LOS PASES MAGICOS

La primera vez que don Juan me habló extensamente sobre los pases mágicos fue cuando hizo un comentario despectivo acerca de mi peso.


– Estás demasiado rechoncho -me dijo, mirándome de pies a cabeza, sacudiendo la suya en señal de desaprobación-. Estás a un paso de ser gordo. Ya empiezas a mostrar señales de desgaste. Como cualquier otro miembro de tu raza, ya estás desarrollando una bola de grasa en el cuello, como un toro. Llegó la hora de que tomes en serio uno de los mayores descubrimientos de los chamanes: los pases mágicos.

Debido a que antes él había mencionado los pases mágicos de forma muy superficial, en ese momento ni siquiera me acordé qué era lo que había dicho al respecto.

– ¿De qué pases mágicos está usted hablando, don Juan? -pregunté, realmente molesto.- ¿Cómo puedo tomarlos en serio si nunca he escuchado nada sobre ellos?

– Ahora te estás haciendo el tonto, ¿no es cierto? -dijo con una sonrisa maliciosa-. No sólo te he hablado mucho sobre los pases, sino que ya conoces un gran número de ellos. Te los he estado enseñando durante todo este tiempo.

Don Juan tenía razón, me estaba comportando detestablemente con él. Me había sorprendido con un tema que no esperaba; pero no era cierto que me hubiera enseñando pases mágicos durante todo ese tiempo. Protesté vehementemente como si mi vida y mi muerte dependieran de sus aseveraciones.

– No defiendas tu maravilloso yo con tanta pasión -bromeó-. No fue mi intención ofenderte -hizo un gesto ridículo con sus cejas en señal de disculpa-. Lo que quiero decir es que tú imitas todo lo que hago, así que he aprovechado tu capacidad de imitación. Te he enseñado diferentes pases mágicos durante todo este tiempo y, tú, siempre has creído que lo que estoy haciendo es deleitarme haciendo crujir mis coyunturas. Me gusta la forma en que interpretas los pases mágicos: ¡hacer crujir mis coyunturas! Vamos a continuar refiriéndonos a ellos de esta manera.

– Te he enseñado diez formas diferentes de hacer crujir mis coyunturas. Cada una de estas formas es un pase mágico idóneo para mi cuerpo y para el tuyo.

Los pases mágicos a los que don Juan se refería, como él mismo lo había dicho, eran las formas en las que pensé él hacía crujir sus coyunturas. Solía mover sus brazos, piernas, torso y cadera de formas específicas, y yo creía que lo hacía para estirar al máximo sus músculos, huesos y ligamentos. Desde mi punto de vista, el resultado de estos movimientos de estiramiento era una sucesión de sonidos crujientes, los cuales siempre pensé que producía para asombrarme y divertirme; y sí, era cierto que me había pedido una y otra vez que lo imitara.

De forma desafiante, me había retado a memorizar los movimientos y a repetirlos en mi casa hasta que pudiera hacer que mis coyunturas crujieran como las de él. Nunca logré reproducir estos sonidos pero, inadvertidamente, había aprendido en definitiva, todos los movimientos.

– ¿Por qué se llaman pases mágicos? -pregunté.

– No sólo se llaman pases mágicos -dijo-, ¡son mágicos! Producen un efecto que no puede explicarse de forma ordinaria. Estos movimientos no son ejercicios físicos o meras posturas del cuerpo; son verdaderas tentativas para alcanzar un estado óptimo de ser. El intento de miles de chamanes se extiende a través de estos movimientos. Su ejecución, aun de manera casual, hace que la mente se detenga.

– ¿A qué se refiere cuando dice que hacen que la mente se detenga?

– Nosotros reconocemos e identificamos todo lo que hacemos en el mundo -dijo-, convirtiéndolo en líneas de similitud.

Don Juan parecía estar batallando para encontrar una manera de definir lo que estaba diciendo. Hizo una larga pausa como si estuviera buscando la palabra apropiada o el arreglo apropiado de pensamientos. Permanecí callado. Sabía tan poco sobre el tema que ni siquiera me atrevía a pensar en él. Todo lo que tenía era una gran curiosidad por saber lo que esos misteriosos pases mágicos eran.

Don Juan se puso de pie. Parecía haberse saturado. Estábamos sentados en el comedor de su casa tomando un té de hierbas que él había preparado con las hojas de un arbusto aromático que crecía en su patio. Se disculpó y dijo que era la hora de su siesta. Don Juan se echaba siestas cortas durante todo el día y toda la noche. Su patrón de dormir era hacerla por un máximo de dos horas a la vez. Cuando estaba extremadamente cansado dormía seis horas, en lapsos de dos, con un corto periodo de vigilia entre estos lapsos.

No volvimos a hablar sobre el tema de los pases mágicos por un largo tiempo. Un día continuó con su explicación y, para mí, fue algo repentino, pero no para él ya que parecía estar consciente de nuestra interrupción, de la cual me había olvidado por completo.

– Como ya te expliqué, existen líneas de similitud para los seres humanos -dijo-, líneas de cosas que son similares o que están ligadas por algún propósito. Por ejemplo, si te digo la palabra 'tenedor,' tú pensarás de inmediato en una cuchara, un cuchillo, un mantel, una servilleta, un plato, una taza, un vaso de vino, sopa de albóndigas, banquete, cumpleaños, fiesta. Ciertamente podrías continuar casi para siempre nombrando cosas que están ligadas por un propósito. Todo lo que hacemos está atado de esta forma. Lo que a los chamanes les parece extraño, es que ellos ven que todas estas líneas de afinidad, todas estas líneas de cosas ligadas por un propósito, están asociadas con la idea que el hombre tiene de que las cosas no cambian y que son para siempre, como si fueran la palabra de Dios.

– No entiendo por qué habla sobre la palabra de Dios, en esta explicación, don Juan. ¿Qué tiene que ver la palabra de Dios con lo que usted está tratando de explicar?

– ¡Todo! Parece ser que en nuestra mente el universo entero es como la palabra de Dios: absoluto e inmutable. Esta es la forma en que nos conducimos. En las profundidades de nuestra mente existe un dispositivo de control que no nos permite detenernos a examinar que la palabra de Dios, tal como la aceptamos y creemos que es, pertenece a un mundo muerto. Por otro lado, un mundo vivo está en flujo constante. Se mueve; cambia; se contradice.

"Los pases mágicos de los chamanes son mágicos porque al practicarlos, el cuerpo se da cuenta de que en lugar de ser una línea invariable de afinidades, es una corriente, un flujo. Y si todo en el universo es un flujo, una corriente, esa corriente puede detenerse. Se puede colocar un dique para detener o desviar su flujo".

Las palabras de don Juan produjeron una singular reacción en mí. Me sentí extrañamente amenazado, pero la amenaza no era en sí una amenaza a mi persona, era, más bien, una amenaza a algo que estaba superpuesto en mí. Por primera vez, tuve la clara sensación de que don Juan estaba exacerbando, deliberadamente, una parte en mí que parecía ser yo, pero que realmente no lo era.

Después de estar sumergido un momento en tal contradicción, me sentí totalmente confundido y me escuché hablar sin ninguna volición. Me escuché decir, -pero, don Juan, ¿está usted diciéndome que cada vez que hace crujir sus coyunturas, o cada vez que lo imito, estoy realmente cambiando algo en mí?

– Ah, algo en ti, que no es realmente tú, está enojado ahora -me contestó don Juan riéndose.

Experimenté otro momento de intensa contradicción interna. Algo en mí estaba sumamente enojado y, sin embargo, no podría haber sido yo. Don Juan me sacudió de los hombros con fuerza. Sentí cómo se sacudía mi cuello, moviéndose para adelante y para atrás, con la fuerza de su agarre. Esta maniobra me calmó de inmediato. Entonces, me hizo sentar en un pequeño muro de contención hecho de ladrillo. Invariablemente, había hileras de hormigas trepándose a este muro y, de hecho, nunca me gustaba sentarme ahí. Mi ropa se llenaba de ellas a1.instante. Siempre estaba demasiado consciente cuando las hormigas se me subían pero, esta vez, no obstante, la hormigas interrumpieron su hilera en el momento en que me senté. Vi cómo se arremolinaban a los lados de mí cuerpo, como si estuvieran ofuscadas, inseguras. Sentí gran curiosidad por saber si se desviarían hacia adelante o hacia atrás de mí. Quería ver qué ruta tomarían, pero las palabras de don Juan llamaron mi atención y me olvidé por completo de ellas.

– No te preocupes por las hormigas -dijo don Juan, leyendo mis pensamientos-. En este momento estás cargado de una energía insólita, producto de tus dilemas internos. A las hormigas les pareces impenetrable y peligroso y se arremolinarán junto a ti, a ambos lados de tu cuerpo, hasta que tu energía vuelva a la normalidad, o hasta que te levantes y te marches. Y, ahora, contestando la pregunta que tenías en mente en forma de una respuesta maliciosa, sí, verdaderamente estamos alterando la estructura básica de nuestro ser. Le estamos poniendo un dique al flujo que nos enseñaron a considerar como una sarta de cosas inalterables.

Con un tono de voz halagador, que no parecía ser mío, le pedí a don Juan que me diera un ejemplo de lo que significaba poner un dique a este flujo del cual hablaba. Le dije que lo quería visualizar en mi mente.

– ¿En tu mente? Es mejor que aprendas a llamar las cosas por su verdadero nombre. Eso que tú llamas mente no es tu mente. Los chamanes están convencidos de que nuestra mente es algo ajeno que ha sido colocado en cada uno de nosotros. Acéptalo por el momento, sin más explicaciones acerca de quiénes la pusieron en nosotros, o cómo la pusieron.

Sentí otra oleada de la misma sensación amenazante que había tenido antes. Esta vez la sentí con más claridad. Esta oleada no provenía de mí y, sin embargo, estaba prendida a mí. Don Juan estaba haciéndome algo misteriosamente positivo y, al mismo tiempo, terriblemente negativo. Sentí como si estuviera tratando de cortar una delgada telilla que parecía estar pegada a mí. Me miraba sin parpadear, sus ojos estaban fijos en los míos.

Desvió la mirada y comenzó a hablar sin mirarme más. -Te daré un ejemplo -dijo-. En mi caso, a mi edad, debería padecer de presión arterial alta. Si fuera a ver a un médico, éste, al verme, asumiría que debo ser un indio viejo, plagado de incertidumbres, frustraciones y con una mala dieta; todo esto, naturalmente, da por resultado la predecible y presupuesta condición de presión arterial alta: un corolario aceptable para personas de mi edad.

"No tengo ningún problema de presión alta, no porque sea más fuerte que el hombre común y corriente, o debido a mi marco genético, sino porque los pases mágicos han hecho que mi cuerpo rompa con patrones de comportamiento que dan como resultado presión arterial elevada. Puedo decir, con toda certeza, que cada vez que hago crujir mis coyunturas, después de ejecutar los pases mágicos, estoy bloqueando el flujo de expectativas y comportamiento que a mi edad, normalmente, da por resultado presión alta.

"Otro ejemplo que puedo darte es la agilidad de mis rodillas. ¿No te has dado cuenta de que soy mucho más ágil que tú? Cuando se trata de mover las rodillas ¡soy un niño! Con mis pases mágicos pongo un dique a la corriente del comportamiento y a la parte física que hace que las rodillas de la gente, tanto de hombres como de mujeres, se vuelvan rígidas con la edad".

Uno de los sentimientos más molestos que había experimentado jamás, era el hecho de que don Juan, aunque podría haber sido mi abuelo, era infinitamente más joven que yo. En comparación, yo era rígido, obstinado, repetitivo. Estaba senil. Él, por -otro lado, era vigoroso, inventivo, ágil, hábil; en pocas palabras, poseía algo que yo, aunque era más joven, no poseía: juventud. Se deleitaba diciéndome repetidamente que la juventud no era de ninguna forma un factor que pudiera prevenir la senilidad.

Después de una explosión de energía, que pareció estallar en mi interior, admití abiertamente mi disgusto. -¿Cómo es posible?, don Juan -dije-, ¿que usted pueda ser más joven que yo?

– He vencido a mi mente -dijo-, abriendo grandemente los ojos, en señal de azoramiento. -No tengo una mente que me diga que me llegó la hora de ser viejo. No honro acuerdos en los que no participé. Recuerda esto: para los chamanes no es un refrán decir que ellos no honran acuerdos en los que no participaron. Padecer los achaques de la vejez es uno de esos acuerdos.

Nos quedamos callados por un largo rato. Pensé que don Juan parecía estar esperando ver qué efecto tenían en mí sus palabras. Lo que yo creía era mi unidad psicológica interna se desgarró aún más con una respuesta claramente contradictoria que provenía de mí. Por un lado, repudiaba con todas mis fuerzas los disparates que don Juan estaba verbalizando; sin embargo, por otro, no podía evitar darme cuenta de lo certeros que eran sus comentarios. Don Juan era viejo, y, no obstante, no era en absoluto viejo. Era años más joven que yo. Estaba libre de pensamientos engorrosos y de patrones de hábitos. Recorría a voluntad mundos increíbles. Él era libre, mientras que yo era prisionero de innumerables patrones y hábitos, de consideraciones mezquinas y frívolas acerca de mí mismo; las cuales, sentí por primera vez en esa ocasión, que no eran ni siquiera mías.

Finalmente, rompí el silencio después de recuperar un ápice de control sobre mis consideraciones contradictorias. -¿Cómo se inventaron esos pases mágicos, don Juan? -pregunté.

– Nadie los inventó -dijo con severidad-. Pensar que fueron inventados implica instantáneamente la intervención de la mente, y éste no es el caso con esos pases mágicos. A través de sus prácticas de ensoñación, los chamanes de tiempos antiguos descubrieron que al moverse de cierta forma, el flujo de sus pensamientos y acciones se detenía.


– Los pases mágicos son el resultado de un estado en el que la mente no interviene. O, más bien, son el resultado de haber desconectado la mente. Los practicantes deben ejercitar una tremenda disciplina sobre sí mismos para poder ensoñar y, el resultado de esto, es la huida de la mente.

– ¿A qué se refiere usted con la huida de la mente, don Juan?

– El gran truco de esos chamanes de la antigüedad fue agobiar sus mentes con disciplina. Descubrieron que si se abrumaba la mente con atención, especialmente la clase de atención que los chamanes llaman la atención de ensueño, la mente huye, y esto crea, en cualquiera de los practicantes involucrados en esta maniobra, la absoluta certeza del origen foráneo de la mente.

Me sentía genuinamente agitado. Quería saber más al respecto y, sin embargo, un extraño sentimiento dentro de mí pedía a gritos que me detuviera. Aludía a resultados extraños y castigos; algo como la ira de Dios descendiendo sobre mí por entrometerme en algo velado por Dios mismo.

Tuve que hacer un esfuerzo supremo para permitir que mi curiosidad ganara la lucha. -¿Qué quiere decir? ¿Qué, qué? -me escuché decir- ¿Qué quiere decir con abrumar la mente?

– La disciplina abruma la mente -dijo-, pero la disciplina a la que me refiero no tiene nada que ver con rutinas acerbas. Los chamanes entienden la disciplina como la capacidad de encarar con serenidad las dificultades que no están incluidas en nuestras expectativas. Para ellos, la disciplina es un acto volitivo que les permite enfrentar todo lo que se les presenta sin remordimientos ni expectativas. Para los chamanes la disciplina es un arte: el arte de encarar el infinito sin vacilación, no como resultado de su firmeza, sino de su admiración reverente. En pocas palabras, diría que la disciplina es el arte de sentir admiración reverente. Así que, a través de su disciplina, los chamanes vencen la mente: la instalación extranjera.

Don Juan dijo que, a través de sus prácticas de ensueño, los chamanes del México antiguo descubrieron que ciertos movimientos promueven aún más el silencio y, también, crean una peculiar sensación de plenitud y bienestar. Esta sensación los cautivó a tal grado, que se esforzaron por repetirla en sus horas de vigilia.

Don Juan explicó que al principio creyeron que era un estado de bienestar creado por el ensueño pero, al tratar de repetir este estado anímico, descubrieron que era imposible hacerlo. Entonces se dieron cuenta de que siempre que tenían esta sensación de bienestar, al estar ensañando, estaban inmersos en movimientos. A través de muchas penurias, comenzaron a reconstruir los movimientos que recordaban. Sus esfuerzos fueron recompensados. Fueron capaces de recrear movimientos que les habían parecido ser reacciones automáticas del cuerpo en el estado de ensueño. Don Juan dijo que los pases mágicos fueron el resultado de esto.

Animados por su éxito, fueron capaces de recrear cientos de movimientos que practicaban sin tratar jamás de clasificarlos en un esquema comprensible. La idea era que los movimientos ocurrían, espontáneamente, durante el ensueño y que había una fuerza que guiaba su efecto sin ninguna intervención de su volición. Explicaron que esta fuerza es un factor aglutinante que une nuestros campos de energía para convertirnos, así, en una unidad coherente.

En lo que se refiere al aspecto práctico, para esos chamanes del México antiguo, los pases eran avenidas genuinas que los preparaban para navegar en lo desconocido. Establecieron un criterio básico para practicarlos, el mismo criterio que se observa hoy en día para practicar la Tensegridad. Este criterio se llama saturación, y significa bombardear el cuerpo con una profusión de pases mágicos para así permitir que la fuerza que nos une nos guíe, creando un máximo efecto total.

Загрузка...