4 Tomás predica en la plaza del mercado

Oigo lo que me decís. Me decís que soy profeta. Me decís que soy santo. Algunos incluso me decís que soy el Hijo de Dios venido de nuevo. Me decís que hice detenerse el sol sobre Jerusalén. Pues no. No hice eso; el Señor Todopoderoso lo hizo, el Señor de los Ejércitos. Por Su Divina Voluntad, en respuesta a vuestras oraciones. Y yo soy sólo el vehículo por el que fueron canalizadas sus oraciones. No soy ningún tipo de santo, amigos. No soy el Hijo de Dios renacido, ni ninguna de las otras cosas que han dicho que soy. Sólo soy Tomás.

¿Quién soy yo?

Solamente una voz. Un portavoz. Un instrumento por el que se ha manifestado Su Voluntad. No os estoy engañando con el viejo número del humilde, amigos, intento haceros ver la verdad en cuanto a mí.

¿Quién soy yo?

Yo os diré quien era, aunque ya lo sabéis. Era bandido, era un hombre del mal, un violador de la ley. ¡Era asesino, mentiroso, borracho, timador! Yo hacía lo que me salía de las narices. Hacía lo que me daba la gana. Si me hubieran cogido alguna vez —estad seguros— no habría llorado pidiendo piedad. Le habría escupido al juez en la cara y aceptado el castigo con los ojos abiertos. Salvo que nunca me cogieron, porque estaba de suerte y porque estos son tiempos en los que un hombre realmente malo puede prosperar, en los que los malvados son alzados y los virtuosos son aplastados en el barro. Fuera de la ley, ¡ése fui yo! ¡Tomás el criminal! ¡Tomás el bandido, haciéndoles burla a todos! Hacer el mal era mi religión, todo el tiempo —cuando estuve allá abajo en el Brasil con esos lanzallamas, o cuando me tomaba libertades con vuestros bolsillos en nuestras ciudades, y cuando marcaba números graciosos en las grandes computadoras—. Yo pertenecía a Satanás, más que nadie, es la verdad, y entonces ¿qué pasó? El Señor vino hacia Satanás, y le dijo: Satanás, dame a Tomás, tengo necesidad de él. Y Satanás me entregó a Él, porque Satanás es el siervo de Dios también.

Y el Señor me cogió y me sacudió y me pegó unos golpes, y dijo: Tomás, ¡no eres más que basura!

Y yo dije: lo sé, Señor, pero ¿quién me hizo así?

Y el Señor rió y dijo: Tienes agallas, Tomás, contestándome con insolencia. Me gusta el hombre con agallas. Pero estás equivocado, compañero. Te hice con la capacidad de ser santo, o pecador, y tú escogistes ser pecador, sí, ¡por tu propio libre albedrío! ¿Crees que me molestaría en crear gente para que sea malévola? No me interesa crear títeres, Tomás, no; me puse y quise hacerme una raza de seres humanos. Te di alternativas y tú te apuntaste al mal, ¿eh, Tomás? ¿No es ésa la pura verdad?

Y yo dije: Pues, Señor, quizá lo sea; no sé.

Y el Señor Dios se puso molesto conmigo y me cogió otra vez y me sacudió y me dio más golpes, y cuando me levanté tenía el labio hinchado y la nariz sangrante, y Él me preguntó cómo haría yo las cosas si pudiera vivir la vida de nuevo desde el principio. Y yo le miré directamente a los ojos y dije: pues, Señor, yo diría que el mal pagaba bastante bien en mi caso. Yo vivía bien, una vida bastante agradable, y pasaba mis buenos ratos y nunca pasé ni un día entre rejas, no, Señor. Así que dime, Señor, puesto que siempre me salía con la mía la primera vez, ¿por qué no me apuntaría a pecador otra vez?

Y Él dijo: porque ya has hecho eso, y ahora te toca hacer algo distinto.

Yo dije: ¿Qué es, Señor?

Él dijo: Quiero que hagas algo importante para mí, Tomás. Hay un mundo allí fuera lleno de gente que ha perdido toda fe, gente sin esperanza, gente que ha decidido que no vale la pena hacer un esfuerzo ya que se acaba el mundo. Quiero llegar hasta esa gente de algún modo, Tomás, y decirles que están equivocados. Y mostrarles que pueden formar su propio destino, y que si tienen fe en sí mismos y en mí pueden construir un mundo bueno.

Dije: Es fácil, Señor. ¿Por qué no apareces en el cielo y se lo dices a ellos, como acabas de decírmelo a mí?

Rió otra vez y dijo: Ah, no, Tomás, es demasiado fácil eso. Te dije que no manejo un teatro de títeres. Tienen que querer levantarse de la desesperación. Tienen que dar el primer paso solos. ¿Me sigues, Tomas?

Sí, Señor, pero ¿qué tiene que ver conmigo?

Y Él dijo: Preséntate ante ellos, Tomás, y cuéntales todo eso de tu vida malgastada, inútil, desafiante, y luego cuéntales cómo el Señor te dio la oportunidad de hacer algo que valiera la pena, para cambiar, cómo te elevaste por encima de tu ego malo y aceptaste la oportunidad. Y luego diles que se reúnan y recen y renueven la fe y pidan una Señal del cielo. Tomás, si te escuchan, si rezan y es una oración sincera, te prometo que les daré una Señal, que me revelaré a ellos y todas las dudas caerán como escamas de sus ojos. ¿Harás eso para mí, Tomás?

Amigos, yo escuché al Señor, y descubrí que temblaba y tiritaba y empecé a sudar, y al instante, en un abrir y cerrar de ojos, yo ya no era el viejo, sucio Tomás; era alguien nuevo y limpio, era un hombre con altos propósitos, un hombre que creía en algo más grande y mejor que sus propios deseos codiciosos. Y yo bajé a caminar entre vosotros, cambiado como estaba, y os conté mi historia y todos conocéis el final de la historia, cómo nos juntamos libremente y le ofrecimos nuestro corazón a Él y cómo nos garantizó un milagro hace dos semanas y media, y nos dio una Señal de que todavía nos protege.

¿Pero qué veo ahora, en estos últimos días después de que nos fue dada la Señal? ¿Qué veo?

¿Dónde está ese nuevo mundo de fe? ¿Dónde está ese nuevo sueño de esperanza? ¿Dónde está la humanidad, hombro con hombro, alabándole a Él y trabajando juntos para alcanzar la luz?

¿Qué veo? Veo este podrido planeta que se vuelve negro por dentro y se parte desde la médula. Veo el cáncer de la duda. Veo el virus de la confusión. Veo Su Señal mal interpretada por todas partes, y su belleza pisoteada y destruida.

Veo a tontos pintados que bailan y tocan tambores y gritan que el mundo será destruido al fin de este año de mil novecientos noventa y nueve. ¿Qué locura es ésta? ¿No ha hablado Dios? ¿No os ha dado jubilosas noticias? ¡Dios está con nosotros! ¡Dios es bueno! ¿Por qué estos apocalipsistas no aceptan todavía la verdad de Su Señal?

¡Incluso peor! ¡Todos los días se forman nuevas locuras! ¿Qué son estos cultos que surgen entre nosotros? ¿Quién es esta gente que exige de Dios que regrese y explique en detalle sus propósitos, como si no fuera bastante para ellos la Señal? ¿Y quiénes son estos cobardes blasfemos que dicen que debemos echarnos en tierra y llorar lágrimas lastimosas, porque hemos evocado no a Dios sino a Satanás, y que la destrucción es nuestra suerte? ¿Quiénes son estos hombres de alma vacía que balan y murmuran y lloriquean entre nosotros? Y mirad a los eminentes clérigos en sus vestiduras de sacerdote y brillantes tiaras que intentan explicar —para hacerla desaparecer— ¡que la Señal es algún accidente de la naturaleza! ¿Qué manera de hablar es ésta y de los propios ministros de Dios? ¡Observad a los antiguos descreídos, que chillan como monos asustados ahora que se les ha desgarrado y arrancado su impiedad! ¿Qué veo? Veo locura y terror por todos lados, ¡donde sólo debiera ver la felicidad abundante!

Os ruego, amigos, tened cuidado, pedid consejo al alma. Os ruego que penséis claramente ahora si alguna vez habéis pensado algo. Escoged una senda sabia, amigos, o tiraréis toda la gloria del Día de la Señal y devastarais nuestro gran logro. No deis consuelo a las fuerzas de las tinieblas. Guardaos de estos buhoneros de cultos lunáticos. Luchad para recobrar la maravilla de ese momento cuando toda la humanidad habló con una sola voz. Os ruego —¿cómo podéis dudar de Él ahora?—, os ruego —la fe— el triunfo de la fe —que no permitamos— que no —permitamos—, no permitamos.

(¡Jesús, mi garganta! Todo este griterío, es como tragar fuego. Dame esa botella, ¿quieres? Anda, ¡dámela! El vino. El vino. Ah. Ah. Ah, mucho mejor. Mucho mejor, ah, sí. No, espera, dámela otra vez —bien, bien—, no me mires así, Saúl. Ah. Ah.)

Y así yo os imploro hoy, hermanos, hermanas en el Señor —hermanos (¿qué decía, Saúl? ¿Qué empecé a decir?)—. Os llamo que os dediquéis de nuevo —que os ofrezcáis a (¿es eso? no me acuerdo)— a una nueva Cruzada de la Fe, eso es lo que necesitamos, purgarnos de todas las dudas y de toda la indecisión y todo nuestro (¡ay, Jesús: Saúl, me pierdo, no me acuerdo dónde diablos debo estar. Que toquen la música. Pronto. Ya está. Bien y más alto. Más alto.) Amigos, ¡vamos a cantar todos! ¡Alzad la voz jubilosa hacia Él!

Alabaré al Señor mi Dios,

fuente de todo poder...

¡Así se hace! ¡Cantad! ¡Cantad todos!

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