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El Bérgamo viajaba bien equipado. Los acompañaba un grupo impresionante de bulliciosos incondicionales que llegó pronto, desplegó sus pancartas, probó las bocinas, ensayó los cánticos y, en general, no tardó en sentirse como en casa en el Stadio Lanfranchi. Ocho Super Bowls consecutivas les otorgaban el derecho de ir a donde quisieran durante la NFL italiana e invadir el estadio. Sus animadoras iban vestidas a conjunto con faldas doradas bastante escasas de tela y botas negras de caña alta, lo que acabó siendo una distracción para los Panthers durante el largo calentamiento previo al partido. Perdieron la concentración, o la aparcaron temporalmente, mientras las chicas se estiraban, se desentumecían y calentaban para el gran partido.

– ¿Por qué nosotros no tenemos animadoras? -preguntó Rick a Sam cuando pasó por su lado.

– Anda, calla.

Sam revoloteaba alrededor del campo, gruñéndoles a los jugadores, igual de nervioso que cualquier entrenador de la NFL antes de un gran partido. Charló brevemente con un periodista de la Gazzetadi Parma y un equipo de televisión grabó algunas imágenes, tanto de las animadoras como de los jugadores.

Los seguidores de los Panthers no quisieron ser menos. Alex Olivetto se había pasado la semana persiguiendo a los jugadores jóvenes de las ligas de fútbol flag que ahora se reunían en uno de los extremos de las gradas locales y que no tardaron en empezar a gritar a los seguidores del Bérgamo. También había muchos antiguos Panthers junto con sus familias y amigos. Todo aquel en quien el football americano despertara un mínimo interés ocupaba su asiento mucho antes de la patada inicial.

Se respiraba tensión en el vestuario y Sam no hizo nada por tranquilizar a sus jugadores. El fútbol americano es un juego de emoción basado en gran parte en el miedo, y todo entrenador desea que su equipo pida sangre. Lanzó las advertencias habituales sobre las faltas, las pérdidas de balón y los errores infantiles y luego los soltó.

Cuando los dos equipos se alinearon para la patada inicial, el estadio estaba a rebosar y el bullicio era abrumador. Parma recibió el balón y Giancarlo salió disparado por la línea de banda hasta que lo empujaron contra el banquillo del Bérgamo en la yarda treinta y uno. Rick avanzó con sus atacantes, exteriormente tranquilo, pero con un apretado nudo en el estómago.

Las tres primeras jugadas estaban preparadas de antemano, aunque no pretendían anotar con ninguna de ellas. Rick anunció un «quarterback sneak» y no hizo falta traducción. Niño temblaba de rabia y por la falta de nicotina. Tenía los glúteos completamente descansados, pero el saque fue rápido y se lanzó hacia delante como un cohete contra Maschi, quien se lo quitó de encima y detuvo la jugada tras el avance de una yarda. -¡Buena carrera, Asno! -gritó Maschi con fuerte acento italiano.

Rick tendría que soportar oír aquel apodo varias veces durante el primer tiempo.

La segunda jugada consistió en otro quarterback sneak que no llegó a ninguna parte, de acuerdo con la estrategia.

Maschi cargó con dureza en todas las situaciones de tercera y larga sin excepción y algunos de sus derribos de quarterback eran verdaderas salvajadas. Sin embargo, tendía a «cargar alto», sin protegerse, tal vez por falta de experiencia o quizá porque le gustaba exhibirse. En la agrupación, Rick anunció la jugada especial: «KM Maschi». El equipo atacante llevaba una semana ensayándola. En formación de escopeta, sin corredor de habilidad y con tres receptores abiertos, Franco se puso detrás de Karl el danés, muy pegado, en la posición del bloqueador izquierdo, y se agachó todo lo que pudo para esconderse. En el saque, la línea de ataque dobló el mareaje sobre los bloqueadores, lo que dejó un enorme hueco para que el signor «L.T.» Maschi cargara a través de él y se dirigiera derecho hacia Rick. Picó el anzuelo y su velocidad casi acabó con él. Rick retrocedió para pasar con la esperanza de que la jugada funcionara antes de que el apoyador arramblara con él. Cuando Maschi irrumpió por el medio, muy incorporado, confiado y emocionado ante la oportunidad de cargar contra Rick tan pronto, de repente el juez Franco apareció de la nada y provocó una tremenda colisión entre los dos jugadores, ambos de cien kilos. El casco de Franco se encajó a la perfección justo por debajo de la barra del casco de Maschi, lo que le arrancó el barboquejo e hizo que el casco dorado del Bérgamo saliera disparado por los aires. Maschi perdió los estribos, tropezó con el casco y al caer de cabeza al suelo, Sam temió haberlo matado de verdad. Era una decapitación típica, uno de los momentos más destacados de todos los partidos, el tipo de jugada que repetirían hasta la saciedad en los canales deportivos de Estados Unidos. Completamente legal, completamente brutal.

Rick se lo perdió porque tenía el balón y estaba de espaldas a la jugada, aunque sí oyó el crujido y el chasquido de una contusión que no presagiaba nada bueno, un golpe igual de violento que los que se producían en la verdadera NFL.

Durante el posterior desarrollo de la jugada, las cosas se complicaron y cuando terminó, los árbitros necesitaron cinco minutos para decidir el resultado. Había al menos cuatro pañuelos en el campo junto con lo que parecían tres cuerpos sin vida.

Maschi no se movía y, no demasiado lejos de él, Franco tampoco. Sin embargo, no hubo ninguna sanción por esa jugada. La primera bandera recayó en la secundaria. El profundo era un pequeño matón llamado McGregor, un yanqui de la Gettysburg College que fantaseaba con pertenecer a la escuela de asesinos de safetys moreadores. En un intento por delimitar el territorio, intimidar, apabullar y encarrilar el partido en el camino correcto, derribó sin miramientos a Fabrizio con el brazo extendido cuando este corría sin hacerle daño a nadie por el campo, lejos de donde se encontraba la acción. Por fortuna, un arbitro lo vio. Por desgracia, Niño también y cuando este salió disparado hacia McGregor y lo derribó, aparecieron más banderas. Los entrenadores entraron corriendo en el campo y a duras penas consiguieron evitar una riña.

Los pañuelos ondearon en la zona donde Rick había sido derribado, tras un avance de cinco yardas. El esquinero, apodado el Catedrático, había jugado brevemente en la Wake Forest de joven y en esos momentos, ya con treinta y tantos, estaba intentando sacarse otra licenciatura en literatura italiana. Cuando no estaba estudiando o impartiendo clases, jugaba y entrenaba para los Lions de Bérgamo. Lejos de ser un académico remilgado, el Catedrático fue derecho a por la cabeza del quarterback del Parma y se felicitó por el golpe bajo. Si el ligamento de la corva le estaba dando problemas, no lo parecía. Tras el duro encontronazo con Rick, le gritó, como si estuviera fuera de sí:

– ¡Gran carrera, Asno! ¡Ahora lánzame un pase!

Rick le dio un empujón, el Catedrático se lo devolvió y hubo más banderas.

Mientras los árbitros se reunían desesperados sin saber qué hacer, los preparadores físicos aprovecharon para atender a los lesionados. Franco fue el primero en levantarse y corrió hasta la línea de banda, donde sus compañeros se le echaron encima. «Kill Maschi» había funcionado a la perfección. En el suelo, Maschi movía las piernas, por lo que en el estadio se respiró cierto alivio. A continuación dobló las rodillas, los preparadores físicos se levantaron y Maschi se puso en pie con un saltito. Caminó hasta la línea de banda, buscó un asiento libre en el banquillo y empezó a respirar oxígeno. Pronto regresaría al terreno de juego, aunque su entusiasmo a la hora de cargar no volvería a ser el mismo en todo el día.

Sam les estaba gritando a los árbitros que expulsaran a McGregor, quien se lo merecía, pero entonces también tendrían que echar a Niño por lanzarle un puñetazo. El acuerdo al que se llegó fue una penalización de quince yardas para los Lions, el primer down de los Panthers. Cuando Fabrizio vio que se marcaba la falta, se puso en pie despacio y fue al banquillo.

Nadie había sufrido lesiones permanentes, todo el mundo volvería a jugar. Ambos banquillos estaban furiosos y los entrenadores les gritaban a los árbitros en una acalorada mezcla de idiomas.

Rick echaba humo tras el encontronazo con el Catedrático, por lo que volvió a llamar su número una vez más. Barrió a la derecha, bordeó el extremo y fue a por él. La colisión fue impresionante, sobre todo para Rick, quien no estaba acostumbrado a golpear, pero cuando embistió al Catedrático delante del banquillo dejos Panthers, sus compañeros gritaron encantados. Avance de siete yardas. La testosterona corría a raudales. Tenía todo el cuerpo dolorido después de dos colisiones directas. La misma jugada, un barrido del quarterback a la derecha. Claudio lanzó un bloqueo sobre el Catedrático y cuando este dio media vuelta para esquivarlo, Rick cargó a toda velocidad, con la cabeza gacha y el casco dirigido hacia su pecho. Una nueva y deslumbrante colisión. Rick Dockery se había convertido en un cazador de cabezas.

– ¿Qué cono estás haciendo? -le gritó Sam cuando pasó por su lado.

– Moviendo el balón.

Si no cobrara, Fabrizio se habría dirigido a los vestuarios y habría abandonado, pero el salario conllevaba una responsabilidad que el joven había aceptado con madurez. Además, todavía seguía queriendo jugar a nivel universitario en Estados Unidos y abandonar no le ayudaría a conseguir ese sueño. Regresó corriendo al campo, junto con Franco, y el equipo atacante volvió a estar intacto.

Además, Rick estaba cansado de correr. Con Maschi en el banquillo, trabajó dentro del campo con Franco, quien había jurado sobre la tumba de su madre que no perdería el balón, y le lanzó un pase corto a Giancarlo bordeando los extremos. Rick amagó una entrega, salió corriendo con el balón dos veces y realizó un bonito avance. En segunda y dos desde las diecinueve yardas, hizo un amago hacia Franco, hizo un amago hacia Giancarlo, salió corriendo con el balón, luego se detuvo en seco en la línea y le lanzó a Fabrizio en la zona de anotación. McGregor estaba cerca, pero no lo suficiente.

– ¿Tú qué crees? -le preguntó Sam a Rick mientras miraban a los equipos alinearse para el saque.

– Hay que vigilar a McGregor. Intentará romperle las piernas a Fabrizio, se lo garantizo.

– ¿No estará afectándote la mierda esa del «Asno»?

– No, Sam, estoy sordo.

El corredor de habilidad del Bérgamo, el mismo a quien según los informes no le gustaba golpear, atrapó el balón en la tercera jugada y consiguió golpear (con dureza) a todos los miembros de la defensa de los Panthers mientras realizaba una bella carrera de setenta y cuatro yardas que puso en pie a los seguidores e histérico a Sam.

Tras la patada, el señor Maschi entró pavoneándose en el campo, pero con algo menos de garbo en los andares. Después de todo, no lo habían matado.

– Yo me encargo de él -dijo Franco. ¿Por qué no?, pensó Rick. Comunicó un drive, se lo pasó a Franco y vio horrorizado que este perdía el balón. Sin saber cómo, una rápida rodilla pateó el balón, que salió alto sobre la línea de golpeo. En la melé que se siguió, la mitad de los jugadores del campo tocaron el balón suelto mientras este giraba y botaba de un grupo a otro hasta que finalmente rodó a toda velocidad y sin dueño fuera del campo. Los Panthers conservaron la posesión del balón. Avance de dieciséis yardas.

– Debe de ser nuestro día de suerte -musitó Sam para sí mismo.

Rick redistribuyó al equipo atacante, distribuyó a Fabrizio a la izquierda y le lanzó para ocho yardas en un pase exterior hacia la línea de banda. La jugada de pase corto funcionó por dos razones: porque Fabrizio era demasiado rápido para marcarlo de cerca, por lo que McGregor tuvo que ceder terreno abajo, y porque el potente brazo de Rick era imparable en el juego corto. Fabrizio y él habían pasado horas ensayando las trayectorias: quickouts, slants y ganchos.

La clave residiría en cuánto tiempo estaría Fabrizio dispuesto a recibir las embestidas de McGregor tras recibir los pases de Rick.

Los Panthers anotaron al final del primer cuarto, cuando Giancarlo saltó por encima de una avalancha de bloqueadores, aterrizó de pie y corrió diez yardas como una bala hacia la zona de anotación. Fue una maniobra increíble, audaz y acrobática, y estalló la locura entre los fieles del Parma. Sam y Rick sacudieron la cabeza. Aquello solo pasaba en Italia. Los Panthers iban por delante 14 a 7. Los despejes llegaron en el segundo cuarto, con ambas líneas ofensivas a medio gas. A Maschi estaba costándole despejarse y volver a ser el de antes. Según Rick, que tenía una buena visión desde la seguridad del interior de la bolsa de protección, Maschi realizó algunas jugadas espectaculares. Sin embargo, el bergamés no parecía inclinado a regresar a sus cargas de kamikaze. Franco siempre estaba al acecho, cerca de su quarterback.

A un minuto del final de la primera parte y con los Panthers por delante por un touchdown, se vivió el momento crucial del partido. Rick, que no había lanzado una intercepción en cinco partidos, al final lo hizo. Ocurrió en un gancho a Fabrizio, que estaba abierto, pero el balón salió demasiado alto. McGregor lo atrapó en el medio campo y dispuso de una buena trayectoria hasta la zona de anotación. Rick salió disparado hacia la línea de banda, igual que Giancarlo. Fabrizio consiguió tocar a McGregor lo suficiente para hacerlo girar y frenarlo un poco, pero este siguió en pie y continuó corriendo. Giancarlo fue el siguiente, y cuando McGregor quiso hacerle una finta, de repente se encontró en trayectoria de colisión con el quarterback.

El sueño de cualquier quarterback es asesinar al safety que intercepta su pase, un sueño que nunca se hace realidad porque la mayoría de los quarterbacks prefieren estar lo más lejos posible de un asegurador con el balón y decidido a marcar. Solo es un sueño.

Sin embargo, Rick llevaba machacando cascos todo el día y por primera vez desde el instituto buscaba el contacto. De repente andaba suelto un asesino, alguien a quien había que temer. Con McGregor en el punto dé mira, Rick imprimió velocidad a su carrera, salió disparado hacia delante, olvidó cualquier preocupación por su propia integridad y se lanzó hacia su objetivo. El impacto fue contundente y brutal. McGregor cayó hacia atrás como si le hubieran disparado en la cabeza y Rick estuvo aturdido unos segundos, pero se puso en pie de un salto como si se tratara de una colisión cualquiera.

El público estaba boquiabierto y encantado al mismo tiempo ante tal caos.

Giancarlo cayó sobre el balón y Rick decidió agotar el tiempo. Cuando abandonaron el campo al final del segundo cuarto, Rick echó un vistazo al banquillo del Bérgamo y vio a McGregor caminando con prudencia junto a un preparador físico como un boxeador al que acaban de tumbar.

– ¿Es que querías matarlo? -le preguntaría Livvy más tarde. No parecía indignada, pero desde luego tampoco admirada.

– Sí -contestaría Rick.

McGregor no regresó al campo y la segunda mitad pronto se convirtió en un espectáculo para lucimiento personal de Fabrizio. El Catedrático se puso al frente de su equipo y no tardó en ser superado en una ruta de poste. Si jugaba corto, no había manera de sacarse a Fabrizio de encima. Si decidía jugar largo, como prefería, Rick lanzaba diez yardas que enseguida subían al marcador. Los Panthers anotaron en dos ocasiones en el tercer cuarto. En el último, los Lions adoptaron la estrategia del doble mareaje sobre Fabrizio. Uno de los marcadores sería el Catedrático, quien para entonces estaba sin aliento y completamente sobrepasado, y el otro un italiano que no solo era demasiado bajo, sino también demasiado lento. Cuando Fabrizio lo superó corriendo en un pase de ruta profunda y atrapó uno largo y bonito que Rick le había lanzado desde medio campo, el marcador se puso 35 a 14 y entonces empezó la celebración.

Los seguidores del Parma encendieron fuegos artificiales, no dejaron de cantar, ondearon enormes pancartas como en el fútbol europeo y alguien lanzó la obligatoria bomba de humo. En el otro lado del campo, los seguidores del Bérgamo estaban callados y desconcertados. Después de ganar sesenta y siete partidos consecutivos, nadie había previsto una derrota. La victoria era lo natural.

Perder un partido reñido ya habría sido muy frustrante, pero lo cierto era que estaban dándoles una paliza. Enrollaron las pancartas y recogieron el resto de la parafernalia. Las guapas y pequeñas animadoras estaban calladas y muy tristes.

Muchos jugadores de los Lions no habían perdido nunca y, en general, lo hicieron con dignidad. Sorprendentemente, Maschi era un hombre de natural bondadoso que se sentó en la hierba después de quitarse las hombreras y charló con varios Panthers bastante después de que el partido acabara. Admiraba a Franco por la carga brutal, y cuando oyó que llamaban a la jugada «Kill Maschi», se lo tomó como un cumplido. También admitió que la larga racha de victorias había creado demasiada presión y había alimentado demasiadas esperanzas. En cierto modo, era un alivio no tener que seguir cargando con aquel peso. El Parma y el Bérgamo volverían a encontrarse pronto, tal vez en la Super Bowl, y los Lions estarían preparados para la ocasión. Era una promesa.

Por lo general, los estadounidenses de ambos equipos se encontraban después del partido para saludarse brevemente. Era agradable oír noticias de casa e intercambiar impresiones sobre jugadores con quienes habían coincidido a lo largo de sus respectivas carreras. Sin embargo, ese día no. Rick seguía molesto por lo del «Asno» y abandonó el campo en cuanto tuvo la oportunidad. Se duchó y se cambió a toda prisa, lo celebró lo justo y luego se marchó rápidamente, con Livvy a la zaga.

Había sentido mareos en el último cuarto y estaba empezándole una aguda jaqueca en la base del cráneo. Demasiados golpes en la cabeza. Demasiado fútbol.

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