EL CENTRO DE DECISIONES

El segundo tema de gran interés para los chamanes del México antiguo era el centro de decisiones. A raíz de los resultados prácticos de sus esfuerzos, esos chamanes se convencieron de que existe un punto en el cuerpo humano que es responsable de la toma de decisiones: el punto 'v', ubicado en la cresta del esternón, en la base del cuello. Aseveraban que es un centro de tremenda sutileza el cual almacena un tipo específico de energía que eran incapaces de definir, quizá, porque desafía toda definición. Sin embargo, estaban completamente convencidos de que podían sentir su presencia y el efecto de su energía. Aseguraban que, en los seres humanos, este tipo especial de energía es empujado hacia afuera de ese centro a una edad muy temprana y nunca vuelve a regresar a él, privando así a los seres humanos de algo quizá más importante que toda la energía de los otros centros combinados.

Los chamanes han señalado, a través de los siglos, la incapacidad de los seres humanos para tomar decisiones. Han señalado que los seres humanos han creado gigantescas instituciones que asumen la responsabilidad de tomar decisiones. Por lo tanto, los seres humanos no deciden por sí mismos, sino que dejan que el orden social decida por ellos y cumplen, meramente, con las decisiones que se han tomado en su nombre.

Para ellos, el punto 'v', en la base del cuello, era un lugar de tal importancia que rara vez lo tocaban y, si lo hacían, no se lo tocaban ellos mismos, sino que siempre lo hacía otra persona con la ayuda de algún objeto, y de manera ritual. Don Juan Matus me dijo que empleaban piezas de madera dura bien pulidas, o huesos pulidos de" animales, o aun de seres humanos, usando la cabeza orbicular de hueso para así tener un objeto perfectamente redondo del mismo tamaño que dicha oquedad en el cuello. Ejercían presión con esos huesos o piezas de madera creando presión sobre los bordes de esa área hueca. Don Juan dijo que esos objetos también se usaban, aunque rara vez, para darse masajes a sí mismos o, en términos de lo que hoy en día se entiende como estimulación de los puntos de acupresión.

– ¿Cómo descubrieron que ese hueco en el cuello es el centro de decisiones? -pregunté.

– Cada centro de energía en el cuerpo -contestó-, tiene una concentración de energía; una clase de vórtice de energía como un embudo que parece girar en contra de las manecillas del reloj, desde la perspectiva de alguien que lo está mirando. La fuerza de cualquiera de esos centros, en particular, depende de la fuerza de ese movimiento. Si se mueve trabajosamente o apenas se mueve, quiere decir que ese centro está agotado, vacío de energía.

Don Juan explicó que existen seis enormes vórtices de energía en el cuerpo humano que se pueden utilizar, o que están accesibles para manipularse. El primero está en el área del hígado y la vesícula, el segundo en el área del páncreas y el bazo, el tercero en el área de los riñones y las glándulas suprarrenales, y el cuarto en el punto hueco en la base del cuello, en la parte anterior del cuerpo. Describió que este centro tiene una clase especial de energía que los videntes perciben como una cualidad transparente, algo que podría describirse como semejante al agua; energía tan fluida que es líquida. También dijo que la apariencia líquida de esta energía especial es el rasgo de una cualidad, tipo filtro, que separa cualquier energía que entra en él, tomando únicamente la parte que tiene esta característica líquida. Esta cualidad es una característica uniforme y consistente de este centro. El quinto centro, pertinente sólo las mujeres, es el área del útero. Mencionó que en algunas mujeres el útero parece tener una energía líquida similar, un filtro natural que separa la energía superflua; pero no todos los úteros tienen esta característica. Existe otro centro, arriba de la cabeza, con el que los chamanes de la antigüedad no trataban en absoluto. Cada uno de sus pases mágicos tenía que ver con alguno de esos cinco centros, pero, nunca con el sexto, encima de la cabeza.

– ¿Por qué esta discriminación, don Juan? -pregunté.

– Ese sexto centro de energía -dijo-, no pertenece del todo al hombre. Nosotros, los seres humanos, estamos sitiados, por así decido. Es como si ese centro hubiera sido invadido por un enemigo invisible. Y, la única forma de vencer a este enemigo es fortaleciendo todos los otros centros.

– ¿No es un poco paranoico sentir que estamos sitiados, don Juan?

– Bueno, quizá para ti, pero ciertamente no para mí. Yo veo energía, y veo que la energía del centro que está encima de la cabeza no fluctúa como la energía de los otros centros. Se mueve para adelante y para atrás, de manera muy ajena a nosotros y muy repugnante.

También veo que en los chamanes que han logrado vencer a la mente, a la cual ellos llaman una instalación foránea, la fluctuación de ese centro se vuelve exactamente como la fluctuación de todos los otros centros. La rotación de la energía en el centro de decisiones es la más débil de todas. Por eso es que el hombre casi nunca puede decidir nada. Los chamanes ven que después de practicar ciertos pases mágicos ese centro se activa, y entonces pueden, ciertamente, tomar todas las decisiones que deseen, cuando antes no podían, ni siquiera, ir a la esquina.

Don Juan puso un enorme énfasis en el hecho de que esos chamanes tenían una tremenda aversión, casi al borde de la fobia, a tocar su propio hueco en la base del cuello, en la cresta del esternón. La única manera en que aceptaban cualquier interferencia con ese punto era a través del uso de sus pases mágicos, los cuales estaban diseñados para reforzarlo llevando la energía dispersa hacia él; de esta forma despejaban toda duda al tomar decisiones, dudas que son producto de la dispersión natural de energía que ocurre como consecuencia del deterioro causado por el desgaste cotidiano.

La idea general que esos chamanes tenían era que el cuerpo humano, visto por los videntes, es una unidad concreta y sellada de campos energéticos. Ninguna energía puede introducirse en esta unidad sellada, y ninguna energía puede escapar de ella. Para los chamanes del linaje de don Juan, el sentimiento de perder energía, que todos nosotros experimentamos, en uno u otro momento, es el resultado de su dispersión o de la expulsión de sus cinco centros energéticos descritos previamente. Esos chamanes creían que la energía es expulsada de esos centros dispersándose hacia los límites exteriores de nuestro ser.

Cuando los chamanes del México antiguo se referían a los límites externos de nuestro ser, hablaban de cómo perciben los chamanes a los seres humanos, es decir, que son percibidos como un conglomerado de campos energéticos con apariencia de una esfera luminosa. Consideraban que esta esfera de energía es nuestro verdadero ser; verdadero, en el sentido de que para ellos es algo irreductible en términos de energía.

En otras palabras, eran capaces de extender los límites de su percepción hasta el punto de poder percibir energía tal y como fluye en el universo. Bajo tales condiciones, los seres humanos son esferas luminosas, Y esta "visión" es irreductible, ya que parece que esos chamanes empleaban la totalidad del potencial humano para percibir, y el percibir una esfera luminosa de energía pura es el resultado final de esto.

Esos chamanes entendían cualquier sensación de ganar energía, como la concentración de la energía que estaba previamente dispersa en los centros de vitalidad ya mencionados. Llamaban a esta maniobra "redistribuir la energía previamente dispersa". Usaban los pases mágicos para poder realizar esta distribución, ya que su efectividad se había comprobado a través de los milenios. La Tensegridad, la versión moderna de esos pases mágicos, logra alcanzar la misma meta: redistribuye la energía dispersa, pero lo hace libre del gravamen ritual de los chamanes.

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