Markus vestía el ajustado mono de faena jesuita, sin insignias; sus vértebras y costillas se adivinaban bajo la tela negra.
– Entra y siéntate -dijo a Susana, que buscó en vano una silla.
El diminuto compartimiento era una confusión de papeles, libros y fotografías. Markus, impaciente, apartó un montón de papelotes y una botella vacía, descubriendo una litera. Las sábanas estaban sucias y arrugadas.
Susana había logrado llegar hasta Markus, tras varias semanas de duro trabajo en las pirámides. Había avanzado mucho en la interpretación de los ideogramas marcianos; quizá por eso el viejo buitre aceptaba la entrevista.
Markus vivía como un eremita, en un habitáculo ubicado en la cima de la pirámide que llevaba su nombre. Seguía los trabajos que se realizaban bajo él mediante una línea conectada con el ordenador principal, observándolos y juzgándolos, como un Zeus cascarrabias desde lo alto del Olimpo. Mientras, seguía trabajando en solitario, con sus libros y sus viejos pergaminos.
Susana sospechaba que se había convertido en una figura más decorativa que útil. Pero, aun así, había querido verle.
– Siéntate -insistió-. Creo que han reprogramado a los robots de limpieza. Los han destinado a otro uso. No hay que desaprovechar mano de obra; o pinza de obra. De todos modos, odio esos malditos cacharros.
La mujer obedeció. Su pie tropezó con una botella de licor vacía, que rodó por el suelo, para estrellarse con un tintineo contra otras, ocultas bajo la litera.
– Así que eres tú la que habla con los delfines, como san Francisco de Asís.
Susana apretó los puños. Se preguntó cuál sería el estado de Markus en aquel momento. No olvides que Markus es un genio, le había dicho Casanova. Pero sólo cuando consigue mantenerse sobrio más de dos horas.
– He estado trabajando con los ideogramas que aparecen sobre el holograma de Júpiter, en Hoyle y…
– Taawatu… vienes a preguntarme sobre Taawatu; ¿verdad? Oh, sí, conozco tu trabajo. Champollion. Ventris… Durante toda mi vida, querida hija, he intentado comprender a las gentes de otras épocas. Lo consideraba como mi talento especial. Sumerios, hititas, amorreos, cananeos, acadios, elamitas… Caminar por las ruinosas calles de Ur, de Bogaz Kieu o de Ctesifón, me hacían sentirme por instinto un sumerio, un hitita o un persa de la dinastía sasánida. Pero aquí, mi instinto, me ha fallado lamentablemente. ¿Qué tendrán que ver los habitantes de las arenas de Marte, que levantaron estas pirámides hace millones de años, con los que hollaron las tierras de Mesopotamia, de Anatolia, de Irán, hace apenas unos insignificantes tres o cuatro milenios? ¡Prácticamente ayer!
»Y aquellos pueblos que inventaron la civilización eran humanos. Los marcianos difieren de ellos tanto como un triceratops de una lechuga…
Se detuvo un momento, y luego añadió de repente:
– Lo que quiero que entiendas es que, ante todo esto -abrió los brazos, como pretendiendo abarcar la pirámide entera-, me siento perdido, incapaz. No puedo aprender a pensar como un no humano. Tú me llevas eso de ventaja. ¡Fantástico! Te admiro y te envidio.
– Gracias. -Susana dejó escapar la palabra entre los dientes, no muy segura de la sinceridad del elogio.
El arqueólogo captó el tono.
– No hace falta que me des las gracias. Nunca hago cumplidos vacíos -dijo desdeñosamente-; es una costumbre hipócrita e insultante para la inteligencia del otro.
– Estoy de acuerdo.
– Sí, sé que lo estás. Tú y yo somos muy parecidos, querida niña. Siempre hemos estado solos, ¿verdad?
Una de las manos de Markus se posó sobre la rodilla desnuda de Susana. La mujer, asombrada, miró primero la mano y luego fijó la vista en los ojos del jesuíta.
Éste sintió como si dos lásers le taladrasen las retinas. Retiró rápidamente la mano y dijo:
– Ejem… Me he informado bien, antes de permitirte llegar hasta aquí. Siempre lo hago. La soledad es una droga: la detestas, aunque acabas por no poder vivir sin ella… -Markus se acercó a la chica; entrecerró los ojos hasta transformarlos en dos ranuras-. La naturaleza tiene a veces bromas crueles, ¿verdad? Tú has nacido en una especie que no es la tuya, y yo en un tiempo que no es el mío. Nuestra angustia es inmensa; el resto de los humanos son incapaces siquiera de comprenderlo…
– Yo… -Susana parpadeó- no he venido aquí para hablar de eso.
– Cierto, debes disculpar a este viejo tonto… ¿dónde estaba?
– Taawatu… -insinuó Susana.
– Ah, sí. Sí. Sí. Forma parte de una larga historia -suspiró Markus-. Al principio de mi carrera me interesaban, sobre todo, los orígenes de las religiones en Oriente Medio.
– Hay un largo camino hasta Marte -dijo Susana, sin conseguir eliminar el tono de recelo de su voz.
– Sin duda, pero… -Markus vaciló un momento- está la cuestión de la cosmogonía de esos pueblos. De todas las cosmogonías. Empecé estudiando los relatos de la Creación, según las diferentes culturas del Medio Oriente, con el fin de hallar influencias en la Biblia. Y las conclusiones…
Markus se pasó una mano por sus ralos cabellos y miró en torno, como buscando algo.
– ¿Puedo ofrecerte una taza de café?
– ¿Café?
– Así lo llaman. Una forma de tomar su nombre en vano. -Rebuscó por todas partes-. Se trata de sucedáneo a base de malta tostada, centeno, y no sé qué más. Ah, aquí te escondes.
De debajo de la cama sacó una cafetera y un tarro lleno de un polvo negro.
– Aquí vivimos de sucedáneos -dijo, abriéndola y cargándola-, y sucedáneos de sucedáneos, lo que es peor. Marte es el planeta de los sucedáneos. Y también un sucedáneo de planeta.
Enchufó la cafetera y empezó a hablar, levantando un dedo.
– Todos los relatos de la Creación tienen varios puntos en común. El Ser Supremo crea el universo con su palabra, su calor o incluso su sudor. Ejemplos son la Biblia y el Popol Vuh maya. En otros relatos, aunque también aparece la divinidad, la principal causa es el propio poder evolutivo de la materia. La creación no se hace a partir de la nada: puede ser a partir de un huevo cósmico, una pareja humana o de una materia caótica y amorfa, el océano o las aguas. En los primeros versículos del Génesis se dice que la Tierra estaba «confusa y vacía». Pero ahí está el problema…
– ¿Sí?
– En hebreo, confusa y vacía se dice tohu wa bohu -dijo Markus-. Puesto que en hebreo no hay vocales, se escriben THW y BHW. Ahora bien, si se añade una mem al final, se obtendría THWM y BHWM, que se leen respectivamente Tehom y Behom.
Susana se impacientó con estas demostraciones eruditas.
– Aún no veo dónde va usted a parar.
– Paciencia, dilecta muchacha. -Markus alzó la mano con fingida benevolencia-. Tehom y Behom se convertirían en plural en Tehomot y Behomot. Esto… ¿conoces el libro de Job? Behemot, el primer animal creado, como un buey gigantesco con una cola mayor que un cedro y cuyos huesos son como tubos de bronce. Los judíos, algunos de ellos, creen que la carne de Behemot saciará a los justos después de Juicio Final. En fin, yo siempre creí que era una versión legendaria del hipopótamo… Pero, prosiguiendo, Tehomot es también un nombre sospechoso. Recuerda a Tiamat. ¿Sabes de quién hablo?
– No.
La cafetera silbó. Markus acercó dos tazas, las limpió con un paño y sirvió el humeante bebedizo negro.
– Mitología babilonia -explicó, mientras le alargaba la taza-. El dios Apsu y la diosa Tiamat, las aguas del Cielo y de la Tierra, engendraron a Anu, dios del Cielo, padre de Ea, dios del conocimiento y padre de Marduk. Marduk mató a Tiamat, dividiendo su cuerpo, separando así las aguas del Cielo y las de la Tierra -dijo la última frase con voz aguda. Susana recordó repentinamente las palabras del Génesis-, y con barro y con la sangre del dios rebelde Kingu creó al Hombre. Resulta interesante comparar el relato con el de los maoríes: el Cielo y la Tierra estaban estrechamente abrazados, hasta que sus hijos los separaron y apareció la luz. Tiamat se escribe de varias formas: Tamtu, Tamdu, Taawatu… todos términos con la misma raíz.
– ¿Y usted cree que el Tohu, Tehom o Tehomot de la Biblia es ese Taawatu}
Markus miró su taza casi olvidada, y engulló la infusión de un trago.
– Sí, Taawatu, y también creo que está relacionado con el origen del mito del Leviathán. Como sabrás, el Leviathán era una temible criatura acuática. Nosotros la hemos identificado con la ballena, pero quizá los hebreos pensaran en algo así como un cocodrilo del Nilo. Y esto también es una constante en muchas mitologías: el dios supremo vence a algún monstruo enorme, y con sus restos crea el Universo. Lo cual podría considerarse que simboliza la victoria del cosmos sobre el caos, del orden sobre la entropía.
»Es evidente que, en algún momento durante el destierro en Babilonia, se suprimieron varios de los mitos más antiguos de la Biblia, al considerarlos no inspirados por Dios. ¿Te asombra? Ya Jeremías se lamentaba del cálamo mentiroso de los escribas…
Susana bebió un sorbo precavido; confiaba que el calor hubiera matado a los microorganismos. Markus prosiguió:
– ¿Conoces los relatos persas sobre la Creación? En un tiempo infinitamente remoto existían Ormuz, que habitaba en la luz, y Ahrimán, que habitaba en las heladas tinieblas exteriores. Ahrimán cruzó el vacío que los separaba y atacó a Ormuz.
»Ormuz hizo un trato con Ahrimán, limitando la lucha en el tiempo para que no fuera eterna. Recitó el Ahuna Vairya, plegaria fundamental del zoroastrismo, y Ahrimán se hundió en el abismo durante muchos, muchos, años.
»Ormuz creó entonces a los inmortales benéficos, el cielo, la tierra, las aguas, el Buey Primordial y a Gayomart, el Hombre Primordial.
»Ahrimán, instigado por la Primera Mujer, la Ramera, penetró a través del cielo y corrompió la Creación, mató a Gayomart, de cuyo cuerpo dividido un millón de veces, nació la Humanidad entera, y al Buey, del que surgieron animales y plantas.
»Ahrimán había vencido, pero quedó atrapado en el mundo material. El nacimiento de Zoroastro significó el principio de la derrota de Ahrimán. Al cabo de los años, Ahrimán será derrotado; el mundo acabará, llegará el salvador Saosshyans, quien convocará el Juicio Final, dispensará la bebida de la inmortalidad y creará un nuevo mundo, y todo volverá a empezar.
Escrutó el rostro de Susana buscando signos de comprensión. Al no encontrarlos añadió:
– El Fin del Mundo es también una constante en todas las religiones…
– Eso sólo demuestra nuestro miedo ante la muerte -replicó Susana-, incluso a nivel de especie.
– Sí, cierto, pero lo extraño es que tanto los relatos de la Creación, como los del Juicio Final son muy parecidos. Muy a menudo, la destrucción del Universo viene precedida por la aparición de un héroe que rescata a sus elegidos; por lo general se trata del propio fundador del pueblo. Se libra una batalla con las fuerzas del mal, y se crea un nuevo mundo…
»En la época posterior al destierro, los fariseos consideraban peligrosas estas especulaciones; se las llamaba ma'asse merka-bhah, «Cuestiones del Carro», por el carro de la visión de Ezequiel… -Alzó una ceja-. Pero ahí están, nadie consiguió jamás acallarlas… Voces del pasado que nos hablan, una y otra vez, de una guerra entre el Bien y el Mal, entre la Luz y las Tinieblas…
Susana le miró decepcionada.
– ¿Eso es todo? -preguntó.
– Dímelo tú, querida niña. ¿Lograste descifrar los ideogramas que rodeaban el holograma de Júpiter?
– No ha sido difícil -mintió Susana. En realidad, lo había sido, y mucho-, no se trata de un lenguaje, sino de un conjunto de jeroglíficos dejados por los marcianos para ser interpretados por una especie distinta a la suya. Gran parte de mi trabajo ya había sido previsto por ellos.
Los inteligentes marcianos habían hecho un esfuerzo similar al de los técnicos de la NASA cuando grabaron un mensaje en la sonda Pioneer 10. Pero el abismo entre dos especies que habían habitado épocas tan remotas entre sí, no había sido sencillo de saltar.
– Benazir tenía razón -siguió diciendo Susana-, quienes construyeron estas pirámides querían que viajásemos hasta Júpiter. Pero no puedo asegurarle que vayamos a encontrar allí a Taawatu. Ni a ninguna otra deidad persa o babilonia.
– ¿Qué decían los símbolos que aparecen cuando nos acercamos al límite del sistema solar?
– Peligro. Peligro mortal. También ahí Benazir había acertado.
Markus se rascó ruidosamente la barbilla, cubierta por una descuidada barba de tres días.
– Te diré lo que pienso, Susana: Ángeles Caídos, Abura Mazda, Prajapati, Taawatu, Leviatán, todos significan una misma cosa. Lo cierto es que estos nombres carecen de importancia; fueron creados por hombres que vivieron hace apenas unos milenios, y que interpretaron una realidad mucho más antigua; una realidad que escapaba a su comprensión.
– ¿Qué realidad?
Markus tomo aire, y dijo casi de carrerilla:
– Hace millones de años, los marcianos tuvieron conocimiento de una raza que habitaba Júpiter; una raza que estaba en guerra con otra que llegó desde la Nube de Oort; desde la oscuridad, Ahrimán, ¿recuerdas?
»Pero los marcianos fueron exterminados en el transcurso de esa guerra, y la Humanidad nació en medio de este conflicto", que aún no ha terminado, como un bebé alumbrado durante un bombardeo.
»De alguna forma, todo esto, quedó grabado en nuestro subconsciente, e inspiró todas las religiones de la Tierra.
Susana sacudió la cabeza escéptica.
– Eso es imposible.
– Tú eres etóloga, ¿no? No puedes ignorar lo que és la memoria racial.
– No existe tal cosa, es sólo un mito. Cuando morimos, las células de nuestros cerebros se destruyen, evidentemente. Cualquier información que pudieran contener se pierde para siempre.
– No, si se encuentra almacenada en el ADN.
– Absurdo, ¿cómo iba a…? -Susana empezó a comprender lo que Markus estaba insinuándole desde hacía bastante rato-. A no ser que…
– Alguien la colocara ahí, sí. ¿Y quién mejor para hacerlo, que nuestro creador?
Markus le dio la espalda, y cruzó sus brazos sobre su pecho. Su mirada pareció perderse en algún punto infinitamente lejano.
– Pero…
– Te he presentado el escenario de un grandioso campo de batalla -dijo Markus como si estuviera entrando en trance-. ¿Aún no lo has entendido? La raza humana fue creada para cumplir un objetivo en el curso de esa guerra…
Markus se volvió hacia ella.
– He oído que se está preparando una expedición para visitar Júpiter, y ese cometa descubierto por Benazir…
Aturdida por la inesperada pregunta, Susana acertó a decir:
– S-sí, creo que la Hoshikaze ya está casi lista.
– Y tú irás en ella…
– Sí.
– Estupendo. Ya lo sabía, por eso he querido hablar contigo. Quiero pedirte un favor.
– ¿Sí?
– Cuando llegues a Júpiter, saluda a Dios de mi parte.