Capítulo 6

A la mañana siguiente, Kendall entró en Norman's con toda naturalidad, como si no se hubiera pasado toda la noche haciendo el amor con Rick Chandler, pero el cuerpo todavía se le estremecía de placer y los recuerdos se habían alojado en lo más profundo de su ser.

Vio a Charlotte sentada al fondo, con un lápiz colocado en la oreja mientras hojeaba revistas, catálogos y folletos. Charlotte, con el pelo negro como el azabache y los ojos verdes, era el paradigma de lo exótico y Kendall entendía que Roman, el viajero, tal como Rick lo había descrito la noche anterior, se hubiera enamorado de ella y hubiera decidido quedarse a vivir en el pueblo.

– Hola. -Kendall dejó el bolso en la mesa y se sentó junto a ella.

– Hola. -Charlotte cerró la revista que estaba mirando y la apartó-. Hay que estar al día -explicó-. Bueno, bienvenida al pueblo.

Kendall le sonrió.

– Gracias -dijo, sintiéndose más cómoda.

Charlotte entornó los ojos y la observó con atención. Finalmente, esbozó una sonrisa.

– Estás radiante.

– Y tú no te cortas. -Pero el instinto le dijo a Kendall que confiase en la cuñada de Rick, por lo que bajó la guardia-. Supongo que tienes razón.

Charlotte se rió.

– Es el hechizo de los Chandler. Si caes en sus garras, estás perdida.

Tal vez, pensó Kendall, pero pensaba marcharse de allí y Charlotte debía saber la verdad.

– Lo nuestro es temporal -le confesó en voz baja-. Rick necesita a una mujer para distraer a las masas.

– Ah, sí. El ejército de solteras de Raina. -Charlotte movió la cabeza-. Pobre Rick.

– ¿Porque lo acosan legiones de mujeres? Eso no es como para que sea digno de compasión -dijo Kendall con ironía, aunque sabía que sus palabras eran fruto de los celos y que Rick detestaba toda esa atención no deseada.

– Yo tampoco diría «legiones», pero bastantes como para provocarle dolor de cabeza. Eso es indiscutible.

– Y Rick lo odia.

– Ya lo conoces bien. -Charlotte adoptó una expresión seria-. Eres la persona idónea para ese plan. Roman me lo ha contado todo.

– ¿Rick se lo ha dicho? -Kendall se preguntó qué más le habría contado.

Charlotte se encogió de hombros.

– Los hermanos lo comparten casi todo. -Los ojos verdes la observaron como si pudieran leerle el pensamiento-. ¿Qué te apetece desayunar? -le preguntó finalmente, y le enseñó la carta.

Kendall agradeció el cambio de tema y la posibilidad de concentrarse en la comida y no en la psique.

– Tomaré café y creps.

– Perfecto. ¿Izzy? -Charlotte llamó a la mujer que Kendall había conocido la noche anterior.

– ¿Qué os pongo? -Isabelle se detuvo junto a la mesa, bolígrafo y bloc en mano.

Charlotte pidió lo mismo para las dos, salvo que ella eligió zumo de naranja como bebida.

Izzy sonrió.

– Me gustan las mujeres que comen sin miramientos. -Garabateó algo en el papel, recogió las cartas y se marchó hacia la cocina.

Charlotte entrecruzó las manos sobre la mesa.

– Quería hablar de algo contigo. Pam me mencionó que diseñas joyas.

Kendall asintió, emocionada por el hecho de que Pam hubiera tomado la iniciativa en su nombre.

– Tengo una carpeta…

– ¿Tienes muestras de tu trabajo? -se extrañó Charlotte mientras Kendall hablaba.

Kendall se rió y sacó del bolso un catálogo fotográfico de su trabajo.

– Tengo muestras en casa, pero como quería hablar del asunto contigo, he traído esto.

Mientras Charlotte pasaba las hojas plastificadas, Kendall le explicó su propuesta.

– Confiaba en que quisieras mostrar mis diseños en tu tienda para ver si se vendían. Si te soy sincera, estoy en un apuro. -Se mordió el labio inferior; odiaba admitir que tenía problemas, pero no tenía alternativa-. En Nueva York, hacía de modelo para pagar la residencia de mi tía, pero al final fueron necesarias enfermeras las veinticuatro horas y los gastos se multiplicaron. Luego vine aquí con la idea de vender la casa de tía Crystal y me la encontré en pésimas condiciones. En vez de ganar dinero, lo estoy gastando. Pero espero que no aceptes los diseños por pena o porque te sientas obligada. Me gustaría llegar a un trato que nos beneficie a ambas, eso es todo.

– Son muy bonitos. -Charlotte recorrió con el dedo algunas de las fotografías de los diseños-. Sinceramente, no aceptaría algo que pusiese en peligro la calidad de la mercancía que vendo. No sólo creo que tus diseños se venderán, sino que obtendremos unos buenos beneficios. Por supuesto, tengo que verlos en persona, aunque no creo que eso cambie nada, salvo que quizá acabe comprándome uno.

Charlotte sonrió y la presión que Kendall había sentido desde que viera en qué estado se encontraba la casa de Crystal desapareció.

– Ni te imaginas cuánto te lo agradezco.

– No me lo agradezcas. Está claro que tienes talento y es un buen trato. Tengo una vitrina de cristal junto a la caja, en la parte delantera de la tienda. Podría exponerlos ahí y nos repartiríamos los beneficios.

– Excelente.

Izzy llegó con los platos. Charlotte le devolvió el catálogo y Kendall lo guardó con cuidado en el bolso, luego le dio una de sus tarjetas.

– Ahí está mi móvil, para que me llames cuando lo creas conveniente -le dijo a Charlotte.

– Perfecto.

Izzy les colocó la comida delante y en seguida les llegó el olor a creps. El estómago de Kendall gruñó. No se había dado cuenta de lo muy hambrienta que estaba. Pero Charlotte en cambio palideció al ver la comida.

– ¿Sabes qué, Izzy? He cambiado de idea. Tráeme un descafeinado y una tostada ligera, por favor. Lo siento.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Kendall.

– Depende de cómo definas «bien» -masculló Charlotte-. No me pasa nada, en serio. Sólo que no suelo desayunar mucho, pero lo que habías pedido tenía buena pinta y he pedido lo mismo sin pensarlo mucho.

– Tranquila, cielo -dijo Izzy y luego se inclinó un poco hacia ella-. Samson está fuera. Le prepararé una bolsa y no se lo diré a Norman. No se caen muy bien que digamos.

– Muchas gracias. Cóbramela, ¿vale? -dijo Charlotte.

Izzy agitó la mano.

– ¿Quién es Samson? -le preguntó Kendall en cuanto Izzy se hubo marchado.

– El loco del pueblo -le explicó Charlotte-. No tiene amigos ni familia. Nadie sabe si tiene dinero o no, pero parece necesitar las limosnas. Le dejo que me haga favores para que no piense que es que me apiado de él. Creo que, más que nada, es un incomprendido.

Kendall asintió. Miró a Charlotte, todavía preocupada por aquella extraña reacción ante la comida, pero Izzy ya había retirado el plato y Charlotte se había recuperado.

– En Nueva York también hay gente así. La diferencia es que nadie se fija en ellos. Una pena.

– En Washington también. Por suerte, las cosas son distintas en Yorkshire Falls. Los habitantes son más compasivos, al menos algunos. -Charlotte observó el plato de Kendall y respiró hondo-. Come antes de que se enfríe. Seguiré hablando mientras espero a que llegue mi desayuno, si no te importa.

– Bueno…

– Come -insistió Charlotte-. Y escucha. -Sonrió-. Quería comentarte algo para que lo tengas en cuenta. He conseguido varios contactos en Washington y estoy planteándome la posibilidad de abrir una boutique allí. Si tus diseños se venden aquí, ¿te interesaría venderlos en la ciudad?

El corazón de Kendall comenzó a palpitar.

– ¿Bromeas? Me encantaría. Gracias. -Había pensado que comenzar una nueva vida en Arizona le proporcionaría un curriculum y una base más sólidos. Nunca se había planteado hacerlo en una gran ciudad como Washington, y Charlotte le estaba ofreciendo esa oportunidad.

Kendall había llegado a Yorkshire Falls sin expectativa alguna, salvo vender la casa y marcharse. En menos de una semana había conseguido un novio, más de un amigo, una familia y el comienzo de un trabajo estable. Si no fuera porque tenía las ideas claras, todo apuntaba a que se quedaría en el pueblo.


Raina observó el cronómetro de la cinta y bajó el ritmo. Quedaban menos de cinco minutos para el paseo diario, algo que esperaba con más ganas que nunca, sobre todo ahora que su supuesta enfermedad limitaba sus actividades. Pero al mirar por la ventana, vio que un coche aparcaba junto el bordillo y luego a su hijo pequeño salir del mismo.

– Maldita sea. -Roman no podía llegar en peor momento. Desconectó la cinta de correr, se tumbó en el sofá y se tapó con una manta. Cogió una revista y se aseguró de tener el teléfono a mano. El teléfono le servía de interfono para que Roman entrase sin tener que ir ella hasta la puerta. «Todo sea por la farsa», pensó.

Para sorpresa suya, no oyó el timbre, sino la voz de Roman.

– ¿Mamá?

Obviamente había entrado sin llamar, lo cual la sorprendió, ya que sus tres hijos solían tocar el timbre antes de entrar, aunque luego usaran su propia llave para evitarle el esfuerzo de ir a abrirles.

– Estoy en el sótano -respondió.

Oyó sus pasos pesados en el largo tramo de escalera que conducía hasta abajo, lugar que había servido de cuarto de juegos cuando sus hijos eran pequeños y, con el paso del tiempo, se había convertido en una sala para ver la televisión.

Roman cruzó el sótano y se detuvo frente al sofá.

– Hola.

Observó a su hijo. El matrimonio le sentaba bien, pensó, complacida.

– Hola, Roman. ¿Dónde está tu encantadora esposa?

Los ojos azules le brillaron al oírla mencionar a su mujer.

– Desayunando con Kendall.

– Y tú has venido a ver a tu madre. -Aplaudió-. Qué hijo tan bueno.

– ¿Por qué has bajado hasta el sótano? Hay un televisor en el estudio de la planta principal -dijo sin hacer caso del cumplido-. No es bueno que subas y bajes escaleras sin motivo.

– Bueno… -No había preparado una réplica para ese razonamiento. Sus hijos creían que le habían dicho que no se esforzara. Creían que sólo subía y bajaba la escalera que iba del dormitorio a la cocina una vez al día. El sótano debería estar prohibido para alguien con problemas de corazón.

Roman le tocó la frente con una expresión en el rostro que a Raina le pareció preocupación, pero lo que dijo a continuación eliminó esa posibilidad.

– Estás roja y jadeando. ¿Y eso? -Roman se acomodó a su lado en el sofá-. También estás sudando como si hubieras corrido un maratón, mamá.

Su instinto periodístico había detectado algo extraño. Maldita fuera su perspicacia, pensó Raina.

– Estoy transpirando, las mujeres no sudamos -le espetó ella, y se dio cuenta de que le estaba dando la razón. No era una buena idea, ya que no le convenía inculparse en modo alguno. Estaba en un brete y tendría que encontrar una salida.

Cuando sus tres hijos y ella estuvieran en la misma habitación, confesaría. No podía seguir con aquella farsa. No era buena para el corazón, pensó con ironía.

– Tonterías, Roman. No estoy sudando. La manta me da mucho calor, eso es todo.

– Yo también tendría calor si hubiera estado corriendo en la cinta, después me hubiera arrojado al sofá y tapado con una manta de lana para que no me vieran. -Esbozó una sonrisa.

A Raina le daba igual que aquello le divirtiese; no le gustaba esa acusación y el corazón comenzó a palpitarle.

– ¿Para que no te vieran haciendo qué?

– Ni siquiera así eres capaz de darte por vencida, ¿eh? -Le dio una palmadita en la mano-. Vale, te lo diré bien claro. Has estado fingiendo los problemas cardíacos para manipularnos a Chase, a Rick y a mí y así conseguir nietos. Sólo tienes que reconocer que tengo razón.

Raina inspiró hondo, desconcertada. No es que pensara que era una manipuladora ejemplar, aunque creía que había representado bastante bien su papel hasta el momento, pero saltaba a la vista que se había confiado demasiado. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que sus hijos se diesen cuenta.

– ¿Interpreto ese silencio como un «sí»? ¿Tengo razón? -Le apretó la mano con delicadeza.

Raina suspiró.

– Sí -admitió sin mirarle a los ojos-. ¿Cómo lo has sabido?

Roman puso los ojos en blanco, como si la respuesta fuera obvia.

– Soy periodista. Veo indicios que los demás suelen pasar por alto. Además, viví contigo hace unos meses, cuando los supuestos problemas de corazón empezaron. Té, Maalox y una receta para antiácidos… todo cosas que indicaban una indigestión. También te veía subir la escalera corriendo cuando creías que no estaba en casa. No me fue difícil sumar dos más dos. Sobre todo cuando encontré la ropa de deporte en la lavadora.

Raina se obligó a mirarle.

– No pareces enfadado. -Aunque sus ojos, los ojos de su padre, la condenaban.

– Digamos que he tenido tiempo de sobra para acostumbrarme a la verdad.

– ¿Se lo has contado a tus hermanos? -No lo creía porque todavía iban de puntillas a su alrededor, como si fuera a desmoronarse en cualquier momento, y susurraban preocupados cuando creían que no los oía.

– Todavía no.

Percibió el tono amenazador de aquel «todavía» y supo que la farsa tenía los días contados.

– ¿Por qué no los has puesto al día?

Se pasó la mano por el pelo.

– ¿Por estupidez?

Raina le puso la palma en el brazo.

– Tienes que comprender mis motivos… aunque siento haber llegado a esos extremos.

– No te has sentido lo bastante culpable como para confesar por ti misma. Maldita sea, mamá. -Meneó la cabeza, mostrando al fin su frustración e ira-. Y lo peor de todo es que sé que volverías a hacerlo si se diesen las circunstancias apropiadas, ¿no? Por algún motivo, no puedes dejarnos tranquilos y que vivamos nuestras vidas en paz.

A Raina se le hizo un nudo en la garganta; la sensación de culpa que la había atenazado durante tanto tiempo se imponía a cualquier justificación imaginable.

– Si estás tan enfadado, ¿por qué no se lo has contado a Rick y a Chase? Díselo a ellos y olvídalo.

Roman dejó escapar un gemido de frustración.

– Como si fuera tan fácil. Al principio me quedé de piedra. Pero después de que Charlotte y yo nos casáramos, me dije, qué más da, que Rick sea el siguiente y quizá acabe siendo tan feliz como yo.

Raina chasqueó la lengua, ya que no se creía esa excusa.

– Eso supondría aceptar que la farsa tiene cierto sentido. Y estoy segura de que cuando supiste lo que había hecho montaste en cólera. No les habrías ocultado esa información a tus hermanos para que encontraran una mujer y acabaran siendo felices.

Conocía bien a su hijo menor, conocía bien el vínculo que unía a los tres hermanos. Roman querría que compartiesen su felicidad, pero no aprobaría las tácticas de Raina para conseguir ese propósito.

– Tienes razón, eso supone que la farsa tiene cierto sentido. Y tal vez me ayudaras a casarme con Charlotte, pero también creo en el destino. Nos habríamos encontrado de todos modos. No se debió sólo a que obligases a tus hijos a que escogieran al chivo expiatorio que debía darte nietos.

Raina se estremeció.

– No lo hice sólo porque quisiera nietos. Quiero que los tres experimentéis el amor y la felicidad que compartí con vuestro padre. Quiero saber que tendréis algo más que casas vacías y vidas vacías cuando os deje.

Sin embargo, todavía recordaba cómo se había sentido cuando había averiguado que sus hijos se lo habían jugado todo a una moneda. El «perdedor» renunciaría a su soltería y libertad para casarse y dar nietos a su madre enferma. Roman perdió… y acabó siendo el ganador. Raina no creía que a Roman le gustara que se lo recordase.

– Vale, digamos que lo que he hecho no ha servido de nada. Entonces, ¿por qué no se lo cuentas a tus hermanos? -insistió, convencida de que Roman estaba evitando ese detalle y no sabía por qué.

– Tengo mis motivos -respondió sin mirarla.

– Vaya, ¿y ahora quién esconde cosas? -preguntó, pero no quiso forzar la situación. No se había ganado su confianza ni su perdón pese a haberle guardado el secreto-. ¿Por qué me cuentas la verdad ahora? -le preguntó cambiando de tema.

– Por Rick. Cuando me llamaste para decirme que querías reunir a la familia y a los amigos y me preguntaste si podríamos venir, supuse que había encontrado a la mujer apropiada. Y quería asegurarme de que no te entrometías en su vida como hiciste con la mía. -Sus miradas se encontraron-. Deja que Rick y Kendall se las arreglen solos, o…

– O se lo contarás todo. Roman, cielo, deberías saber que estaba a punto de darme por vencida. Rick encontró a Kendall por sí solo y cada vez me cuesta más representar esta farsa. Incluso Eric…

– No -dijo Roman en un tono serio y directo-. Ahora no se lo dirás ni a Rick ni a Chase.

Raina parpadeó, desconcertada.

– ¿Por qué no? Creía que era lo que querías.

– Créeme, me he planteado esa opción. -Se inclinó hacia ella, con la mano apoyada en el sofá, y la besó en la mejilla-. Te quiero y he estado observando con atención tu relación con el doctor Fallon. Me he dado cuenta de que lo has pasado mal mezclando la vida personal con la farsa.

Raina suspiró. Su hijo pequeño siempre había sido astuto.

– Eric es un buen hombre, y me alegraría sobremanera saber que por fin rehaces tu vida.

Raina asintió, consciente de que el hecho de que en el pasado Roman hubiese sido incapaz de quedarse en Yorkshire Falls o comprometerse con una mujer había tenido que ver con ese asunto.

– ¿Pero?

– Pero si ahora confiesas que era una estratagema, justo cuando Rick ha encontrado a una mujer que le gusta de verdad, tendrá un motivo para distanciarse. Teniendo en cuenta lo que sufrió en el pasado con Jillian, es un milagro que salga con Kendall Sutton. Y si ahora confiesas y le demuestras que las mujeres son capaces de decir una cosa y hacer otra, si ve cómo tú nos has manipulado, quizá decida que no vale la pena esforzarse. -Roman negó con la cabeza-. A pesar de que no me importaría lo más mínimo que confesases y apechugaras con las consecuencias, Rick se merece la oportunidad de ser feliz. Como tú bien has dicho -musitó Roman, claramente contrariado por tener que darle la razón.

A Raina no le gustaba la situación, pero Roman estaba en lo cierto. Era probable que Rick estuviera pisando un terreno emocional resbaladizo y no había que darle ningún pretexto para que se dejase vencer por sus temores y se distanciase de Kendall.

– Me callaré.

Aunque su silencio haría que su relación con Eric continuara siendo difícil y tensa, se lo merecía. Roman la recompensó con un fuerte abrazo, que ella le devolvió. Raina, por así decirlo, se había hecho ella sola la cama. Alisó las pesadas mantas que le cubrían las piernas. Ahora tendría que acostarse en ella.


Después de desayunar con Charlotte, Kendall decidió pasar el resto de la mañana limpiando los armarios de la casa de invitados como otra medida para facilitar la venta. «Que el trastero se vea grande y atractivo», pensó.

En cuanto se hubo puesto la ropa de trabajo, sonó el timbre, la puerta delantera se abrió de par en par y Pearl entró sin pedir permiso.

– Vaya, eres como la gente de aquí, que deja la puerta abierta para los vecinos. -La mujer mayor entró con un paquete envuelto en papel de aluminio.

– Hola, Pearl. -Aunque lo normal habría sido que pensara que abusaba de su hospitalidad, Kendall se alegró sinceramente de tener compañía. Otra sensación extraña para una persona que siempre había vivido sola-. Ven, pasa y siéntate.

Kendall ya había quitado las fundas y destapado los muebles y Rick había acabado las paredes de la entrada y el salón. El olor a recién pintado daba sensación de limpieza.

Pearl se dirigió con ella al salón.

– Toma. Mis brownies especiales para una chica especial. Me recuerdas mucho a tu tía. -Sonrió y las líneas de expresión de las mejillas se le atenuaron sobremanera.

– Es todo un cumplido. -Kendall aceptó el regalo casero y notó que el olor a chocolate le abría el apetito.

– Bebamos algo y así podremos comer a gusto, entre mujeres -dijo Pearl, asumiendo el mando sin contemplaciones y diciéndole a Kendall qué debía hacer.

Kendall se sonrojó, porque sabía que no tenía gran cosa que ofrecer.

– Tengo agua -dijo, y se encogió de hombros. El agua mineral siempre había sido su bebida preferida. Siempre le había parecido fácil de encontrar y sana, pero el hecho de no tener nada que ofrecerle a Pearl la avergonzó un poco.

Pearl blandió la mano en el aire, desechando claramente la idea.

– Eso es lo que me temía. -Introdujo la mano en la bolsa y extrajo una jarra de té helado-. No se puede vivir en las afueras y no tener un poco de té helado o de limonada para acompañar el postre. Eldin odia los limones, así que le compro té helado. Hay que tenerlos contentos, pero eso tú ya lo sabes, cómo no, ahora que sales con Rick, que es tan varonil. -Se dirigió a la cocina, como si estuviera en su casa, sin dejar de hablar-. ¿Cómo es que estás pintando todo esto? -preguntó.

– Pues…

– No me lo digas. Tú y Rick habéis pensado veniros a vivir aquí. Yo ya se lo he dicho a Eldin, pero él me ha dicho que no, que has pasado la noche en el apartamento de Rick y que esta vieja casa de invitados no era tu estilo, que eres una chica de ciudad y tal.

Kendall parpadeó. No sabía qué la sorprendía más, el hecho de que Pearl manifestara que, al parecer, todo el mundo sabía dónde había pasado la noche o la velocidad y coherencia con la que hablaba. Cuando estaba con Pearl, Kendall no tenía que preocuparse de mantener una conversación.

De todos modos, debía asegurarse de que lo que se decía por ahí era cierto, o útil para Rick y su causa.

– Supongo que eres consciente de que Rick y yo no estamos casados.

– Todavía. -Pearl se metió un trozo de brownie de chocolate en la boca y luego lo acompañó del té helado que había llevado, al tiempo que deslizaba un vaso hacia Kendall.

Ésta suspiró y se selló la boca con un brownie y un sorbo de la deliciosa bebida dulce. Estaba empezando a entender lo que Rick había querido decir al advertirle que no se molestara en rectificar las suposiciones equivocadas de los demás. En una comunidad tan pequeña, la gente creía lo que quería, independientemente de las pruebas o refutaciones. Se sorprendió al darse cuenta de que no sólo no le importaba sino que disfrutaba con la visión obstinada e idílica de Pearl.

– Pues estoy acondicionando este sitio y también me gustaría arreglar la casa principal. -En otra de las visitas que Pearl le había hecho esa semana, Kendall había descubierto que, si bien el exterior estaba dejado, el único problema del interior era la pintura. No tenía ninguna intención de ofender a Eldin criticando sus habilidades o sugiriendo que pintaran las paredes. Había otras formas de renovar una casa para revenderla.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué tipo de arreglos? -preguntó Pearl.

A Kendall no le importaba responder, pero no quería entrar en detalles. ¿Para qué preocupar a Pearl respecto a si tenían que marcharse de allí antes de que Kendall tuviera la oportunidad de sopesar otras opciones para la pareja de ancianos? Era lo mínimo que podía hacer por los amigos de tía Crystal.

– He pensado en comprar unas cuantas flores. Rick ha dicho que cortaría el césped y limpiaría el exterior a conciencia -empezó a explicar.

– Eres un sol. -Pearl se abalanzó sobre ella y le dio un fuerte abrazo-. Eldin y yo viviremos en la gloria dentro de poco. Ya sabes que no podemos pagar ese tipo de arreglos. No sólo eres tan guapa como tu tía sino igual de buena. Y está claro que Eldin y yo ayudaremos en todo lo que podamos. -Volvió a sentarse, radiante de felicidad y placer.

Kendall no sabía qué decir. ¿Cómo iba a echar por tierra las ilusiones de Pearl y decirle que tendría que marcharse de allí? Pero por otra parte, ¿cómo iba a dejarle pensar que ella y Eldin podrían quedarse en la casa de su tía? Kendall se masajeó la sien, que de repente le empezó a palpitar.

– ¡Tengo que decírselo a Eldin! -Pearl cogió el bolso-. Quédate con los brownies y con la bandeja. -La alegría de la mujer era palpable.

Kendall emitió un gemido.

– Oh, no te preocupes. Ya volveré en otro momento para charlar.

Pearl la malinterpretó otra vez y Kendall no la corrigió. Por un lado, ya había aprendido que era inútil y, por otro, Pearl no le había dado la oportunidad. Se marchó a toda prisa y dejó a Kendall boquiabierta, sola con la bandeja de brownies.

Miró a su alrededor y se encogió de hombros, luego apartó todo el papel de aluminio y empezó a ahogar sus penas en chocolate.

Unas horas después de la marcha emocionada de Pearl, la cocina estaba resplandeciente. Tras zamparse prácticamente la bandeja entera de brownies, Kendall decidió quemar las calorías. Para cuando terminó, quienquiera que hubiera inspeccionado el rincón más profundo de la alacena no habría encontrado más que limpieza y un espacio vacío. Luego le tocó el turno a los armarios de la casa, todos vacíos salvo el vestidor de la entrada. Cuando terminó con él, Kendall había acumulado trastos suficientes para organizar un mercadillo.

Exhausta pero con más ideas, se puso manos a la obra en su dormitorio. Como le había pedido a Brian que le enviara su ropa de casa y otros artículos desde Nueva York, la pequeña habitación tenía un aspecto hogareño y acogedor. Kendall recorrió una estancia tras otra admirando las mejoras.

Había vencido la frustración del día con algo constructivo, pero se sentía culpable al pensar que el motivo por el que quería arreglar la casa era para venderla… a espaldas de Pearl y Eldin.

Se sintió embargada por la culpa.

– Maldita sea.

Eso es lo que le pasaba por cogerle cariño a las personas. Pero ¿cómo iba a evitarlo? Eran los amigos de su tía y le caían bien, además ella lo estaba pasando bien allí, en casa de su tía. Pero pronto llegaría el momento de marcharse.

Como todavía no quería pensar en eso, Kendall decidió actuar de forma productiva. Consultó la hora e intentó llamar a su hermana. De nuevo fue en vano. O no estaba en su habitación o la pequeña idiota había decidido no coger sus llamadas, lo cual era lo más probable. Aparte de la breve conversación del otro día, Hannah no había respondido a sus muchos mensajes.

Describió un movimiento circular con los hombros para aliviar la tensión, e intentó relajarse. Por lo menos sabía que su hermana estaba a buen recaudo en el internado. Por el momento, Kendall no podía hacer nada para cambiar la situación de Hannah. Pero sí podía hacer mucho en cambio por la suya.

Había pensando en Rick muchas veces a lo largo del día. Su voz ronca, su cuerpo fibroso y duro y la ternura con que le había hecho el amor la habían asaltado en cuanto bajó la guardia. Se había quedado ensimismada y, al volver a la realidad, se había encontrado con un trapo del polvo en la mano mientras su cuerpo seguía estremeciéndose como si los labios o la boca de Rick estuvieran recorriendo aún su sensible piel. Incluso ahora temblaba al recordar sus manos deslizándose por su cuerpo desnudo y anhelaba la repetición de la jugada.

Rick pronto acabaría su turno y ella sabía exactamente cómo tentarle tras una larga jornada de trabajo. Se dio una ducha rápida y llamó a Chase para que le diera información personal sobre Rick. ¿Cuál era su comida preferida? ¿Qué música le gustaba? Las cuestiones básicas de la vida. Armada con las respuestas, se encaminó a su apartamento.

Como ella había podido ver con sus propios ojos, Rick era un hombre que se preocupaba por todo el mundo, pero que apenas pensaba en sí mismo. Kendall tenía intención de invertir esa tendencia. Esa noche pensaba ocuparse de él.


Rick subió despacio la escalera trasera que conducía a su apartamento. El agotamiento se mezclaba con el hambre y no sabía si tendría fuerzas para buscar algo de comer en la nevera. Habría comido algo en Norman's, pero allí la conversación era tan predecible como la comida y a Rick no le apetecía hablar. No después de los últimos días. Los turnos de diez horas en el trabajo, la fiesta familiar improvisada en Norman's, pasar la noche con Kendall y levantarse y apechugar con otro turno de diez horas lo habían dejado agotado.

Agradecido por poder estar solo, entró en el apartamento y dejó las llaves en el mueble.

– Vaya, no puede decirse que no seas un animal de costumbres.

Reconoció aquella dulce voz y le importó un comino que su soledad se hubiera esfumado.

– ¿Kendall?

– Sí, soy yo. -Le habló desde el interior, pasado el vestíbulo.

Entró en la sala de estar y la encontró sentada en uno de sus taburetes de bar en la barra americana de la cocina. Estaba sexy e informal a la vez, enfundada en unas mallas blancas y una camiseta negra sin mangas, con una copa de vino en la mano y una expresión sensual en la mirada.

El cuerpo de Rick, que le había suplicado dormir hacía unos segundos, se despertó de repente con un rugido.

– ¿Cómo has entrado?

Kendall se rió.

– Nunca olvidas que eres policía. Te saltas el «Me alegro de verte, Kendall» y pasas directamente al interrogatorio. Pero para aliviar tu mente agotada, te diré que he hablado con Chase y que, cuando le he dicho lo que se me había ocurrido, ha confesado que tenía una llave por si se producía alguna urgencia. -Abrió los brazos para abarcar el apartamento con un gesto.

Por primera vez, Rick se fijó en la caja de pizza de la encimera y en el delicioso aroma que la rodeaba. Era obvio que se había tomado molestias por él y ese hecho lo ayudó a combatir el cansancio.

Dio un paso adelante y apoyó un codo en la barra, hasta quedar cara a cara con ella.

– ¿Te he dicho que me alegro de verte?

Kendall negó con la cabeza y al sonreír se le marcaron los hoyuelos.

– Pues me alegro. -Mientras hablaba se le había ido acercando. La besó en la boca y probó la mezcla de vino afrutado y del sabor de ella. Pero desafortunadamente, su estómago decidió quejarse en voz alta en ese preciso instante.

– Me parece que tienes hambre. -Kendall esbozó una sonrisa pícara.

– Pues sí. Estoy hambriento. -De algo más que comida, aunque sabía que antes tendría que comer si quería resistir lo que fuera más tarde.

– Te he traído pizza de pepperoni.

Rick arqueó una ceja, sorprendido.

– Mi preferida. Supongo que de eso es de lo que has estado hablando con Chase.

– Entre otras cosas. -Le sirvió una porción de pizza bien cubierta de queso, fue a la cocina a por una botella de su cerveza preferida, la abrió y se la tendió-. Por… -Se calló.

– Por nosotros -se le adelantó él.

– … esta noche -completó ella casi simultáneamente.

– Por nosotros esta noche. -Rick sonrió ampliamente y entrechocaron los vasos.

Kendall deslizó un plato hacia él y dio una palmadita en el taburete que tenía al lado.

– Ven a comer. Debes de tener el estómago vacío.

Su preocupación por él le proporcionó calidez en lugares largo tiempo olvidados, recordándole sueños a los que creía haber renunciado: que alguien le esperase en casa por las noches e incluso una familia algún día. Sueños que Kendall ya le había dicho que ni quería ni pensaba convertir en realidad.

No obstante, aquella mujer juguetona había hecho que esas esperanzas reviviesen. Esa manera de ser era la que él debía alimentar, y tenía que reconocer que su presencia allí era buena señal.

– ¿Qué has hecho durante el día? -La actitud desenfadada parecía ser un mantra renovado con Kendall.

– He tomado un desayuno de negocios con Charlotte. -Dio otro sorbo al vino.

– ¿Tú no vas a comer?

Kendall se sonrojó visiblemente.

– Ya he comido. Un plato lleno de los brownies de Pearl, pero ésa es otra historia -dijo riendo.

– Pues la quiero oír. Aunque prefiero que antes me cuentes de qué has hablado con Charlotte -dijo, antes de darle un buen bocado a la pizza.

– Va a poner mis joyas a la venta. -Su voz destilaba orgullo y satisfacción-. En depósito.

– ¡Qué bien! O sea que esta noche vamos a celebrarlo. -Estaba claro que Kendall daba mucha importancia a su trabajo, por motivos que intuía que iban más allá de la necesidad económica.

Kendall asintió.

– Supongo que lo celebraremos, pero yo no lo había previsto así. Quería que esta noche estuviera dedicada a ti.

Rick se sintió embargado de gratitud.

– Bueno, pues satisfaz mi curiosidad. Así me complaces. Háblame de tus joyas.

Kendall frunció el cejo ante el claro intento de entorpecer sus planes.

– Preferiría saber qué has hecho tú el día de hoy.

Rick se rió.

– De acuerdo, te seguiré la corriente. Yo primero.

Kendall bajó la mirada y se dio cuenta de que Rick se había terminado su porción de pizza, así que le puso otra en el plato.

Él se limpió la boca con una servilleta.

– He tenido un día típico. El papeleo de siempre, patrullar, interrogar y un poco de formación en el instituto.

– ¿Qué tipo de formación?

– Programa DARE para los profesores. Educación sobre el uso indebido de drogas. -Le explicó el acrónimo del que había oído hablar pero cuyo significado exacto desconocía-. Soy el agente DARE del instituto.

– Hum. Los chicos son afortunados de aprender contigo. No sé por qué pienso que un tipo apuesto como tú por lo menos mantiene interesadas a las chicas -dijo Kendall en broma.

– Kendall -dijo él a modo de advertencia. Aunque Rick bromeaba sobre muchas cosas, el DARE no era una de ellas.

– No pretendía trivializar. Es muy importante que los jóvenes sean conscientes. Espero que en el internado de mi hermana estén haciendo algo la mitad de bueno de lo que estoy segura que haces tú. Y dado que las quinceañeras se fijan en el sexo opuesto, si así suscitas su interés, ¿qué más da que el motivo sea tu aspecto? Te escucharán y habrás conseguido algo muy importante para esos jóvenes, sus padres y la sociedad.

Kendall habló apasionadamente de un tema que para Rick era trascendente, y las palabras de ella disiparon sus dudas. Se avergonzaba de haber creído que Kendall menospreciaría un tema como ése. Sabía que ella no era así. El hecho de que congeniara con él en ese sentido demostraba algo que su instinto ya sabía. Estaban hechos el uno para el otro en muchos sentidos.

– ¿Y qué me dices de los chicos del programa? -preguntó ella-. ¿Cómo captas su interés?

– No es tan fácil. Pero según tu descripción, llamar la atención de las chicas debe de ayudar. Ellos quieren estar donde hay acción, es decir, donde están ellas. -Se rió, sorprendido de que la perspectiva de Kendall tuviera sentido, por lo que pensó aprovecharla en el futuro.

– ¿Y de qué iba la reunión de hoy?

– Como es verano, estamos trabajando en la formación de profesores para septiembre.

– ¿Ha ido bien? -Kendall se inclinó hacia adelante y apoyó el mentón en las manos.

– Lo mejor posible, teniendo en cuenta que allí estaba Lisa Burton -farfulló.

– Lisa. -Kendall pronunció el nombre con evidente desagrado.

– ¿La conoces? -preguntó Rick cauteloso. A saber lo que la maestra celosa podría haberle dicho o hecho a Kendall, la supuesta novia de Rick. En seguida se dio cuenta de que Kendall ya no era su supuesta nada.

Era real. Increíble y hermosamente real.

Ella exhaló un suspiro.

– No me ha sido presentada oficialmente. Estaba en la peluquería y se mostró desdeñosa conmigo. Aunque ya ves lo que me importa.

En sus ojos vio que mentía. Le había dolido, y a Rick le parecía increíble lo mucho que deseaba no sólo protegerla sino evitarle todo agravio o dolor.

– No vale la pena preocuparse por Lisa. No es más que una mujer celosa que no sabe aceptar un no por respuesta.

– ¿Es una de las que te va detrás?

Estuvo a punto de decir que todas le iban detrás, tan abrumador había sido el aluvión. Pero de acuerdo con sus planes, ahora que el pueblo pensaba que salía con Kendall, hacía días que ninguna le había echado los tejos.

– Si Lisa te molesta, dímelo.

Kendall arqueó una ceja.

– ¿Y qué vas a hacerle? ¿Detenerla por grosera? Venga ya. -Desechó su oferta de protección-. La verdad es que he sido forastera en muchas poblaciones. No se puede caer bien a todo el mundo, eso es normal. Yo sola puedo manejarla. Pero si se te acerca demasiado, entonces ya no sé si seré responsable de mis actos. -Sonrió y apuró la copa de vino.

– Vaya, así que eres posesiva, ¿eh? -Le dio un toquecito en la punta de la nariz con el dedo.

– Lo mío es mío -se encogió Kendall de hombros como respuesta.

Era obvio que el vino la había relajado y que no estaba tan a la defensiva y, aunque bromeaba, Rick detectó un atisbo de seriedad en su tono que le gustaba. Parecía que, con Kendall, las sorpresas no se acabarían nunca, porque resulta que no le importaba que fuera posesiva.

– ¿Has acabado? -preguntó ella.

Bajó la mirada, sorprendido de haberse comido no dos, sino tres porciones sin ni siquiera darse cuenta. La conversación y la compañía le resultaban demasiado estimulantes como para concentrarse en la comida.

– Ya lo creo. Estoy a tope. -Hizo ademán de levantarse pero Kendall se lo impidió poniéndole la mano en el hombro.

– Has trabajado todo el día. Recojo yo. Tú acábate la cerveza y relájate. -Recogió los platos de papel y su copa de vino vacía y se dirigió al fregadero.

Al tratarse de cocina americana, Rick pudo continuar la conversación con Kendall sentado a la barra, y observarla mientras trabajaba. Tenía un cuerpo espléndido y la ropa se ceñía a todas sus curvas, lo cual despertó sus instintos masculinos más primarios a pesar de lo agotado que estaba.

Aunque era incapaz de apartar la mirada de sus caderas y su trasero firme, pues al fin y al cabo era un hombre, su corazón y personalidad era lo que más le interesaban en esos momentos.

– Háblame de tus joyas.

Kendall había tirado los platos de papel a la basura y envuelto las porciones restantes.

– ¿Las quieres en la nevera o en el congelador? -le preguntó.

– En la nevera. Serán mi comida de mañana.

– Bueno, trabajo con dos estilos distintos de joyas -dijo, mientras seguía ocupada en la cocina-. Espero aprender técnicas nuevas en Arizona, sobre todo para trabajar con turquesas, pero ahora mismo lo que hago son joyas metálicas con cuentas.

También tengo otra idea pero todavía no la he puesto en práctica. Sólo tengo bocetos y tendría que enseñártelos… -Se calló a propósito-. Qué tontería. No creo que las joyas femeninas te interesen mucho.

Sin pensarlo dos veces, se levantó, entró en la cocina y la acorraló entre la encimera y su cuerpo.

– Yo en tu lugar no presupondría lo que no sabes.

Kendall se humedeció los labios.

– ¿A qué te refieres?

– Pues a que podrías perderte alguna sorpresa si lo haces. Es cierto que la joyería femenina no me interesa especialmente. Pero si se trata de algo que tú has creado, la cosa cambia.

Kendall llevaba una gargantilla muy original, similar a un collar de encaje. Levantó la pieza y tocó algunos de los intrincados dibujos hechos con pequeñas cuentas. Él observó la pieza de artesanía asombrado. Kendall tenía mucho talento y Rick estaba convencido de que Charlotte se había dado cuenta o, de lo contrario, no habría aceptado vender las joyas en su querida tienda.

– Es preciosa -observó Rick-. Igual que tú. -Le desabrochó la gargantilla por detrás y la colocó en la encimera que tenía al lado; acto seguido se inclinó hacia adelante y posó los labios en la suave piel que había estado en contacto con la gargantilla.

Inhaló la fragancia femenina y sintió una punzada de deseo en la entrepierna. Como no estaba preparado para aplacar ese deseo en concreto, se dedicó a excitar antes a Kendall. Le recorrió con la lengua la línea ligeramente enrojecida que le había dejado el collar, calmándole la piel y, a juzgar por el débil gemido de ella, logrando su objetivo.

– Rick.

Su voz grave erizó todavía más sus terminaciones nerviosas ya de por sí sensibles y le pareció que el dormitorio del pequeño apartamento estaba demasiado lejos.

– Rick, espera.

Él gimió y dio un paso atrás.

– ¿Qué ocurre?

– Esta noche no es para satisfacerme a mí, y ya veo que vas por ese camino. No es que me importe, de hecho me encantaría, pero me he prometido que ésta sería tu noche. -Tomó la cara de Rick entre las manos-. Te lo has ganado. -Le dio un tierno beso en la boca-. Te lo mereces. -Le pasó la lengua por los labios mientras le acariciaba el mentón con los pulgares-. Y lo único que quiero ahora es compensarte. Eso me satisfaría incluso más.

– Hum. De acuerdo.

– Bien. Has trabajado muchas horas. Ve a relajarte a la habitación mientras yo acabo de recoger. -Le masajeó los hombros mientras hablaba, dándole una muestra de lo que tenía en mente.

Kendall había preparado el encuentro a conciencia y a Rick no le cabía la menor duda de que le daría mucho más que un simple masaje en sus doloridos músculos

– Si te ayudo acabarás antes.

– Preferiría que no lo hicieras. Venga, vete -le instó ella bajando el tono de voz.

Nadie le había hablado jamás en ese tono tan tierno y cálido. Nadie le había tocado con tanta delicadeza. Y nadie había puesto sus necesidades por delante de las suyas. Kendall sí. Era obvio que tenía algo planeado. Quería llevar la voz cantante, quería entregarse a él.

No podía decir que le importara.

– Acabaré en seguida. Te lo prometo. Es sólo que no quiero dejarlo todo por medio. -Señaló el dormitorio-. Ve.

– No me habías dicho que fueras tan mandona. -Rick sonrió ampliamente mientras retrocedía.

– Eso es porque nunca me lo has preguntado. -Le guiñó un ojo y se dio media vuelta para seguir con la limpieza.

Rick la observó un momento antes de marcharse a la habitación y tumbarse encima de la cama. En cuanto se relajó, su cuerpo recordó lo muy agotado que estaba. Agradecía sobremanera que Kendall lo hubiera sorprendido, que estuviera con él en esos momentos.

Lo que más quería en el mundo era tenerla en la cama, a su lado. Pero se le hizo un nudo en la garganta al recordar lo poco probable que era que ella permaneciera allí durante mucho tiempo.

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