Capítulo4

Durante los ratos «libres» de Rick, Kendall y él limpiaron, arreglaron y acondicionaron la casa de invitados. El polvo y la tierra se elevaban con furia, al igual que la tensión sexual y las chispas de pasión. Chispas que se esforzaron lo indecible por ignorar. Kendall tenía el presentimiento de que iban de puntillas por un campo de minas destinado a explotar de todos modos, pero en cuanto Rick retomó los turnos, estuvo a salvo, a menos por el momento.

Una vez a solas, se concentró en el diseño de joyas. El apartamento de Nueva York carecía de luz natural, lo cual dificultaba la elección de colores y la calidad del diseño. Cuando recibió las joyas y una maleta llena de ropa, cortesía de Brian, buscó en la casa el ambiente de trabajo idóneo, y lo encontró en el desván, que olía a cerrado, pero que contaba con unos ventanales por los que entraba luz natural a raudales.

Entusiasmada, se pasó el día arreglando el lugar, limpiándolo y disponiendo a su conveniencia las mesas allí guardadas. Al cabo de unas horas, había ordenado los contenedores de plástico repletos de material, organizado las cuentas según el tamaño y el color, y colocado las herramientas a mano. Retrocedió unos pasos y observó su obra. El desván se había transformado en el sueño de cualquier artista.

Qué irónico. Acababa de preparar un taller perfecto en el mismo lugar donde había ensartado su primer collar con cuentas de pasta de sopa de varios tamaños. Fue allí donde tía Crystal, entre otras cosas, le enseñó a diseñar. La embargó una sensación de nostalgia y de pena por la pérdida. La echaba de menos tanto como echaba de menos el posible futuro, la vida que habría tenido si tía Crystal hubiera podido quedarse con ella cuando Kendall era niña.

Negó con la cabeza. No servía de nada hurgar en el pasado. «Vive el presente y sigue adelante», le había aconsejado tía Crystal, y Kendall siempre le había hecho caso. Si los recuerdos la agobiaban en el desván, sólo tenía que salir de allí e irse al pueblo. Giró sobre sus talones y se fue del desván, luego cogió las llaves del coche y se dirigió hacia el pueblo.

El sol resplandecía en lo alto mientras Kendall conducía su querido coche rojo, ya reparado. El Volkswagen Jetta había tenido problemas eléctricos, pero podría haber sido peor y el coste mucho mayor. Así que, mientras el destino siguiera sonriéndole, Kendall decidió que su primera incursión sería a la peluquería del pueblo.

Entró en Luanne's Locks, el local que Raina le había aconsejado la noche en que había cenado en su casa. Percibió de inmediato el intenso olor a amoníaco; los pulmones se le congestionaron y los ojos se le llenaron de lágrimas. Cuando dejó de lagrimear, miró a su alrededor. Papel pintado color rosa, sillas burdeos, mucho cromado y espejos por doquier. Una vitrina con productos capilares ocupaba la pared frontal del establecimiento, el lugar perfecto para que las joyas de Kendall realzasen aquella zona… si la propietaria accedía a quedárselas en depósito.

Kendall había abordado a muchos comerciantes de varias ciudades para que aceptasen sus diseños, y confiaba en que la dueña de la peluquería fuera receptiva en ese sentido. No había nadie en el mostrador de la entrada, por lo que se adentró un poco más en el local y se detuvo al llegar a un escalón que separaba la zona de recepción de la de trabajo. Para ser un pueblo pequeño, la peluquería estaba llena de mujeres que conversaban de forma alegre y distendida, lo cual le infundió ánimo.

Kendall respiró hondo y se dirigió a la primera mujer.

– Perdona, ¿podrías decirme quién es la dueña o la recepcionista?

– Yo misma. -La estilista, una mujer de pelo cardado, se volvió hacia Kendall con un peine en la mano-. ¿En qué puedo ayudarte?

Kendall sonrió.

– Soy Kendall Sutton y me gustaría concertar una cita.

La estilista no tuvo ni tiempo de responder. Una cuenta se inclinó hacia adelante en la silla y le susurró a otra mujer con rulos en el pelo: «Es la nueva novia de Rick Chandler».

La información se transmitió entre todas las mujeres presenten en el lugar y, al cabo de unos instantes, se hizo el silencio y todos los ojos se centraron en Kendall con expresión de pocos amigos. La esperanza de ganarse la confianza de la propietaria del local se esfumó junto con el buen humor.

Kendall se había pasado la vida siendo la chica nueva. Llegaba a escuelas o a sitios en los que no conocía a nadie, se mantenía alejada de los grupos y, desde muy joven, había sabido que nunca estaría el tiempo suficiente en un mismo lugar como para que las opiniones de los demás le importasen. Mientras se sintiera feliz y segura, mientras su vida fuera digna y pudiera mirarse al espejo, eso era lo que contaba… Otra lección de sabiduría de tía Crystal, lección que Kendall se tomaba muy en serio y que siempre la animaba.

Hasta ese momento, en que una extraña sensación de incomodidad se apoderó de ella. Algo raro tratándose de una persona acostumbrada a ser la «forastera».

– Tiene el pelo rosa. -La frase sonó como un grito en el local silencioso.

Mientras la media docena de mujeres seguía mirándola de hito en hito, Kendall apretó los puños para evitar llevarse las manos a los mechones. Se le hizo un nudo en el estómago y se sintió cohibida. Otra sensación extraña para alguien a quien nunca le había importado lo que pensasen los demás.

Se obligó a sonreír y se pasó la mano por el pelo fingiendo despreocupación.

– Eso es lo que he venido a arreglarme. -Aunque no dejaban de fulminarla con la mirada, se negó a mostrarse insegura.

– Venga, volved a chismorrear y dejad en paz a la chica. -Una pelirroja atractiva emergió del fondo del local y se acercó a Kendall-. No les hagas caso. -Movió la cabeza-. Soy Pam, copropietaria del local, y la señora que está junto a mí boquiabierta es mi madre, Luanne. -Le dio un codazo cariñoso a su madre-. Es decir, la otra propietaria, que normalmente suele ser mucho más educada con los clientes.

– Vaya modales tengo. -Luanne le tendió la mano y Kendall se la estrechó-. Todas estaban hablando de la nueva amiga de Rick y, de repente, apareces tú. -Luanne se llevó la mano a la boca-. Y ahora me callo.

Pam afirmó con la cabeza.

– Buena idea, mamá.

– No pasa nada -dijo Kendall-. Además, ya supongo que el pelo rosa llama la atención.

Pam puso los brazos en jarras y la miró con detenimiento.

– Entonces no lo sabes. -Se encogió de hombros, se inclinó hacia ella y le habló en un susurro-: Mamá lo ha dicho en serio. No se trata de tu pelo, sino de tu situación. ¿Sabes cuántas mujeres han tratado de conseguir una cita con Rick Chandler y han fracasado?

– He oído rumores…

– Nada de rumores, es un hecho. Probablemente, ahora mismo soy la única soltera de la peluquería que no ha tratado de conquistar al poli favorito del pueblo. Prefiero a los rubios, pero la mayoría de las mujeres no son tan quisquillosas. Sólo quieren una alianza en el dedo. -Pam agitó la mano hacia Kendall-. No es que crea que es lo que tú buscas. Acabo de conocerte y no tengo ni idea, pero ya me entiendes.

Kendall asintió, un poco desconcertada tras oír las palabras de Pam. Acostumbrada a una vida solitaria en la gran ciudad, Kendall se sentía incómoda compartiendo información íntima con una desconocida. Saltaba a la vista que en un pueblo pequeño la intimidad brillaba por su ausencia.

– ¿Puedo reservar hora para lo de mi pelo? -le preguntó Kendall cambiando de tema.

Pam sonrió.

– Estás de suerte; me había tomado la mañana libre para hacer varios recados y ya he acabado. Me ocuparé yo misma porque… -volvió a inclinarse hacia ella-… supongo que no querrás que mi madre te cambie el rosa por el azul. Últimamente se ha especializado en el azul.

Pam se rió y a Kendall aquella risa le pareció contagiosa.

– Encantada de contar con tus servicios.

– Entonces sígueme.

Kendall siguió a Pam hasta la sala posterior, esforzándose por no hacer caso de las miradas, aunque no pudo evitar la sensación de que a algunas mujeres no les caía precisamente bien.

Pam la acomodó en una silla y le colocó un protector de tela negra alrededor del cuello que la cubrió hasta los pies.

– Ni caso, querida. Te prometo que ese grupo de cuentas no es representativo de nuestro pueblo. -Le dio una palmadita en el hombro-. Entonces, ¿quieres recuperar el rubio?

Kendall asintió.

– Todo lo que se pueda.

– Bien, antes de poner el color tendremos que decolorar bien las partes rosa. -Pam se dirigió hacia un pequeño armario sin dejar de hablar-. Tal vez te queden algunos tonos rojizos cuando acabemos. El rojo es el color más difícil de conseguir y el que más cuesta quitar… a no ser que no te importe que se te quede verde.

Kendall abrió los ojos como platos y Pam se rió.

– Es broma, pero quiero que sepas a qué nos enfrentamos. Es posible que necesitemos varios intentos durante las próximas semanas hasta que recuperes el color rubio.

Kendall no creía que fuera a permanecer tanto tiempo en el pueblo, pero no le apetecía contárselo a Pam.

– Unos tonos rojizos suaves no me molestarán. Cualquier cosa más natural que lo que tengo ahora -repuso Kendall.

– ¿Corto? -Pam asomó la cabeza desde el armario-. Siempre he querido probar el corte de pelo de Meg Ryan, pero en el pueblo nadie se atreve.

Kendall se miró el pelo, que le llegaba por los hombros, en el espejo.

– Supongo que quieres que haga de conejillo de Indias, ¿no?

Pam sonrió.

– Seré tu mejor amiga -replicó con voz cantarina.

La musicalidad le recordó la cantinela infantil con que había oído que se dirigían a otros, pero nunca a ella. El tono alegre y feliz le hizo sentir un nudo en la garganta y una nostalgia indefinida. Kendall inspiró hondo.

– Vale, ¿por qué no? Córtamelo a lo Meg Ryan. -Se rió para tratar de librarse de aquella sensación inquietante, la de que nunca había tenido amigas siendo niña.

Pam chilló de alegría al oír que Kendall accedía a sus deseos.

– Te has ganado mi amistad para toda la vida.

La idea no sólo alegró a Kendall sino que le hizo sentir algo especial que nunca había tenido.

– Lo mismo digo, Pam.

Durante el siguiente cuarto de hora, Pam charló mientras le cortaba el pelo y, para cuando hubo acabado, Kendall tenía un nuevo color y una nueva amiga en el pueblo. Sin embargo, a pesar de la cálida acogida de Pam, las otras mujeres de la peluquería ni siquiera la saludaron. Kendall trató de convencerse de que no le importaba, pero en el fondo sabía que no era cierto.

Durante los cuatro días que había pasado en el pueblo, había experimentado algo nuevo: amistad y familia. Por primera vez, le dolió su anterior ausencia.

– Otros veinte minutos y te lo aclararemos. -Pam accionó el temporizador y lo colocó en el mostrador-. Relájate un rato, ¿vale?

Kendall así lo hizo y cerró los ojos, sin hacer caso de las conversaciones que la rodeaban, pensando en cómo abordar a Pam sobre el asunto de las joyas. Finalmente, el ruido pareció desaparecer y se relajó por completo.

– Hola, cariño.

Sin previo aviso, una voz masculina conocida interrumpió aquellos momentos de descanso. El seductor aroma a colonia le excitó los sentidos. Abrió los ojos y vio a Rick, con las manos apoyadas a ambos lados de la silla, inclinándose sobre ella.

– Me gusta ese color. -Sonrió.

Sin hacer caso del rubor que notó en las mejillas, Kendall se encogió de hombros.

– Como suele decirse, las mujeres hacen de todo con tal de ponerse guapas.

– Tú eres guapa incluso con eso que te hiciste en el pelo. No todas las mujeres pueden decir lo mismo.

– Anda ya. -Kendall hizo un gesto con la mano ante aquella exageración-. Si las agencias de modelos me hubiesen visto así, nunca habría pagado las facturas de mi tía.

Rick frunció sus atractivos labios.

– Hay gente que no sabe lo mucho que vale.

Rick la miró de hito en hito con tal intensidad y convencimiento que Kendall casi se sintió guapa. El cumplido la emocionó, pero sabía que debía andarse con cuidado.

– Me siento halagada, pero estoy segura de que se te da muy bien -dijo tratando de distanciarse de las emociones cada vez más intensas que sentía hacia él.

– Soy bueno, y punto -repuso sonriendo y dándole a entender que bromeaba-. ¿A cuál de mis atributos en concreto te refieres?

Kendall puso los ojos en blanco.

– A la capacidad para halagar a las mujeres, agente Chandler.

– No me habías dicho que tuvieras problemas de memoria a corto plazo. Desde hace cuatro días, no existen otras mujeres, sólo tú. -Sus ojos color avellana se movían con evidente placer y destilaba un encanto al que no se resistiría ni la más experimentada de las mujeres.

– Lo recuerdo. -Kendall se humedeció los labios secos-. ¿Sueles pasar por la peluquería o qué? -preguntó cambiando de tema.

– Sólo cuando veo cierto coche rojo aparcado en el exterior.

– ¿Has venido a verme?

Rick le guiñó un ojo y luego le rozó los labios con los suyos, pillándola desprevenida.

– Claro que sí. Estás en la sede de los chismorreos. ¿Qué mejor manera de poner esas lenguas en marcha?

La boca se le estremeció por el contacto y el delicioso olor a menta de su aliento, pero el comentario la decepcionó.

– Claro, tiene sentido. -Hay que representar la farsa, pensó Kendall. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida y haberlo olvidado?

Kendall volvía a estar alerta y se percató de que la peluquería había enmudecido de nuevo, ya que las dientas trataban en vano de escuchar su conversación.

– Sonríe. -Rick alargó la mano y le empujó el labio hacia arriba con suavidad-. Tenemos público.

Kendall sonrió contra su voluntad y se recordó que no tenía motivos para estar disgustada o desilusionada. Tenían un trato. No quería nada serio con Rick Chandler, del mismo modo que él sólo quería que ella fingiera ser su amante. Pero la atracción sexual era innegable y el instinto le decía que las cosas se complicarían.

– ¿Ya las conoces? -Rick recorrió el local con un gesto de la mano.

Kendall meneó la cabeza.

– Como soy tu media naranja, al menos según los cotilleos, no me han brindado un gran recibimiento. Menos Pam, ella ha sido encantadora.

– Pam es un cielo. Pero ¿las demás no han sido simpáticas contigo? -Frunció el cejo-. No era mi intención que lo pasaras mal por culpa de nuestro acuerdo.

Para consternación de Kendall, el semblante serio de Rick no le restaba atractivo alguno.

– Eh, atención todas -gritó Rick, volviéndose hacia las otras mujeres.

– Rick… -Kendall trató de agarrarle del brazo, pero no lo logró.

– Quiero presentaros a Kendall Sutton. Sé que todas queríais a Crystal y que querréis de igual modo a su sobrina.

Kendall se dio cuenta de que no les había pedido un favor, pero ése era el significado subyacente. Lo malo era que Kendall no quería amistades basadas en el hecho de que Rick les hubiera pedido que fueran amables con ella. Luego se recordó que, de todos modos, daba igual, porque no pensaba quedarse mucho tiempo en el pueblo.

Rick se volvió hacia Kendall.

– Misión cumplida. -Le guiñó el ojo-. Hasta luego. -Otro beso, esta vez apasionado e intenso, y se marchó.

Pero mucho después de que se hubiera ido, a Kendall la cabeza seguía dándole vueltas y el corazón palpitándole con fuerza. Dejó escapar un largo suspiro para recobrar la compostura.

– Eso sí que es un hombre. -El suspiro de Pam fue idéntico al de Kendall.

Kendall se mordió la cara interna de la mejilla.

– Y que lo digas.

– ¿Lista para el aclarado?

Kendall asintió. En cuanto Pam le hubo colocado la cabeza ligeramente hacia atrás y notó el agua tibia en el cuero cabelludo, Kendall se dio cuenta de que tenía una oportunidad de oro para hacer negocios, y le daba igual quién estuviese escuchando.

– Quiero proponerte algo, Pam.

– Hum, estoy intrigada.

– ¿Has pensado en poner un exhibidor de joyas o accesorios en el local? Por ejemplo, cerca de la entrada o de la pared posterior.

– No, pero parece una buena idea. ¿En qué habías pensado?

– En mis diseños. Piezas con piedras y metal. Podría dejar algunas muestras aquí para ver si despiertan interés. Si se vendiesen, te daría un porcentaje sobre las ventas. Las dos saldríamos ganando. -Kendall necesitaba el dinero desesperadamente. Lo necesario para adecentar la casa le había vaciado la cartera y trastocado el presupuesto.

– Hum. -Pam le puso suavizante en el cabello-. Me encantan las joyas y detesto rechazar una oferta así, pero creo que tendrías más suerte si se lo planteases a Charlotte. -Tras aclararle el pelo con agua fría, Pam le envolvió la cabeza con una toalla y se la frotó un poco mientras la ayudaba a levantarse.

Sintió un momentáneo mareo al sentarse, pero se le pasó en seguida. Lástima que la agitación que le había causado la visita de Rick todavía no hubiera desaparecido.

– ¿Quién es Charlotte?

Pam se colocó frente a ella para mirarla a los ojos y luego puso los brazos en jarra.

– ¿Cuánto conoces a tu novio?

– Bastante. ¿Por qué?

Pam entornó los ojos.

– Porque Charlotte es la cuñada de Rick. Es la primera mujer en el pueblo que ha pillado a un Chandler. Me imaginaba que ya lo sabrías.

Kendall tragó saliva con dificultad. El coche de Rick había estado aparcado frente a la casa de invitados casi en todos sus ratos libres. Los días que libraba, llegaba a las seis de la mañana y solía quedarse hasta las diez de la noche o más tarde. Habían fregado, limpiado y creado la impresión de que eran amantes, tan enamorados el uno del otro, que todavía no podían renunciar a su tiempo personal. Y los amantes en seguida se cuentan los detalles más íntimos, incluidos los familiares. Rick y ella no habían pensado en ese particular antes de que Kendall comenzase a representar su papel en solitario.

– Habéis pasado días enteros en esa casa, pero está claro que no habéis hablado mucho. -Pam le sonrió, ofreciéndole a Kendall la solución que necesitaba.

Aprovechando la insinuación de Pam, Kendall asintió.

– Hemos pasado juntos tiempo de sobra para saber un poco de todo. -Arqueó las cejas de forma provocativa-. Pero ahora mismo estaba algo distraída. Claro que no sabía a qué Charlotte te referías.

Pam la miró como si no creyese ni una palabra, y estaba en lo cierto.

– Bueno, si a Charlotte no le interesa, vuelve a planteármelo y ya encontraremos una solución.

– Eso haré. -En cuanto viera a Rick, le interrogaría sobre su cuñada, cómo era y si creía que aceptaría sus joyas en depósito-. Gracias por la sugerencia.

Pam condujo a Kendall de vuelta a la silla y comenzó a peinarle los cabellos rubios.

– ¿Te gusta?

Kendall le dedicó una sonrisa sincera.

– Mucho.

– Bien. ¡Pues a cortar! -Pam alzó las tijeras y comenzó su trabajo.


Rick propinó una patada a la silla del escritorio y arrojó de nuevo una goma elástica contra la fotografía de los novios. Pero en esta ocasión no estaba enfadado con la novia, sino consigo mismo. Cuando lo planeó todo para que su madre y el pueblo creyeran que Kendall y él eran amantes, metió la pata. Dos veces. Su intención no era repetir el doloroso pasado de Kendall y, desde luego, no había querido que le hicieran el vacío por ello. Ni siquiera se había planteado esa posibilidad.

De todos modos, nunca había tenido en cuenta la personalidad de las mujeres. Había visto a Lisa en la peluquería y sabía que seguramente era la responsable de la fría acogida que le habían dispensado a Kendall. Lisa había logrado que la trataran como a una forastera que les había arrebatado a un soltero de la lista de hombres disponibles en el pequeño pueblo.

– Mensajes. -Felicia dejó una pequeña pila de papeles color rosa frente a él.

Rick observó a aquella mujer morena y bajita. Había tenido bastantes relaciones con hombres y tenía muchas amigas. Tal vez supiera cómo pensaban las mujeres del pueblo y por qué habían decidido hacerle el vacío a la recién llegada.

– ¿Qué les pasa a las mujeres?

– ¿Me lo preguntas a mí? -Felicia se acomodó en una silla metálica, junto al escritorio-. Creía que tú podías escribir un libro sobre el bello sexo.

Rick se reclinó en la silla y entrecruzó los brazos detrás de la cabeza.

– Nunca he dicho que comprendiese la psique femenina.

– Lance dice lo mismo -repuso, refiriéndose a su pareja-. ¿Tu nueva novia ya te está dando quebraderos de cabeza? -le preguntó, guiñándole el ojo con complicidad.

De hecho, el problema no era Kendall, sino él mismo. Quería facilitarle las cosas a ella, hacer que se sintiese feliz y cómoda en el pueblo… algo que nunca se había planteado con las otras mujeres con las que había mantenido relaciones. Kendall, con su pelo rosa, o a saber de qué color se le habría quedado ahora, y su carácter jovial le había llegado al alma.

– Vale, no hace falta que respondas -dijo Felicia-, pero si te está poniendo las cosas difíciles en lugar de postrarse a tus pies, me muero de ganas por conocerla.

«Conocerla.» Tal vez ésa fuera la solución. Que la gente conociera a Kendall, tal como él empezaba a conocerla. Felicia acababa de darle la solución. Le presentaría a sus amigos y familiares, personas a las que les caería bien y que a ella también le caerían bien. Se sentiría más cómoda cuando tuviese aliados en el pueblo. Nadie desafiaría a los Chandler juntos.

Se levantó de un salto y abrazó a Felicia.

– Eres un genio.

– Un genio, ¿eh? No sé qué te he dicho, pero debería hacerlo más a menudo. ¿Te había mencionado que quería un aumento de sueldo? -Rompió a reír con afabilidad.

– Le hablaré bien de ti al jefe. -Rick le guiñó el ojo y descolgó el teléfono.


El olor a limpio recibió a Kendall al entrar en la casa. Aquel olor era una innegable mejora respecto al polvo y al moho, pero todavía quedaba mucho por hacer: sacar los trastos de los armarios, pintar dentro y fuera, arreglar el césped y muchas más cosas.

Se pasó la mano por el pelo recién cortado. Las tareas eran infinitas, no así su cuenta bancaria. Abrió el bolso y rebuscó la tarjeta que Rick le había dejado con su número de teléfono, lo llamó y le dejó un mensaje diciéndole que tenía que hablar con él. No quería saberlo todo sobre Charlotte, sólo lo más básico para salir adelante. Kendall estaba convencida de que sus diseños se venderían solos.

Con un poco de suerte, Charlotte sería más simpática que las otras mujeres que había conocido. Mientras pagaba el corte de pelo, dos mujeres la habían menospreciado en cuestión de segundos. Terrie Whitehall, cajera del banco, y Lisa Burton, maestra, ambas mojigatas según Pam, no habían respondido a su saludo. Pam había reaccionado con un ataque verbal y Kendall había prorrumpido en risas; luego se había marchado de la peluquería contenta, sabiendo que al menos tenía una amiga en el pueblo.

Sonó el móvil y Kendall respondió tras el primer tono.

– La señorita Kendall Sutton, por favor -dijo una nasal voz masculina.

– Al habla.

– Soy el señor Vancouver, del internado de Vermont Acres.

Kendall sujetó el móvil con fuerza.

– ¿Hannah está bien?

– Físicamente, sí, pero últimamente ha estado dando mucha guerra. -La voz era monótona, y a Kendall aquel hombre le cayó mal de inmediato. Era como si hablase de una desconocida.

– Hannah mencionó algunos problemas, pero me prometió que se comportaría.

– Pues no ha sido así. He intentado hablar con sus padres, pero me ha sido imposible y el siguiente número era el suyo. De hecho, es el único número que tenemos y su única pariente en Estados Unidos. Señorita Sutton, le vamos a dar una última oportunidad a su hermana.

– ¿Una última oportunidad académica?

El señor Vancouver soltó una risotada altanera, pero aquello no parecía divertirle lo más mínimo.

– Los estudios son la menor de sus preocupaciones, y ahora mismo son menos importantes que su conducta. Si quiere que le sea sincero, señorita Sutton, su hermana constituye una amenaza. Atascó el retrete del baño de los profesores y le arrancó el bisoñe al director de la orquesta mientras hacía una reverencia.

Kendall se presionó la sien para aliviar el dolor de cabeza que comenzaba a notar. Contuvo el impulso de reírse de lo absurdo que resultaba todo aquello. La conducta de Hannah era tan divertida como el tono arrogante del señor Vancouver.

– Lo siento, señor Vancouver. Prometo hablar con ella hoy mismo.

– Más le vale, o tendrá que venir a recogerla antes del atardecer. No puedo permitir estos alborotos en la escuela.

– ¿Dónde está Hannah ahora?

– Castigada. Volverá a su habitación dentro de una hora. Tengo otra llamada. -Se despidió de ella sin vacilación alguna-, Que tenga un buen día, señorita Sutton.

El altanero director le colgó; Kendall tenía un nudo en el estómago y cada vez más ganas de estrangular a su hermana. Necesitaba saber por qué de repente Hannah se comportaba de tal modo que parecía pedir a gritos su expulsión del internado.

Al cabo de diez frustrantes minutos, Kendall le había dejado un mensaje a Hannah pidiéndole que la llamara lo antes posible, y trató por todos los medios de ponerse en contacto con sus padres a través de la organización que concedía a su padre los recursos para sus excavaciones, pero no hubo suerte. Suspiró y observó la cocina a su alrededor. La pintura desconchada y las manchas en la pared se repetían por toda la casa, y simbolizaban los problemas que la rodeaban, problemas que aumentaban con el paso del tiempo.

– ¡Ojalá no estuviera sola! -le gritó a las paredes. La voz retumbó en la casa vacía sobresaltándola.

La repentina necesidad de compartir la responsabilidad de su hermana la pilló desprevenida, lo mismo que el deseo de volver a llamar a Rick para ver si contestaba y así escuchar su voz. La mano, todavía en el teléfono, le temblaba, como si quisiera marcar los números.

No.

– No -dijo en voz alta para convencerse a sí misma. Aunque Rick sabía que quería vender la casa y que no le sobraba el dinero, no sabía cuan reducidos eran sus recursos económicos. Ni lo sabría. Por los mismos motivos por los que no compartiría lo mucho que le preocupaba la situación de Hannah.

No le había confiado sus problemas personales por puro instinto de supervivencia… no podía permitirse el lujo de confiar en él. La presencia de Rick hacía que se sintiese mejor, pero la vida y el pasado le habían enseñado a confiar sólo en sí misma. No era el momento de cambiar lo que siempre había funcionado.

Kendall no necesitaba llamar a un agente inmobiliario para saber que la clave para obtener más dinero por la venta de la casa pasaba por darle una buena capa de pintura. Rick ya había rascado y lijado gran parte de la casa de invitados, por lo que decidió que ella misma comenzaría a pintar la casa principal. Se había mudado muchas veces en el pasado y había alquilado y subarrendado muchos apartamentos y pintado por tanto unas cuantas paredes.

Corrió hasta la habitación de atrás, se enfundó la ropa de trabajo y observó la entrada. Había comprado litros de pintura blanca y decidió comenzar por allí, donde cualquier potencial comprador recibiría la primera impresión. Luego seguiría hacia el interior de la casa, de modo que vería la mejora cada vez que entrase. Mientras tanto, confiaba en que así se le pasara el tiempo más rápido, y no mirase el reloj tan a menudo, esperando a que la llamasen su hermana o sus desaparecidos padres.

Tras encender la radio y reprimir el impulso de telefonear de nuevo a Rick para sentir su hombro o cualquier otra parte del cuerpo que la tentase, comenzó a trabajar.


Rick creía que su turno no acabaría nunca. Para cuando llegó a la casa de Kendall, en Edgemont Street, ya había anochecido. Kendall no sabía que iría, pero él tenía que explicarle su propuesta. Esperaba que no la rechazase, en parte porque quería ayudarla a integrarse en Yorkshire Falls, pero sobre todo porque la había echado de menos y le apetecía estar con ella. Teniendo en cuenta que no se quedaría mucho tiempo en el pueblo, Rick sabía que el primer argumento era endeble y patético, pero le daba igual. Le había hecho daño y quería arreglar las cosas antes de que se marchase.

Llamó a la puerta y, al ver que no abría, entró. Había dejado la puerta sin cerrar, por lo que ya no era una verdadera recién llegada. Para disgusto de Rick y del resto del cuerpo de policía, en Yorkshire Falls los cerrojos no solían usarse.

Oyó música al entrar. Miró alrededor y vio a Kendall cantando mientras pintaba la pared con un rodillo. La capa de pintura sólo llegaba hasta la altura de su brazo, por lo que quedaba una línea horizontal que separaba la pintura nueva de la vieja. Aunque ella creía que había quedado de fábula, la impresión inicial era la de un trabajo muy poco profesional.

Rick meneó la cabeza y se rió.

– Podrías darle una oportunidad al pobre Eldin.

– ¡Rick! -exclamó con una mezcla de cordialidad y placer mientras dejaba todo en el suelo para saludarle-. Seguramente debería haber comprado una escalera, ¿no? -Sonrió con expresión picara-. Pero estaba tan impaciente por empezar y estar ocupada que no quería esperar.

– ¿Por qué no me has llamado para pedirme que te trajera una?

– No se me ha ocurrido.

Rick se acercó a ella, llevado por un impulso más poderoso que su mente o su voluntad.

– Supongo que confías en que pinte yo lo que falta, ¿no?

Kendall se mordió el labio inferior y le dedicó una sonrisa encantadora.

– Tenemos un trato.

– Sí, claro. -El maldito trato. El que los convertía en amantes en público pero no le daba derecho alguno sobre su cuerpo en privado. Joder, cómo le gustaría cambiar esa parte del trato.

No había dejado de pensar en ello en todo el día. Esa mujer a la que apenas conocía, a la que por algún motivo quería proteger emocionalmente y poseer físicamente, le había llegado muy dentro. Mucho más que cualquier otra mujer en mucho tiempo. Rick se acercó más a ella y la atrapó junto a su cuerpo. Kendall no podía retroceder, porque de hacerlo se toparía con la pared recién pintada, por lo que dio un pequeño paso hacia Rick.

Él aspiró y se dejó envolver por su aroma voluptuoso. Observó su cuerpo ágil, cubierto apenas con prendas elásticas de deporte. Sin duda, el calor sofocante había contribuido a la elección de aquel atuendo. El aparato de aire acondicionado que había comprado sólo enfriaba el dormitorio en el que dormía. En el resto de la casa seguía haciendo el mismo calor y Kendall no quería invertir más dinero en un lugar del que se marcharía en breve.

Rick se negaba ni siquiera a plantearse esa posibilidad. No estaba listo para despedirse, y menos cuando apenas acababa de conocerla.

Pensaba enmendar esa situación.

Sus miradas se encontraron y ella esperó a ver qué hacía. Rick colocó las manos por encima de la cabeza de Kendall y en cuanto notó la sensación fría en las palmas de las manos, se dio cuenta de su error.

– La pared está recién pintada. -Kendall se rió.

– Vaya, gracias por recordármelo. -Tenía las dos manos manchadas de pintura.

– Sólo trataba de ser amable.

– Se me ocurren otras cosas mejores… para ser amable con tu amante.

– Sólo en público. -Ésos eran los hechos, pero su mirada los cuestionaba.

Se preguntó lo mismo que Rick se había estado planteando. ¿Podían llegar más lejos?

Kendall respiró hondo, insegura.

La inhalación la hizo erguirse y sus pechos redondos presionaron contra la tela elástica, tentando a Rick

– Podríamos cambiar eso -dijo él.

Ella ladeó la cabeza. El pelo rubio recién cortado le rozaba los hombros y le envolvía el rostro de forma sensual. Joder, y a él le iban las rubias. Esa rubia.

– Podríamos -repuso ella.

Rick también ladeó la cabeza y sus labios se unieron. Ese mismo día la había besado como parte del papel que representaban. Ahora el beso era real. A pesar de que se sentía presa de la excitación, Rick se lo tomó con calma, le mordisqueó el labio inferior y disfrutó de los gemidos que ella emitía a modo de respuesta. Al colocarle la mano en el pecho, el movimiento le pareció natural, y sintió un dolor en la entrepierna al tiempo que las sienes comenzaban a palpitarle.

No le bastaba aquel contacto, su cuerpo pedía mucho más, pero antes de que Rick pudiera seguir, los interrumpió el inconfundible sonido de un móvil. Por pura costumbre, se llevó la mano al teléfono que llevaba colgado del cinturón.

Muy a su pesar, Kendall se hizo a un lado.

– Es el mío -dijo con voz grave.

Pero Kendall era suya, pensó Rick, tal como indicaba la huella de su mano estampada en la ropa de ella. Rick pensaba proseguir lo que habían comenzado en cuanto aquella interrupción acabase.

– ¿Sí? -Kendall respondió como si esperase una llamada urgente.

Rick no escuchó la conversación, pero no pudo evitar oír que Kendall había elevado la voz y, para cuando hubo colgado, Rick supo que aquel momento mágico había llegado a su fin. La tensión sexual había dado paso a un claro desasosiego, mientras Kendall, inquieta, caminaba de un lado a otro sin dejar de farfullar.

– ¿Qué pasa?

– Problemas familiares. -Kendall cruzó la habitación y se quedó junto a Rick, con el cejo fruncido.

Rick quería borrarle esas arrugas y tranquilizarla. Aunque el sentido común le decía que no se metiera donde no le llamaban, no soportaba verla así.

– ¿Puedo ayudarte? -preguntó de todos modos.

Kendall negó con la cabeza.

– Gracias, pero no es nada de lo que debas preocuparte. -Se lo dijo como si no acabaran de estar abrazados, como si a Rick no le importara nada más que su cuerpo. Él dejó escapar un suspiro de frustración. Kendall le estaba excluyendo. Físicamente, estaba cerca, pero emocionalmente estaba a kilómetros de distancia. La huella que antes indicaba que Kendall era suya ahora era una inequívoca señal de STOP.

En aquel silencio, sonó el busca de Rick; al ver el número recordó por qué había ido a casa de ella. Chase lo llamaba desde Norman's, donde su familia y amigos los esperaban para darle una sorpresa a Kendall.

Rick no sabía qué la preocupaba, de qué clase de problema familiar tenía que ocuparse, pero saltaba a la vista que se trataba de algo serio, y dudaba mucho que Kendall quisiera salir… salvo que hubiera un motivo de peso.

Ella lo miró con una mezcla de emociones en la expresión.

– Están a punto de expulsar a mi hermana del internado -dijo finalmente.

Rick se acercó a Kendall y la rodeó con el brazo para mostrarle su apoyo, el único gesto que intuía que ella aceptaría, y estaba en lo cierto. Kendall suspiró y apoyó la cabeza en su hombro.

La situación no podía empeorar, así que Rick se armó de valor.

– Supongo que no es el mejor momento para decirte que mi familia y amigos están esperándonos en Norman's para ofrecerte una fiesta de bienvenida al pueblo, ¿no?

Kendall suspiró. Lo que él había dicho la sorprendió y, a pesar de lo muy enfadada que estaba con su hermana, se mostró más flexible con Rick. No le apetecía estar rodeada de gente en una fiesta, pero puesto que él se había molestado en invitar a familiares y amigos, lo menos que podía hacer era olvidarse de sus problemas momentáneamente y acompañarlo a Norman's.

Se volvió hacia él con una sonrisa de agradecimiento.

– Gracias.

Rick inclinó la cabeza.

– Ha sido un placer.

Kendall percibió su intenso aroma masculino y sintió que se intensificaba su deseo de arrojarse a sus brazos y olvidar los problemas y la fiesta. Pero no podía hacerlo.

– Necesito unos minutos para ducharme y cambiarme.

– Adelante.

Más rápido de lo que hubiera creído posible, Kendall se duchó con agua caliente, se quitó los restos de pintura, se puso espuma en el pelo y eligió un modelo para la fiesta. Por suerte, Brian también le había enviado casi toda su ropa. Éste le había llevado las llaves a la casera, la cual había recogido las pertenencias de Kendall para que Brian se las enviase. Se agradeció a sí misma el haber sido previsora por una vez en la vida. Se miró rápidamente en el espejo y se irguió, lista para salir pero no del todo para enfrentarse a Rick. ¿Cómo iba a estarlo si todavía no se había disipado del todo la emoción de aquel primer contacto físico?

Bajó la escalera con paso alegre y se detuvo frente a él.

– Estoy lista.

Rick dejó escapar un silbido largo y lento.

– Y que lo digas. -La tomó de la mano y le dio la vuelta.

Para verla al completo, supuso Kendall. Los pantalones de cuero eran cortesía de su época de modelo, lo mismo que la blusa de encaje. No eran prendas muy caras porque no había sido modelo para diseñadores famosos, pero sabía que de todos modos la harían destacar del resto. A pesar de que sabía que la fiesta sólo tenía el propósito de cimentar la idea de que eran pareja, Kendall quería causar una buena impresión. Aunque detestaba admitirlo, quería caer bien a los familiares y amigos de Rick. Y también quería gustarle a él.

Rick le apretó la mano.

– Kendall, respecto a lo de antes…

– Olvídalo. -No quería oírle decir que ese beso había sido un error, no cuando todavía sentía su intensidad que la hacía sentir tan viva.

– Imposible -dijo, sin dejar de mirarla con una expresión tan cálida como lo habían sido sus labios durante el beso. En su boca y casi en el pecho. Respiró hondo.

– Tienes razón -admitió ella, y exhaló-. ¿Qué es lo que querías decirme? -Se negaba a no escucharle.

El molesto ruido del teléfono volvió a interrumpirles. Esta vez fue el móvil de Rick el que sonó; él respondió muy a su pesar.

– ¿Sí? -Escuchó y dijo-: Iremos en seguida. -Cerró el móvil-. Llegamos tarde -le dijo a Kendall.

Ella asintió, aliviada. No debería entablar conversaciones íntimas con Rick. No podía negar que se sentía atraída, pero abrirle su corazón no era la decisión más sensata. Kendall pensaba dejar el pueblo -y a Rick-, en breve. Nada ni nadie la haría cambiar de idea. Ni siquiera un poli atractivo con una sonrisa encantadora y un corazón efusivo.

Загрузка...