EL ENSUEÑO

El cuarto tema en la lista de prioridades de los chamanes de México antiguo es el ensueño, el arte de romper con los parámetros de la percepción normal. Para esos chamanes, así como para los miembros de su linaje en la actualidad, viajar a lo desconocido es, verdaderamente, la fuerza que le da impulso al chamanismo. Don Juan me demostró innumerables veces que todo lo que él y sus compañeros hacían se fundaba en ese impulso. Las dos artes en las que basaban sus viajes eran dos líneas tremendamente sofisticadas de actividad: el arte del ensueño y el arte del acecho.

Para don Juan el arte del acecho era la otra cara de la moneda relacionada con el arte del ensueño. Para explicarme estas dos artes, primero me presentó, lo que dij, era, la piedra angular del chamanismo: la posibilidad de percibir energía directamente tal y como fluye en el universo.

Explicó que lo que los seres humanos consideran normalmente como el acto de percibir es, más bien, un acto de interpretación de datos sensoriales. Aseguraba que desde el momento en que nacemos todo alrededor de nosotros nos proporciona una posibilidad de interpretación. Con el tiempo, esta posibilidad se convierte en un sistema completo por medio del cual conducimos todas nuestras transacciones perceptuales en el mundo. Estaba convencido de que no teníamos la oportunidad de considerar, ni siquiera por un instante, la

posibilidad de percibir el flujo de la energía directamente. Para de Juan y otros chamanes como él, lo que hace que un hombre común y corriente se transforme en un chamán es el acto de cancelar el efecto de nuestro sistema de interpretación y percibir energía directamente.

Don Juan explicó que los seres humanos tienen apariencia de esferas luminosas cuando son percibidos directamente como energía. Decía que ver energía es el punto de articulación del chamanismo. Me aseguró que todo lo que un chamán hace, gira en torno a esto, o se origina en ello, y que el arte del ensueño y el arte del acecho son las dos corrientes principales de actividad que se derivan de ver energía directamente.

Otro asunto que elucidó extensamente fue el punto de encaje. Dijo que cuando los chamanes son capaces de ver a los seres humanos como esferas luminosas, también ven el epicentro del chamanismo: un punto del tamaño de una pelota de tenis con una luminosidad más intensa que el resto de la esfera luminosa. Don Juan lo llamó el punto de encaje, y dijo que la percepción ocurre precisamente ahí, en ese punto.

– El arte del ensueño -mencionó en una ocasión-, consiste en desplazar, a voluntad, el punto de encaje de su posición habitual. El arte del acecho consiste en mantenerlo, voluntariamente, fijo en la nueva posición a la que se ha desplazado.

De acuerdo con la explicación de don Juan, estas dos artes se resguardan detrás de un marco filosófico llamado el camino del guerrero, o el camino de los chamanes: un conjunto de premisas por medio de las cuales los chamanes viven y actúan en el mundo. Para don

Juan y sus compañeros, seguir las premisas del guerrero era el logro principal del chamanismo. Don Juan creía que los chamanes pueden encontrar la energía y la determinación necesarias para viajar a lo desconocido, sólo a través de una adherencia estricta al camino del guerrero.

Don Juan recalcó, en tantas formas como le fue posible, el valor de una actitud pragmática por parte de los practicantes del ensueño y del acecho. Definió una actitud pragmática como la capacidad de absorber cualquier contingencia que se pueda presentar a lo largo del camino del guerrero. Para mí, él mismo, era el vivo ejemplo de tal actitud. No existía ninguna incertidumbre o contingencia que su mera presencia no disipara.

Señaló que para poder alcanzar esta deseada actitud pragmática, el practicante debe tener un cuerpo sumamente flexible, ágil y fuerte. Dijo que para los chamanes, el cuerpo físico es la única entidad que tiene sentido, y que no existe tal cosa como la dualidad entre el cuerpo y la mente. Los chamanes creen que el cuerpo físico comprende tanto el cuerpo como la mente, tal como los conocemos. Dijo que para poder contrabalancear al cuerpo físico, como una unidad holística, los chamanes consideran otra configuración de energía: el cuerpo energético, también conocido como el otro, el doble, el cuerpo de ensueño.

Don Juan describió el arte del ensueño como la posibilidad de que la conciencia humana utilice los sueños normales como una entrada genuina a otros reinos de percepción. Aseguraba que los sueños comunes y corrientes pueden usarse como una compuerta que conduce a otras regiones de energía diferentes de la energía del mundo cotidiano y, sin embargo, extremadamente similares en su núcleo básico. Dijo que el resultado de dicha entrada era la percepción de mundos verdaderos donde uno puede vivir o morir, tal y como en el mundo en que vivimos, mundos que son asombrosamente diferentes del nuestro y, sin embargo, en extremo similares. Al verse presionado para dar una explicación lineal, don Juan Matus reiteró su posición usual: las respuestas a todas esas preguntas se encontraban en la práctico, no en una indagación intelectual. Para poder hablar de tales posibilidades uno tiene que usar la sintaxis de la lengua, cualquiera que sea el idioma que uno hable y, esa sintaxis, por la fuerza de su uso limita las posibilidades de expresión. La sintaxis de cualquier lengua se refiere sólo a las posibilidades perceptoras que forman parte del mundo en que vivimos.

Don Juan marcó una importante diferencia entre dos verbos: uno era soñar; y el otro ensoñar, siendo, éste último, el modo como sueñan los chamanes. Don Juan también describió el ensueño como un estado de meditación profunda en el que un cambio en la percepción juega un papel clave.

Don Juan explicó que el arte del ensueño se originó por una observación casual que los chamanes del México antiguo hicieron cuando veían a gente que estaba dormida. Se dieron cuenta de que el punto de encaje se desplaza de su posición habitual de una manera muy natural y fácil durante el sueño, y que se mueve a cualquier parte en la periferia de la esfera luminosa, o a cualquier lugar en su interior. Al correlacionar lo que veían con los reportes de las personas que habían estado dormidas, se percataron de que cuanto más grande era el desplazamiento del punto de encaje que habían observado, más asombrosos eran los reportes de las cosas y escenas que estas personas experimentaban en los sueños.

Los chamanes buscaron, con toda avidez, oportunidades para desplazar sus propios puntos de encaje, y terminaron usando plantas alucinógenas para lograrlo. Pronto se dieron cuenta de que los desplazamientos causados por el uso de estas plantas era errático, forzado y fuera de control. Don Juan dijo que descubrieron una cosa de gran valor en medio de este fracaso. Los chamanes de tiempos antiguos lo llamaron la atención de ensueño, o la capacidad que adquieren los practicantes para mantener su conciencia en los objetos de sus sueños.

El resultado final de los nuevos esfuerzos de esos chamanes fue el arte del ensueño como lo conocemos hoy en día. A través de su disciplina lograron desarrollar su atención de ensueño hasta un punto extraordinario. Eran capaces de enfocar su atención en cualquier elemento de sus sueños, y fue así como descubrieron que existen dos clases de sueños. Una clase, son los sueños con los que estamos familiarizados, en los cuales hay elementos fantasmagóricos, algo que podríamos categorizar como el producto de nuestra mentalidad, nuestra psique; quizá algo que se relaciona con nuestra estructura neurológica. La otra clase de sueños es lo que los chamanes llaman sueños que generan energía. Don Juan dijo que esos chamanes de tiempos remotos tenían sueños que no eran sueños, sino verdaderas visitas, hechas en un estado como de sueño, a lugares genuinos que no estaban en este mundo; lugares tan reales como el mundo en que vivimos, lugares donde los objetos del sueño generaban energía de la misma forma que los árboles, los animales, o aun las rocas generan energía en nuestro mundo.

Sin embargo, sus visiones de estos lugares eran demasiado evanescentes, demasiado temporales para que tuvieran algún valor para ellos. Atribuían esta falla al hecho de que su punto de encaje no podía mantenerse fijo, por un tiempo suficiente, en la posición a la que lo habían desplazado. Sus tentativas para remediar esta situación dieron como resultado el otro gran arte del chamanismo: el arte del acecho, o la hazaña de mantener el punto de encaje fijo en la posición a la que se ha desplazado. Esta fijeza les dio la oportunidad de ser testigos de ese mundo hasta el máximo. Don Juan dijo que algunos de esos chamanes nunca regresaron de sus viajes. En otras palabras, optaron por quedarse allí, donde quiera que "allí" fuera.

Don Juan comentó que, al examinar a los seres humanos como esferas luminosas, los chamanes de tiempos antiguos descubrieron seiscientos puntos en la totalidad de la esfera luminosa que dan como resultado la entrada a un mundo totalmente nuevo, cuando el punto de encaje llega a quedar fijo en cualquiera de ellos. Su respuesta a mi pregunta inevitable, -pero, ¿dónde están esos mundos? -fue, -en la posición del punto de encaje. Nada puede ser más cierto que esa aseveración y, sin embargo, no tiene ningún sentido para nosotros.

Para los chamanes, no obstante, esto es algo razonable cuando lo examinan desde el punto de vista de su capacidad de ver energía tal y como fluye en el universo. Su conjetura es que en su posición habitual, el punto de encaje recibe un flujo de campos de energía del universo entero en la forma de filamentos de energía luminosa. Consistentemente, estos mismos filamentos, que son billones, pasan a través del punto de encaje y dan como resultado el mundo que conocemos. Si el punto de encaje se desplaza a otra posición, otro conjunto de filamentos de energía pasa a través de él. Los chamanes creen que no es posible que este nuevo conjunto de filamentos energéticos pueda dar como resultado la visión del mismo mundo; por definición, ese mundo tiene que ser diferente al mundo de la vida cotidiana. Ya que el punto de encaje no es solamente el centro donde la percepción ocurre, sino también el centro donde se realiza la interpretación de datos sensoriales, los chamanes creen que el punto de encaje interpreta el nuevo flujo de campos energéticos en los mismos términos en los que interpreta el mundo de la vida cotidiana. El resultado de esta nueva interpretación es la visión de un mundo que es extrañamente similar al nuestro y, sin embargo, intrínsecamente diferente. Don Juan dijo que esta similitud es sólo la interpretación del punto de encaje y, que, energéticamente, otros mundos son tan diferentes del nuestro como uno no se puede imaginar.

Para poder expresar esta prodigiosa cualidad del punto de encaje y las posibilidades perceptivas inducidas por el ensueño, se necesita una nueva sintaxis; o quizá, si esta experiencia estuviera disponible para cualquiera de nosotros y no únicamente para los. chamanes iniciados, la misma sintaxis de nuestra lengua podría expresada.

Otra cosa que me pareció en extremo interesante, pero que me dejaba absolutamente perplejo, era la aseveración de don Juan acerca de que realmente no había ningún procedimiento, del cual se pudiera hablar, que le enseñara a uno cómo ensoñar; y que más que cualquier otra cosa, ensoñar es el resultado de un árido esfuerzo por parte de los practicantes para ponerse en contacto con la fuerza perenne e indescriptible que los chamanes llaman intento. Una vez que este lazo se establece, el ensueño también queda misteriosamente establecido.

Don Juan aseguró que este nexo se puede realizar siguiendo cualquier patrón que implique disciplina.

Sin embargo, don Juan consideraba que para lograr la hazaña de ensoñar, es de suprema importancia seguir el camino del guerrero, o la construcción filosófica que los chamanes usan para sostener sus acciones, cualquiera que éstas sean, en este mundo, o en cualquier otro mundo además de éste. Seguir el camino del guerrero crea una homogeneidad de resultados en la ausencia de cualquier patrón preciso. Los pases mágicos eran el recurso que los chamanes de tiempos remotos utilizaban para ayudar a desplazar su punto de encaje, ya que fueron diseñados para darles la estabilidad necesaria y producir la atención de ensueño, sin la cual no hay posibilidad de ensoñar en la forma en que lo hacían los chamanes del México antiguo. Sin la ayuda de la atención de ensueño, lo máximo a lo que los practicantes pueden aspirar es a tener sueños lúcidos de mundos fantasmagóricos, o quizá, hasta vistazos de mundos que generan energía pero que, en la ausencia de una base lógica exhaustiva que los pueda categorizar adecuadamente, no tienen ningún significado.

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