8

—¡Tía! —no era el comunicador; era Hilfy en persona, inclinándose sobre su lecho para sacudirla—. ¡Tía! —Pyanfar emergió bruscamente del sueño retorciendo el cuerpo de modo instintivo para golpearla con el codo. Logró dominarse a tiempo y, con un estremecimiento, se encontró contemplando las dilatadas pupilas de Hilfy—. Es la Buscaestrellas —dijo Hilfy—. Han logrado huir y tienen problemas. No consiguen reducir la velocidad. Acabamos de recibir el mensaje.

—Oh, dioses —Pyanfar apartó la sábana de una patada y abandonó el lecho, cogió a Hilfy del brazo y la hizo salir de la habitación—. Habla, chiquilla: ¿hay alguien más en problemas?

—La estación ha llamado a todas las naves mineras que están en su rumbo. Dijeron algo sobre un carguero saliendo del sistema y que podía cambiar de dirección. —Hilfy permitió que Pyanfar la fuera empujando a través del umbral por el pasillo y luego aceleró el paso manteniéndose junto a ella durante el trayecto hasta el puente—. Hay un retraso en la transmisión de unos veinte minutos, dado que las señales llegan cruzando la ruta del cénit de Lijahan.

—¿Veinte ahora?

—Aproximadamente.

Haral estaba en el puente examinando los monitores. Las luces se reflejaban en su rostro: al oírlas llegar se volvió hacia ellas con una actitud activa y el rostro muy serio.

—Tendrán que utilizar el módulo —dijo Haral—. No hay modo alguno de llegar hasta ahí a tiempo y es imposible manejar esa masa para un intento de rescate, aunque la hayan reducido al máximo.

—¿Cuál es nuestra situación?

—No podemos llegar a ellas —protestó Hilfy, y lo que decía era pura lógica.

—No para rescatarlas —contestó Pyanfar en voz queda.

—Las reparaciones están a medio hacer —dijo Haral—. El impulsor no está arreglado del todo. Si están huyendo de alguien, puede que estemos en un apuro.

Tiran entró en el puente cojeando con paso presuroso y por el comunicador llegó una señal de la cubierta inferior.

—Estáis recibiendo todo lo que sabemos —transmitió Haral a Geran y Chur, que estaban abajo—. De momento no hay más información.

—Vamos —murmuró Pyanfar contemplando el puntito que aparecía en el diagrama del área—. Hazlo, Faha, Sal de ahí —su cuerpo pareció hundirse en el asiento acolchado, los ojos aún clavados en la pantalla, mientras sus dedos tecleaban el código operativo de la estación—. Aquí la Orgullo de Chanur. Transmisión urgente dirigida al Maestre de la estación, al habla Pyanfar Chanur: advierto de una posible persecución con intenciones hostiles en el vector de la nave averiada que se aproxima. Repito: posible persecución con intenciones hostiles sobre la nave averiada que se aproxima.

—Recepción del mensaje clara, Orgullo de Chanur. Naves mahe respondiendo a la emergencia. Por favor, permanezca a la escucha.

Pyanfar siguió vigilando la pantalla con los nudillos apoyados en los dientes y la respiración sibilante. En el diagrama aparecía el tráfico de naves, paralizado en comparación a la línea borrosa que representaba el trayecto de la Buscaestrellas: el movimiento era ralentizado lo bastante como para ser visible sólo gracias a que el diagrama abarcaba todo el sistema. Tanto las imágenes de la pantalla como las voces procedentes de la zona de emergencia eran ya historia. Incapaz de reducir su velocidad, la Buscaestrellas no tendría más remedio que cruzar el sistema como una flecha para acabar perdiéndose en un ciego viaje hacia el infinito. Era un modo muy lento de morir.

—La transmisión se ha perdido —dijo Haral. Hilfy, desesperada, se inclinó sobre ella accionando los controles de su tablero. Pyanfar sacudió la cabeza, mordisqueándose una garra. Reunir a una tripulación aún aturdida por los efectos del salto y dirigirla hacia el módulo de escape (que, dado el tipo de la Buscaestrellas, se encontraría en la parte alta de la estructura), con los escasos minutos de tiempo que les quedaban…

Y, si conseguían hacer todo eso, entonces sólo les quedaba esperar que los motores del módulo fueran capaces de contrarrestar la velocidad que ya llevaban dándole a cualquier nave cercana la oportunidad de alcanzarles y apresar de ese modo la masa del módulo, más pequeña y manejable, hasta reducir su impulso a una magnitud manejable. El carguero que se encontraba por ahí cerca era su mejor oportunidad de sobrevivir, siempre que la tripulación lograra huir en el módulo.

—¡El módulo se ha soltado! —exclamó Haral y, al oírlo, Tirun y Hilfy empezaron a darse golpes de puro alivio en la espalda. Pyanfar se tapó la boca con las dos manos, apretando con fuerza, y se quedó contemplando la pantalla con las orejas gachas, viendo cómo aparecía un nuevo diagrama indicando el curso probable del módulo ya separado de la nave condenada. Los dos puntos seguían avanzando por el mismo curso pero gradualmente fueron apartándose: el impulso de frenado del módulo no era lo bastante fuerte como para eliminar la velocidad que había adquirido con la nave antes de que su potencia se extinguiera, pero estaba haciendo todo lo posible. Lo más probable era que la tripulación se desmayara debido a la tensión del frenado, lo que después de todo sería mejor para ellas. Ahora empezaba la carrera: con el tiempo se vería si el carguero lograba alcanzar al módulo o si éste acabaría saliendo del sistema.

—¿Carguero mahe? —preguntó Pyanfar.

Haral hizo un gesto de asentimiento.

Las transmisiones que recibía la Orgullo procedían de la estación y la estación debía estar utilizando los datos procedentes de naves más lejanas, al igual que de las minas de Lijahan y de cualquier otra fuente capaz de proporcionárselos, con lo que el tiempo relativo era bastante difícil de calcular ahora. El carguero iba aumentando su velocidad a medida que transcurrían los minutos, propulsándose con su campo de salto. La distancia que los separaba iba reduciéndose con agónica lentitud mientras que las imágenes de la pantalla iban variando, manteniéndose en relación con algo que ya había sido decidido hacía tiempo, en un sentido o en otro.

Por el comunicador oyeron de pronto una transmisión gemebunda. Knnn.

—Dioses —dijo Tirun—. Por ahí fuera hay una nave knnn.

Desde el puesto de mando de la estación le respondió una voz tc’a. Luego oyeron más transmisiones: una serie de voces knnn, un discordante concierto de gemidos.

—Chanur —dijo de pronto una voz hani, clara y aparentemente muy próxima—. ¿Esto también es obra tuya?

Pyanfar extendió la mano hacia el interruptor, haciendo todo un esfuerzo de voluntad para esconder la garra que había surgido automáticamente.

—Tahar, ¿eso es una pregunta o una queja?

—Aquí Dur Tahar. Es una pregunta, Chanur. ¿Qué sabes de todo esto?

—Ya te lo dije. No hablemos de esto por el comunicador, Tahar.

Silencio. La nave Tahar no era aliada de la tripulación Faha. Las vidas que corrían peligro ahora eran aliadas de Chanur pero si alguna nave de la estación hubiera podido llegar ahí a tiempo, la Luna Creciente lo habría intentado: Pyanfar no dudaba de ello. El permanecer inmóvil vigilando la pantalla era un esfuerzo doloroso. Tirun, a su lado, se había reclinado en su asiento y Hilfy contemplaba la pantalla en silencio mientras sus parientes Faha y la ruina que antes fue una nave Faha se acercaban cada vez más y más al límite de recepción. Después de que hubieran rebasado ese punto ningún sistema observador sería capaz de seguirles. Ahora la estación recibía una transmisión de una fuente distinta, el mercante Hasatso, la nave de carga que perseguía a la Buscaestrellas y la única que se encontraba cerca de ella. El punto luminoso que representaba a la Buscaestrellas acabó desapareciendo de la pantalla.

—Nave Chanur —transmitió la estación—, nave Tahar. Advertimos que mercante Hasatso se vio obligado a expulsar la carga; hacer todo lo posible.

—Chanur y Faha pagarán las compensaciones adecuadas —replicó Pyanfar y apenas una fracción de segundo después la Luna Creciente transmitió su agradecimiento a la Hasatso a través de la estación.

—Que los dioses cuiden de ellos —murmuró Haral. Habían arrojado su cargamento para ganar más velocidad, para acudir en socorro de unas vidas en peligro que no pertenecían a su especie.

Un gemido knnn y ninguna otra señal. Durante largo tiempo todas las respiraciones de la Orgullo parecieron convertirse en un solo aliento colectivo.

—Están casi ahí —dijo Hilfy en voz muy baja.

—La han alcanzado —dijo Tirun—. Ahora es imposible que fallen.

Todo ocurrió con gran lentitud. Las transmisiones de la Hasatso fueron haciéndose gradualmente más esperanzadas hasta que, por fin, informaron de que habían capturado el módulo.

—Señal hani —le dijo la Hasatso a la Estación de Kirdu—, en módulo. Viven.

Pyanfar exhaló por fin el aliento que había estado conteniendo. Sonriendo, le apretó el brazo a Hilfy, que parecía totalmente agotada.

—Tahar —transmitió Pyanfar—, ¿han recibido ese informe?

—Recibido —contestó lacónicamente la nave Tahar.

Pyanfar cerró el contacto y se quedó inmóvil por unos instantes con las manos sobre el tablero que tenía delante. Una nave perdida: algo que, como pedía la tradición, bien merecía ser lamentado. El hogar y la vida de toda la tripulación Faha se había esfumado para siempre.

—Estación —transmitió después de unos instantes más—, dígale a la tripulación Faha que Chanur le envía su más profundo dolor por lo ocurrido y que ker Hilfy Chanur par Faha les ofrece todos los recursos que en estos momentos están en manos de la Orgullo de Chanur.

—Dígales —otra vez, transmitiendo directamente—, que Dur Tahar de la Luna Creciente de Tahar, les ofrece también su ayuda.

Eso era sólo cortesía. Pyanfar se reclinó en el almohadillado y finalmente se irguió, estirando los hombros.

—Ya hemos hecho todo lo posible. Hilfy, trae algo de beber; ya que he sido despertada tan bruscamente, es lo menos que se me debe. Algo de beber y el desayuno: mientras, oiré los informes menos urgentes, Haral, ¿quién está de guardia ahora?

—Yo.

—Bien. Entonces, baja a la cubierta inferior. Tirun, a descansar.

—De acuerdo —murmuró Tirun, levantándose con cierta dificultad tras apoyarse en el tablero para salir cojeando detrás de Hilfy. Pyanfar se recostó en la consola de comunicaciones y miró a Haral, sentada en el número dos.

—Esa nave knnn está ahora orbitando Lijaban —dijo Haral, examinando las pantallas—. Aún sigue armando jaleo. Me extraña mucho que no intentaran recuperar parte de la mercancía perdida.

—Bien. Mi única esperanza es que se queden ahí un buen rato.

—La cuadrilla de reparaciones sigue trabajando en nuestra cola. También se están ocupando de las conexiones. El cable está ya listo, sólo falta asegurarlo. Pero faltaban catorce paneles y había seis algo sueltos. Creen que dentro de unas veinte horas más, trabajando sin parar, tendrán colocados los nuevos.

—Dioses —Pyanfar se pasó la mano por la frente y luego por la melena, pensando en los kif, en el ataque que había reducido la Buscaestrellas a una ruina condenada. Aparte de los knnn también se podía esperar otras visitas a los despojos metálicos; estaban los kif de la estación, que por el momento no daban señal alguna de movimiento. Eso no era natural. Nadie se movía excepto quizás unos cuantos mineros impulsados por la ambición. Pero, de momento, nadie de la estación. Las noticias se habían extendido y los rumores hacían que todo el mundo se sintiera algo inquieto.

—La nave Tahar —dijo Haral unos instantes después— ha presentado una petición para terminar con sus operaciones de carga. Se lo han concedido.

—Qué gran ayuda. Al menos, están aquí de momento.

—Ésa es la ayuda típica de toda la casa Tahar, si se me permite decirlo.

—Hablaré con ellas.

—¿Piensas que la nave Tahar pretende proteger nuestras espaldas?

—No —dijo ella—, no lo creo. Al menos, si no ven en ello algún beneficio. ¿Qué están haciendo? Creí que no estaban cargando nada.

—Están descargando. Se preparan para correr al máximo. Los recipientes salen de esa nave como un desfile de gusanos.

Pyanfar asintió.

—Entonces, debe ser que la estación quiere poner a salvo esa carga; y Tahar piensa echar fuera todo el peso posible excepto la parte que retenga para ganar tiempo. El Maestre se ha echado para atrás, eso debe ser; supongo que algunas compañías de las que operan en la estación han empezado a lloriquear por las pérdidas y la nave Tahar podrá quedarse aquí todo el tiempo que desee. Eso nos da tiempo también a nosotras.

—Dioses, ¡menuda factura!

—Nuestro Extraño está resultando caro en todos los sentidos —Hilfy apareció por el umbral con una gran bandeja en la que había dos desayunos y Pyanfar se volvió hacia ella—. Gracias —le dijo, cogiendo uno de los desayunos y deteniéndose un momento para examinar el rostro de Hilfy, que estaba observando la situación en la pantalla. Aún llegaban transmisiones de la Hasatso, con las interrupciones ocasionales que indicaban reducciones de velocidad—. Van a tardar un poco —dijo Pyanfar—. A menos que tengan algún grave problema médico dudo de que piensen llegar aquí con prisas, se limitarán a seguir el rumbo lento y seguro. Tardarán horas. Anda, vuelve a tu camarote, de veras.

Unos cuantos puertos antes quizá Hilfy habría intentado discutir con ella, agachando las orejas y poniendo mala cara. Ahora se limitó a hacer un gesto de asentimiento y se fue. Pyanfar miró a Haral, que la había estado siguiendo con los ojos, y luego movió lentamente la cabeza, como pensativa.

—Bueno —se limitó a decir Pyanfar, atacando luego su desayuno. Haral la imitó y las dos permanecieron en silencio, comiendo y observando la pantalla—. Voy a decirte algo, prima —exclamó finalmente Pyanfar—, deja la guardia y yo me encargaré de ella.

—No es necesario, capitana.

—No seas tan noble, tengo cosas que hacer. Pero hay algo en lo que puedes ayudarme. Cuando bajes échale una mirada a Tully y asegúrate de que está bien.

—De acuerdo —dijo Haral. Se puso en pie y recogió los restos del desayuno en la bandeja—. Pero estoy segura de ello, capitana. Chur ha ido abajo para no perderle de vista. Ha instalado otro catre y…

Pyanfar había estado sorbiendo su último trago de efe y estaba a punto de entregarle la taza. Al oírla la estrelló secamente con la bandeja.

—Por el trueno de los dioses, ¿ordené que le pusieran ahí solo o no?

Haral abatió las orejas, preocupada.

—Capitana, Chur dijo que estaba nervioso y se preparó ese catre en el lavabo para que al despertar no se encontrara solo. Dijo… perdón, capitana, pero dijo que después del sedante tenía muy mal aspecto. Estabas durmiendo, capitana. Yo se lo permití, creyendo que…

Pyanfar lanzó un breve bufido.

—Vaya, qué bien. Así que Chur dice que Tully está deprimido.

Haral asintió.

—Me encargaré de que se le deje a solas —dijo Haral.

—Así que Chur lo dijo.

—Eh… —Haral empezó a pensar de pronto en lo que podía haber ocurrido y los pelos de su bigote parecieron desplomarse sobre su boca—. Lo siento, capitana.

—Por todos los dioses, él…

—No es igual que si fuera hani, capitana.

—No es igual —acabó diciendo Pyanfar—. Está bien. Métele donde quieras; eso es asunto de la tripulación, no mío. Hazle trabajar. Ha dicho que era técnico de monitores. Deja que vea cómo funcionan. ¿Quién está en el turno siguiente?

—Ker Hilfy.

—Que sea con alguien experimentado. Alguien que ya haya cometido sus propios errores.

Haral sonrió y se frotó la negra cicatriz que le cruzaba el rostro.

—Bien. Una de nosotras le acompañará.

—Lárgate.

Haral salió de la habitación y Pyanfar cerró la consola, transmitiendo toda la actividad a su tablero, ocupando su asiento y examinando los mensajes de las últimas horas. Nada nuevo que no le hubiera dicho ya Haral: la discusión de la nave Tahar sobre el quedarse, los inicios de la crisis en la Buscaestrellas. Aún seguía llegando información de vez en cuando: la Hasatso decía que las supervivientes eran cuatro.

Cuatro. Pyanfar sintió como si una ola fría le abatiera el ánimo.

Cuatro de las siete tripulantes. Algo más se había perdido en el espacio junto con la masa física de la Buscaestrellas—. La pérdida había sido aún peor que la representada por una vida o dos en una tripulación unida por estrechos lazos de parentesco. El que hubiera cuatro supervivientes de un total de siete suponía una carga demasiado grave para que el grupo fuera capaz de recobrarse: ya nunca volvería a ser como antes. Dioses, tener que empezar de nuevo habiendo sufrido esas pérdidas.

—Estación —dijo—, aquí Pyanfar Chanur: confirme transmisión de la Hasatso. Nombres de las supervivientes.

—Orgullo de Chanur —le respondió la estación—, transmisión Hasatso cuatro supervivientes en buenas condiciones. No hay más información. Transmitiremos su pregunta.

Le dio las gracias a la estación de modo algo distraído y permaneció contemplando la pantalla. Dado el lapso de retraso que había en toda transmisión no le quedaba más remedio que esperar. Se entretuvo comprobando mientras tanto qué naves estaban siendo reparadas y cuáles eran sus averías y luego se puso en contacto con el mercado de la estación, disponiendo que le entregaran unos cuantos artículos mediante los recaderos del muelle. Las comunicaciones operaban con bastante dificultad y retraso: en la estación todo el mundo parecía aturdido por los recientes acontecimientos y el nivel de los servicios había descendido alarmantemente.

—Estación, ¿qué sucede con la respuesta? —le preguntó a la sala de control principal.

—La tripulación se niega a contestar —le respondieron. Otro fallo de comunicaciones. Nervios. Posiblemente las hani estaban tan nerviosas como sus salvadores mahe y no lograban entenderse mutuamente. Una nave perdida, las mercancías arrojadas al espacio, las muertes… un asunto muy feo.

Y ahora una nave knnn acababa de abandonar la estación, emitiendo un torrente continuo de gemidos y revoloteando alocadamente por la zona periférica de la estación como un fuego fatuo, provocando otro chorro de ¿objeciones/acusaciones/súplicas? en el control tc’a.

Dioses, por el momento los empleados de la sala de control que respiraban oxígeno guardaban silencio mientras en el comunicador se oía el parloteo sibilante de los tc’a. Pyanfar conectó el traductor pero era inútil: a los tc’a se les podía traducir con cierta facilidad cuando se trataba de las relativamente sencillas instrucciones de atraque o de asuntos comunes a todo tipo de naves. Esto, maldición, era algo completamente distinto.

Finalmente reinó el silencio: incluso los tc’a se habían callado. Los knnn se alejaron un poco más y se quedaron inmóviles. La Hasatso seguía avanzando lentamente hacia el interior del sistema. Después de un cierto tiempo, en el comunicador resonaron nuevamente las voces de los empleados mahendo’sat, transmitiendo con tono pausado las instrucciones de entrada al carguero que se acercaba, pero sin dar ninguna información más.

Pyanfar no siguió preguntando y nadie más lo hizo en su lugar.

Las noticias llegaron cuando la Hasatso entró en la fase final de su rumbo de entrada: cuatro supervivientes y una tripulante muerta por efectos de la sacudida al desprenderse el módulo: cuando la Hasatso lo dejó ir su cuerpo permaneció dentro de éste, una decisión que no habían tomado las otras hani y que obedecía al código de honor mahe. Dos habían muerto en la Buscaestrellas, ya fuera por el ataque o por no haber logrado alcanzar el módulo como se preveía: la información al respecto no estaba en absoluto nada clara. Había un nombre, el de la primera oficial Hilan Faha, superviviente; y otro: Lihan Faha, la capitana, la tercera baja.

—Tía —dijo Hilfy cuando Pyanfar la hizo venir y se lo contó—, me gustaría bajar al muelle en el que se encuentran. Sé que es peligroso pero me gustaría ir. Con tu permiso.

Pyanfar puso la mano en el hombro de Hilfy y asintió.

—Iré contigo —dijo, y ante ello Hilfy pareció a la vez aliviada y complacida—. Geran —dijo Pyanfar, volviéndose hacia el tablero de comunicaciones y transmitiendo a toda la nave—, Geran.

La voz de Geran surgió del comunicador, acusando recibo de la llamada.

—Geran, encárgate otra vez de la guardia en la cubierta inferior, Hemos recibido nuevas noticias. La capitana de la Buscaestrellas ha muerto, al igual que dos tripulantes. Hilfy y yo vamos a la nave que las ha rescatado; si lo desean traeremos aquí a las Faha. Carece de sentido dejar que los mahe las hagan pasar por el tormento de tos interrogatorios y los formularios de costumbre.

Un instante de silencio y luego un dolorido asentimiento.

—Vamos —le dijo Pyanfar a Hilfy, yendo hacia el ascensor. Hilfy caminaba muy erguida y su rostro estaba serio: habían sido malas noticias para ella, cuando se había ido a dormir pensando que las cosas iban mucho mejor, pero al menos parte de la tripulación Faha se había salvado y en algunos instantes de las horas anteriores ni de eso habían tenido esperanza.

Otro asunto que añadir a la lista pendiente de los kif para cuando llegara el momento de exigir el pago necesario. Pero si ahora había kif por los alrededores (y quizá los hubiera en los límites del sistema, jugando el mismo juego que Pyanfar había practicado en Urtur), deberían estar esperando un momento en el que pudieran tener ventaja, algún momento en el que no hubiera cinco patrulleras armadas de los mahendo’sat cruzando el espacio regularmente.

La comunicación no había despertado sólo a Geran. Tirun estaba también levantada en la sala de operaciones cuando bajaron hacia la escotilla. Geran se ocupaba ya de la guardia y Chur estaba con Tully, el cual parecía vagamente inquieto ante aquella actividad que no alcanzaba a entender del todo. Haral apareció a toda prisa por el corredor.

—Quiero ir, si es posible —le dijo y Pyanfar asintió, agradeciendo el que se lo hubiera pedido.

—Ahí fuera hay kif —dijo Pyanfar—, y no pienso dejar que me sorprendan dos veces con el mismo truco.

—Tened cuidado —les dijo Tirun en tanto se iban y en la esclusa, mientras Haral abría la compuerta exterior, Pyanfar se quedó atrás unos segundos, el tiempo suficiente como para permitirle coger la pistola que había junto al comunicador y guardársela en el bolsillo.

—No hay que pasar por ningún detector —dijo Pyanfar—. Vamos.

La compuerta se había abierto y el grupo bajó por la rampa hasta llegar al muelle. A su izquierda se oía un zumbido de motores: la Luna Creciente seguía con sus operaciones, descargando la mercancía, y los recipientes eran manejados por estibadores mahendo’sat y no por la tripulación hani.

—Quizás hayan ido también a ver a las Faha —opinó Pyanfar, percibiendo que no se veta por el lugar a ninguna hani supervisando la operación. Después de todo, ese acto de cortesía era de esperar: cuando una nave hani sufría tal desgracia, los asuntos políticos quedaban a un lado.

—No hay mucha actividad —dijo Haral.

Era cierto. Normalmente los enormes muelles habrían estado ocupados por un bullicioso tráfico a pie pero hoy apenas si se veía alguna silueta de vez en cuando y la agitación que rodeaba a la Luna Creciente era la única que se veía prácticamente en toda la vasta curvatura del muelle. Los estibadores y los empleados mabe hacían una pausa en sus tareas al verlas pasar. Los stsho formaban pequeños grupos que hablaban en murmullos. También los kif andaban por ahí, como era de esperar, formando un grupo junto a la rampa de acceso a una de sus naves como un amasijo de telas negras: siete; no, ocho, sin alejarse demasiado de sus recipientes, profirieron algunos insultos al verlas pasar.

Y al oír uno de esos insultos a Pyanfar se le agitaron rápidamente las orejas y se detuvo en seco, intentando convencerse a sí misma de que no había oído lo dicho o que no lo había entendido, Él lo sabe, ladrona hani. ¿Cuántas naves hani harás que sean destruidas todavía?

—Capitana —murmuró Haral, y Hilfy empezó a volverse.

—Mira hacia adelante, por los dioses —siseó Pyanfar, cogiendo a Hilfy por el brazo—. ¿Quieres empezar una pelea contra tantos kif?

—¿Qué hacemos? —preguntó Hilfy mientras seguía caminando, obediente, entre ellas dos—. ¿Cómo pueden saberlo?

—Porque una de esas naves kif es la suya, chiquilla; vino aquí desde Kita y ahora Akukkakk ha conseguido que otras naves le ayuden. Cuando nos marchemos saldrán disparadas de aquí como un enjambre de esporas y ahora nos encontramos atascadas en el muelle hasta que terminen las reparaciones, así nos ayuden los dioses.

—Es posible que fueran ellos los que atacaron a la Buscaestrellas. Me gustaría…

—A todas nos gustaría, pero tenemos más sentido común que tú. Venga, sigue andando.

—Si nos cogen en el muelle…

—Más razones para que llevemos las supervivientes a bordo y salgamos deprisa. Me temo que tampoco aquí podrás disfrutar tu ración de libertad, chiquilla.

—Creo que podré pasar sin ella —murmuró Hilfy.

Siguieron andando por entre las grúas, pasando junto a grupos de obreros ociosos, hasta llegar al dique número cincuenta y cinco, donde se había congregado cierta cantidad de mirones, una oscura confusión de mahendo’sat cuyos cuerpos delgados y cubiertos de oscuro pelaje hacían bastante difícil distinguir nada con claridad. Entre ellos había personal médico así como empleados de la estación, a los que delataban sus faldellines y sus lujosos collares enjoyados.

Y, naturalmente, también había hani. Pyanfar se abrió paso a codazos por entre el gentío y distinguió una melena broncínea y una oreja cubierta de adornos brillantes, dirigiéndose hacia ella seguida por Hilfy y Haral.

—Ya era hora de que acudieras —le dijo Dur Tahar al verla.

—Ocúpate de tus propios asuntos —le dijo Pyanfar—. Mi sobrina es Faha.

Dur Tahar miró brevemente hacia Hilfy sin hacer ningún comentario.

—La Hasatso debe llegar de un momento a otro —dijo.

—Más abajo del muelle hay unos cuantos kif. Si estuviera en tu lugar me andaría con cuidado.

—Eso es problema tuyo.

—Se trata de una advertencia, nada más.

—Chanur, si piensas armar jaleo no esperes ayuda nuestra.

—Maldición, no me estás animando precisamente a ser cortés…

—No me hace ninguna falta tu cortesía.

—Se trata de un riesgo mutuo, Tahar.

—Vaya, ¿ahora pides favores?

Un hormigueo en las garras.

—Te estoy pidiendo que actúes con sentido común, maldita sea.

—Pensaré en ello.

La Hasatso atracó con un chirrido de imanes y abrazaderas. Las grúas empezaron a moverse y los obreros fueron abriendo las esclusas de la estación que conectaban con la nave mientras iban haciendo los preparativos para poner en marcha la rampa que iba del muelle a la compuerta. El proceso resultaba espantosamente lento visto desde la posición de los mirones y sólo los mahendo’sat lo encontraron suficientemente divertido como para hacer comentarios.

Y, finalmente, un lejano gemido seguido de un golpe sordo anunció que se había cumplido el primer paso en el procedimiento habitual: la compuerta del carguero estaba abierta. La estación correspondió a ello abriendo la suya y la tripulación mahe abandonó la nave escoltando a cuatro hani agotadas, una de ellas con el brazo cubierto de vendajes y pegado al pecho, y todas con el aspecto general de quien bastante hace con caminar sin ayuda. Los oficiales mahendo’sat no tuvieron más remedio que entrar en la nave y a ello siguió un prolijo firmar papeles, tanto hani como mahe. Mientras tanto Pyanfar, cogiendo del hombro a Haral, empezó a moverse por entre el gentío, Hilfy las siguió, en solitario, y le tendió los brazos a las refugiadas: su abrazo fue devuelto más bien cansinamente por las supervivientes Faha, una tras otra.

—Mi capitana —dijo después Hilfy—, mi tía, Pyanfar Chanur; mi compañera de tripulación Haral Araun par Chanur.

Un nuevo intercambio de abrazos.

—Nuestra nave está abierta para todas vosotras —dijo Pyanfar, dirigiéndose a la primera oficial. Ésta, con el rostro cansado y los ojos aún algo extraviados, la miró y pareció decidir que por el momento no estaba en condiciones de encararse con tantas novedades, incluyendo en ellas a los mahe que les ofrecían ayuda médica y a la estación que exigía unas declaraciones inmediatas, Pyanfar las entregó por el momento a Hilfy y a la tripulación Tahar que había acudido para ofrecer también su condolencia, y se dedicó a estrechar manos: primero la de quien parecía ser el capitán, un tipo alto de hombros encorvados que parecía tan maltrecho y consternado como las Faha, probablemente muy ocupado dándole vueltas en su mente a la cuantía de carga perdida, a la ira de las compañías implicadas y a toda la utilidad que podía reportarle a fin de cuentas tanta gratitud cuando se fuera apagando el griterío y empezaran a llover las facturas.

—Mahe, ¿eres el capitán? —le preguntó Pyanfar.

Un gesto afirmativo.

—Soy Pyanfar Chanur; Chanur ya ha emitido un informe sobre vosotros dirigido a la estación de Kirdu; la compañía de Chanur os dará tratamiento de hani en Anuurn: debéis ir allí, ¿entendido? Tenéis que hacer más viajes en dirección de Anuurn. Sin impuestos.

Los ojos oscuros del mahe parecieron iluminarse un poco al oírla.

—Bien —dijo—, bien… —y le apretó las dos manos a la vez, casi rompiéndole los huesos, para volverse de inmediato y empezar a parlotear con los suyos. Lo más probable era que se tratara de uno de esos mahe que apenas si podían entender la jerga común y «bien» seguramente constituía la mitad de su vocabulario. Finalmente pareció lograr que los otros le comprendieran y todos empezaron a sonreír. Pyanfar logró escabullirse entre el gentío hacia donde estaban Hilfy y las demás, rodeando con el brazo a Hilfy, haciendo que todo el grupo de hani empezara a moverse por entre la apretada multitud de los mahendo’sat. Las tripulantes de la nave Tahar se unieron a ellas y así, formando una cuña, lograron por fin salir del tumulto.

—Por aquí —dijo Pyanfar. La primera oficial Hilan Faha cogió por el otro codo a su compañera herida y, asegurándose de que las otras dos miembros de la tripulación iban siguiéndolas, se puso en marcha escapando así de los empleados que perseguían al grupo hablando a gritos de los formularios imprescindibles. Fueron subiendo por la curvatura del muelle hacia el horizonte lejano en el que estaban atracadas la Orgullo y la Luna Creciente.

—¿Cuánto falta? —preguntó la oficial Faha con voz algo temblorosa.

—Ya está muy cerca —le dijo en tono tranquilizador Hilfy—. No hay prisa.

El camino de vuelta pareció mucho más largo dada la lentitud con que caminaban las Faha. Pyanfar iba observando cuidadosamente todas las zonas oscuras por las que pasaban y estaba segura de que no era la única en hacerlo. No había modo de rehuir las naves kif, y los kif, naturalmente, estaban junto a ellas, ahora en un grupo de diez, lanzando insultos con sus burlonas y crujientes voces, invitándolas a subir a su nave. «Os llevaremos a puerto seguro», aullaban. «Cuidaremos de que recibáis vuestra recompensa, ladronas hani.»

Los ojos de Hilan Faha se iluminaron con una llama salvaje. Se detuvo bruscamente y sus ojos enloquecidos se clavaron en el grupo de kif.

—No —se apresuró a decir Pyanfar—. Estamos aquí gracias a la buena voluntad de la estación. No estamos en territorio propio. En los muelles, no.

Los kif aullaron con mayor fuerza, insultándolas. Pero las Faha siguieron andando y muy pronto estuvieron lejos, con las voces de los kif perdiéndose en la distancia, pasando luego junto a los stsho, que se quedaron muy quietos Contemplándolas con sus enormes y pálidos ojos, para encontrarse finalmente con una tranquilizadora agrupación de naves mahendo’sat y lo que resultaba prácticamente el silencio. Los obreros del muelle y los paseantes ocasionales que se encontraban guardaban silencio mirándolas con respetuosa simpatía.

—Ya no falta mucho —dijo Pyanfar.

Las Faha no tenían el resuello suficiente como para responderle: apenas si les quedaban fuerzas para seguir andando hasta que finalmente llegaron al área donde se encontraba la Orgullo.

—Faha —dijo entonces Dur Tahar—, la Luna Creciente no ha sufrido ningún daño, en tanto que la Orgullo sí. Os ofrecemos pasaje en ella, y supongo que el viaje resultará seguramente más directo y rápido.

—Aceptamos —dijo Hilan Faha, ante la consternación de Pyanfar.

—Prima —dijo Hilfy con voz cuidadosamente modulada—. Prima, la Orgullo no tardará mucho en salir. Además, necesitamos ayuda. Os necesitamos, primas, Con nosotras creo que hallaréis una causa común.

—Tamun está al límite de su resistencia —dijo Hilan Faha, protegiendo con la mano el hombro de su compañera herida, y mirando hacia Dur Tahar—. Iremos con ellas, si nos lo permitís.

—Venid —dijo Dur Tahar, mientras que su grupo rodeaba a las cuatro sobrevivientes y las escoltaba hasta su rampa de acceso.

Hilfy dio un par de pasos hacia adelante, con las orejas pegadas al cráneo, y luego se quedó inmóvil, con las manos a los costados. Permaneció así durante unos segundos y acabó volviéndose hacia Pyanfar mientras sus parientes desaparecían por la rampa de acceso a la Luna Creciente. En cada línea de su cuerpo podía leerse la humillación, mucho más dolorosa para una joven como ella: de pronto, le parecía que todos huían de ella, como si la despreciaran y la odiaran. Pyanfar se metió las manos en el cinturón porque no sabía qué hacer con ellas: ahora ya no podía acariciar a Hilfy como si fuera una niña. Ya no tenía ningún modo de consolarla. Todo era un problema particular, y era ella quien debía decidir cómo resolverlo.

—Lo han pasado muy mal —dijo Hilfy unos segundos después—. Lo siento, tía.

—Vamos —dijo Pyanfar, señalando con la cabeza hacia la rampa. Le parecía como si una lenta marea roja inundara su campo visual. No tenía más remedio que permanecer inactiva, en nombre de Hilfy y para no hacerle más daño, pero de todos modos le dolía. Abrió la marcha y Haral tomó el último lugar, dejando que Hilfy ocupara el centro, envuelta en su silencio y su dignidad.

Cobardes, pensó Pyanfar, tragándose incluso ese pensamiento en nombre de Hilfy. Necesitaban desesperadamente su ayuda y, aunque no tan digna, esa idea le roía también la mente todo el rato. Necesitaban a las Faha pero ellas ya habían padecido bastante con los kif.

Y había kif ahí fuera, esperando. Cada vez estaba más segura de ello: si no estaban en los límites del sistema de Kirdu, lo cual seguía siendo posible, al menos debían estar dispersos por allí, aguardando el momento oportuno. Cada vez más y más naves kif, un enjambre cada vez más numeroso, demostrando una cooperación mutua para la que no había precedentes en toda la historia de su raza.

Cruzó la escotilla entrando en el corredor. Chur y Tirun, que se habían dado la vuelta con la evidente intención de dar la bienvenida a las huéspedes de la nave Faha, se quedaron inmóviles, como congeladas.

—Nuestras amigas cambiaron de opinión —dijo secamente Pyanfar—. Decidieron viajar con la nave Tahar. Se debe a que una de ellas está herida y la nave Tahar les prometió que seguirían una ruta más directa.

Eso, al menos, le daba a todo el asunto un aire más aceptable en lo tocante a Hilfy. Chur y Tirun se retiraron mientras que Pyanfar entraba en la sala de operaciones: miró a Geran y Tully, que estaban sentados en ella. Geran lo había entendido todo a la perfección y Tully parecía inquieto. No cabía duda de que había percibido lo que flotaba en el ambiente pero no estaba muy seguro de qué se trataba.

—No es nada relacionado contigo —le dijo Pyanfar distraídamente, ocupando el asiento que había ante la consola más alejada y examinando la imagen del sistema que Geran había estado controlando. Hilfy y Haral entraron juntas y su presencia impuso un tenso silencio en la sala de operaciones: todos intentaban no mirar a Hilfy y ésta intentaba parecer animada.

—Bueno, que tengan suerte —murmuró Tirun—. Bien saben los dioses que ya han pasado bastante.

—En el muelle hay kif que saben demasiado —dijo Pyanfar—, y están empezando a portarse de un modo bastante descarado. Llegaron desde Kita antes que nosotras y deben formar parte del grupo que había en Punto de Encuentro o en Urtur. Supongo que lo más probable es que sean de Urtur, dado que comprobé los nombres de las naves y no eran los mismos. Se están transmitiendo las noticias de una nave kif a otra y las cosas pronto se pondrán difíciles por aquí.

—No tardarán en llegar más —dijo Haral—. Apostaría a que fuera del sistema hay unos cuantos. Capitana, ¿piensas que sería posible convencer a los mahe para que nos escoltaran hasta el punto de salto?

—Supongo que tenemos algún medio para conseguirlo, dada nuestra posición.

—Esa historia sería pronto la comidilla de todas las estaciones —dijo Pyanfar con amargura—. Dioses, supongo que no tenemos mucho donde escoger. Tendremos que pedirles protección para salir de aquí.

—Cuando consigamos que acaben de reparar la propulsión de cola —dijo Tirun con aire sombrío.

Oyeron un ruido que venía de abajo: pisadas en la escotilla. Todas las cabezas se volvieron hacia el umbral y Pyanfar metió la mano en el bolsillo donde guardaba el arma y se abrió paso a través del grupo, apartando a Tirun, hasta la puerta de la sala de operaciones. Asomó la cabeza por el pasillo mientras quitaba el seguro del arma.

Era una hani. Se trataba de Hilan Faha que, sobresaltada, alzó la mano y se detuvo en seco. Pyanfar puso de nuevo el seguro con la punta de una garra y metió el arma otra vez en su bolsillo, sintiendo mientras tanto que el resto de la tripulación aparecía a su espalda.

—¿Habéis cambiado de opinión de repente? —le preguntó a Hilan Faha.

—Necesitaba hablar con mi joven prima.

—Con tu prima… maldición, y conmigo. Entra. Ni ella ni yo pensamos hablar en el pasillo como si fuéramos mendigas del muelle.

—Ker Pyanfar —murmuró la Faha con voz educada, lo que no aplacó demasiado el enfado que sentía Pyanfar en esos momentos. Con un gesto le indicó al grupo que entrara de nuevo en la sala y sólo entonces se acordó de Tully, que había quedado atrapado en un rincón detrás de dos cuerpos hani. Pero su presencia en la nave ya no constituía ningún secreto y no había razón para ordenarle que se fuera a esconder delante de todas. Si Hilan Faha quería hablar, que lo hiciera estando él presente; que se excusara con el Extraño delante: lo tenía bien merecido.

Al ver a Tully, Hilan Faha se quedó inmóvil en el umbral, sorprendida por la imagen de esa criatura con la piel desnuda vestida al estilo hani y rodeada por la tripulación. Sus orejas se pegaron súbitamente al cráneo.

—Este ser —dijo, volviéndose hacia Pyanfar—, es la mercancía que deseaban los kif, ¿no?

—Su nombre es Tully.

Hilan apretó los labios mientras que en su frente se anunciaba ominosamente una arruga.

—Una mercancía viviente. Por los grandes dioses, Chanur, ¿dónde has estado y qué está ocurriendo aquí?

—Si estuvieras viajando en esta nave podrías hacerme esa pregunta y yo te respondería. Dado el estado de las cosas, puedes enterarte de ello cuando lo hagan las Tahar.

—Maldición, la Buscaestrellas murió por vosotras, por éste… —su voz se convirtió en un bufido, como ahogada por un exceso de palabras que era incapaz de pronunciar. Pyanfar la miró con ojos taciturnos—. Fue decisión de la capitana; lo descargamos todo en Urtur y tratamos de salir a toda velocidad para aumentar vuestras probabilidades de huir. Pero, ¿dónde estabais entonces? ¿Dónde estaba nuestra ayuda?

—Estábamos ciegas, Hilan Faha, íbamos a la deriva entre el polvo, a ciegas. Créeme cuando te digo que lo intentamos pero en el último instante tuvimos que saltar o arriesgar nos a una colisión. Teníamos la esperanza de que pudierais huir aprovechando la confusión que habíamos creado.

La respiración de Hilan se fue calmando gradualmente.

—Fue decisión de la capitana, no mía. Yo no me habría movido del muelle: quiero que lo sepas. Me habría quedado allí, inmóvil, y habría dejado que resolvierais vuestros problemas con los kif hasta aclarar ese supuesto robo que habéis cometido.

—¿Prefieres la palabra de los kif a la mía?

—Si tienes alguna explicación al respecto me alegrará oírla. Mis primas han muerto y estamos arruinadas. No es probable que consigamos otra nave. La gran casa de Chanur hace planes pero nosotras tendremos que ir en otras naves Faha y aceptar lo que se nos ofrezca. Imagino que sabes muy bien dónde están los beneficios y de ese modo, maldita sea tu astuta piel, has creado un infierno que le costará la vida a otras muchas naves. Cuántas pequeñas compañías se hundirán a causa de esto. Me dieron un mensaje para ti, Pyanfar Chanur. Los kif me dijeron que has hecho algo demasiado importante como para pasarlo por alto, algo imposible de ignorar. Irán a por ti estés donde estés y sin importar el número de naves necesario. Irán incluso basta Anuurn. Eso dejará bien claro para toda la especie hani que ese hallazgo tuyo no te va a dar ningún beneficio. Son palabras de su hakkikt, de Akukkakk, el kif de Urtur, y eso es lo que ha dicho.

—Amenazas kif. Te creía más valiente.

—No amenazaba en vano —dijo Hilan con las pupilas dilatadas y el rostro cubierto de sudor—. Ese tal Akukkakk dijo que su mensaje a todas las hani era: abandonad a Pyanfar Chanur o la desolación caerá sobre vosotras, incluso en la zona de Anuurn.

—¿Y dónde oíste todo eso? Todo eso procede de un grupito de naves dispersas al mando de un kif que no logró cogernos, que tampoco logró cogerte a ti, Hilan Faha. Si hubiéramos estado juntas en Urtur…

—No, no me has entendido. Nos cogieron, Chanur. Nos abordaron y mataron a dos de mis primas durante el abordaje. En Kita. Y luego nos dejaron ir, pero sufrimos una avería durante el salto. Nos dejaron marchar para que entregáramos ese mensaje.

En el rostro de Hilan Faha se leía una enorme vergüenza. En la habitación reinó un silencio tan profundo que no se oía ni el ruido de una respiración.

—Así pues —dijo Pyanfar—, ¿crees todo lo que dicen tus enemigos?

—Le estoy viendo —dijo Hilan, señalando a Tully—, y de pronto el juego me parece mucho más importante que antes. De pronto veo que hay una razón para esta repentina alianza de kif y veo también la razón de que sea imposible parar dejando las cosas así. La ambición de Chanur ha ido demasiado lejos esta vez. No sé en qué andas metida, pero no quiero formar parte de ello. Mi hermana está viva al igual que dos de mis primas y nos vamos a casa. Prima —dijo, mirando a Hilfy—, mis disculpas.

Hilfy no le respondió. Sus ojos, clavados en Hilan Faha, estaban llenos de dolor.

—Hilfy puede marchar contigo si lo desea —dijo Pyanfar—. No la culparé si lo hace. Quizá fuera lo más prudente en estos momentos, tal y como has dicho tú misma.

—Me complacería mucho llevarla conmigo —dijo Hilan.

—Me quedaré con mi nave —dijo Hilfy. Pyanfar cruzó los brazos sintiendo que en sus entrañas ardía de pronto un torbellino de impulsos contradictorios entre los cuales había también un gran orgullo.

—Bien —dijo Pyanfar—, os deseo un viaje tranquilo. Sería mejor que viajáramos juntas, pero estoy segura de que eso no entra en los planes de Tañar.

—No, no entra en sus planes —Hilan Faha bajó la vista y luego miró hacia Tully, con sus pupilas oscureciéndose de repente—. Si pensaras un poco en tus relaciones con las demás casas no habrías actuado así. Esta vez has ido demasiado lejos y habrá otras que piensen como yo.

—Lo que según tú he luchado por conseguir entró en nuestra nave sin pedir permiso cuando yo ni tan siquiera sabía de su existencia. ¿Qué habrías hecho tú si un refugiado entrara corriendo en tu nave? ¿Se lo habrías entregado a los kif nada más pedírtelo? No comercio con vidas.

—Pero no te importa perderlas.

—Tú hiciste que su sacrificio no sirviera de nada por tu mezquindad —le dijo de pronto Hilfy.

Las orejas de la primera oficial se abatieron de pronto.

—¿Quién eres tú para juzgar? Cuando lleves encima unos cuantos años más entonces podrás hablar conmigo, prima. Éste… —se acercó peligrosamente a Tully, y Chur, que había estado sentada en una consola, se interpuso en su camino con los pies bien plantados en el suelo. Tully abandonó su asiento para retroceder apresuradamente hasta que la curva del tablero le impidió seguir moviéndose. Hilan Faha se encogió de hombros, como decidiendo que no valía la pena atacarle—. Aún me queda otra cosa por decir —continuó, clavando los ojos en Pyanfar—. El que te hayas metido en todo esto de modo voluntario o no quizá dé igual. Puede que esto sea el fin. Quizá tus aliadas hubieran decidido apoyarte pero ahora todo se ha complicado en exceso. Hay demasiados riesgos. ¿Cuánto tiempo llevas fuera de casa?

—Unos meses —Pyanfar tragó aire y se metió las manos en el cinturón, sintiendo ya en su interior el amargo sabor de una mala noticia, esa continua inquietud que sufre un linaje en su momento de máximo poder cuando hasta un soplo puede traer cambios y problemas. De pronto odió intensamente la expresión que había en el rostro de la primer oficial, esa truculencia que se derretía poco a poco en una mueca de incomodidad y de vergüenza cortés—. Puede que algo más —dijo Pyanfar—, si tienes en cuenta que en mi última visita no bajé al planeta. ¿Qué sucede, Faha? ¿Qué te estás muriendo por decirme?

—Un hijo tuyo le arrebató Mahn a Khym Mahn. Ahora es vecino de Chanur y tiene ambiciones. El viejo Mahn está en el exilio y Johan Chanur se encuentra de pronto necesitado de todas sus alianzas —Hilan Faha se encogió nuevamente de hombros, con las orejas gachas y la nariz pálida, como si deseara encontrarse ahora donde fuera con tal de no traerle tales noticias a una nave de Chanur—. Mi capitana te habría apoyado; pero, con una de nuestras tres naves desaparecida, ¿qué somos ahora? ¿Qué quieres que pensemos de ti, metiéndote en todo este lío cuando Chanur ya tiene tantos problemas? Has perdido tu carga y has logrado meterte en una disputa con los kif, mientras que éstos amenazan con invadir la zona de Anuurn. En nombre de los dioses, ¿cómo espera Chanur mantener la lealtad de sus aliados apenas eso ocurra? He perdido mi nave, a mi capitana y a mis primas: debo pensar en mi familia. No puedo meterme ahora en tus problemas, no puedo implicar a la casa Faha en todo esto y hacer que nuestras naves participen en la lucha contra los kif, Estás a punto de perderlo todo. Otras decidirán igual que yo y puede que incluso si decides volver Chanur ya no esté ahí. Me voy a casa, Ker Pyanfar, y lo haré en la nave Tahar porque no tengo más remedio y porque no pienso comprometer lo poco que nos queda uniéndome al futuro de Chanur.

—Eres joven —dijo Pyanfar bajando la vista—. Los jóvenes siempre están llenos de temores y preocupaciones. Tienes razón, tu capitana me habría apoyado porque tenía el valor suficiente para ello. Pero tú debes seguir tu camino, Hilan Faha. Pagaré tus deudas porque lo he prometido, y Chanur recompensará a los mahe que te rescataron. Y cuando haya arreglado mis asuntos con ese cachorro de Kara puede que me encuentre de tan buen humor que llegue a olvidar todo esto. Por lo tanto, no te preocupes por mis reacciones futuras. No tengas demasiado miedo. No pienso odiarte demasiado ni desearte grandes males. Los jóvenes siempre acaban creciendo. Pero, por los dioses, nunca te apreciaré como había apreciado a tu capitana. No eres Lihan, Hilan Faha, y quizá nunca llegues a ser como ella.

Hilan Faha casi temblaba de ira.

—Ser pagada del mismo modo en que le pagaste a ella…

—Si estuviera aquí me maldeciría con todos los infiernos mahe pero no haría lo que tú has hecho. No huiría de una amiga. Vete, Hilan Faha, y sal de mi cubierta, Que tengas un viaje seguro y rápido.

Por un instante Hilan Faha pareció a punto de golpearle, pero estaba demasiado cansada y no le quedaban esperanzas. El valor necesario para ese golpe no tardó en desaparecer.

—Entonces, que su maldición caiga sobre ti —dijo, volviéndose, y salió de la estancia, con los hombros no tan erguidos y la cabeza bastante menos alta de como habían estado al entrar. Pyanfar, con el ceño fruncido, miró a Hilfy y vio que estaba casi temblando.

—Kohan nunca me habló de todo ese asunto con Mahn en su carta —dijo Pyanfar—. ¿Qué sabes tú de ello, sobrina?

—Nada —dijo Hilfy—. No lo creo, Pienso que Hilan ha estado escuchando demasiados rumores.

—¿Sabías gran cosa de las propiedades cuando estabas en casa? ¿Dónde tenías tú la cabeza entonces, si no en la Orgullo? ¿Es posible que se estuviera preparando algo de lo que tú no llegaras ni a enterarte?

—Siempre había rumores y Jara Mahn estaba siempre rondando por el distrito, junto con Tahy. Hubo, hubo bastantes llamadas en varios sentidos y pienso que na Khym habló directamente con mi padre.

—Maldita sea su piel, Kohan podría haber dicho algo en esa carta.

—Me envió aquí —dijo Hilfy en voz muy baja y temblorosa—. Cuando la Orgullo apareció en el sistema yo le pedí ir y él me dijo que jamás lo consentiría; y luego, a la noche siguiente, me dio la carta y me envió aquí. Dioses, me encontré en el puerto casi sin enterarme. Apenas si tuve el tiempo necesario para hacer mi equipaje. Dijo que debía darme prisa o de lo contrario la Orgullo saldría de puerto y yo perdería mi oportunidad. Lo decidió de repente, en una noche, y yo pensé, pensé que ello se debía a que las naves nunca se preocupan del día o de la noche y de todos modos la lanzadera haría el trayecto igual y…

—Oh, dioses —gimió Pyanfar, apoyándose en la consola. Miró hacia arriba y se encontró con un anillo de rostros ansiosos—. Ese hijo mío aún no se ha salido con la suya. Que los dioses se lleven a los kif; arreglaremos las cuentas pendientes con ellos pero antes debemos ocuparnos de ese pequeño problema en casa; eso es lo principal.

—Estamos contigo —dijo Haral, y sus orejas se irguieron de golpe—. Sí, por los dioses, el hogar. Pienso morder algunas nucas cuando lleguemos allí.

—¡Haral! —gritaron al unísono Geran y Tirun. Tully se encogió temeroso para calmarse, luego, al darle Chur una palmadita en el hombro, volvió a sentarse y Hilfy se instaló junto a él, poniéndole la mano en el otro hombro, como dos almas desconsoladas que sólo tenían sus desgracias para compartir.

—Arreglaremos las cosas —le dijo Pyanfar a Hilfy—, y lo haremos siguiendo nuestras propias reglas. ¿De acuerdo, sobrina?

—Me sacó de allí —dijo Hilfy—. Podría haberle ayudado pero él previo lo que iba a suceder y me hizo marchar.

—Ya… No eres lo bastante mayor como para conocer a tu padre tanto como yo, con todos los respetos hacia tu inteligencia. A veces piensa antes de que se le eche encima un problema: cuando el problema ya ha estallado bien saben los dioses que no tiene mucho tiempo para meditar pero antes de eso examina todos los factores como si fueran las piezas de un juego. Ah, sí, es demasiado orgulloso como para hacerme bajar y es condenadamente listo para permitir que la joven Hilfy Chanur esté a mano para meterse en un lío con sus primos Mahn y desviar con ello el maldito temperamento de Kohan a otros asuntos. No me pongas esas orejas, chiquilla; estamos entre familia. En lo que a tu padre respecta el sol sale y se oculta por encima de tu hombro y ese maldito hijo mío habría podido convertirse en el peor de los problemas para él si hubiera decidido atacar a Chanur utilizando tu preciosa y poco experimentada personita. No, lo único que hizo Kohan fue despejar el tablero de juego. Existe la posibilidad de que se equivocara, tampoco él es inmune al error. Yo habría preferido tenerte allí; creo que habrías podido manejar bien al joven Kara y a Tahy con él. Pero si la Luna Creciente va a casa llevará con ella las noticias que los Tahar han oído por aquí y eso creará problemas, por lo que no debemos estarle agradecidas a las Faha. Llegará un momento en el que Kohan puede verse en apuros. Ahora tiene… ¿qué compañeras viven con él? Tu madre y… ¿quién más?

—Akify y Lilun.

—Espero que tu madre la apoye —dijo Pyanfar cansada mente: la Kihan y la Garas eran menos adornos. Se acercó a la consola y examinó durante unos instantes la pantalla—. No importa. Lo arreglaremos, pase lo que pase.

—Pyanfar —la extraña voz de Tully. Pyanfar se volvió hacia él y entonces, recordando el sensor, lo puso en posición de emitir pero no se molestó en usar el auricular—. Pregunta —dijo Tully, señalando vagamente hacia la puerta por la que había salido Liban Faha—. Él pelea.

—Ella —le replicó Pyanfar con impaciencia—. Todas son hembras —Tully se mordió el labio y puso cara de no entender—. No tiene nada que ver contigo —dijo Pyanfar—, no lo entenderías.

—Yo ir —dijo Tully en tono esperanzado, empezando a levantarse, pero Chur le cogió del hombro.

—No —le dijo—. Todo está bien, Tully. Nadie está molesto contigo.

—No eres la causa de esto —le dijo Pyanfar—. De esto, al menos, no —fue hacia la puerta y cuando ya estaba en ella se volvió hacia el grupo—. Lo arreglaremos —les dijo. Luego se dio la vuelta y abandonó la estancia, yendo por el corredor que conducía a los ascensores.

Khym derribado, muerto quizá. Como mínimo, en el exilio. La pérdida de su compañero le resultaba sorprendentemente dolorosa. Mahn en las jóvenes manos de Kara no sería ya nunca igual que en los tiempos de Khym, Su estilo había sido indiscutiblemente perezoso pero también tranquilo y lleno de gracia: era agradable volver junto a él porque le gustaban las cosas hermosas y siempre amó el sentarse a la sombra de su jardín para escuchar las historias que ella era capaz de urdir con los lejanos puertos que Khym nunca visitaría. Tenía una curiosidad tan amable e ilimitada… Sí, Khym Mahn era de ese modo. Y el hijo al que había mimado y al que se lo había perdonado todo acabó volviendo para arrebatarle su jardín, su casa y su nombre mientras que el pobre Khym… ahora sólo los dioses sabían dónde estaba y cuál era su estado actual.

Fue en el ascensor hasta el primer piso y tras llegar a su camarote cerró la puerta, sentándose ante la mesa. Durante unos instantes eternos intentó obligarse a no buscar los escasos recuerdos que se había tomado la molestia de conservar con ella, ya que siempre había preferido retener el pasado más en su mente que en los objetos. Finalmente cedió y los fue contemplando uno a uno: el retrato; la piedra grisácea de lisos contornos. Qué extrañamente agradable era su tacto y qué fuera de lugar resultaba en este cosmos de acero. La piedra conjuraba para ella las colinas de Kahin, el color y el ruido de la hierba oscilando bajo el viento, el calor del sol y el escurridizo frío de la lluvia sobre las rocas que parecían brotar de las fértiles colinas.

Su hijo había expulsado a Khym del poder y ahora estaba junto a Chanur, amenazando al mismísimo Kohan, dispuesto a romper en mil pedazos todo lo que ella había construido y todo lo que Kohan conservaba en sus manos. No le extrañaba que Kohan hubiera deseado apartar a Hilfy de esa tormenta que se aproximaba, sacándola de una situación en la que sería fácil ceder a la ira y olvidar toda cordura.

Haz que adquiera un poco de experiencia, le había dicho Kohan, Y luego había añadido: cuídala.

Apartó los objetos a un lado y permaneció sentada pensando. No había gran cosa que hacer hasta que terminaran las reparaciones. Se encontraban inmovilizadas en la estación y su única esperanza era que los kif no decidieran lanzarse ahora sobre ellas, aprovechando su vulnerabilidad. No había otro remedio sino permanecer aquí, inmóviles, mientras sus enemigos hacían lo que se les antojaba.

Atacar la mismísima Anuurn. No, era imposible que Akukkakk llegara a tales extremos. No tenía las naves suficientes como para hacerlo. Era una fanfarronada, la típica hipérbole pomposa que tanto les gustaba proferir, esperando obtener con ella un mayor provecho —gracias al pánico de sus enemigos— del que habrían podido lograr con el uso de la fuerza. A menos que el hakkikt estuviera loco, definición que, entre especies, siempre resultaba imprecisa y de poca utilidad. A menos que el hakkikt tuviera a sus órdenes unos seguidores más interesados en causar destrozos que en conseguir beneficios.

Jamás un hakkikt había recorrido tales distancias reuniendo en sus planes tal cantidad de naves. Nadie había hecho lo que él: atacar una estación stsho, entrar por la fuerza en un sistema estelar amenazando todo el tráfico, como había ocurrido en Urtur.

Siguió sentada mordisqueándose el labio y acabó pensando que quizás en su amenaza pudiera haber algo de cierto. Decidió comprobar las transmisiones mediante su terminal y no encontró nada fuera de lo normal. Los knnn seguían fuera de la estación y cuando conectó la frecuencia auditiva el canturreo llenó nuevamente el altavoz, ahora mucho más plácido y oscilando levemente en tres tonos discordantes. Los tc’a guardaban silencio salvo uno, que emitía un lento goteo de estática equiparable en su placidez al de los knnn. ¿Sería el prisionero? ¿Estaría lamentando su destino? Más allá de esas voces se oía sólo el ruido normal de la estación y la charla muy próxima de las cuadrillas de reparaciones que trabajaban incesantemente en las averías de la Orgullo. En circunstancias normales alguno de los mercantes se habría movido, pero la brusca partida de la Hasatso en su misión de socorro parecía haberlo congelado todo. Ni tan siquiera los mineros abandonaban sus diques y los transportes de mineral permanecían en órbita alrededor de Mala o Kilaunan.

Hizo una llamada a los servicios de la estación y se quejó por el retraso que estaban teniendo para entregarle los artículos pedidos: el servicio de recaderos le hizo abundantes promesas, siguiendo su tradición inmemorial, y ella fingió creerlas, confiando en que la entrega acabaría llegando unos segundos antes de retirar la rampa de acceso.

Al menos el Stasteburana daba muestras de sentido común: las patrullas no habían vuelto y seguían recorriendo el sistema en busca de cualquier indicio de problemas. Los mahe mantenían su palabra.

No tenía tanta confianza en Dur Tahar.

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