Capítulo 7

Kendall tiró la botella de cerveza en el cubo de reciclaje, secó la copa de vino y la dejó en el armario del que la había sacado. Como ésa era la noche de Rick, no quería dejar nada desordenado o sucio que le diera trabajo. Cuando la cocina estuvo inmaculada, apagó la luz y se dirigió al dormitorio.

Advirtió un tenue parpadeo y se dio cuenta de que Rick había puesto la tele mientras la esperaba. Notó cómo le palpitaba el corazón al pensar en lo que le depararía la noche, pero al entrar en la habitación advirtió que, durante los escasos minutos que había estado en la cocina, Rick se había quedado dormido. Estaba encima de la cama, con las zapatillas puestas, clara demostración de su agotamiento. Kendall sonrió y se sentó en el borde del lecho, a su lado.

Las facciones se le relajaban cuando dormía. Sin tensión ni agotamiento, resultaba incluso más atractivo. Kendall le pasó la mano por la mejilla y él se volvió hacia su palma. Con ese gesto cálido e íntimo de confianza, Kendall ardió de deseo y necesidad, aunque reconoció que también había una buena dosis de emoción.

El mero hecho de haber decidido ir allí esa noche y cuidar de Rick le indicaba que sentía algo más aparte de lujuria. Pero no quería que le entrara el pánico. Después de todo por lo que había pasado, tenía la intención de cumplir el mantra del «aquí y ahora». Había tenido muy pocos momentos como ése en la vida.

Se tumbó y se hizo un ovillo junto a él, dejando que el calor de su cuerpo viril le traspasara la piel y la calentara por dentro y por fuera. La seguridad también era algo que, por desgracia, faltaba en su vida, y con ese hombre no sólo se sentía deseada sino cuidada en todos los sentidos. No tenía motivos para no aprovechar todo aquello mientras durara.

Bostezó justo cuando su brazo la rodeaba y la acercaba más a él, notó la presión insistente de su erección en el trasero, convencida de que Rick ni siquiera debía de ser consciente de que la tenía. Sonrió porque sabía que, cuando se despertara, ella se encargaría de ese asunto, así como de otras cosas que necesitaban alivio.


Una ola de calidez inundó el cuerpo de Kendall cuando una mano fuerte se deslizó entre sus piernas y se abrió paso bajo la ropa hasta sus pliegues más íntimos y femeninos. Estaba húmeda, preparada para que la penetrara y le hiciera el amor. Pero él parecía tener otros planes porque sus habilidosas manos y dedos alternaban entre un suave cosquilleo con un dedo y una rotación insistente de la palma contra su monte de Venus. Con esa sensación de maravilla, la llevó cada vez más cerca del orgasmo.

Respiraba de forma entrecortada mientras una sensación increíble asaltaba su cuerpo como si de un bombardeo se tratara. Sacudió las caderas hacia adelante en un intento fútil de conseguir que él se adentrara más en su cuerpo. Las olas eran cada vez más altas hasta que la cubrieron y ella gritó en el momento en que, felizmente, por fin cayó al otro lado del precipicio en el orgasmo más explosivo que jamás había tenido.

Kendall se despertó sudorosa. Los brazos de Rick le rodeaban la cintura y su mano, la fuente de aquel placer tan exquisito, reposaba en su cuerpo. Se retorció a su lado porque seguía teniendo convulsiones de cálido placer y al final se hundió entre sus brazos. Rick la acercó todavía más a él y le dio un tierno beso en el cuello que, de nuevo, la estremeció.

– No juegas limpio. -Kendall se acurrucó todavía más junto al hombre.

La risa profunda de Rick resonó en el cuerpo de ella.

– Pues no te has quejado.

– Estaba dormida.

– Entonces debes de haber tenido algún sueño, porque has gritado mi nombre.

Kendall se puso de costado para verle la cara.

– Menudo canalla. -Pero se rió-. Recuerdo haber leído en algún sitio que los orgasmos que se producen durante el sueño son más intensos y placenteros que los que se tienen despierto.

Rick se incorporó, apoyándose en un codo, y la miró.

– ¿Y eso es verdad? -preguntó esbozando una risita de satisfacción.

Había sido una experiencia increíble y él lo sabía, el muy arrogante. Kendall decidió que había llegado el momento de bajarle los humos.

– Totalmente cierto. -Más o menos, se corrigió ella en su interior. Todos los orgasmos que había tenido gracias a sus caricias o a la penetración habían sido increíbles. Kendall se desperezó lánguidamente, con el cuerpo todavía sensible por la excitación y el deseo.

Rick dejó de sonreír y frunció el cejo.

– ¿Qué pasa?

– Conque más intensos y placenteros cuando estás dormida, ¿eh? Me parece que voy a tener que superarme mientras estés despierta.

Kendall notó su mano sinuosa y le impidió que la moviera sujetándolo por la muñeca.

– Para empezar, ya te has superado y, para continuar, esta noche es para ti. ¿Por qué te cuesta tanto delegar?

Incluso mientras le formulaba la pregunta, se dio cuenta de que estaba profundizando en su psique y en lo que motivaba sus actos. Era obvio que su necesidad de proteger se remontaba al pasado y Kendall quería saber más.

– ¿Estás segura de que quieres saberlo? La respuesta es larga.

– Estoy segura.

Se encogió de hombros y se acomodó, colocándose la almohada detrás, aceptando claramente que iban a charlar un buen rato.

– Ya sabes que mi padre murió cuando yo tenía quince años. Vi que Chase se convertía en el cabeza de familia. Se aseguró de que el periódico siguiera adelante y le dio a mamá un asunto menos del que preocuparse en aquellos momentos tan duros.

– Lo siento. -Le apretó la mano y se acurrucó otra vez junto a él, más para consolarlo que por necesidad propia.

– Supongo que así es la vida. Pero no te sientas mal por Chase porque nunca se ha arrepentido de sus decisiones. Y no me compadezcas a mí tampoco. Hasta el momento, no me puedo quejar de la vida. Unos cuantos baches en el camino, pero nada que no haya podido superar.

Kendall no se creía esa valoración tan despreocupada de su pasado pero no pensaba ponerla en entredicho, no mientras se sinceraba con ella.

– Mamá era quien nos preocupaba -continuó-. Y nuestra misión pasó a ser cuidar de ella.

– A mí me parece que Raina es muy independiente.

– Ahora sí. -Rick miró el techo-. Quizá lo haya sido siempre, pero como entonces éramos los tres hombres de la casa, siempre pensamos que nuestra obligación era cuidarla.

Kendall asintió. Los tres hermanos Chandler eran unos hombres increíbles. Cualquier mujer se sentiría afortunada de conquistar a uno de ellos. Se estremeció al pensarlo y se concentró en la conversación.

– ¿Y luego? ¿Cómo pasaste de cuidar de tu madre a hacerte policía?

Rick la miró por el rabillo del ojo.

– Esta noche estás muy curiosa.

– Sígueme la corriente. -No quería reconocer que anhelaba la intimidad que habían empezado a compartir-. ¿Por qué entraste en el cuerpo de policía?

– ¿No quieren todos los chicos ser policías?

– Puede ser, pero no todos cumplen su sueño al hacerse mayores.

Rick sonrió.

– Buena forma de mirarlo. Chase se aseguró de que Roman y yo tuviéramos la oportunidad de materializar nuestros sueños. Los de Roman eran más sencillos. Siempre había querido seguir los pasos de papá, sólo que quería hacerlo sobre el terreno. Yo no estaba tan convencido, pero Chase se encargó de que los dos fuéramos a la universidad antes de tomar una decisión de por vida.

Kendall suspiró.

– Qué suerte tienes de tener una familia que se preocupa tanto por ti.

Rick la estrechó más contra su cuerpo como si advirtiera la naturaleza sensible y dolorosa del tema.

– Ya has conocido a mi madre. Una familia tan unida tiene ventajas e inconvenientes -dijo irónicamente-. A mí no me iba el periodismo, pero de todos modos todos trabajábamos en el periódico después de clase. Yo lo odiaba, y después de ver que me escaqueaba tanto como podía, Chase me colocó con el jefe Ellis. Se imaginó que si tenía que informar sobre los delincuentes juveniles que iban a la cárcel, me enmendaría. Como de costumbre, porque es un sabihondillo, mi hermano mayor tenía razón. Descubrí mi vocación.

Kendall se echó a reír.

– Parece más un padre que un hermano mayor.

– Sólo cuando estábamos mirando. Chase tenía vida social propia cuando podía. No puedo demostrarlo, pero estoy seguro de ello. Sin embargo, se aseguró de que nosotros dos fuéramos por buen camino, lo cual, aparte de la incursión de Roman en la ropa interior femenina, no le costó demasiado.

– ¿¡Qué!?

Rick sonrió.

– Roman hizo una buena trastada. A los dieciséis años le robó las bragas a una chica. Me parece que conoces a la víctima: Terri Whitehall.

– ¿Esa repipi? -Al recordar a la remilgada mujer de cuello almidonado, Kendall se rió todavía más-. O sea que eso explica por qué le culparon del robo de bragas la pasada primavera.

Las andanzas del hermano Chandler parecían ser una especie de leyenda en el pueblo y Kendall había oído muchas anécdotas al respecto durante sus incursiones al supermercado para comprar comida o productos de limpieza.

Rick asintió.

– Era imposible que fuera Roman. Mamá ya le hizo pagar por su trastada en aquel entonces. Tenía que lavar a mano sus calzoncillos y tenderlos en el jardín delantero. Las chicas venían a verlo y a reírse. Se le pasó la tontería para siempre.

Kendall entornó los ojos.

– Los Chandler erais unos buenas piezas, ¿verdad?

– Mamá nos llamaba «briosos». Chase decía que éramos un coñazo. -Rick se rió por lo bajo, consciente de que, a pesar de todos los altibajos de la familia Chandler, era un hombre muy afortunado, como había dicho Kendall.

Era obvio que ella no había tenido tanta suerte.

– Háblame de tus padres -le dijo él.

– Háblame de tu matrimonio -contraatacó ella.

Rick respiró hondo. Bajo ningún concepto pensaba hablar de su ex mujer con Kendall. Jillian pertenecía al pasado. Lo había dejado atrás hacía mucho tiempo.

Pero si eso era cierto, entonces, ¿por qué no quería contárselo a Kendall en ese momento?, le preguntó una voz provocadora. Porque exteriorizar ese dolor podría obligarle a levantar barreras contra Kendall, a protegerse para no sufrir un daño mayor del que le había infligido Jillian al preferir a otro hombre y otra vida antes que a él. Kendall ya había decidido que se marcharía y Rick no tenía ninguna intención de sacar a relucir sentimientos pasados que pudieran distanciarla de él. No quería que nada se interpusiera entre ellos hasta que Kendall se marchara.

Rick se dio la vuelta y la inmovilizó tumbada boca arriba, sujetándole los brazos contra el colchón.

– Soy experto en el arte de interrogar -dijo con una sonrisa-. ¿De verdad crees que puedes disuadirme? -No le pasó por alto que tenía la entrepierna entre las piernas de Kendall y que su deseo resultaba obvio a pesar de las capas de ropa.

Kendall dejó escapar un suspiro forzado que se asemejaba mucho a un gemido de placer.

– Bueno, si vas a emplear tácticas de tortura, supongo que no me queda más remedio que hablar -contestó con voz grave y jadeante.

Rick se alegró de ver el efecto que surtía en ella pero eso no cambió lo que necesitaba en ese momento: información. Por muy independiente que Kendall fuera, ya había reconocido que nunca había tenido una vida familiar estable. Como adulta, era obvio que seguía huyendo de algo. Por lo menos Rick así lo veía. Tal vez si comprendiera de qué podría plantearse cambiarle el modo de ver las cosas. No albergaba grandes esperanzas pero tenía que intentarlo.

Rick Chandler nunca se daba por vencido sin luchar.

– Quiero saber cómo te afectó su ausencia -dijo, refiriéndose a sus padres.

– No me afectó.

Pero apartó la mirada de él, lo cual convirtió su respuesta en una mentira para autoprotegerse, como él había supuesto.

– ¿Kendall? -Le soltó una de las manos y le sujetó el mentón para que no tuviera más remedio que mirarlo a la cara-. Sospecho que tuviste una infancia solitaria.

– Tenía familia -replicó, demasiado a la defensiva.

– ¿Cuál es el más largo período de tiempo que pasaste con cualquiera de tus distintos parientes?

– Dos años, quizá tres. Tenía muchos parientes entre los que escoger -respondió con excesiva ligereza.

Rick optó por no preguntar por qué ninguno le ofreció la suficiente estabilidad como para quedarse con ellos de forma permanente. Su objetivo era intimar más con ella, no causarle dolor.

Kendall exhaló un suspiro.

– Creo que el lema de mi familia debe de ser el aislacionismo. Mi madre tiene dos hermanas y un hermano y mi padre tiene un hermano. Cada uno de ellos cumplió con su deber cuando le tocó, pero ninguno quiso tener la responsabilidad permanente de cuidar de una niña.

Kendall lo sorprendió al profundizar en el tema que él había decidido no tocar. Dándose cuenta de lo difícil que debía de resultarle hablar de sus sentimientos, guardó silencio y dejó que le contara más cosas por voluntad propia.

– Aparte de tía Crystal. -A Kendall se le iluminó el semblante al recordar a su pariente más querida-. Fue la mejor época. Tenía diez años y no recuerdo gran cosa, pero sí mucho amor. Y galletas. -Sonrió y las mejillas se le pusieron rosadas por la calidez y la ternura del recuerdo-. Incluso después de que me marchara, cuando le diagnosticaron artritis en las manos, por lo cual no podía ocuparse de una muchachita, me escribía cada semana… o yo creí que me escribía. Más adelante me di cuenta de que le dictaba las cartas a una amiga.

– La cuestión es que se preocupaba por ti.

Kendall asintió y luego tragó saliva. Una lágrima solitaria le resbaló por la mejilla.

La intención de Rick no había sido desenterrar recuerdos dolorosos, pero era lo que había conseguido. Kendall le había abierto las puertas de su corazón. Le secó la lágrima de la mejilla con el pulgar antes de sellarle los labios con un beso. Como de costumbre, ese acto encendió en él el ardiente deseo de entrar en ella pero, más que la necesidad física, Rick quería demostrarle que le importaba. Hacerla sentir especial y hacerle saber que la quería de formas muy distintas. La desnudó lentamente, escudriñándola con la mirada y venerándola con las manos. Él en cambio se quitó la ropa rápidamente y se dispuso a coger la caja de preservativos del cajón.

– Vamos a acabar la caja -dijo ella, claramente satisfecha.

– De eso se trata.

En cuanto rasgó un envoltorio, Kendall se lo quitó de la mano.

– Déjame a mí.

Y, mientras él miraba, Kendall hizo lo que le había prometido antes, ocuparse de él, enfundando su erección con manos trémulas. Luego Kendall se tumbó boca arriba en la cama y se abrió de piernas, aguardándole. Saber que ella lo deseaba tanto como él, lo excitaba sobremanera. Su cuerpo desnudo quitaba el hipo.

Se situó sobre ella y la penetró con rapidez. Kendall estaba muy húmeda y se contraía alrededor de su miembro, haciendo que éste la penetrara cada vez más. Le rodeó la cintura con las piernas y lo absorbió completamente hacia su interior. Ambos tenían la piel resbaladiza por el sudor, sus cuerpos se mecían al unísono, no con rapidez y frenesí sino avanzando juntos hacia el orgasmo, la unión profunda de dos personas que no sólo habían desnudado sus cuerpos sino sus almas.

Rick creía que hacía tiempo que había comprendido la diferencia entre acostarse con alguien y hacer el amor. Pero cuando embistió a Kendall por última vez y ambos se situaron al borde del precipicio, comprendió esa distinción de una forma que nunca antes había experimentado.

Al cabo de unos minutos, todavía tembloroso por la excitación liberada y respirando entrecortadamente, se acomodó bajo las sábanas abrazado a Kendall. Le embargó una sensación de paz y tranquilidad, junto con otra de fatalidad inminente.

– Se supone que esta noche tenía que cuidar de ti -le susurró mientras se le cerraban los párpados.

Rick se rió.

– Y has cumplido.

– Me alegro. -Su voz somnolienta le llegó al corazón.

Permanecieron abrazados en silencio y esperó a que su respiración se tornara lenta y superficial antes de cerrar los ojos. Podría acostumbrarse fácilmente a eso pero, a diferencia del sueño de convertirse en policía, este que incluía a Kendall era mucho más difícil de conseguir.


Un timbrazo agudo despertó a Kendall de un sueño profundo y reparador. No quería que la molestaran, pues la envolvía una deliciosa calidez, pero una mano le zarandeaba el brazo y no le quedó más remedio que abrir los ojos.

– Kendall, es tu teléfono -dijo Rick.

Ella se quejó y hundió la cabeza en la almohada antes de darse la vuelta y levantarse de la cama. El aire acondicionado entró en contacto con su piel desnuda y sintió un escalofrío. Rebuscó en el bolso, sacó el teléfono y miró el número de quien la llamaba. Lo único que reconoció fue el prefijo de Vermont. Hannah, pensó, y se dio cuenta entonces de que el aire frío sobre su cuerpo desnudo era el menor de sus problemas.

Pulsó el botón verde esperando que la llamada no se hubiera perdido.

– ¿Hannah? Hannah, ¿sigues ahí?

– Por supuesto que sigo aquí. Vermont está en el culo del mundo. No puedo ir muy lejos sin dinero o un coche. -El tono irritado de su hermana recorrió la línea telefónica.

– No me refería a eso. -Kendall se pasó una mano por el pelo despeinado-. Tenemos que hablar.

– Sí, claro.

Kendall entornó los ojos. Hannah llevaba varios días evitando sus llamadas y ahora de repente quería hablar.

– ¿Qué ocurre?

– Como si te importara.

Kendall hizo caso omiso del comentario.

– He hablado con el señor Vancouver y…

– Me odia.

– Por lo que parece le has dado motivos para ello.

Su hermana soltó un bufido.

– Me dijo que te habían dado una última oportunidad.

– Ya no importa.

Kendall parpadeó.

– ¿Que ya no importa? ¿Cómo lo has conseguido? ¿Te has disculpado o…?

– Me he largado.

– ¿Qué quieres decir con eso de que te has largado? -chilló Kendall. Rick, que seguía en la cama, se sobresaltó y se levantó para hacer que se sentara en el colchón-. ¿Dónde estás? ¿Y cómo estás? -Intentó conservar la calma. Por el momento.

– ¿A ti qué te parece? Tampoco puede decirse que allí me quisieran. Estoy convencida de que le he ahorrado el trabajo de expulsarme.

– ¿Expulsarte? -Aunque el señor Vancouver había insinuado que tal cosa era posible, Kendall había dado por supuesto que antes se sentaría con Hannah y sus padres, o con Hannah y Kendall, y lo hablarían. Además, nunca había pensado que su hermana pudiera hacer algo que tuviera unas consecuencias tan drásticas.

– ¿Quieres dejar de repetir lo que digo? No hay para tanto. Ese internado es una mierda.

– Ojo con lo que dices.

– No me digas lo que tengo que hacer. No eres mi madre.

Kendall sintió vergüenza ajena al oír el tono desagradable de Hannah. ¿Qué había sido de su tierna hermana y qué la había hecho escaparse del internado?

– Mira, resulta que soy tu único familiar adulto que aparece como persona de contacto en el internado. Eso me concede ciertos derechos. Y el primer derecho que tengo es obtener respuestas claras. -A la pregunta más importante, pensó Kendall-. ¿Cómo estás?

– Como si te importara -espetó Hannah con aquel tono desdeñoso.

– Pues me importa.

– Lo que tú digas. Estoy bien y estoy en la estación de autobuses que hay cerca del internado. Necesito un billete y saber dónde estás. Entre papá, mamá y tú, es como si no tuviera familia.

Las palabras de Hannah fueron como una daga que a Kendall se le clavó en el corazón. Había vivido la vida que Hannah acababa de describir y no había sido agradable y tampoco había tenido demasiados momentos cariñosos para recordar. Sus padres habían decidido enviar a su hermana pequeña a un internado para ofrecerle más estabilidad de la que había tenido Kendall. Pero ¿acaso la estabilidad sustituía a una familia?, le planteó una voz interior.

– Hannah…

– No te pongas ñoña conmigo. Sácame de aquí, ¿vale?

Kendall parpadeó. Era obvio que su hermana tenía interiorizados el sufrimiento y la hostilidad. Y Kendall ni siquiera se había dado cuenta de ello. Había estado tan absorta cuidando de tía Crystal y enfrentándose a sus problemas que se había limitado a dar por supuesto que Hannah estaba contenta y feliz en el internado. Suposición que ahora pagaría cara.

Pero antes que nada, tenía que conseguir que Hannah volviera a casa. Como si tuvieran una… Kendall consultó la hora. Eran las ocho de la mañana. Se frotó los ojos.

– Dime exactamente dónde estás y llamaré para comprar un billete de autobús. ¿Llevas encima tu documentación? -Hizo un gesto a Rick para pedirle lápiz y papel.

– Sí.

Rick le tendió lo que había pedido.

– Gracias -le dijo moviendo los labios-. Adelante, Hannah. -Kendall apuntó el nombre de la estación de autobuses de Vermont junto con el código postal y luego le dijo que pidiera el número de teléfono-. Me encargaré del tema y tendrás un billete. Te esperaré en la estación de autobuses de aquí.

– Lo que tú digas.

Kendall intuyó que, más allá de su pasotismo, su hermana era una chica sola y asustada en una estación de autobuses, o quizá Kendall necesitara creer que su hermana no era tan dura y desafecta como parecía. Al fin y al cabo, había estado en contacto con Hannah últimamente y le había parecido que estaba bien. Pero «¿cuándo fue la última vez que realmente te tomaste la molestia de escucharla?», le preguntó la misma voz acusadora. Como no quería hacer frente a las respuestas ni al sentimiento de culpa, Kendall se centró en el aquí y ahora.

– Ten cuidado, Hannah.

– No pienso volver a ese sitio. -A la chica se le quebró la voz y Kendall se dio cuenta de que esta vez no se lo había imaginado.

Kendall tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

– Cuando llegues aquí hablaremos, ¿vale?

– Prométeme que no volverás a enviarme a ese sitio.

Tendría que ponerse en contacto con sus padres de alguna manera, pero ninguna persona tenía por qué permanecer en un lugar donde era tan infeliz.

– Te lo prometo.

Desde el otro extremo de la línea se oyó un fuerte suspiro de alivio.

– Llamaré al señor Vancouver y le explicaré que vienes hacia aquí. No quiero que llame a la policía o que dé parte de tu desaparición.

– No te tomes demasiado en serio nada de lo que diga, el cabeza huevo…

– ¿Así llamas al señor Vancouver? -Kendall imaginó que sí.

Hannah respondió con un bufido.

– No tiene sentido del humor.

– Yo tampoco lo tendría si me llamaras cabeza huevo -dijo Kendall irónicamente. No estaba segura de querer oír la última trastada de Hannah.

– Sólo se lo he dicho a la cara una vez.

Kendall negó con la cabeza y se dio cuenta de que tendría mucho trabajo por hacer cuando Hannah llegara.

– Ahora cuelga para que te compre el billete. Quiero que llegues aquí sana y salva. Quédate al lado del teléfono de la estación. Te llamaré dándote los detalles.

Kendall se pasó los cinco minutos siguientes al teléfono, comprando el billete y asegurándose de que el empleado vigilaría a Hannah hasta que cogiera el autobús antes de volver a llamar a su hermana.

Al final, colgó el teléfono y se dirigió a Rick.

– Sale a las 10.45. Tengo que recogerla en Harrington a las 14.55.

– ¿Qué ha pasado? -Rick le quitó el móvil de la mano y lo dejó en la mesita de noche.

Kendall se pasó una mano temblorosa por el pelo y luego empezó a caminar de un lado a otro.

– No me lo puedo creer.

– Ven, siéntate. -Dio una palmadita en la cama en la que habían hecho el amor y dormido felizmente ajenos al mundo, mientras su hermana era tan desgraciada.

Y Kendall sin saberlo. Ni se lo había imaginado. Negó con la cabeza mientras le daba vueltas al asunto.

– Hannah debe de estar consternada. Porque ¿cómo es posible que se haya marchado del internado? ¿Cómo es capaz de cometer la estupidez de ir a la estación de autobuses sin pensar en un destino? ¿Cómo se puede ser tan impulsiva?

Rick hizo una mueca.

– Perdona que diga una obviedad, pero tú eres así.

Kendall abrió la boca para replicarle, pero se dio cuenta de que no podía.

– Vale, o sea que es cosa de familia. Pero ¿sabes qué puede pasarle a una chica de catorce años sola en una terminal de autobuses? -Se estremeció al pensarlo-. Más vale que el empleado la vigile.

Rick cogió el papel en el que Kendall había anotado la información y llamó por teléfono.

– ¿Hola?

– ¿Qué estás…?

Alzó una mano para silenciarla.

– Soy el agente Rick Chandler, de la comisaría de policía de Yorkshire Falls, en Nueva York. ¿Tiene ahí a una menor llamada Hannah Sutton? -Esperó la respuesta y luego asintió en dirección a Kendall-. Bien. Le agradecería que se asegurara de que sube al autobús adecuado y de que ningún desconocido la molesta mientras espera. Puedo darle mi número de placa como identificación si lo desea… -Volvió a guardar silencio mientras escuchaba-. ¿No hace falta? Gracias. Muy amable. Adiós. -Colgó el auricular y dedicó una sonrisa a Kendall.

– ¿Puedes hacer estas cosas?

Rick se encogió de hombros.

– Acabo de hacerlo. ¿Te sientes mejor?

– Mucho mejor. -Volvió a la cama y le dio un fuerte abrazo de agradecimiento-. Gracias. No sabes cuánto significa para mí lo que acabas de hacer.

Rick no podía decirle lo mucho que ella había llegado a significar para él. No sin ahuyentarla.

– Te acompañaré a buscarla.

– ¿No tienes que trabajar?

– Puedo cambiar el turno con alguien.

Kendall lo miró conmovida.

– Te lo agradezco. Ya sabes que por mucho que te haya dicho que quiero a mi hermana no hemos vivido juntas desde que yo tenía dieciocho años. No sé qué hacer con una adolescente. Y encima rebelde. -Se estremeció ante la enorme responsabilidad que se le venía encima-. ¿Cómo puedo conectar con ella?

– Te ha llamado, ¿no? Ya acabaréis entendiéndoos.

Kendall negó con la cabeza.

– Estoy convencida de que no he sido su primera opción, pero no tenía a nadie más a quien llamar. Tengo la impresión de que cree que paso de ella. No es cierto, pero empiezo a entender que le he dado motivos para pensarlo. -Bajó la cabeza no demasiado orgullosa de sí misma.

Rick le levantó el mentón.

– Kendall, eres su hermana, no su madre. Tú has tenido que lidiar con tus problemas. Ahora puede contar contigo, eso es lo que importa.

Con gesto cariñoso, le pasó la mano por la espalda desnuda, saboreando el tacto de su piel. La intimidad que habían compartido había sido un momento fuera de la realidad, y una adolescente les había hecho volver a aterrizar en ella. Rick se compadecía tanto de Kendall como de Hannah. Odiaba no poder disfrutar del tiempo que había pensado pasar a solas con Kendall, pero no iba a dejarla en la estacada, y pensaba ayudarla en los momentos difíciles.

Ella le dedicó una sonrisa temblorosa.

– Gracias. Supongo que tendré que intentar localizar a mis padres, si es que están localizables, lo cual es poco probable. Están de viaje por algún lugar de África.

– Allí no hay teléfonos móviles, ¿verdad?

– No. Lo cual significa que yo soy quien debe responsabilizarse de Hannah. -Exhaló un suspiro-. Y le he prometido que no volvería a mandarla a Vermont Acres, así que tendré que tantearla y ver a qué tipo de escuela le gustaría ir cuando empiece el curso que viene.

– Me parece un buen plan, dado que tú no quieres atarte a nada ni a nadie.

Kendall irguió la espalda y lo miró fijamente.

– ¿Qué insinúas?

Rick negó con la cabeza.

– Nada. -Mira que era bocazas-. Sólo que quedarse en Yorkshire Falls es otra posible solución al problema de Hannah.

– Oh, no. -Negó con la cabeza-. No. La ciudad de Nueva York ha sido mi último domicilio fijo durante un tiempo. -Apartó la mirada al hablar, incapaz de mirarlo a los ojos.

¿Porque estaba resistiendo el impulso de quedarse? Era en lo que Rick confiaba. Porque en algún instante de aquella noche, a pesar de sus buenas intenciones, se había enamorado perdidamente de Kendall Sutton. Mierda, ¿por qué engañarse? Se había enamorado de ella en cuanto la había visto con el traje de novia junto a la carretera.

Con la llegada de su hermana, a Rick se le presentaba la oportunidad de convencer a Kendall de que Yorkshire Falls era su hogar y de que el pueblo resultaba el lugar ideal para que Hannah fuera al colegio y sentara la cabeza. «Sueños.»

Más valía que empezara a erigir de nuevo sus muros si quería salir de ésa con el corazón intacto.


Kendall creía que los adolescentes hablaban sin parar, pero el silencio del coche resultaba ensordecedor. En cuanto Hannah había bajado del autobús y eludido su intento de abrazarla, Kendall se había dado cuenta de que tenía un problema entre manos. Cuando Hannah miró a un Rick uniformado, Kendall pensó que había cometido un grave error al dejar que la acompañara en su primer encuentro.

– ¿Para qué viene este poli? -había preguntado su hermana con el tono más desdeñoso posible.

– No es «este» poli, es mi… -Kendall se había quedado callada. Rick era policía, pero no estaba allí por algo que Hannah hubiese hecho. Y Kendall, que no tenía ni idea de cómo clasificar su relación con Rick para sus adentros, mucho menos podía hacerlo ante su hermana de catorce años. Optó por lo que se consideraba un término positivo.

– Novio.

– Oh, qué asco.

– Hablando de asco, ¿qué te has hecho en el pelo?

Hannah se cogió uno de los mechones color púrpura ondulados.

– Es guay, ¿verdad?

Morderse la lengua no le había resultado fácil, pero Kendall lo había logrado. No podía permitirse el lujo de alejar a su hermana todavía más. Ahora volvían a Yorkshire Falls en silencio, aparte de los globos que Hannah no paraba de hacer con el chicle.

– ¿Y qué se puede hacer en este pueblo?

Kendall se volvió hacia Hannah y miró a Rick, que conducía.

– ¿Rick? Tú lo sabes mejor que yo.

Rick la miró con una mano en el volante.

– A los chicos les gusta ir a Norman's y además hay un viejo cine y una piscina.

Hannah entornó los ojos.

– ¿Ves lo que pasa cuando le preguntas a un poli adonde ir? Para eso mejor me quedo en casa.

– Dar las gracias resultaría más adecuado que quejarse -le espetó Kendall-. De hecho esperaba enseñarte a trabajar con cuentas o, si eso no te interesa, podríamos hacer unos cuantos bocetos juntas.

Hannah se limitó a mirarla con recelo, como si no confiara en que Kendall quisiera hacer algo con ella. Bueno, pues tendría que convencerla.

– He visto tus ilustraciones y sé que tienes talento.

– Lo que tú digas.

Hannah habló con indiferencia, pero se quedó mirando fijamente a Kendall, lo cual le hizo pensar que lo que su hermana pequeña necesitaba era tiempo y paciencia para entrar en razón.

– En cuanto hagas amigos, te lo pasarás bien -le aseguró Rick a Hannah-. Puedo presentarte a gente de tu edad.

Kendall le dedicó una mirada de agradecimiento.

– Mientras no sean unos capullos -espetó Hannah, y se recostó en el asiento con los brazos cruzados encima del top exageradamente corto. Además de sobre el pelo, Kendall se había mordido la lengua con respecto a la vestimenta de su hermana. Pero no cabía la menor duda de que parecía una aspirante a Britney Spears o a Christina Aguilera.

Rick aparcó delante de la casa.

– Ya hemos llegado.

Hannah se incorporó y se agarró al reposacabezas del asiento de Kendall para mirar mejor por la ventanilla delantera.

– ¿Tía Crystal vivía aquí?

– Sí, antes de tener que mudarse a una residencia.

– Es enorme.

Su hermana abrió unos ojos como platos, lo cual hizo que Kendall vislumbrase a la niña que recordaba, distinta a la adolescente airada que acababa de recoger en la estación de autobuses.

– Estamos en la casa de invitados de la parte trasera. -Kendall esperó que la noticia no estropeara la emoción espontánea de Hannah.

– ¿Una casa de invitados? ¡Qué guay! -Abrió rápidamente la puerta trasera pero se volvió sin salir aún del coche-. ¿Y quién vive en la casa principal?

Antes de que Kendall tuviera tiempo de responder, Pearl y Eldin bajaron a recibirles por el camino de entrada; Pearl con su mejor bata de estar por casa y Eldin con el mono y la gorra manchados de pintura.

– ¿Me estás tomando el pelo? -Hannah salió rápidamente del coche y se quedó mirando a Pearl, que bajaba cada vez más rápido.

– Oh, Eldin, mira -dijo Pearl señalando a Hannah-. La otra sobrina de Crystal.

Le dio un fuerte abrazo a Hannah y luego la apartó para observarla mejor. Kendall miró a Rick e hizo una mueca mientras él movía la cabeza y gemía.

– Espero que Hannah no suelte una de las suyas -musitó Kendall.

– No te hagas ilusiones, cariño. -Sacó las llaves del contacto-. No sé muy bien cuál de las dos necesita ser rescatada, pero más vale que salgamos.

Kendall asintió, pero antes le tiró de la manga.

– ¿Rick?

Se volvió.

Su sonrisa fue para ella como el hombro que no se había dado cuenta de que necesitaba, lo cual hizo que le resultara todavía más difícil pronunciar las palabras que dijo a continuación.

– Sé que esto no estaba en tus planes iniciales, así que si prefieres retirarte, no te lo reprocharé.

– Hicimos un trato, ¿recuerdas? Soy un hombre de palabra, de modo que tendrás que aguantarme.

El estómago se le encogió al oír sus palabras. ¿Cuándo se había convertido en un mero trato ante sus ojos? Después de la última noche, pensaba que entre ellos había mucho más.

«Pero tú le has apartado, ¿no?», le planteó una voz en su interior. Al recordar cómo había reaccionado a la sugerencia de que se quedara en el pueblo, Kendall se dio cuenta de que Rick tenía motivos más que sobrados para guardar las distancias y protegerse. De ella. No lo culpaba, y además agradecía su cambio repentino de actitud.

Pero independientemente de los motivos, estaba a su lado y había prometido seguir con ella. No podía pedir nada más cuando ella no estaba dispuesta a ofrecer más a cambio.

Esbozó una sonrisa forzada.

– Bueno, has tenido tu oportunidad. No te la volveré a ofrecer. -Le cogió de la mano con fuerza porque le necesitaba más de lo que estaba dispuesta a reconocer.

– No te preocupes. -Él se la quedó mirando fijamente durante unos instantes.

Kendall aprovechó la situación, se inclinó hacia él y le dio un beso en la boca. ¿Para tranquilizar a quién?, se preguntó, ¿a sí misma o a él? Antes de dar con la respuesta, Hannah soltó un grito.

Kendall y Rick se separaron, salieron del coche y se acercaron a donde estaban Hannah y Pearl.

– ¿Qué pasa? -preguntó Kendall.

– ¿Aparte de que huele a bolas de naftalina y que me ha abrazado?

– ¡Hannah! -exclamó Kendall, abochornada.

– No son bolas de naftalina, son sobrecitos de violeta -dijo Pearl, tan tranquila-. Y le he dicho que me alegro mucho de que esté aquí. Está delgada y es obvio que en el internado no comía bien. Ahora mismo tengo una bandeja de brownies enfriándose.

A Hannah se le encendió la mirada, y Kendall se dio cuenta de que se contenía para que no se le notaran las ganas de aceptar la comida y el cariño que Pearl le brindaba.

Pearl se inclinó hacia Kendall y, en un aparte, le habló al oído.

– Deberías comprarle un sujetador. Es joven y las tiene tiesas, pero debería llevar sostén.

Hannah fue a decir algo, pero Rick le tapó la boca con la mano.

– Ahora no.

Pearl se volvió hacia Hannah justo cuando Rick la liberaba.

– Voy a buscar los brownies y ahora vuelvo, ¿vale? -Sin esperar respuesta, se encaminó hacia la casa.

– Soy Eldin -dijo el anciano, tendiéndole la mano a Hannah-. Y Pearl tiene buenas intenciones.

Hannah se lo quedó mirando hasta que Rick le dio un ligero codazo en el brazo. Hannah captó la indicación y le estrechó la mano rápidamente. Probablemente temiera que le diera un fuerte abrazo, como Pearl. Sin embargo, Eldin en seguida le soltó la mano. Asintió satisfecho y se marchó por el camino de entrada, más lento que su compañera, probablemente debido a sus problemas de espalda.

Kendall sintió una oleada de cariño al ver que Rick no sólo la ayudaba a ocuparse de Hannah sino que sabía cómo tratarla. Kendall estaba totalmente conmocionada, pero tendría que sobreponerse lo antes posible.

– Adiós, Eldin -gritó Hannah hacia el anciano, lo cual sorprendió a Kendall.

«A lo mejor acaba gustándole estar aquí», pensó Kendall.

Acto seguido, Hannah se situó frente a su hermana.

– No pienso vivir en este poblacho con tu novio policía y dos viejos. Encima la vieja me mira las tetas. -Se cruzó de brazos-. Me pone enferma. -Entrecerró los ojos y se marchó en dirección a la casa de invitados.

Kendall miró a Rick y suspiró.

– Es un encanto.

Rick se rió.

– Es una adolescente. Los he visto peores.

– Que Dios me ayude. -Kendall levantó los ojos al cielo-. Lleva el pelo púrpura fosforito.

Rick sonrió.

– Tú lo llevabas rosa.

– ¿Quieres hacer el favor de dejar de mencionar los parecidos? -La verdad era suficiente para poner de los nervios a Kendall.

Rick consultó su reloj.

– Por mucho que odie dejarte sola, tengo que ir a trabajar.

– Probablemente te suponga un alivio.

– Kendall, Kendall. -La miró a los ojos. Kendall vio la batalla que se libraba en su interior para contener la atracción que sentía, antes de colocarle la mano en la nuca y acercarle la cabeza como si fuera a darle un beso-. ¿Qué voy a hacer contigo?

Notó el cálido aliento de Rick y el aroma a menta despertó sus sentidos y le hizo desear que la hubiera besado.

– No lo sé. ¿Qué tenías pensado?

– Para empezar, convencerte de que soy un buen tipo y hacer que te quedaras aquí sería un final incluso mejor -reconoció, claramente reacio.

Antes de que ella tuviera tiempo de responder, le selló los labios besándola. Tenía un sabor más delicioso del que Kendall había imaginado cuando su lengua le recorrió la boca.

– Mmm. -El gemido brotó sin permiso, pero no iba a echarse atrás aunque pudiera, porque su cuerpo reaccionó estremeciéndose y él la abrazó aún con más fuerza.

– Oh, qué asco.

Kendall se separó de un salto y vio a Hannah mirándolos a ella y a Rick con una mueca.

– Perdón por interrumpir, pero la casa está cerrada con llave. ¿Cómo pretendes que entre? -preguntó.

Kendall arqueó una ceja mirando a Rick. Todo apuntaba a que la luna de miel había terminado y la realidad se había impuesto, con toda su gloria adolescente.


Kendall se enfundó su pijama preferido, una camiseta y unos pantalones cortos a juego, bostezó y se metió en la cama. Apenas llevaba unas horas viviendo con una adolescente y ya estaba agotada. Hannah no había salido de la habitación de la que se había apropiado ni siquiera para cenar y Kendall se imaginó que la culpa era suya. No sólo se había encargado de que la habitación de la chica fuera acogedora sino que había ido a comprar otro aparato de aire acondicionado para ella. Ni siquiera podía contar con el calor para que Hannah quisiera compañía civilizada. Pero no se quedaría para siempre en su cuarto. Al día siguiente, Kendall obligaría a su hermana a sentarse y hablar.

Se le cerraban los ojos. Desde su llegada a Yorkshire Falls, había adoptado ciertas rutinas. Encendía el aire acondicionado temprano y cerraba la puerta hasta que la habitación estaba tan fresca como el Ártico, por la noche apagaba el aparato y así la refrigeración le duraba hasta medianoche, cuando lo encendía otra vez. Escuchó el sonido del silencio, tan distinto del bullicio de Nueva York que había estado oyendo durante los dos últimos años. El gorjeo de los pájaros y la paz le habían acabado gustando. De hecho, había empezado a consolarse con la ausencia total de ruidos. Así pues, cuando se produjo una excepción con el motor de un coche que rompió el silencio de la noche, y le pareció que además provenía del jardín de su casa, Kendall se sobresaltó.

Tuvo el claro presentimiento de que pasaba algo y una corazonada incluso más fuerte de que sabía de qué se trataba. Corrió hasta la ventana y subió rápidamente la vieja persiana a tiempo de ver su coche rojo bajando por el camino de entrada hacia la calle.

– Maldita sea, Hannah. -El miedo se apoderó de Kendall y, sin pensarlo dos veces, cogió el teléfono. Kendall nunca había tenido buena memoria y todavía no se había aprendido los distintos números de Rick, así que marcó el 911 para ponerse en contacto con la comisaría de Yorkshire Falls.

– Con el agente Rick Chandler, por favor. Es urgente.

Tamborileó con los dedos la mesita de noche mientras esperaba.

– Agente Chandler al habla.

La voz de Rick la alivió.

– Rick, soy Kendall. Hannah se ha llevado mi coche. Sólo tiene catorce años. No sé si tiene carné y no quiero que tenga un accidente o que provoque uno, tampoco sé adonde piensa ir. Me refiero a que aquí no conoce a nadie. -Kendall se pasó la mano por el pelo, presa de la frustración-. Yo tampoco conozco a nadie en el pueblo. Bueno, conozco a más gente que Hannah pero…

– ¡Kendall, basta! -La voz severa de Rick la hizo callar.

– Lo siento. -Parpadeó y se sorprendió al darse cuenta de que una lágrima le resbalaba por la mejilla-. Lo siento. Se ha encerrado en su cuarto toda la noche. Pensaba que se quedaría ahí. No se me ocurrió guardar las llaves del coche. Sólo tiene catorce años…

– Yo me encargo del asunto, ¿entendido?

Kendall sorbió por la nariz y asintió sin darse cuenta de que él había colgado sin esperar a que ella le contestara. Lo cual estaba bien. Necesitaba que Rick fuera a buscar a Hannah, no que la consolara. Y cuando trajera a su hermana sana y salva, Kendall la estrangularía.

Lo primero que haría por la mañana sería ir a la librería o a la biblioteca y conseguir una guía para educar a adolescentes rebeldes.

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