Capítulo 2

¿Qué tenían de especial las mujeres y los tacones? Rick no lo sabía, pero aquella mujer en concreto era muy atractiva, incluso vestida de novia. La observó tambalearse por el camino de entrada y la habría ayudado, pero llevaba una maleta en la mano e intuía que los dos estarían más seguros a una distancia prudencial… hasta que ella perdió el equilibrio.

No podía evitar que se cayera, pero sí amortiguar el golpe, por lo que se arrojó al suelo y Kendall se desplomó sobre él. Rick recibió el impacto con un gruñido en el momento en que su espalda chocó contra el primer escalón del porche. Respiró hondo y el aroma intenso y excitante de Kendall lo pilló desprevenido.

Joder, aquella mujer era diferente. Incluso sin resuello, era consciente de ella; y no sólo porque notase su pelo suave en la cara. Era femenina y tersa, como deberían ser todas las mujeres, y, sin embargo, ese enigma del pelo rosa lo tenía intrigado.

– ¿Estás bien?

Rick no estaba seguro de quién lo había preguntado primero.

– Nada magullado salvo mi orgullo -admitió ella-. ¿Y tú?

– He sufrido caídas peores jugando.

– ¿A béisbol?

– No, a softball contra los policías de los pueblos vecinos. -Aquella conversación trivial no le ayudó a dejar de pensar en el hecho de que la estaba sosteniendo entre sus brazos. El deseo que le embargaba iba en aumento, algo que ella seguramente no notaría, ya que los separaba demasiada ropa. Pero Rick sí notaba que la atracción era mutua, y había llegado el momento de separar sus cuerpos antes de que hiciese el idiota y la besase-. ¿Crees que podrías apartarte de mí sin aplastarme?

– ¿Es una alusión nada disimulada a mi peso? -le preguntó ella.

Sólo una mujer muy segura de sí misma bromearía así, lo cual cimentó la idea de que no era como las demás. Kendall se hizo a un lado y Rick echó de menos aquella suave presión.

La miró de soslayo y contuvo la risa. En lugar de liberarse, se había enredado más en el vestido.

– Como suele decirse, si quieres un trabajo bien hecho, mejor que lo hagas tú mismo. -Gimió de forma exagerada y se levantó. Luego se agachó junto a ella y recogió el fardo blanco y mullido.

– ¿Qué haces? -Kendall se sujetó de la nuca de Rick con fuerza.

La espalda de él se había llevado la peor parte de la caída y no quería arriesgarse a que se repitiera la situación.

– Evitar que mis órganos vitales sufran más daños.

– Qué gracioso; pues yo te he notado bien enterito.

Rick respiró hondo. Vaya, y él que se había creído a salvo bajo las muchas capas del vestido. Estupendo, la deseaba y ella lo sabía.

Una mujer que acababa de romper su compromiso, que lo atraía, que era peligrosa. También era divertida, y Rick cayó en la cuenta de que hacía tiempo que no se divertía. La vida se había vuelto rutinaria. Resultaba triste pensar que su madre y su pequeño ejército de reclutas femeninas eran una rutina, pero Kendall no era una de las mujeres de su madre, y por eso le gustaba más aún.

Tras dejar el equipaje en el suelo, subió los escalones que daban al porche de la casa con Kendall en brazos. Sin previo aviso, la puerta se abrió de par en par. Pearl Robinson, la inquilina de la tía de Kendall y la pareja de un hombre mayor con el que vivía en pecado, tal como a Pearl le gustaba contar a todos, apareció frente a ellos.

– Eldin, tenemos visita -gritó Pearl por encima del hombro. Llevaba toda la vida con Eldin Wingate. Se recogió el pelo cano en un moño-. Esperaba a la sobrina de Crystal, pero no a vosotros dos. -Observó a Rick y a la mujer que él llevaba en brazos vestida de novia-. Nos tenías engañados, Rick, y también le has estado ocultando información a tu madre. Esta misma mañana se estaba lamentando de no tener nietos.

Rick entornó los ojos.

– No me sorprende.

Peal miró por encima del hombro.

– Eldin, mueve el trasero de una vez -chilló al ver que no venía-. Y date prisa, antes de que Rick la suelte.

– Ni en sueños -le susurró Rick a Kendall al oído, y no tanto para tranquilizarla como para deleitarse de nuevo con la fragancia de su pelo.

– Pero supongo que no te importará que no me arriesgue. Así que, por si acaso. -Y Kendall se aferró con más fuerza al cuello de Rick.

A él le gustó el contacto.

– Ya voy. -La media naranja de Pearl apareció a su lado; un hombre alto de pelo cano y todos los dientes intactos, o eso decía-. ¿Qué es eso tan importante que te impide dejarlos pasar…?

Vio a Rick y se calló en el acto.

– Hola, Eldin. -Rick se resignó a las inevitables preguntas.

– ¡Caramba, agente!

– ¿No te lo había dicho? -preguntó Pearl mirando a su compañero-. Por eso no me casaré contigo en breve. -Se volvió hacia Rick y Kendall-. Vivimos en pecado -dijo bajando la voz, aunque no había nadie cerca.

– La muy puñetera no se casa conmigo por cualquier estúpida excusa.

– Eldin tiene problemas de espalda y me niego a casarme con un hombre que no pueda entrarme en brazos. ¿Os he dicho ya que vivimos en pecado?

Kendall rompió a reír y sus senos rozaron el pecho de Rick, quien se acaloró sobremanera.

– ¿Entramos o la dejo caer? -preguntó.

– Vaya modales los míos. -Pearl apartó a Eldin y les dejaron el paso libre-. Adelante, Rick, lleva a la novia al interior.


Rick nunca lo olvidaría. Estaba recorriendo el interior de la casa de invitados, situada detrás de la casa principal de Crystal Sutton. Eldin los había llevado allí para que se «acomodaran» y Pearl había dicho que tenían que ir al pueblo a comprar comida.

– Comida, y una mierda -farfulló Rick. Pearl quería contarle a todo el mundo que había visto a Rick Chandler entrando en la casa con una novia en brazos. Daba igual que no hubiese habido ceremonia ni que la novia y el supuesto novio acabasen de conocerse. Pearl no le había hecho ni caso.

Rick notó que los hombros se le tensaban. Confiaba que en cuanto su madre se enterara del rumor, pusiese fin a esa tontería.

Raina sabía que Rick no se había casado ni se había fugado para casarse. No era tan tonta como para creer rumores infundados. Sin embargo, la noticia correría como la pólvora y todos especularían sobre Rick Chandler y la mujer vestida de novia con la que había entrado en la casa.

Gimió y, por primera vez, se planteó irse a una ciudad donde pudiera pasar desapercibido. Movió la cabeza porque sabía que no lo haría. A pesar de lo que les esperaba, quería demasiado a su familia, a sus amigos y le gustaba demasiado el ambiente de pueblo de Yorkshire Falls como para marcharse. Pero tenía derecho a soñar, ¿no?

Miró hacia la puerta cerrada del baño donde Kendall había ido a cambiarse. Su «novia». Puso los ojos en blanco por aquel sin sentido y se secó la frente con la mano. Joder, aquello parecía una sauna. Tendría que asegurarse de que Kendall se comprara un aparato de aire acondicionado.

¿Dónde se había metido? Había dicho que iba a cambiarse el vestido, pero habían pasado más de diez minutos. Rick se acercó a la puerta del baño y llamó dos veces.

– ¿Estás bien?

– Más o menos -fue la respuesta apagada.

Rick movió el picaporte, pero la puerta estaba cerrada. Volvió a llamar.

– Abre o echo la puerta abajo. -Confiaba en no tener que hacerlo. Tenía la espalda y los músculos de los hombros doloridos por su alarde en el camino de entrada.

La puerta se abrió. Rick entró y la vio sentarse en la tapa del retrete y colocar la cabeza entre las rodillas.

– Estoy muuuuy mareada.

Rick la miró, preocupado.

– Teniendo en cuenta cómo corta la circulación ese maldito vestido, no me extraña lo más mínimo. Creía que pensabas quitártelo.

– Lo he intentado, pero hace mucho calor y no puedo desabotonármelo sola, así que me he sentado un rato. Luego he empezado a pensar en mi tía y en todos los años que pasó aquí. Me he levantado, me he mareado de nuevo… -Se encogió de hombros.

Le gustaba divagar, algo de lo que Rick se había percatado cuando estaban junto a la carretera. Kendall saltaba de una cosa a otra, pero Rick percibió un elemento común: su dolor. Él había perdido a su padre a los quince años. Era joven, pero no lo suficiente como para no recordarle. Había sido un padre participativo que iba a todos los partidos de béisbol de los chicos.

– Perdí a mi padre hace tiempo, comprendo lo que estás viviendo ahora -dijo, dispuesto a abrirse a aquella mujer por motivos que no entendía. Motivos que lo pusieron en alerta, pero no se reprimió-. Fue hace veinte años, yo tenía quince -añadió-, pero a veces el dolor parece tan reciente que es como si hubiera ocurrido ayer mismo.

Rick vio que Kendall tenía los ojos humedecidos por las lágrimas y el corazón le dio un vuelco. No había esperado conectar con ella en absoluto, y mucho menos a nivel emocional, que es el que solía proteger con más celo. Le sorprendía comprender tan bien la situación de aquella desconocida.

– Siento lo de tu tía. -Todavía no se lo había dicho.

– Gracias -replicó ella con voz ronca-. Siento lo de tu padre.

Rick asintió. Resultaba obvio que Crystal y ella habían tenido una relación muy especial. Rick también comprendía a la perfección los lazos familiares. Los Chandler estaban más unidos que la mayoría gracias a los recuerdos compartidos, buenos y malos. El dolor reciente y descarnado de Kendall le hizo querer ser la persona que aliviase su angustia, y no sólo porque su trabajo consistiese en proteger y ayudar al prójimo.

Contuvo un gemido. Ya había pasado por eso en una ocasión y se había dado un batacazo.

– ¿No se te ha ocurrido pedir ayuda cuando te has mareado? -Retomó el problema que tenían entre manos.

Kendall ladeó la cabeza.

– Vaya solución más sencilla. ¿Por qué no se me habrá ocurrido?

Rick se rió.

– Demasiado débil, ¿no?

– Más o menos. ¿Me echas una mano?

Ella lo miró y Rick no pudo resistirse a la súplica.

– ¿Por dónde es mejor empezar?

– Por los botones de atrás. -Inclinó la cabeza hacia adelante y los mechones color rosa rozaron el blanco inmaculado del vestido. Cuando Kendall se encontrara mejor, Rick tendría que acordarse de preguntarle sobre el color del pelo, aunque tampoco es que fuera importante. Le gustaba de todos modos. Siempre había creído que prefería las rubias, aunque no tenía ni idea de cuál debía de ser el verdadero color de ella bajo el tinte rosa.

Se dispuso a desabotonar el primer botón nacarado cuando cayó en la cuenta de lo muy íntimo que era aquello. Estaba en el baño, desvistiendo a una novia. No se sintió acosado por los recuerdos porque Jillian y él se habían fugado, Rick de uniforme y Jillian con un vestido premamá. En esos momentos ya había superado el dolor y olvidado el amor. Las últimas noticias que tenía de ella eran que Jillian y su marido estaban felizmente casados con tres hijos, y que vivían en California. Todo aquello estaba bien enterrado en el pasado, salvo por las lecciones aprendidas, pensó Rick.

Por eso le sorprendían esa novia y las sensaciones que le provocaba. Aunque Kendall no era su «novia», eso no cambiaba para nada lo que le hacía sentir. La idea le habría preocupado mucho más si Kendall pensara quedarse en el pueblo.

Volvió a concentrarse en lo que tenía entre manos; desabotonó un botón y luego otro y le vio la piel, como de porcelana. Tenía un cuello largo y esbelto y una espalda tan tersa que le apetecía besársela, deslizarse con la lengua por la columna y saborearla centímetro a centímetro.

– Oh, ya me siento mejor -dijo con una exhalación larga que casi pareció un orgasmo.

Si no fuera porque él ya estaba sudoroso por el calor, habría comenzado a sudar entonces copiosamente. Se inclinó hacia abajo, apenas a unos centímetros de materializar su fantasía, y entonces ella alargó la mano y, como sin querer, se apartó unos mechones de pelo de la nuca. Rick no pudo seguir resistiendo la tentación. Al inhalar su fragancia, le recorrió con los labios la piel sedosa, cálida y húmeda por la temperatura.

Kendall se estremeció y suspiró, pero no se hizo a un lado ni lo apartó. Buena señal, pensó Rick, y la situación mejoró cuando ella volvió la cabeza y unió sus labios a los de Rick.

Éste cerró los ojos mientras ella respondía a la petición no expresada y le dejaba saborearla por primera vez. Su boca era cálida, suave y generosa, y se alimentaba con tal intensidad de Rick que temía que lo consumiera. El corazón le palpitaba y comenzaron a sudarle las manos, algo ridículo para un hombre de casi treinta y cinco años que había besado a unas cuantas mujeres, aunque las reacciones que Kendall le había provocado habían sido intensas desde el principio. Le tocó los labios con la lengua y sintió que lo devoraban las llamas de la pasión; pero antes de que pudiera penetrar en su húmeda boca, Kendall se separó.

– Perdona, pero me siento rara -le dijo cabizbaja, sin mirarle.

Y Rick que creía que ella había mostrado predisposición.

– No puede decirse que te hayas negado -repuso, como si le hubieran golpeado en los bajos.

Kendall se irguió, le miró y parpadeó sorprendida.

– No, no me he negado. -De repente abrió más los ojos, como si acabara de entenderlo-. ¿Creías que el beso me había resultado raro? Oh, no. El beso ha sido fabuloso. -Esbozó una sonrisa azorada-. Pero la postura era incómoda, como esta conversación. -Movió la cabeza y se sonrojó. Luego se llevó la mano a la nuca y comenzó a masajearse los músculos que había forzado durante el beso.

Aliviado, Rick rompió a reír antes de darse cuenta de lo mucho que le habría dolido que ella lo hubiese rechazado.

– Te masajearía yo mismo, pero creo que nos meteríamos en un buen lío.

– ¿Y como agente de la ley tienes que evitar esos líos? -Lo miró con expresión picara, dándole a entender con claridad lo que pensaba.

– No cuando no estoy de servicio -contestó él antes de poderlo evitar.

Ella soltó una carcajada.

– Me gustas, Rick Chandler.

– El sentimiento es mutuo, señorita Sutton. -Le sonrió. Joder, podría tomárselo en serio con esa mujer. ¿No resolvería así su problema?

Una relación con Kendall obligaría a su madre y a la miríada de mujeres que le enviaba a dejarlo en paz. La llegada inesperada de Kendall despertaría todo tipo de rumores. Las mujeres más precavidas del pueblo se mantendrían al margen hasta que supieran si Rick salía o no con la recién llegada, pero las más atrevidas, como Lisa, necesitarían un mensaje claro e inequívoco. Un mensaje como Kendall, el pelo rosa y el vestido de novia.

Tampoco es que pretendiera que Kendall le ayudase a fingir que estaban juntos para mantener a raya a las otras mujeres. Ni siquiera pensaba sugerírselo, pero desde luego el plan le parecía divertido.

– Todavía no te he desabrochado el vestido -dijo finalmente.

– Estoy esperando.

Rick apretó los dientes y terminó de desabotonárselo sin hablar demasiado, concentrándose únicamente en lo que tenía entre manos y no en la piel de su espalda.

Se detuvo al llegar a la cintura.

– ¿Qué te parece si te dejo sola para que termines de desvestirte? -Porque el siguiente paso sería bajarle la parte superior del vestido y dejarle los pechos al descubierto. Y luego deslizarle el vestido hacia abajo por las piernas y luego…

– Sería lo mejor. -La voz de Kendall puso fin a su fantasía.

– Dejaré la puerta abierta. -Se dirigió hacia la salida-. Grita si necesitas algo.

– Eso haré. -Le dedicó una sonrisa de agradecimiento.

– Perfecto. -Rick salió huyendo antes de satisfacer cualquier otra necesidad, ya fuera suya o de Kendall.


El vestido de novia le colgaba de la cintura mientras Kendall observaba su reflejo ruborizado en el espejo. Deseaba culpar al calor, pero sabía que los labios de Rick sobre los suyos, sus manos fuertes sobre su piel desnuda, eran los responsables.

Kendall no esperaba que Rick la besase, pero no podía pasar por alto la tensión sexual que se había acumulado entre ellos, ni tampoco el vínculo que había creado el dolor compartido. Además, él la había desvestido en parte. ¿Había algo más íntimo que eso? Cuando los labios de Rick le habían rozado la espalda… el cuerpo se le estremeció al recordarlo y los pezones se le endurecieron.

Kendall no solía ser descarada. Pero había querido verle la cara y por eso había vuelto la cabeza… encontrándose con sus labios. El beso la había trastocado. Rick era tan atractivo que se derretía con sólo mirarlo. Era tan fuerte y seguro de sí mismo que bastaba con que la tocase para saberse protegida. Hacía que se sintiese deseada y, con ello, Rick respondía a una necesidad que Kendall ni siquiera recordaba que existiese.

Siempre había sido la niña a quien nadie quería. Y aunque Brian la había deseado, nunca le había correspondido a nivel emocional. Su relación había sido un trato. Él le había conseguido los trabajos de modelo que ella necesitaba para pagar los gastos de su tía y ella había fingido ser su novia para ayudarle a superar un período de transición tras una ruptura. Si bien esa relación artificial había acabado convirtiéndose en verdadera, Kendall nunca había conectado con Brian.

Con Rick en cambio todo había sido distinto. Un beso le había bastado para sentir algo más que pura atracción física. Estar encerrada en aquel pequeño baño con él había sido una reclusión distinta. Una reclusión sensual que le habría gustado explorar más a fondo. ¿Por qué no? Aquella pregunta la sorprendió a sí misma.

Lo mismo que las respuestas. Había puesto final al compromiso con Brian y a una etapa importante de su vida hacía apenas unas horas. Aunque no estuviese enamorada de él, el proceso había sido traumático. Ya se le había pasado el mareo, pero se mojó la cara con agua fría, luego agitó la cabeza y se llevó las manos frescas a la nuca para refrescarse.

No podía pensar con claridad mientras sintiese la tentación de tener una aventura con aquel desconocido, pero eso era lo que él parecía querer. Al fin y al cabo, le había visto la expresión de deseo y había sentido el temblor en las yemas de sus dedos. A Kendall no le iban las aventuras o rollos rápidos con hombres que apenas conocía, pero Rick Chandler, con su fuerza y bondad, su franqueza y generosidad, por no mencionar lo muy atractivo que era, ponía a prueba su determinación.

Acabó de quitarse el vestido y dejó toda la parafernalia nupcial amontonada en el suelo para ponerse ropa más informal. La boda formaba parte del pasado. Le esperaba una nueva vida. Le iría bien un poco de atención y cariño, pero aunque el agente Rick Chandler parecía el hombre perfecto para ello, no le parecía justo.

No podía utilizarlo de esa manera, por muy a gusto que se sintiese con él. Un hombre que siempre había vivido en el mismo sitio, que valoraba la estabilidad y la familia, no era el hombre idóneo para una aventura, si es que ella estaba dispuesta a ello. Y no lo estaba, se dijo a sí misma.

Una pena que su cuerpo se burlase de esa promesa. Se irguió y se encaminó hacia la otra habitación, no sin antes armarse de valor para protegerse contra una química que no podía controlar ni negar.


Rick caminaba de un lado a otro frente a la puerta del baño por si Kendall volvía a marearse y la oía desplomarse en el suelo.

Se sintió aliviado cuando, a los pocos minutos, la puerta se abrió, pero el alivio desapareció en cuanto vio la nueva indumentaria, que Kendall había sacado de la maleta que llevaba.

Una camiseta recortada, con motivos florales, dejaba al descubierto su vientre liso, y unos pantalones cortos deshilachados de color blanco resaltaban sus curvas y le permitían ver sus largas piernas. Tenía unas proporciones perfectas, lo cual hizo que la deseara aún más… algo que no habría creído posible.

Aunque toda ella estaba para comérsela, Rick era incapaz de apartar la mirada de la liga con volantes que todavía llevaba en el muslo.

– ¿Qué pasa? -Kendall miró hacia abajo-. ¡Oh, oh! -Las mejillas se le riñeron de un rosa similar al del pelo-. Con las prisas se me ha olvidado.

Se inclinó hacia abajo para quitarse la liga y deslizó la goma elástica por sus largas piernas. Piernas que Rick imaginaba alrededor de su cintura mientras le hacía el amor una y otra vez.

– Ya está. -Kendall se irguió y sus miradas se encontraron-. Parece que te fascina. ¿Quieres verla de cerca? -Sostuvo en alto la liga blanca y azul.

¿Y, según la tradición, ser el siguiente en casarse? «No, joder.» Pero ya era demasiado tarde. Kendall había arrojado la liga y no le quedaba más remedio que atraparla o dejarla caer al polvoriento suelo de madera. Con resignación, cogió al vuelo el objeto de la discordia.

– ¡Excelente! -Kendall aplaudió-. ¡Estoy impresionada!

– Pero dime que la tradición no vale de nada si la novia no dice «sí, quiero».

Kendall esbozó una sonrisa burlona.

– Tienes miedo. -Y soltó una carcajada.

– Soy poli. No tengo miedo de nada -repuso él. Pero si eso era cierto, ¿por qué le palpitaba el corazón y respiraba de forma irregular?

– Vale, tal vez no tengas miedo, pero parece que estés a punto de desmayarte. -Kendall se le acercó y le puso una mano en el hombro.

El contacto lo sobresaltó y lo disfrutó más de lo que debiera.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -le preguntó.

Rick observó la maldita liga.

– Responde a la pregunta.

– Puesto que no me he llegado a casar y, en sentido estricto, no soy una novia, estoy segura de que la liga es inofensiva. ¿Te sientes mejor?

«No mucho», pensó Rick. Kendall seguía con la mano sobre su hombro y él notaba cómo su calor le atravesaba la camisa azul de policía. Volvió a observar aquel cuerpo increíble.

– Parece que estás más cómoda -dijo, cambiando de tema.

Ella sonrió.

– Ni te imaginas lo bien que se está sin ese lastre.

Rick arqueó una ceja.

– ¿Una mujer que comparte mi visión del matrimonio? Imposible. -No se imaginaba a una mujer a quien aterrorizase ver un vestido de novia. Pero sólo había una Kendall. No le sorprendía que le gustase.

– ¿Es que nunca has conocido a una mujer independiente?

– No en el pueblo. Todas quieren casarse.

Kendall abrió los ojos como platos.

– Tiene que haber mujeres que quieran vivir solas. Libres para hacer lo que quieran cuando quieran.

– ¿Es ése tu modus operandi? -preguntó Rick.

Kendall asintió. Rick la había calado en seguida.

– Nunca echo raíces -respondió sonriendo.

– ¿Por qué?

La respuesta tenía que ver con el pasado. Al ir de un lugar a otro continuamente, no se apegaba a nada ni a nadie. Pero no creía que Rick necesitase o quisiese estar al tanto de sus complejos personales.

– Ni idea -replicó encogiéndose de hombros.

– Tu infancia. -Era obvio que Rick recordaba haber oído hablar de su pasado-. Pero ahora ya no te hace falta seguir cambiando de casa. ¿Te has planteado permanecer en algún lugar durante una buena temporada?

– Ni en sueños. -Ya lo había hecho, ya sabía lo que significaba, pensó Kendall-. Acabo de pasar dos años en Nueva York para estar con tía Crystal y poder pagar las facturas de la residencia. Ha llegado el momento de que la prioridad sea yo misma.

Rick asintió, comprensivo.

– ¿Por qué no nos sentamos? -sugirió ella.

– Esto es lo que hay. -Rick señaló el sofá cubierto con una tela así como el resto del mobiliario de la casa de invitados. Había pasado tanto tiempo desde que alguien se alojara allí que habría trabajo de sobra… incluso para una visita temporal.

Kendall se sentó junto a Rick en el sofá.

– Siento no poder ofrecerte un lugar más limpio y cómodo.

Rick se encogió de hombros.

– No importa.

– Entonces, háblame de las aspirantes a esposas perfectas -dijo ella, cambiando de tema.

Rick se rió.

– Tampoco hay para tanto. Mi madre está delicada de salud y cree que ha llegado el momento de que sus hijos sienten la cabeza y le den nietos. -Adoptó un semblante serio al mencionar la salud de su madre-. Ha iniciado una campaña sin precedentes, y las mujeres del pueblo están más contentas que unas pascuas.

Kendall recordó lo que Pearl había dicho sobre el hecho de que su madre se quejara de que no tenía nietos. Obviamente, eso no era todo.

– Pobrecito. Todas las mujeres del pueblo persiguiéndote… -Se echó a reír, aunque en parte sentía celos de no ser la única que lo encontraba atractivo. No es que deseara casarse y quedarse a vivir allí, pero entendía por qué las mujeres que sí querían ese futuro lo consideraban el hombre perfecto.

– Créeme, es mucho más duro de lo que parece, sobre todo porque no me interesa lo más mínimo.

– Me sorprende que me lo expliques.

– Oh, te enterarías en seguida, sobre todo después de que Pearl le cuente a todo el mundo tu llegada a lo grande. -Se pasó la mano por el pelo oscuro-. Estarás marcada.

Kendall comenzó a reírse al recordar cómo Rick la había llevado en brazos hasta el interior de la casa mientras Pearl tarareaba la marcha nupcial al tiempo que reprendía a Eldin y recurría a la espalda de éste como excusa para evitar el matrimonio. Kendall habría mencionado que Eldin parecía dispuesto a llevar el anillo, pero percibió que Pearl tenía ideas muy claras al respecto. Al igual que la madre de Rick, al parecer.

Sin embargo a éste no le divertía la situación, por lo que Kendall entrelazó las manos y trató de ser sincera.

– Nadie creerá que te has casado sin avisar.

– Tal vez recuerden que no sería la primera vez. -Se le nubló la vista; era obvio que aquellos recuerdos le incomodaban.

Se había casado. Al parecer, se había fugado para casarse. No era de extrañar que se opusiese a la campaña de su madre. Se inclinó hacia adelante, sorprendida.

– Cuéntamelo.

– Ni en sueños -contestó. Se levantó y cambió de tema-: ¿Qué planes tienes?

Al parecer, los dos poseían unas murallas emocionales que no pensaban derribar. Kendall se moría por saber más detalles sobre Rick, pero él le había cerrado la puerta. Y puesto que ella no quería revelar detalles íntimos que podrían unirles, y mucho menos teniendo en cuenta que pensaba marcharse pronto, tendría que respetar la intimidad de él.

Rick le había preguntado por sus planes, y Kendall supuso que se refería a los planes a corto plazo. Observó las telas polvorientas que había alrededor y recordó todas las cosas que parecían viejas y decrépitas de la casa principal. Se frotó los ojos con gesto cansado.

– Creo que antes de pasar aquí la noche, limpiaré el dormitorio y tal vez la cocina. -Arrugó la nariz al imaginarse todo el polvo que se levantaría-. Mañana comenzaré a darle un buen repaso a la casa. Oh, y supongo que debería ponerme en contacto con un agente inmobiliario para ver qué posibilidades tengo, aunque sé que debo arreglar unas cuantas cosas antes de enseñar la casa.

Rick asintió, con las manos hundidas en los bolsillos, mientras miraba alrededor.

– Te ayudaré a limpiar.

La oferta la conmovió, pero no podía aceptarla.

– No hace falta. En serio, creo que seré capaz de adecentar una habitación yo sólita.

– ¿Con qué? Además necesitarás provisiones y, si la previsión del tiempo es correcta, un aparato de aire acondicionado. No podrás dormir aquí sin aire acondicionado.

Kendall fue a inhalar profundamente, pero se atragantó. Rick tenía razón. El aire estaba viciado y era sofocante. Se sintió deprimida.

– Oh, vaya, no contaba con esos gastos extras. -Calculó mentalmente el dinero que tenía en la cuenta bancaria. Por desgracia, necesitaría más de lo que tenía en el banco para pasar un mes allí.

– Supongo que pensabas que llegarías aquí, pondrías un anuncio de la casa, la venderías y te marcharías, ¿no?

– Demasiado optimista, o eso parece -asintió Kendall.

– Eso parece. -Rick sonrió-. Pero me gusta tu actitud. ¿No es mejor esperar a que surjan los problemas para lidiar con ellos?

– Eres demasiado bueno conmigo. No quieres llamar atolondrada ni idiota impulsiva a la recién llegada.

La atractiva sonrisa de Rick desapareció y la miró con el cejo fruncido.

– Oye, no te flageles. Ya has sufrido bastante. A ver, ¿tienes algún plan inmediato?

En lo que se refería al dinero, tenía las tarjetas de crédito, y Brian le enviaría las joyas y demás cosas por mensajería. Si encontrase una tienda que aceptara vender sus joyas en depósito, conseguiría algo de dinero extra. O sea que tenía un plan. Más o menos. Miró a Rick.

– Dime cómo llegar al pueblo y…

– ¿Irás volando en tu alfombra mágica?

Suspiró y añadió mentalmente la reparación del coche a la lista de gastos.

– Supongo que no podrás llevarme… -Se mordió el labio inferior al darse cuenta de que, para un hombre que estaba harto de que las mujeres lo persiguieran, Kendall era un posible problema más.

– Pensaba ir al pueblo de todos modos. Y antes de que me lo preguntes, sí, puedo traerte de vuelta a casa.

¿Acaso Kendall tenía casa? Como no le apetecía profundizar al respecto, le dedicó una sonrisa de agradecimiento.

– Eres un auténtico caballero de armadura reluciente, Rick Chandler.

Él sonrió.

– ¿Qué quieres que te diga? Nunca he podido resistirme ante una damisela en apuros. -Una mezcla de humor e inesperada tristeza tiñó su voz a pesar de la sonrisa. ¿Tendría la tristeza que ver con su matrimonio?, pensó Kendall.

Al pensar en ese hombre enigmático, Kendall se preguntó por qué. ¿Qué le había ocurrido en el pasado que le inducía a evitar otro matrimonio aunque, sin embargo, estuviera acostumbrado a ayudar a mujeres con problemas? Sabiendo lo mucho que le atraía, se alegraba de no quedarse el tiempo suficiente para averiguarlo.

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