El morro de la Orgullo tocó suavemente el dique y las abrazaderas resonaron con fuerza sobre el casco al abrirse los accesos. Pyanfar se apartó del panel sintiendo de repente como si sus articulaciones se hubieran derretido. La estación estaba hablando profusamente con ellas, pidiendo toda la cooperación rutinaria en un atraque.
—Cierra eso —le dijo lacónicamente a Haral, con un gesto de cansancio, echando el asiento hacia atrás hasta el máximo, lo que no era gran cosa—. Hilfy, habla con las oficinas y diles que tenemos algunos problemas. Ya les llamaré cuando estemos un poco más tranquilas.
—Bien —murmuró Hilfy, transmitiendo el mensaje con gran agitación de las orejas al hablar con el oficial y bajándolas de golpe al terminar. Pyanfar miró hacia donde estaba Tirun, la cual terminaba sus comprobaciones. Sus manos se movían de forma insegura y sus orejas colgaban por el cansancio.
—Tirun —dijo Pyanfar, y en el rostro de Tirun cuando se volvió a mirarla se veían claramente las huellas del agotamiento—. Fuera de aquí —le dijo Pyanfar—, ahora mismo.
Tirun se la quedó mirando por un instante. Normalmente, a sus palabras habría seguido una discusión. Pero esta vez se limitó a contemplarla con rasgos inexpresivos y luego intentó ponerse en pie, vacilando y casi cayendo sobre la consola de al lado. Todas se lanzaron hacia ella para ayudarla, pero Hilfy fue la más rápida, sosteniéndola con el brazo alrededor de los hombros.
—Que vaya a su camarote —dijo Pyanfar.
—Bien —respondió Haral, reemplazando a Hilfy como soporte de Tirun.
Hilfy permaneció inmóvil donde estaba. Pyanfar miró hacia ella, viendo al mismo tiempo las espaldas de Tirun y Haral: Tirun cojeaba, intentando disimularlo al máximo. Hilfy se irguió con un esfuerzo y se volvió hacia Pyanfar.
—Me quedaré en el comunicador —dijo Hilfy.
—Déjalo, que se hagan unas cuantas preguntas en la estación. Arréglate un poco. Hilfy asintió rígidamente y se fue, esta vez con paso desgarbado, agarrándose con la mano a las mamparas para no sufrir tanto la sensación de curvatura que había en cubierta cuando atracaban. Pyanfar pensó de pronto que esta vez Hilfy no se había puesto enferma. Tragó una honda bocanada de aire, la expulsó y se dio la vuelta, apoyándose en el comunicador.
—Cubierta inferior, ¿quién está de guardia?
—Geran —le respondió su voz—. Todo bien aquí abajo.
—Limpia un poco y pon algo de orden. Por encima de todo, quiero que Tully pueda caminar y que esté presentable.
—Comprendido.
Pyanfar cerró la conexión. En el comunicador sonó otra señal de llamada.
—Chanur, aquí la Luna creciente de Tahar. Conferencia privada.
—Tahar, aquí Pyanfar Chanur: tenemos ciertos problemas médicos por el momento. Habrá que retrasar la conferencia.
—¿Necesita ayuda, Orgullo de Chanur?
En el tono de la voz había una satisfacción infinitesimal ante tal posibilidad. Pyanfar suavizó su voz con un prodigioso esfuerzo de voluntad.
—No, Luna Creciente. Llamaré lo más pronto posible. Con los respetos de Chanur, Tahar, cierro.
Cortó la conexión con brusquedad, se puso en pie y salió del puente: tampoco su paso era muy firme. Tenía la impresión de que todas sus articulaciones habían sido cambiadas de lugar y su cabeza se balanceaba precariamente con un doloroso latido sobre un cuerpo, que se lamentaba amargamente de las pruebas excesivas que había soportado. El vello de su nuca estaba erizado no a causa de los kif, sino de un enemigo mucho más cercano a la nave.
Dioses, ¿por qué la nave de Tahar?
¿Por qué una casa que había representado tan formidable amenaza a la casa de Chanur durante el período inicial de Kohan en el mando? No le sorprendía demasiado la burlona satisfacción que había percibido en su voz. Menudo espectáculo, la Orgullo con la mitad de las tripas vacías y la cola chamuscada. Habría muchas risas y silbidos en Tahar cuando el vídeo llegara hasta allí para distracción de Kahi Tahar, sus compañeras e hijas.
Y de Tahar iría hasta Anuurn, con lo cual acabaría llegando con toda seguridad a Kohan. Habría desafíos a causa de esto, era indudable. Algún cachorro de Tahar lograría que le rompieran el cuello antes de que se calmara la polvareda, claro: los machos jóvenes siempre eran optimistas y estaban constantemente dispuestos para lanzarse a la menor señal de ventaja, por muy escasa que ésta fuera.
Lo intentarían, claro. Bien, ya lo habían intentado antes.
Eso era lo que Dur Tahar había imaginado también.
—Está bastante bien —le dijo Haral ante los camarotes de la cubierta inferior. Pyanfar miró en el interior y vio a Tirun metida en cama y obviamente dormida—. Tiene la pierna algo hinchada a causa del esfuerzo pero no hay razón para preocuparse.
Pyanfar frunció el ceño.
—En la estación hay un buen servicio médico pero quizá tengamos que largarnos de aquí de forma bastante brusca. No quiero correr el riesgo de abandonar a ninguna de nosotras aquí partiendo de ese modo; no, al menos dadas las circunstancias.
—No, claro —dijo Haral—, no es necesario. Pero andamos un poco sobrecargadas de trabajo, capitana.
—Lo sé —le respondió ella.
—Y creo que también a ti te sentaría muy bien un descanso.
—Ya —puso la mano en el hombro de Haral y luego se dirigió al ascensor, deteniéndose allí un instante para mirar hacia los puestos de Chur y Geran. Cambiando de idea, fue en esa dirección y asomó la cabeza por la puerta viendo a Geran, que estaba de guardia, ya lavada y con pantalones de faena limpios pero contemplando lo que la rodeaba aún con la expresión apagada de quien ha tenido que pasar de un tumo al siguiente sin poder dormir—. Bien —dijo Pyanfar, recordando que las órdenes cumplidas por Geran habían venido directamente de ella, apoyándose con el brazo en el umbral—, Tully estuvo bien durante el viaje, ¿no?
—Ningún problema por su parte.
—Creo que aceptaré su oferta de trabajar. Tú y Chur os alternaréis con él para los turnos. Tirun está un poco cansada.
—¿Está mal?
—La gravedad no le hizo ningún favor a su pierna. Intentaremos descansar ahora lo más posible. Luego iré a ver qué caridad podemos esperar de Tañar, pero antes debo enterarme de las averías.
—Las tengo controladas por monitor —dijo Geran, dando la vuelta y conectando la pantalla más cercana. Pyanfar entró en el cuarto y contempló la imagen de la cámara exterior, tomada desde la cúpula de observación, sintiendo una punzada de dolor físico ante lo que veía. El motor número uno había perdido una de sus líneas de anclaje y ésta, ahora suelta, se movía siguiendo el giro de la estación y en su larga silueta plateada se veían bastantes paneles destrozados, como puntos oscuros en la superficie luminosa.
—Eso era lo que hacía oscilar el impulso —dijo Pyanfar; sintió un estremecimiento tardío—. Dioses, podríamos haberlo perdido todo entrando con esa línea suelta. Hará falta todo un equipo de reparaciones para conectarla de nuevo; no hay forma de que podamos hacerlo nosotras seis.
—Dinero —dijo Geran con expresión abatida—. Quizá tengamos que acabar vendiendo alguien a los kif.
—No tiene gracia —le dijo Pyanfar, saliendo del re cinto.
Tully, había pensado de inmediato, siguiendo un impulso del que ahora se avergonzaba profundamente.
Pero durante todo el trayecto hasta su camarote siguió pensando en ello.
Se desnudó y tomó una ducha, dejando en el desagüe un buen montón de pelo. Luego de secarse se cepilló a conciencia, arreglándose barba y melena. Esta vez le tocó el turno a los pantalones de seda roja, el brazalete de oro y el pendiente con la perla. Al examinarse en el espejo sintió cierta satisfacción y su ánimo se recobró un poco, Después de todo, el aspecto personal siempre significaba algo. Los mahendo’sat eran muy sensibles a él, casi tanto como los stsho.
Prosperidad ofendida, ése era el mejor modo de tratar con ellos. Conocían bien a la Orgullo y mientras creyeran intacta la fortuna de Chanur y siguieran pensando que el poder de Chanur contaba mucho entre los hani, quizá Pyanfar pudiera mantener ciertas esperanzas de que los mahendo’sat se mostraran bien dispuestos a echarles una mano.
Y, a decir verdad, pensó mientras le dirigía una gélida sonrisa a la espléndida capitana hani del espejo, necesitaban esa ayuda más que deprisa.
Akukkakk seguía existiendo.
Ojalá los dioses se lo llevaran.
Quizá le había puesto en ridículo lo suficiente como para que sus propios súbditos se volvieran contra él, pero pasaría cierto tiempo antes de saber si había ocurrido así. Un largo tiempo lejos de su puerto natal, manteniendo el oído aguzado a la espera de cualquier rumor.
Librarse del Extraño, librarse de Tully… Si fuera tan fácil salir del problema haciendo eso…
Examinó atentamente sus ojos reflejados en el cristal, con las orejas pegadas al cráneo, y meditó en las maldades que se le ocurrirían indefectiblemente a todo mercader que se topara con el Extraño. Después de pensar un poco sus labios se curvaron en una sonrisa más bien feroz.
Bien, bien, bien, Pyanfar Chanur. Existía una forma de resolver varios problemas a la vez. Probablemente a Tully no le gustaría pero un Extraño que aparecía a bordo mendigando pasaje debía conformarse ciertamente con lo que le dieran y Pyanfar no estaba dispuesta a caer de rodillas anee Tahar.
Conectó el comunicador y se encontró el habitual montón de mensajes esperando ser contestados.
—No hay nada urgente, de veras —le dijo Geran—. Resumiéndolos todos, la estación sigue bastante nerviosa.
—Tully está con Chur, ¿no? ¿Le ha limpiado?
—Ha tenido cierto problema.
—No me hables de problemas, ya tengo bastantes. ¿De qué se trata?
—Nuestro Tully tiene ideas propias en cuanto a eso de arreglarse. Quiere afeitarse.
—Dioses y truenos. ¿En el lavabo?
—Está aquí ahora mismo.
—Ya voy.
Se lanzó hacia la puerta y retrocedió en busca del auricular para el traductor, saliendo luego a toda prisa. ¡Afeitarse! Sus orejas se pegaron al cráneo y luego se enderezaron nuevamente mientras Pyanfar pensaba que, después de todo, cada especie tenía sus propias costumbres.
Pero el aspecto personal, por los dioses…
Cuando llegó, sin haber reducido el paso y siendo muy consciente de ello, se encontró al trío; Geran, Chur y Tully, todos claramente con aspecto miserable y ahogando sus miserias en una buena ronda de efe. Las tres cabezas se alzaron hacia ella, la más nerviosa, a juzgar por sus rasgos, la de Tully, el cual aún poseía, gracias a los dioses, toda su barba y melena, teniendo un aspecto bastante decente gracias a un par de pantalones nuevos.
—Pyanfar —dijo, poniéndose en pie.
—Capitana —le corrigió ella secamente—. ¿Qué quieres, Tully? ¿Cuál es el problema?
—Quiere las tijeras —dijo Chur—. Yo le arreglé un poquito. —Lo había hecho, desde luego, y no le había quedado nada mal—. Pero quiere quitarse la barba.
—Ya… No, Tully. Equivocado.
Tully se dejó caer nuevamente en su asiento, sosteniendo la taza de efe en las dos manos, con aire abatido.
—Equivocado.
Pyanfar lanzó un suspiro.
—Eso es más razonable. Haz lo que yo te digo, Tully. Debes tener un buen aspecto para cuando te vean los mahendo’sat, Ahora estás muy bien. Estupendo.
—Igual -hani.
—Igual que un hani, sí.
—Mahendo’sat. Aquí.
—Estás a salvo, todo va bien. Son gente amistosa.
Los labios de Tully se fruncieron en una mueca pensativa. Movió la cabeza, asintiendo, aparentemente más bien con tranquilidad. Luego se llevó la mano a la nuca y, apretando su melena de color claro entre los dedos, tiró de ella hacia atrás.
—¿Bien, así?
—No —dijo Pyanfar, y la mano de Tully soltó su pelo.
—Yo hago todo tú dices.
Pyanfar agitó las orejas y se metió los dedos en el cinturón.
—¿Todo? —se encontraba más bien susceptible en lo tocante a su honor y en los ojos claros del Extraño había una confianza que le resultaba casi inquietante—. Quizá te acabara asustando saber lo que quiero. Puede que te pidiera demasiado.
Parte de su discurso fue comprendido y la confianza que brillaba en su mirada disminuyó de forma palpable.
—¿Te doy miedo, Tully? —Movió la mano en un amplio arco hacia las paredes de la nave—. Ahí fuera hay una estación: Kirdu. La especie mahendo’sat manda en este lugar. Al lado tenemos una nave hani. En el muelle hay también stsho.
—¿Kif?
—Dos naves, no las mismas. No es probable que sean de Akukkakk. Supondrán un problema si nos quedamos aquí demasiado tiempo, pero no harán nada brusco contra nosotras por ahora. Quiero que salgas, Tully. Quiero que vengas conmigo al muelle de la estación para conocer a unos mahendo’sat.
La había entendido. Un músculo tembló levemente en su mandíbula.
—Soy tripulación de esta nave —dijo. Parecía una pregunta.
—Sí. No voy a dejarte aquí. Seguirás conmigo.
—Vengo —dijo Tully.
Así de sencillo. Pyanfar le contempló durante un momento y luego, con un gesto lleno de sobreentendidos, extendió su mano hacia la taza de Tully. Él la miró durante unos segundos, perplejo, y luego se la entregó. Pyanfar bebió, dominando el inicio de un escalofrío, y se la entregó de nuevo.
Tully bebió también, mirándola, como midiendo sus reacciones, hasta terminar la taza. Nada de prejuicios ni repugnancia hacia otras especies. Pyanfar movió la cabeza en señal de aprobación.
—Iré contigo, capitana —se ofreció Chur.
—De acuerdo —dijo Pyanfar—. Geran, quédate; no podemos dejar la nave sin alguien que cuide de las cosas y el resto de gente está descansando. Pensamos ir sólo hasta las oficinas y volver; no deberíamos tener problemas. Al menos, no espero tenerlos.
—Bien —dijo Geran, con cierta preocupación en el rostro.
Pyanfar puso la mano en el hombro de Tully, percibiendo entonces lo fría que estaba su piel y dándose cuenta, por primera vez, de que siempre encorvaba el cuerpo al sentarse, Tully se puso en pie, temblando levemente.
—El traductor no funcionará fuera de la nave, ¿entiendes, Tully? Una vez fuera de la rampa no podremos entendernos mutuamente. Por lo tanto, te lo digo ahora: quédate siempre conmigo; no te separes de mi lado y obedéceme en todo momento.
—Ir a las oficinas.
—Eso es, a las oficinas. —Extendió el dedo, presionándole el pecho con la afilada punta de una garra—. Amigo mío, voy a intentar que te permitan pasar legalmente. Si te llevamos a bordo en secreto, saliendo del territorio mahendo’sat contigo para dirigirnos hacia Anuurn, nuestro mundo… bueno, quizás hubiera problemas. A los mahendo’sat se les podría ocurrir que estábamos guardando en secreto algo que ellos debían conocer. Así pues, revelaremos tu existencia y dejaremos que te vean todos: mahendo’sat, stsho; sí, incluso los kif. Andas vestido, sabes pronunciar algunas palabras en hani y quizá con eso consigamos que te registren y te den documentos adecuados, todo lo que un buen ser civilizado necesita para ser considerado legalmente como una entidad dentro del Pacto. Intentaré que hagan todo eso para ti y después de que tengas todos esos documentos no habrá modo alguno de que nadie pueda decir que no eres inteligente. Te registraré como parte de mi tripulación. Te daré un documento y tú pondrás tu nombre allí donde yo te diga. Y no me causes problemas. ¿Me has entendido? Eso es todo lo que puedo decirte, nada más.
—No entiendo todo. Tú pide. Yo hago.
—Vamos —dijo Pyanfar, impaciente, haciendo un gesto con la mano a Chur.
Chur se puso en movimiento y Tully la imitó, como si confiara ciegamente en ella. Pyanfar torció el gesto y les precedió hasta la esclusa, preguntándose mientras si el personal de la estación tendría detectores y si, yendo a donde iban, habría algún modo de pasar un arma oculta. Acabó decidiendo que por arriesgada que pudiera ser la situación, sería mejor no intentarlo.
Junto a la rampa se encontraron con un obrero mahe que se escabulló a toda prisa nada más verles, probablemente para avisar a sus superiores. Los mahendo’sat parecían algo nerviosos y mantenían una vigilancia tan cortés que casi resultaba imperceptible, pero que existía sin lugar a dudas. Pyanfar se dio cuenta de ello igual que Chur y Tully contempló con cierto temor el repentino movimiento causado por su aparición. Les dijo algo pero ahora el traductor resultaba inútil al estar fuera del alcance de transmisión de la nave y Pyanfar se limitó a tocarle el hombro con la mano, intentando calmarle, y manteniéndole en movimiento.
—Es sólo una precaución —dijo con voz tranquila, desviando los ojos hacia la rampa que daba acceso a la Luna Creciente, donde se encontraba una observadora capaz de darles muchos más problemas: una tripulante hani—. Será mejor que nos ocupemos antes de ese asunto —le dijo Pyanfar a Chur, desviándose en diagonal de su curso anterior y atravesando los transportes donde se amontonaban los recipientes de la Luna Creciente.
De pronto vieron aparecer a otra tripulante, evidentemente llegada a toda prisa: con los ojos clavados en ellas y los pies firmemente plantados en la rampa parecía un reflejo de la primera figura. Pyanfar se detuvo a cierta distancia y esperó, haciéndole una seña con gran disimulo a Chur, que se adelantó hacia la rampa.
La conversación posterior se mantuvo en un tono de voz demasiado bajo como para que pudiera oírla: no advirtió demasiada amistad en los rostros de las tripulantes, pero tampoco percibió una declarada mala voluntad. Chur volvió de la rampa caminando sin prisas pero sin entretenerse, con las orejas gachas.
—Su capitana está durmiendo —le informó—. Nos han propuesto subir a la Orgullo cuando haya terminado la siesta. Quieren una respuesta, capitana.
—Bueno, no tengo por qué dársela. No me dijeron nada de eso por el comunicador. Dejemos que venga ella, será mejor. —Se volvió sin mirar a las otras dos tripulantes y, poniendo la mano en el hombro de Tully, le guió fuera del dique.
Y, aunque fuera verdad que la capitana Tahar estaba durmiendo, su reposo duraría solamente lo que tardaran en volver a bordo esas dos orejas rasgadas para informarle de que la capitana Chanur tenía un compañero de especie desconocida y que se dirigía hacia las oficinas de la estación. La capitana Tahar había caído en la trampa de su propia arrogancia y Chanur, como si el responder a un insulto con otro estuviera por debajo de su dignidad, se limitó a marcharse. Exageró un poco más el contoneo de sus pasos en beneficio de las tripulantes y de los obreros mahe, que no habían perdido detalle de la escena y algunos de los cuales ya se dirigían presurosamente a informar a sus superiores o a reunirse con sus camaradas, formando un pequeño grupo de siluetas casi desnudas y de oscuro pelaje.
—Se han dado cuenta de todo —dijo Chur.
—No importa. —Pyanfar, con las manos a la espalda, si guió andando un poco por delante de Chur y Tully: una capitana hani de elevada estatura vestida de rojo, una tripulante hani de menor talla vestida con el traje azul de faena y, como improbable tercer miembro del grupo, un Extraño de imponente tamaño y anchos hombros con la piel carente de vello y una magnífica melena dorada, una silueta que era imposible no percibir al instante. Pyanfar sintió que la sangre se le agolpaba en las venas y tuvo que apretar los labios al ver que el muelle empezaba a llenarse de gente, en una cantidad muy superior a la de obreros trabajando normalmente en el lugar. Mahendo’sat, obreros, mercaderes, mineros y sólo los dioses sabían qué más; un grupito de stsho, destacando con sus pálidos colores apastelados entre los demás, con sus blancos ojos redondos y grandes como lunas, apretándose las manos unos a otros y hablando con aire de gran inquietud. En cuanto a los kif, de momento no había ni rastro de ellos, pero los rumores no tardarían en atraerlos, de eso estaba segura, Cómo le habría gustado tener ahora el arma que había estado pensando coger.
Llegaron al ascensor y apretaron el botón, con los mahe retrocediendo para dejarles paso y agrupándose de nuevo a su alrededor a la menor oportunidad, escuchando ya el estruendo que formaba toda aquella muchedumbre hablando a la vez.
—Capitana —le preguntó un mahendo’sat—, ¿de qué criatura se trata?
Pyanfar se volvió hacia él con una sonrisa forzada en la que no había ni un átomo de paciencia y los mahendo’sat que conocían un poco a la especie hani se apresuraron a retroceder unos pasos. Pero en el continuo rugido de la multitud había también una especie de humor satisfecho ante la expectativa creada y el revuelo. El ascensor llegó por fin, y media docena de sorprendidos mahe decidieron salir de él, ya fuera éste o no el piso al que se dirigían. Apenas hubieron dejado libre la entrada Pyanfar cogió a Tully por el brazo y le metió dentro. Chur esperó a que ella entrara y luego se metió en la cabina, dando la cara a la multitud. La puerta tardó unos segundos en cerrarse como esperando a que, si alguien así lo decidía, tuviera tiempo de acompañarles en la subida, pero nadie más entró en el ascensor.
La puerta acabó cerrándose y el ascensor salió disparado hacia arriba. Pyanfar soltó por fin el brazo de Tully y le puso la mano en el hombro, dispuesta a no perder ni un segundo cuando llegara el momento de salir. Tully estaba sudando pese a lo frío de la atmósfera. Chur, al otro lado, le dio unos golpecitos en el brazo. El ascensor hizo una parada intermedia pero quienes lo estaban esperando decidieron no entrar, contemplándoles con ojos asombrados; unos momentos después, el aparato se puso de nuevo en marcha.
—Amigos —dijo Tully con voz nerviosa, rebuscando entre su escaso surtido de palabras hani.
—Mahendo’sat y stsho —contestó Pyanfar—. Amigos, sí.
El ascensor se detuvo por segunda vez revelando ahora un pasillo bastante menos concurrido en el complejo de oficinas. La presencia de Tully mientras cruzaban la sala fue dejando un asombrado reguero de empleados mahe.
De pronto Tully se detuvo en seco. Un kif salió de las oficinas que tenían delante y se les quedó mirando, una silueta anónima envuelta en ropas de color gris con el acostumbrado rostro lúgubre y entristecido de su especie. Pyanfar cogió nuevamente a Tully del brazo, escondiendo las garras al ver cómo éste daba un respingo pero consiguiendo ponerle otra vez en marcha gracias al pinchazo. Pasaron junto al kif y éste se volvió para no perderles de vista. Pyanfar no hizo nada pero Chur, siendo tripulante y no debiendo cargar con el peso del rango, se le encaró ferozmente, con las orejas planas y los labios retorcidos en una mueca salvaje. El kif siguió mirándoles. Pyanfar empujó a Tully a través de las puertas de la oficina y sólo entonces se volvió a mirar. Pero el kif ya había proseguido su camino, con la túnica revuelta por lo rápido de su paso: Chur, con las orejas aun pegadas al cráneo, se reunió con ellos dentro de la oficina de registro. Tully apestaba a sudor y las venas destacaban claramente en sus brazos. Pyanfar le dio unos golpecitos en el hombro y examinó la oficina, que resultaba más bien chillona en cuanto a colorido, volviéndose finalmente hacia un grupo de oficiales mahendo’sat que parecían haberse quedado helados, la mayoría se encontraba de pie.
—Soy Pyanfar Chanur. Me habían pedido una entrevista.
Ante sus palabras se organizó un cierto revuelo mientras el empleado más cercano se apresuraba a conducirles a través del área general de registro, haciéndoles entrar en la parte de la oficina que había tras unas puertas, quedando así más resguardada. Durante todo el proceso Tully fue el blanco de bastantes miradas llenas de curiosidad.
—Ven —le instó Pyanfar en voz baja, agarrándole el codo. Sintió que estaba empezando a sudar y en ese instante comprendió todas las fuertes emociones que Tully había soportado hasta entonces: un kif en el salón, encontrarse en un lugar cerrado. Bastaría que se dejara dominar un momento por sus instintos y echaría a correr, o quizá golpeara a quien tuviera más cerca—. Amigo —le dijo, y Tully siguió andando junto a ella.
El oficial les condujo hasta una lujosa área de espera en la que había una gruesa alfombra y unos asientos de brillantes colores blandos como plumas. Luego se apresuró a ofrecerles unos refrescos mientras que el trío se instalaba en los asientos.
—Siéntate, siéntate —le dijo Pyanfar a Tully, dándole ejemplo e instalándose en un asiento con las piernas cruzadas. Chur esperó a que Tully, bastante nervioso, hubiera ocupado el otro asiento y luego se hundió en el suyo con un suspiro de alivio.
El oficial dispuso ante los asientos una mesita portátil con una bandeja de refrescos. En los oscuros ojos del mahe ardía una viva curiosidad.
—Disculpe mi pregunta, capitana hani, ¿éste es un pasajero?
—Tripulante —le respondió Pyanfar frunciendo los labios como si la pregunta resultara casi ofensiva. Aceptó la copa que le ofrecía el mahe, sosteniéndola a su estilo con las dos manos y, para su satisfacción, vio que había tres copas. El oficial llenó la segunda y se la ofreció a Chur. Luego, dando muestra de una impecable educación, le ofreció la tercera copa a Tully con aire ceremonioso.
Tully la aceptó del mismo modo que lo habían hecho ellas, demostrando así sus excelentes capacidades de imitador, Pyanfar sonrió levemente y, para ocultar su gesto, tomó un sorbo del licor mahendo’sat. El oficial se fue, despidiéndose de ellos con una abundante serie de reverencias tan efusivas como nerviosas y Tully, fuera cual fuera su opinión sobre el licor, logró dominarse lo suficiente para beberlo sin poner mala cara.
—Amigo —dijo otra vez Tully, ahora con cara preocupada. Chur, que estaba a su lado, le puso la mano en la rodilla y el gesto pareció tranquilizarle un poco. De momento no había cedido al pánico pero su piel estaba cubierta de una brillante película de sudor y tenía los músculos tensos. Entonces se oyeron unos pasos al otro lado de la puerta que había en un extremo de la estancia y Tully estuvo a punto de mirar hacia allí, sobresaltado, pero Chur le palmeó de nuevo la rodilla, logrando que se contuviera.
La puerta se abrió revelando a un pequeño grupo de mahendo’sat, que parecían importantes a juzgar por la elaborada brillantez de sus faldellines y adornos. Uno de ellos iba acompañado por un pequeño peluche blanco y marrón que empezó a corretear por entre los pies de los presentes para acabar convirtiéndose en una bola erizada al notar el olor de las hani. Empezó a bufarles y uno de los oficiales tuvo que acabar cogiéndole en brazos, pese a lo cual Pyanfar decidió no perderle de vista. Chur y Tully esperaban que fuera ella quien tomara la iniciativa, por lo que Pyanfar hizo una reverencia, soportando mientras tanto las nada disimuladas miradas de los mahendo’sat hacia Tully. Los oficiales no dejaban de hablar entre ellos, obviamente nerviosos, y Pyanfar logró entender algo de lo que decían, casi todo referente a curiosidad y desconcierto. El peluche gruñó y su propietario, un mahe de bastante edad cuyo oscuro pelaje estaba volviéndose gris y en cuyo rostro se veían ya los atributos de la vejez, se dirigió a ella agachando las orejas.
—¿Capitana Chanur?
—La misma. ¿Tengo el honor de conocerle?
—Yo Ahe-Stasteburana-to.
El encargado principal de la estación en persona, el maestre… Pyanfar le hizo otra reverencia y el maestre se la devolvió, logrando no molestar demasiado con ello a la mimada mascota que sostenía en sus brazos, intentando infructuosamente calmar sus incesantes gruñidos al enderezarse. Y, aparentemente distraído, el Stasteburana se apartó, dejando que otro miembro del grupo les hiciera una reverencia no tan cortés y empezara a hablar con Pyanfar en tono más bien cortante:
—Capitana Chanur, tú pagas multas por entrada temeraria. Multas por haber traído polvo y rocas a través del salto, poniendo en peligro a todos inocentes. Multas por velocidad imprudente cerca de la estación. Por ocasionar situación de peligro.
—Escupo sobre vuestras acusaciones. El polvo y las rocas quedaron en Kita y el único motivo de advertir sobre ellos fue por si se daba la remota posibilidad de que aún transportara un poco en mi estela. Podría añadir incluso que con ello sufrí daños para proteger vuestra inútil estación de todo daño posible. En cuanto a las multas sois unos bandidos chupasangre, ¿cómo podéis lanzaros de este modo sobre una nave amiga que tiene un largo historial de buenas relaciones con la estación y que ha debido acudir a ella buscando refugio contra los piratas, para así no perder la vida y proteger la integridad del Pacto? Una nave hani, hani, ¿me oís bien?, os pide refugio y, ¿cuándo ha ocurrido algo semejante? ¿Estáis sordos y ciegos, aparte de enloquecidos por la codicia?
—Se han cometido ofensas. Tenemos knnn actuando de modo muy extraño aquí. Tenemos informes…
El Stasteburana alzó su vieja y bien manicurada mano con lo que su Portavoz calló de inmediato haciendo una reverencia. El Stasteburana se echó hacia atrás acariciando la redonda silueta de su peluche, que seguía gruñendo.
—Sí, capitana Chanur, te conocemos bien, grande y honorable capitana hani, has causado gran conmoción… largo tiempo ausente; quizá comerciando con nuestra rival Ajir, pero te conocemos. Buenos amigos, nosotros quizá podamos hacer trato con multas. Pero asunto más serio. ¿De dónde venís?
—De Punto de Encuentro y Urtur, por el camino de Kita, sabio mahe.
—¿Con esto? —una mirada hacia Tully, con las orejas pegadas al cráneo.
—Un pobre infortunado. Una criatura de gran sensibilidad, sabio y amable mahe. Su nave fue destruida y sus compañeros desaparecieron. Él se confió a mi caridad y ha probado ser de considerable valor.
—¿Valor, capitana hani?
—Necesita documentos, sabio mahe, y mi nave necesita ser reparada.
El Stasteburana se puso de nuevo en movimiento, apartándose de su Portavoz.
—Tu nave no lleva mercancía —escupió el Portavoz—. Vienes con manos vacías y causas grandes problemas aquí. Estás pidiendo crédito, capitana hani; ¿qué crédito? Te imponemos multa, te enviamos para que busques carga en Anuurn, quizá dos o tres naves hani paguen daños. Nos has traído knnn. Nos has traído kif. Lo sabemos. Habla con la nave hani en el dique contiguo, pídele a ella que pague tus multas.
—Todo eso son trivialidades. Tengo una carga mejor que la de la Luna Creciente. Haré un trato con vosotros; sí, haré un trato pese a vuestra nada civilizada forma de actuar. Haré un trato que todos los mahendo’sat apreciarán grandemente.
El Portavoz miró a Tully y el Maestre se volvió a mirarle con gestos llenos de tranquila dignidad, tendiéndole el diminuto y ruidoso animal al Portavoz, frunciendo el ceño. El Stasteburana hizo una seña a sus otros tres compañeros y uno de ellos dijo algo dirigiéndose hacia el otro salón.
No era muy fácil distinguir a los mahendo’sat de la misma edad, a no ser por el sexo y la constitución, pero en el que respondió a la llamada, bastante corpulento y de aspecto no muy distinguido; sí, había en él algo que le resultó de inmediato preocupantemente familiar. Mucho más cuando les sonrió, exhibiendo una gran dentadura de oro. Pyanfar contuvo el aliento y se llevó las manos a la espalda, escondiendo las garras.
—Capitán Ana Ismehanan-min, del carguero Mahijiru —dijo suavemente el Stasteburana—. Conocido vuestro, sí.
—Ciertamente —dijo Pyanfar, haciéndole una reverencia a la que Dientes-de-Oro contestó con una fioritura algo exagerada.
—El asunto de los kif —dijo el Stasteburana, cruzando sus arrugadas manos sobre el vientre—. Explícalo, capitana hani.
—¿Quién soy yo para conocer los pensamientos de un kif? Dejaron que este pobre y desgraciado ser se les escurriera entre los dedos y luego esperaban que se lo volviera a vender, lo que era claramente ilegal. Entonces atacaron una nave hani que no sabía nada de todo el asunto. Una nave de Handur fue destruida, a menos que el capitán de la Mahijiru tenga mejores noticias al respecto.
—No buenas noticias —dijo tristemente Dientes-de-Oro—. Todas perdidas, capitana hani. Todas. Yo marché deprisa para traer aquí mi historia.
El Maestre se volvió hacia él y le golpeó suavemente en el hombro, hablándole en uno de esos oscuros lenguajes mahe a los que no llegaban los conocimientos de Pyanfar. Dientes-de-Oro hizo una profunda reverencia y se echó a un lado. Pyanfar, no muy tranquila, miró al Maestre.
—Ya sabéis qué desean los kif —dijo, intentando recobrar la iniciativa—, e igualmente sabéis que es imposible esconder tal hallazgo, ni aquí ni tampoco en Anuurn. No existe escondite adecuado para algo semejante.
—Os hago… —Un zumbido procedente de un sensor portátil. Se oyó una voz y uno de los oficiales de baja graduación apareció de repente con aspecto consternado, ofreciéndole el aparato al Stasteburana. Pese a que hablaban en dialecto local, Pyanfar logró entender algo sobre los knnn y los oscuros ojos del Maestre se agrandaron como por efecto de la sorpresa. «¿Dónde está?», oyó Pyanfar en un momento dado, viendo los rostros inquietos de los demás. «Ven», acabó diciendo el Stasteburana en persona, sin utilizar los servicios de su Portavoz, abarcando con un gesto muy significativo el grupo y la puerta por la que había entrado el mahendo’sat.
—Venid —le repitió Pyanfar como un eco a Chur y Tully, partiendo todos en pos del Maestre, el cual se apresuraba con evidente alarma, seguido por los mahe, tanto ayudantes y Portavoz como el capitán de la Mahijiru.
El corredor desembocaba en un centro de operaciones. Los técnicos parecieron esfumarse, tanta era su prisa por dejar paso al Maestre y su séquito. El Portavoz lanzaba órdenes sibilantes y también el peluche se puso a gruñir, como añadiéndose a la atmósfera de amenaza general. De pronto se oyó una voz tc’a, toda chasquidos y crujidos.
—Pantalla —ordenó el Stasteburana en su propia lengua.
La pantalla principal, que medía varios metros, se iluminó ante ellos mostrando un muelle en penumbra. De pronto brotó un surtidor de colores azules y violetas que ardía con el lívido resplandor de una pesadilla y en él se vio una forma huidiza que parecía un manojo de pelos con un número indefinido de patas, negras y muy delgadas. Se agitaba velozmente a un lado y a otro, llevando entre las mandíbulas (¿apéndices escondidos entre el pelo?) algo que despedía un brillo metálico y que parecía, por sus miembros alargados, un cuerpo hani.
Pyanfar, abatida, reconoció el objeto. Probablemente Chur y Tully, que habían participado en su construcción, lo reconocieron igual que ella.
—Eso es un knnn —le dijo Pyanfar a Tully. Él le respondió algo, con expresión no muy feliz. El ser de la pantalla iba de un lado a otro eludiendo los intentos de otras siluetas medio ocultas por la penumbra que pretendían cogerle: las siluetas eran tc’a. Algo flaco y muy largo se unió a la confusión, arrojándose sobre el knnn y dando un tirón al objeto metálico para salir huyendo de inmediato. Chi, por todos los dioses, esos mendigos crónicos. Los miembros de la criatura relucían con una fosforescencia amarillenta que dejaba huellas engañosas en la pantalla, dada la rapidez de sus movimientos.
De pronto un par de tc’a apareció delante del knnn y le arrebataron el objeto metálico. El knnn pareció enloquecer, agitándose ferozmente y lanzando gemidos de rabia, de inquietud o, quizá, meramente intentando hacerse entender. La escena se había convertido en un completo caos y de pronto apareció otro grupo de knnn. El chi huyó a toda prisa, una mancha borrosa de miembros delgados que emitían un brillo amarillento y en el centro de control mahendo’sat los técnicos, que hasta ese momento habían permanecido sentados, se pusieron en pie para contemplar la escena de la pantalla, convertida ahora ya claramente en un salvaje combate. Del altavoz brotaba una mezcla de siseos, chasquidos y gemidos. Los knnn empezaron a retirarse ordenadamente, como una falange peluda, lanzando feroces rugidos.
De repente uno de ellos saltó hacia adelante y se apoderó de un tc’a, arrastrando su cuerpo de reptil rugoso al centro de la masa que se retiraba. Los tc’a sisearon y chasquearon con frenesí aún mayor—, pero, aparte de un súbito remolino formado por docenas de cuerpos sinuosos que parecían entrelazarse como los dedos de una mano preocupada, nada. Ni el menor intento de contraataque o de rescatar al cautivo. Pyanfar contempló el secuestro con las orejas gachas.
Así que los knnn habían decidido comerciar a su modo, viniendo lo más rápido posible a la estación para ofrecer su mercancía y obtener a cambio de ella un precio justo: una especie más había caído en la tentación de comerciar con seres inteligentes.
—¿Qué es? —preguntó un mahe con aire abatido, callándose luego. Un grupo bastante numeroso de tc’a había logrado arrastrar cierta distancia al objeto con que pensaban comerciar los knnn, agitando grotescamente los miembros metálicos del traje. Se recibió una comunicación y un técnico se acercó a Stasteburana.
—Cápsula extravehicular, obra hani —le dijo y el Stasteburana se volvió hacia Pyanfar con ojos preocupados mientras que ésta enderezaba las orejas e intentaba adoptar su expresión más tranquila.
—No deseaba causaros tal inquietud —le dijo Pyanfar—. Todo lo que hallaréis en ese traje, sabio mahe, es un pedazo de carne ya bastante corrompida procedente de nuestra nevera. Os aconsejo que adoptéis precauciones anticontaminación para quitarle el casco.
—¿Qué haces? —le dijo iracundo el Stasteburana sin utilizar a su Portavoz, apartándole de un gesto al intentar intervenir éste en la conversación—, ¿Qué haces, capitana?
—Los knnn parecen haber interceptado un regalo que les dirigí a los kif. Estoy segura de que se encontrarán algo confusos y acabarán devolviendo al tc’a… Reverenciado mahe, en esos momentos fue necesario hacerlo.
—¡Necesario!
—Os aseguro que sólo se ha echado a perder un poco de carne, nada más. Estábamos a punto de discutir las reparaciones de mi nave, que son muy urgentes. Imagino que no desearéis tenerme ocupando el muelle ni un segundo más de lo necesario. Preguntad al respecto, el honesto capitán de la Mahijiru os lo podrá aclarar.
—¡Ultraje! —proclamó el Portavoz—. ¡Extorsión!
—¿Discutimos el asunto?
El peluche se vio transferido a otro dignatario y el Portavoz pareció prepararse a entablar un combate verbal pero el Maestre alzó plácidamente la mano, haciéndole callar y con otro gesto le indicó al grupo que volviera por el pasillo, mientras impartía algunas instrucciones concernientes a los tc’a. Después de ello el Maestre abrió la marcha hasta llegar de nuevo a la cómoda sala de espera.
—Beneficios —se apresuró a decir Pyanfar en tono conciliatorio una vez que el anciano mahe y su séquito se volvieron hacia ella.
—Problema primero con kif y ahora con knnn y tc’a. Engaños, fraudes y peligros para la estación.
—Una nueva especie, reverenciado mahe, ése es el tesoro que tanto inquieta a los kif. Se dan cuenta de que pueden obtener unos beneficios tales como nunca antes han conseguido y yo tengo en mi poder al único miembro superviviente de su grupo: una especie capaz de viajar por el espacio y de comunicarse, sabio mahe, una especie civilizada capaz de hacer cambiar el equilibrio del poder en el Pacto. Eso era lo que se puso en juego en Punto de Encuentro y por esa razón se destruyó la nave Handur, y ésta fue la parte de mi carga que me negué a echar al vacío. Supongo, reverenciado mahe, que estaremos de acuerdo en lo que pretenden hacer los kif con ese tipo de informaciones. ¿Queréis que os cuente con más detalle lo que sospecho, que los stsho sabían también algo de lo que ocurría? Los kif pretendían conquistar una parte mayor del espacio adyacente al suyo; ¿quizá intimidando a los stsho? Habiéndolo conseguido, se hallarían en posición de expandir sus operaciones y cambiar el mapa del Pacto para su beneficio, adquiriendo algo que, por su posición, no estaría dentro del alcance de los demás miembros del Pacto. Sólo los stsho, dispuestos a lamerle los pies a la especie kif.
Y, entonces, ¿qué futuro le aguardaría al Pacto? ¿Qué sería de este Pacto que mantiene y hace posible todo nuestro provechoso comercio? ¿Qué sucedería con el equilibrio actual? Dejad que os diga lo que tengo: tengo una cinta, mi gran y preclaro mahe, tengo una cinta para un traductor simbólico; una cinta por la cual los kif sacrificaron bastantes vidas, pero que no lograron conseguir. No somos egoístas: pongo esta cinta a la libre disposición de los mahendo’sat igual que a la de nuestra especie, todo ello en interés de que ese conocimiento se difunda lo más posible entre especies con intenciones idénticas. Pero quiero ver reparada mi nave, que se olviden todas esas multas y la seguridad de que Chanur seguirá gozando de la amistad de esta grande y poderosa estación.
El Maestre inclinó bruscamente las orejas, con los ojos abiertos como platos. Se dio la vuelta, dejando que su Portavoz lidiara con el problema.
—¿De dónde viene este ser? ¿Cómo nosotros sabemos inteligente? ¿Cómo nosotros sabemos amistoso?
—Tully —dijo Pyanfar, poniéndole la mano en el brazo y haciéndole avanzar—. Tully, es el Portavoz del Maestre de la estación, un amigo, Tully.
Durante un terrible instante sintió la tensión de su brazo, como si Tully se dispusiera a salir corriendo.
—Amigo —dijo luego Tully, obedeciéndole. El Portavoz frunció el ceño, observando atentamente el rostro de Tully, que se hallaba al mismo nivel que el del mahe.
—¿Habla hani? —preguntó el Portavoz.
—Voy en nave de Pyanfar. Amigo.
Dioses, toda una frase. Pyanfar le apretó levemente el brazo y luego se puso delante de él, en un gesto de protección. El Portavoz torció levemente el gesto y, algo más atrás, el Maestre se volvió a mirarles con interés.
—Tú nos traes este problema —dijo el Stasteburana—. Y los knnn… ¿por qué knnn?
—Un residente de Urtur. No pretendo decir que pueda entender a los knnn. Se puso nervioso, inquieto… pero eso no fue por mis actos, noble mahe. En este momento el curso de acción más seguro para la estación de Kirdu es ponerse a mi lado; y para ello, me temo que está antes la cuestión de ciertas reparaciones esenciales.
El anciano mahe respiraba aguadamente, con las fosas nasales dilatadas al máximo. Habló brevemente con su Portavoz, y éste le respondió algo en lo que se mencionaba a los kif y a los knnn. El Maestre se volvió nuevamente hacia ella.
—Este trato con la cinta…
—Es la clave para entender a otra especie, reverenciado mahe. Los mahendo’sat tendrán acceso a ella y encontrarán naves de esta especie, con lo que podrán asegurar que el encuentro sea pacífico y la comunicación perfecta. Y pensad que no estáis tratando con ninguna extraña que vaya a esfumarse una vez os haya engañado. Chanur espera volver de nuevo a Kirdu en el futuro, Chanur espera… ¿me permitís que os hable en confianza? Chanur espera explotar este nuevo hallazgo.
El Stasteburana miró a Tully con cierto nerviosismo.
—¿Y cuál es el hallazgo? Hallazgo es problema. Da problemas.
—¿Estáis dispuesto a permitir que sean los kif quienes planten la cosecha y la recojan luego? Estad seguro de que lo harán, mi buen mahe, si antes no lo hacemos nosotros.
El Maestre agitó las manos, cada vez más nervioso, acercándose luego al dignatario que sostenía el enfadadísimo peluche y lo cogió de nuevo, acariciándolo y hablándole con mucha suavidad. Luego miró a Pyanfar.
—Reparaciones empiezan —dijo el Stasteburana y se acercó a Tully, que no se movió ni un centímetro pese a los gruñidos de la criatura acurrucada en los brazos del mahe. El peluche gruñía cada vez más fuerte. El mahe se quedó inmóvil, contemplando a Tully durante varios segundos y por último, con un visible estremecimiento, alzó la mano con que había estado acariciando al peluche, haciéndole una seña a su Portavoz—. Haz documentos este ser consciente. Haz reparaciones. Todas las hani se van. Irse. —Sus ojos se volvieron bruscamente hacia Pyanfar—. Pero tu das cinta. No decimos nada a kif.
—Sabio mahe —replicó Pyanfar con toda la dignidad de que fue capaz, haciendo una reverencia. El Maestre agitó los dedos y les indicó que se fueran con el Portavoz, mientras que el peluche les gruñía hasta perderles de vista.
Bien, pensó Pyanfar mientras pasaban por los trámites de la oficina exterior y los nerviosos empleados mahendo’sat identificaban a Tully. Bien, ya tenían sus promesas. Mantuvo las orejas bien erguidas y el rostro afable, sonriendo con extraordinaria buena voluntad a los empleados. Chur no apartaba nunca demasiado la mano del brazo de Tully, cubriéndole la espalda en todo momento y tranquilizándole a cada nuevo trámite, dando respuestas por él y haciéndole estar bien quieto en el momento de grabar su imagen, así como instándole a firmar cada vez que se requería. Pyanfar se inclinó un poco hacia adelante y distinguió fugazmente una firma de tan intrincada regularidad que nadie habría podido tomarla por un garabato de iletrado.
—Bien —dijo, dándole una palmada a Tully en el hombro mientras el documento volvía a las manos de los empleados mahendo’sat; y luego alzó bruscamente la cabeza, arrugando la nariz al sentir un leve perfume, Dos stsho habían entrado en ese mismo instante. Se quedaron muy quietos, con su enjoyada palidez destacando incongruentemente entre la imponente arquitectura mahendo’sat, con sus monolíticos escritorios y colores chillones. Sus ojos pálidos y duros no se apartaban ni un segundo de Tully y el resto del grupo. Los espaciosos cerebros stsho guardaban auténticos tesoros de precisión y detalle para satisfacer el amor que sentían sus propietarios hacia la murmuración, que para ellos era algo tan digno del comercio como cualquier otro artículo. Pyanfar les enseñó los dientes y los stsho, muy sabia y prudentemente, no se acercaron ni un paso más al grupo.
Los documentos volvieron a ellos, ahora plastificados para hacerlos mucho más duraderos, con el rostro de Tully en cada uno e indicando su especie: la clasificación general le daba la categoría de tener cierta capacidad para el viaje espacial y el sexo le hacia varón. La mayor parte de casillas estaban en blanco. Pyanfar se los entregó a Tully, le dio otra palmada en el hombro y le hizo dar la vuelta, indicándole que se dirigiera a la puerta, para lo cual pasaron ante los stsho, que no habían cesado de mirarles.
Pyanfar esperaba que, mientras tanto, se estuvieran cursando las órdenes capaces de hacer reparar con toda urgencia la Orgullo. La preocupación básica de los mahendo’sat en esos momentos era librarse de ellas con la mayor velocidad posible; de eso no le cabía duda.
Antes de que todo hubiera terminado vendría algún oficial mahe a por la cinta. También eso era indudable y habría alguna pequeña discusión sobre qué debía venir primero, si las reparaciones o la cinta. Ella estaba decidida a que lo primero fueran las reparaciones y a los mahe no les quedaba demasiado donde escoger.
Una vez fuera de la oficina recorrieron el pasillo hasta el ascensor, pasando de vez en cuando junto a empleados mahendo’sat y visitantes con negocios que atender, los cuales siempre encontraban razones repentinas para esconderse en algún umbral o intentaban ansiosamente ignorarles.
Pero los tres que esperaban delante del ascensor… Pyanfar estuvo a punto de pararse, pero en vez de ello decidió alargar aún más su zancada.
—Tú —dijo, avanzando hacia el ascensor, y el mahe que estaba un poco separado de sus dos compañeros dio un paso hacia adelante, sus Dientes-de-oro escondidos por una mueca de ira.
—Tú trajiste problemas —le dijo el capitán de la Mahijiru.
—¿Cuál es tu modo de vivir, mahe? ¿Vendes información en cada puerto que tocas?
—Kirdu, mi puerto. Tú traes problemas.
—Ya. Los problemas me buscan. Conseguí que a una de mis tripulantes la hirieran cuando intentaba entregarte esas malditas soldadoras para mantener nuestro acuerdo. ¿He dicho algo sobre las perlas que me debes? No. Ha sido un regalo, mi valiente mahe. No pidas nada más a cambio.
Dientes-de-Oro frunció aún más el ceño, miró a Chur y se acercó un poco a Tully, alzando hacia él su redonda mandíbula para verlo bien, pero sin hacer ningún ademán de tocarle. Luego miró a Pyanfar.
—Éste recogiste en el muelle.
—¿Haces tú las preguntas que interesan al Maestre? ¿Igual que recogías información en Punto de Encuentro?
Por primera vez el mahe le dirigió, aunque fugazmente, su dorada sonrisa.
—Inteligente, capitana hani.
—Tú conoces a ese Akukkakk.
La sonrisa se había esfumado, dejando en su lugar una absoluta seriedad.
—Puede.
—¿Eres un auténtico comerciante, capitán mahe?
—Hace mucho, honesta hani. Majihiru hace mucho nave de comercio, yo, mi tripulación, hace mucho que comerciamos, hijos e hijas de comerciantes. Pero conocemos a la Hinukku, sí. Hace mucho mal problema.
Pyanfar contempló su rostro ancho y curtido, arrugando la nariz.
—Capitán mahe, puedo jurarte que no pensaba daros ningún problema. Te di lo que habíamos acordado en el trato y no pienso pedir que me lo devuelvas. Salvaste nuestros pellejos avisándonos de ese kif bastardo y te debo mucho por ello.
El mahe puso mala cara.
—Trato, hani. Ellos hacen reparaciones, tú marchas deprisa. Peligro. Eso te lo digo gratis.
—¿No sufrió ningún daño la Majihiru al salir del Punto de Encuentro?
—Pocos. Tú aceptar consejo, hani.
—Lo haré —apretó el botón del ascensor y miró por segunda vez con mayor cuidado hacia el mahe, para recordar sus rasgos sin ningún tipo de dudas—. Vamos —dijo al llegar el ascensor, vacío. Esperó a que Chur y Tully entraran y luego les siguió. Dientes-de-Oro/Ismehanan y sus compañeros no mostraron ninguna inclinación en cuanto a hacerles compañía. La puerta se cerró, separándoles de ellos, y el ascensor partió hacia abajo, Pyanfar miró a Tully y a Chur y cogió a éste del codo mientras la cabina, esta vez sin recibir ninguna llamada de los niveles intermedios, descendía hasta depositarles en el muelle.
Gracias a los dioses, el gentío se había reducido un poco aunque no lo suficiente como para pasar desapercibidos. A medida que atravesaban el muelle la multitud se fue engrosando y Pyanfar no paraba de mirar en todas direcciones, pensando que ya había pasado el tiempo suficiente como para que se les hubieran organizado problemas.
Y así era. Kif junto a las grúas, vigilando. Su presencia, desde luego, no era ninguna sorpresa. Tully no se dio cuenta de su presencia, aturdido por el torbellino de siluetas que giraba a su alrededor, nunca acercándose demasiado al grupo, pero siempre rodeándoles.
Ante ellos se encontraba ya la rampa de acceso. Junto a ella se encontraba un grupo de policías mahendo’sat, porras en mano, y el gentío se detuvo al verle. Pyanfar hizo pasar a sus compañeros a través de la línea de policías, casi a empujones, sintiendo que le temblaban las piernas: falta de sueño; por los dioses, necesitaba descansar. Chur debía encontrarse más o menos igual y Tully apenas si lograba sostenerse en pie, siendo su estado mental y físico muy poco adecuado para tales ajetreos. Pyanfar siguió avanzando, sin aliento, con los ojos clavados siempre en la rampa.
Pero entre las grúas que tenían delante había sombras hani. Tripulantes de la Luna Creciente que habían acudido del dique contiguo, pasando por detrás de la línea de seguridad.
—Seguid adelante —les dijo a Chur y Tully—. No les hagáis caso.
Pyanfar se metió por el tubo iluminado de la rampa y el grupo había llegado ya casi a la seguridad de su propia escotilla cuando se oyó un ruido detrás de Pyanfar.
—¡Adentro! —les dijo, volviéndose para cerrarle el paso a la silueta que apareció por el recodo de la rampa. Tenía las orejas pegadas al cráneo y su mano buscó instintivamente el arma que había dejado en la nave—, pero la silueta que ascendía por la rampa con aire desafiante, con sus joyas y pantalones de seda, era hani—. Tahar… —siseó Pyanfar, agitando la mano para que se fuera—, Dioses, ¿acaso necesitamos más problemas?
—Estaba durmiendo —La capitana de la nave Tahar se detuvo a unos centímetros de Pyanfar con las manos en la cintura, una figura alta y corpulenta cuya enjoyada oreja izquierda, con el lóbulo desgarrado, indicaba prosperidad. Tenía los rasgos anchos y marcados: una cicatriz negra le atravesaba el bigote, por lo cual éste raleaba del lazo izquierdo, y ello le daba a Dur Tahar una expresión no demasiado agradable. La barba y la melena, de un bronce oscuro, habían sido minuciosamente rizadas, como era típico del sur. A su espalda aparecieron dos tripulantes, indistinguibles entre sí como una pareja de clones.
—Nos hemos arreglado por nosotras mismas —dijo Pyanfar—, sin necesidad de turbar tu reposo.
Dur Tahar, aparentando no haberle oído, miró por encima de su hombro, y Pyanfar no tuvo ninguna dificultad en adivinar el objetivo de su mirada.
—¿De qué criatura se trata, Chanur? ¿Qué es?
—El problema ya ha sido solucionado, gracias.
—¡Solucionado… por los dioses! Nos acaban de ordenar que salgamos de la estación y el muelle entero habla de ese pasajero tuyo y de hani que tienen problemas con los kif. También hablan de un trato que acabas de hacer; por los dioses, creo que sí has arreglado tus problemas después de lodo. ¿A qué te dedicas ahora? ¿Comercias con esclavos? Has encontrado algo muy especial, ¿no? Todo ese jaleo que te hizo venir corriendo aquí como un cachorro asustado porque le han quemado la cola, ¿guardaba relación con eso?
—Basta ya —Pyanfar sacó las garras. Estaba cansada, dioses, apenas se tenía en pie y cuando sus ojos se clavaron en Dur Tahar le pareció que un túnel oscuro limitaba su campo visual—. Si quieres hablar de esto conmigo, que sea en una transmisión. Ahora, no.
—Ah. No necesitas nuestra ayuda. ¿Planeas quedarte aquí en el muelle jugando con tu rabo, o acaso habéis llegado a un acuerdo con los mahendo’sat? ¿Qué tipo de juego te propones, Chanur?
—Voy a decírtelo mucho más claro. Luego. Ahora, sal de mi escotilla.
—¿Cuál es su especie? ¿De dónde viene? Los rumores que corren por el muelle dicen que viene del espacio kif. O quizá del knnn. Dicen que anda por ahí una nave knnn que trajo un cadáver hani.
—Sólo lo repetiré una vez, Tahar: conseguimos esta mercancía en Punto de Encuentro y a los kif les sentó tan mal que, por venganza, destruyeron a la Viajera de Handur, sin dejar supervivientes. La sorprendieron inmóvil en el dique y ni siquiera nos habíamos puesto en comunicación. Soltamos la carga y salimos huyendo hacia Urtur y los kif que nos siguieron atacaron la Buscaestrellas de Faha sin ninguna razón. Si la Buscaestrellas pudo huir o no es algo que ignoro pero al menos tuvieron una ocasión de conseguirlo. Los kif están muy interesados en él y para ellos el asunto ya no se mide en términos de simples ganancias o pérdidas. Anda metido en esto un hakkikt los problemas sólo acabarán cuando le hayamos eliminado. Puede que lo consiguiéramos en Urtur. Quedó en ridículo y quizás eso baste para liquidar el problema. Pero si quieres ser útil, puedes acompañamos, naturalmente.
—Supón que decides mostrarte generosa. Entrégame esta criatura. Me ocuparé de que llegue sana y salva hasta Anuurn.
—No, gracias.
—Habría apostado a que responderías eso. Después de todo, puedes tratar con los mahendo’sat pero no con un rival. Bien, Pyanfar Chanur, te prometo que esto no será tan fácil como crees para la casa de Chanur. Y si todo acaba en el fracaso que me parece va a ser, iré detrás de ti. Tu hermano se está ablandando y allá ya lo saben todos. Esto debería colmar el vaso, ¿no?
—¡Fuera de aquí!
—Dame la información que usaste para comerciar con los mahendo’sat. Quizás entonces podamos tratar todo esto bajo una luz más amistosa.
—Confiaría más en ti si fueras mahe. Puedes echarle un vistazo, Dur Tahar. Pero si quieres saber algo más sobre él, eso lo decidiré cuando hayan terminado los problemas. No temas; tendrás los mismos datos que les entregué a los mahendo’sat. Pero si nos dejas sin ayuda, entonces, por los dioses que conseguiremos arreglárnoslas sin ti.
Dur Tahar echó las orejas hacia atrás y se dispuso a marcharse, deteniéndose el tiempo preciso para lanzar una última y venenosa mirada hacia la escotilla. Sus pupilas volvieron a contraerse.
—Volveré a preguntártelo en Anuurn, entonces. Y necesitarás respuestas, por los dioses: te aseguro que deberás encontrarlas.
—No es nada personal, Tahar. Siempre te faltó visión de futuro.
—Cuando me supliques ayuda… puede que te la dé.
—Largo.
Dur Tahar había hecho su oferta. Quizás esperaba una respuesta distinta. Torció el gesto y luego consiguió fingir una mezcla de pereza e indiferencia. Se atusó los rizos de la barba y, volviéndose, miró por última vez hacia la escotilla, tomándose su tiempo antes de marcharse, seguida por sus dos tripulantes.
—Dioses —murmuró Pyanfar entre dientes, apoyándose cansadamente en el muro de la rampa y volviéndose hacia la escotilla, sintiéndose de pronto mucho más vieja. ¡Menudo error! Tendría que haber reaccionado, con mayor rapidez y haber contenido mejor su mal genio. Quizás hubiera podido acabar convenciendo a la capitana Tahar hablando con ella. Quizás era justamente lo que ésta deseaba, ser convencida. Suponiendo, claro, que hubiera podido confiar en ella, teniéndola detrás. En esos momentos les odiaba a todos: mahe, Tahar, el Extraño; a todos. Chur le estaba mirando y Pyanfar frunció el ceño. Chur no había hecho ni un solo comentario durante todo el trayecto sobre su modo de haber manejado el negocio con la cinta, vendiendo algo tan inmaterial como la confianza.
Y el rostro de Tully… De pronto dio un tirón, soltándose de Chur, y fue hacia la escotilla. Chur corrió a detenerle. Pyanfar hizo un amago de correr también pero Chur ya le había cogido. Tully se apoyaba en el muro, con los ojos llenos de ira.
—Capitana —dijo Chur—, el traductor estaba funcionando.
Pyanfar metió la mano en el bolsillo y se puso el auricular, encarándose con Tully, que no apartaba los ojos de ella.
—Tully. Ésa no era amiga. ¿Qué oíste? ¿Qué?
—Eres igual kif. Quizá quieres lo mismo. ¿Qué trato con mahendo’sat?
—Salvé tu miserable pellejo. ¿Qué te has pensado? ¿Piensas acaso que puedes viajar por todo el Pacto sin que cuando te vean se les ocurra lo mismo a todos? No quisiste tratar con los kif y eso fue sensato; pero, por los dioses, ahora no tienes más elección que nosotras o los kif, mi amigo Tully. Está bien… Les vendí la cinta que hiciste, pero aún sin eso habría podido conseguir las reparaciones de la nave. Tienen unas ganas enormes de que nos larguemos y tarde o temprano habrían acabado accediendo, puedes apostarlo. Pero ahora todos oirán hablar de tu especie; dioses, deja que los mahendo’sat saquen copias de ella, deja que la vendan. Es el mejor trato que puedes soñar. No te estoy vendiendo a ti, bastardo de orejas peladas; ¿podré conseguir que lo entiendas o no? Y quizá si tus naves se encuentran con las nuestras, quizás entonces haya una cinta en los traductores que nos impida empezar a disparar unos contra otros. Nos acabaremos encontrando y comerciaremos, ¿entiendes? Es un trato mejor del que te ofrecieron los kif.
Por los rasgos de Tully corrió un temblor fugaz, una serie de expresiones ininteligibles para Pyanfar. De sus ojos empezó a brotar agua y Tully movió los brazos, intentando librarse de Chur. Chur, no muy segura de lo que hacía, le soltó.
—¿Me entiendes? —dijo Pyanfar—. ¿He conseguido que me entiendas?
Ninguna respuesta.
—Eres libre —dijo Pyanfar—, esos papeles te permiten ir a donde quieras. ¿Quieres irte por la rampa hasta el muelle? ¿Quieres volver a las oficinas de la estación y quedarte con los mahe?
Tully sacudió la cabeza.
—Se dice no.
—No. Pyanfar, Yo =.
—Repítelo.
Tully cogió los papeles que llevaba en el cinturón y se los ofreció.
—Son tus papeles —dijo Pyanfar—. Todo está en orden. Puedes ir a donde quieras.
Quizá la hubiera entendido. Tully señaló hacia la puerta.
—Esta hani… quiere que vaya con ella.
—Ésa es Dur Tahar. No es amiga mía ni de esa nave. Pero eso no es algo que deba importarte.
Tully permaneció inmóvil, aparentemente meditando. Después de unos segundos señaló de nuevo hacia la esclusa interior.
—Yo voy a sentarme —dijo, los hombros repentinamente encorvados—. Sentarme. ¿Bien?
—Ve —dijo Pyanfar—. Está bien, Tully, está bien.
—Amigo —dijo él, y al irse le tocó el brazo. Se alejó con la cabeza baja y el paso cansino.
—¿Le sigo? —preguntó Chur.
—No de forma que pueda notarlo. Después de atracar, su camarote será inutilizable. Consigue un catre que sea adecuado para el lavabo.
—Podríamos meterlo en los camarotes de la tripulación.
—No, eso no. Al lavabo no le pasa nada malo, por los dioses. Dale un sedante, creo que ya ha tenido bastante por hoy.
—Está asustado, capitana. Y no le culpo por estarlo.
—Es lo bastante inteligente como para tener miedo. Anda y dile a Geran que si en media hora no ha tenido noticias de la cuadrilla de reparaciones, que venga a buscarme.
—Bien —murmuró Chur, apresurándose a ir en pos de Tully.
Bien. Ya estaba hecho, fuera para bien o para mal. Pyanfar se apoyó en la pared sintiendo que le dolían todos los huesos. Se le nublaban los ojos. Esperó un momento y luego se fue por el pasillo desierto hacia los ascensores, esperando, por todos los dioses, que Geran no encontrara ahora ningún problema capaz de alejarla de su lecho.
Nadie la detuvo, Subió en el ascensor y luego, andando como una sonámbula, recorrió el pasillo central hasta llegar a su puerta.
—Tía —la voz de Hilfy, como persiguiéndola. Se detuvo con la mano ya en la cerradura y se volvió hacia ella, con una expresión francamente agria—. La cuadrilla de reparaciones ya viene hacia aquí —le dijo Hilfy con voz tan baja que resultaba casi inaudible—. Pensé que te gustaría saberlo. Acabamos de recibir el mensaje.
—¿Has estado de guardia arriba?
—Logré dormir un poco y creí que…
—Si Geran está de guardia, duplicar los esfuerzos es una pérdida de energías. Vuelve a tu camarote y no te muevas de allí. Duerme, maldición; ¿o se supone que debo venir a cantarte una nana? Si no puedes dormir toma algo, pero luego no me vengas con quejas.
—Capitana —murmuró Hilfy con las orejas gachas, haciéndole una reverencia.
Pyanfar apretó el control y la puerta se abrió. Entró en la habitación y golpeó el control interior sin darle tiempo al automático para que funcionara. En ese instante se dio cuenta por primera vez de la expresión en el rostro de Hilfy: comprendió las largas horas que Hilfy se había pasado ante el tablero de comunicaciones y cómo ella había estado esperando unas palabras de aprobación por todo ello, unas palabras que Pyanfar no había dicho.
¡Maldita sea! Tomó asiento en el lecho y apoyó la cabeza en las manos. Dioses, su modo de manejar la entrevista que había pedido con los mahendo’sat, haciendo un trato con ellos, ofendiendo a la capitana Tahar y a Tully. Había comerciado con algo por lo que tres compañeros de Tully habían muerto, intentando mantenerlo en secreto.
Y estaba jugando en un tablero que contenía a toda la especie de Chanur y a la de Tully. Y lo hacía en ese estado…
Dejó caer las manos sobre las rodillas y unos instantes después buscó en el cajón donde guardaba una caja de píldoras. Cogió una y se la metió en la boca. La escupió de pronto, llena de repugnancia, para arrojar luego la caja al otro extremo de la habitación. Las píldoras se esparcieron por el suelo, rodando, hasta acabar inmovilizándose. Se tendió en la cama, vestida, y se tapó con la sábana, rodeándose la cabeza con los brazos. Cerró los ojos y empezó a pensar en los complejos cálculos necesarios para salir de aquí, negándose tozudamente a que su mente se apartara de ese problema técnico. Fue construyendo los números ante sus ojos y luchó con los recuerdos: el rostro de Tully, el de Hilfy, la huidiza figura del knnn con su trofeo, los kif que acechaban hablando en susurros ahí fuera, en los muelles…