladrones y asesinos… y me enfrentaré a ti en ese juicio plenario.

Akukkakk ya no reía. Aún tenía los brazos cruzados y los otros kif seguían absolutamente inmóviles y callados. En la sala el silencio era completo. Pyanfar le hizo una rígida reverencia a la decana de Llun, se dio la vuelta y fue hacia la puerta, pero Dientes-de-oro y su séquito no se movieron, los ojos clavados en los kif. Tully se paró a mirarles y Pyanfar se detuvo también, frunciendo el ceño.

—Dientes-de-oro, ven. Soy responsable de ti, ¿me has entendido?, al igual que Dur Tahar se hizo responsable de estos kif en la estación. Ven.

Dur Tahar no respondió a su pulla, lo que revelaba hasta qué punto había quedado abatida.

—Tengo amigo —le dijo Dientes-de-oro al kif—. Esta vez, tengo amigo y no en muelle. Tú muy bien en muelle, kif, tú proa a la estación. Quizá pedir hani que te den escolta, ¿eh?

Akukkakk le miró, torciendo el gesto.

—Quizá. Y quizá Chanur será tan amable como para hacerlo ella misma cuando vuelva de Anuurn.

Pyanfar creyó sentir en la espalda como una ráfaga de viento helado. Permaneció unos segundos inmóvil, mirando al kif, pensando en las posibilidades que tenía. Seguramente tanto la decana de Llun como todas las comerciantes del sistema estaban pensando en lo mismo, en cuáles eran las opciones lógicas a considerar con siete naves kif y dos navíos de caza mahe.

—Dame al Extraño —dijo Akukkakk—. O la cinta de traducción. No es tanto, ya que puedo obtenerla más pronto o más tarde de los mahe.

—¿Igual que tú obtener de hani? —murmuró Dientes-de-oro.

—Lo que las hani estén dispuestas a dar —le dijo Pyanfar con una expresión de repugnancia—, es algo que sólo concierne a la especie han, algo que debe ser decidido de mutuo acuerdo. Quizá, hakkikt, puede que acabemos hablando de esto una vez que todas las partes implicadas hayan quedado tranquilas sobre sus derechos, antes de que el Pacto quede aún más dañado de lo que ya está.

En la gran sala seguía reinando el silencio. Los stsho la contemplaban con sus pálidos ojos como animales atrapados y Pyanfar sentía también clavadas en ella las oscuras pupilas kif, rodeadas de círculos rojizos, y el negro con irisaciones de ámbar de los ojos hani. Fe en un kif… Dio la vuelta y al llegar a la puerta de la gran sala no le hizo falta mirar para darse cuenta de que esta vez tanto Dientes-de-oro como su tripulación estaban detrás de ella; igual que Tully, con el rostro lívido y cubierto de sudor.

La puerta se abrió para cerrarse nuevamente a sus espaldas. Pasaron junto a las centinelas de Llun y entraron en el corredor, ancho y vacío.

—Voy a mi nave —dijo Dientes-de-oro—. Seguir vigilando ese bastardo kif.

—Yo cogeré el trasbordador —dijo Pyanfar—. Tengo asuntos muy urgentes de los que ocuparme: un hijo estúpido y problemas en las tierras de Chanur. Es cuestión de vida o muerte, mahe.

—Kif descubrir dónde vas, derribar tu trasbordador. Jik te dará escolta, ¿a? Irá junto a ti, luego hará órbita y te acompañará de vuelta sana y salva.

Pyanfar alzó los ojos hacia el rostro del mahe, serio y tranquilo. Luego alargó la mano y le apretó fuertemente el brazo, musculoso y cubierto de vello oscuro.

—Si quieres mi ayuda después de todo esto, mahe, la tendrás. Seré la primera en ayudarte, Ese kif miente y tú lo sabes.

—Eso yo sé —dijo Dientes-de-oro—. Durante todo este tiempo yo sabido.

Al llegar a la intersección del corredor sus caminos se bifurcaban. Pyanfar señaló hacia el muelle y Dientes-de-oro fue en esa dirección con su séquito detrás, como un gigantesco organismo de oscuro pelaje que iba avanzando hacia la entrada. Pyanfar le hizo una seña a su grupo y partió en dirección opuesta, siguiendo la curvatura del pasillo que conducía hasta el trasbordador.

De pronto oyeron ruido de pasos detrás de ellas y el chirrido de unas garras hani impulsadas por una premura no muy digna. Pyanfar se volvió a mirar, igual que el resto de su grupo, y vio a una joven empleada de la estación, con sus pantalones negros, que se acercaba a la carrera, jadeando. La joven se apresuró a hacerle una reverencia y luego alzó los ojos hacia ella, con las orejas respetuosamente bajas.

—Capitana. Ana Khai. La estación os pide que vengáis. A todas vosotras. Deprisa y con la mayor discreción posible.

—La estación me dio permiso para atender a mis asuntos, que son muy urgentes, joven Khai. Tengo que tomar el trasbordador para el planeta y no pienso perder tiempo en conferencias.

—Es lo único que se me dijo —jadeó la mensajera, con sus ojos yendo nerviosamente de ella al resto del grupo—. Debo hacer que vengas. El decano Llun está aquí mismo. Deprisa, por favor.

Pyanfar la miró con cierto enfado y luego, con un gesto de asentimiento, les indicó a los demás que siguieran a la mensajera.

—No perdamos más tiempo —le dijo secamente y la joven se puso en marcha tan deprisa como podía, logrando a duras penas mantenerse un poco por delante de Pyanfar.

Tal y como les había dicho, no tuvieron que alejarse mucho: la mensajera les llevó a una de las salas de reunión secundarias y en su puerta se encontraron con un numeroso grupo de personal de la estación y bastantes comerciantes del sistema, que les abrieron paso al verles llegar para rodearles una vez hubieron entrado en la sala.

Y ahí estaba el decano, cierto: el anciano de la estación en persona, instalado en un gran sillón cubierto de almohadones y teniendo junto a él un compacto grupo de compañeras/hijas/nietas, aparte de algunos hijos aún pequeños y, por supuesto, todos los súbditos comerciales de la familia, el personal de la estación y las capitanas de naves. También estaba allí Kifas Llun, su primera esposa, a su lado, así como gente de otras casas.

La casa Llun estaba protegida; no podía ser desafiada, pues ocupaba un puesto demasiado importante, al igual que todos los encargados de puertos y vías fluviales y, en general, de todas las cosas que la especie hani utilizaba en común. El anciano ya había rebasado hacía mucho tiempo su madurez pero cuando se puso en pie aún resultaba impresionante y Pyanfar borró su fruncimiento de ceño para saludar con gesto respetuoso al anciano y a Kifas.

—Este problema… —dijo, haciendo temblar el aire con su sonora voz de bajo—, Este Extraño, dejad que lo vea.

Pyanfar se volvió cogiendo a Tully por el brazo. En sus ojos brillaba una luz aterrada, como si no deseara acercarse ni un paso más al anciano Llun.

—Amigo —le dijo ella—, él amigo.

Tully se dejó conducir y Pyanfar le pinchó levemente el brazo con las garras para que no olvidara sus buenas maneras. Tully hizo una reverencia, demostrando así que el pánico no le había hecho perder del todo la cabeza.

—Un macho, na Llun —dijo Pyanfar en voz baja y el Llun asintió lentamente, agitando con ello su impresionante melena, los labios fruncidos por el interés.

—¿Agresivo? —le preguntó el Llun.

—Civilizado —dijo Pyanfar—, pero semejante a los mahe. Armado, na Llun. Los kif le tuvieron prisionero durante un tiempo y mataron a sus compañeros de nave. Logró huir de ellos y eso fue el principio de todo. Tenemos una cinta de traducción para su lenguaje y estamos dispuestas a hacerla accesible con generosidad. Quiero dejar bien claro que él la grabó con toda libertad y por razones propias. En cuanto al asunto de Tahar, ése es un problema han. No confié en Dur Tahar para que hiciera de mensajera y pongo a los dioses por testigos de que me apena haber estado en lo cierto. Y ahora, na Llun, si me lo permitís, volveré luego para responder a vuestras preguntas. El tiempo es ahora muy importante, y ya se me había dado permiso para irme.

—El desafío ha sido proclamado —dijo Kifas Llun y Pyanfar se volvió bruscamente hacia ella, contemplándola con dureza—. La noticia acaba de llegar.

Pyanfar hizo retroceder a Tully, confiándolo nuevamente a Hilfy, y, sin decir palabra, giró para marcharse.

—Ker Chanur… —dijo Kifas y Pyanfar se volvió a mirarla con ojos que echaban fuego—. Hay un modo más rápido: escúchame.

—Quiero un enlace de comunicaciones —dijo Pyanfar—. Ahora mismo.

—Escucha, ker Chanur, escucha… —Kifas cruzó la estancia y la cogió del brazo para detenerla—. Nuestra neutralidad…

—Que los dioses se lleven vuestra neutralidad. Mantened a los kif bien lejos de mí, tengo cosas que hacer ahí abajo.

—Tengo una nave —dijo una de las capitanas sin que nadie se hubiera dirigido a ella. Era de edad media y aproximadamente tan grande como Haral—. Es vieja, ker Chanur, pero puede bajar directamente hasta Chamar y aterrizar ahí, cosa imposible para un trasbordador. Es un carguero de Tyo, la Suerte de Rau. Estoy dispuesta a correr el riesgo, si Chanur así lo decide.

Pyanfar tragó aire y la miró. Rau era una casa sin propiedades en el planeta. Las casas del sistema carecían de tierra o propiedades, aparte de sus naves, a no ser que estuvieran establecidas en Tyo, siendo llamadas entonces coloniales.

—Tu palabra sigue teniendo algún valor, Pyanfar Chanur —dijo Rifas—. Estamos sometidas al Pacto y no podemos hacer nada, salvo retener a esos kif en la estación el mayor tiempo posible. Cuentas con los mahe para que te ayuden y puedes hacer bastante más que nosotras. Chanur tienen dos naves más que podrían ser de utilidad. Tañar…

Kifas no llegó a terminar la frase—, sus orejas se agitaron con incómodo nerviosismo.

—Sí —dijo Pyanfar—, Tahar. No estoy demasiado segura de poder confiar en sus naves llegado el momento.

—No podemos ofrecer una defensa muy fuerte en estos momentos —dijo Kifas—. Tus capitanas están en el planeta con la mayoría de sus tripulaciones, al igual que ocurre en otras casas. Tendremos a los kif en el muelle tanto tiempo como nos sea posible retenerlos aquí, pero tú misma dijiste… dijiste que podía haber otros.

—Tenéis a las capitanas del sistema.

—Contra naves capaces de alcanzar velocidad de salto…

Pyanfar paseó la mirada por las capitanas presentes en la estancia.

—Coged todas las naves con capacidad de salto que tengáis a mano y reclutad tripulaciones. Aceptad las órdenes que se os den en el momento, no importa de qué casa procedan. Preparad esas naves para que estén listas y en condiciones de navegar. Traeré aquí de vuelta a las capitanas de Chanur y a todas las demás que pueda encontrar. Mientras tanto, tener las naves listas es lo mejor que podéis hacer en contra de los kif. —Miró a Kifas Llun con el rostro austero y serio—. Vuestra neutralidad ya ha sido hecha pedazos. Haz que me acompañe alguien de tu casa para que pueda decir en el planeta lo que está pasando. Tengo que irme ahora mismo. La Mahijiru y la Aja Jin mantendrán inmovilizados a los kif y se asegurarán de que el camino siga abierto. Ker Llun, si no actúo ahora mismo, los trastornos que sufrirá el han no afectarán solamente a la casa de Chanur. No me cabe duda de que Dur Tahar estará muy pronto ahí abajo, ocupando el primer lugar en la cola para recoger los despojos. Ya os encontráis metidas en ese problema y no pienso dejar que la casa Chanur pague las consecuencias.

—Rau —dijo Rifas Llun—, ¿estás dispuesta a ir?

—Ahora mismo —dijo la capitana Rau.

—Ginas —dijo Kifas, señalando hacia un miembro de su séquito—. Acompaña a la capitana Chanur y habla con ellas ahí abajo. Responde a todas sus preguntas. Te pongo a sus órdenes.

La hani así señalada hizo una reverencia y Kifas movió la mano, señalando ahora hacia la puerta.

—I Llun —murmuró Pyanfar, haciéndole una rápida reverencia a Kifas y a na Llun, el cual había vuelto a sentarse. Luego se volvió y con una apresurada señal partió hacia la puerta, con su grupo detrás, incluyendo ahora en él a la mensajera Llun, precedida por la capitana Rau.

—Por aquí —le dijo ésta, indicando un pasillo que les conduciría hasta los muelles en que atracaban las naves de pequeño tonelaje.

Pyanfar estaba totalmente convencida de que Kohan no habría aceptado el desafío de inmediato, sabiendo que Pyanfar ya estaba de vuelta en el sistema. En estos momentos ya debía estar enterado de ello, dado que la notificación a una casa de que una nave de su propiedad había llegado a puerto era un asunto de mera rutina. La secuencia en que se habían ido produciendo los acontecimientos parecía indicar que sus enemigos lo sabían y Kohan también debía estar enterado. Era demasiado inteligente como para permitir que le obligaran a lanzarse a la acción sin cienos preliminares y Pyanfar confiaba en ello con todas sus fuerzas.

Dos horas por avión desde el punto en que bajara el trasbordador hasta el aeropuerto utilizado por Chanur, Faha y las casas menores del valle. Con la propuesta de la capitana Rau podrían ahorrarse ese tiempo, y también ello era algo que formaba parte de sus planes y esperanzas.

Al igual que un par de mahe.

Ojalá los dioses hicieran que Akukkakk no hubiera perdido totalmente la esperanza. Si una de esas naves kif recibía la señal de atacar. Si Akukkakk se inclinaba por el suicidio, quizá fuera capaz de tomar esa decisión. Si realmente había más naves kif fuera del alcance de los aparatos de observación. Quizá hicieran falta cinco o seis horas de retraso para enviar el mensaje y llevar a cabo el ataque: con suerte, quizá los kif no supieran que las naves hani situadas en el sistema no contaban apenas con tripulación; con suerte quizá los kif decidieran considerarlas como una auténtica amenaza para ellos, Con suerte, y si nadie había hablado demasiado.

—Esa nave tuya —le dijo Pyanfar a la capitana Rau mientras andaban por el pasillo—, ¿está armada?

—Tengo unos cuantos rifles a bordo —dijo la capitana Rau.

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