30 Curar otra vez

Algo empujaba contra el escudo que Nynaeve había puesto entre Logain y la Fuente Verdadera, creciendo en fuerza hasta que el escudo empezó a doblarse y a temblar, a punto de desgarrarse. Dejó que el saidar fluyera a través de ella, encauzando cada hilo en Energía en el escudo, hasta que la dulzura llegó al punto crítico del dolor.

—¡Ve, Elayne! —No le importó en absoluto que su orden sonara como un chillido destemplado.

Elayne, que la Luz la bendijera, no perdió tiempo en hacer preguntas. Saltó de la silla y se marchó a todo correr.

Logain no había movido un solo músculo. Sus ojos estaban prendidos en los de ella; parecían brillar. Luz, qué grande era. Nynaeve tanteó torpemente el cinturón para coger su puñal y comprendió lo ridículo de su gesto —seguramente el hombre se lo arrebataría sin el menor esfuerzo; sus hombros le parecieron de repente anchísimos— y dirigió parte de su tejido hacia Aire, creando unas ataduras que lo inmovilizaron en la silla, de brazos y piernas. Seguía siendo un tipo muy grande, pero de pronto parecía más normal, totalmente dócil. Sólo que entonces a Nynaeve se le ocurrió que había reducido la fuerza del escudo. Empero, era incapaz de encauzar una pizca más; de hecho ya… el puro gozo de vivir que era el saidar se había vuelto tan intenso dentro de ella que casi quería llorar. Logain le sonrió.

Uno de los Guardianes asomó la cabeza por la puerta; era un hombre de cabello oscuro, nariz aguileña y con una blanquecina cicatriz recorriéndole toda la angulosa mandíbula.

—¿Va todo bien? La otra Aceptada salió corriendo como si se hubiese sentado en un rodal de ortigas.

—Todo está bajo control —contestó fríamente Nynaeve. Tan fríamente como fue capaz. Nadie debía saberlo, ¡nadie!, hasta que hubiese hablado con Sheriam y la hubiese puesto de su parte—. Elayne recordó de repente algo que había olvidado. —Eso sonaba estúpido—. Podéis dejarnos. Estoy muy ocupada.

Tervail —así se llamaba, Tervail Dura, y estaba vinculado a Beonin; ¿y qué demonios importaba su nombre?— le dedicó una irónica sonrisa e hizo una burlona reverencia antes de retirarse. Los Guardianes rara vez consentían que una Aceptada jugara a ser Aes Sedai.

Nynaeve tuvo que hacer un ímprobo esfuerzo para no lamerse los labios. Observó atentamente a Logain. El hombre estaba aparentemente tranquilo, como si nada hubiese cambiado.

—No hay necesidad de esto, Nynaeve. ¿Crees que me lanzaría a atacar un pueblo en el que hay cientos de Aes Sedai? Me cortarían en pedacitos antes de que hubiese dado dos pasos.

—Cállate —repuso de manera automática. Tanteando a su espalda encontró una silla y se sentó sin quitar un instante los ojos de él. Luz, ¿por qué tardaba tanto Sheriam? Tenía que entender que había sido un accidente. ¡Tenía que entenderlo! La rabia contra sí misma era lo único que la mantenía en disposición de encauzar. ¿Cómo podía haber sido tan descuidada, tan estúpida?

—No tengas miedo —dijo Logain—. No me volveré contra ellas ahora. Están teniendo éxito en lo que deseo, lo sepan o no. El Ajah Rojo está acabado. Dentro de un año no habrá una sola Aes Sedai que se atreva a admitir que es una Roja.

—¡He dicho que te calles! —espetó—. ¿Piensas que voy a creer que sólo odias a las Rojas?

—¿Sabes? Una vez vi a un hombre que ocasionará más problemas de los que causé yo nunca. Quizás era el Dragón Renacido, no lo sé. Fue cuando me conducían a través de Caemlyn, después de ser capturado. Estaba lejos, pero vi un… un resplandor, y supe que sacudiría al mundo en sus cimientos. A pesar de estar enjaulado, no pude menos de echarme a reír.

Desplazando una pequeña parte del Aire que lo ataba, Nynaeve la forzó contra la boca del hombre a guisa de mordaza. Las cejas de Logain se fruncieron en un gesto de ira que desapareció en un visto y no visto, pero a la antigua Zahorí no le importó. Ahora lo tenía a buen recaudo. Al menos… En fin, no había hecho ningún intento de resistirse ni forcejear, pero a lo mejor era porque sabía desde el principio que sólo se enredaría más. Y podía ser así. Sin embargo, ¿hasta qué punto se había esforzado en romper el escudo? Sólo aquel empujón, no exactamente incrementando la fuerza con lentitud pero tampoco con rapidez; fue casi como un hombre estirando los músculos entumecidos tras un largo período sin utilizarlos, empujando contra algo no con la intención de moverlo, sino sólo por la necesidad de sentir de nuevo esos músculos. La idea le heló las entrañas.

Irritándola aun más, unas arrugas divertidas se marcaron en los ojos de Logain, casi como si el hombre supiera lo que acababa de pasársele por la cabeza. Estaba allí sentado, con la boca entreabierta ridículamente, atado y aislado con un escudo, y era él el que se encontraba tan tranquilo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? No era la persona adecuada para ser Aes Sedai, ni aunque su bloqueo desapareciera en ese momento. No era una persona a la que se pudiera dejar a su libre albedrío. Tendrían que advertir a Birgitte que tuviera cuidado de ella para que no se fuera de bruces al suelo al intentar cruzar la calle.

Los reproches y la reprimenda para sus adentros no eran intencionados, pero con ello consiguió mantener encendida la rabia lo suficiente hasta que la puerta se abrió de par en par. No era Elayne.

Sheriam entró detrás de Romanda, con Myrelle, Morvrin y Takima pisándole los talones, y a continuación Lelaine, Janya, Delana, Bharatine y Beonin. Y más, apiñándose en el cuarto hasta llenarlo. Nynaeve alcanzó a ver a otras a través de la puerta, que no tenía hueco para cerrarse. Las que estaban dentro la miraban de hito en hito a ella y a su tejido, con tanta intensidad que Nynaeve tragó saliva con esfuerzo y toda su rabia se esfumó. Y, naturalmente, ocurrió lo mismo con el escudo y las ataduras de Logain.

Antes de que Nynaeve tuviese ocasión de pedir que alguien volviera a aislarlo, Nisao se plantó frente a ella. A pesar de ser baja, Nisao se las ingenió para parecer enorme.

—¿Y bien? ¿Qué es toda esa tontería de que lo has curado?

—¿Es eso lo que dice que ha hecho? —Logain se las arregló para parecer sorprendido.

Varilin se adelantó para ponerse junto a Nisao. La esbelta y pelirroja Gris parecía enorme por la sencilla razón de que era tan alta como Logain.

—Me temía algo así en cuanto todo el mundo empezó a mimarla por sus descubrimientos. Cuando se le acabaron, los mimos cesaron, y era de esperar que hiciese una afirmación absurda para recuperarlos.

—Fue por permitirle fantasear respecto a Siuan y a Leane —manifestó firmemente Romanda—. Y con este tipo. ¡Habría que haberle dicho que hay cosas que no tienen cura y se acabó!

—¡Pero lo hice! —protestó Nynaeve—. ¡Lo hice! Por favor, aisladlo con un escudo. ¡Por favor, tenéis que hacerlo!

Las Aes Sedai que estaban frente a ella se volvieron a mirar a Logain, abriendo justo un hueco para que también ella pudiera verlo. El hombre aguantó todas las miradas con cara impasible. ¡Incluso se encogió de hombros!

—Creo que lo menos que podemos hacer es aislarlo hasta que estemos completamente seguras —sugirió Sheriam.

Romanda asintió y un escudo cobró vida, lo bastante fuerte para retener a un gigante, mientras el brillo del saidar rodeaba a casi todas las mujeres que había en el cuarto. Romanda puso un poco de orden nombrando enérgicamente a seis de ellas para que se ocupasen de mantener un escudo de menor potencia pero adecuado. La mano de Myrelle se ciñó en torno al brazo de Nynaeve.

—Si nos disculpas, Romanda, tenemos que hablar a solas con Nynaeve.

Romanda asintió con aire ausente. Estaba observando a Logain con el entrecejo fruncido. Como casi todas las Aes Sedai presentes; nadie se movió para marcharse.

Sheriam y Myrelle levantaron a Nynaeve de la silla y la llevaron hacia la puerta casi en volandas.

—¿Qué estáis haciendo? —demandó, falta de aliento—. ¿Adónde me lleváis?

Fuera, se abrieron paso entre la multitud de Aes Sedai, muchas de las cuales le dirigieron miradas frías, incluso acusadoras. Pasaron delante de Elayne, que hizo una mueca, disculpándose. Nynaeve miró hacia atrás mientras las dos Aes Sedai la conducían tan deprisa que tropezaba cada dos por tres. No es que esperase que Elayne la ayudara, pero podía ser la última vez que viera a la heredera del trono. Beonin le estaba diciendo algo a Elayne, que salió corriendo entre la multitud.

—¿Qué vais a hacerme? —gimió Nynaeve.

—Podríamos tenerte fregando ollas durante el resto de tu vida —respondió Sheriam en tono coloquial.

—Sí —asintió Myrelle—. Podrías trabajar en las cocinas todo el día.

—O podríamos hacer que te azotaran a diario.

—Arrancarte la piel a tiras.

—Meterte en un barril, clavarlo y alimentarte a través del agujero del tapón del fondo.

—Pero sólo con papilla. Con papilla agria.

A Nynaeve le flaqueaban las piernas.

—¡Fue un accidente! ¡Lo juro! ¡No era mi intención!

Sheriam la zarandeó de manera contundente aunque sin perder el paso.

—No seas necia, muchacha. Puede que acabes de haber logrado lo imposible.

—¿Me creéis? ¡Me creéis! ¿Por qué no dijisteis algo cuando Nisao y Varilin y…? ¿Por qué no dijisteis algo?

—He dicho «puede», pequeña. —El timbre de Sheriam era deprimentemente neutral.

—Otra posibilidad es que tu cerebro se haya resentido por la tensión. —Myrelle observó a Nynaeve con los ojos entrecerrados—. Te sorprendería el número de Aceptadas, e incluso de novicias, que afirman haber descubierto algún Talento perdido o que han encontrado uno nuevo. Cuando era novicia, una Aceptada llamada Echiko estaba tan convencida de que sabía cómo volar que saltó desde lo alto de la Torre.

Nynaeve, a la que la cabeza le daba vueltas, miró a una y otra Aes Sedai. ¿Le creían o no? ¿De verdad pensaban que su mente se había resentido? «¿Qué demonios van a hacer conmigo?» Trató de encontrar palabras para convencerlas —no mentía ni estaba loca; había curado a Logain— pero su boca seguía moviéndose sin emitir ningún sonido cuando la metieron a toda prisa en la Torre Chica.

Hasta que no hubieron entrado en lo que en tiempos había sido un comedor privado, una estancia grande en la que ahora había una mesa estrecha con sillas detrás, cerca de una de las paredes, Nynaeve no advirtió que llevaban detrás una comitiva. Más de una docena de Aes Sedai entraron pisándoles los talones; Nisao, cruzada de brazos, y Dagdara, con la barbilla tan adelantada que parecía tener intención de caminar a través de una pared, y Shanelle y Therva y… Todas del Ajah Amarillo, excepto Sheriam y Myrelle. Aquella mesa sugería la sala de un magistrado, y esa hilera de semblantes severos insinuaba un juicio. Nynaeve tragó saliva con esfuerzo.

Sheriam y Myrelle la dejaron de pie y rodearon la mesa para conferenciar en voz baja, de espaldas a ella. Cuando se volvieron de nuevo, la expresión de sus rostros era indescifrable.

—Afirmas haber curado a Logain. —Había un atisbo de desdén en la voz de Sheriam—. Aseguras haber curado a un hombre amansado.

—Tenéis que creerme —protestó Nynaeve—. Vos dijisteis que sí. —Dio un brinco cuando algo invisible le azotó las nalgas.

—No olvides quién eres, Aceptada —dijo fríamente Sheriam—. ¿Haces tal afirmación?

Nynaeve la miró intensamente. Era Sheriam la que estaba loca, con esos cambios bruscos de actitud; sin embargo, la antigua Zahorí se las ingenió para responder respetuosamente:

—Sí, Aes Sedai.

Dagdara resopló tan fuerte que sonó como un trozo de lona desgarrándose. Sheriam atajó con un gesto el murmullo que se había levantado entre las Amarillas.

—Y dices que lo hiciste accidentalmente. Si es ése el caso, supongo que no hay posibilidad de que lo pruebes haciéndolo de nuevo.

—¿Cómo iba a poder? —intervino Myrelle, que parecía divertida. ¡Divertida!—. Si ha llegado a ello tanteando a ciegas, ¿cómo podría repetirlo? Pero eso no importaría a menos que realmente lo haya hecho.

—¡Respóndeme! —espetó Sheriam, y el invisible azote golpeó otra vez. En esta ocasión Nynaeve logró no saltar—. ¿Hay alguna posibilidad de que recuerdes, aunque sólo sea en parte, lo que hiciste?

—Lo recuerdo, Aes Sedai —respondió hoscamente, poniéndose en tensión a la espera de otro golpe. No lo hubo, pero ahora percibió el brillo del saidar envolviendo a Sheriam, y parecía amenazador.

Se produjo un pequeño alboroto en la puerta, y Carlinya y Beonin se abrieron paso entre la fila de Amarillas, una llevando a Siuan y la otra a Leane.

—No querían venir —informó Beonin con un tono exasperado—. ¿Puedes creer que intentaron decirnos que estaban ocupadas?

El rostro de Leane estaba tan inexpresivo como el del cualquier Aes Sedai, pero Siuan lanzaba miradas hoscas, furiosas a todo el mundo, en especial a Nynaeve.

Finalmente la Aceptada comprendió. Por fin todo encajó en su sitio. La presencia de las hermanas Amarillas. Sheriam y Myrelle creyéndole, después no creyéndole, amenazándola, golpeándola. Todo a propósito, todo para ponerla lo bastante furiosa para realizar su Curación en Siuan y Leane, para demostrar su valía a las Amarillas. No. A juzgar por sus expresiones, estaban allí para verla fracasar, no para presenciar su éxito. Nynaeve no hizo el menor esfuerzo por disimular el firme tirón que se dio a la trenza. De hecho, se dio un segundo por si alguna había pasado por alto el primero. Deseaba abofetearlas a todas. Deseaba hacerles tragar una cocción de hierbas que las haría sentarse en el suelo y llorar como criaturas sólo por el olor. Deseaba arrancarles el pelo y estrangularlas con él. Deseaba…

—¿Voy a tener que aguantar esta estupidez? —gruñó Siuan—. Tengo trabajo importante que hacer, pero aunque sólo fuera limpiar pescado seguiría siendo más imp…

—Oh, cierra el pico —la interrumpió, irritada, Nynaeve. Avanzó un paso y cogió la cabeza de Siuan con las dos manos como si se propusiera partirle el cuello. Se había creído todas esas tonterías. ¡Hasta lo del barril! ¡La habían manipulado como a una marioneta!

El saidar la llenó y la mujer encauzó igual que había hecho con Logain, combinando los Cinco Poderes. Esta vez sabía lo que buscaba, esa casi imperceptible sensación de algo cortado. Energía y Fuego para recomponer la ruptura y…

De momento Siuan se limitó a mirarla fija, inexpresivamente. Después el brillo del saidar la envolvió. Exclamaciones ahogadas llenaron la sala. Lentamente, Siuan se inclinó hacia Nynaeve y la besó en ambas mejillas. Un lágrima se deslizó por su rostro, después otra y de repente Siuan prorrumpió en sollozos, ciñéndose a sí misma y tiritando; el halo reluciente que la envolvía se apagó. Sheriam se apresuró a abrazarla con gesto reconfortante; también ella parecía a punto de llorar.

Todas las demás miraban de hito en hito a Nynaeve. La conmoción que trascendía a la serenidad de todas las Aes Sedai resultaba muy satisfactoria; y también la contrariedad. Los ojos de Shanelle, de un color azul claro que contrastaba con el moreno y bonito rostro, parecían que iban a salirse de las órbitas. Nisao estaba boquiabierta, hasta que advirtió que Nynaeve la miraba y entonces la cerró de golpe.

—¿Qué te hizo pensar en utilizar Fuego? —preguntó Dagdara con una voz estrangulada y que sonaba demasiado aguda para una mujer tan grande—. ¿Y Tierra? Utilizaste Tierra. La Curación es Energía, Agua y Aire.

Aquello fue como abrir una esclusa por la que salió un torrente de preguntas de todas las gargantas, si bien eran en realidad la misma aunque planteada de manera diferente.

—No sé por qué —contestó Nynaeve cuando por fin pudo hablar—. Me pareció lo adecuado, simplemente. Casi siempre he utilizado todo.

Aquello provocó una andanada de admoniciones. La Curación era Energía, Agua y Aire. Era peligroso experimentar con la Curación; un error no sólo podía matar a la sanadora sino también a su paciente. Nynaeve no respondió nada, pero las advertencias cesaron enseguida dando paso a miradas pesarosas y manos que alisaban los vuelos de las faldas; no había matado a nadie y sí había curado lo que según ellas no podía curarse.

Leane sonreía con una expresión tan esperanzada que casi resultaba dolorosa. Nynaeve se acercó a ella sonriendo a su vez para disimular la ardiente rabia que tenía dentro. El Ajah Amarillo y su cacareado conocimiento de la Curación que ella había estado dispuesta a suplicar de rodillas que lo compartieran. ¡Sabía más de Curación que cualquiera de ellas!

—Observad atentamente, porque no tendréis pronto otra oportunidad de ver cómo se hace.

Notó claramente cómo se unía la rotura mientras encauzaba, aunque todavía no habría sabido decir qué era lo que había unido. La sensación era distinta de la experimentada con Logain —había ocurrido igual con Siuan— pero, como no dejaba de repetirse, los hombres y las mujeres eran diferentes. «¡Luz, tengo suerte de que esto funcione con ellas tan bien como lo hizo con él!» Aquello dio pie a un incómodo planteamiento especulativo. ¿Y si algunas cosas tenían que curarse de manera distinta en hombres y en mujeres? A lo mejor no sabía mucho más que las Amarillas, después de todo.

La reacción de Leane fue diferente de la de Siuan. Nada de lágrimas. Abrazó el saidar y sonrió beatíficamente; después lo soltó, bien que la sonrisa permaneció, y rodeó a Nynaeve entre sus brazos y la estrechó hasta que las costillas de la antigua Zahorí crujieron.

—Gracias, gracias, gracias —susurró una y otra vez.

Entre las Amarillas se había alzado un murmullo, y Nynaeve se preparó para regodearse con sus felicitaciones. Aceptaría sus disculpas con elegancia. Entonces oyó lo que estaban hablando.

—… utilizar Fuego y Tierra como si estuviese intentando abrir un agujero a través de la piedra. —Ésa era Dagdara.

—Un toque más suave sería mejor —se mostró de acuerdo Shanelle.

—… ver si el Fuego puede ser útil en problemas con el corazón —decía Therva mientras se daba golpecitos en su larga nariz. Baldemaine, una arafelina regordeta con campanillas de plata tejidas en el cabello, asintió pensativamente.

—… si la Tierra se combinase con el Aire así, ¿comprendes?

—… el Fuego tejido con el Agua…

Nynaeve se quedó boquiabierta. Se habían olvidado completamente de ella. ¡Creían que podían hacer lo que acababa de enseñarles mejor que ella! Myrelle le dio unas palmaditas en el brazo.

—Lo hiciste muy bien —musitó—. No te preocupes; se desharán en elogios más tarde. Ahora mismo están todavía un poco sorprendidas.

Nynaeve aspiró sonoramente el aire por la nariz, pero ninguna de la Amarillas pareció advertirlo.

—Espero que esto signifique al menos que no tendré que fregar más ollas.

La cabeza de Sheriam se giró bruscamente hacia ella; tenía una expresión sobresaltada.

—Vaya, pequeña, ¿y qué te hace pensar eso? —Todavía rodeaba con un brazo a Siuan, que se enjugaba los ojos con un pañuelo de encaje, bastante turbada—. Si cualquiera pudiese quebrantar las reglas que quisiera, hacer lo que deseara y escapara del castigo simplemente por hacer algo bueno en contrapartida, el mundo sería el caos.

Nynaeve suspiró. Debería haberlo imaginado.

Apartándose del resto de las Amarillas, Nisao carraspeó y, al pasar junto a Nynaeve, le lanzó una mirada que sólo podía describirse como de acusación.

—Supongo que esto significa que tendremos que amansar de nuevo a Logain. —Hablaba como si quisiera negar la evidencia de lo ocurrido.

Varias cabezas empezaron a asentir, y entonces Carlinya habló; sus palabras se hincaron en la sala cual un carámbano de hielo:

—¿Podemos? —Todos los ojos se volvieron hacia ella, pero la mujer continuó sosegada, fríamente—: Desde un punto de vista ético, ¿podemos considerar la posibilidad de apoyar a un hombre que encauza, un hombre que intenta reunir a otros hombres que pueden hacerlo, y al mismo tiempo seguimos como antes, amansando a los que encontramos? Desde un punto de vista práctico, ¿qué efecto tendrá en ese hombre cuando se entere? Por muy penoso que sea, tal y como van las cosas, nos verá separadas de la Torre y, lo que es más importante, separadas de Elaida y del Ajah Rojo. Si amansamos aunque sólo sea a un varón, podríamos perder esa diferenciación y con ella nuestra oportunidad de tener algún poder sobre él antes de que lo tenga Elaida.

El silencio se adueñó de la sala cuando Carlinya terminó de hablar. Las Aes Sedai intercambiaron miradas preocupadas y las que dirigieron a Nynaeve hicieron parecer elogiosa la anterior de Nisao. Habían muerto hermanas para capturar a Logain y, aunque de nuevo estuviese convenientemente aislado con un escudo, ella las había puesto de nuevo en la situación de antes, teniendo que enfrentarse al mismo problema desde el principio, agravado por el rencor de Logain.

—Creo que deberías marcharte —le dijo suavemente Sheriam.

Nynaeve no tenía la más mínima intención de discutir. Hizo las reverencias tan deprisa y cuidadosamente como le fue posible y se esforzó para no salir corriendo de allí.

Fuera, Elayne se levantó del peldaño de piedra en el que estaba sentada.

—Lo siento, Nynaeve —dijo mientras se sacudía la falda—. Estaba tan nerviosa que le solté todo a Sheriam antes de darme cuenta de que Romanda y Delana estaban allí.

—No importa —respondió amargamente mientras echaba a andar calle abajo—. Se habría sabido antes o después. —Pero no era justo. «Hice algo que según ellas no podía hacerse ¡y aun así tengo que fregar ollas!»—. Elayne, no me importa lo que digas, pero tenemos que irnos. Carlinya estaba hablando de tener «poder» sobre Rand. Esta pandilla no será mucho mejor que Elaida. Thom y Juilin nos conseguirán caballos, y Birgitte puede irse al cuerno.

—Me temo que es demasiado tarde —comentó Elayne, desolada—. Ya se está corriendo la voz.

Larissa Lyndel y Zenare Ghodar cayeron sobre Nynaeve como halcones, una por cada lado. Larissa era una mujer huesuda cuya fealdad casi superaba la intemporalidad Aes Sedai, y Zenare era algo gruesa y tan altanera como dos reinas juntas, pero los rostros de ambas mujeres traslucían una gran ansiedad. Eran del Ajah Amarillo, aunque no estaban en la sala cuando Nynaeve había curado a Siuan y a Leane.

—Quiero verte repetirlo paso a paso, Nynaeve —dijo Larissa al tiempo que la agarraba de un brazo.

—Nynaeve —manifestó Zenare cogiéndola del otro brazo—, apuesto a que puedo encontrar un centenar de cosas que ni siquiera has pensado si repites el tejido tantas veces como sea necesario.

Salima Toranes, teariana y de piel casi tan oscura como un Marino, pareció materializarse de la nada.

—Vaya, así que otras se me han adelantado. Bien, pues que me aspen si voy a esperar el turno.

—Yo estaba antes, Salima —protestó firmemente Zenare, que apretó más los dedos en torno al brazo de Nynaeve.

—No, yo estaba antes —la contradijo Larissa, aumentando también la presión de los suyos.

Nynaeve lanzó una mirada de puro terror a Elayne, y recibió otra de conmiseración mientras la heredera se encogía de hombros. A esto era a lo que Elayne se refería al decir que era demasiado tarde: a partir de ahora no tendría ni un minuto libre para sí misma.

—¿… furiosa? —estaba diciendo Zenare—. Se me ocurren cincuenta formas distintas para enfurecerla lo bastante para que mastique rocas.

—Y a mí se me ocurre un centenar —replicó Larissa—. Estoy dispuesta a romper su bloqueo aunque sea lo último que haga.

Magla Daronos se abrió paso en el grupo a empellones, y tenía unos hombros muy apropiados para hacerlo. Por su aspecto parecía que practicase esgrima o que trabajara con el martillo de un herrero.

—¿Que lo romperás, Larissa? ¡Ja! Tengo varias ideas en mente para arrancárselo.


Nynaeve tenía unas ganas horribles de chillar.

Siuan apenas pudo contener el deseo de abrazar el saidar y retenerlo, pero temió que rompería a llorar otra vez. Eso no serviría de nada. Además, para las mujeres que se apiñaban a su alrededor en la sala de espera sería como la exhibición de una estúpida novicia. Todas aquellas expresiones de maravilla y complacencia, todas las palabras de bienvenida como si hubiese estado ausente durante años, tenían el efecto de un bálsamo en ella, en especial las de quienes habían sido amigas antes de que se convirtiese en Amyrlin, antes de que el tiempo y las obligaciones las separaran. Lelaine y Delana la rodeaban con un brazo como no lo habían hecho hacía muchos años. Moraine había sido la única con quien había mantenido una relación más íntima, la única aparte de Leane que había conseguido conservar después de ponerse la estola, y el deber había contribuido a mantenerlas unidas.

—Es estupendo tenerte de vuelta —rió Lelaine.

—Es fantástico —abundó Delana afectuosamente.

Siuan rió y tuvo que limpiar con el dorso de la mano las lágrimas que le humedecían las mejillas. Luz, ¿qué demonios le pasaba? ¡No había llorado con tanta facilidad desde que era una niña!

Tal vez era sólo alegría por recuperar el saidar, por todo el afecto que la rodeaba. La Luz sabía que había más que motivos suficientes para desestabilizar a cualquiera. No había osado soñar con que este día llegaría, y ahora que había llegado no guardaba ningún resentimiento contra estas mujeres por su frío distanciamiento anterior ni por su insistencia en que recordara cuál era su sitio. La línea entre Aes Sedai y no Aes Sedai era clara —ella misma había repetido esto antes de que la neutralizaran y no era menester decir que volvería a hacerlo—, y sabía cómo había que tratar a las mujeres neutralizadas por su propio bien y el de quienes todavía podían encauzar. Sabía cómo había que tratarlas… Qué extraño resultaba pensar que las cosas no volverían a ser así.

Por el rabillo del ojo vio a Gareth Bryne subiendo a paso rápido la escalera que había a un lado de la habitación.

—Disculpadme un momento —dijo Siuan y se apresuró a ir tras él.

En realidad ir deprisa significó tener que pararse cada dos pasos para recibir otra felicitación todo el trecho que la separaba de la escalera, así que no alcanzó al hombre hasta llegar al pasillo del segundo piso, por el que Gareth avanzaba a zancadas. Se adelantó y se plantó frente a él. El canoso cabello del hombre estaba revuelto por el viento y su cuadrado rostro y la desgastada chaqueta de gamuza tenían una capa de polvo. Su aspecto era tan sólido como el de una roca.

—Tengo que dejar esto, Siuan —dijo, alzando un puñado de papeles e intentando pasar por un lado, pero ella se desplazó y se puso delante otra vez.

—Me han curado. Puedo encauzar otra vez.

Él asintió con la cabeza; ¡nada más!

—He oído decir algo. Supongo que esto significa que encauzaréis para lavar mis camisas de ahora en adelante. Puede que incluso ahora queden limpias. He lamentado haber dejado marcharse a Min tan fácilmente.

Siuan lo miró fijamente. No era estúpido, de modo que ¿por qué fingía no entender?

—Vuelvo a ser Aes Sedai. ¿De verdad esperáis que una Aes Sedai haga vuestra colada?

Sólo para dejarlo bien claro, abrazó el saidar —aquella dulzura añorada era tan maravillosa que se estremeció—, lo envolvió en flujos de Aire y lo levantó. Mejor dicho, intentó levantarlo. Sin salir de su sorpresa, Siuan absorbió más, lo intentó con más ahínco, hasta que la dulzura le provocó punzadas dolorosas, como si le estuviesen clavando anzuelos. Los pies del hombre no se movieron del suelo lo más mínimo.

Era imposible. Cierto, el sencillo acto de levantar en vilo algo era uno de los más difíciles en el encauzamiento, pero ella había sido capaz de alzar casi tres veces su propio peso.

—¿Esto tiene por objeto impresionarme o asustarme? —preguntó calmosamente Bryne—. Sheriam y sus amigas lo prometieron, la Antecámara lo prometió y, lo más importante, vos disteis vuestra palabra, Siuan. No dejaría que os escapaseis de mí ni aunque volvieseis a ser la Amyrlin. Y, ahora, deshaced lo que habéis hecho o cuando me libre de ello os pondré sobre mis rodillas y os daré unos azotes por ser infantil. Casi nunca lo sois, así que no esperéis que os permita que empecéis a serlo ahora.

Casi aturdida, Siuan soltó la Fuente. Su estado no era por la amenaza del hombre —era muy capaz de cumplirla; ya lo había hecho antes— y tampoco por la impresión de verse incapaz de levantarlo. Las lágrimas se le agolpaban en los ojos como una fuente y confió en que soltando el saidar se contendrían. Aun así unas pocas resbalaron por sus mejillas a pesar de sus parpadeos.

Gareth le había cogido la cara entre las manos antes de que ella advirtiera siquiera que se había movido.

—Luz, mujer, no me digáis que os he asustado. Creía que ni siquiera os asustaría que os arrojaran a un foso de leopardos.

—No estoy asustada —repuso, envarada. Bien, todavía podía mentir. Más lágrimas agolpándose en los párpados.

—Tenemos que resolver esto, encontrar la forma de no estar como el perro y el gato todo el tiempo —musitó él.

—No hay razón para que resolvamos nada. —Venían. Venían. Otra vez las lágrimas. Oh, Luz, no podía permitirle que las viera—. Dejadme sola, por favor. Por favor, idos.

Cosa sorprendente, Gareth Bryne dudó sólo un instante antes de hacer lo que le pedía.

Escuchando tras ella el sonido de sus botas, Siuan se las arregló para girar en el recodo donde el pasillo se cruzaba con otro antes de que el llanto la desbordara y cayera de rodillas sollozando lastimeramente. Ahora sabía por qué. Alric, su Guardián. Su Guardián muerto, asesinado cuando Elaida la había depuesto. Podía mentir —el efecto de los Tres Juramentos todavía no se había manifestado en ella— pero una parte de su vínculo con Alric, un vínculo de cuerpo a cuerpo, de mente a mente, había resurgido. El dolor de su muerte, ese dolor que al principio quedó encubierto por la conmoción de lo que Elaida se proponía hacer y después enterrado por la neutralización, ese dolor la llenó ahora hasta rebosar. Acurrucada contra la pared, gimiendo y llorando a mares, se alegró de que Gareth Bryne no la viera así. «¡No tengo tiempo para enamorarme, así se abrase!»

La idea fue como un balde de agua fría en la cara. El dolor persistió, pero el llanto cesó y Siuan se incorporó tambaleándose. ¿Enamorarse? Eso era tan imposible como… como… No se le ocurría nada lo bastante imposible. ¡Ese hombre sí era imposible!

De pronto se dio cuenta de que Leane estaba de pie a dos pasos de distancia, observándola. Siuan hizo ademán de limpiarse las lágrimas de la cara, pero después renunció. En el semblante de Leane sólo había comprensión.

—¿Cómo te enfrentaste a… la muerte de Anjen, Leane? —De eso hacía ahora quince años.

—Lloré —contestó la otra mujer—. Durante un mes contuve el llanto durante el día y pasé las noches hecha un ovillo, tiritando y en un mar de lágrimas. Eso después de rasgar las sábanas. Durante otros tres, de repente se me humedecían los ojos sin previo aviso. Pasó más de un año antes de que dejara de dolerme. Ése es el motivo por el que no vinculé a otro. Me sentía incapaz de soportar lo mismo otra vez. Se pasa, Siuan. —Se sacó de algún sitio una sonrisa pícara—. Ahora creo que podría con dos o tres Guardianes, si no con cuatro.

Siuan asintió. Podía llorar por la noche. En cuanto al maldito Gareth Bryne… No había nada de «en cuanto». ¡No lo había!

—¿Crees que están a punto? —Sólo habían dispuesto de unos instantes abajo para hablar. Este anzuelo había que echarlo rápidamente o no echarlo.

—Tal vez. No tuve mucho tiempo. Y he de ser prudente. —Leane hizo una pausa—. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto, Siuan? Está cambiando todo para lo que hemos trabajado, sin el menor aviso, y… No soy tan fuerte como era, Siuan, y tampoco tú. La mayoría de las mujeres aquí pueden encauzar más que cualquiera de nosotras dos ahora. Luz, creo que hasta algunas Aceptadas pueden hacerlo, sin contar a Elayne y Nynaeve.

—Lo sé. —Había que correr el riesgo. El otro plan había sido sólo provisional porque ya no era Aes Sedai. Pero ahora volvía a serlo, y la habían depuesto respetando el mínimo de la ley de la Torre. Si volvía a ser Aes Sedai, ¿no sería de nuevo la Amyrlin?

Cuadró los hombros y bajó dispuesta a sostener un combate con la Antecámara.


Tumbada en la cama, con la camisola, Elayne reprimió un bostezo y siguió untándose las manos con la crema que le había facilitado Leane. Parecía surtir efecto; al menos estaban más suaves. Un soplo de brisa nocturna se coló por la ventana haciendo que la llama de la vela temblara. El aire sólo consiguió que se notara más calor en la habitación.

Nynaeve entró dando traspiés, cerró la puerta con un golpe, se tiró sobre la cama y se quedó mirando a Elayne.

—Magla es la mujer más despreciable, odiosa y rastrera del mundo —murmuró—. No, Larissa le gana. No, la peor es Romanda.

—Deduzco que te enfurecieron lo bastante para que encauzaras. —Por toda respuesta Nynaeve gruñó con una expresión tan furibunda que Elayne se apresuró a continuar—. ¿A cuántas tuviste que hacer una demostración? Te esperaba hace mucho rato. Te busqué a la hora de cenar, pero no di contigo.

—Cené un panecillo —rezongó—. ¡Un panecillo! Hice la demostración para todas, hasta la última Amarilla que hay en Salidar, sólo que no están satisfechas. Quieren disponer de mí de una en una. Han organizado un turno rotativo. Larissa me tendrá mañana por la mañana… ¡antes del desayuno! Y justo a continuación, Zenare. Después… ¡Discutieron cómo ponerme furiosa como si no estuviese yo delante! —Alzó la cabeza de la colcha; su expresión era la de un animal acosado—. Elayne, están compitiendo para ver quién de ellas rompe mi bloqueo. ¡Están como niños intentando coger el cochinillo engrasado en un día festivo, y el cerdito soy yo!

Elayne bostezó y le tendió el tarro de crema; Nynaeve se puso boca arriba y empezó a untarse las manos. También había cumplido con su turno fregando ollas.

—Lamento no haber hecho hace días lo que querías, Nynaeve. Podríamos haber tejido disfraces como el de Moghedien y pasar delante de todo el mundo sin que se dieran cuenta. —La antigua Zahorí dejó de frotarse las manos—. ¿Qué te pasa, Nynaeve?

—No se me ocurrió eso. ¡No se me pasó por la cabeza!

—¿No? Estaba segura de que sí lo habías pensado. Fuiste tú la que aprendió a hacerlo antes, después de todo.

—Intenté no pensar siquiera en lo que no podíamos decirles a las hermanas. —La voz de Nynaeve era fría como el hielo e igualmente dura—. Y ahora es demasiado tarde. Estoy tan cansada que no podría encauzar ni aunque me prendieran fuego al pelo, y si esas mujeres se hubiesen salido con la suya, estaría demasiado cansada para siempre. La única razón por la que me han dejado marcharme esta noche es porque no pude tocar el saidar ni cuando Nisao… —Se estremeció y entonces sus manos empezaron a moverse otra vez, extendiendo la crema.

Elayne soltó un quedo suspiro. Casi había metido la pata. También ella estaba cansada. Admitir la propia equivocación siempre conseguía que la otra persona se sintiese mejor, pero no había tenido intención de mencionar el uso del saidar para disfrazarse. Había temido desde el principio que Nynaeve hiciera esa sugerencia. Aquí, al menos, podían estar pendientes de lo que las Aes Sedai de Salidar se proponían, y tal vez avisar a Rand a través de Egwene una vez que ésta regresara al Tel’aran’rhiod. En el peor de los casos, podrían ejercer alguna influencia a través de Siuan y Leane.

Como si sus pensamientos hubiesen sido un llamamiento, la puerta se abrió para dejar pasar justo a esas dos mujeres. Leane llevaba una bandeja de madera con pan y un cuenco de sopa, una taza de cerámica roja y una jarra vidriada en blanco. Había incluso un ramito de hojas verdes en un pequeño jarrón azul.

—Siuan y yo pensamos que podías tener hambre, Nynaeve. Me he enterado de que las Amarillas te han exprimido.

Elayne no sabía si levantarse o no de la cama. Eran Siuan y Leane, pero volvían a ser Aes Sedai. Al menos, ella lo veía así. Las dos mujeres solucionaron su dilema al sentarse, Siuan a los pies de la cama de Elayne y Leane en la de Nynaeve. Ésta miró a ambas con desconfianza antes de sentarse con la espalda recostada en la pared y apoyando la bandeja sobre sus rodillas.

—He oído comentar que te has dirigido a la Antecámara, Siuan —dijo Elayne, con cuidado—. ¿Deberíamos haber hecho una reverencia?

—¿Te refieres a si somos Aes Sedai otra vez, muchacha? Lo somos. Discutieron como pescaderas el Día Solar, pero al menos accedieron a eso.

Siuan intercambió una mirada con Leane, y un leve rubor tiñó los pómulos de la antigua Amyrlin. Elayne sospechó que nunca se enteraría de qué era a lo que no habían accedido.

—Myrelle fue tan amable como para buscarme y contármelo —dijo Leane para romper el tenso silencio—. Creo que voy a elegir el Ajah Verde.

Nynaeve se atragantó con la cuchara metida en la boca.

—¿A qué te refieres? ¿Es que se puede cambiar de Ajah?

—No, no se puede —respondió Siuan—. Pero lo que la Antecámara decidió es que, aunque somos Aes Sedai, dejamos de serlo durante un tiempo. Y, puesto que insisten en creer que esa pantomima fue legal, todos nuestros vínculos, compromisos, asociaciones y títulos se fueron por la borda. —Su voz estaba cargada de amarga ironía—. Mañana preguntaré a las Azules si me aceptan otra vez. No sé de ningún Ajah que haya rechazado nunca a nadie. Para cuando se asciende de Aceptada, una ya ha sido dirigida hacia el Ajah adecuado lo sepa o no. Empero, tal y conforme marchan las cosas no me sorprendería si me dan con la puerta en las narices.

—¿Y cómo marchan las cosas? —preguntó Elayne, consciente de que ahí había algo. Siuan la acosaba a una, la hostigaba, le retorcía el brazo, pero no le traía sopa y se sentaba en la cama a charlar como una amiga—. Creía que todo iba tan bien como cabía esperarse.

Nynaeve se las arregló para lanzarle una mirada que era a la vez incrédula y feroz. Bueno, Nynaeve tenía que saber a qué se refería. Siuan volvió la cabeza para dirigir la vista hacia ella, pero también abarcaba a la antigua Zahorí.

—Fui a la casa de Logain. Seis hermanas mantienen el escudo, igual que cuando se lo capturó. Al parecer intentó liberarse cuando descubrió que sabíamos que estaba curado. Las Aes Sedai dijeron que si hubiesen sido sólo cinco las que reforzaban el escudo a lo mejor lo habría conseguido. De modo que es tan fuerte como antes o casi tanto como para que no se note la diferencia. No ocurre igual conmigo. Ni con Leane. Quiero que lo intentes otra vez Nynaeve.

—¡Lo sabía! —La antigua Zahorí tiró la cuchara contra la bandeja—. ¡Sabía que tenías alguna razón para hacer esto! Bien, pues estoy demasiado cansada para encauzar y daría lo mismo aunque no lo estuviera. No se puede curar lo que ya ha sido curado. ¡Salid las dos de aquí y llevaos vuestra asquerosa sopa!

Quedaba menos de la mitad de la «asquerosa sopa» y el cuenco tenía un tamaño considerable.

—¡Sabía que no funcionaría! —espetó Siuan—. ¡Esta mañana sabía que la neutralización no se podía curar!

—Un momento, Siuan —intervino Leane—. Nynaeve, ¿te das cuenta de lo que estamos arriesgando al venir aquí las dos juntas? Ésta no es una habitación en un callejón con vuestra amiga arquera montando guardia; la casa está llena de mujeres, con ojos para ver y lenguas para hablar. Si se descubre que Siuan y yo hemos estado interpretando una comedia ante todo el mundo, aunque el asunto no se destape hasta dentro de diez años… En fin, baste decir que a las Aes Sedai se las puede castigar y es muy posible que sigamos en una granja cultivando coles después de que el cabello se nos haya puesto blanco. Vinimos por lo que hiciste por nosotras, para empezar desde el principio.

—¿Y por qué no acudís a una de las Amarillas? —preguntó Elayne—. La mayoría de ellas tienen que saber tanto como Nynaeve a estas alturas.

Siuan y Leane intercambiaron una mirada y, por último, Siuan admitió a regañadientes:

—Si recurrimos a una hermana todo el mundo lo sabrá antes o después. Si lo hace Nynaeve, tal vez cualquiera que se las ingenie para aquilatarnos hoy pensará que estaba equivocada. Se supone que todas las hermanas son iguales, e incluso ha habido algunas Amyrlin que apenas eran capaces de encauzar lo suficiente para aspirar al chal; pero, aun dejando aparte las Amyrlin y las cabezas de los Ajahs, por costumbre, si otra es más fuerte en el Poder que una se espera que una ceda ante ella.

—No lo entiendo —adujo Elayne. Estaba recibiendo una buena lección de todo esto; lo de la jerarquía tenía sentido, pero suponía que era una de esas cosas que no se aprendían hasta que se ascendía a Aes Sedai. De un modo u otro, había pillado suficientes indicios para imaginar que, en muchos sentidos, la educación comenzaba cuando una se ponía el chal—. Si Nynaeve puede curaros otra vez, entonces estáis más fuertes.

Leane sacudió la cabeza.

—Hasta ahora ninguna mujer había sido curada de la neutralización. Tal vez las otras lo vean como… como ser espontáneas, digamos. Eso nos coloca un poco más abajo de la fuerza de nuestro potencial. Quizás el haber estado más débil tenga algo que ver. Si Nynaeve no pudo curarnos del todo la primera vez, quizá sólo consiga devolvernos dos tercios de la fuerza que teníamos o incluso la mitad. Pero aun eso sería mejor que lo que tenemos ahora, aunque la mayoría de las mujeres de aquí serían igual de fuertes que nosotras y otras muchas lo serían más.

Elayne la miraba fijamente, más confusa que antes. Nynaeve parecía como si la hubiese golpeado entre los ojos.

—Todo cuenta —explicó Siuan—. Quién aprende más deprisa, quién ha pasado menos tiempo siendo novicia y Aceptada. Hay todo tipo de matices. No se puede asegurar con exactitud cuán fuerte es una mujer. Puede que dos mujeres parezcan ser igualmente fuertes; tal vez lo sean o tal vez no, pero el único modo de establecerlo con seguridad sería con un duelo y, gracias le sean dadas a la Luz por ello, estamos por encima de eso. A menos que Nynaeve nos devuelva toda nuestra fuerza original, corremos el riesgo de quedarnos relegadas a un puesto muy, muy bajo.

—La jerarquía —volvió a tomar la palabra Leane— se supone que no rige nada salvo la marcha de las cosas cotidianas, pero lo hace. El consejo de alguien que ocupa un puesto más alto tiene más peso que el de alguien que está por debajo. Eso no importó mientras estábamos neutralizadas. No teníamos ningún tipo de posición y ellas sopesaban lo que decíamos solamente por sus pros y sus contras. Ahora ya no será así.

—Comprendo —dijo débilmente Elayne. ¡No era de extrañar que la gente pensara que las Aes Sedai habían inventado el Juego de las Casas! Hacían que el Da’es Daemar pareciese sencillo.

—Es agradable saber que el curaros haya ocasionado a otras más problemas que a mí —rezongó Nynaeve. Con la vista prendida en el fondo del cuenco, suspiró y luego lo rebañó con el último trozo de pan.

—Verás —manifestó Siuan que, a pesar de que su rostro se había ensombrecido, se las arregló para mantener la voz ecuánime—, que nos hemos puesto al descubierto. Y no sólo para convencerte de que intentes curarnos otra vez. Me devolviste… la vida. Así de sencillo. Me había persuadido a mí misma de que no estaba muerta, pero eso es exactamente lo que parece comparado con esto. Así pues, empecemos desde cero, como ha dicho Leane. Seamos amigas, si me aceptáis como tal. Si no, seamos entonces compañeras de tripulación en un mismo barco.

—Amigas —dijo Elayne—. Amigas me suena mucho mejor.

Leane le sonrió, pero Siuan y ella seguían pendientes de Nynaeve, quien a su vez miraba alternativamente a la una y a la otra.

—Elayne ha planteado una pregunta a la que habéis respondido —dijo finalmente—, así que también a mí me asiste el mismo derecho. ¿Qué noticias comunicaron las Sabias a Sheriam y a las otras anoche? Y no digas que no lo sabes, Siuan. Por lo que a mí concierne, sabes incluso lo que piensan una hora después de que lo hayan pensado.

Siuan alzó la barbilla con aire testarudo; aquellos ojos, azul profundo, adoptaron un aire de intimidación. De repente soltó un chillido y se inclinó para frotarse un tobillo.

—Díselo —instó Leane mientras retiraba el pie con el que le había atizado una patada—, o lo haré yo. Todo, Siuan.

Ésta le asestó una mirada furibunda mientras se congestionaba hasta el punto de que Elayne pensó que iba a reventar, pero entonces los ojos de la antigua Amyrlin se volvieron hacia Nynaeve y pareció desinflarse. Cuando habló fue como si le sacaran las palabras a la fuerza, pero lo hizo:

—La delegación de Elaida llegó a Cairhien. Rand las recibió pero al parecer intenta jugar con ellas. Al menos, confiemos en que es eso lo que está haciendo. Sheriam y las otras se dan muchos aires porque, por una vez, no han hecho el ridículo ante las Sabias. Y Egwene estará en la próxima reunión.

Por alguna razón, esto último pareció ser lo que más trabajo le costó contar. Nynaeve sintió una gran alegría y se sentó más derecha.

—¿Egwene? ¡Oh, eso es maravilloso! Así que, por una vez, no hicieron el tonto. Casi estaba sorprendida de que no hubiesen venido aquí para llevarnos a rastra a darles otra lección. —Entrecerró los ojos para observar a Siuan, pero incluso ese gesto parecía alegre—. ¿En el mismo barco, has dicho? ¿Y quién es el capitán?

—Yo, condenada mocosa de… —El carraspeo de Leane la hizo callar e inhalar profundamente—. De acuerdo, la tripulación del barco será compartida, a partes iguales. Pero alguna tendrá que llevar el timón —agregó cuando empezaba a asomar una sonrisa en el rostro de Nynaeve—, y ésa seré yo.

—De acuerdo —accedió Nynaeve al cabo de un momento. Hubo otro titubeo mientras jugueteaba con la cuchara y a continuación, en un tono tan coloquial que Elayne habría alzado las manos, prosiguió—: ¿Hay alguna posibilidad de que podáis ayudarme… ayudarnos a salir de las cocinas?

Sus rostros eran tan jóvenes como el de Nynaeve, pero habían sido Aes Sedai durante mucho tiempo y sus ojos recordaban esa intensa mirada Aes Sedai. Nynaeve la sostuvo con mayor firmeza de lo que Elayne creyó que ella habría sido capaz, salvo por un leve rebullir, aunque al final no se sorprendió cuando su amiga musitó:

—No, supongo que no.

—Tenemos que marcharnos —anunció Siuan, levantándose—. En todo caso, Leane ha restado importancia a las consecuencias de ser descubiertas. Seríamos las primeras Aes Sedai desolladas en público, y yo ya tengo suficiente con haber sido la primera en algo.

Para sorpresa de Elayne, Leane se inclinó para abrazarla.

—Amigas —susurró.

La heredera del trono le devolvió el abrazo y la palabra con afecto.

Leane también abrazó a Nynaeve, murmurando algo que Elayne no alcanzó a oír, y después Siuan hizo lo propio y pronunció un «gracias» que sonó brusco y renuente.

Al menos, es lo que le pareció a ella. No obstante, cuando las dos mujeres se hubieron ido Nynaeve comentó:

—¿Sabes, Elayne? Siuan estaba a punto de llorar. Quizá todo lo que dijo era en serio. Supongo que podría tratar de mostrarme más amable con ella. —Soltó un suspiro que se convirtió en un bostezo, de manera que al llevarse los dedos a la boca sus palabras sonaron amortiguadas—. Sobre todo teniendo en cuenta que vuelve a ser Aes Sedai.

Sin más, se quedó dormida, con la bandeja todavía sobre las rodillas.

Reprimiendo a su vez un bostezo tras la mano, Elayne se levantó y ordenó todo, metiendo la bandeja debajo de la cama de Nynaeve. Le costó un rato desvestir a su amiga y meterla en la cama más cómodamente, pero ni siquiera eso la despertó. En cuanto a ella, una vez que hubo apagado la vela y abrazó la almohada ya tendida en la cama, permaneció despierta mirando en la oscuridad y pensando. ¿Rand tratando de jugar con las Aes Sedai enviadas por Elaida? Se lo comerían vivo. Casi deseó haberse dejado convencer para aceptar la sugerencia de Nynaeve cuando había oportunidad de tener éxito. Ella podría guiarlo para esquivar cualquier trampa que le pusieran, estaba segura —Thom había ampliado mucho las enseñanzas impartidas por su madre— y Rand seguiría sus consejos. Además, de ese modo podría vincularlo a ella. Después de todo, no había esperado a llevar el chal para vincular a Birgitte, así que ¿por qué esperar con Rand?

Se movió en la cama y se acurrucó más contra la almohada. Rand tendría que esperar; estaba en Caemlyn, no en Salidar. Un momento, Siuan había dicho que estaba en Cairhien. ¿Cómo…? Se sentía demasiado cansada, y la idea se borró poco a poco de su mente. Siuan. Siuan todavía ocultaba algo, estaba convencida.

Se quedó dormida y tuvo un sueño de una barca con Leane sentada a la proa, coqueteando con un hombre cuyo rostro era distinto cada vez que Elayne miraba hacia ellos. En la popa, Siuan y Nynaeve forcejeaban, cada una de ellas intentando navegar en direcciones opuestas… hasta que Elayne se levantó y se puso al mando. Una capitana que ocultaba secretos podía ser razón suficiente para un motín si era preciso.

A la mañana siguiente Siuan y Leane regresaron antes incluso de que Nynaeve hubiese abierto los ojos, lo que bastó para irritarla lo necesario para encauzar. No sirvió de nada, sin embargo. Lo que ya se había curado no podía volver a curarse.


—Haré lo que esté en mi mano, Siuan —dijo Delana mientras se inclinaba hacia adelante para dar unas palmaditas en el brazo de la otra mujer. Se encontraban solas en la sala de estar, y las tazas de té puestas sobre una pequeña mesa que había entre las dos permanecían intactas.

Siuan suspiró con aire abatido, aunque Delana no sabía qué otra cosa podía esperar después de su arrebato con la Antecámara. La luz de primeras horas de la mañana se colaba por las ventanas, y la Aes Sedai pensó que aún no había desayunado, pero la mujer que tenía delante era Siuan. La situación resultaba desconcertante, y a Delana no le gustaba sentirse desconcertada. Se había disciplinado a sí misma para no ver a su vieja amiga en la cara de esta mujer —cosa por otro lado nada difícil ya que no se parecía en nada a la Siuan Sanche que recordaba, a ninguna edad— pero verla de nuevo, a una Siuan joven y bonita, sólo fue la primera conmoción. La segunda fue que Siuan apareciese en su puerta cuando el sol aún no había salido para pedirle ayuda, algo que Siuan jamás había hecho. Y entonces llegó la impresión mayor de todas, la que se repetía cada vez que se encontraba cara a cara con Siuan desde que la joven al’Meara había realizado el milagro imposible. Era más fuerte que Siuan, mucho más, cuando siempre había sido al contrario; Siuan había tomado el mando cuando eran novicias, antes incluso de llegar a Aceptadas. Con todo, seguía siendo Siuan, y además estaba preocupada, algo también nuevo. Siuan podría estar disgustada o intranquila, pero nunca dejó que nadie se diera cuenta. A Delana la afligía no poder hacer más por la mujer con quien había robado dulces de miel y que en más de una ocasión había cargado con las culpas de travesuras en las que habían estado involucradas las dos.

—Siuan, al menos haré esto: Romanda estaría más que satisfecha de dejar esos ter’angreal del sueño al cuidado de la Antecámara. No cuenta con suficiente número de Asentadas que la apoyen para salirse con la suya, pero si Sheriam cree que sí, si piensa que has utilizado tu influencia con Lelaine y conmigo para impedirlo, entonces no estará en condiciones de rechazarte. Sé que Lelaine accederá a hacerlo. Sin embargo no entiendo por qué quieres reunirte con esas Aiel. Romanda sonríe y se relame como una gata ante un plato de crema cada vez que Sheriam está de un humor de perros después de una de esas reuniones. Con tu temperamento, probablemente sufras un ataque.

Qué gran cambio. En otros tiempos ni siquiera se le habría pasado por la cabeza mencionar el genio vivo de Siuan; ahora se había referido a él sin pensarlo. La expresión abatida de la otra mujer dio paso a una sonrisa.

—Esperaba que hicieses algo así. Hablaré con Lelaine. Y con Janya; creo que ella también colaborará. Pero tendrás que asegurarte de que Romanda no se salga con la suya. Por lo poco que sé, Sheriam ha conseguido encontrar el modo de llegar a un ten con ten con esas Aiel. Me temo que Romanda tendría que empezar desde el principio. Claro que tal cosa quizá no sea importante para la Antecámara, pero no me gustaría nada verlas por primera vez cuando todo el mundo tiene un anzuelo en las agallas.

Delana contuvo la sonrisa mientras acompañaba a Siuan a la puerta principal y le daba un abrazo. Oh, sí, para la Antecámara sería muy importante que las Sabias continuaran en plan pacífico, aunque eso no podía saberlo Siuan. La estuvo mirando caminar calle abajo a buen paso antes de volver al interior de la casa. Por lo visto le había llegado el turno a ella de ser la protectora; confiaba en realizar tan buen trabajo como su amiga había hecho antaño.

El té aún estaba templado, así que decidió mandar a Miesa, la sirvienta que la atendía, por algunos dulces y fruta; empero, cuando sonó una tímida llamada en la puerta de la sala no era Miesa, sino Lucilde, una de las novicias que habían traído de la Torre.

La larguirucha muchacha hizo una nerviosa reverencia, pero lo cierto es que Lucilde siempre estaba nerviosa.

—¿Delana Sedai? ¿Una mujer llegó esta mañana y Anaiya Sedai dijo que la condujera ante vos? ¿Se llama Halima Saranov y dice que os conoce? —anunció con su habitual costumbre de dar un timbre de interrogación a sus palabras.

Delana abrió la boca para manifestar que no conocía a ninguna Halima Saranov cuando una mujer apareció en el umbral. La Aes Sedai se quedó mirándola de hito en hito a despecho de sí misma. De algún modo la mujer se las arreglaba para parecer esbelta y exuberante al mismo tiempo. Vestía un traje de montar de color gris oscuro, cortado ridículamente bajo; una negra y lustrosa melena le enmarcaba el rostro, donde relucían unos ojos verdes que sin duda hacían quedarse boquiabierto a cualquier hombre que la mirase. Delana, ni que decir tiene, no la miraba pasmada por ese motivo. Las manos de la mujer colgaban a los costados, pero tenía los pulgares metidos entre los dedos índice y corazón. Delana jamás había esperado ver esa seña en ninguna mujer que no llevaba el chal, y la tal Halima Saranov ni siquiera era capaz de encauzar. Estaba lo bastante cerca para que no le cupiese duda a ese respecto.

—Sí —dijo la Aes Sedai—, me parece recordarla. Déjanos, Lucilde. Y, pequeña, trata de recordar que todas las frases no son preguntas.

Lucilde hizo una reverencia tan rápida y pronunciada que a punto estuvo de caerse. En otras circunstancias, Delana habría suspirado; nunca se le habían dado bien las novicias, aunque no entendía el motivo.

Lucilde apenas había salido de la habitación cuando Halima se desplazó hasta la silla que Siuan había utilizado y tomó asiento sin que la invitase a hacerlo. Cogió una de las tazas de té intactas, se cruzó de piernas y dio un sorbo, observando a Delana por encima del borde de la taza. La Aes Sedai le asestó una dura mirada.

—¿Quién creéis que sois, mujer? Por muy alta que penséis que estáis, nadie se halla por encima de una Aes Sedai. ¿Y dónde aprendisteis esa seña?

Quizá por primera vez en su vida esa mirada no le sirvió de nada. Halima le sonrió con sorna.

—¿De verdad crees que los secretos del… digamos Ajah más oscuro son realmente tan secretos? En cuanto a tu alta posición, sabes muy bien que obedecerás sin rechistar a cualquier pordiosero que haga las señas adecuadas. Mi historia consiste en que durante un tiempo fui compañera de viaje de Cabriana Mecandes, una hermana Azul. Por desgracia Cabriana murió de una mala caída de su caballo, y su Guardián simplemente se negó a levantarse o a comer a raíz de aquello. También murió. —Halima sonrió como preguntando si hasta el momento Delana la estaba entendiendo.

»Cabriana y yo charlamos mucho antes de que muriese y me habló de Salidar. También me puso al corriente de ciertas cosas de las que se había enterado respecto a los planes de la Torre Blanca para ti aquí. Y para el Dragón Renacido. —Otra sonrisa, un fugaz destello de blancos dientes antes de volver a beber té mientras la observaba.

Delana no había sido nunca una mujer que se diera por vencida fácilmente. Había obligado a reyes a declarar la paz cuando lo que querían era la guerra; había coaccionado a reinas a firmar tratados que había que firmar. Sí que habría obedecido a ese hipotético pordiosero si hiciese las señas adecuadas y dijese las frases establecidas, cierto, pero la posición de las manos de Halima la identificaban como miembro del Ajah Negro, lo que no era obviamente. Quizá pensaba que era el único modo de que ella admitiera reconocerla y puede que también quisiera demostrar su conocimiento de cosas secretas. A Delana no le gustaba esta tal Halima.

—E imagino que se supone que yo he de asegurarme de que la Antecámara acepte tu información —dijo ásperamente—. No habrá ningún problema siempre y cuando sepas lo bastante de Cabriana para respaldar tu historia. En eso no puedo ayudarte, porque sólo tuve contacto con ella un par de veces. Supongo que no habrá ninguna posibilidad de que aparezca y eche a rodar tu historia, ¿no?

—Ninguna en absoluto. —De nuevo aquella rápida y burlona sonrisa—. Y soy capaz de recitar la vida de Cabriana de punta a cabo. Sé cosas que ella misma había olvidado.

Delana se limitó a asentir. Siempre era de lamentar tener que matar a una hermana, pero lo que era necesario hacerse se hacía.

—Entonces no hay problema. La Antecámara te recibirá como a una invitada y yo me aseguraré de que te escuchen.

—Una invitada no es exactamente lo que tenía en mente, sino algo mucho más permanente, creo. Tu secretaria o, mejor aún, tu compañera. He de asegurarme que tu Antecámara esté convenientemente aconsejada y orientada. Aparte de la historia de la noticia sobre Cabriana, tendré más instrucciones para ti de vez en cuando.

—¡Ahora escúchame tú! ¡Yo no…!

—Se me dijo que te mencionara un nombre —la interrumpió Halima sin levantar la voz—. Un nombre que utilizo en ocasiones. Aran’gar.

Delana, que se había incorporado impulsada por la ira, se sentó pesadamente en la silla. Ese nombre le había sido revelado en sueños. Por primera vez en muchos años, Delana Mosalaine estaba asustada.

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