Los motores fueron acelerando con un hueco rugido de los cohetes secundarios y la Suerte abandonó el suelo. Pyanfar se dejó caer en la parte trasera del oscuro foso de control en el mismo instante en que la cubierta se acomodaba a la nueva posición de la nave y tocó el fondo con un golpe sordo que la hizo tambalearse. Luego, ya mejor instalada, puso en su lugar la manta y la almohada que se había procurado para protegerse la espalda, dejándolos al lado de los tres almohadones que usaba la capitana Rau. Ésta levan lo la mano, indicándole que ya se había dado cuenta de su llegada, y volvió a concentrarse en el tablero que tenía delante. La Suerte continuaba ascendiendo: la maquinaria escondida en su casco metálico retumbaba con un apagado estrépito y la presión iba subiendo. Pyanfar empezó a notar que le dolía el hombro y se removió, intentando ajustar mejor la manta para aliviarlo un poco.
El despegue no se realizó en un ángulo tan pronunciado como el de su llegada: la nave era relativamente capaz de volar y al principio la subida fue vertical desviándose luego en un ángulo cada vez más agudo que seguía manteniendo su popa dirigida hacia el planeta, siguiendo el impulso de la fuerza gravitatoria. Los motores principales entraron en acción con un golpe seco que pareció impulsar bruscamente sus entrañas en dirección diametralmente opuesta a la de su columna vertebral.
Parte del grupo se encontraba relativamente bien instalado en el compartimiento acolchado de popa. Ahí estaban Tully, Khym y Ginas Llun, protegidos por gruesos almohadones, así como Haral, encargada de hacerles compañía y resolver los pequeños problemas que pudieran irse planteando. Los demás, no tan afortunados, ocupaban el resto de la nave, acomodándose lo mejor posible en las divisiones acolchadas que, en caso de necesidad, brotaban del mamparo principal: abandonados a su ciega incomodidad, envueltos en las tinieblas, debían encontrarse como peces en una lata, dispuestos en hileras de cuatro, sufriendo cada una de ellas la presión del acolchado posterior en el rostro y, a su vez, doblando su propio acolchado para molestar a la fila siguiente. Dioses, dioses, viajar de ese modo en una nave a la que esperaban tales problemas. Pyanfar sintió cierta culpabilidad al pensar en las relativas comodidades de que gozaba en su posición actual.
La copiloto dejó caer algo a su lado. Pyanfar se agachó con cierta dificultad y recogió un objeto envuelto en plástico.— era un auricular. Le quitó la cubierta protectora y se lo puso. Por el momento no estaban recibiendo ninguna información, sólo estática, pero saber que estaba en condiciones de recibirla y mantener el contacto siempre era un pequeño consuelo.
La estación no había emitido más que un solo mensaje y seguía emitiéndolo al empezar el despegue, lo cual significaba que el mando central de la estación había estado en manos hani y que en esos momentos había demasiados problemas de los que ocuparse, siendo imposible responder a cualquier tipo de preguntas. El mensaje seguía llegando aún, así que los kif no habían logrado reducirlo al silencio o quizá no sentían demasiado interés por ello.
Pero los muelles… Se imaginó fácilmente a los estibadores huyendo en todas direcciones presa del pánico, desorganizados, careciendo de la preparación necesaria para enfrentarse al ataque de los kif, Atacar estaciones era algo inimaginable para un hani; algo que estaba fuera de toda razón y algo para lo que, lógicamente, no se había hecho ningún preparativo.
Maldita fuera esa lógica y maldita fuera la torpe complacencia que la había engendrado. Ah, maldita fuera su propia especie y la naturaleza hani, capaz de hacer que cada individuo de su raza se ocupara solamente de sus propios asuntos porque ése era el modo en que todo su mundo funcionaba. No le había quedado más remedio que ir a Chanur, ya que un hani era capaz de mantener un desafío aunque su propia casa estuviera ardiendo; al menos, hasta sentir las llamas chamuscándole el pelo. Un hani siempre se ocupaba de lo suyo, sin tomar en consideración lo que pudieran pensar los Extraños y guardándose mucho de admitir, dado su orgullo, que difícilmente habría logrado llegar al espacio en tanto que raza de no haber sido por los exploradores mahendo’sat que encontraron su planeta; pero así estaban las cosas. Y las cosas seguían haciéndose al viejo estilo, ese estilo que tan bien había funcionado cuando no existían ni las colonias ni el comercio espacial; cuando la especie hani poseía su mundo sin tener que enfrentarse a ningún desafío de fuera y sus instintos resultaban perfectamente adecuados al mundo que poseían.
Pero ahora, por los dioses… ahora existían otros ecosistemas. El mismo Pacto era uno de ellos y ahora estaban tratando con distancias muy superiores a las verdes llanuras de Anuurn: ahora debían tratar también con seres cuyos instintos se habían demostrado eficientes y justificados dentro de sus propias escalas de valores.
En un infierno imposible de imaginar los kif habían probado su capacidad de funcionamiento como especie y, por los dioses, incluso los chi habían logrado funcionar, por muy locos e incomprensibles que pudieran parecerle a otros Extraños. Y Tully, que a veces parecía casi racional y otras veces parecía completamente estúpido.
¿La habría despreciado Dientes-de-oro a causa de su deserción, ya que siendo una hani no tenía más remedio que irse, a pesar de todas las razones que le aconsejaban justamente lo contrario? Ahora sentía vergüenza y por ello sospechaba que toda la especie hani no había logrado estar a la altura de las esperanzas mahe, esas esperanzas que les habían proporcionado dos naves de escolta. Quizás ahora mismo estuvieran notando en el espacio los restos destroza dos de sus aliados mahe mezclados con los de la mismísima Orgullo, con un kif esperando para convertir en vapor y chatarra este cascarón en el que ahora viajaban, junto con el cerebro hani que al fin había logrado comprender algo de crítica importancia para el futuro de su especie. Demasiado tarde.
Todo era una locura. El ángulo de ascenso hacía que a su cerebro no le llegara el oxígeno suficiente y estaba empezando a notar una especie de neblina gris en los ojos. Su espalda se había vuelto insensible, al igual que sus brazos y sus piernas, y la presión gravitatoria seguía aumentando.
El ruido de los motores cambió de tono. Estaban saliendo de la atmósfera y seguían acelerando. Pyanfar parpadeó varias veces y luchó por mover el cuello, viendo una confusa masa de indicadores que parpadeaban en la oscuridad a través de la que distinguió un estallido luminoso: era la pantalla de observación, que se había encendido. Pyanfar parpadeó de nuevo, intentando ver más allá del brazo de la copiloto, tras el que se perfilaba algo muy grande y bastante cercano a su posición.
—…Suerte —chasqueó una voz a través de su oído—, aquí la Orgullo de Chanur. Vamos a interceptar vuestro curso y efectuar el acoplamiento.
Tirun.
Si hubiera sido capaz de empezar a saltar y dar gritos de alegría lo habría hecho. Pero bajo el enorme peso de la gravedad que la inmovilizaba lo único que pudo conseguir fue una sonrisa lenta y dolorosa, mientras que el corazón le golpeaba las costillas como un martillo enloquecido y la sangre se agolpaba en sus extremidades.
Los motores de la Suerte se detuvieron y Pyanfar, ante el brusco alivio, dejó escapar un prolongado jadeo. La mano invisible que la había mantenido como clavada al sueldo del pozo se había esfumado y Pyanfar logró moverse, de un asidero a otro, con la práctica de quien lo ha hecho toda su vida, hasta llegar al tablero de comunicaciones, avanzando rápidamente con los pies por delante y doblándose luego otra vez para coger el micrófono.
—Deprisa, Tirun, por todos los dioses —le dijo. Y luego, dirigiéndose a la capitana Rau, añadió—: ¿Dónde están los kif? ¿Recibes alguna señal de ellos?
—Las pantallas de la estación no transmiten nada —le dijo la navegante Rau—. No es sólo Gaohn: también Harn y Tyo están fuera de señal. Estamos limitadas a nuestros propios aparatos y nada más.
—Conecta la señal de rescate —le dijo Pyanfar, mientras luchaba por confinar esas malas noticias en un rincón alejado de su mente—. La Orgullo puede guiarse por ella y sus aparatos automáticos se encargarán del resto.
—Mi consejo —dijo la capitana—, es que ahora sería mejor que aceptaras el mando, ker Chanur. Que los dioses nos ayuden, porque ahora no podemos distinguir a ninguna de esas naves con capacidad de salto que andan por ahí fuera…
—Mantén la velocidad lo más baja posible, sin variaciones, y ten preparada la nave para una buena sacudida. —Pyanfar volvió a toda prisa al refugio que le ofrecía su manta en el fondo del foso—, Las abrazaderas de la Orgullo se encargarán de la parte delicada. Nada de impulsores ahora, la Orgullo se está guiando mediante el ordenador.
—Dioses, la tenemos encima nuestro —dijo la copiloto.
—Acercándonos— la voz de Geran en el auricular—. No os mováis. Buena suerte.
Una alarma se disparó bruscamente y fue rápidamente desconectada en el tablero. Las pantallas se apagaron.
—Oh, dioses —dijo la navegante.
Pyanfar encogió el cuerpo, apretándose con todas sus fuerzas contra la manta.
Impacto: la Suerte se estremeció de un extremo al otro con un ensordecedor estruendo metálico y Pyanfar notó cómo su cuerpo rebotaba en la cubierta, casi haciéndole perder el asidero. Luego hubo un ruido menos prologando y el roce de las abrazaderas al afirmar su presa.
Ya estaba: un silencio tranquilizador y la ausencia total de gravedad.
—Tenemos problemas —dijo Tirun—. La escotilla ha saltado y hemos puesto un tubo al otro lado. Por el cuadro de mandos de los dioses, ¡tenéis que abandonar la nave! No podemos defenderos si…
—¡Haral! —gritó Pyanfar, volviéndose hacia el pasillo—. ¡En marcha, todos!
—Capitana —dijo Nerafy Rau.
—Vamos —le respondió Pyanfar, propulsándose con una mano hacia el asiento acolchado de la capitana y sosteniéndose en él precariamente, clavando los ojos en su rostro—. Todas vosotras debéis acompañarnos. Si hay alguna oportunidad de hacerlo luego, os devolveremos a vuestra nave. Si no es posible hacerlo, hay muchos kif con los que arreglar cuentas y toda esa gente de las estaciones… ¿Queréis morir aquí sin haber disparado ni un tiro?
—No —dijo la capitana Rau, empezando a soltarse de su puesto. Las demás siguieron su ejemplo. Pyanfar dio un salto en el aire y miró hacia el pasillo, viendo cómo una silueta ataviada con una camisa blanca se acercaba flotando por él, seguida muy de cerca por una marea de hani con armas. La capitana Rau salió del pozo yendo hacia la esclusa más cercana, Pyanfar fue hasta el tablero y cogió el micrófono mientras que el resto de la tripulación abandonaba los controles.
—¡Tirun! ¿Dónde están los kif?
—Sólo los dioses lo saben. La Mahijiru está protegiendo nuestra retaguardia; el resto será mejor explicarlo cuando hayáis subido a la Orgullo.
Pyanfar se vio bruscamente rodeada por los cuerpos de sus compañeras. La esclusa se abrió hacía dentro y un torrente de aire frío entró silbando por ella.
—Ahora vamos —dijo Pyanfar y, soltando el micrófono, le dio una patada al conducto más cercano y se precipitó entre el torrente de cuerpos, cayendo en el oscuro y paralizante frío que reinaba en el interior del tubo que la Orgullo había conectado con la otra nave. Sus miembros se quedaron rápidamente insensibles y el aliento era como mil alfilerazos en sus pulmones, en tanto que las lágrimas que brotaban de sus ojos parecían congelarse nada más haber nacido. Dolía, dioses, cómo dolía. Cuando llegó al casco de la Orgullo vio encenderse una luz verde, una baliza de seguridad, ardiendo como una lejana estrella capaz de guiarla a través de las tinieblas, indicando la situación del ascensor. Una cadena azul de luces más pequeñas puntuaba las tinieblas indicando dónde empezaba el cable de entrada rápida—. ¡Khym! —gritó Pyanfar, pensando en su falta de experiencia en el espacio—, Khym, las luces azules indican el cable. ¡Tully, ve hacia las luces azules!
—Ya los tengo —gritó más adelante la joven voz de Hilfy—, les he cogido a los dos.
Una puerta se abrió en el ascensor. Alguien había conseguido llegar hasta él. El lejano rectángulo se fue haciendo mayor, dibujando un perímetro de blancura cegadora por el que se precipitaba un torrente de siluetas oscuras que iban avanzando penosamente a lo largo del camino marcado con las luces azules: algunos se movían como si estuvieran nadando en el aire y otros utilizaban el cable para impulsar a los nadadores. Los cuerpos chocaban unos con otros pero seguían avanzando lentamente hacia la recámara del ascensor, donde cobraban repentinamente color e identidad. Pyanfar se encontró propulsada por fin al interior del recinto y unos segundos después una última silueta se materializó en mitad del resplandor blanco: la capitana Rau.
—Ya estamos dentro —gritó Chur por el comunicador. Haral gritó a su vez una advertencia y cerró la puerta del ascensor: la cabina se puso en marcha y de pronto todos los cuerpos que la ocupaban se encontraron empujados hacia el suelo.
—¡Cogeos donde podáis! —les gritó Pyanfar a los novatos pero los que tenían experiencia ya estaban ayudándoles a sostenerse y, con igual brusquedad a la usada para arrancar, la cabina se detuvo con un fuerte golpe y su posición se sincronizó casi al instante con la del cilindro giratorio interior en el que había encajado. Ahora ya había gravedad y el ascensor se puso de nuevo en movimiento, ahora hacia arriba. La Orgullo se movía, lentamente al principio, y los ocupantes de la cabina empezaron a sentir los efectos de su aceleración. Algo crujió en la distancia.
—La abrazadera se ha soltado —dijo Haral—. El ascensor siguió subiendo, dejando atrás la cubierta inferior hasta llegar a la principal. Los pies de sus ocupantes iban logrando encontrar el suelo y quienes nunca habían salido de su planeta se resistían a soltar a quienes les habían guiado durante la etapa de ingravidez, con las orejas gachas y los ojos extraviados.
La cabina se detuvo y la puerta se abrió, dejando ver la cubierta principal. Pyanfar se abrió paso a empujones y corrió por el pasillo principal hasta llegar al puente, con sus garras rechinando sobre la cubierta para resistir el aún suave impulso de la aceleración. Haral iba detrás de ella, casi pisándole los talones.
—Cubierta inferior —gritó Chur detrás de ella—. Vamos abajo, allí hay más espacio y se está más seguro.
La puerta volvió a cerrarse y el ascensor se puso de nuevo en marcha con un zumbido. Pyanfar no miró hacia atrás. Pasó corriendo junto a Geran y Tirun, que ocupaban los puestos números tres y dos, mientras que Haral se instalaba en su asiento, y llegó finalmente a su puesto, ocupándolo sin decir palabra, Las imágenes afluían veloces a las pantallas, indicando su posición con respecto al planeta y a la estación: un punto simbolizaba a los knnn, que flotaban bastante alejados del caos de puntos que representaba al resto de naves, dos de ellas identificadas como mahe, en tanto que junto a la estación se veía una masa borrosa que señalaba la horda de restos metálicos sin identificar creada por la destrucción de varias naves y el curso errático que seguían sus restos.
—La Aja Jin sufrió daños —dijo Tirun con voz tranquila—. Los kif invadieron el control de tráfico de la estación y destruyeron los aparatos. La familia Llun tenía demasiados problemas a la vez; todo el mundo se estaba lanzando hacia la nave más próxima: Logramos abandonar el muelle y salimos huyendo con el resto. Supusimos que se dedicarían a observar las naves que iban en dirección opuesta. El ataque tuvo lugar hace unos tres cuartos de hora y esta vez venía del exterior del sistema. Nuestro curso actual nos lleva de vuelta a la estación: la Fortuna logró desembarcar un grupo no hace mucho y algunas otras naves lograron pasar después que ella. ¿Qué hacemos?
—Seguiremos hablando y de momento mantened el rumbo actual —Pyanfar tendió el brazo y accionó el aviso de que la nave estaba en movimiento—. Estamos acelerando —dijo por el comunicador, dirigiéndose a toda la nave—. Agarraos bien; voy a mantener el comunicador abierto desde aquí. Tenemos problemas y no quiero ningún jaleo por ahí abajo. Tirun, ¿qué dice el ordenador sobre los movimientos de los kif? ¿Tienes algún curso trazado?
Los datos aparecieron en la pantalla.
—Todas las estaciones han desconectado sus pantallas de datos, o al menos no recibimos nada de ellas. Algunas naves kif han salido del muelle pero no sabemos cuáles son. Lo único bueno de todo el asunto es que, al interrumpirse los datos procedentes de la estación bastante antes del ataque, no sabían nada sobre nuestras posiciones para poder guiarse, salvo la última que transmitieron de la estación, con lo que su ataque no fue muy preciso. La Aja Jin fue alcanzada al encontrarse inmóvil y cómo mínimo le dieron a un carguero y creemos que a unos cuantos kif, pero no sabemos nada con precisión, pues nadie está emitiendo apenas y muchos cargueros se están escondiendo lo mejor posible. Creo que en su próximo ataque se concentrarán en los blancos localizados hasta el momento: la estación, la última posición conocida de la Aja Jin…
—Anuurn, quizá.
Tirun la miró con las orejas pegadas al cráneo.
—Veo que has estado analizando la cuestión —dijo Pyanfar—. Te sigo. Dime cuáles han sido tus conclusiones. ¿Dónde piensas que se encuentra Akukkakk?
—Creo que logró salir de la estación y le habrá sido imposible acelerar lo suficiente como para participar en el ataque. Creo que debe ser una de esas naves que andan por ahí, manteniéndose tan quieto y callado como el resto. Y sólo descubriremos de cuál se trata cuando la fuerza de ataque vuelva para repetir su embestida de antes.
Pyanfar asintió. Comprender rápidamente las posibilidades de la maniobra que le habían servido en bandeja al salir los cargueros de la estación y aprovecharla en ventaja propia. Sí, era muy probable. Entraba en el estilo de Akukkakk, un estilo para el que ya estaba empezando a desarrollar cierta intuición, como si fuera capaz de percibir en cierto grado cuáles serían sus movimientos, sabiendo que si se enfrentaba a un desafío su reacción era siempre responder con otro mayor.
—Va a mandarles una u otra vez contra la estación —dijo Pyanfar, como pensando en voz alta—, para que sigan martilleando los restos, Eso, para darnos una lección; pero sabe condenadamente bien quiénes somos, primas. Somos demasiado visibles y tengo la impresión de que cuando pueda querrá ajustarle las cuentas a la Mahijiru y a nosotras. Y dado que la Mahijiru cuenta con Jik… —Miró hacia la pantalla y vio el punto doble que representaba a los mahe junto a la estación ocupada por los kif—. Esa fuerza de ataque estará ocultando sus emisiones pero Akukkakk va a tener una buena imagen para identificarles con toda precisión. Maldito sea.
—Podríamos dejar nuestro grupo en la estación —dijo Haral desde el puesto número cuatro—, y luego virar en redondo. Podríamos intentar aclarar un poco ese embrollo de naves.
—Lo que está claro es que debemos hacer algo. Tirun, te lo entrego —desactivó las funciones que había aceptado en su tablero y se volvió hacia ella—. Llévanos hasta allí. Hablaré con las demás pero os necesito aquí arriba. Sigue en tu puesto, Haral.
—De acuerdo —musitó Haral.
Pyanfar higo girar el asiento y se puso en pie, aprovechando el impulso de la nave para salir disparados fuera del puente, con sus garras clavándose en el suelo para no perder el control. Estuvo a punto de chocar con la pared antes de llegar al ascensor pero logró evitarlo. Apretó con un gesto brusco el botón de llamada y contuvo el aliento mientras esperaba que llegara el aparato.
El ascensor se detuvo por fin ante ella y Pyanfar entró en la cabina, que se puso en marcha inmediatamente hacia la cubierta inferior. Sentía que le temblaban los músculos y notaba una molesta tendencia a estremecerse como si tuviera frío, incluso cuando la atmósfera era cálida.
El ascensor se detuvo dejándola en el pasillo principal de la cubierta inferior, El grupo de Chanur estaba allí: se habían sentando en el suelo y sostenían los rifles en el regazo, como si esas armas fueran lo único seguro que les quedaba en ese instante, cuando estaban a punto de enfrentarse a lo desconocido, Al verla se pusieron en pie y entre esas siluetas distinguió a Chur y a Khym; a Tully, con Hilfy al lado, y también a Ginas Llun y a las capitanas Chanur con sus tripulaciones. En un par de zancadas estuvo junto a ellas y, cogiendo a Chur del brazo, miró a las demás:
—¿Habéis entendido todo?
—Sí —dijo Rhean Chanur—. Hemos de intentar reunir al personal de la estación y si mientras estemos allí hay otro ataque debemos ir hasta el centro de la estación y buscar por todos los medios vuestra señal cuando haya pasado. Que los dioses nos ayuden.
—La Orgullo volverá, Rhean. Tu nave logró romper el bloqueo, Tu nave y tu tripulación, bendita sea. No tengo ni idea del daño que pueden haber sufrido y será mejor que no partas con ningún plan preconcebido en cuanto a lo que puede ocurrir. Anfy, lo mismo digo; usa cualquier nave que tengas a mano. Si te hace falta cubrir los puestos con tripulantes del sistema, hazlo. Y al resto de vosotras, si usáis las armas, os aconsejo que busquéis a las tripulantes que haya por allí para que os apoyen, aunque sólo los dioses saben dónde pueden encontrarse ahora. Si os equivocáis de blanco habréis matado a un aliado, ¿comprendí do? Lo mismo ocurrirá si os cargáis alguna escotilla, así que mantened la cabeza sobre los hombros y procurad saber lo que hay detrás de vuestro blanco, Si queréis andar pegando tiros en una estación debéis apuntar a la cubierta y mantener las piernas listas para salir corriendo, ¿comprendido?
Las orejas de las más jóvenes se agacharon, inquietas. Pyanfar sentía clavados en ella docenas de ojos, un infinito de negras pupilas dilatadas. Pero Hilfy parecía ahora totalmente distinta: tenía las orejas erguidas y el rostro tranquilo. Pyanfar la miró, sintiendo en su interior una compleja mezcla de orgullo y dolor. Era imposible sacarla de aquí, mantenerla lejos de todo el embrollo; y no era necesario. Los que fueran a la estación y los que se quedaran en la Orgullo estarían compartiendo el mismo peligro; y quizá las ocupantes de la nave corrieran riesgos aún mayores. Si tenía una oportunidad, por pequeña que fuera, Akukkakk se encargaría de ello.
—Nos acercamos al muelle —dijo el comunicador—. Preparados para frenar.
—No debemos perder más tiempo —dijo Pyanfar en voz baja a las que tenía más cerca—. Chur, Hilfy, la Orgullo no puede prescindir de nadie más. Hacedlo tan bien como podáis y volved enteras. Los demás… Khym, no te separes de mis tripulantes, ¿me has oído?
Khym asintió. En el aire parecía flotar una tensión indefinible: nadie habría querido ocuparse de él, claro… pero en los ojos de Hilfy y Chur no hubo ni la menor señal de protesta. Khym las miró y los escasos restos de oreja que le quedaban se irguieron levemente al ver cómo ellas le devolvían su mirada.
Que los dioses las ayuden, pensó Pyanfar. Que los dioses le ayuden si por su culpa una de ellas muere, si comete alguna estupidez.
La velocidad disminuía rápidamente. Todos se agarraron a las paredes del corredor: la presión era muy fuerte, hasta el extremo de resultar casi insoportable. Pyanfar cerró los ojos por un instante y se dejó caer hasta el suelo como todos los demás, conformándose por ese instante con estar donde estaba y rogándole a los dioses en su fuero interno que le fuera posible acompañarles.
Tully estaba en cuclillas junto a Hilfy. Pyanfar volvió lentamente la cabeza hacia ellas, frunciendo los labios mientras pensaba en Tully. Sí, podía perder el control en un instante dado: no quería oír las instrucciones que se le dieran y podía enloquecer a causa de la ira. Khym estaba algo más lejos y Pyanfar sabía muy bien que le avergonzaba su estado físico, como le avergonzaba el aura casi palpable que le rodeaba: la desconfianza, la seguridad de que no iba a serles de ninguna ayuda sino que, al contrario, sólo conseguiría aumentar los riesgos que ya corrían, el temor de que siguiera sus propios impulsos, de que cediera a su inestable temperamento de macho. Khym, que les había salvado el cuello a todas y les había dado la oportunidad y el tiempo necesarios para despegar. Igual que Kohan, debatiéndose en su agonía, atrapado en la Residencia Chanur; y, a pesar de ello había acabado venciendo, por todos los dioses.
La gravedad fue disminuyendo en una errática serie de cambios de vector, haciendo que los cuerpos amontonados en el pasillo chocaran unos con otros a cada estallido de los impulsores secundarios. Los que habían logrado agarrarse firmemente a las paredes se encargaban como buenamente podían de quienes no habían sido tan afortunados o hábiles.
Contacto. La fuerza gravitatoria terminó afirmándose en la última dirección que habían padecido y las abrazaderas se instalaron en sus posiciones con un sonoro chasquido. La rampa de acceso quedó en posición con un golpe sordo.
—Hemos entrado en contacto con una fuerza ahí fuera —dijo Geran—, La salida está despejada. Buena suerte.
—Espero que vosotras también tengáis un poco de suerte —dijo Chur por el comunicador.
—Eh, ¡arriba! —gritó Hilfy y todo el grupo se puso en marcha, con un súbito nerviosismo por llegar a la escotilla.
Pyanfar se incorporó al mismo tiempo que todas las demás.
—Tully —dijo, indicándole con una seña que se acercara. Su rostro, que había estado lleno de una nerviosa alegría, se volvió repentinamente sombrío al darse cuenta de lo que deseaba. Pyanfar repitió su serla en tanto que las fuerzas de Chanur empezaban a desfilar por el corredor hacia la escotilla y al ver que Tully no se acercaba fue hasta él y le cogió por el brazo, mientras que Chur y Hilfy se quedaban esperándoles—. Seguid —les dijo Pyanfar—, y tened cuidado.
Chur y Hilfy se apresuraron a obedecerle y se reunieron con el resto del grupo, que ya estaba en la entrada de la escotilla. Pyanfar, con las orejas pegadas al cráneo, sintió cómo Tully tiraba de su mano.
—Pregunto —le dijo—. ¿Lucho con ellos, Pyanfar?
—No —replicó ella—. Allí fuera no puedes oír las órdenes que te den, ¿me comprendes? Ven conmigo, iremos al puente.
Si esas orejas patéticamente pequeñas que poseía hubieran podido moverse, Pyanfar estuvo seguro de que se habrían desplomado hasta confundirse con su cabeza. Tully le miró con ojos en los que habían un desánimo absoluto.
—¿Sí? —le dijo con un hilillo de voz—. Entiendo.
La escotilla se abrió y volvió a cerrarse unos instantes después.
—Vamos a subir —dijo Pyanfar por el intercomunicador—. Tened cuidado con la maniobra.
Tully la acompañó hasta el ascensor, casi corriendo. Pyanfar le metió dentro de la cabina y Tully se apoyó en la pared sin apartar los ojos de ella, con una mirada llena de dolor muy parecido al de Kohan: sus pupilas parecían cubiertas de sombras y su melena de tonalidades claras estaba convertida en un revuelto amasijo de pelos, en tanto que su cuerpo parecía haberse encogido a causa del cansancio y la desilusión.
—Iremos —le dijo mientras la puerta del ascensor se abría revelando el corredor que conducía al puente—. Iremos hasta allí y cogeremos a los kif, amigo mío; cogeremos a ese Akukkakk, esté dónde esté, y le arreglaremos las cuentas, nave por nave.
—¿Ahí? —Tully movió la mano en un amplio arco, abarcando el infinito.
—En este sistema; y debe de estar muy cerca, quizá demasiado —Pyanfar cruzó el umbral del puente, cogiendo a Tully del brazo y haciéndole sentar con un brusco empujón en el asiento auxiliar que había junto al puesto de Haral. El lugar no resultaba demasiado seguro pero en esos momentos no había lugares seguros. Pyanfar se dejó resbalar sobre la familiar superficie de su maltrecho asiento y se colocó el cinturón de seguridad mientras que Tirun desconectaba las abrazaderas de la nave. Cuando la Orgullo adquirió su propia gravedad, Pyanfar tomó los controles y la hizo partir en un rumbo mucho más arriesgado del que habría osado tomar si las autoridades de la estación hubieran estado en situación de protestar.
—¿La situación sigue como antes? —le preguntó a Tirun.
—Según mis cálculos creo que tenemos una media hora antes de ese ataque —le respondió Tirun.
—Haral; comunica con todas las naves. Tenemos kif entre nosotras. Emite ahora mismo la señal de identificación, tanto la de origen como la de nuestra casa, y diles a todas que hagan lo mismo.
—Bien.
Pyanfar colocó la nave por encima de la estación y en la pantalla de vídeo aparecieron con bastante claridad las dos naves mahe y un grupo disperso de naves que no habían logrado alejarse lo bastante de la estación como para escapar a su fuerza rotatoria, algunas por estar averiadas y otras por habérselo impedido los restos metálicos de la estación o de alguna otra nave destruida.
En el dique había tres naves kif con las popas ennegrecidas: al menos, la Mahijiru había logrado encargarse de eso.
Y de los mahe nada, ni una sola señal. Pero, de pronto, las dos naves empezaron a moverse, primero lentamente y luego con mayor rapidez.
—Parece que hemos conseguido agitar las cosas un poco —dijo—. Nuestros amigos parecen haberse enterado de que no son ellos los que están transmitiendo.
—Estoy recibiendo señales de identificación —dijo Geran.
En la pantalla empezaron a surgir los datos que identificaban a las naves hani. Los knnn se movían trazando bruscos giros aparentemente irracionales y en la pantalla aparecían las sombras fantasmales que indicaban sus aceleraciones. Pyanfar se pasó la lengua por encima de los dientes, intentando no distraerse con esas imágenes, observando atentamente a las naves que aún no se habían identificado. El número de señales de identificación iba aumentando y la Orgullo aceleró un poco más. En el dique se veía otra nave moviéndose y luego otra más; eran cargueros construidos para operar dentro del sistema y comparados con la aceleración creciente de la Orgullo parecían casi inmóviles, Las naves se estaban moviendo casi al azar, intentando que el ataque inminente no las alcanzara… o, al menos, con la esperanza de que así fuera.
—¡Malditos sean! —dijo Haral—. Parece que le han dado bien: fíjale en su velocidad.
Haral se estaba refiriendo a Jik. La Aja Jin llevaba detrás un reguero de fragmentos metálicos pero a pesar de ello las dos naves mahe estaban acelerando sin demasiados problemas aparentes y se dirigían en línea recta hacia el grueso de las demás naves.
Pyanfar decidió reducir su propia velocidad. Los mahe habían sacrificado su flexibilidad de movimientos y de modo deliberado se habían metido en el punto donde habría más problemas, en un lugar donde la abundancia de naves era tan grande que les resultaría imposible maniobrar luego.
—Mantengamos nuestras opciones —dijo Pyanfar con voz calmada.
De pronto un carguero identificado antes como hani desapareció en una flor de estática brillante.
—Capitana —dijo Tirun—. Tres puntos hasta entonces sin identificar quedaron etiquetados como enemigos. La Mahijiru y la Aja Jin se lanzaron hacia ellos.
—No os metáis en mi camino, condenados —musitó Pyanfar—. Haral estaba transmitiendo frenéticamente por el comunicador, aconsejando a todas las naves que se apartaran de la zona en que estaban los kif.
—Si no giran de inmediato los mahe se meterán en nuestra línea de fuego —dijo Geran—, Van a meterse de cabeza en…
—Vamos a dejar que los kif rebasen nuestro cénit —dijo Pyanfar secamente—. De todos modos, ése es nuestro lado mejor protegido.
—Los tengo localizados —dijo Tirun, quitando el protector que cubría su mando de armamentos en la parte superior del casco.
—Knnn acercándose —dijo Geran, lacónicamente. La alarma empezó a zumbar estridente mientras que una nave a toda velocidad pasaba sobre la Orgullo dirigiéndose hacia la inminente confrontación mahe/kif, desvaneciéndose con tal celeridad que en la pantalla su curso apareció como una línea de puntos probables.
—Saludos de la Mahijiru —le informó Haral.
En la pantalla aparecía una confusa masa de restos metálicos: mahe, hani o kif; resultaba imposible saberlo, ya que las posiciones eran aún demasiado cercanas. Los puntos luminosos empezaron a superponerse y a dividirse a medida que los kif avanzaban. Una nave fue alcanzada y de pronto la Orgullo se vio metida en pleno combate.
—Akukkakk está aquí —dijo Pyanfar, sin quedarle la menor duda sobre la identidad de un kif que decidiera poner como blanco principal de su ataque a la Orgullo, sin hacer caso de los mahe que se habían lanzado sobre él.
—Ahora hay dos naves —exclamó Tully y en la pantalla aparecieron las dos naves mahe, todavía juntas, que habían dejado de acelerar y muy probablemente estarían frenando para reiniciar su ataque. También se distinguían naves hani que convergían sobre los kif desde todos los vectores de la esfera, así como dos naves kif en buen estado para combatir, La tercera estaba rodeada por una nube de polvo y fragmentos metálicos, junto al inestable punto luminoso que representaba a los kif—. A ese kif le han atrapado.
—Y a esos dos los cogeremos nosotras —murmuró Tirun. La doble imagen estaba ahora casi encima de la Orgullo y el intervalo de distancia se reducía a cada segundo que pasaba, con su propia velocidad añadida ahora a las de los kif que se les echaban encima. La nave knnn estaba regresando, como si se hubiera materializado de entre la nube de fragmentos. La Mahijiru y la Aja Jin estaban más lejos aún que antes, pues debían reducir velocidad antes de poder cambiar el rumbo y lanzarse de nuevo sobre los kif, encontrándose en esos momentos a unas distancias demasiado reducidas como para que fuera posible usar el impulso de salto.
—¿Cuál? —le preguntó Tirun.
—Escoge el blanco que te parezca mejor —dijo Pyanfar—. No se me ocurre cuál de las dos.
Ahora las pantallas lejanas mostraban naves de salto hani que se precipitaban en un curso directo para interceptar a los kif, pero no llegarían a tiempo de ayudarles. Hacer carreras con esas veloces naves de caza no era algo en lo que un carguero pudiera tener muchas esperanzas, aunque fuera vacío: resultaba imposible ganarles.
Las naves kif pasaron como una exhalación sobre el cénit de la Orgullo. Un intercambio de disparos y las pantallas parecieron explotar. El impacto hizo bambolearse a la Orgullo, sacándola de su curso y llenando los tableros de luces rojas. Las pantallas se despejaron a tiempo de mostrarles una imagen nueva, la de otra nave que parecía desplomarse sobre ellas, en tanto que un agudo gimoteo knnn inundaba el comunicador.
La nave se desvaneció en el cénit de la Orgullo y Pyanfar hizo girar la nave ciento ochenta grados, previendo el regreso de los kif y un nuevo ataque; esperando que así la posición para replicar a su fuego fuera algo mejor. La Mahijiru y la Aja Jin estaban volviendo; quizá llegaran a tiempo, La Orgullo empezó a devolver el fuego tan pronto como sus cañones se alinearon con el blanco. Los kif habían girado nada más alejarse del primer punto de impacto y un nuevo estallido de fuego sumergió las pantallas, colmando de luces rojas los tableros que aún seguían despejados.
—¡Blanco! —aulló Geran—. Mirad cómo se mueve esa maldita. ¡Le hemos dado, por todos los dioses!
La oirá nave seguía disparando. La distancia que separaba a las dos naves seguía aumentando, pero ahora con mayor lentitud. La nave volvería muy pronto.
—Dientes-de-oro —dijo Pyanfar, accionando con un golpe seco el comunicador—, maldito seas, date prisa… que alguien ahí fuera se dé prisa, maldición.
La nave knnn estaba virando en un ángulo imposible, una de esas maniobras a las que sólo un knnn podía sobrevivir. La nave apareció de pronto en el intervalo que separaba a las dos combatientes, justo en la línea de fuego.
—Buen trabajo —dijo, de pronto, la voz de Dientes-de-oro—. Tengo…
La comunicación se interrumpió sin ningún aviso y las pantallas se volvieron locas, en tanto que todos los sensores parecían quedarse ciegos bruscamente… un campo de salto. Por los dioses, un campo de salto… en un espacio lleno hasta rebosar.
—¡Capitana! —gritó Tirun, a una distancia que primero pareció enorme y luego volvió a reducirse al soltarles el campo con idéntica brusquedad a la de su aparición. Tully lanzó un quejido interminable y agónico.
Había algo. Donde antes sólo había estado el vacío apareció una masa colosal, dibujando un punto enorme en la pantalla que volvía a encenderse. Una nave monstruosa en el cénit de estribor. Su repentina aparición las había sacado de su curso, al igual que había sucedido con todas las demás naves. El ordenador luchaba como un loco para compensar su trayectoria. Pyanfar empezó a examinar el sistema, intentando comprender lo que había ocurrido. Por los dioses, el recién llegado era inmenso. En la pantalla todos los demás puntos luminosos parecían haber empequeñecido de pronto, tanto los kif y los mahe como las naves hani y el knnn solitario.
—Capitana —la voz de Haral, En el comunicador, que ya funcionaba de nuevo, empezó a recibirse un coro de gemidos que estuvo a punto de hacer estallar el altavoz, tal era su potencia. Los ruidos y parásitos que acompañaban la señal rebasaban ampliamente la escala auditiva de Pyanfar y los oídos le dolían como si se los estuvieran haciendo pedazos.
De pronto el gran punto luminoso se hizo pedazos pero no para convertirse en despojos metálicos: un punto más pequeño permaneció inmóvil en el centro y los demás se expandieron en todas las direcciones.
—Knnn —jadeó Pyanfar—. Viajando en sincronía… Que los dioses nos ayuden a todos.
—Hani… —Un chasquido en el comunicador, una voz kif que ya le era familiar—, Pyanfar Chanur…
Las naves knnn se movían al unísono, como un enjambre, dirigiéndose hacia los kif, que de repente empezaron a incrementar su velocidad: Akukkakk tenía el camino libre y estaba utilizando todos sus recursos para largarse por él. Se estaba retirando pero no podía acelerar lo bastante rápido; los knnn se encontraban demasiado cerca de él y la distancia se estaba reduciendo por segundos.
La solitaria nave knnn frenó en seco y con un brusco viraje se unió al enjambre lanzado en persecución de los kif.
—¡Chanur! —gritó Dientes-de-oro.
Pyanfar permanecía como helada, con los ojos clavados en las pantallas. En el comunicador se oía un confuso estruendo de voces hani, aterradas, haciendo un montón de preguntas casi ininteligibles. Las naves knnn iban a una velocidad cada vez mayor.
De repente apareció otra señal en la pantalla, una para la que el ordenador no poseía ninguna referencia con que manejarla: el barrido de la pantalla siguió e hizo parpadear el objeto del tamaño de una nave que los knnn habían dejado atrás, en tanto que el ordenador indicaba la necesidad de que interviniera el control manual.
En el comunicador sonó una voz extraña, parecida a la de Tully, aparentemente asustada.
Pyanfar miró a Tully, que estaba agarrado al borde del tablero con la piel cubierta de sudor y los ojos aún aturdidos por el salto y vio cómo su expresión cambiaba bruscamente al oír esa voz.
—- nave —dijo el traductor interpretando la transmisión del recién llegado—. = nave = tú.
—¡Comunicaciones! —gritó Pyanfar hacia Haral y ésta le pasó el control del tablero. El corazón le golpeaba las costillas como un animal enloquecido—, Aquí la nave hani el Orgullo de Chanur. Os encontráis en espacio hani. Amigas, ¿comprendido?
—Capitana —exclamó Tirun—, capitana, los knnn…
La respuesta del traductor empezó a zumbar monótonamente en sus oídos. Pyanfar clavó los ojos en la pantalla, viendo cómo la distancia que separaba a los Kif de sus perseguidores knnn se iba reduciendo cada vez más.
—Tully —dijo, sin apartar la vista de la imagen—. Haral, pásale el comunicador. Deja que lo utilice.
La voz mecánica del traductor se calló bruscamente y Pyanfar se arriesgó a volverse un instante, viendo a Tully, ya más dueño de sí mismo, con el micrófono en la mano y hablando en una veloz cascada de sílabas cristalinas con los seres que habían sido transportados por el grupo de naves knnn en sincronía, en una nave que había sido tratada como un fardo de mercancías, incapaces de comunicarse con los knnn y hacerse entender por ellos.
—Capitana…
Pyanfar alzó los ojos. Los knnn estaban rodeando a la Hinukku: la habían alcanzado. Sus masas se confundieron, igual que se habían agrupado alrededor de la nave de los Extraños al llegar ésta.
—Dioses —musitó Tirun.
—Están comerciando —dijo Pyanfar con incredulidad—, igual que en Kirdu. Dioses, están haciendo un trato. Una nave Extraña a cambio de la Hinukku. De Akukkakk…
—¡Pyanfar! —La voz de Dientes-de-oro en el comunicador—. ¿Comprender esos bastardos?
—Una nave humana —dijo Pyanfar, activando su conexión con el transmisor, que no había llegado a desconectar—. Los knnn acaban de entregarnos una mercancía viviente. Pertenecen a la especie de Tully. Por todos los dioses, los knnn siguen acelerando hacia el exterior del sistema.
—Nave kif deja estación —gritó, de pronto, la voz de Jik—, Él va.
Una nave kif de las tres que estaban en el muelle. Claro, eso era: una nave kif medio estropeada, con los propulsores casi inútiles, retirándose con agónica lentitud, intentando pasar desapercibida.
—Están siguiendo el curso del ataque anterior —dijo Pyanfar, prácticamente temblando por la excitación que sentía—. En nombre de todos los dioses, grandes y chicos, se están escapando, se están preparando para escapar.
De pronto la pantalla registró una especie de vacío, el típico fantasma que dejaba siempre una nave al partir en el salto: el vacío tenía su centro allí donde un segundo antes había un grupo de naves knnn rodeando a la Hinukku. El fantasma esta vez era tan grande que causó momentáneas ondulaciones en la textura del tiempo y el espacio y cuando se desvaneció Pyanfar distinguió un fantasma más diminuto y fugaz: la nave knnn. Se había ido.
Las dos naves kif que aún quedaban se alejaban lentamente hacia el exterior del sistema y sus oscuras profundidades, emitiendo con todas sus fuerzas una señal en la que estaba contenido todo el desastre que habían sufrido.
—Tenemos —dijo Dientes-de-oro—. Tenemos, Pyanfar.
—Tenemos… sólo los dioses saben qué tenemos. —Oía aún el parloteo de Tully en el comunicador y ahora percibía en sus palabras matices y tonalidades emocionales que antes nunca había notado. Se volvió a mirarle y le vio instalado en el tablero de Haral como si le hubiera pertenecido desde siempre. Tully se dio cuenta de que le miraban y se volvió hacia ella. Tenía el rostro cubierto de líquido.
—Amigo —le dijo en su propia lengua—. Todos amigos.
Los dioses eran testigos de que había mucho que contarles a los recién llegados y si algo no necesitaba el traductor en esos momentos era más vocabulario con el que embrollarse. Sólo los dioses sabrían de qué modo sería posible entendérselas con otra docena de Tullys, tan confusos y aterrados como lo había estado él al llegar.
—Que vengan —le dijo Pyanfar, articulando lentamente las palabras para hacerse comprender—. Diles que vengan a la estación.
—Venir, sí.
Pyanfar se volvió de nuevo hacia la pantalla y empezó a planear un rumbo a la estación. Algunas naves ya estaban dirigiéndose hacia ella, principalmente las naves hani con capacidad de salto que no habían llegado a tener ocasión de reducir su velocidad: tenían parientes en la estación o quizás iban e busca de sus tripulaciones o de los grupos que habían desembarcado en los diques para ayudar a la casa Llun.
En esos instantes podía estar ocurriendo cualquier cosa en la estación, dado el pánico en que debían encontrarse los kif.
Y en esos momentos ni cien Extraños sobre bandejas de oro habrían podido interesarle en lo más mínimo.
—Capitana —dijo Geran y de pronto un torrente de datos nuevos apareció en la pantalla, en tanto que una señal familiar brotaba firme y clara en el altavoz—. La estación vuelve a transmitir, capitana.
Oyó cómo los mahe las avisaban de lo que ya era obvio en tanto que los Extraños parloteaban incesantemente, con toda seguridad porque ellos también estaban recibiendo la señal, y una confusa multitud de voces hani que le hacía ansiosas preguntas a la estación.
—La estación se encuentra totalmente a salvo y en orden —fue la respuesta—, Aquí Kifas Llun. La resistencia ha terminado y la estación se encuentra totalmente a salvo.
Pyanfar mantuvo la velocidad, sin hacer caso de la multitud de luces que le indicaban las averías sufridas. Esa condenada tobera número uno volvía a estar mal y sólo los dioses sabían qué otras partes de la nave habían sufrido un buen vapuleo pero aún podían controlar su dirección y su capacidad de frenado no había resultado afectada. No había necesidad de entrar cojeando, ya que la estación no había tenido el tiempo necesario para establecer los senderos de aproximación: las naves deberían arreglárselas manteniendo los ojos bien abiertos y evitando los choques.
Estaban recibiendo otras señales. La estación de Harn volvía a emitir y unos minutos después se recibió una transmisión de Tyo, informando de que ni los daños ni las bajas habían sido de gran consideración.
Hilfy, pensaba constantemente Pyanfar, y Chur.
Y Khym, aunque eso estaba casi oculto en lo más hondo de su cerebro, y Khym, para quien ya no podía concebir ninguna esperanza.
Pero, después de todo, él había venido hasta aquí buscando precisamente eso.
Una gota de sudor resbaló por su nariz, haciéndole cosquillas. Le costaba respirar dada la aceleración. Los mahe viajaban casi pegados a la Orgullo y detrás de ellos, por razones ignoradas y movidos por un propósito imposible de adivinar, venía la nave de los Extraños, rebasando uno a uno a los cargueros más lentos para los que el viaje sería cuestión de horas.
Para cuando llegaran, quizá la estación de Gaohn tuviera ya los primeros informes sobre las bajas sufridas.