11 La marcha al mar

Fue la cosa más aterradora que ocurriera jamás. Como un ejército de invasión, cayó sobre nosotros. Como una plaga de langostas. Vinieron como las langostas sobre la tierra de Egipto cuando Moisés extendió la mano. Lo cuenta en Éxodo X, 15: Y cubrió la faz de todo el país y oscurecióse la tierra: y consumió toda la yerba de la tierra, y todo el fruto de los árboles que había dejado el granizo, que no quedó cosa verde en árboles ni en yerba del campo por toda la tierra de Egipto. Como una pesadilla. Lucy y yo éramos los egipcios y toda la gente de Tomás eran las langostas.

Lucy quería estar en medio de eso desde el principio. Para ella, Tomás era como un santo profeta de Dios desde el momento en el que empezó a predicar, aunque yo traté de decirle ya entonces que era un charlatán y un loco peligroso con antecedentes criminales. Mírale la cara, le dije, ¡mira esos ojos! Para qué me sirvió. Tenía un álbum de recortes de él como si él fuera una estrella de cine y ella una chica de quince en vez de una mujer de setenta y cuatro. Fotos suyas, textos de todos sus discursos. Se enfadaba conmigo cuando le llamaba loco o sin escrúpulos: tuvimos la peor pelea que hemos tenido quizá en treinta años cuando ella quería mandarle 500 dólares para ayudarle a pagar sus gastos de televisión y yo se lo negué absolutamente. Después del Día de la Señal, naturalmente llegó a considerar que él ocupaba un sitio allá arriba en la misma categoría exaltada de Moisés, Elias y Juan Bautista, una de las verdaderas voces ungidas del Señor, ysupongo que yo empezaba a pensar en él de esa manera también, a mi pesar. Aunque no me gustaba ni tenía confianza en él, percibía que él tenía un poder especial. Cuando todo el mundo rezaba pidiendo la Señal yo recé también, no tanto porque pensara que iba a pasar, sino sólo para evitar líos con Lucy, pero sí recé de todo corazón, y cuando la Tierra dejó de girar tuve escalofríos y me dio un sobresalto tal que pensé que quizá fuera una embolia. Así que le pedí perdón a Lucy por todas las cosas que había dicho de Tomás. Todavía sospechaba que era un loco y un charlatán, pero no podía negar que también tenía algo del santo y del profeta. Supongo que es posible que un hombre sea santo y charlatán al mismo tiempo. Todo es posible. Entiendo que una de estas nuevas religiones está diciendo que Satanás es realmente una encarnación de Jesús, o el cuarto miembro de la Trinidad o algo semejante. Honradamente.

Pues, entonces, todos los motines y los incendios empezaron cuando vino el calor y parecía que el mundo se volvía loco, y las cosas estaban peores y no mejores después de que Dios nos había dado Su Señal, y Tomás proclamó este Día de la Rededicación, todo el mundo al mar a lavarse de sus pecados, una verdadera reunión de antaño, renovadora por inmersión total, en la que nos juntaríamos todos y denunciaríamos los nuevos cultos y pondríamos las cosas en buen camino otra vez.

Lucy me vino toda radiante y dijo: Vamos, vamos a tomar parte en esto. Creo que pretenden que haya diez sitios de reunión en todas partes de los Estados Unidos, Nueva York, Houston, San Diego, Seattle y Chicago y no me acuerdo cuáles otros, pero Tomás mismo iba a asistir a la principal en Atlantic City, que está sólo un poco al sur de aquí por la costa y las actas de sesiones serían transmitidas por teledifusión viva a todas las otras reuniones convocadas acá y en el extranjero. Ella nunca había visto a Tomás en persona. Le dije que sería una locura para personas de nuestra edad mezclarse con una muchedumbre del tamaño de las que atrae Tomás siempre. Nos machacarían, nos pisotearían, moriríamos tan seguro como que era de día. Mira, dije, vivimos aquí mismo junto a la playa en todo caso, el mar está a cincuenta pasos de la entrada de nuestra casa; por tanto, ¿por qué meternos en líos? Nos quedamos aquí y miramos las oraciones en televisión y entonces cuando todo el mundo baje al mar a purificarse podemos ir aquí a nuestra propia playa y tomaremos parte en las cosas sin correr riesgos. Yo veía que Lucy estaba desilusionada al no poder ver a Tomás en persona, pero al fin y al cabo es una mujer sensata y yo voy a cumplir ochenta en noviembre y ya se habían visto escenas bastante locas en cada una de las ocasiones en las que Tomás apareció en público.

El gran día amaneció y yo encendí el televisor y entonces, claro, escuchamos las noticias de que la ciudad de Atlantic había prohibido la reunión de Tomás en el último momento por motivos de seguridad pública. Un gran petrolero se había partido en pedazos a poca distancia de la costa la noche anterior y una capa de crudo se acercaba a la playa, dijo el alcalde. Si hubiera una reunión masiva en la playa en ese día, esto impediría los procedimientos de prevención de contaminación de la ciudad, y además el petróleo pondría en peligro la salud de cualquiera que se metiese en el agua, así que iban a aislar con un cordón policiaco todo el terreno costero de Atlantic City; policía adicional llamada de fuera, líneas de rayos láser colocadas en su sitio, y así sucesivamente. Realmente la capa de petróleo no se hallaba cerca de Atlantic City y estaba siendo arrastrada por la corriente en dirección contraria, y cuando el alcalde habló de seguridad pública realmente quería decir la seguridad de su ciudad, porque no quería que un par de millones de personas rompieran el entarimado del paseo de la playa ni destrozaran los escaparates. Así que allí estaba Atlantic City cerrada herméticamente y Tomás tenía esta inmensa horda de gente ya agrupada, procedentes de Filadelfia, Trenton y Wilmington, e incluso Baltimore, una muchedumbre tan grande que no se podía contar, cinco, seis, quizá diez millones de personas. La mostraron desde una vista de helicóptero y todo el mundo estaba hombro con hombro, unos treinta kilómetros en esta dirección y ochenta kilómetros en la otra dirección, así parecía de todas formas, y casi el único espacio abierto era donde estaba Tomás, un claro de unos cincuenta metros de diámetro con sus apóstoles haciendo un círculo cerrado para protegerlo.

¿Adonde iba esta multitud puesto que no podía entrar en Atlantic City? Pues, dijo Tomás, todo el mundo simplemente marchará por la costa de Jersey y se dispersará a lo largo de la playa desde Long Beach Island hasta Sandy Hook. Cuando oí eso, quería meterme en el coche y arrancar para —quizá— Montana, pero ya era demasiado tarde, los que marchaban ya estaban en camino, todas las carreteras principales estaban atascadas por ellos. Subí a la terraza con nuestros prismáticos y pude ver los primeros cruzando el arrecife; caminaban setenta uochenta en fondo, un mar de caras detrás de ellos, como las hordas mongoles de Gengis-Khan. Un enjambre se dirigía al sur, hacia Beach Haven, y el otro venía hacia el norte por Surf City, Loveladies y Harvey Cedars, en dirección hacia nosotros. Miles y miles y miles de ellos. Nuestra isla es larga y flaca como cualquier punta de arena costera, y está bastante edificada por el lado de la playa y por el lado de la bahía también, sin ningún espacio abierto salvo las calles estrechas, y no había sitio para toda esa gente. Pero seguían llegando, y mientras observaba por los prismáticos pensé que me mareaba porque imaginé que algunas de las casas por el lado de la playa se movían también, y entonces me di cuenta de que las casas se movían, y algunas de las más frágiles estaban siendo arrancadas completamente de sus cimientos por la presión de la humanidad. Volcadas y trituradas bajo los pies, casas enteras, ¿te imaginas? Le dije a Lucy que rezara, pero ya lo estaba haciendo, y preparé mi escopeta porque creía que por lo menos había que tratar de protegernos, pero le dije que probablemente éste iba a ser nuestro último día vivos y la besé y nos dijimos qué bueno había sido, todo eso, cincuenta y tres años juntos. Y entonces la multitud vino derramándose por nuestra parte de la isla. Corriendo hacia la playa. Una multitud furiosa y loca.

Y estaba allí Tomás, cerca de nuestra casa. Más grande que yo pensaba que sería, el pelo y la barba todo enmarañados, tenía la cara roja y la piel desprendiéndosele por la quemadura de sol —estaba tan cerca que podía ver la quemadura— y él estaba quieto en medio de su círculo de apóstoles, y gritaba por un megáfono, pero no importa cuánta amplificación le daban a los altavoces del helicóptero arriba, era imposible entender nada de lo que decía. Saúl Kraft estaba junto a él. Parecía pálido y con miedo. La gente iba echándose al agua, algunos completamente vestidos y otros en cueros vivos, hasta que el borde de la playa estuvo atestado hasta donde empieza el rompeolas. Mientras más y más gente entraba en el agua atropelladamente, los más alejados fueron empujados hacia el agua profunda, y creo que fue entonces cuando empezaron a ahogarse. Sé que vi a unos cuantos que agitaban las manos y daban patadas y gritaban pidiendo socorro e iban siendo barridos mar adentro. Tomás se quedó en la playa, gritando por el megáfono. Debió de haberse dado cuenta de que todo estaba fuera de control, pero no había nada que pudiera hacer. Hasta ese momento, el empuje de la multitud fue todo hacia adelante, hacia el mar, pero luego hubo un cambio en la corriente de cuerpos: algunos de los que estaban en el agua trataban de abrirse paso a la fuerza hacia tierra; y chocaron de cabeza con los que iban en dirección contraria. Pensé que salían del agua por no ahogarse, pero entonces vi las manchas negras en su ropa y pensé, ¡la capa de crudo! Y sí, estaba ahí, no abajo cerca de Atlantic City, sino acá cerca de nosotros, a poca distancia de la playa, y moviéndose hacia la ribera. La gente del agua se empantanaba en ella, se manchaba la cara, el pelo, todo, pero no podía llegar a la ribera por la corriente humana que se lanzaba todavía en dirección opuesta. Entonces fue cuando empezaron a pisotearse, mientras los que salían del agua, tosiendo, atragantándose y cegados por el petróleo, caían bajo los pies de aquellos que todavía intentaban meterse en el mar.

Miré a Tomás otra vez y estaba como un loco. Tenía la cara enloquecida y había tirado el megáfono y sólo chillaba, con las cuerdas frenéticas resaltando en su cuello y su frente. Saúl Kraft se le acercó y le dijo algo y Tomás dio la vuelta como la ira de Dios, y giró y se estiró y aplastó las manos como dos porras sobre la cabeza de Saúl Kraft, y sabes que Saúl Kraft es un hombre pequeño y cayó como muerto, con la cara llena de sangre. Dos o tres apóstoles le levantaron y le llevaron a una de las casas de la playa. En ese instante alguien logró deslizarse por el cordón de apóstoles y fue corriendo hacia Tomás. Era un hombre bajo y regordete y llevaba la vestidura de una de las nuevas religiones, un esperador o propiciador o que sé yo, y tenía en la mano un hacha-láser. Le gritó algo a Tomás y levantó el hacha. Pero Tomás se movió hacia él y se estiró tan alto que el asesino parecía encogerse, y el hombre tenía tanto miedo que no podía hacer nada. Tomás extendió la mano y le quitó el hacha de su mano y la arrojó a un lado. Entonces agarró al hombre y empezó a golpearle, puñetazos tremendos a corta distancia, pum, pum, pum, casi haciéndole saltar la cabeza. Tomás no parecía humano mientras hacía eso. Era algún tipo de máquina de destrucción. Estaba bramando, rugiendo y echando espuma por la boca, y estaba golpeando con este terrible ritmo mortal, pum, pum, pum. Al fin se paró y tomó al hombre en las dos manos y lo arrojó a través de la playa, como tirarías un muñeco de trapo. El hombre voló quizá siete metros y aterrizó y no se movió. Estoy seguro que Tomás lo mató a golpes. He aquí tu santo profeta, un santo de Dios. De repente, todo su aspecto cambió: se puso terriblemente tranquilo, casi helado, erguido allí con los brazos colgados y los hombros alzados y el pecho jadeando de todos esos golpes. Y se echó a llorar. Su cara se agrietó como el hielo de invierno sobre una laguna de primavera y yo vi las lágrimas. Nunca me olvidaré de eso: Tomás el Proclamador completamente solo en medio de ese manicomio de la playa, sollozando como una viuda reciente.

No vi nada después de eso. Hubo una explosión de vidrio abajo y agarré la escopeta y bajé a ver, y encontré quizá quince personas amontonadas en el suelo de la sala; la muchedumbre de afuera les había lanzado por la ventana panorámica. La ventana les había cortado por todas partes y algunos estaban terriblemente mutilados y todo estaba manchado de sangre y más y más gente entraba volando por el sitio donde había estado la ventana, y oí a Lucy gritar y mi escopeta se disparó y no sé qué pasó después. La próxima cosa de que me acuerdo fue que era ya hacia medianoche y estaba sentado en nuestra casa destrozada por completo y vi que un helicóptero aterrizó en la playa y una escuadra táctica comenzó a recoger cadáveres. Había cientos de muertos sólo en nuestro trecho de playa. Ahogados, pisoteados, asfixiados por el petróleo, ataques de corazón, todo. Ya se han llevado los cadáveres pero la isla está en ruinas. Estamos pidiendo esa ayuda para desastres al gobierno. No sé, ¿es propiamente un desastre una reunión religiosa? Lo fue para nosotros. Ese fue el Día de la Rededicación, sin duda: un desastre. La oración y la purificación para juntarnos a todos bajo el estandarte del Señor. Que me caiga muerto por decirlo si no lo quiero decir con todo el corazón: quiero que el Señor y todos sus profetas desaparezcan y nos dejen en paz. Estamos hartos de religión; ya es bastante para una temporada.

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